entre rubios
Al-Ghazal, el diplomático andalusí enviado a negociar
con los vikingos tras el saqueo de Sevilla, ¿Amigos o enemigos?
El embajador era un tipo alto, bien
parecido, inteligente y muy perspicaz. De Jaén, para más señas. Pese a tener
cincuenta años, edad avanzada para aquellos tiempos, era capaz de montar a
caballo y disparar con el arco mejor que muchos jóvenes. Además, su ingenio,
sabiduría y pasión habían hecho de él uno de los mejores poetas de Córdoba.
Años antes el emir Abderramán II,
conociendo sus habilidades y destrezas, le envió a una misión similar ante el
emperador bizantino Teófilo y
fue tal su éxito que, para muchos, sentó las bases de las relaciones entre los
dos extremos del Mediterráneo durante los cincuenta años siguientes. Poeta,
sabio y gran embajador ¿quién mejor que él para conocer la lejana corte de los
“madjus”, los paganos adoradores del fuego que ahora enviaban un emisario a
Córdoba
En diciembre del año 844 partió
desde Al-Andalus Yahia ibn-Hakam
el Bekri al Djayani, conocido como Al-Ghazal, “la gacela”, embajador especial de Abderramán II ante
el rey de los westfaldingi, los temibles vikingos que habían
arrasado Sevilla unos pocos meses antes. Su misión era una apuesta tanto
militar como comercial del emir andalusí, a fin de cuentas, esos gigantones de
pelo rubio habían saqueado y robado sin contemplaciones de ningún tipo. Eran
peligrosos, sí, pero también podían ser muy útiles para el Al-Andalus. Los
vikingos eran a ojos de los cordobeses unos inesperados posibles aliados ya
que, pese a la distancia que les separaba, ambos pueblos tenían un magnífico
pero decante enemigo común: el Imperio
Carolingio. Y, además, existía otro asunto importante: la posibilidad de
crear una nueva ruta comercial en el Atlántico entre las tierras del norte y la
rica y próspera Hispania musulmana . Así que cuando se presentó en Córdoba un
embajador rubio y fortachón, lo más sabio y prudente era tratarle benévolamente
y responder a su ofrecimiento con uno similar: enviar un hombre de confianza
para que fuese capaz de abrir una novedosa y única vía de comunicación con
aquellos norteños tan peculiares. Y Al-Ghazal era el hombre adecuado.
No queda claro el origen exacto de
los vikingos que conoció Abderramán II. Algunos historiadores se inclinan por
pensar que eran noruegos, conocidos como “westfaldingi de Vestfold”,
siendo Turgeis su príncipe. Sus bases se encontrarían en Irlanda, una isla
que estaba prácticamente en sus manos pese a la resistencia de los nativos, y
desde allí habían lanzando incursiones contra las costas de Inglaterra, Bretaña
y Aquitania durante los cuarenta años anteriores. Para otros, en cambio, serían
vikingos de origen danés cuyas bases estarían en Bretaña e Inglaterra.
Para los vikingos las tierras de
Al-Andalus no eran del todo desconocidas. En sus bases y asentamientos se sabía
que al sur, en la vieja Hispania, se alzaba un reino de inusitada belleza y
riqueza. Y allá marcharon usando su peculiar y sangriento modo de viajar:
incursiones en la costa para saquear, robar y tomar prisioneros que vender como
esclavos aquí y allá. Los seres humanos eran una mercancía más, como el oro,
las joyas o las pieles. Y en el sur, al parecer, había joyas, oro y muchas
personas dispuestas a ser esclavizadas a la fuerza.
Así en el año 843 una de sus
incursiones avanzó más al sur de lo que solían(al parecer arrastrados por una
tormenta en el océano Atlántico mientras regresaban de saquear Aquitania)
atacando la costa cantábrica de la península ibérica y llegando a suponer un
serio problema para el rey Ramiro
I de Asturias, que sólo logró expulsarles tras muchos combates y
derrotas. Pero eso no desanimó a los vikingos que continuaron sus
pillajes y ataques desde Asturias hasta Arcila, en Marruecos, llevándose por
delante las ricas ciudades musulmanas de Lisboa, Media Sidonia y Cádiz.
