sábado, 18 de agosto de 2018

BATALLA DE LAS NAVAS DE TOLOSA: HISTORIA DE LOS MUSULMANES


Índice
Primer califa almohade, 1145-1163. Abd al Mumin, fue el primer califa almohade en tanto que sucesor de Ibn Tumart, el fundador del movimiento almohade y considerado Madhi (figura mesiánica musulmana). Abd al Mumin fundó la dinastía mu´miní que gobernó el imperio almohade hasta su desaparición en el s. XIII. Su nombre completo es Abu Muhammad Abd al Mumin b. Alí b. Alwi b. Yala. Por línea materna las genealogías proalmohades entroncan a Abd al Mumin directamente con el Profeta a través de los descendientes idrisíes de este que habían gobernado en el Magreb (actual Marruecos) desde el s. VIII. Por lo que se refiera al linaje paterno remonta su origen a la tribu árabe de los Qays Aylan. El epónimo de esta tribu habría tenido un hijo, Barr, del que descenderían los bereberes según leyendas que gozaron de aceptación entre los genealogistas bereberes.
La genealogía que enlazaba a Abd al Mumin por vía familiar con Qays Aylan cumplía varias funciones: por un lado, lo vinculaba con la tribu del Profeta Qurays; también lo vinculaba con la tribu de un profeta preislámico, Jalid b. Sinan, quien parece haber sido objeto de culto entre los bereberes de la zona argelina; por último lo vinculaba con las tribus árabes de los Banu Salaym y los Banu Hilal, que, tras penetrar en el Norte de África, se habían convertido en una de las piezas principales de la política militar de la región.
La derrota que a esas tribus árabes infligió Abd al Mumin en Sétif fue seguida de su absorción dentro del ejército almohade con objeto de contrarrestar el peso de los elementos bereberes, especialmente los Masmuda (la tribu de Ibn Tumart), sobre los que se había fundamentado el movimiento almohade en sus orígenes.
 La genealogía Qaysí que es la que cantarían los poetas en numerosos panegíricos que se conservan dedicados a él y a sus descendientes, era por tanto muy ventajosa para la legitimación política y religiosa de quien reclamó el califato para sí y sus descendientes. En realidad, Abd al Mumin era beréber, perteneciente a los Kumia, una facción de la tribu zanata. Los Kumya estaban asentados en el norte de lo que es hoy la provincia de Orán, cerca de Nadrona. En una aldea llamada Tagra nació Abd al Mumin. Antes de nacer, un adivino de Tremecén habría hecho la siguiente predicción.
nada impedirá que esta mujer tenga un hijo cuyo mandato (amr) abrazará el Este, el Oeste, el Sur y el Norte.
De joven, dejó su lugar de nacimiento en compañía de su tío con objeto de llevar a cabo un viaje de estudios, si bien no se sabe si pretendía llegar hasta Oriente o simplemente estudiar con maestros de la zona de Ifriqiya (actual Túnez). Su viaje no le llevó demasiado lejos. Al llegar a Bugía (1117), en un suburbio de esta ciudad llamado Mallala, se produjo el encuentro con el maestro que habría de cambiar su destino. En efecto, allí residía Ibn Tumart, conocido como el alfaquí de Sus (por la región del sur del actual Marruecos de donde era originario). Ibn Tumart era también beréber, aunque de otra tribu, los Masmuda (facción de los Harga.
Según sus biógrafos, Ibn Tumart estuvo en Oriente y allí habría estudiado en Bagdad con al Gazali, famoso jurista y teólogo responsable de haber llevado a cabo una profunda renovación de las ciencias religiosas islámicas. Aunque este encuentro con al Gazali ha sido puesto en duda, la obra de Ibn Tumart que se conserva sí muestra un buen conocimiento de las doctrinas teológico-filosóficas del momento, así como una gran originalidad en su desarrollo. Ibn Tumart también habría estudiado con otro famoso maestro de la época, el andalusí al Turtusi, en Alejandría.
Partió en barco de esta ciudad y desembarcó en Trípoli, dirigiéndose desde allí hacia el Oeste y empezando a tener problemas al decidir ejercer de forma escrupulosa el precepto de ordenar el bien y prohibir el mal y condenar las prácticas que le parecían reprobables. Mirado por ello con desconfianza por las autoridades, llegó a Bugía, donde tuvo lugar el mencionado encuentro con Abd al Mumin y el establecimiento de una relación de maestro discípulo entre ambos.
Abd al Mumin decidió unir su destino al de su maestro. Por su parte Ibn Tumart habría advertido enseguida que aquel joven tenía cualidades especiales. Al Baydaq (otro discípulo de Ibn Tumart al quien se debe unas Memorias en las que relata los comienzos de la dinastía mu´mini y que es una de las fuentes principales sobre Abd al Mumin, pues de hecho esas Memorias están dedicadas sobre todo a ensalzar a Abd al Mumin) relata que una noche que estaba a solas con Ibn Tumart en Mallala sosteniendo una lámpara, el maestro había dicho.
El mandato (amr) del que depende la vida de la religión no se alzará sino por Abd al Mumin, lápara de los almohades.
La historiografía mu´mini busca con esta y otras anécdotas transmitir la impresión que Ibn Tumart había mostrado desde el principio su predilección por el joven Abd al Mumin, si bien ello se contradice con otras informaciones que muestran que junto al maestro del Sus había otros discípulos que constituían el círculo de los más allegados y que Abd al Mumin no era sino uno más entre ellos.
Formando parte de ese grupo Abd al Mumin siguió a Ibn Tumart en su regreso al Magreb extremo. Cuando el maestro tuvo que huir de Marrakech, la capital almorávide, temiendo por su vida por haber polemizado con los alfaquíes del régimen y por haber censurado a la dinastía reinante, Abd al Mumin le siguió en su retiro, primero a Agmar y luego a Tinmal, obteniendo un puesto en el Consejo de los Diez y entrando a formar parte, por adopción, de la tribu de Ibn Tumart. Participó en las primeras expediciones militares de los almohades contra los almorávides.
Fue especialmente destacada su participación en la batalla de al Buhayraen 1130, cuando los almohades intentaron la conquista de Marrakech sufriendo una derrota y graves pérdidas, pues falleció Basir al Wansarisi, uno de los compañeros de Ibn Tumart de quien se decía que tenía dotes adivinatorias y que parece haber sido el sucesor previsto del Madhi.
Al Baiyaq, testigo de los hechos, cuenta que Abd al Mumin le dijo que fuese a informar a Ibn Tumart de la derrota. Cuando así lo hizo, Ibn Tumart, (que para entonces ya había sido proclamado Madhi, le preguntó si Abd al Mumin seguía vivo. Al contestarle que si, pero que le habían herido en el muslo derecho, el Madhi habría exclamado Vuestra autoridad amr ha sido preservada qad baqiya amru-kum.
Ese episodio quiere claramente reflejar el traspaso de autoridad de Ibn Tumart a Abd al Mumin, pero hay que poner en duda que los hechos ocurriesen de ese modo: la crónica de al Baydaq no es imparcial, pues más que versar sobre Ibn Tumart es ante todo una defensa de la sucesión de este por Abd al Mumin.
En cualquier caso, la elección de Abd al Mumin por parte del Madhi se convirtió en la interpretación dominante, tal y como se refleja en la obra del cronista almohade Ibn al Qattan para quien las palabras de Ibn Tumart se vieron confirmadas por la realidad, ya que Abd al Mumin logró establecer una línea dinástica que había de perdurar hasta la llegada de la Última hora.
Sin embargo, la sucesión de Ibn Tumart fue un asunto mucho más controvertido y complicado. De hecho al Madhi murió en 1130 y el juramento de fidelidad de Abd al Mumin como sucesor suyo no tuvo lugar hasta el año 1133. A pesar de este nombramiento a Abd al Mumin le quedaba un largo camino por recorrer hasta ver afianzada su situación, tanto por lo que respecta a sus enemigos externos como internos. En ese camino mostraría sus extraordinarias cualidades como jefe militar y político.
En una primera etapa, centró su actividad en el mando del ejército almohade (constituido principalmente por bereberes Masmuda y las otras cabilas que se habían unido al movimiento), organizando expediciones militares contra los emires almorávides que, poco a poco, le permitieron la ocupación del territorio que corresponde al actual Marruecos y la parte occidental de Argelia.
Primero atacó el Sus y el Dra y, a continuación las fortalezas almorávides que rodeaban el Gran Atlas y que habían sido construidas para prevenir ataques contra las llanuras y contra la capital, Marrakech. Luego, Abd al Mumin se dirigió contra el Noroeste, asegurándose la posesión del Atlas medio y de los oasis de Tafilelt durante los años 1140-41. Las tropas almohades llagaron hasta el norte de Marruecos y, desde sus bases en el macizo montañoso de Yebala, ocuparon las fortalezas de la región de Taza.
Desde allí, fueron incorporando al movimiento a las tribus del Wadi LawBadis, Nakur, Melilla y la región septentrional del Oranesado, donde Abd al Mumin pudo regresar como triunfador a su aldea natal. La táctica seguida hasta ese momento fue la de permanecer en la montañas, evitando la confrontación en la llanuras.
Por su parte, los almorávides tuvieron que recurrir cada vez más a las fuerzas destacadas en al Andalus para resistir contra el avance almohade y a partir de 1132, dependieron cada vez más de un mercenario catalán, Reverter, que había sido vizconde de Barcelona y cuyas tropas constituían el cuerpo de élite del ejército almorávide.
A medida que fue conquistando nuevos territorios, el número de soldados de Abd al Mumin fue aumentando y este se sintió lo suficientemente fuerte como para abandonar la guerra de guerrillas en territorio montañoso en que había consistido su táctica hasta ese momento y enfrentarse a los almorávides en las llanuras.
Esta decisión coincidió con el fallecimiento del emir almorávide Ali b. Yusuf en 1143, quien dejó tras de sí un reino tambaleante a su hijo Tasufin. La situación de este se vio empeorada por la rivalidad entre los jefes tribales Lamtuna y Massufa acerca de la sucesión al emirato; los sinhaya del norte terminaron por abandonar la causa almorávide. Otro suceso que favoreció a los almohades fue el fallecimiento en batalla del catalán Reverter, comandante de la milicia cristiana.
Por último, los beréberes zanata (recordemos que a esa tribu pertenecía Abd al Mumin) se adhirieron al movimiento almohade, lo cual inclinó la balanza a favor de estos últimos. Los ejércitos de Abd al Mumin y Tasufin se enfrentaron en Tremecén en 1145; el derrotado emir almorávide falleció ese mismo año. El camino a Fez quedaba así abierto (la ciudad cayó tras un asedio de nueve meses en 1146), siguieron Miknasa y Salé.
Marrakech fue conquistada a continuación, en el mes-IV-1147, pesar de la resistencia ofrecida. Hubo una gran matanza de almorávides, dándose muerte al joven príncipe Ishaq b. Ali b. Yusuf —último emir almorávide—. La caída de Tánger y de Ceuta en mayo-junio de 1148 completó la conquista almohade de Marruecos, conquista que duró casi unos veinte años, desde la primera ofensiva infructuosa contra Marrakech en 1130 (cuando todavía vivía el Madhi).
Fue una conquista brutal en la que hubo frecuentes masacres y persecuciones de la población civil, brutalidad que fue denunciada décadas más tarde por el famoso jurista Ibn Taymyya, quien acusó a los almohades de haber dado muerte a miles de musulmanes (de hecho, el Madhi había prometido a sus compañeros más próximos que los habitantes de los territorios que conquistaran serían sus esclavos).
La conquista de Marrakech no significó el final de la lucha. Hubo numerosas revueltas de tribus y ciudades que provocaban represalias militares inmediatas, como ocurrió en la revuelta del otro Madhi llamado al Massi en 1148.
