EL ATAQUE VIKINGO SEVILLA
Margarita
Torres Sevilla
A finales de agosto del 844 una flota de ochenta naves
fue avistada en las costas de al Andalus. Se trataba de los Nordumâni, los
temibles vikingos. Dos meses más tarde, Sevilla ardía en su fuego, sus
habitantes eran pasados a cuchillo, violados y convertidos en esclavos.
La pregunta que todos se hicieron. ¿Quiénes eran los
vikingos?
Estos temibles guerreros que llegaron por mar, eran un
grupo étnico originario de Escandinavia. A su denominación más conocida se
unían también las de varegos, rus o normandos. No obstante, la palabra vikingos
proviene del vocablo «Wik» -posteriormente cambiado a Vik-, que significa
«hombres del norte» u «hombres del mar». Sus ataques y aparición en la escena
política europea, ya que hasta entonces no se tenía conocimiento de ellos,
dieron inicio en el año 793 con el saqueo del monasterio de Lindisfarne. A
partir de ese periodo sus incursiones fueron frecuentes y llegaron a ocupar
amplias zonas en Inglaterra, Irlanda y Francia, donde el rey galo entregó el
feudo de Normandía a un caudillo vikingo a fin de que mantuviese alejados de
sus costas a otros grupos de la misma etnia. Ejercieron una gran influencia en
la historio europea y en torno al año 1000 intentaron asentarse también en
Norteamérica.
Distintos investigadores dan por extinguida la era
vikinga con la caída del último reducto hostil que representaba el rey Horald
III el despiadado, muerto el año 1066 en la batalla del puente de Stamford
cuando intentaba hacerse con el control del territorio ocupado hoy por la
actual Inglaterra.
A finales del año 229 de la hégira (agosto del 844), en
las costas occidentales de al Andalus cincuenta y cuatro velas blancas fueron
avistadas en el mar enfrente de la ciudad musulmana de Lisboa. Se trataba de
los al-Urdumâniyyun, o Nordumâni. Los normandos, piratas vikingos de los que
los andalusíes conocían historias, a través de los cristianos norteños y de los
comerciantes, aparecían por primera vez ante sus ojos. Habían escuchado relatos
que hablaban de ataques despiadados, muertes brutales, y un rastro de sangre a
su paso, pero hasta entonces para todos ellos se trataba de cuentos que
circulaban de boca en boca. Sin embargo, ahora la realidad se abría paso en
Lisboa, donde una de sus escuadras se desplegaba en el puerto dispuesta al
combate.
Los cronistas árabes que recogen el más terrible ataque
normando contra al Andalus mencionan que el número de sus barcos rondaba los
ochenta, de los que cincuenta y cuatro eran de grandes dimensiones y los otros
restantes más ligeros. Conocedor de su mala fama, el gobernador de Lisboa, Ibn
Hazm, luchó con ellos bravamente, rechazándole después de varios días de
encarnizados choques. Apenas las velas desaparecieron en el horizonte, en
dirección al sur, Ibn Hazm escribió una carta al emir de Córdoba ‘Abd alRahmân,
en la que le informaba de estos sucesos y le advertía de la próxima aparición
de las bestias del norte, si eran ciertas sus noticias y se disponían a golpear
el sur.
En efecto, pasadas catorce noches del mes de Muharram del
año 230 de la hégira (finales de septiembre de 844), los vikingos ya se habían
apoderado de Qabpil, la
Isla Menor , en Cádiz, y remontaban el Guadalquivir dispuestos
a saquear y destruir Sevilla y aun la mismísima capital de al Andalus si sus
fuerzas se lo permitían. Cuatro naves se separaron de la flota principal, para
inspeccionar el territorio hasta la localidad de Coria del Río, donde
desembarcaron y dieron muerte a todos sus habitantes a fin de impedir que
tuvieran tiempo de advertir a los suyos. El camino hacia su fortuna estaba
libre.
Apenas transcurridas tres jornadas desde su desembarco,
los normandos decidieron remontar por fin el Guadalquivir hacia Sevilla,
conocedores de las riquezas que era fama se albergaban en esta ciudad. Para
entonces sus habitantes se disponían a la defensa solos, sin un caudillo
militar claro que guiase su ejército, pues el gobernador de la ciudad les había
abandonado a su suerte, huyendo a Carmona. Los musulmanes se encontraban, por
tanto, a merced del peor de los enemigos.
