EL CONSUMO DEL VINO EN AL-ÁNDALUS
El vino ha sido siempre no sólo
elemento identificativo de la alimentación musulmana, sino también símbolo de
la diferenciación de esta cultura respecto a todas las demás. Las fuentes
inciden, en primer lugar, en el hecho de la preocupación recurrente por el
tema, especialmente, y como cabía esperar, durante el período almohade. Existe
una lucha ardua y constante por evitar su consumo entre todos los grupos
sociales, hecho que indica claramente que estaba no sólo muy extendido, sino
también muy arraigado en esta sociedad. Efectivamente, en el ámbito
mediterráneo, conformado por la cultura greco-latina, beber vino es tan antiguo
como la misma civilización a la que representa, por lo que en esta zona su
supresión no sería nada fácil. Ahora bien, lo que nosotros queremos destacar es
que su consumo estaba muy generalizado entre el conjunto de la población y que
este tema es reflejo claro de la política ideológica llevada a cabo por la
cronística de estos siglos.
1.- Vino e Ideología historiográfica.
A) ¿Cuál es esta política
ideológica?
Para dilucidarlo nos hemos
servido de la realización de un doble análisis. Primeramente, hemos examinado
las referencias sobre el vino y hemos intentado combinarlas con las
apreciaciones que se dan o deducen de bebedores/borrachos y abstemios. El
resultado es que no hay una relación directa entre el que un personaje sea
borracho y se tenga una valoración negativa del mismo, o que la abstención
siempre vaya aparejada de positividad; con todo, un examen inverso demuestra
que no se elogia a un ebrio o se habla mal de un abstinente. Un sólo caso,
referido al heredero de Almanzor, Ab-cAmir MuHammad, contradice esta
afirmación: «Pese a que estaba dominado por el vino (nabid) y se ahogaba en los
placeres, temía a su Señor y lloraba sus faltas; amaba a los hombres santos,
solicitaba sus invocaciones y daba generosa recompensa a quien le guiaba a
ellos» (BAYAN.TAIF). Se trata de la excepción que confirma la regla. Es verdad
que en algunas ocasiones puede inferirse una opinión positiva del vino,
apoyada, pensamos, en concepciones médicas que evidencian sus cualidades como
correctivo o de que un uso moderado estimula la mente, si bien también se
recoge la perentoriedad de sus efectos.
En segundo lugar, nos hemos
valido de un estudio semiótico de los datos proporcionados por algunos
episodios (Véase cuadro número 2). En este apartado, procedimos primero a
interpretar en negativo los atributos asignados a la abstinencia. Así, el vino
es malo porque no se identifica con la virtud en general, porque no permite el
control de las pasiones, ni la continencia, ni el respeto de la ley, ni la
rectitud, porque no eleva el espíritu, porque elimina el temor de Dios,
favorece la frivolidad, la falta de castidad y de pureza. Analizamos luego las
deducciones efectuadas sobre los episodios de crítica de este producto, las
cuales consintieron comprobar que, efectivamente, éste se opone a la existencia
de una vida recta, a espiritualidad, a orden social y político, a seriedad, a
castidad, a gobierno, a control personal. Los resultados son, pues,
coincidentes: el vino es malo intrínsecamente, porque cualquier forma en que
sea consumido, se produzcan o no excesos, tiene consecuencias sobre la moral,
sobre su capacidad de reacción y de gobierno, sobre la respetabilidad. Si todo
lo reducimos a pocas palabras, beber vino es pecado porque desobedece una
prohibición religiosa, y no está permitido porque es la ruina de la persona y
del gobernante.