También se produjo una feroz purga en las filas dentro de las filas almohades: Abd al Mumin llevó a cabo una investigación o inquisición i tirafentre sus seguidores (1149-1150), entregando a los jeques almohades listas de los que debían ser eliminados en las tribus rebeldes o desafectas.
Se dice que los ejecutados fueron más de treinta y dos mil, Al Baydaq afirma que gracias a esa purga y al terror que provocó se pudo establecer la paz y se eliminó la divergencia de opinión. Una vez conquistado Marruecos Abd al Mumin extendió sus conquistas más allá de las posesiones que los almorávides habían tenido en el Magreb.
La conquista de Ifriqiya (Tunicia) fue relativamente fácil, ya que las dinastías sinhaya de Bugía y Qayrawan estaban muy debilitadas, entre otros factores por las incursiones de las tribus árabes beduinas de los Banu Sulaym y de los Banu Hilal, así como por los ataques normandos, quienes durante el reinado de Roger II, habían conseguido ocupar algunos puertos tunecinos. Esta presencia cristiana hacía que la penetración almohade en la zona pudiese ser presentada como guerra santa.
Abd al Mumin pasó dos años en el puerto de Salé, reuniendo un gran ejército y se lanzó luego hacia el Este, ocupando Argel, Bugía y la Qala de los Banu Hammad. En Sétif infligió una gran derrota a los árabes nómadas a servicio de los Hammudíes de Bugía (1153). Tras la batalla, Abd al Mumin incorporó a esos mismos árabes a su ejército y abandonó por un tiempo la conquista de Ifriqiya. Unos años después, en el mes de junio de 1159, Abd al Mumin llegó a Túnez tras una marcha de seis meses. Después de conquistar la ciudad marchó contra Mahdiyya, en poder de los normandos, conquistándola en enero de 1160.
Durante esta campaña conquistó Susa, Qayrawan, Sfax, Gafsa, Gabes y Trípoli. Volvió después a Marrakech. Por primera vez, el occidente islámico quedaba unificado bajo una única dinastía originaria de la región.
La intervención de los almohades en la Península Ibérica había comenzado en 1145, inmediatamente después de la conquista de Tremecén y del fallecimiento del emir almorávide, como consecuencia lógica del hecho de que al Andalus formaba parte del imperio almorávide. Los almorávides habían sido aceptados como gobernantes mientras cumplieron con la defensa del territorio musulmán contra los cristianos. Pero la conquista de Zaragoza por los cristianos en 1118 supuso una gran conmoción. El poder militar almorávide se debilitó aún más cuando la amenaza almohade exigió concentrar tropas en Marruecos.
En septiembre de 1125, Alfonso I de Aragón, el Batallador, pudo penetrar con sus tropas en las regiones de Granada y Córdoba sin encontrar resistencia durante varios meses, llevándose de vuelta consigo a parte de la población mozárabe que allí encontró. En 1133 la milicia de Toledo llegó hasta las puertas de Sevilla y mató al gobernador musulmán.
Aunque los almorávides todavía tenían capacidad de reacción (Ali b. Yusufpudo penetrar con sus tropas al el norte del Tajo y los aragoneses fueron derrotados en Fraga en 1134), en la década de 1140-1150, a medida de que los almohades iban ganando terreno en la otra orilla del Estrecho y que la política fiscal almorávide se iba haciendo más abusiva, la posición de los almorávides en al Andalus se deterioró rápidamente.
Entre 1144 y 1147, los andalusíes se rebelaron contra los almorávides, siendo liderados, según de qué zona se tratase, bien por los jueces, bien por los jefes militares andalusíes, bien por figuras religiosas carismáticas. El primero en rebelarse fue un sufí, Ibn Qasi, descendiente de conversos cristianos. Al mando de sus novicios transformados en soldados, en 1144 estaba gobernando en Silves, Beja, Mértola y Niebla, llegando a atacar Sevilla, donde el comandante almorávide Yahya b. Ali b. Ganiya los detuvo. Pero este no pudo acabar con la rebelión de Ibn Qasi, pues se vio obligado a ocuparse de otra rebelión, la del caíd Ibn Hamdin en Córdoba (1145).
Otros caídes, (generalmente miembros de familias de notables urbanos) se rebelaron en Málaga, Jaén, Granada y Valencia. A pesar de que estos caídes gobernantes parecen haber gozado del apoyo popular, no consiguieron crear ejércitos estables y efectivos y por tanto su autoridad duró poco tiempo.
En varios casos fueron sustituidos por jefes militares andalusíes como ocurrió en Valencia. Sayf al Dawla b. Hud, hijo del último soberano hudí de Zaragoza, a quien los castellanos habían dejado al mando del castillo de Rueda de Jalón, decidió intervenir en los asuntos andalusíes con el apoyo de Alfonso VII y se hizo con el poder en Córdoba en marzo de 1145, pero no pudo mantenerse allí por la hostilidad popular.
Se dirigió entonces al Levante, donde se hizo con Valencia y Murcia en enero de 1146, proclamándose Emir de los creyentes y adoptando el título de al Mustansir. Ibn Hud fue derrotado y muerto por los cristianos en febrero de 1146. Más éxito tuvo otro hombre de la espada, Ibn Mardanis, de quien procederá la resistencia más tenaz frente a los almohades y que logrará mantenerse como gobernante del Levante hasta el año de su muerte de 1172.
Mientras tanto, disensiones internas en su movimiento llevaron a Ibn Qasi a pedir ayuda a los almohades, lo cual explica que la primera región de al Andalus en caer en manos almohades fuese la occidental. En septiembre de 1145, Ibn Qasi marchó a Marrakech y en 1146 estada de vuelta en el Algarve con apoyo almohade. En ese mismo año el almirante almorávide Ibn Maymun se pasó a Abd al Mumin y en Cádiz se nombró a los almohades en el sermón del viernes.
En el año 1147, un ejército almohade conquistó las ciudades de Jerez, Niebla, Silves, Beja, Badajoz, Mértola y finalmente Sevilla. Ibn Qasi, sin embargo, aprovechando que los almohades en Marruecos tenían que hacer frente a la revuelta del Madhi al Massi en 1148, quiso independizarse de quienes le habían ayudado y empezó a negociar con los cristianos, lo cual llevó a que algunos de sus partidarios lo asesinasen en agosto-septiembre de 1151. Silves volvió a manos almohades.
El avance cristiano continuaba en el Norte de la Península, donde la últimas fortalezas musulmanas en el valle del Ebro fueron conquistadas (Tortosa cayó en manos cristianas en 1148, Lérida y Fraga en 1149). Los castellanos ocuparon Almería en 1147, cuando el rey leonés castellano Alfonso VII logró obtener el apoyo de Ramón Berenguer IV, de García V Ramírez de Navarra y de la flota genovesa, manteniéndose en esa ciudad hasta la conquista almohade del año 1157.
Quedaba un reducto almorávide en Granada, ciudad que no fue conquistada por los almohades hasta 1155, lo cual explica que el ejército almohade no lograse penetrar en el Levante de al Andalus hasta después de esas fechas. Al tener que hacer frente a la amenaza almohade, Ibn Mardanis buscó una alianza con Castilla, obteniendo tropas y ayuda militar. Pero este acuerdo con los cristianos favoreció una feroz propaganda almohade en la que se le deslegitimaba como gobernante musulmán por tener el apoyo de los infieles.
Por otro lado, numerosos sabios religiosos que rechazaban el proyecto religioso almohade buscaron refugio en los dominios de Ibn Mardanis. La conquista cristiana de Almería había mostrado cuán beneficiosa era la política de alianzas entre distintos poderes de la cristiandad.
Lo mismo se demostró en la zona occidental, donde en marzo de 1147 Alfonso I Enríquez de Portugal logró conquistar Santarem y el 24 de octubre Lisboa, esta última ciudad gracias a la ayuda prestada por los cruzados de Colonia, Flandes e Inglaterra que se dirigían en barco hacia Tierra Santa. Ni Santarem ni Lisboa en el Oeste, ni las fortalezas del valle del Ebro conquistadas entre 1148 y 1149 serían recuperadas por los musulmanes quienes en esos años perdieron valiosos territorios desde el punto de vista estratégico.
En noviembre de 1160, Abd al Mumin decidió cruzar el Estrecho, estableciéndose en Gibraltar, donde ya el año anterior habían empezado las obras para preparar adecuadamente su instalación.
Permaneció allí dos meses durante el invierno (se conservan muchos de los panegíricos que le dedicaron poetas andalusíes) y luego envió su ejército contra Jaén, en la zona donde las tropas de Ibn Mardanis y su suegro Ibn Hamusk habían puesto en grave aprieto a los almohades en años anteriores.
Abd al Mumin volvió a Marruecos a comienzos del año 1162, confirmó a su hijo como gobernador de Sevilla y prometió enviar refuerzos. También mandó una circular en 1161 por la que condenaba a muerte a quienes no cumpliesen con el ritual de la oración (5 veces al día) ni con la obligación de pagar el impuesto de la faque.
Concentró sus tropas en Rabat (ciudad que había fundado frente a Salé en 1150), preparando una nueva expedición contra al Andalus, donde tropas almohades acababan de recuperar Granada, con la que había logrado hacerse Ibn Hasmusk con ayuda cristiana y de Ibn Mardanis (por estas fechas, Abd al Mumin dio la orden de que Córdoba volviese a funcionar como capital de al Andalus).
Pero tras una larga enfermedad, Abd al Mumin falleció el mes-V-1163. Sus restos fueron llevados de Salé a Tinmal, donde fue enterrado cerca de la tumba de Ibn Tumart.
Abd al Mumin mantuvo su capital en la ciudad que lo había sido del imperio almorávide, Marrakech, estableciendo su residencia en el palacio de los emires almorávides. En Marrakech creó un gran jardín con numerosas fuentes y árboles frutales.
El reformismo religioso del movimiento se manifestó visiblemente mediante la purificación y reorientación de las mezquitas, en una nueva llamada a la oración y en unas nuevas monedas en las que predominaba la forma cuadrada y en las que se menciona a Dios, a Muhammad y al Madhi.
Las profesiones de fe escritas por este último debían ser memorizadas. El Madhi había propugnado la reforma moral de la comunidad musulmana mediante el retorno a las fuentes de la Revelación, razón por la cual se apoyó en el estudio del Corán y de la Tradición del Profeta y el esfuerzo de reflexión individual sobre dichas fuentes, criticándose el recurso a la autoridades surgidas con posterioridad a la edad de oro del Islam —época del profeta y de sus compañeros.—
Abd al Mumin desarrolló un ambicioso programa de legitimación político-religiosa de su gobierno con miras también a asegurar la de sus sucesores, dando así ala dinastía mu´miní por él fundada una sólida base doctrinal y conceptual. La legitimidad para gobernar le venía a Abd al Mumin de ser heredero del Madhi Ibn Tumart, considerado vicario de Dios en la Tierra jalifat Allah y figura cuasi-profética (las visitas a Tinmal y a la tumba del Madhi serán frecuentes durante todo su reinado).
Así, en las cartas almohades, Abd al Mumin es denominado viario del Madhi jalifatu-hu y en tanto que tal, adoptó el título califal de Emir de los creyentes amir al mu´minin, aunque no lo hizo antes de la conquista de Marrakech. El concepto coránico de amr Allah (mandato, autoridad, disposición de Dios) ocupó un lugar central en ese programa, tal y como se refleja en las monedas, en los documentos de la cancillería y en las titulares califales.
Abd al Mumin será denominado al-qa im bi-amr Allah, título de resonancias shiies, del que habían hecho uso los fatimíes (los primeros en proclamar un califato independiente en el occidente islámico) y también, por imitación de los fatimíes, el omeya Abderramán III.