Advertidos de esta deserción y de la escasa preparación
militar de quienes se habían quedado a resistir su ataque, los hombres del
norte marcharon con sus naves hasta los arrabales de la ciudad. Desde ellas,
aprovechando su ventaja, dispararon sucesivas tandas de flechas contra los
sevillanos, hasta romper su cohesión y provocarles el mayor desconcierto y
miedo. Conseguido su propósito, abandonaron las embarcaciones para luchar
cuerpo a cuerpo con ellos, seguros de su victoria.
La matanza y el saqueo duraron unos siete días. Una
semana en la que los más fuertes huyeron, escapando cada uno por su lado, y los
más débiles cayeron en las garras de los vikingos. Mujeres, niños y ancianos
desvalidos fueron pasados a cuchillo y violados. A algunos de ellos se les perdonó
la vida, aunque su destino era también estremecedor: la esclavitud. Sin
respetar siquiera lo más sagrado, cargados con el botín y los prisioneros,
regresaron a sus naves para volver al seguro campamento de Qabpîl.
No contentos, volvieron a Sevilla en una segunda ocasión,
esperando aumentar el número de cautivos entre los desafortunados que
regresaran a sus hogares al considerar que los ataques habían cesado. No
encontraron más población que un puñado de viejos, que se habían reunido en una
mezquita para rezar por los suyos y hacerse fuertes. De nada sirvieron sus
oraciones: los normandos tomaron a la fuerza el lugar santo y su sangre bendijo
la tierra de aquel lugar que, a partir de entonces, pasó a llamarse “la Mezquita de los
Mártires”. Durante casi dos meses camparon totalmente a su antojo, desolando y
sembrando el pánico entre los andalusíes. Hasta que, en noviembre, el emir ‘Abd
alRahmán consiguió movilizar un ejército lo suficientemente fuerte para
plantarles cara. Parte de esta tropa, al mando de Ibn Rustum y otros generales,
pronto alcanzó la comarca del Aljarafe sevillano, donde en un fustigamiento
conjunto de caballería e infantería, consiguieron desconcertar plenamente a sus
enemigos. Coordinaba los esfuerzos musulmanes Nasr, favorito del príncipe
omeya, quien dispuso una emboscada para terminar de una vez por todas con
aquella amenaza.
Mientras algunos de los soldados provocaban con sus
escaramuzas a los vikingos en los alrededores de la ciudad, el grueso del
ejército andalusí esperaba a que aquellos valientes atrajeran a los normandos a
un lugar llamado Tablada, al sur de Sevilla, donde hasta hace poco hubo un
aeropuerto militar. Confiados en su notable superioridad numérica y como
guerreros, los hombres del norte mordieron el anzuelo y descendieron con sus
naves el río Guadalquivir en persecución de aquellos que habían osado
provocarles. Al llegar a la aldea de Tejada desembarcaron y el cielo se abatió
sobre ellos.
Allí les aguardaba emboscado Ibn Rustum, con el grueso de
sus soldados. Apenas los normandos superaron su posición y le ofrecieron la
espalda, les salió al encuentro mientras los perseguidos musulmanes detenían su
huida para encararse con sus perseguidores. Atrapados entre dos fuegos, los
vikingos no pudieron sino luchar por sus propias vidas contra hombres que
buscaban venganza por la sangre de los suyos.
Aquella atroz derrota les supuso la mayor de las
humillaciones que hasta entonces habían recibido. Sobre el campo de batalla
quedaron más de mil cadáveres de normandos, y cerca de cuatrocientos fueron
capturados para escarnio de todos. Mientras los supervivientes escapaban
profundamente aterrorizados hacia sus naves, abandonando más de treinta
embarcaciones en la huida, Ibn Rustum ordenó la decapitación ejemplar de los
prisioneros supervivientes a la vista de sus camaradas. El fuego acabó sobre el
Guadalquivir con las naves vacías mientras algunas de las cabezas cortadas eran
enviadas al emir ‘Abd al-Rahmân y otras, clavadas en picas o en palmeras,
permitieron saber a los sevillanos que su sufrimiento había llegado a su fin,
que los asesinos de sus seres más queridos ahora les miraban desde las cuencas
de sus ojos vacíos.
Ibn Rustum fue premiado, Nasr, favorito del príncipe,
encumbrado a lo más alto. Se compusieron poemas en loor de aquella victoria sin
igual.
