LOS CATILLOS MEDIEVALES DE
ALMERÍA
Lorenzo Cara Barrionuevo
La diversidad y abundancia de estructuras defensivas es
una de las características históricas de la provincia de Almería. Grandes
alcazabas, castillos de diversa factura, dimensión y complejidad, torres que
atalayan el horizonte o acogían a los temerosos campesinos, baluartes siempre
del yihad en los que practicar la defensa de la fe, las fortalezas constituyen
un hito en el paisaje, una geografía de misterios que excita la imaginación del
visitante evocando la intensidad de las emociones del pasado.
En Almería, las construcciones defensivas esculpen un
paisaje particular. Aquí, el fraccionamiento y complejidad del relieve
multiplicaron las estructuras militares mientras que hacían innecesarias
complicadas soluciones defensivas. La inseguridad constante y el tiempo
consiguieron derrotar las ruinas hasta transformarlas en un patrimonio más
arqueológico que monumental, de gran importancia histórica, de desigual
envergadura arquitectónica y singular valor paisajístico cuando no
medioambiental.
Los castillos forman parte de un conjunto o sistema
defensivo, más o menos complejo y articulado, con el que las poblaciones y los
estados, que decían defenderlas, pretendían salvaguardar vidas y haciendas.
Las fortalezas andalusíes, que prolifera-ron por la
provincia hasta llegar a rondar la centena, presentan gran diversidad formal y
cronológica, consecuencia de las particularidades históricas. Con todo, la
función de los castillos medievales no puede reducirse a una historia política
de enfrentamiento militar pues también ejercieron funciones impositivas sobre
las comunidades campesinas, máxime cuando había que aplicar tributos
especiales.
Estas complejas relaciones se reflejan, también, en su
mantenimiento. Mientras que en el interior del reino correspondía a las
comunidades locales (bien directamente, bien mediante el aprovechamiento delos
recursos propiedad del castillo), en la frontera corrió a cargo directamente
del sultán o de las alquerías de la retaguardia, situadas , a veces, a decenas
de kilómetros.
DESGOBIERNO Y
FORTIFICACIONES. Para asegurar la
defensa de un territorio era necesario que los soldados recibieran su sueldo de
forma puntual y generosa. En un primer momento se empleó el sistema de
concesiones territoriales dadas a una familia o grupo, encargado de su defensa
en nombre del poder central al que debían remitir parte de los ingresos
obtenidos en muestra de obediencia.
La debilidad general del ejército en al-Andalus hay que
buscarla en la profunda desconfianza que una gran fuerza inactiva provocaba
tanto en las poblaciones como en el gobierno. Una vez rotos los lazos tribales,
fueron los mercenarios, ajenos a la comunidad, los que sostuvieron al emirato
granadino.
La fitna (es decir, la “disensión interna en la comunidad
de creyentes”) supuso el desgobierno político y religioso en un periodo
comprendido entre del 88o y el 925 aproximadamente.
Curiosamente, la mayoría de las fortalezas almerienses que
citan los textos al relatar este periodo turbulento reúnen unas características
comunes. De una parte, se emplazan fuera de las zonas de cultivos irrigados, en
las áreas montañosas próximas. De otra, carecen de un elaborado sistema de
defensa, reducido a un lienzo de muralla con torres rectangulares, no muy
numerosas, todo realizado en tapial.
Estos grandes encintados engloban alrededor de dos
hectáreas y media de extensión (El Castellón de Vélez Rubio, Tabernas y
Marchena, y probablemente Vélez Blanco y Fiñana cuyo perímetro exacto
desconocemos). Dos poblados se alejan de la media: el cerro del Espíritu Santo
de Vera, con poco más de una hectárea, y Villavíeja (Berja), que alcanza las
siete hectáreas.
Con el tiempo, muchas familias volvieron a poblar las
antiguas alquerías de la llanura, pero cierta parte de la población quedó en
estas pequeñas ciudades, donde también residieron el alcaide y el cadí de cada
zona o comarca. Otras alquerías, sin embargo, no se integraron en estas
fortificaciones pues quedaron fuera de la comunidad tribal de aprovechamientos.