El amr Allah será presentado como exclusiva posesión tanto de Abd al Mumin como de sus descendientes., hasta el punto de que pasarán a ser llamados simplemente al-amr, en un proceso en que dejarán de ser los ejecutores del mandato divino para convertirse en personificación de amr Allah mismo (algo nuevamente más próximo a las concepciones shiies que a las sunníes).
La adopción de una genealogía árabe Qaysí, como ya se ha indicado, servía a varios propósitos, siendo el más importante el de legitimar su título califal; además le emparentaba con las tribus derrotadas en Setif en 1153, a las que incorporó al ejército, junto a miembros de su propia tribu beréber (los Kumya) para reducir la importancia en él de los Masmuda y poder así hacer frente a su creciente hostilidad al ver que la dirección del movimiento fundado por su contríbulo Ibn Tumart se había escapado de sus manos.
Fue precisamente a partir del momento en que Abd al Mumin buscó afianzar su posición dentro del movimiento y asegurarse una base de poder independiente (año 1153), cuando los hermanos y familiares de Ibn Tumart empezaron a dar señales de rebelión. Los hermanos del Madhi, conocidos como los Banu Amgar, se habían establecido en Sevilla en 1147, pero su conducta despótica hacia la población local habría provocado la rebelión de Niebla, Sevilla, Cádiz, Badajoz y Silves entre 1147-1149.
Otra rebelión de los familiares del Madhi los llevó a atacar Marrakech, pero fueron derrotados, siendo masacrados quienes les habían ayudado. Si los miembros fundadores del movimiento almohade que todavía vivían pensaban que la dirección no debía quedar restringida a la familia de ninguno de ello, Abd al Mumin puso fin a las expectativas sucesorias cuando entre los años 1154 y 1156 proclamó heredero suyo a su hijo Muhammad (la tardanza en hacerlo es prueba de que la monarquía hereditaria no estaba prevista en los orígenes del movimiento almohade, consistente en una oligarquía teocrática).
Tenía el califa unos cincuenta y cuatro años y catorce hijos varones. La proclamación se hizo en Salé, no en la capital, Marrakech, en presencia del ejército árabe que era leal al califa. Se daba así un paso decisivo en el establecimiento de la dinastía muminí, pero también se creaba un caldo de cultivo favorable a la rebelión de aquellos que pensaban que el modelo original había sido traicionado.
Abd al Mumin se había casado con Zaynab, hija de Abu Imran Musa al Darir, miembro del Consejo de los Cincuenta de Ibn Tumart. Zaynab fue la madre de quien acabó siendo sucesor, Yusuf I, pues su hermano Muhammad reino muy poco tiempo antes de ser destronado.
A Abd al Mumin se le debe también el establecimiento de una administración califal eficiente y compleja, basada en parte en la organización del movimiento creado por Ibn Tumart. Los talaba eran funcionarios adictos al régimen, encargados de la difusión de la doctrina almohade, que actuaban como predicadores y directores de la oración en las mezquitas; participaban también en la expediciones militares y en la Administración del Estado.
Muchos de ellos eran bereberes (contrariamente a lo que había ocurrido bajo los almorávides, cuando el mundo del saber religioso había estado en manos de los andalusíes) y utilizaban a menudo el beréber como lengua de instrucción.
Por lo que se refiera a la estructura jerárquica del movimiento, Abd al Mumin eliminó los Consejos de los Diez y de los Cincuenta e introdujo importantes cambios: en primer lugar, situó a los almohades de la primera época (los que se habían unido al movimiento antes de la batalla de Marrakech de 1129) y en segundo lugar a aquellos que se habían unido entre 1129 y 1145 (fecha de la conquista de Orán); en tercer lugar venía el resto.
Los jeques almohades se vieron debilitados cuando nombró gobernadores a sus propios hijos (entre 1152-1156), aunque algunos de los jeques almohades continuaron actuando como consejeros de esos gobernadores y obteniendo otros puestos oficiales que traían consigo importantes prebendas.
En las filas almohades no abundaban en esta primera época quienes pudieran hacerse cargo de funciones cancillerescas como la correspondencia oficial para la que se requería una excelente formación tanto en la lengua como en la bellas letras árabes, por lo que no ha de extrañar que hasta muy avanzado el reinado de Abd al Mumin el cargo de visir fuera ocupado por un andalusí, Ibn Atiyya, quien no solamente había trabajado con anterioridad para los almorávides sino que además estaba casado con una princesa almorávide.
Este visir no caerá en desgracia hasta el año 1158 y a partir de ese momento el visirato será ejercido casi exclusivamente por miembros de la familia reinante (a los que se daba el apelativo de sayyid). Por lo que se refiere a su relación con los dimmíes, Abd al Mumin habría abolido el estatus que les permitía mantener su religión judía o cristiana a cambio de estar sometidos al gobierno musulmán.
En un proceso que se había agudizado ya en época almorávide, las comunidades cristianas desaparecieron casi por completo del territorio almohade. Muchos judíos bien emigraron a territorio cristiano, bien a otras regiones del mundo islámico. A los judíos a los que se había obligado a convertirse al Islam se les obligó también a vestirse de manera diferente a la de los musulmanes viejos.
FIERRO, Maribel, Diccionario Biográfico Español, Real Academia de la Historia, 2009, Vol I, págs. 135-142.
Califa almohade 1163-1184. Desde las iniciales bases tribales, parece que, de algún modo, se había establecido que Umar Inti, del grupo de los Diez y uno de los más antiguos compañeros del madhi Ibn Tumart, sería el sucesor de Abd al Mumin, pero el cambio de derrotero introducido por Abd al Mumin, desde las estructuras originales a la creación de su propia dinastía, llevaron a la renuncia más o menos forzada de Inti a la sucesión.
Que Abd al Mumin designara heredero a su hijo primogénito Muhammad, en 1155, prueba su entendimiento dinástico del califato almohade, logrado a fuerza de su energía y estrategias diplomáticas y militares. Mientras, su hijo Abu Yaqub destacaba en al Andalus, y, llamado en 1162, en circunstancias que desconocemos, conseguiría desplazar a su hermano Muhammad y alzarse con la sucesión.
La fuentes critican a Muhammad su ebriedad, falta de criterio, ligereza, a pesar de lo cual parece —al Baydaq no lo menciona— que ejerció el califato durante cuarenta y cinco días, hasta ser depuesto (VII-1163) por Abu Yaqub, ayudado por su hermano Abu Hafs Umar, que rigió el Estado durante la enfermedad de su padre, y protagonizó, sin duda, la proclamación de su hermano de doble vínculo Abu Yaqub.
Abu Yaqub tenía veinticinco años, había vuelto a Sevilla antes de morir su padre, y seguramente en llegar a Marrakech invirtió los pocos días que ejerció su hermano Muhammad. Su estancia sevillana, desde 1155, le había convertido en hombre cultísimo. Tres de sus hermanos y varios notables almohades se opusieron a su subida al trono, y sus primeros esfuerzos estuvieron concentrados en ser proclamado.
Licenció al gran ejército que su padre había reunido, pues hubo de retrasar su intervención directa en al Andalus hasta 1171, en estancia que duró hasta comienzos de 1176, realizando campañas de poco éxito; en 1184 volvió de nuevo a al Andalus, y atacó Santarem, en cuyo cerco fue herido de muerte.
Suele alabársele como el más grande de los califas de su dinastía, pero para ello le faltaron éxitos auténticos y durables, aunque se apunte a su tiempo la sumisión de los resistentes andalusíes en Jaén, Murcia y Valencia, logrando la unidad andalusí, pero perdiendo algún territorio ante castellanos y portugueses, y fracasando en persona ante Huete y Santarem. Buen administrador, en realidad heredó el auge logrado por su padre, y él lo mantuvo sin decadencia advertible.
La prosperidad económica de su califato es notada por los cronistas Ibn Sahib al-Salat y al-Marrakusi: tiempos de fiesta describen esos privilegiados funcionarios, de banquetes y celebraciones por la mucha abundancia, la seguridad general, la amplitud de ingresos estatales, los víveres numerosos; pero seguramente el bienestar no alcanzó a todos.
Fue desde luego el más culto califa almohade, y su mecenazgo y construcciones dan brillo a su reinado, pues su nombre es inseparable del de Averroes. Retratos excelentes, en lo físico y en lo moral, pintan de él los cronistas. Signo de su complicado ascenso al poder fue que, en un principio, no adoptara más título que el de emir.
Solo alrededor-III-1168 pudo empezar a titularse califa y emir de los creyentes. Así lo cuenta el cronista por excelencia Ibn Sahib Salat. Decidido esto en Marrakech, las provincias se adhirieron. El sayyid Abi Ibrahim Ismail, gobernador de Sevilla y hermano de Abu Yaqub, recibió comunicación de las nuevas disposiciones en la titulación soberana, y órdenes de que los andalusíes las acataran; en efecto, en acta firmada el 28-III-1168, se expresaba.
En nombre de Dios, Clemente y Misericordioso... después de que Dios distinguió al partido almohade por su recto proceder... sus almas acordaron renovar el bendito reconocimiento a nuestro dueño y señor, imam, califa, emir de los creyentes Abu Yaqub, hijo del emir de los creyentes [Abd al Mumin]... [otorgándole ahora] el título [califal]...
Acciones en la Península
Desde 1165 parecen los almohades reemprender, con energía, sus campañas andalusíes. Ibn Mardanis parecía no tener fin.
Contra esa resistencia partió de Marrakech el hermano preferido de Abu Yaqub, su mano derecha en el poder, el sayyid Abu Hafs Umar, que en Gibraltar se entrevistó con su hermano Abu Said Utman, gobernador de al Andalus, para volver ambos por más tropas al Magreb, mientras sus soldados en al Andalus conseguían una cadena de éxitos, ante los cuales el cronista Ibn Sahib al Salat se ilusiona: ¡empiezan los triunfos a alborear!, por una parte frente a los cristianos (sobre todo al oeste, agitado por Giraldo Sempavor, el Cid portugués), y por otra frente a los resistentes mardanisíes.
En esta reacción, empiezan por reducir la presión a Ibn Mardanis sobre Córdoba, venciendo a sus soldados en Luque, en julio de 1165. Antes de acabar ese mes, los sayyid-es Abu Hafs y Abu Said volvieron de Marrkech con refuerzos importantes de tropas árabes de Riyah, Atay y Zugba.
Desde Sevilla avanzaron contra Andújar, y la tomaron en septiembre, utilizando esa antigua base de operaciones de Ibn Mardanis para asolar Galera, Caravaca y Baza, y la sierra de Segura, tomando Cúllar y Vélez Rubio, y marchando sobre Murcia, donde vencieron los almohades, en Fahs al-yallab, encerrándose Ibn Mardanis tras las murallas murcianas.
La noticia de este triunfo llegó a Marrakech dieciséis días después con máxima rapidez, el 31-X-1165. Los almohades no pudieron entonces plantear una situación de asedio a Murcia, porque tras ellos estaba el aún resistente Ibn Hamusk, y se limitaron a coger botín y simbólicamente a acampar en la residencia mardanisí de Larache al Faray o hisn al-faray, entre el Castillejo y Monteagudo.
Se sabe que aquellas tropas magrebíes fueron licenciadas, volviendo al Magreb con el sayyid Abu Hafs al Magreb, donde los beréberes gumara, entre Ceuta y Alcazarquivir, se alzaron en 1166, siendo reducidos en el verano de 1167.
El sayyid, Abu Said se ocupaba del gobierno de Córdoba, por donde seguían hostigando los residentes andalusíes, mientras mercenarios cristianos deIbn Mardanis atacaban Ronda, partiendo de Guadix, en 1168, aunque fueron atajados a su vuelta por los almohades, que lograron el castillo de la Peza, enclave desde el cual los mardanisíes tenían en jaque a Granada.
Los almohades avanzaban lentos, pero seguros, hacia la unificación andalusí bajo su mando; en septiembre de 1167 lograron Tavira, donde Abdállah b. Ubayd Allah mantuvo su autonomía durante dieciséis años.