El recuerdo de aquel oscuro episodio no terminó aquí. Las
murallas de Sevilla fueron reforzadas y fortificadas, se repararon los daños
causados por los normandos en las mezquitas, los baños y las casas. El puñado
de hombres del norte que consiguió salvar la vida y escapó por tierra hasta
Carmona y Morón, fue arrinconado por Ibn Rustum, que les forzó a rendirse y
consiguió su conversión al Islam. Asentados en el valle del Guadalquivir, es
fama que se especializaron en la cría de ganado y en la producción de leche y
sus derivados y que sus quesos se convirtieron en más que famosos en aquellos
tiempos. Años después, en el 859, Sevilla volvió a sufrir un nuevo ataque, que
terminó con el incendio de la mezquita de Ibn ‘Addabâs (actual iglesia de San
Salvador). La respuesta del emir de al Andalus fue dura y contundente: durante
esos mismos años había ordenado la construcción de una flota de guerra capaz de
frenar aquella amenaza y no dudaría en enfrentarla con los mejores marinos del
Islam a quien se atreviera a atacar Sevilla. Cuentan las crónicas que juró
arrasar sus bases y sus tierras del norte si osaban volver a derramar la sangre
de un solo andalusí. Aquella advertencia parece que sí caló en el ánimo de los
vikingos, pues durante largos años no se documentaron más strandhógg, como
llamaban en su lengua a estas campañas de saqueo.
Mientras, al Andalus se poblaba de atalayas y fortalezas
en la costa para vigilar el mar y los hijos de aquellos hombres del norte
pasaban a engrosar las filas de los servidores de los Omeyas como soldados de
élite destinados a proteger al príncipe. Tales medidas consiguieron su fruto,
ya que los musulmanes hispanos lograron rechazar los ataques de los vikingos
durante el siglo X.
Y al mismo tiempo que los grandes cronistas recogían
estos éxitos de las armas musulmanas de Hispania, del valor de los sevillanos,
el recuerdo de la derrota quedó en el fondo histórico de la nórdica saga de
Ragnar y en el silencio de las restantes fuentes normandas.
UNA CRÓNICA EN VERSO
El ataque de los vikingos a Sevilla quedó reflejado en
distintas crónicas de la época en las que se narraban los hechos de armas en
los que los musulmanes resultaron vencedores. Entre ellos cabría destacar las
descritas en los siguientes versos:
Dicen que han, llegado los normandos,
y yo digo: si quieren, me complace tengan a Nasr;
pues cierto está el lslorn de que sus espadas
protegerán su sagrado y arrancaran el descreimiento:
¡Cuánta víctima infiel fue inmolado por obra de su
espada!
Pregunto por Tabladaan los osos y o los buitres.
El poema termina con el recuerdo del final de la batalla:
Su espada cortó las carnes de los normandos,
lo tarde que lo encontraron, como lobos y buitres,
llevándose cabezas enarbolados en lanzos.
¡Qué hermoso espectáculo o los ojos de la gente!
El espanto al escuadrón de Nosr despeja la tierra,
cuando en el dio del estrépito viste de polvo.
Entre los siglos octavo y decimoprimero, la historia de
Europa occidental aparece marcada por la huella escandinava. Saqueadores,
conquistadores, colonos campesinos, comerciantes de origen mayoritariamente
danés y noruego, asolaron las costas, británicas, irlandesas, escocesas, al
mismo tiempo que las del Imperio Carolingio o la península Ibérica, por
mencionar algunos ejemplos.
La razón o razones que motivaron los primeros ataques
otro continúan siendo discutidas por los especialistas, aunque la mayoría
admite que el primero fue el del 793 contra el’ monasterio de Lindisfarne, en
las costas de Northumberland (Reino Unido) y que su objetivo no era otro sino
botín y esclavos.
En el siglo IX, cuando se produce el ataque a las tierras
de al Andalus, los vikingos habían conquistado parte de las actuales
Inglaterra, Escocia e Irlanda. Durante la décima centuria, los Faeroes,;
Islandia y Groenlandia se sumaron a su cultura, pues fueron colonizadas por
ellos. Incluso se mencionan en las Sagas, sus cantares de gesta, que algunos
héroes llegaron a las costas de una desconocida Vinland, en la que muchos han
pretendido reconocer América.
