jueves, 16 de agosto de 2018

AL-GHASAL, EL DIPLOMATICO ANDALUSÍ ENVIADO A NEGOCIAR CON LOS VIKINGOS TRAS EL SAQUEO DE SEVILLA, ¿AMIGOS O ENEMIGOS?


entre rubios
Al-Ghazal, el diplomático andalusí enviado a negociar con los vikingos tras el saqueo de Sevilla, ¿Amigos o enemigos?

El embajador era un tipo alto, bien parecido, inteligente y muy perspicaz. De Jaén, para más señas. Pese a tener cincuenta años, edad avanzada para aquellos tiempos, era capaz de montar a caballo y disparar con el arco mejor que muchos jóvenes. Además, su ingenio, sabiduría y pasión habían hecho de él uno de los mejores poetas de Córdoba. Años antes el emir Abderramán II, conociendo sus habilidades y destrezas, le envió a una misión similar ante el emperador bizantino Teófilo y fue tal su éxito que, para muchos, sentó las bases de las relaciones entre los dos extremos del Mediterráneo durante los cincuenta años siguientes. Poeta, sabio y gran embajador ¿quién mejor que él para conocer la lejana corte de los “madjus”, los paganos adoradores del fuego que ahora enviaban un emisario a Córdoba
En diciembre del año 844 partió desde Al-Andalus Yahia ibn-Hakam el Bekri al Djayani, conocido como Al-Ghazal, “la gacela”, embajador especial de Abderramán II ante el rey de los westfaldingi, los temibles vikingos que habían arrasado Sevilla unos pocos meses antes. Su misión era una apuesta tanto militar como comercial del emir andalusí, a fin de cuentas, esos gigantones de pelo rubio habían saqueado y robado sin contemplaciones de ningún tipo. Eran peligrosos, sí, pero también podían ser muy útiles para el Al-Andalus. Los vikingos eran a ojos de los cordobeses unos inesperados posibles aliados ya que, pese a la distancia que les separaba, ambos pueblos tenían un magnífico pero decante enemigo común: el Imperio Carolingio. Y, además, existía otro asunto importante: la posibilidad de crear una nueva ruta comercial en el Atlántico entre las tierras del norte y la rica y próspera Hispania musulmana . Así que cuando se presentó en Córdoba un embajador rubio y fortachón, lo más sabio y prudente era tratarle benévolamente y responder a su ofrecimiento con uno similar: enviar un hombre de confianza para que fuese capaz de abrir una novedosa y única vía de comunicación con aquellos norteños tan peculiares. Y Al-Ghazal era el hombre adecuado.
No queda claro el origen exacto de los vikingos que conoció Abderramán II. Algunos historiadores se inclinan por pensar que eran noruegos, conocidos como “westfaldingi de Vestfold”,  siendo Turgeis su príncipe. Sus bases se encontrarían en Irlanda, una isla que estaba prácticamente en sus manos pese a la resistencia de los nativos, y desde allí habían lanzando incursiones contra las costas de Inglaterra, Bretaña y Aquitania durante los cuarenta años anteriores. Para otros, en cambio, serían vikingos de origen danés cuyas bases estarían en Bretaña e Inglaterra.
Para los vikingos las tierras de Al-Andalus no eran del todo desconocidas. En sus bases y asentamientos se sabía que al sur, en la vieja Hispania, se alzaba un reino de inusitada belleza y riqueza. Y allá marcharon usando su peculiar y sangriento modo de viajar: incursiones en la costa para saquear, robar y tomar prisioneros que vender como esclavos aquí y allá. Los seres humanos eran una mercancía más, como el oro, las joyas o las pieles. Y en el sur, al parecer, había joyas, oro y muchas personas dispuestas a ser esclavizadas a la fuerza.
Así en el año 843 una de sus incursiones avanzó más al sur de lo que solían(al parecer arrastrados por una tormenta en el océano Atlántico mientras regresaban de saquear Aquitania) atacando la costa cantábrica de la península ibérica y llegando a suponer un serio problema para el rey Ramiro I de Asturias, que sólo logró expulsarles tras muchos combates y derrotas.  Pero eso no desanimó a los vikingos que continuaron sus pillajes y ataques desde Asturias hasta Arcila, en Marruecos, llevándose por delante las ricas ciudades musulmanas de Lisboa, Media Sidonia y  Cádiz. Finalmente, atraídos por las riquezas andaluzas remontaron el río Guadalquivir y se asentaron en Captel, una isla en el Guadalquivir a poca distancia de Sevilla.  El gobernador musulmán, viéndose el percal, se fugó de la ciudad horas antes del ataque vikingo. Cuando llegó a Carmona, llorando y aterrado, mandaron un mensaje urgente al mismísimo Emir. ¡Sevilla había caído y estaba siendo cruelmente saqueada!¡Los demonios del norte, los madjus, se habían enseñoreado de la ciudad y los campos!