Algunas se refugiaron en cuevas artificiales, excavadas en los acantilados (un
sistema, por cierto, habitual en el Norte de África, donde son mucho más
escasos los castillos).
En el siglo X, el enfrentamiento entre omeyas de
al-Andalus y fatimíes del actual Túnez por el control del Magreb afectó a la
zona. En el verano del 955, la escuadra fatimí dio un audaz golpe de mano
contra Almería, la sede de la escuadra califal. Las obras defensivas no
acabaron con el amurallamiento de la nueva ciudad. De hecho, se emprendió la
fortificación general de la costa (955-970), inspeccionada personalmente por
Al-Hakam II. La torre del castillo de Huebra y El Castellón de Alias (Sorbas)
formaron parte de este nuevo sistema defensivo que conocemos mal pues debió de
quedar muy alterado por obras posteriores.
Antes de mediar la centuria, el reino quedó constreñido a
lo que, más o menos, fue luego la provincia. Así pasó a manos de los Ibn
Sumadih y, a su rey más famoso, Al-Mu’tasim que abrió un largo periodo de
luchas con sus vecinos.
Según el monarca granadino Abd Alá, las disputas se
centraron en las tierras de Cor, Baza y parte de la alta Alpujarra central, que
pasa a poder almeriense. Poco después (en el 1060-61), el almeriense atacó
inútilmente una fortaleza de la antigua cora de Tudmir, aunque es probable que
no pasara de la provincia actual cuya zona norte englobaba. La conquista de
Murcia por los sevillanos (hacia el 1079) supuso una nueva amenaza que sumar a
la presión que las huestes cristianas ejercían desde plazas estratégicas (como
Belülos, en Granada, o Aledo, en Murcia), concretada en productivas correrías
en demanda de parias, llegando hasta las mismas puertas de Almería hacia el
1085 y sometiéndola a asedio en 1088.
La acción militar de Al-Mu’tamid (el rey sevillano famoso
también por sus veleidades literarias) fue constante y obtuvo importantes
resultados. Dominadas ya algunas fortalezas de la sierra de Filabres, en 1089
atacaba Sorbas y hubiera terminado por conquistar toda Almería de no haber
intervenido los almorávides que acabaron por reducirlos a todos y acabaron así
con las rencillas internas que asolaron al-Andalus en ese siglo aciago.
Los castillos, por tanto, fueron numerosos pero también
pequeños. Adoptaban planta rectangular cuando era posible, aunque debían
adaptarse a la configuración del terreno. Cada tramo disponían de torres
macizas, rectangulares, todo levantado de tapial. Al-Udri menciona la
existencia de un castillo para cada uno de los distritos agrícolas (llamados
yuz, “parte”, “trozo”) o comarcas (iklim, “clima”). Pero la función de estas
fortalezas era algo más que defensiva. El mismo Abd Alá, el rey de Granada,
vincula en sus Memorias defensa del territorio, asentamiento militar en régimen
de concesión territorial y exigencia de impuestos, a menudo ilegales, con los
que hacer frente a los desorbitados gastos militares.
Las medidas de fortificación emprendidas por los
almorávides en la ciudad no fueron suficientes. Tras diversos tanteos en 1144 y
1146, el ataque conjunto de la flotas de Pisa y Genova y las tropas catalanas,
navarras y castellanas, capitaneadas por Alfonso VII, logró conquistar y
mantener la ciudad de Almería por diez años (1147-1157). Ello debió provocar un
importante refuerzo de las fortalezas próximas como Mondújar, Marchena y
Tabernas, con la probable adición de elementos externos, como torres albarranas
y antemuros, tradicionalmente asignadas al periodo almohade.