Entretanto se había consolidado la expansión portuguesa, tanto por impulso real como de un caudillo de la frontera, el ya citado Giraldo Sempavor, que comenzaba su ofensiva contra al Andalus hacia 1163, y logró tomar Trujillo, Cáceres y Évora en 1165, al año siguiente Montánchez y Serpa, y en 1169 Badajoz, afectando tanto las posesiones o perspectivas de Fernando II de León (1157-1188), que pactó con los almohades, siendo el más espectacular suceso de tal alianza, a finales de 1169, la entrada conjunta en Badajoz, recién tomada por los portugueses, aunque los almohades resistían en su alcazaba.
Fernando II, apodado por los andalusíes el Baboso, dejó a los musulmanes Badajoz, exclamando, según el cronista Ibn Sahib al-Salat: Es la casa del emir de los creyentes y no entraré en ella sino porque él me los pida. Poco después fundaba la Orden de Santiago y la colocaba en la Extremadura cacereña, estratégicamente dispuesta a avanzar. Frente a los cristianos, los éxitos almohades en este periodo de Abu Yaqub fueron limitados.
Además, se reincorporó al escenario conquistador Castilla, desde 1169 ó 1170 regida personalmente por Alfonso VIII, cuyo tutor, Nuño de Lara, algareó Ronda y Algeciras en la primavera de 1170. E iba fraguando un mejor acuerdo entre los reinos cristianos peninsulares, comenzando a aplicarse el tratado de Sahagún de 1158, por el cual a León correspondía expandirse por Extremadura y Sevilla, y a Castilla desde el Guadalquivir a Granada.
Giraldo, por su cuenta hasta 1173, seguía acosando Badajoz, a pesar de haber tenido que ceder a unos y otros sus primeras conquistas. Y de nuevo acudió Fernando II a defender los intereses almohades, que eran también los suyos (no perder estas tierras), y volvió a pactar con ellos y a dejarles Badajoz a finales de 1170.
Los almohades recuperaron Jurumeña. Y los almohades culminaron su unificación de al Andalus. Fue decisivo que Ibn Hamusk acatara a los almohades en mayo-junio de 1169, con todo su territorio de Jaén, pues sus desavenencias con su yerno Ibn Mardanis se habían agudizado. Significativo es que la historiografía oficial almohade califique su acción de arrepentimiento.
Durante un año tuvo que sufrir aún Ibn Hamusk ataques de su antiguo aliado Ibn Mardanis, hasta que los almohades pudieron auxiliarle, pues, entretanto, el califa Abu Yaqub convocaba a Marrakech a sus gobernadores en al Andalus, proyectando su primera gran campaña califal en la Península Ibérica.
Todo —o casi todo, pues aún se incorporarían más contingentes árabes— estaba preparado a lo largo de 1169, cuando el califa cayó enfermo, desde comienzos-IX-1169 a noviembre de 1170, contagiándose ligeramente de la peste que diezmaba el Magreb.
De todos modos, se aprovecharon los contingentes reunidos, pues mandados por el sayyid Abu Hafs Umar —llegado a Sevilla en septiembre de 1170— marcharon a Badajoz, como hemos referido, y desde la primavera de 1171, junto con soldados de Ibn Hamusk, fueron contra la resistencia levantina de Ibn Mardanis; tomaron Quesada y se instalaron otra vez en Larache, ante Murcia. La resistencia que aún quedaba empezó a desmoronarse en los meses centrales de 1171, pues Lorca, Elche y Baza se pasaron a los almohades.
Almería, que Ibn Mardanis dominaba desde poco después de su recuperación, en 1157, por los almohades, les reconoció, pasándose a ellos un primo y cuñado de Ibn Mardanis, llamado Muhammad Ibn Sahib al-Basit; también Alzira le abandonó, en junio de 1171, sin que el mismo Ibn Mardanis ni su hermano Yusuf el arráez —caudillo o jefe árabe o morisco—, gobernador de Valencia, pudieran recobrarla, pues cruzaba ya a la Península el califa Abu Yaqub, pasando desde Alcazarseguir a Tarifa el 3-VI-1171, en apariencia para combatir a los cristianos, pero interiormente para concluir el dominio del territorio andalusí, es decir, contra Ibn Mardanis.
El 18 de junio se hallaba en Sevilla, el 5 de julio en Córdoba, desde donde envió tropas contra Toledo, que llegaron a cruzar el Tajo y lograron botín.
En septiembre, mientras su hermano Abu Hafs Umar acosaba a Ibn Mardanis, cuyo próximo fin se preveía, el califa y su ejército volvieron a Sevilla, donde invernó aquel 1171, comenzando sus obras en aquella ciudad que había gobernado, desde sus diecisiete o dieciocho años hasta ser proclamado califa, y donde, entre otras muchas mejoras, ordenó la construcción de una nueva mezquita aljama, todo esto se fue haciendo hasta 1178, en que volvió al Magreb.
Cuando retorne Abu Yaqub, en 1184, aún tendrá tiempo de iniciar la famosa Giralda, alminar de esa nueva mezquita .
sin parigual en ninguna de las mezquitas de al Andalus, por la altura de su cuerpo, el cimiento de su base, solidez de su fábrica, su estructura de ladrillo, lo extraordinario de su obra, maravilla de su estampa alzada por los aires al cielo, mostrándose a la vista desde una jornada antes de llegar a Sevilla, como las Pléyades.
Ante esta definitiva presión de los almohades, todavía hubo más defecciones en el entorno de b. Mardanis: su hermano Yusuf en Valencia, Ibn Dallal en Segorbe, Ibn Amrus en Játiva... se le alzaron; Ibn Mardanis pactó entonces con el califa Abu Yaqub —al menos así lo indican los cronistas cortesanos—, comprometiéndose a que sus hijos y caídes se le sometieran, y murió, a los cuarenta y ocho años, en marzo de 1172.
Su hermano Yusuf y sus hijos enviaron su acatamiento a los almohades, yendo uno de sus hijos, Hilal, a presentarse en Sevilla ante el califa, que lo acogió bien, lográndose una transición pacífica y una integración positiva de los mardanisíes en el estado almohade.
Una de las hijas de Ibn Mardanis casó con el califa Abu Yaqub, otra con su hijo Abu Yusuf; familiares y colaboradores de Ibn Mardanis fueron repuestos en sus cargos: su hermano Yusuf recuperó el gobierno de Valencia, y algunos hijos del pertinaz resistente ejercieron funciones en Denia, Játiva y Alcira.
Pero también los cronistas almohades refieren el final de Ibn Mardanis, como antes el de b. Hamsuk, como una recuperación de la ortodoxia. Y tiene mucho interés la noticia de al Baydaq como marchó a Valencia el califa Abu Yaqub, nombrando de inmediato para controlar la situación a Yusuf b. Muhammad b. Igit, e instalando en Levante a diferentes cabilas beréberes y árabes: dejó árabes y Zanatas en Valencia, sinhaya y Haskura eb Játiva y Murcia, gentes de Tinmal en Lorca y de Kumya en Almería y Purchena.
Campañas de Huete y Santarem
La tensión con que esta unificación fue seguida al otro lado de la frontera queda de manifiesto en las defensas emprendidas, e incluso las ofensivas efectuadas, pues Alfonso II de Aragón atacó Valencia en mayo de 1172.
Pero, tras someter el Levante en 1172, los almohades pudieron dedicarse a cumplir, intensamente, su ideal de combatir a los cristianos septentrionales y defender el territorio andalusí. Parece que los hijos de Ibn Mardanis aconsejaron al califa ir contra Castilla, aunque este reino —hasta que Alfonso VIII no tome sus iniciativas y vaya sobre Cuenca, en 1177— les hostilizaba entonces menos que Portugal y León.
El relato pormenorizado, y en primera persona, de Ibn Sahib al Salat, pese al brillo que quiere dar a la campaña, y de que se logró tomar Vilches y Alcaraz, nos permite captar la falta de acometividad del ejército almohade, el poco interés bélico del culto y piadoso Abu Yaqub, y, sobre todo, la ineficacia de su intendencia, que no supo —o no pudo— aprovisionarse.
El itinerario de la aceifa, con el califa en cabeza, fue: Sevilla (6-VI-1172), Córdoba (12-VI), por Alcocer y Andújar (el 20) hasta cerca de Baeza, tomando Vilches y saliendo (el 26) hacia Alcaraz, castillos estos dos últimos que Ibn Mardanis había cedido a sus auxiliares cristianos. Desde Alcaraz a Bazalote (2-VII), tras aguada en el Júcar (el 6), Abu Yaqub se apostó frente a Huete (el 11), disponiendo la lucha para el día siguiente; la resistencia de los defensores del castillo impidió al ejército almohade rebasar la murallas.
Diez días mantuvieron el sitio de Huete los almohades, infructuosamente, y siguieron hacia Cuenca; los cristianos que la cercaban se retiraron, y los almohades pudieron socorrer la plaza, muy depauperada, según elocuente testimonio de Ibn Sahib al Salat, que en realidad nos da idea de cómo debía ser la trágica situación de las tierras andalusíes más expuestas al acoso exterior y más desconectadas del poder central.
El 26 de julio cundió la voz de que Alfonso VIII con su tutor y tropas acudían, y el califa decidió poner el Júcar por medio. Ambos ejércitos se contemplaron desde sendas orillas, y cuando, el 29, dispuso Abu Yaqub batallar, los otros habían levantado el campo. Los almohades volvieron por Levante, entre imprevisiones y apresuramientos.
A Murcia llegaron el 17 de agosto, y seis después empezaron a partir los soldados, pues mantenerlos allí originó problemas. El 7 de septiembre el califa entraba en Sevilla.
La expansión portuguesa no cesaba. Alfonso Enríquez tomó Beja, pero la evacuó en enero de 1173, sin poder mantenerla. En abril, el conde Gimeno de Ávila el GibosoAbu l-barda = el de la albarda, según las fuentes árabes) llegó a algarear Sevilla, donde seguía el califa, atendiendo al reavituallamiento de Badajoz, intentado repoblar Beja, fortificando especialmente ese territorio, y enviando ataques hacia Talavera y Toledo. Castilla y Portugal solicitaron una tregua, en el verano de 1173, por sus problemas internos.
Giraldo Sempavor se pasó a los almohades y sirvió en el Magreb, como otras milicias cristianas que constituían la guardia de los soberanos almorávides, almohades y de otras dinastías posteriores.
El califa pudo seguir dedicándose a hermosear su capital de al Andalus, Sevilla, consciente de la dimensión política de las obras públicas y del valor representativo de los monumentos ostentosos, que sancionaban la categoría soberana; en 1176 tuvo que volver al Magreb, donde los almohades tuvieron que hacer frente a varias insurrecciones. Se rompieron hostilidades con León (1174-1178). Al comenzar 1177, Alfonso VIII fue sobre Cuenca, y la tomó tras nueve meses de duro asedio (octubre de 1177).
Los almohades siguen empeñados en algarear Talavera, que les resulta una accesible réplica. Fernando II ataca Arcos y Jerez. Alfonso Enríquez de Portugal, concluidas treguas, razia el rico Aljarafe sevillano, en el verano de 1178, y en ese año los musulmanes evacuan definitivamente Beja, mientras todo el Algarve está sometido a duras contiendas por mar y tierra.
Castilla hostigaba también por su lado, y Alfonso VIII llegó a tomar Setefilla. Los leoneses asediaron Cáceres en 1183. Pero el califa almohade no pudo volver a la Península, para intentar atajar todo esto, hasta mayo de 1184, con tropas masmudas y árabes. Su objetivo fue Santarem, y antes de salir de Sevilla, el 7-VI, ordenó levantar el gran alminar de su mezquita aljama, que tardó varios años en terminarse.