En conclusión, todo es el
resultado de un programa ideológico bien estructurado en el que la prescripción
coránica es una excusa y el control de las riendas del poder el verdadero
móvil. Y ello se hace, sin embargo, de una manera bastante sutil. No se insiste
tanto en el incumplimiento de un mandamiento de la Ley de Dios, sino que, el
consumo de vino se asocia a una serie de consideraciones negativas, a
calamidades, a episodios de muerte y de crítica, a personas cuyo ejemplo de
vida no es muy recomendable, mientras que la abstinencia se une a aquéllas que
llevaban una existencia modélica desde el punto de vista moral o religioso
(Véase cuadro número 1); además, aparecen multitud de casos en los que muchos
actos condenables tienen como origen o como compañía el vino, o los que beberlo
es la ruina del que lo toma, o de otros en los que es un medio de engaño con el
que se cometen malas acciones.
B) ¿Qué fin tiene esta política
ideológica?
En toda esta exposición subyace
una visión del mundo en la que nada ocurre de manera aislada, en la que nada de
lo que sucede es gratuito. Recordemos ahora los condicionantes a los que se
veían sometidos los hombres que tenían en sus manos las riendas del poder -pues
son ellos los protagonistas de las obras consultadas-, las innovaciones
religiosas y sociales que afectaron en esta época a al-Andalus, la
restructuración social que se intentó llevar a cabo, las dificultades y
rebeliones que conllevó, el avance cada vez más poderoso de los reinos
cristianos, las tormentosas relaciones entre los diferentes reinos del Magreb,
tan inmersos en estos siglos en la política andalusí. ¿Cómo va a extrañar que
sean estos valores los que primen si hacían falta hombres que hicieran frente a
todo ello con decisión? ¿Cómo no incidir en los elementos negativos, si
producen aquello que se quiere evitar?
Pero no sabemos si estas
conclusiones se corresponden o no con la realidad, por lo que nos hemos servido
del magnífico trabajo de J. Sadan. Valiéndose también del estudio semiótico y
semántico de los datos que proporcionan diferentes textos coránicos primitivos,
así como otros pertenecientes a la literatura laica y religiosa de la época
cabbasi, afirma que el vino se halla indisolublemente ligado a: libertinaje,
pecado, impudicia, desprecio, depravación, adulterio, exceso, juego, placeres,
lenguaje malicioso, herejía, infidelidad a la fe, música, humor, etc. (SADAN,
1977). Encontramos de nuevo el mismo tipo de vicios/placeres que describen
nuestras fuentes, a pesar de la diferencia temporal y de género en las que son
recogidos. Si la imagen que dan sobre el vino las crónicas es heredada -como
parece-, y no responde a condiciones concretas de la época en la que fueron
redactadas estaríamos frente a una aparente contradicción con lo dicho al
principio de estas páginas. ¿Cómo explicar este hecho? Quizás sea inapropiado
el enfoque del problema. Tal vez lo importante sea que este retomar tópicos ya
conocidos tenga una finalidad concreta dentro de la narración. Y este fin es el
arriba mencionado. En un momento en el que la abstinencia de vino se había
convertido en una cuestión identificativa del nuevo orden político, la
historiografía, en tanto que instrumento ideológico, intentó "vender"
un modelo de hombre y gobernante ideal, y ¿qué mejor que el mismo Profeta y los
primeros califas, todos abstemios? Este mecanismo se acentuó con el pasar del
tiempo, no sólo por la caída del imperio almohade, sino también por la crisis
del Islam peninsular -por motivos internos y externos- que llevó aparejada una
transformación de los valores personales.
2.- Generalización del consumo de vino.
A) ¿Qué podemos deducir del
análisis de la información disponible?
Los elementos que autorizan a
hablar de la extensión del consumo de vino en los períodos almohade y nazarí
son muchos y variados, por lo que vamos a realizar un breve repaso de los
mismos.
