viernes, 8 de marzo de 2013

Historia de los musulmanes en al-Ándalus. El ataque vikingo a Sevilla


EL ATAQUE VIKINGO SEVILLA
Margarita Torres Sevilla

vikingship_1A finales de agosto del 844 una flota de ochenta naves fue avistada en las costas de al Andalus. Se trataba de los Nordumâni, los temibles vikingos. Dos meses más tarde, Sevilla ardía en su fuego, sus habitantes eran pasados a cuchillo, violados y convertidos en esclavos.

La pregunta que todos se hicieron. ¿Quiénes eran los vikingos?

Estos temibles guerreros que llegaron por mar, eran un grupo étnico originario de Escandinavia. A su denominación más conocida se unían también las de varegos, rus o normandos. No obstante, la palabra vikingos proviene del vocablo «Wik» -posteriormente cambiado a Vik-, que significa «hombres del norte» u «hombres del mar». Sus ataques y aparición en la escena política europea, ya que hasta entonces no se tenía conocimiento de ellos, dieron inicio en el año 793 con el saqueo del monasterio de Lindisfarne. A partir de ese periodo sus incursiones fueron frecuentes y llegaron a ocupar amplias zonas en Inglaterra, Irlanda y Francia, donde el rey galo entregó el feudo de Normandía a un caudillo vikingo a fin de que mantuviese alejados de sus costas a otros grupos de la misma etnia. Ejercieron una gran influencia en la historio europea y en torno al año 1000 intentaron asentarse también en Norteamérica.

Distintos investigadores dan por extinguida la era vikinga con la caída del último reducto hostil que representaba el rey Horald III el despiadado, muerto el año 1066 en la batalla del puente de Stamford cuando intentaba hacerse con el control del territorio ocupado hoy por la actual Inglaterra.

A finales del año 229 de la hégira (agosto del 844), en las costas occidentales de al Andalus cincuenta y cuatro velas blancas fueron avistadas en el mar enfrente de la ciudad musulmana de Lisboa. Se trataba de los al-Urdumâniyyun, o Nordumâni. Los normandos, piratas vikingos de los que los andalusíes conocían historias, a través de los cristianos norteños y de los comerciantes, aparecían por primera vez ante sus ojos. Habían escuchado relatos que hablaban de ataques despiadados, muertes brutales, y un rastro de sangre a su paso, pero hasta entonces para todos ellos se trataba de cuentos que circulaban de boca en boca. Sin embargo, ahora la realidad se abría paso en Lisboa, donde una de sus escuadras se desplegaba en el puerto dispuesta al combate.

Los cronistas árabes que recogen el más terrible ataque normando contra al Andalus mencionan que el número de sus barcos rondaba los ochenta, de los que cincuenta y cuatro eran de grandes dimensiones y los otros restantes más ligeros. Conocedor de su mala fama, el gobernador de Lisboa, Ibn Hazm, luchó con ellos bravamente, rechazándole después de varios días de encarnizados choques. Apenas las velas desaparecieron en el horizonte, en dirección al sur, Ibn Hazm escribió una carta al emir de Córdoba ‘Abd al­Rahmân, en la que le informaba de estos sucesos y le advertía de la próxima aparición de las bestias del norte, si eran ciertas sus noticias y se disponían a golpear el sur.

En efecto, pasadas catorce noches del mes de Muharram del año 230 de la hégira (finales de septiembre de 844), los vikingos ya se habían apoderado de Qabpil, la Isla Menor, en Cádiz, y remontaban el Guadalquivir dispuestos a saquear y destruir Sevilla y aun la mismísima capital de al Andalus si sus fuerzas se lo permitían. Cuatro naves se separaron de la flota principal, para inspeccionar el territorio hasta la localidad de Coria del Río, donde desembarcaron y dieron muerte a todos sus habitantes a fin de impedir que tuvieran tiempo de advertir a los suyos. El camino hacia su fortuna estaba libre.

Apenas transcurridas tres jornadas desde su desembarco, los normandos decidieron remontar por fin el Guadalquivir hacia Sevilla, conocedores de las riquezas que era fama se albergaban en esta ciudad. Para entonces sus habitantes se disponían a la defensa solos, sin un caudillo militar claro que guiase su ejército, pues el gobernador de la ciudad les había abandonado a su suerte, huyendo a Carmona. Los musulmanes se encontraban, por tanto, a merced del peor de los enemigos.