En esta campaña volvieron a ponerse de manifiesto los mismo defectos que habían impedido el éxito de la campaña de 1172, y sobre todo la falta de acometividad, cuya explicación más profunda reside en diversos factores de heterogeneidad de las tropas reunidas, dificultades de aprovisionamiento y, seguramente, las escasas dotes militares del califa, a quien de verdad le interesaban otros asuntos, cultos y píos.
Asediaron estrechamente los almohades Santarem , pero con su lenta marcha dieron tiempo a los de allí se aprovisionaran; así, resistían. En esto, dejando el cerco de Cáceres, Fernando II de León acudía, y el califa decidió replegarse tras el Tajo el 3 ó 4 de julio.
Muerte de Abu Yaqub
En el desordenado repliegue, Abu Yaqub fue gravemente herido, y murió al poco, manteniéndose secreta su muerte hasta que su cortejo llegó a Sevilla, donde fue proclamado sucesor su hijo al Mansur el 10 ó el 11-VIII-aquel año de 1184.
Con Abu Yaqub los almohades alcanzaron prosperidad económica y cultural, pero el descontento interno, aunque difícil de medir, aflora en el significativo episodio de los apoyos locales recibidos por el emir de las Baleares, Ali b. Ganiya, capaz de mantenerse allí, y desde 1184, él y luego su hermano Yahya, labrarse un dominio efectivo primero sobre el Magreb central, después en Ifriqiya y hasta Trípoli, como veremos.
VIGUERA MOLINS, Mª Jesús, Historia de España Menéndez Pidal, Editada por Espasa Calpe; 1994, Tomo VIII.2 págs. 89-94.
Califa almohade 1184-1199. Pese a su condición de estructura ideológica y militar superpuesta en un vasto territorio, sometidos a diversas tensiones de disgregación, contenidas por la capacidad de sus tres primeros califas, durante el último cuarto del s. XII los almohades alcanzan su apogeo, político y económico, lo cual llevó a su cima las manifestaciones culturales, en al Andalus y en el Magreb, así favorecidos por su relación, y consiguiendo entre otros logros un extraordinario florecimiento de la filosofía y de las ciencias, con la rica variedad de respuestas que finos pensadores de aquella época, como Ibn Tufayl, Avenzoar y Averroes especialmente, supieron dar a la existencia; con la proximidad de los tres, y con otros, se honraba este califa, también muy culto, y buen mecenas asimismo de ricas construcciones, sobre todo en Marrakech, Rabat y Sevilla.
Puede considerársele, en conjunto, como el más destacado de su dinastía, pero tras él, abruptamente, se inició la decadencia. Apenas podemos asomarnos, a través de las fuentes oficiales, a la situación de los dominados por la sobre-estructura almohade, entre los cuales a los malikíes de al Andalus, a través de episodios aislados les vemos recibir una de cal y otra de arena: Abu Yusuf, por sus tendencias zahíries, les pospone, pero otras veces les vemos triunfar, como al conseguir algunos alfaquíes que este califa revocara a Averroes como cadí —entre turcos y moros, juez que entiende en las causas civiles— de Córdoba, y su destierro temporal, antes de llevárselo consigo a Marrakech.
Es posible que estas oscilaciones sean indicio de la habilidad política de Abu Yusuf, que también demostró sus dotes militares en el Magreb y en al Andalus, conjurando en cada uno a los dos peligros de su imperio, la desintegración de elementos interna y la presión expansiva cristiana, consiguiendo ante ambos brillantes aunque efímeros triunfos.
Había nacido a principios de 1160; y, sin que su padre hubiera previsto —al menos oficialmente— sucesión ninguna, en él recayó, pues venía ejerciendo como su visir, y demostrando dotes. En su proclamación andalusí solo adoptó el título de emir, seguramente porque temía ciertas oposiciones, que en efecto empezaron a manifestarse por parte de algunos hermanos y tíos rivales que sabían sus maldades de juventud, según generaliza al-Marrakusi.
Tras un mes en al Andalus, donde logró consolidarse, cruzó hasta Salé, el 9-IX, dejando a sus hermanos Abi Ishaq, Abu Yahya y Abu Zayd como gobernadores en otras tantas regiones. En Rabat, venciendo oposiciones de sus tíos a costa de grandes recompensas, volvió a repetirse su proclamación, y ya se tituló emir de los creyentes.
Los Banu Ganiya de Baleares
Instalado enseguida en Marrakech, comenzó con mucha firmeza su gobierno. Empezó por hacer frente a problemas magrebíes, pues la situación de casi endémica rebeldía en Ifriqiya se complicó ahora con la intervención de los Banu Ganiya: esa rama de almorávides, independizada en las Baleares, reconocía a los Abasíes y no a los almohades, cuyo califa Abu Yaqub pretendió someterles, lo cual no logró al fin, y los Banu Ganiya pasaron a la ofensiva, pues defendían también su mercado mediterráneo, compitiendo en ello con los almohades, cuyos tratados de comercio y diplomáticos con el papado, Sicilia y Pisa, en 1176 y 1196 precisamente resultan muy significativos.
Los Banu Ganiya tomaron Bugía en noviembre de 1184, reteniéndola durante siete meses, y protagonizando el primer gran ataque en tierras del Magreb contra el imperio almohade.
Desde Bugía ocuparon también Argel, Miliana, Asir y la Qal at Bani Hammad, zonas algunas de ellas del antiguo reino hammudí, cuya desposesión por al Mumin seguía encontrando afanes vengativos, por lo cual muchos habitantes recibían contentos a este rebrote almorávide de los Banu Ganiya.
Los almohades recuperaron Bugía, en junio de 1185, y luego las demás plazas. Ali b. Ganiya se internó en el sur tunecino, tomó Tozeur (1186), luego Gafsa, y dirigiéndose a Trípoli, donde se le unieron los contingentes trucos de los Guzz (enviados desde el califato abbasí contra el heterodoxo califato almohade, ingrediente importante del conflicto), más los árabes dabbat y parte de los riyah, y grupos de beréberes lamtuna y massufa (pilares antes de los almorávides), logró dominar el Yarid, mientras el mameluco Qaraqus, el jefe de los Guzz, se instalaba en Gabés.
Ali b. Ganiya recuperó el control de la Baleares y se adueñó de Ifriqiya, excepto de sus ciudades de Túnez y Mahdiyya. Abu Yusuf acudió allí desde diciembre de 1186, regresando totalmente victorioso en marzo de 1186.
Este gran ataque contra el califa almohade dio pie a que dos tíos suyos, Abu Ishaq Ibrahim y Abu l-Rabi Sulayman, conspirasen contra él en el Magreb, como también su propio hermano Abu Hafs Umar al Rasid, gobernador de Murcia, que llegó a aliarse con Alfonso VIII, alzando los impuestos para sostener su causa. A los tres la intentona les costó la vida.
La Batalla de Alarcos
Miniatura de tropas cristianas y musulmanas, s. XIII.
Estos alzamientos magrebíes habían animado también los ataques cristianos, siempre dispuestos, en la Península. Al fin, los atendió Abu Yusuf. Esos problemas magrebíes retrasaron, hasta 1190, la venida de Abu Yusuf a la Península Ibérica para oponerse a las peligrosas ofensivas portuguesa y castellana: una de cruzados hacia Jerusalén (Saladino lo había tomado en 1187) ayudó a Sancho I de Portugal o povoador a apoderarse de Silves, en IX-1189, tras cuatro meses de asedio, más otros enclaves menores, como Alvor.
Los castellanos algareaban Córdoba y Sevilla, y Alfonso VIII se aliaba con al Rasid, como vimos, y con Abdállah b. Ganiya de Mallorca; en junio de 1190 tomó Magacela, decastó Reina y Alcalá de Guadaira, entrando luego por el sureste y apoderándose de Calasparra. En abril de 1190, el califa desembarcó en Tarifa, subió directamente a Córdoba, y aceptó treguas con castilla, teniéndolas ya con León, pues su objetivo era Portugal.
Por el valle del Guadiana subió al Tajo, enviando tropas contra Silves y Évora. Tomó Torres-Nova, pero en Tomar fue en parte derrotado. Volvió a Sevilla el 26-VI-1190. En abril del año siguiente, desde Sevilla atacó Alcacer do Sal, que tomó en junio, plantándose luego ante Silves, y antes de un mes la había conquistado.
Los portugueses firmaron treguas, y Abu Yusuf volvió triunfalmente al Magreb. Varios problemas le retuvieron allí, pues aparte los alzamientos de al Yaziri (en Marrakech) y de al-Asall (en el Zab), ambos con pretensiones religioso-políticas, muy indicativas del las tensiones sociales así expresadas, el dominio de los Banu Ganiya durará aún medio siglo en Ifriqiya y la Tripolitania.
Tras treguas con Castilla y León, desde 1191, expiradas en 1195, Alfonso VIII atacaba con denuedo. El papa Celestino III (1191-1198) impulsaba el avance cristiano en la Península, consiguiendo en 1192 concertar a León, Castilla y Aragón, con amplias consecuencias. El arzobispo de Toledo algareaba el valle del Guadalquivir y Alfonso VIII reconstruía la cuña de Aledo.
Abu Yusuf cruza la Península Ibérica de nuevo, en 1195: hasta Tarifa (1-VI), de Sevilla a Córdoba (el 23), y pasado el Muradal se apostó por la llanura de Salavatierra y el Campo de Calatrava.
Alfonso VIII sobrevaloró sus tropas, y la estrategia adoptada por el almohade le hizo obtener la sonada victoria de Alarcos: parece verdad la superioridad numérica del ejército almohade, como refiere —además interesadamente— la I Crónica General, pues vuelve a ponerse de manifiesto la capacidad de los cuatro primeros califas de esta dinastía para levantar un ejército numeroso ante situaciones concretas, formado en su mayoría por voluntarios norteafricanos, que, sin embargo —por razones de intendencia y cohesión—, no podían mantener en campaña mucho tiempo.
Abu Yusuf —a diferencia de otras batallas suyas o de su padre o abuelo— logró además cohesionar los diferentes componentes de su ejército, que, a una, realizaron su decisiva táctica envolvente. Es curioso que respecto a este triunfo de Alarcos, un compilador de noticias históricas y geográficas algo tardío, al-Himyari, transmita:
He oído contar que esa victoria fue casual, pero a raíz de ella, los almohades recuperaron hasta Alarcos, Guadalferza, Malagón, Benavente, Calatrava la Vieja y Caracuel.
Fue un combate comparable y comparado al de Zallaqa. El califa volvió triunfal a Sevilla, y allí celebró su victoria, resonante, pero que no le dio bazas duraderas. La cristiandad entera se alarmaba de este Saladino que tenía más cerca.
Sin aceptar las propuestas de tregua de Alfonso VIII, volvió Abu Yusuf a atacarle en la primavera del año siguiente, logrando rendir Montánchez, ocupar Trujillo y Santa Cruz, y Plasencia, llegando a talar tierras de la bien guardada Talavera, Maqueda, Toledo, Oreja, Madrid, Alcalá de Henares, Guadalajara, Huete, Uclés, Cuenca, Alarcón, entrando a al Andalus el 19 de agosto, por Jaén, donde, al saber de la actividad de los Banu Ganiya en Ifriqiya, aceptó treguas con Castilla, no con Alfonso IX de León.
Al poco, Castilla y León se concertaron, sufriéndolo las fronteras andalusíes. No carece de interés, según esos testamentos que las fuentes árabes gustan poner en boca de personajes en trance de morir, que el califa Abu Yusuf, según el cronista Ibn Idari, habría dicho a sus cortesanos.
Os recomiendo a los huérfanos y a las huérfanas; [al preguntarle] ¿quiénes son?... respondió: la huérfana es la Península de al Andalus y los huérfanos los musulmanes que la habitan; tenéis que ocuparos de lo que allí conviene: elevar sus murallas, defender sus fronteras, entrenar a sus soldados.