Las formas en que era condenado
el uso de vino afectaban a todas las clases sociales, si bien los castigos que
sufrían los miembros de la élite gobernante parece que eran más drásticos,
debido a que serían ellos el espejo moral en el que tendía a reflejarse el
resto de la sociedad. Se citan casos de destitución de herederos al trono e
incluso de un califa, o deposición de algunos cargos, si bien otras veces no se
especifican las sanciones. Las medidas de carácter popular fueron, en los
primeros años de la expansión almohade, derramar todas las bebidas alcohólicas,
golpear a los bebedores, devastación de lugares donde se despachaba
habitualmente, como los murus que eran silos de grano subterráneos abandonados,
donde se habían instalado personas de mala vida y en donde circulaba el alcohol
(MOLINA, 1983). El sultán magrebí Abu-l-Hasan permitió a los cristianos sólo el
vino que éstos podían consumir, imponiendo penas a aquéllos que lo facilitaran
a los musulmanes, y suprimió los intereses obtenidos de los murus, que eran
impuestos que gravaban la venta ilegal de vino a los islamitas: ello manifiesta
una vez más la doble moral imperante. Esta intervención light, demuestra que no
se intentó erradicar el comercio ni el consumo de manera seria; de este modo,
cuando Al-Hakam II se decidió a atajar el problema desde la raíz, arrancando
las vides, sus propios consejeros le indicaron que era inútil, ya que se podían
hacer bebidas embriagadoras de otras plantas. Aunque no se afirme
explícitamente que éste era el fin, también el monarca cubaydí Mansur al-Hakim
(996-1021), llevó a cabo una acción de choque: impidió vender dátiles, uvas y
pasas, y procedió a la destrucción de muchos viñedos, pero se trata de una caso
aislado. Nada se dice de cuál era el castigo de los bebedores y borrachos,
algunos de los cuales fueron incluso llevados a juicio.
Por otra parte, son recurrentes y
repetitivas las medidas punitivas de los soberanos almohades cada vez que
llegan al trono, indicio claro de que la prohibición no era respetada. Además,
no fueron pocos los medios que se buscaron para transgredirla. Así, el arrope,
primero permitido, debido a su color, fue utilizado para encubrir al vino, por
lo que finalmente tuvo que ser vedado. Asimismo, la licitud de otras bebidas alcohólicas
(16) habla también de la endebles del precepto; se trata de una política, que
podríamos llamar "puritana" e hipócrita: «formas exteriores de la
ortodoxia» (BOLENS, 1990), que hicieron del cumplimiento de la prescripción una
cuestión meramente legalista.
Parece, pues, claro que hubo un
consumo generalizado de vino entre todas las clases sociales, y extendido a lo
largo de toda la época estudiada, con un lapsus represivo a partir de la etapa
almohade, que haría quizás disminuir su uso. Ahora bien, la información que
ofrecen nuestras fuentes podría no responder a la verdad, por lo que vamos a
detenernos a hacer algunas reflexiones más. Empleemos el sentido común. Si el
éxito de la política almohade hubiera sido importante o siquiera real, sin
lugar a dudas las crónicas, en especial las nazaríes, lo habrían recogido, ya
que la historiografía es, por definición, instrumento de expresión de la clase
dirigente. Pero, no encontramos testimonios de este tipo, al revés, abundan
aquéllos que hacen pensar en todo lo contrario, en los obstáculos hallados para
imponer una normativa dietética religiosa poco seguida.
Las conclusiones ofrecidas por
otro tipo de obras apuntan en el mismo sentido. Recordemos, ante todo, la
información recogida en algunos libros de hisba, tales como los de al-Saqati,
del primer cuarto del XIII, o el de al-Yarsifi, de principios del XIV, los
cuales se hacen eco de la venta de vino y de la imposibilidad por eliminarla.
Los Uryuza de Ibn Azraq evidencian también, aunque sea vagamente, la alta
valoración que siente el autor por el vino (GARCÍA SÁNCHEZ, 1980). En nuestra
ayuda viene también la Risala
de Saqundi, escrita en los años inmediatamente anteriores a la etapa nazarí, en
la que -dando un margen de exageración propio de este género- cuenta que entre
las maravillas de la ciudad de Sevilla está la ribera del río, donde la gente
se divierte de manera alegre escuchando música y tomando vino, «cosa que no hay
nadie que repruebe o critique, mientras la borrachera no degenere en querellas
y pendencias» (RISALA). En este mismo sentido apuntan las apreciaciones
contenidas en los tratados médico-dietéticos de esos siglos, como por ejemplo
el Tratado de Alimentos de Ibn Zuhr o el Libro de Higiene de Ibn al-Jatib.