Advertidos de esta deserción y de la escasa preparación militar de quienes se habían quedado a resistir su ataque, los hombres del norte marcharon con sus naves hasta los arrabales de la ciudad. Desde ellas, aprovechando su ventaja, dispararon sucesivas tandas de flechas contra los sevillanos, hasta romper su cohesión y provocarles el mayor desconcierto y miedo. Conseguido su propósito, abandonaron las embarcaciones para luchar cuerpo a cuerpo con ellos, seguros de su victoria.

La matanza y el saqueo duraron unos siete días. Una semana en la que los más fuertes huyeron, escapando cada uno por su lado, y los más débiles cayeron en las garras de los vikingos. Mujeres, niños y ancianos desvalidos fueron pasados a cuchillo y violados. A algunos de ellos se les perdonó la vida, aunque su destino era también estremecedor: la esclavitud. Sin respetar siquiera lo más sagrado, cargados con el botín y los prisioneros, regresaron a sus naves para volver al seguro campamento de Qabpîl.

No contentos, volvieron a Sevilla en una segunda ocasión, esperando aumentar el número de cautivos entre los desafortunados que regresaran a sus hogares al considerar que los ataques habían cesado. No encontraron más población que un puñado de viejos, que se habían reunido en una mezquita para rezar por los suyos y hacerse fuertes. De nada sirvieron sus oraciones: los normandos tomaron a la fuerza el lugar santo y su sangre bendijo la tierra de aquel lugar que, a partir de entonces, pasó a llamarse “la Mezquita de los Mártires”. Durante casi dos meses camparon totalmente a su antojo, desolando y sembrando el pánico entre los andalusíes. Hasta que, en noviembre, el emir ‘Abd al­Rahmán consiguió movilizar un ejército lo suficientemente fuerte para plantarles cara. Parte de esta tropa, al mando de Ibn Rustum y otros generales, pronto alcanzó la comarca del Aljarafe sevillano, donde en un fustigamiento conjunto de caballería e infantería, consiguieron desconcertar plenamente a sus enemigos. Coordinaba los esfuerzos musulmanes Nasr, favorito del príncipe omeya, quien dispuso una emboscada para terminar de una vez por todas con aquella amenaza.

Mientras algunos de los soldados provocaban con sus escaramuzas a los vikingos en los alrededores de la ciudad, el grueso del ejército andalusí esperaba a que aquellos valientes atrajeran a los normandos a un lugar llamado Tablada, al sur de Sevilla, donde hasta hace poco hubo un aeropuerto militar. Confiados en su notable superioridad numérica y como guerreros, los hombres del norte mordieron el anzuelo y descendieron con sus naves el río Guadalquivir en persecución de aquellos que habían osado provocarles. Al llegar a la aldea de Tejada desembarcaron y el cielo se abatió sobre ellos.

Allí les aguardaba emboscado Ibn Rustum, con el grueso de sus soldados. Apenas los normandos superaron su posición y le ofrecieron la espalda, les salió al encuentro mientras los perseguidos musulmanes detenían su huida para encararse con sus perseguidores. Atrapados entre dos fuegos, los vikingos no pudieron sino luchar por sus propias vidas contra hombres que buscaban venganza por la sangre de los suyos.

Aquella atroz derrota les supuso la mayor de las humillaciones que hasta entonces habían recibido. Sobre el campo de batalla quedaron más de mil cadáveres de normandos, y cerca de cuatrocientos fueron capturados para escarnio de todos. Mientras los supervivientes escapaban profundamente aterrorizados hacia sus naves, abandonando más de treinta embarcaciones en la huida, Ibn Rustum ordenó la decapitación ejemplar de los prisioneros supervivientes a la vista de sus camaradas. El fuego acabó sobre el Guadalquivir con las naves vacías mientras algunas de las cabezas cortadas eran enviadas al emir ‘Abd al-Rahmân y otras, clavadas en picas o en palmeras, permitieron saber a los sevillanos que su sufrimiento había llegado a su fin, que los asesinos de sus seres más queridos ahora les miraban desde las cuencas de sus ojos vacíos.

Ibn Rustum fue premiado, Nasr, favorito del príncipe, encumbrado a lo más alto. Se compusieron poemas en loor de aquella victoria sin igual.