Refleja los afanes almohades, pero muy pronto, desde el califa siguiente, al Nasir (1199-1213), la situación andalusí sufrió pérdidas irreparables. De la larga campaña en al Andalus (1195-1197) regresó Abu Yusuf enfermo al Magreb, y redobló sus característicos actos de piedad y cumplimiento riguroso de virtuoso soberano musulmán, y murió, aureolado por rasgos legendarios, el 12 ó 22-I-1199.
Mereció su sobrenombre honorífico de ayudado por Dios a triunfar (al-Mansur), pero introdujo, en la evolución del imperio, una cierta relajación en la consideración hacia el madhi Ibn Tumart, y por tanto hacia la esencia del dogma almohade.
Esta tendencia centrífuga culminará en el califato de un hijo suyo que, al acceder al poder, llegó a abjurar públicamente de la doctrina almohade. En el otoño de 1191 había hecho proclamar sucesor a su hijo Abu Abd Allah al Nasir, que entonces tenía diez años, y renovó esta proclamación en 1198. Aún se mantenía, en esta dinastía, la línea patrilineal y las sucesiones previstas.
VIGUERA MOLINS, Mª Jesús, Historia de España Menéndez Pidal, Editada por Espasa Calpe; 1994, Tomo VIII.2 págs. 96-101.
Califa almohade 1199-1213. Abu Abd Allah Muhammad b. Yaqub b. Yusuf b. Abd al Mumin fue el cuarto califa almohade y ejerció el poder durante los catorce años que median entre 1199 y 1213.
Era biznieto del fundador de la dinastía de los Banu, Abd al Mumin y tanto su padre como su abuelo le habían precedido en la dignidad califal, manteniéndose, por lo tanto, una línea directa de sucesión dinástica que habría de romperse tras la muerte de su hijo y sucesor, Yusuf II al Mustansir.
Su padre, al Mansur, había muerto el 12-I-1199, y la sucesión se produjo según lo previsto, ya que Muhammad había sido oficialmente designado heredero en vida de su antecesor, cuando contaba tan solo nueve años, siendo proclamado una semana más tarde. Su elevación al poder no causó discordias entre los almohades, debido a su condición de heredero oficial y a que la autoridad de su padre era indiscutida, si bien el califa era tan solo un joven de diecisiete años.
No obstante, es cierto que ello dio lugar a que se iniciase una dinámica que, en etapas sucesivas, habría de tener una influencia en aumento, la del creciente intervencionismo de los jeques almohades, es especial los tíos del nuevo soberano, dada su inexperiencia en asuntos políticos por su juventud. El califato de Muhammad al Nasir tiene un carácter muy relevante en la evolución del imperio almohade, ya que marca un punto de infexión en su trayectoria.
En efecto, hasta entonces se había desarrollado la fase ascendente del dominio almohade, sólidamente asentado en su bases magrebíes y capaz de alcanzar resonantes victorias en territorio andalusí frente a los cristianos, sobre todo la de Alarcos en 1195. Después de él se inicia la decadencia almohade. A la descomposición política interna se va unir el progresivo desmembramiento del imperio y el abandono de la política de Yihad en la península.
La época de al Nasir presenta, junto a algunos éxitos importantes, como los obtenidos en Baleares e Ifriqiya, se une el fracaso de la derrota de las Navas de Tolosa.. En paz con castellanos y leoneses, firmada por su padre en 1197 tras la victoria de Alarcos (1195), paz que durará diez años, decide reconquistar las Baleares que estaban en poder de familia de los Banu Ganiya desde 1144.
El primer intento almohade por restablecer la situación, protagonizado por el gobernador de Bugía, acabó en completa derrota hacia 1200. Gracias a la enérgica actuación de su padre, el vencedor de Alarcos, la situación en la Península se encontraba en calma cuando Muhammad al Nasir llegó al poder, ya que se habían firmado treguas con Alfonso VIII en 1197 por diez años, mientras que los leoneses estaban aliados a los almohades.
De esta forma, el problema fundamental al que tuvo que hacer frente al comienzo de su actuación fue el dominio de Yahya b. Ganiya en las Baleares, y la extensión de su poder a toda Ifriqiya, salvo Túnez y Constantina. El primer intento almohade por restablecer la situación, protagonizado por el gobernador de Bugía, acabó en completa derrota hacia 1200.
Ello permitió; a Ibn Ganiya consolidar su posición, al hacerse con el control directo del puerto de Mahdiya, hasta entonces en manos de un emir aliado suyo. Sin embargo, el califa al Nasir logró poner fin al dominio ejercido desde décadas atrás por los Banu Ganiya en Baleares, conquistando Menorca en 1202 y al año siguiente Mallorca, siendo la cabeza de Abd Allah b. Ganiya enviada al califa en Marrakech.
Sin embargo, esta gran victoria fue compensada con otra gran pérdida, ya que mientras los almohades se apoderaban de las Baleares, Yahya b. Ganiya logró hacerse con el dominio de Túnez en 1203.
Ello determinó una respuesta almohade inmediata, que el propio califa se encargó de encabezar, dirigiendo sus contingentes hacia Ifriqiya, de forma que en 1205, cerca de Gabes, Yahya fue derrotado, siguiendo a continuación la toma d Mahdiya al año siguiente, de tal forma que el dominio almohade de Ifriqiya pudo ser completamente restablecido.
Tras la pacificación de Ifriqiya y con la situación estabilizada en al Andalus, gracias a las treguas establecidas en la época de su padre, siguieron tres años de tranquilidad, en los que el califa pudo dedicarse a reorganizar su administración desde Marrakech y a poner orden en la administración de Hacienda, debido a los frecuentes casos de fraude y corrupción que se producían habitualmente.
No obstante, ya en 1210 las fuentes árabes nos informan de la realización de una expedición marítima contra las costas catalanas, al parecer en respuesta a una previa ofensiva aragonesa.
Ello sería preludio del restablecimiento de las hostilidades entre cristianos y almohades en la pugna por el control del territorio peninsular. Sin duda, el episodio central de la actuación de Muhammad al Nasir fue la célebre batalla de las Navas de Tolosa, que se produjo en las estribaciones de Despeñaperros el 16-VII-1212.
La batalla de las Navas de Tolosa
Sin duda, el episodio central de la actuación de Muhammad al Nasir fue la célebre batalla de las Navas de Tolosa (llamada en árabe: al Iqab, las Cuestas., que se produjo en las estribaciones de Despeñaperros el 16-VII-1212.
Batalla de Las Navas de Tolosa, óleo de Van Halen expuesto en el palacio del Senado (Madrid).
Alfonso VIII anhelaba vengar la dura derrota de Alarcos y, ante de que finalizasen las treguas pactadas en 1197, se decidió a atacar los territorios musulmanes, saliendo de Toledo en 1209 y dirigiéndose contra Jaén y Baeza, mientras que los Caballeros de la orden de Calatrava hacían lo propio sobre Andújar. El califa al Nasir envió embajadores para protestar por la violación de la tregua, pero la ruptura de hostilidades era definitiva.
La victoria de las Navas vino precedida de una previa campaña almohade durante el año anterior, que era la respuesta a las algaras efectuadas por Alfonso VIII y el infante Fernando, junto a las milicias concejiles de Madrid, Guadalajara, Huete, Cuenca y Uclés, en la zona levantina, donde arrasaron los alrededores de Játiva.
En respuesta, el propio califa se puso al frente de sus fuerzas y en febrero de 1211 salió de Marrakech, llegando en mayo a Sevilla. Meses después, logró recuperar la fortaleza jienense se Salvatierra. Fue la última vez que un califa almohade salió en campaña desde Marrakech para cumplimentar el deber del Yihad en al Andalus, pues sus sucesores se limitaron, como máximo, a adoptar actitudes meramente defensivas.
La mala noticia de la pérdida de Salvatierra se acompañó de otra aún peor en el bando castellano, la muerte prematura del infante Fernando, primogénito de Alfonso VIII.
La campaña almohade de 1211 fue una demostración de fuerza que indujo a Alfonso VIII a solicitar del Papado una cruzada, encontrando una respuesta favorable en Inocencio III, que en abril de 1212 ordenaba, además, a las dos máximas autoridades eclesiásticas peninsulares, los arzobispos de Toledo y Santiago, que exhortasen a los demás soberanos a mantener las paces y treguas que tuviesen con el rey castellano mientras durase la guerra contra los infieles.
De esta forma, la campaña se planteó desde el principio como una operación conjunta destinada a asestar un golpe definitivo a los almohades, contando con la alianza de tres de los cinco soberanos cristianos peninsulares y el respaldo ideológico de la Iglesia y del Papado, dando a dicha campaña una dimensión internacional aún más relevante.
Para ello, como indica gráficamente un cronista árabe, los contingentes se concentraron en 1212 en Toledo como langostas, mientras que Pedro II de Aragón había acudido a la cita anterior en Cuenca y Sancho VII de Navarra se añadió a la expedición una vez que la misma hubo partido de Toledo.
La batalla de la Navas fue uno de los principales enfrentamientos entre cristianos y musulmanes habidos en la Península Ibérica durante toda la Edad Media, debido a varios motivos.
La guerra medieval consistía, esencialmente, en una lucha por el control del espacio, no por destruir al enemigo, de ahí que la batalla campal fuese un hecho excepcional. En cambio, una de las causa de la singularidad del encuentro de las Navas radica en el hecho de que tuvo un significado estratégico propio, siendo el producto de una decisión determinada, pues nunca antes se había buscado de manera tan premeditada la batalla como medio de dirimir un conflicto.
Por otro lado, si bien es cierto que la cifra de combatientes como de víctimas que aportan las fuentes narrativas, árabes y cristianas, resultan totalmente exageradas y fantasiosas, en cambio no lo es menos que la cantidad de recursos movilizados por ambos bandos contendientes fue de una magnitud extraordinaria.
La actitud del soberano almohade ha sido interpretada como uno de los factores de la derrota musulmana, ya que, en lugar de acudir a primera línea de combate, para espolear con su presencia la victoria de sus contingentes, como hizo Alfonso VIII, optó por permanecer recluido en su tienda recitando versículos coránicos, para salir huyendo en el momento en que la jornada se declaró adversa, no conformándose con refugiarse en Sevilla, sino abandonando de manera apresurada al Andalus para dirigirse a Marrakech, dando una imagen de total abandono y desentendimiento respecto al destino de la población andalusí.
No obstante, las causas de la victoria cristiana son más profundas y se vinculan a diversos factores, tanto puntuales, la mayor eficacia táctica y estratégica de los contingentes cristianos y su mayor organización y sentido de la disciplina, como generales, de forma que el avance conquistador cristiano podía considerarse ya, a esas aturas, irreversible, de manera que el carácter decisivo atribuido por la historiografía tradicional al encuentro es hoy día matizado por los principales especialistas.
Las fuentes árabes no dudan en señalar la importacia de la batalla de al Iqab, como la denominan, coincidiendo en indicar que fue entonces cuando se inició el declive almohade e incluso, más aún, la propia ruina de la presencia musulmana en la Península. Algunas fuentes, incluso, vinculan la muerte del califa, un año y medio después, al abatimiento en que se vio sumido tras la derrota.
Ciertamente, aunque el califa al Nasir intentó enmascarar la dureza de su derrota en la carta enviada tras la batalla a la capital del Imperio dando cuenta de la misma, lo cierto es que la victoria cristiana no tuvo paliativos y, desde este punto de vista, las Navas si podría considerarse un encuentro decisivo, como ha señalado la historiografía más clásica.