Para terminar, la mayoría de los
investigadores que se han ocupado del tema, coinciden en señalar un consumo
generalizado entre la población musulmana, si bien algunos no diferencian
períodos. Al inicio de la década de los 60, Claudio Sánchez-Albornoz concluía
que al menos entre la nobleza era un producto habitual (SÁNCHEZ ALBORNOZ, 1962:
I, págs. 467-473). El hispanista Evariste Lévi-Provençal hablaba de que, al
menos en las épocas omeya y taifa, todas las clases sociales consumían vino, y
que, a pesar del rigorismo de algunos alfaquíes, éste se podía encontrar en
todas las tabernas, ya fueran clandestinas o toleradas (LÉVI-PROVENÇAL, 1965:
pág. 159). Rachel Arié, reproduciendo lo dicho por su maestro, añade que se
reduciría su uso a partir del dominio de las dinastías beréberes (ARIÉ,
1974-1975: págs. 305-306; ARIÉ, 1982: pág. 287). Manuel Espadas Burgos afirma
que el consumo de vino no estaba muy extendido aunque nunca fue nunca un
problema para los hispanomusulmanes, tal como demostraría el que tras la conversión
se hiciese patente su inclinación a la bebida (ESPADAS BURGOS, 1975: págs. 540
y 550). Joaquín Vallvé indica que la mayor parte de la producción de vid del
territorio andalusí se destinaba a la preparación de diferentes tipos de
arrope, mosto y vinos mezclados (VALLVÉ, 1982: págs. 290-292). Los trabajos más
recientes inciden en el mismo sentido (BOLENS, 1990; LÓPEZ HITA, 1994; MARTÍN,
1994).
B) ¿Cuál es el motivo básico que
explicaría la facilidad con la que se transgredió la ley coránica sobre el vino
en al-Andalus?
Si dejamos de lado la cuestión de
la pertenencia a la cultura mediterránea, vemos que el hecho fundamental es la
debilidad inherente a la prohibición del vino -la misma que aqueja al conjunto
de la normativa alimentaria de cualquier Fe-. En efecto, ésta nació marcada por
la imprecisión. En las primeras revelaciones al Profeta el vino aparece como
uno de los regalos de Dios a la humanidad (sura XVI, 69/67), y es, junto a la
leche y la miel, uno de los placeres que se pueden hallar en el Paraíso (sura
XLVII, 16/15). Sin embargo, las sucesivas revelaciones fueron cambiando:
primero, junto a las virtudes, se destacan las desventajas que lo acompañan
(sura II, 216/219), luego se recomienda que los borrachos no vayan a la
mezquita a rezar (sura IV, 46/43); y ya en la sura V, 92/90 el vino, los
ídolos, el juego y la adivinación son consideradas manifestaciones satánicas,
por lo que son vedados. No menos turbulenta es la historia de las digresiones a
las que dieron lugar los actos y dichos de Muhammad. Así, las escuelas
jurídicas se afanaron primero en dilucidar cuál era el vino al que hacía
referencia el Profeta y luego cuáles eran las bebidas lícitas e ilícitas; pero
lo poco explícito e incluso contradictorio de algunos hadits no hacía fácil la
tarea de distinguirlas, quizás porque una de los principales dificultades era
conseguir evitar la fermentación de muchas de ellas (17). En cualquier caso,
hubo escuelas que rechazaron totalmente todas las bebidas, otras que toleraron
algunas, y otras, incluso, que abogaron por la aceptación del vino de uva.