Tanto los almorávides como, sobre todo, los almohades
favorecieron la venida de tribus árabes (como los Hilal) y, sobre todo,
beréberes (Zanata, Masmuda, Gazula, etc.), dedicadas a la defensa y algunas
todavía semi-nómadas, cuya relación con el entorno fue a veces conflictiva
aumentando la inseguridad, especialmente cuando fueron licenciados. Algunas
tribus pudieron asentarse en castillos de itinerario, como El Castellón y San
Gregorio, en Jergal.
Con los almohades, el esfuerzo de refortificación o
refuerzo de antiguos castillos se concreta al añadirle un recinto más bajo a
partir de un torreón y disponer una entrada en cañón (Iniza, entre Bayárcal y
Paterna). La misma preocupación se observa en dotar de estructuras defensivas
adicionales a los antiguos grandes encintados (corachas de Villavieja y
Tabernas).
La frontera nazarí se construye a partir del tagr, es
decir un conjunto jerarquizado de atalayas, torres de alquería y castillos
dependientes de una ciudad, donde reside el jefe militar (caía), con funciones
políticas (delegado del sultán) y parcialmente judiciales. Para un Estado
basado en el difícil equilibrio entre linajes principales y sus clientelas, la frontera
es el territorio en el que las élites periféricas controlan los recursos
materiales e ideológicos para enfrentarse a las centrales, en una permanente
sucesión de conflictos internos y de escaramuzas militares.
CON LA
RIVALIDAD TAIFA LOS CASTILLOS FUERON NUMEROSOS PERO TAMBIÉN
PEQUEÑOS Y ADOPTARON PLANTA RECTANGULAR CUANDO FUE POSIBLE
La línea fronteriza que separaba los reinos en la Edad Media solía ser
imprecisa. Era resultado dinámico del enfrentamiento o sumisión bajo
condiciones de presión constante pues todos los protagonistas se acogían al
derecho de ampliar su territorio a costa del vecino. No obstante, algunas
fuentes mencionan una curiosa manera de señalizar el límite: en las laderas
montañosas que separaban la zona de Los Vélez de Huér-cal-Overa con Murcia, un
acuerdo había establecido disponer cadenas sobre palos provistas de sonajas que
movía el viento.
Incluso en épocas de paz, la hostilidad era continua,
pero a menudo no pasaba del puro bandolerismo sin control oficial. Al
contrario, en periodos de enfrentamiento directo se podían establecer acuerdos
particulares.
Como pasará después en Antequera, en 1436 se produjo una
breve conquista de gran parte de la frontera oriental. El conflicto se inició
en el verano de 1433. Fuerzas lorquinas conquistan la fortaleza de Xiquena y
destruyen la deTirieza, ambas dominando el valle del río Vélez. En una
rivalidad típicamente feudal, el sobrino del adelantado de Murcia, Alfonso
Yañez Fajardo, asaltó el castillo de Albox en octubre de 1436 pidiendo socorros
y vituallas a la ciudad de Murcia para mantener la plaza. En abril de 1437 una
nueva campaña logra el sometimiento de la mayor parte de las poblaciones del
Almanzora: Oria se entrega sin lucha, sin embargo Cantoria ofrece resistencia y
es saqueada.
PARA SEÑALIZAR LA FRONTERA UN ACUERDO ESTABLECIÓ DISPONER CADENAS
SOBRE PALOS PROVISTAS DE SONAJAS QUE MOVÍA EL VIENTO
La tregua de 1439-1442 delimitaba la nueva frontera,
marcada por las fortalezas y villas de Alicún de Ortega, Benzalema, Benamaurel,
Callar, Castilléjar, Galera, Orce y Huescar, en Granada, y Los Vélez, Xiquena,
Overa, Arboleas, Zurgena, Albox, Partaloa, Cantoria, Albánchez, Bédar y Cuevas
en Almería. Pero sin las plazas fuertes de Baza, Purchena y Vera estos
castillos aislados quedaban a expensas del contraataque.
La recuperación se inicia en 1445 y prosigue con el
ataque y saqueo a las poblaciones murcianas (1448 y 1449).