La reacción de Abderramán II no se hizo esperar y ordenó concentrar los ejércitos del emirato. En Córdoba se agruparon las huestes de los generales Said Rustam, desde Toledo, y Nasr al-Fata, llegando desde Valencia, e incluso llegó la temible caballería ligera árabe de la Marca Superior, guarnecida en Zaragoza. Sólo entonces los musulmanes, reforzados con cientos de soldados de origen godo, eslavo e hispano-cristiano, avanzó sobre Sevilla derrotando a los sorprendidos  incursores el 11 de noviembre de 844 en Tablada. Treinta y cinco barcos vikingos ardieron y murieron o fueron capturados entre 400 y 14.000 wetsfaldingi (y ahora nos quejamos de que cuando hay una manifestación dan cifras distintas organizadores y autoridades), obligando a los supervivientes a negociar.
Fue entonces cuando se presentó en Córdoba un embajador vikingo. El rey de aquellos piratas solicitaba abrir relaciones con el emir andalusí. Y es entonces cuando un poeta de Jaén se convirtió en el primer andalusí en pisar una corte vikinga.
Es fácil imaginar lo sorprendente que debió ser para el príncipe Turgeis recibir en su palacio a tan extravagante individuo, vestido con sedas jamás vistas en el norte, llevando en sus brazos brazaletes labrados en un oro tan fino que parecía casi elaborado por criaturas mágicas. ¿Y el porte de aquél emisario? ¡Cuanta locura debió despertar en las mujeres de rubios cabellos puesto que la mismísima reina Nud (¿o quizás su nombre era nombre Ottar?) se encaprichó con él! Con sus poemas, su elegancia, su sabiduría y su belleza del sur, al-Ghazal encontró en la reina una poderosa aliada y confidente.
De los datos del viaje poco más hay que añadir realmente. Duró veinte meses y no queda claro si visitó la corte vikinga de origen noruego asentada en Irlanda o bien una corte vikinga en Dinamarca. En esto, como en casi todo, los sesudos historiadores no se ponen de acuerdo y prefieren especular como locos. El resultado meramente diplomático del viaje es dudoso. No se llegó a ningún tipo de alianza contra los Carolingios aunque sí una breve tregua en las incursiones vikingas a Al-Andalus. El aspecto comercial sí tuvo un cierto reflejo temporal para ambos pueblos ya que mientras los vikingos siguieron controlando las costas de Irlanda y de Bretaña se realizaron algunos intercambios entre ellos y los andalusíes.
En cualquier caso fue este viaje de Al-Ghazal el primer contacto entre vikingos y musulmanes y fue uno de Jaén el protagonista de aquél “primer contacto”.
NOTA: Un viaje similar, en este caso de un embajador árabe llamado Ibn Fadlan a tierras de los varegos (los vikingos de origen sueco que lanzaron sus incursiones por el este y conocidos por los musulmanes como los “ar-rus”) es quizá más más conocido popularmente por la película “El guerrero número 13”. Pero esa es otra historia.
Este artículo se publicó el el sábado 13 de abril de 2013



Rea Silvia


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