Nada como un texto para ilustrar
todo lo que estamos diciendo. Se trata de la conversación mantenida en el sigo
XII por Abu Hamid el Granadino con el rey de los húngaros, en la que
comprobamos una vez más que las razones que un hombre de cultura media-alta
podía aducir tenían poco peso:
«Cuando se enteró de que yo había
prohibido a los musulmanes beber vino y les había permitido tener esclavas
concubinas, a más de cuatro esposas legítimas, dijo: «Eso no es cosa razonable,
porque el vino da fuerza al cuerpo, y, en cambio, la abundancia de mujeres
debilita el cuerpo y la vista. La religión del Islam no está de acuerdo con la
razón». Yo dije entonces al trujamán: «-Di al rey: La ley religiosa de los musulmanes
no es como la de los cristianos. El cristiano bebe vino en las comidas en vez
de agua, sin embriagarse, y eso aumenta sus fuerzas. En cambio, el musulmán que
bebe vino no busca sino embriagarse hasta el máximo, pierde la razón, se vuelve
loco, comete adulterio, mata, dice y hace impiedades, no tiene nada bueno,
entrega sus armas y su caballo y dilapida cuanto tiene, sólo para buscar su
placer. Y, como los musulmanes son aquí tus soldados, si les mandases salir de
campaña, no tendrían caballo, ni armas, ni dinero, porque todo lo habrían
perdido con la bebida, y tú, al saberlo, o habrías de matarlos, o golpearlos, o
expulsarlos, o darles nuevos caballos y armas, que estropearían igualmente. Por
lo que respecta a las esclavas concubinas y a las mujeres legítimas, a los
musulmanes les conviene la poligamia a causa del ardor de su temperamento.
Además, puesto que forman tu ejército, cuantos más hijos tengan, más serán tus
soldados». Dijo entonces el rey; «-Escuchad a este jeque, que es hombre muy
sensato, casaos cuantas veces quisiereis y no le contradigáis». De esta suerte,
aquel rey, que amaba a los musulmanes, se desentendió de los sacerdotes
cristianos y permitió que se tuviesen esclavas concubinas» (HAMID-1).
Se pueden encontrar otro tipo de
explicaciones más elaboradas. El profesor Sadan cuenta que los árabes antiguos,
es decir, los verdaderos nómadas, no eran grandes bebedores de vino ni tampoco
ignorantes en la materia, por ello su actitud fue interpretada por la
literatura religiosa y laica posterior de manera subjetiva. Así, en los
primeros tiempos, al hablar del mundo musulmán en el sentido de Islam, el vino
se asimiló a la yahiliyya (paganismo), mientras que la leche era considerada la
auténtica bebida de los hijos del Allah; pero luego se invirtieron los términos
y cuando la cultura musulmana se mostraba como heredera de otras muchas
sedentarias, beber vino se identificó con "civilización". En
realidad, a medida que se mitigaba la crítica del vino y se cuestionaba el
precepto -al menos de gran parte de las bebidas alcohólicas- se estaba
asistiendo a un proceso de aculturación derivado de la sedentarización de los
pueblos árabes y del deterioro de la supremacía de los valores adquiridos de
los antiguos, ridiculizando su primitivismo y lo "rústico" de su
evolución social (SADAN, 1977). Si cambiamos de paisaje y aplicamos estas
nociones al ámbito hispánico, tenemos que la historiografía consultada fue
redactada entre los siglos XII-XV, es decir en una etapa en la que en la Península Ibérica
ya se habían asentado los grupos no autóctonos que participaron en la
conquista, hecho que tiene su mayor reflejo en la época califal, donde estaba
generalizado el consumo de vino; luego llegan años menos tranquilos para el
"Estado", pero no hay novedades hasta que almorávides y almohades,
procedentes de un medio nómada, ponen de nuevo sobre la mesa el tema del veto
del vino, si bien una vez que se establecen las aguas vuelven a su cauce y esta
imposición, aunque sólo sea formalmente, deja otra vez de ser acatada incluso
por aquéllos que eran o debían ser sus garantes.