LOS CASTILLOS
FRONTEROS. Como acabamos de ver, la
guerra fue un hecho constante en al-Andalus. Pero es evidente que esta
inseguridad era producto de la política de desgaste, practicada mediante
algaras, más que en arriesgadas campañas y sus costosos asedios. De aquí el
importante número de fortalezas inventariadas. De todas maneras , la defensa
estática del territorio era elpunto fuerte de los recursos militares de un
Estado. De aquí la importancia de la remodelación de las defensas fronterizas.
El Castellón (Vélez Rubio) es la mayor fortaleza de Los
Vélez. Ocupa una extensión de 2,3 hectáreas , sobre un cerro amesetado. Como
es habitual, esta alquería fortificada se divide en dos partes o recintos. La
muralla exterior es un largo encintado que ocupa un perímetro aproximado de 650 m ., aprovechando el
desnivel natural de la roca para reforzar la defensa. La puerta de acceso parece
situada al Este, protegida por un torreón. El recinto interior se sitúa en la
zona más alta y comprende un castillo diferenciado a modo de pequeña alcazaba,
de planta rectangular (45 por 20
m .), con entrada j unto a un pequeño torreón. Una gran
torre de manipostería domina el conjunto.
Las atalayas de Los Vélez son cilindricas. Las más
antiguas (siglos XIII-XIV) son las de El Gabar y Cerro Gordo, levantadas en
mampostería. La incidencia de la conquista de Xiquena y del avance temporal de
la frontera en plena comarca (hacia 1430-40) justifica levantar otras de base
maciza, una puerta-ventana superior de acceso y comunicación con la terraza
desde la sala abovedada (El Char-che, Fuente Alegre, Alancín). Torres
semejantes jalonan el Almanzora (Alcontar, Tardiguera, en Albox, y Ballabona,
en Antas).
En Vera la
Vieja (cerro del Espíritu Santo) quedan cuatro magníficas
cisternas adosadas a las murallas (y una más pequeña intramuros a media ladera)
con una capacidad máxima de 650.000 litros de agua. La muralla es de tapial
con numerosos refuerzos, empleando, aveces, el sistema de cremallera y el de
antemuro. Un potente castillo superior presentaba una imponente torre. Todo
quedó derruido y abandonado en el terremoto de 1522. Desde 2001 dispone de un
sendero de acceso y una mínima puesta en valor.
La llamada “alcazaba” de Purchena presenta planta
rectangular topográfica sobre un cerro amesetado que domina la población y el
río. La primitiva fortaleza debió alcanzar cierto protagonismo en los tardíos
conflictos fronterizos taifa aunque indudablemente obtuvo mayor importancia con
la oposición de Ibn Mardanis de Murcia contra los almohades (entre el 1160 y el
1171).
Con el reino nazari la fortaleza sufrió una completa
remodelación. La primitiva obra de tapial fue intensamente reparada en
mampostería y en la ampliación puntual de su trazado que llegó a ampliarse por
algunos puntos. Hoy muestra torreones rectangulares en los ángulos salientes,
de muy diferente tamaño. Son en total trece cubos en los que se añadieron otros
alargados (como en la muralla de Vera) y los pentagonales en su frente
oriental, donde se situó la entrada principal y la llamada “Torre del Agua”,
una probable coracha de mampostería y sillarejo.
El sistema de control visual debió de ser más complejo y
probablemente quedó re-definido con la efímera conquista de 1436. A lo largo del valle
se fue levantando un conjunto de torres-atalayas, en su mayor parte muy
destruidas. Casi todas son cilindricas (Perdiguera, Albox; La Tórrela , Cantoria, la más
grande pues contó con cuatro pisos) pero también las hubo cuadradas (Aljambra,
Albox; con un aljibe próximo).
LOS FILABRES Y
TABERNAS. Los castillos de la sierra de
Filabres quedaron muy remodelados en época almohade, gracias a la labor de Abú
Isac Ibrahim ibn al-Hayy al-Balafiquí (1158-1219), cadí de la zona.