Los monarcas de la dinastía carolingio les cedieron una
parte de Francia para que, a cambio de ella, respetasen la paz. Esa tierra se
denominó Normandía, y de sus duques nació Guillermo, apodado el Bastardo, que
en 1066 se apoderó de Inglaterra, coronándose su rey e’ iniciando una dinastía
a la que pertenecieron soberanos tan conocidos corno Ricardo “Corazón de León”.
La presencia normanda alcanzó también Italia, pues en
Sicilia y las tierras del sur de la península se creó otro estado, en manos de
los descendientes de su conquistador, el aventurero noble Roberto Guiscardo, es
decir: el astuto.
Mientras daneses y noruegos dominaban el mar de
occidente, los suecos, llamados por los eslavos rus, establecían sus bases
comerciales en lo que hoy es Rusia, que recibe su nombra de ellos, asentando
unos enclaves a lo largo de esta tierra que unían el Mar Negro con el Báltico. Principados como Kiev o Novgorod nacieron así.
Durante el siglo XI, se convirtieron al cristianismo en
su práctica totalidad, incorporándose a la dinámica europea de manera similar
al resto de los estados. Pero hasta entonces, su nombre fue sinónimo de muerte
y destrucción, hasta tal punto que un monje irlandés del siglo IX dejó para la
posteridad escrito: “líbrenos Dios de la riada de enemigos extranjeros y
paganos y de las tribulaciones que nos traen”.
LAS TÉCNICAS DE NAVEGACIÓN VIKINGAS
Mucho más que un medio de transporte, los barcos jugaban
un papel significado en sus rituales de poder y prestigio. De hecho, reyes y
nobles frecuentemente eran enterrados en ellos, tal y como han revelado, además
de sus textos y crónicas, las excavaciones arqueológicas, como las emprendidas
en Roskilde o en Oseberg.
Estos navíos, de guerra y de transporte, se diseñaban
para sobrevivir en la navegación oceánica. Una reconstrucción de los restos del
llamado barco de Gokstad, que se conserva en el museo de Bygdóy, cerca de Oslo,
coetáneo de los ataques a Sevilla, consiguió superar modernamente la ruta
Noruega-Norteamérica a través del Atlántico Norte.
Pero si el navío, con sus proa y popa curvadas, mástil
con una sola vela cuadrada, manga ancha y no excesivo calado, se convirtió en
el elemento fundamental por el que fueron conocidos los vikingos, la forma en
que aprendieron a orientarse en el mar merece una explicación, pues aunque
hasta el siglo XII se cree que no se introdujo el compás magnético, estos
hombres eran capaces de encontrar su camino desde las brumosas tierras del
norte hasta el Mediterráneo. En los últimos años, dos expertos daneses, el
capitán de marina Thrislund y el arqueólogo Vebaek, han propuesto un sistema
para conseguir tales fines basados en sus conocimientos, técnicos e históricos.
Se trataría de un simple compás de sol. El camino seguido por el astro en el
cielo, de este a oeste, depende de la latitud del observador y de la estación
del año. La única dirección invariable es el cenit solar a mediodía, que
llamaremos “sur”. Pues bien, con esta referencia no es complicado mantener el
rumbo adecuado en una travesía de pocas jornadas, tal y como demostraron estos
expertos.
En una excavación arqueológica en Groenlandia se halló la
mitad de un disco de madera datado en el año 1000, que, por las muescas que presenta,
estuvo originalmente dividido en treinta y dos marcas o puntos del compás y en
cuyo centro se colocaba un gnomon vertical. Para encontrar el rumbo de
navegación, el disco rotaba hasta que la sombra del gnomon tocaba la curva
apropiada y la demora se asociaba con uno de los cortes. Este hallazgo parece
confirmar la teoría de Vebaek y Thrislund.
MÁS INFORMACIÓN
GRAHAM-CAMPBELL, J. (Editor). Cultural Atlas of the Wiking
World Oxford ,1994.
IBN HAYYAN: Crónica de los emires Alhakam I y Abdarhman
II entre los años 796 y 847 (Almugtabis 11 – 1). Zaragoza, 2001. a LEVI PROVENQAL, E.
España musulmana. Hasta la caída del Califato de Córdoba
(711-1031) Historia de España, vals. IV y V. MENÉNDEZ PIDAL, R. (Director)
Madrid, 1990.
Cabeza de guerrero descubierta en Sigtuna, ciudad fundada
en el año 970 y que llegaría a ser sede episcopal. El cabello del hombre
representado en la escultura está recogido en un catálogo. Museo Histórico
Nacional, Estocolmo.
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