Finalmente, atraídos por las riquezas andaluzas remontaron el río Guadalquivir
y se asentaron en Captel, una isla en el Guadalquivir a poca distancia de
Sevilla. El gobernador musulmán, viéndose el percal, se fugó de la ciudad
horas antes del ataque vikingo. Cuando llegó a Carmona, llorando y aterrado,
mandaron un mensaje urgente al mismísimo Emir. ¡Sevilla había caído y estaba
siendo cruelmente saqueada!¡Los demonios del norte, los madjus, se
habían enseñoreado de la ciudad y los campos!
La reacción de Abderramán II no se
hizo esperar y ordenó concentrar los ejércitos del emirato. En Córdoba se
agruparon las huestes de los generales Said Rustam, desde Toledo, y Nasr
al-Fata, llegando desde Valencia, e incluso llegó la temible caballería ligera
árabe de la Marca Superior, guarnecida en Zaragoza. Sólo entonces los
musulmanes, reforzados con cientos de soldados de origen godo, eslavo e
hispano-cristiano, avanzó sobre Sevilla derrotando a los sorprendidos
incursores el 11 de noviembre de 844 en Tablada. Treinta y cinco barcos
vikingos ardieron y murieron o fueron capturados entre 400 y 14.000
wetsfaldingi (y ahora nos quejamos de que cuando hay una manifestación dan
cifras distintas organizadores y autoridades), obligando a los
supervivientes a negociar.
Fue entonces cuando se presentó en
Córdoba un embajador vikingo. El rey de aquellos piratas solicitaba abrir
relaciones con el emir andalusí. Y es entonces cuando un poeta de Jaén se
convirtió en el primer andalusí en pisar una corte vikinga.
Es fácil imaginar lo sorprendente
que debió ser para el príncipe Turgeis recibir en su palacio a tan extravagante
individuo, vestido con sedas jamás vistas en el norte, llevando en sus brazos
brazaletes labrados en un oro tan fino que parecía casi elaborado por criaturas
mágicas. ¿Y el porte de aquél emisario? ¡Cuanta locura debió despertar en las
mujeres de rubios cabellos puesto que la mismísima reina Nud (¿o quizás su
nombre era nombre Ottar?) se encaprichó con él! Con sus poemas, su elegancia,
su sabiduría y su belleza del sur, al-Ghazal encontró en la reina una poderosa
aliada y confidente.
De los datos del viaje poco más hay
que añadir realmente. Duró veinte meses y no queda claro si visitó la corte
vikinga de origen noruego asentada en Irlanda o bien una corte vikinga
en Dinamarca. En esto, como en casi todo, los sesudos historiadores no se
ponen de acuerdo y prefieren especular como locos. El resultado meramente
diplomático del viaje es dudoso. No se llegó a ningún tipo de alianza contra
los Carolingios aunque sí una breve tregua en las incursiones vikingas a
Al-Andalus. El aspecto comercial sí tuvo un cierto reflejo temporal para ambos
pueblos ya que mientras los vikingos siguieron controlando las costas de
Irlanda y de Bretaña se realizaron algunos intercambios entre ellos y los
andalusíes.
En cualquier caso fue este viaje de
Al-Ghazal el primer contacto entre vikingos y musulmanes y fue uno de Jaén el
protagonista de aquél “primer contacto”.
NOTA: Un viaje similar, en este caso
de un embajador árabe llamado Ibn Fadlan a tierras de los varegos (los vikingos de
origen sueco que lanzaron sus incursiones por el este y conocidos por los
musulmanes como los “ar-rus”) es quizá más más conocido popularmente por la
película “El guerrero número 13”. Pero esa es otra historia.
Este
artículo se publicó el el sábado 13 de abril de 2013
Rea Silvia
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