El castillo de Velefique corresponde, en realidad, a una
población amurallada con un recinto total de unos 9.700 m2 . La muralla es de
mampostería con argamasa, de más de metro y medio de grosor y cuenta con, al menos,
17 torres, la mayoría macizas, rectangulares y de pequeñas dimensiones
(alrededor de 4 metros ,
y escaso saliente, casi contrafuertes). La puerta oriental da acceso al recinto
superior: es una entrada recta y queda protegida por dos torreones de tapial
cuadrados.
Sin duda el edificio más complejo y uno de los castillos
más interesantes de la provincia es el de Tabernas, en realidad una alcazaba,
casi urbana.
SIN DUDA, EL EDIFICIO MÁS COMPLEJO Y UNO DE LOS CASTILLOS
MÁS INTERESANTES DE LA
PROVINCIA DE ALMERÍA ES EL DE TABERNAS
Con una posición estratégica inmejorable, cierra el
acceso a la capital desde la principal vía de comunicación con el levante. Su
planta es poligonal, alargada, de casi 3.000 m !, y ha llegado a la actualidad dividida
en dos recintos por un muro con torre artillera de inicios del siglo XVI. La
entrada es directa y está franqueada por dos torreones, muy rehechos en una
desgraciada restauración moderna. El interior muestra un patio, reformado en
época cristiana, y pequeñas habitaciones rectangulares, adosadas a la muralla
exterior, de cronología imprecisa.
Obra del siglo XI son los, al menos, trece torreones de
tapial, rectangulares y salientes , equidistantes unos diez metros y la mayoría
huecos en altura, que jalonan la muralla. Se observan los vestigios de una
posible albarrana (quizá incluso una coracha) que protege el área habitada
inmediata al avanzar ladera abajo del extremo occidental, acabando en un gran
torreón de casi 13 metros
de frente. Esta importante modificación de la segunda mitad del siglo XII parte
de una gran torre desfigurada por la intervención de 1984.
El área poblada abarca dos hectáreas. Estuvo protegida
por una muralla de tapial, con torreones promediados, todo muy mal conservado y
gravemente afectado por un aterrazamiento para repoblación forestal y un
reciente camino de acceso que atraviesa la muralla de la alcazaba.
Servían de apoyo visual al castillo las arruinadas torres
de los Ballesteros y Espe-liz, ambas de planta rectangular. Muchas de las
“atalayas” mencionadas en los Libros de Apeo y Repartimiento (1572-75) deben
ser rábitas, más o menos ligadas al sistema defensivo general.
TRES CASTILLOS DE LA ALPUJARRA. La
llamada Alcazaba de Laujar es una fortaleza de planta rectangular y unos 3.600 m2 , con torres
rectangulares de 8 por 4,5
metros a los lados y más grandes en los ángulos. Propia
del siglo XI, alcanzó cierta relevancia en el siglo XIV. En 1326, el meriní
Utman se apoderó de la fortaleza en apoyo de uno de los contendientes que se
disputaban el trono nazarí, con lo cual aumentó el poder de esta dinastía
magrebí en la zona occidental del reino.
El Castillejo de Beires se sitúa en un cerro amesetado,
inclinado al sur, con amplio dominio visual sobre las tres alquerías próximas. El
recinto amurallado simple muestra una planta sensiblemente rectangular (2.000 m2 ). En su extremo
Norte se levantó un gran baluarte o torreón de unos 11 metros de longitud por
más de siete de anchura. De su extremo occidental partía un largo muro de 31 metros de longitud
acabado en una pequeña torre albarrana que protegería un área habitada
extramuros. Las similitudes con ciertos castillos levantinos tardíos (Aspe,
Alicante) y granadinos (Los Cuajares) podría datar este castillo en la primera
mitad del siglo XIII.
Finaliza nuestro apresurado repaso a las fortificaciones
medievales de la provincia Villavieja, asiento de la antigua población romana y
medieval de Berja y uno de los más importantes despoblados de la provincia.