Sin embargo, el epílogo de la victoria cristiana, al menos en el momento inmediatamente posterior, no fue tan relevante como pudiera, en principio pensarse. De hecho, la derrota almohade no solo no supuso la disgregación de sus estructuras políticas y militares, sino que, apenas mes y medio después, en septiembre de 1212, los musulmanes atacaban algunos castillos que los cristianos habían conquistado en sierra Morena y los expulsaban de algunos puntos fortificados de la frontera oriental.
Por su parte, las siguientes iniciativas cristianas no tuvieron éxito, ya que Alfonso VIII fracasó en el asedio a Baeza de 1213, mientras Alfonso IX de León, que no había participado en la cruzada de las Navas, tampoco tuvo éxito ante Mérida.
La consecuencia estratégica más importante de la victoria cristiana fue trasladar la línea de frontera desde el Tajo hasta Sierra Morena. En efecto, los cristianos se hicieron con el dominio de una docena de fortalezas situadas entre Toledo y Córdoba (Malagón, Calatrava, Alarcos, Piedrabuena, Benavente, Caracuel, Vilches, Baños, Tolosa y Ferral).
Sin embargo, lo cierto es que durante la década siguiente, entre 1212 y 1224, la frontera apenas se movió y el dominio almohade se mantuvo estable, a pesar de que el califato había recaído, tras la muerte de al Nasir en 1213, en un menor de edad. Las únicas pérdidas importantes experimentadas por los almohades tras las Navas y antes de 1224 fueron: Alcácer do Sal (1217) y Alburquerque (1218).
La muerte del califa
La derrota de las Navas de Tolosa fue seguida, al poco tiempo, de la muerte del propio califa Muhammad al Nasir, sucedida apenas año y medio después, en concreto el 25-XII-1213, cuando contaba tan solo treinta y dos años de edad. Las causas de este prematuro fallecimiento no están claras y las hipótesis van desde el asesinato por envenenamiento (la más fiable).
Tampoco cabe descartar que falleciese de manera natural, debido a un atque de apoplejía, mientras que en cambio, otras narraciones resultan más inverosímiles, por ejemplo la que atribuye su muerte a los miembros de su guardia negra cuando estaba en los jardines del alcázar, debido a que el mismo había ordenado que se ejecutase a todo aquel fue fuese sorprendido allí de noche, y en una ocasión que salió disfrazado para ver si sus preceptos eran cumplidos, fue alanceado por los guardias, que no lo reconocieron.
No mucho más verosímil parece que su muerte fuese producida por la mordedura de un perro. Sea lo que fuere, lo cierto es que Muhammad al Nasir dejaba una pesada herencia a su heredero, no solo por la derrota de las Navas, sino por lo temprano de su muerte, que iba a hacer que las riendas del poder recayesen en su hijo, un niño que no llegaba a los quince años.
GARCÍA SANJUÁN, Alejandro, Diccionario Biográfico Español, Real Academia de la Historia, 2009, Vol I, págs. 225-228.
Califa almohade 1213-1224. Yusuf al Mutansir bi-llah, hijo y sucesor de Abu Abd Allah al Nasir. Tenía catorce años de edad cuando su padre, después de la inapelable derrota almohade en las Navas de Tolosa (Jaén, 16-VII-1212), lo dejó encargado del gobierno de al Andalus antes de retirarse a Fez (Marruecos), donde murió poco después. Así, al acceder al califato, su inexperiencia y juventud fueron caldo de cultivo propicio para que continuara la desmembración del poder almohade que se había iniciado décadas antes.
Por un lado, aumento la influencia de los visires y las diversas facciones de la familia gobernante; por otro, se dejó sentir la cada vez mayor independencia de los gobernadores de las provincias andalusíes, mientras las agitaciones de inspiración Fatimí y la disidencia cada vez menos encubierta de los bereberes meriníes del Magreb paralizaban el gobierno de los almohades. Este soberano y los siguientes vieron el desmembramiento del imperio almohade.
En el Magreb había surgido un nuevo movimiento religioso movido por el hambre; los benimerines o meriníes. Eran tribus beduinas de la confederación zanata. En 1216, acuciados por el hambre, atravesaron el río Mulaya y se lanzaron a las ricas planicies marroquíes de Fez, Taza, Mequinez, etc., derrotando a los desmoralizados gobernadores y convirtiéndolos en tributarios. Provocarán el colapso de la vida urbana. Tardarán bastante en tomar la capital Marrakech en 1268 y en Timmallal, en el año 1269, darán fin al Imperio almohade.
Durante el reinado de Yusuf, Marruecos cayó en la anarquía y empezó la revuelta meriní. A su muerte en el año 1224, en circunstancias oscuras y sin descendencia, se abrió la puerta para la disgregación de la administración almohade, con el surgimiento de diversos cabecillas y pretendientes al trono, y el florecimiento de los Ibn Hud e Ibn Nasr en Andalucía y de Ibn Mardanis en Valencia y Murcia. Le sucedió al Majlu, gracias al apoyo del visir Ibn Gami de Marrakech.
Varios Autores, Gran Enciclopedia de España, Ed. Enciclopedia de España, 2003, tomo XXII pág. 10962.
Califa almohade 1224-1224. Abu Muhammad Abd al Wahid b. Yusuf b. Abd al Mumin era hijo del segundo califa almohade, Yusuf I, hermano del tercero, al Mansur y tío abuelo del quinto Yusuf II al Mustansir, su inmediato antecesor.
Fue uno de los califas almohades más efímeros, ya que apenas se mantuvo durante ocho meses en el poder, y tanto su proclamación como su trayectoria se explican dentro del contexto de la grave crisis política y dinástica desencadenada en el seno del movimiento almohade después de la derrota frente a los cristianos en las Navas de Tolosa en 1212.
En efecto, con al Majlu se rompe la unidad almohade, ya que su proclamación no despertó la adhesión unánime de todos los sectores del movimiento, produciéndose, por primera vez, la quiebra de la integridad política y dinástica. Ello sería el anuncio del comienzo de una larga crisis que se extenderá a lo largo de trece años y conducirá, finalmente, a la extinción del movimiento almohade y de la dinastía que lo sustentaba.
Para comprender el inicio de esta larga crisis política hay que situarse en el contexto de la muerte de su antecesor, Yusuf II al Mustansir, acaecida el 6-I-1224 y sobre cuyas causas las fuentes discrepan, ya que algunas la atribuyen a un accidente, mientras que otros cronistas afirman que fue asesinado.
Sea de ello lo que fuere, lo cierto es que con su muerte se inicia un periodo de luchas internas en el seno del califato almohade que se van a prolongar por espacio de trece años, hasta 1236, durante los cuales se va a producir una situación de discordia en el poder, que, además, va a tener una dimensión territorial, ya que supondrá una división entre los dominios territoriales andalusí y magrebí.
Al día siguiente de la muerte del califa, los jeques se Marrakech proclamaron a su tío abuelo, Abu Muhammad Abd al Wahid, hasta entonces gobernador de Tremecén y que sería conocido como al Majlu, el cual, según las fuentes, habría sido forzado a aceptar la dignidad califal contra su voluntad.
Se inicia entonces un corto periodo de ocho meses que duró su califato, uno de los más breves de los miembros de la dinastía de los Banu Abd al Mumin. Además, durante más de la mitad de esos ocho meses hubo de hacer frente al desafío que representó la proclamación de al Adil en al Andalus.
En el momento de su investidura, Abu Muhammad Abd al Wahid debía ser ya de avanzada edad (tal vez más de sesenta años), ya que era hijo de Yusuf I, que había muerto cuarenta años atrás. Apenas habían transcurrido dos meses cuando la crisis en el seno del sistema almohade se hizo evidente, al ser proclamado en Murcia su sobrino al Adil el 18-III-1224, con el sobrenombre de al Adil —poco antes (1222-1223) había sido nombrado responsable de esa jurisdicción procedente de Granada.—
Algunas fuentes atribuyen dicha iniciativa a la influencia del visir Abu Zaid b. Buryan, conocido como al Afsar y tenido por uno de los más perspicaces jeques almohades, el cual habría instigado a al Adil a reclamar la dignidad califal, haciéndole ver que disponía de mayores títulos que Abd al Wahid.
Ello representaba por primera vez, la ruptura de la unidad política y, asimismo, la división territorial del Imperio en dos legitimidades, una en el Norte de África y otra en al Andalus, síntoma de profundas disensiones en el seno de la dinastía, sobre cuyas causas, sin embargo, no se posee una información muy detallada. En principio al Adil no recibió el reconocimiento unánime de los territorios andalusíes ni tampoco de la totalidad de los jeques, ya que como indican las fuentes, algunos almohades se pasaron a él y otros se reservaron.
Entre quienes le apoyaron estuvo inicialmente Abu Muhammad al Bayasi, conocido como el Baezano, que poco más tarde, sin embargo, se apartó de su obediencia y protagonizó una revuelta en su contra. Inicialmente al Adil y al Majlu compartieron, pues, la dignidad califal, pero tan solo ocho meses después de su proclamación, el 6-IX-1224, los jeques almohades entraron en el alcázar de Marrakech con el fin de obligar a Abu Muhammad Abd al Wahid a abdicar.
El anciano soberano no debía sentir mucho apego por el poder, pues había sido forzado a aceptar la autoridad califal. Por tanto es probable que no le supusiera un gran esfuerzo renunciar al mismo, cosa que hizo de manera voluntaria al día siguiente, de donde el apodo de al Majlu, que significa en árabe el depuesto. Sin embargo, su presencia debía considerarse amenazante o peligrosa, de forma que el día 22 fue asesinado, aunque existen ligeras divergencias en las fuentes respecto a la fecha exacta del magnicidio.
Como señala el autor de Rawd al qirtas, Abd al Wahid fue el primero de la dinastía de los Banu Abd al Mumin que fue destronado y asesinado, de tal forma que según el citado cronista, a partir de ese momento, los jeques almohades fueron para los califas como los turcos para los Abasíes, siendo la causa de la ruina de su imperio y de la decadencia de su poder.
Con el asesinato de al Majlu el camino quedaba libre para que Abu Muhammad al Adil pudiera ejercer el poder en solitario, pero en realidad no sucedió así, ya que la dinámica de ruptura de la unidad que él mismo había puesto en marcha se volvió ahora en su contra con la proclamación de su sobrino Yahya en Marrakech, prolongándose la situación de división que sería ya, casi, una constante en la evolución de la dinastía almohade.
GARCÍA SANJUÁN, Alejandro, Diccionario Biográfico Español, Real Academia de la Historia, 2009, Vol I, págs. 169-170.
Califa almohade 1224-1227. Abu al Allah b. Yaqub era hijo del tercer califa almohade, al Mansur, hermano del cuarto, Abu Abd Allah al Nasir, tío del quinto, Yusuf II al Mustansir; y sobrino del sexto, su inmediato antecesor, al Majlu.
El califato de al Adil se sitúa de pleno en el contexto de la crisis política que estalló pocos años antes, en 1224, a raíz de la muerte de Abu Yaqub Yusuf II al Mustansir, que supuso el inicio de un periodo de luchas internas en el seno del califato almohade que se va a prolongar por espacio de trece años, hasta 1236, durante los cuales se va a producir una situación de discordia en el poder, que además va a tener una dimensión territorial, ya que supondrá una división entre los dominios territoriales andalusí y magrebí.
Al morir Yusuf II al Mustansir los jeques de Marrakech eligieron a su tío abuelo, Abd al Wahid al Majlu, hasta entonces gobernador de Tremecén y que sería conocido como al Majlu. Sin embargo, la crisis de legitimidad política en el seno del sistema almohade se hizo evidente cuando en Murciafue proclamado como califa su gobernador, Abu Allah b. Yaqub al Mansur, que había sido nombrado responsable de esa jurisdicción poco antes (1222-1223) procedente de Granada: dicho episodio sucedió el 6-III-1224, adoptando el nuevo soberano el sobrenombre de al Adil.
