LA
RAÍZ ANDALUSÍ DEL FLAMENCO
¿Qué hay de andalusí en el
flamenco? La música de los gitanos llegados de Oriente y la música
.Jesus Cano Henares árabe
bebieron de las mismas fuentes, en Irán o Egipto. Además, durante un tiempo,
moriscos y gitanos, pueblos perseguidos que tan cercanos estaban, compartieron sus
bailes y músicas junto al fuego.
“Las vueltas en la sala las daban
siguiendo la cadencia de la guitarra, además de lo cual las mujeres con los
hombres marcábanla también con el son del pulgar y del dedo del centro,
frotando juntos, a los que estaban atados ciertos pequeños chismes, castañetas
hechas de madera o marfil, como conchas de San Miguel”. Este texto podrían
haberlo escrito cualquier romántico, de los tantos que visitaron nuestro país
en el siglo XIX, quienes consideraban en el flamenco primitivo uno de los
mayores encantos, si no el mayor, de aquel oriente cercano que encontraban en
España.
Esta descripción fue escrita, en
1603, por el francés Bartolomé Joly, y no se refiere a gitanos, como cabría
esperar.
Observemos también la ilustración
que acompaña a este texto, obra de Joseph Weiditz, quien visitó nuestro país
algunas décadas antes que Joly, durante el primer tercio del siglo XVI. Vemos
dos figuras danzando al son de la música. A la izquierda, una mujer tiene
alzados los brazos, como si estuviera retorciendo las muñecas para girar las
manos, mientras flexiona las rodillas. Frente a ella, un hombre baila también.
Toma con las puntas de los dedos su camisa, jugando con ella como lo haría un
bailaor flamenco.
Zambras moriscas
Lo que Weiditz y, posteriormente,
Joly contemplaban era un grupo de moriscos ejecutando una zambra, una fiesta
con música y baile para celebrar acontecimientos familiares: bodas, bautizos,
nacimientos o celebraciones religiosas. A algunos podría extrañar que el
término zambra aparezca referido a los moriscos, cuando comúnmente se cree algo
exclusivo de los gitanos. Pues bien, resulta que tal término no es sino una
herencia tomada por éstos de la tradición musical andalusí. La zambra no es
gitana hasta finales del siglo XVIII. Es, entonces, cuando aparece citada por
los primeros viajeros románticos. Antes de eso, era una palabra aplicada
exclusivamente a los baileas moriscos.
Estas primitivas zambras se
celebraban desde el final del Emirato Nazarí y, posteriormente, siguieron
siendo una costumbre muy arraigada entre los mudéjares y moriscos de Granada.
Después, se produjo una especie de trasmigración de la palabra, desde la
cultura morisca que se extinguía a la de los gitanos recién llegados. Desde
luego, no resultaría difícil a los calós o gitanos adaptar el término, cuando
sus bailes resultaban, como hemos señalado, tan similares a los de los
moriscos.
El préstamo lingüístico de la
palabra “zambra” no es sino la punta de lanza de un encuentro, de un trasvase
cultural que a la postre, se convertiría en uno de los puntos de partida del
flamenco.
El encuentro entre la música
gitana y andalusí se inicia siglos atrás, en Oriente. Tanto una tradición como
otra bebieron de la música persa y bizantina: los gitanos porque, en su camino
de la India a Europa, permanecieron en Persia y Egipto durante siglos; los
andalusíes porque los árabes llevaron hasta ellos ese legado. Esa sensibilidad
musical tenía en común algo que luego heredaría el flamenco. Es lo que se llama
acompañamiento heterofónico del instrumento al canto. Esto es, el instrumento,
un laúd, por ejemplo, toca para servir a la voz (para acompañar). Sin embargo,
aunque el músico se ciñe perfectamente a la línea del canto, no está
literalmente sujeto a ella y tiene permitido realizar adornos y florituras; en
suma improvisar, reinventar la melodía pero sin permitir que se transforme de
modo que resulte irreconocible. Algo común en ambas músicas era que esa melodía
principal se acompañaba de palmas, jaleos e incluso golpes acústicos. En suma,
no sólo se bailaba de un modo muy similar, como hemos dicho, sino que también
se tocaba de parecida forma. No es extraño; ambos pueblos se habían encontrado
mucho antes, sin saberlo, en Oriente.
Carromatos en la Península
Los gitanos llegan a la Península
Ibérica a mediados del siglo XV. Al-Andalus está siendo conquistada por los
ejércitos cristianos. Cuando, finalmente, cae el Reino de Granada en 1492,
sobreviene un largo periodo de intolerancia y persecuciones hacia los
musulmanes que durará más de un siglo. Primero, se les obligará a renegar de su
fe musulmana para convertirse al cristianismo y, luego, se les prohibirá
ejercer sus costumbres, entre ellas las de cantar y bailar en zambras y leilas,
éstas últimas fiestas parecidas a las zambras, pero que se celebraban por la
noche. Los gitanos debieron de ser entonces meros espectadores de la
persecución que sufrieron los moriscos.
Aún no se había producido el
encuentro, pero éste no iba a tardar en llegar, por pura inercia. La rebelión
de las Alpujarras y la posterior derrota de los moriscos granadinos trajeron
consigo el destierro de éstos desde el Reino de Granada hacia otros territorios
de Castilla y Aragón. Muchos de ellos no terminaron de asentarse nunca y, en su
desarraigo, permanecieron en una continua migración, huyendo de un lado para
otro. Y en el camino coincidieron con los gitanos.
El encuentro
Este es el contexto en que se
produjo el encuentro que hemos anticipado. Junto al fuego y bajo las estrellas,
gitanos y moriscos compartieron y mezclaron sus tradiciones musicales, en un
momento en el que la música y el baile les debieron de servir para olvidar por
un momento la difícil situación que sufrían. Del verdadero alcance de esta
convivencia marginal, de los términos en que pudo producirse ese intercambio o
si este mestizaje dio pie a un estilo más o menos definido (¿un protoflamenco?)
poco o nada sabemos. Pero las noticias que los sitúan juntos durante décadas,
incluso después de que se produjera la expulsión definitiva de los moriscos
entre 1609 y 1614, son abundantes y bastante claras como para ignorarlas. ¿Es
acaso descabellado pensar que algo mestizo pudo surgir del contacto de ambas
culturas, tan apegadas a la música? Afirmar eso sería ir demasiado lejos Lo
jondo es, sin duda, árbol de muchas raíces, cuyos frutos comenzaron a madurar
hace tan sólo unos dos siglos Pero, sin duda, algo andalusí hay en el corazón
de las guitarras, en el “quejío” de los cantaores, en el nervio de las
bailaoras Júntese a un flamenco y a un árabe y sus instrumentos se entenderán
al momento.
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