Estamos ante una exposición un
tanto artificial, ya que la oposición nómada-sedentario es un tanto simplista,
pues no existen poblaciones totalmente "puras", sin embargo es
posible que la impronta nómada, pasada por el tamiz de la religión predicada
por Ibn Tumart, influyera en el la política con la que los hombres del período
almohade y nazarí se enfrentaban al consumo del vino.
El parangón entre Al-Andalus y
Castilla
Partimos de la base de que la normativa
dietético-religiosa es más determinante en la alimentación árabe que en la
cristiana. A pesar de que los principios distintivos de ambas coinciden en la
importancia dada a los ayunos obligatorios y a la abstinencia de ciertos
alimentos, y de que en los dos casos eran muy respetados, es igualmente cierto
que Roma permitía la distensión de la regla a través de la compraventa de bulas
que eximían del cumplimiento de algunos deberes, quizás aquéllos más
"dolorosos", de la prescripción.
En el solar hispánico, en la
historiografía castellana y andalusí, la consideración del vino es muy similar,
observándose una casi total concordancia en lo referente a las apreciaciones
negativas a él adheridas. De este modo, los grandes bebedores suelen ser
personas que conducen su vida de forma anárquica, mientras que los abstemios se
asocian a aquéllas que viven pacíficamente y ejercen la templanza; el abuso en
el uso produce la ruina moral, espiritual y física de la persona, y, por ello,
la aparición de comportamientos contra el orden social establecido:
desobediencia, transgresión de las normas, rebelión, desórdenes, de ahí la
crítica hacia los gobernantes que lo consumen. Igualmente, en las dos se
establece una estrecha conexión, en una vía de dos sentidos, entre vino-lujuria-sexo,
y una relación inversamente proporcional entre éstos y una vida espiritual y
religiosa.
Los puntos diferenciadores son
precisamente los más influidos por la cultura religiosa de las respectivas
fuentes. Mientras dentro del cristianismo el vino estaba cargado de
positividad, al ser -junto al pan- elemento fundamental de la liturgia
cristiana, el símbolo del establecimiento de la Nueva Alianza entre
Dios y su pueblo, en el Islam es una de las manifestaciones de Satán sobre la
tierra.
Un ejemplo aparte lo constituye
la evaluación ofrecida por el pensamiento y práctica médicas imperantes. Como
sabemos, fue la ciencia árabe medieval la transmisora de los principios médicos
clásicos a la sociedad cristiana, por lo que las características básicas de la
apreciación del vino son muy parecidas en los dos mundos. Así, la vemos como
una bebida que, tomada moderadamente, era un potente estimulante físico y
anímico, un sustitutivo del agua -en estos siglos no muy salubre-, y por ello
recomendable en la recuperación de personas débiles y enfermas. Por supuesto,
junto a los beneficios, los tratados médicos también recogen las consecuencias
dañinas de las bebidas alcohólicas, incluido el vino (18). Como quiera que sea,
las cualidades positivas que en estos trabajos se pueden descubrir son
olvidados, obviamente, por historiografía hispanomusulmana.
En resumen, mientras la
cronística andalusí refleja sobre todo el aspecto socializador, la castellana
posee una concepción más compleja en la que se mezclan valores lúdicos,
alimentarios y religiosos. Ello podríamos explicarlo basándonos en que la Castilla bajomedieval es
un punto de difícil equilibrio entre la cultura laico-religiosa y la
monástico-religiosa; del juego de ambas depende el predominio de unos valores u
otros. Al contrario, en al-Andalus, la figura-símbolo del Profeta, guerrero y
hombre religioso, aúna todos estos principios bajo el signo dominante de la Fe , por lo que no se evidencia
oscilación alguna entre éstos.
Sitios web relacionados ...
http://www.teleline.es/personal/tdcastro/personal/tdcastro/Home.htm
http://www.geocities.com/CollegePark/Field/4664
Códigos alimentarios en Al-Andalus
http://www.geocities.com/CollegePark/Field/4664/Marhaba.htm
Teresa de Castro (Universidad de Granada) Proyecto Clío
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