El recuerdo de aquel oscuro episodio no terminó aquí. Las murallas de Sevilla fueron reforzadas y fortificadas, se repararon los daños causados por los normandos en las mezquitas, los baños y las casas. El puñado de hombres del norte que consiguió salvar la vida y escapó por tierra hasta Carmona y Morón, fue arrinconado por Ibn Rustum, que les forzó a rendirse y consiguió su conversión al Islam. Asentados en el valle del Guadalquivir, es fama que se especializaron en la cría de ganado y en la producción de leche y sus derivados y que sus quesos se convirtieron en más que famosos en aquellos tiempos. Años después, en el 859, Sevilla volvió a sufrir un nuevo ataque, que terminó con el incendio de la mezquita de Ibn ‘Addabâs (actual iglesia de San Salvador). La respuesta del emir de al Andalus fue dura y contundente: durante esos mismos años había ordenado la construcción de una flota de guerra capaz de frenar aquella amenaza y no dudaría en enfrentarla con los mejores marinos del Islam a quien se atreviera a atacar Sevilla. Cuentan las crónicas que juró arrasar sus bases y sus tierras del norte si osaban volver a derramar la sangre de un solo andalusí. Aquella advertencia parece que sí caló en el ánimo de los vikingos, pues durante largos años no se documentaron más strandhógg, como llamaban en su lengua a estas campañas de saqueo.

Mientras, al Andalus se poblaba de atalayas y fortalezas en la costa para vigilar el mar y los hijos de aquellos hombres del norte pasaban a engrosar las filas de los servidores de los Omeyas como soldados de élite destinados a proteger al príncipe. Tales medidas consiguieron su fruto, ya que los musulmanes hispanos lograron rechazar los ataques de los vikingos durante el siglo X.

Y al mismo tiempo que los grandes cronistas recogían estos éxitos de las armas musulmanas de Hispania, del valor de los sevillanos, el recuerdo de la derrota quedó en el fondo histórico de la nórdica saga de Ragnar y en el silencio de las restantes fuentes normandas.

UNA CRÓNICA EN VERSO

El ataque de los vikingos a Sevilla quedó reflejado en distintas crónicas de la época en las que se narraban los hechos de armas en los que los musulmanes resultaron vencedores. Entre ellos cabría destacar las descritas en los siguientes versos:

Dicen que han, llegado los normandos,

y yo digo: si quieren, me complace tengan a Nasr;

pues cierto está el lslorn de que sus espadas

protegerán su sagrado y arrancaran el descreimiento:

¡Cuánta víctima infiel fue inmolado por obra de su espada!

Pregunto por Tabladaan los osos y o los buitres.

El poema termina con el recuerdo del final de la batalla:

Su espada cortó las carnes de los normandos,

lo tarde que lo encontraron, como lobos y buitres,

llevándose cabezas enarbolados en lanzos.

¡Qué hermoso espectáculo o los ojos de la gente!

El espanto al escuadrón de Nosr despeja la tierra,

cuando en el dio del estrépito viste de polvo.

LA ERA DE LOS VIKINGOS

Entre los siglos octavo y decimoprimero, la historia de Europa occidental aparece marcada por la huella escandinava. Saqueadores, conquistadores, colonos campesinos, comerciantes de origen mayoritariamente danés y noruego, asolaron las costas, británicas, irlandesas, escocesas, al mismo tiempo que las del Imperio Carolingio o la península Ibérica, por mencionar algunos ejemplos.

La razón o razones que motivaron los primeros ataques otro continúan siendo discutidas por los especialistas, aunque la mayoría admite que el primero fue el del 793 contra el’ monasterio de Lindisfarne, en las costas de Northumberland (Reino Unido) y que su objetivo no era otro sino botín y esclavos.

En el siglo IX, cuando se produce el ataque a las tierras de al Andalus, los vikingos habían conquistado parte de las actuales Inglaterra, Escocia e Irlanda. Durante la décima centuria, los Faeroes,; Islandia y Groenlandia se sumaron a su cultura, pues fueron colonizadas por ellos. Incluso se mencionan en las Sagas, sus cantares de gesta, que algunos héroes llegaron a las costas de una desconocida Vinland, en la que muchos han pretendido reconocer América.