Se localiza sobre un cerro amesetado que domina toda la
vega, a unos 3 km .
al Sudoeste de la población. El amuralla-miento medieval presenta cierta complejidad
defensiva y cuenta con un reducto fortificado. Los muros son de tapial y cubren
un recorrido de 1300 m .
Tienen un espesor de más de dos metros por siete de altura máxima y no parece
que tuvieran adarve (camino superior) ni almenado. Torreones macizos para
reforzar el encintado quedan dispuestos de trecho en trecho, sin gran
regularidad. A poniente, sobre el camino, los torreones son mayores hasta
prolongarse en una torre albarrana o saliente, que avanza al exterior con un
doble muro. Un gran torreón protege allí mismo la entrada al nacimiento de la Fuente de la Rana.
La diversidad de las estructuras defensivas
La tipología de las fortificaciones fue tan desigual como
las funciones defensivas que debieron cubrir.
Ciudad o alquería
amurallada
Disponer de un buen amurallamiento fue imprescindible
para asegurar el futuro de una ciudad. Las murallas fueron evolucionando.
Añadieron nuevos elementos defensivos, reforzando la entrada, el punto más
débil para la defensa. El mejor ejemplo es el de la ciudad de Almería, pero
hubo otras, mucho más pequeñas, enriscadas en los montes próximos a las zonas
de cultivo, donde se habían refugiado las alquerías para defenderse en tiempos
de desorden e incertidumbre (Villavieja, Berja; Marchena, Huécija-Terque),
hasta que constituyeron la única forma de resistir el acoso fronterizo (El
Castellón, Vélez Rubio, y, sobre todo, Vera la Vieja ).
Castillo roquero
Es un pequeño castillo, con reducida guarnición,
apropiado para la vigilancia estratégica de un territorio o de un camino. Perfectamente
adaptados a la topografía del lugar, fueron reocupados en diversas ocasiones. La
mayor parte de las fortalezas siguen este patrón, como El Castillejo de Beires,
Cádor, Chercos o Bacares.
Es un castillo o alcazaba donde residía el alcaide con su
tropa, rodeado de una muralla en la que vivía la población. Dispuestos a lo
largo de las principales vías de comunicación, sus grandes proporciones y los
elementos puestos en su defensa le permitían resistir asedios prolongados. Fiñana
y, sobre todo, Tabernas son los ejemplos más destacados.
Calahorra
Esta fortaleza desarrollada en época nazari se
caracteriza por la presencia de una gran torre cuadrada, a la que rodea una
muralla de planta rectangular, con torreones en lados y ángulos. Huércal la Vieja y las torres de
Huércal y de Overa siguen el modelo.
Torre de alquería
Como la inseguridad fue en aumento, algunas poblaciones
debieron levantar torres cuadradas, de varias plantas, a las que normalmente se
accedía por la primera altura. Alhabia en Alcudia de Monteagud y la de Santa Fe
de Mondújar son los mejores ejemplos.
Atalaya
Son torres aisladas, de planta circular, provistas de dos
o tres plantas, desde las que se oteaba el paisaje marítimo o terrestre. Las
había también cuadradas y de mayores proporciones, con un aljibe subterráneo
dentro de la misma torre. Ahumadas de noche y espejos de día las ponían en
comunicación entre sí y con una fortaleza principal de la dependía su
aprovisionamiento. En la frontera terrestre, destacan las atalayas de los
cerros Gordo y Pelado, Charche, etc.; en la marítima, la desaparecida de
Torrequebrada (Roquetas).
Más información
CaraB., Lorenzo y Rodríguez López, Juana Ma
Introducción al estudio cmno-tipológico de los castillos
almeñenses, en A. Malpica
Cuello, ed. Castillos y territorio en Al- Andalus.
Atfios-Pergamos, Granada, 1998.
Viguera Molins, Ms José
La organización militar en al-Anáalus.
Revisto de Historia Militar XLV 2001.
W.AA.
Castillos, fortificaciones y defensas
Colecc. Guías de Almería. Territorio, cultura y arte, 4. Almería. Instituto
Estudios Almerienses.
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