Los monarcas de la dinastía carolingio les cedieron una parte de Francia para que, a cambio de ella, respetasen la paz. Esa tierra se denominó Normandía, y de sus duques nació Guillermo, apodado el Bastardo, que en 1066 se apoderó de Inglaterra, coronándose su rey e’ iniciando una dinastía a la que pertenecieron soberanos tan conocidos corno Ricardo “Corazón de León”.

La presencia normanda alcanzó también Italia, pues en Sicilia y las tierras del sur de la península se creó otro estado, en manos de los descendientes de su conquistador, el aventurero noble Roberto Guiscardo, es decir: el astuto.

Mientras daneses y noruegos dominaban el mar de occidente, los suecos, llamados por los eslavos rus, establecían sus bases comerciales en lo que hoy es Rusia, que recibe su nombra de ellos, asentando unos enclaves a lo largo de esta tierra que unían el Mar Negro con el Báltico. Principados como Kiev o Novgorod nacieron así.

Durante el siglo XI, se convirtieron al cristianismo en su práctica totalidad, incorporándose a la dinámica europea de manera similar al resto de los estados. Pero hasta entonces, su nombre fue sinónimo de muerte y destrucción, hasta tal punto que un monje irlandés del siglo IX dejó para la posteridad escrito: “líbrenos Dios de la riada de enemigos extranjeros y paganos y de las tribulaciones que nos traen”.

LAS TÉCNICAS DE NAVEGACIÓN VIKINGAS

Mucho más que un medio de transporte, los barcos jugaban un papel significado en sus rituales de poder y prestigio. De hecho, reyes y nobles frecuentemente eran enterrados en ellos, tal y como han revelado, además de sus textos y crónicas, las excavaciones arqueológicas, como las emprendidas en Roskilde o en Oseberg.

Estos navíos, de guerra y de transporte, se diseñaban para sobrevivir en la navegación oceánica. Una reconstrucción de los restos del llamado barco de Gokstad, que se conserva en el museo de Bygdóy, cerca de Oslo, coetáneo de los ataques a Sevilla, consiguió superar modernamente la ruta Noruega-Norteamérica a través del Atlántico Norte.

Pero si el navío, con sus proa y popa curvadas, mástil con una sola vela cuadrada, manga ancha y no excesivo calado, se convirtió en el elemento fundamental por el que fueron conocidos los vikingos, la forma en que aprendieron a orientarse en el mar merece una explicación, pues aunque hasta el siglo XII se cree que no se introdujo el compás magnético, estos hombres eran capaces de encontrar su camino desde las brumosas tierras del norte hasta el Mediterráneo. En los últimos años, dos expertos daneses, el capitán de marina Thrislund y el arqueólogo Vebaek, han propuesto un sistema para conseguir tales fines basados en sus conocimientos, técnicos e históricos. Se trataría de un simple compás de sol. El camino seguido por el astro en el cielo, de este a oeste, depende de la latitud del observador y de la estación del año. La única dirección invariable es el cenit solar a mediodía, que llamaremos “sur”. Pues bien, con esta referencia no es complicado mantener el rumbo adecuado en una travesía de pocas jornadas, tal y como demostraron estos expertos.

En una excavación arqueológica en Groenlandia se halló la mitad de un disco de madera datado en el año 1000, que, por las muescas que presenta, estuvo originalmente dividido en treinta y dos marcas o puntos del compás y en cuyo centro se colocaba un gnomon vertical. Para encontrar el rumbo de navegación, el disco rotaba hasta que la sombra del gnomon tocaba la curva apropiada y la demora se asociaba con uno de los cortes. Este hallazgo parece confirmar la teoría de Vebaek y Thrislund.

MÁS INFORMACIÓN

GRAHAM-CAMPBELL, J. (Editor). Cultural Atlas of the Wiking World Oxford,1994.

IBN HAYYAN: Crónica de los emires Alhakam I y Abdarhman II entre los años 796 y 847 (Almugtabis 11 – 1). Zaragoza, 2001. a LEVI PROVENQAL, E.

España musulmana. Hasta la caída del Califato de Córdoba (711-1031) Historia de España, vals. IV y V. MENÉNDEZ PIDAL, R. (Director) Madrid, 1990.

Cabeza de guerrero descubierta en Sigtuna, ciudad fundada en el año 970 y que llegaría a ser sede episcopal. El cabello del hombre representado en la escultura está recogido en un catálogo. Museo Histórico Nacional, Estocolmo.

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