Inicialmente al Adil y al Majlu compartieron, pues, la dignidad califal, aunque fue por poco tiempo, ya que a los ocho meses de su proclamación los jeques almohades obligaron a al Majlu a abdicar, cosa que hizo voluntariamente, de donde su sobrenombre de al Majlu, el Depuesto. Este hecho sucedió el 7-IX-1224, si bien no se conformaron con ello, siendo asesinado a los pocos días, en fecha que las fuentes no sitúan en forma unánime. Ello dejaba el camino libre para al Adil y, de hecho, tras la muerte de su tío se pronunció el sermón en su nombre en Marrakech.
Sin embargo, su autoridad no fue reconocida unánimemente en todo el imperio, ya que los gobernadores de Ifriqiya no lo acataron, ni tampoco tuvo el reconocimiento unánime de al Andalus, ya que aunque lo reconocieron su hermano —futuro califa al Mamun— y los gobernadores de Córdoba y Sevilla respectivamente, en cambio no hizo lo propio el sayyid Abderramán al Sayyid Idris b. Yusuf b. Abd al Mumin, señor de Valencia, Játiva y Denia.
La primera fase del califato de al Adil transcurrió en al Andalus, en concreto hasta mayo de 1225, cuando se vio obligado a abandonar Sevilla en dirección al Magreb. En la capital hispalense había noticias de la proximidad de un contingente cristiano de leoneses. La actitud del califa ante esta inminente amenaza fue, al parecer, de total inoperancia, denotando una clara indolencia, que ponía de relieve su nula disposición para acometer la defensa de la ciudad.
Ante la ausencia de medidas por parte del califa, la población sevillana reaccionó con fuertes protestas que se hicieron manifiestas al final de la oración del viernes en la mezquita aljama. La presión popular hizo que finalmente se convocase a los voluntarios para salir a combatir, formándose un contingente popular integrado por la plebe sevillana, cuyos miembros carecían de preparación e iban mal armados, a los que se añadió un pequeño grupo de combatientes regulares almohades comandado por Ibn Yazid.
Dado que el contingente popular iba por libre, el oficial almohade los abandonó en el momento del encuentro, que tuvo lugar en Campo de Tejada, a escasos kilómetros de la capital sevillana. Las víctimas debieron ser cuantiosas, ya que las fuentes las cifran entre veinte y diez mil, poniendo de manifiesto la inoperancia de los almohades frente a los cristianos. Como consecuencia de esta derrota, el califa al Adil abandonó la capital sevillana rumbo a Marrakech ese mismo año, no volviendo a retornar a territorio andalusí.
Rebelión del Baezano
A partir de ese momento, su hermano al Mamun, a quien había nombrado gobernador de Sevilla, quedó como máxima autoridad almohade en al Andalus debiendo de hacer frente a la rebelión del Baezano, quien inicialmente se había unido a su causa: el mismo año 1224, el califa escribió al Abd al Allah al Bayasi para agradecerle que se rebelara contra al Majlu y que apoyara su causa.
Pero ya al año siguiente, tras la partida del califa hacia el Magreb, le retiró su apoyo y, además acudió a los cristianos para pedirles ayuda, indicándoles los lugares indefensos del país y permitiéndoles entrar en Quesada, Beja, Loja y otros castillos. Se inicia, de esta forma, el expediente de recurrir a la ayuda de los cristianos para dirimir las discordias internas, lo que supondrá un claro elemento de desestabilización en el proceso, ya iniciado, de crisis política.
El califa envió contra él a su hermano Idris con un poderoso ejército que lo asedió en Baeza, tras lo cual hicieron la paz y el Baezano reconoció la autoridad del califa. Pero cuando Abu al Ula Idris al Mamun partió, el Baezano volvió a rebelarse y Fernando III le envió un ejército de diez mil jinetes; tras reunir sus fuerzas, el Baezano partió de Córdoba y puso sitio a Sevilla, saliéndole al encuentro el sayyid Idris, que pudo derrotarlo el 25-II-1226.
Esta derrota selló el destino del Baezano: el pueblo cordobés se rebeló contra él y fue muerto, siendo su cabeza enviada a Idris, el cual la remitió a su hermano el califa en Marrakech.
La desaparición del Baezano no significó el final de los problemas para el califa. Al llegar el califa al Adil a Marrakech había nombrado visir a Abu Zaid b. Abi Muhammad b. Abi Afs, lo que supuso el apartamiento de Ibn Yuyyan, partidario de los Jult y los Haskura, quienes se pronunciaron contra el califa.
Esta coyuntura desfavorable fue aprovechada por su hermano Abu al Ula Idris que se rebeló contra él, siendo proclamado califa el 15-IX-1227, en Sevilla. Los jeque de Hintata y Tinmallal, Ibn al Sahid y Yusuf b. Ali, hasta entonces sus partidarios pidieron a al Adil que abandonara el poder y ante su negativa, fue asesinado el 4 de octubre, al parecer ahogado en una fuente.
GARCÍA SANJUÁN, Alejandro, Diccionario Biográfico Español, Real Academia de la Historia, 2009, Vol I, págs. 120-121.
Califa almohade 1227-1229. Yahya b. al Nasir al Mutasim bi-llah. ?,f. s. XII-6-VI-1236. Octavo califa almohade. Yahya b. al Nasir adoptó el título de al Mutasim bi-llah, era hijo de Muhammad al Nasir, el cuarto soberano almohade, y hermano de Yusuf II al Mustansir, quinto califa de la dinastía de los Banu Abd al Mumin.
A partir de la derrota de su padre en las Navas de Tolosa en 1212, la descomposición interna del califato almohade se aceleró, aunque la crisis no estalló en toda su plenitud hasta el año 1224, cuando se produjo la muerte inesperada y accidental de Yusuf II al Mustansir, momento a partir del cual se rompe la unidad del califato, iniciándose un periodo de trece años de enfrentamientos internos debido a la doble proclamación del anciano Abd al Wahid al Majlu en Marrakech y de al Adil en Murcia.
Cuatro años después, en 1227, a la muerte de al Adil, tío de Yahya e inmediato antecesor suyo, de nuevo volvió a repetirse la misma situación, debido a la doble proclamación del propio Yahya, por un lado, y de su tío, hermano del califa fallecido, Abu-l-Udra Idris, que gobernó como al Mamun. Ambos simultanearon el poder durante cinco años que transcurren entre 1227 y la muerte del segundo en 1232, momento a partir del cual fue sucedido por su hijo Abd al Wahid, conocido como al Rasid.
De esta forma, como indica un cronista, las circunstancias apenas le fueron favorables, salvo durante dos años, por lo que su gobierno fue infortunado. En efecto, Yahya al Mutasim apenas llegó a ejercer como verdadero soberano, ya que en sus nueve años de gobierno es preciso distinguir entre dos etapas, una inicial en la que tuvo que hacer frente a la rivalidad de su tío al Mamun y la segunda en la que combatió a su primo al Rasid, con el que mantuvo la pugna hasta su muerte en 1236.
La existencia de dos soberanos que se disputaban la legitimidad del poder y el mantenimiento de una situación de división y enfrentamientos internos a lo largo de varios años son claro testimonio del estado de inestabilidad y fuerte crisis en el que se vio sumido el imperio almohade desde 1224. Yahya fue proclamado califa con el apoyo de los jeques de Marrakech, mientras que al Mamun había hecho lo propio en al Andalus, consagrando de esta forma la división en dos partes del imperio almohade.
La primera fase de su gobierno estuvo, pues, centrada en hacer frente al desafío de su soberanía por parte de su tío. En mayo de 1228, a los pocos meses de su proclamación, tuvo que refugiarse en el Atlas puesto que al Mamun para debilitar sus competencias pidió auxilio a Ibn Yuyyan; este no solo se lo dio sino que además consiguió el apoyo del caudillo de los Jult y del jefe de los Haskura.
Sin embargo, Yahya, volvió a Marrakech ayudado por el jefe de Hintata, y dispuesto al saqueo. Al Mamun no pudo evitarlo ya que tuvo que dedicarse al inicio de la rebelión protagonizada por Ibn Hud de Murcia desde mayo de 1228, convirtiéndose en el principal desafío de la autoridad almohade en el territorio andalusí.
Al Mamun tuvo que retirarse, ya que Murcia y sus habitantes resistieron con entereza todos los ataques y fueron fieles apoyando a Ibn Hud. Al Mamun, con el apoyo de Fernando III, tras firmar un acuerdo, volvió a Marrakech.
Yahya se encontraba allí dispuesto a iniciar el combate, pero la milicia cristiana de al Mamun derrotó a las fuerzas de Yahya, que tuvo que buscar refugio en las montañas del Atlas. Muchos de los que le habían acompañado fueron ejecutados por al Mamun.
Las penas impuestas fueron duras pues al Mamun no solo se contentó con derrotar a su sobrino Yahya sino que a los jeques que habían renegado de él y le habían sido infieles también les persiguió y les dio muerte. Poco después, al Mamun perdía todas las posibilidades de control sobre al Andalus, ya que Sevilla se había entregado a Ibn Hud.
Tras sucederse varios episodios sangrientos, y después de que al Mamun intentase abolir todas las instituciones tradicionales de los almohades, Yahya trató de poner freno a estos excesos que se estaban produciendo en Marrakech, pero al Mamun contaba con una enorme superioridad, puesto que los cristianos y los Jult estaban con él. A partir de esta derrota Yahya regresó nuevamente al Atlas pero fue seguido por sus enemigos que desde el 14 de julio hasta el 12-VIII-1230 lo acorralaron, saliendo victoriosos.
En el año 1231 el sayyid Umran b. al Mansur, hermano del califa, se rebeló en Ceuta, otorgándose el sobrenombre de al Muayyad. Inmediatamente al Mamun se dispuso a asediar dicha posición, clave en el control del Estrecho y, por lo tanto, para el mantenimiento del control de las posesiones peninsulares.
Ello fue aprovechado por Yahya para bajar de las montañas del Atlas y razziar Marrakech. El califa no logró someter a su hermano y, siendo consciente de que la capital corría peligro, volvió a ella, muriendo de forma repentina el 17-X-1232.
La muerte de al Mamun no supuso el fin de la discordia ni permitió a Yahya hacerse con el poder, ya que el califa fallecido fue sucedido por su hijo Abd al Wahid, que adoptó el nombre de al Rasid, contando con tan solo catorce años de edad.
El apoyo de su madre fue decisivo, ya que dirimió junto a los jefes del ejército la proclamación del futuro califa en secreto para evitar que Yahya se hiciese con el poder: con la ayuda de aquellos y la milicia cristiana, puesto que los jeques almohades se habían retirado tras las cruentas represalias de al Mamun, se dirigió a Marrakech con el propósito de enfrentarse a Yahya y disputarle la capital, en octubre de 1232.
A pesar de salir perdedor, Yahya volvió a enfrentarse a su primo en Marrakech donde los habitantes habían nombrado como protector a Abu l Fald Yafar para que tratase de recomponer la situación ya cansados de tantas revueltas. Esto inclinó la balanza hacia al Rasid, que tras perdonar a los que habían desertado con anterioridad, consiguió ser reconocido, entrando en la capital el 1-XI-1234.
Todavía pudo Yahya disputar el poder a al Rasid en una segunda oportunidad, aunque de nuevo fracasó. Tras enfrentarse a los Jult y mandar asesinar a su jeque y algunos de sus notables, en 1235 al rasid hubo de abandonar Marrakech, lo que permitió a Yahya recuperar de forma momentánea el control de la capital.
Desde su refugio de Siyilmasa, aliado con los árabes Sufian, al Rasid preparó su regreso. Gracias al apoyo de los contingentes cristianos, que tuvieron un protagonismo destacado, derrotó a Yahya a los Jult, quienes se dieron a la huida, recuperando la capital a mediados de la primavera de 1236. Acto seguido, emprendió una operación de persecución hacia el territorio occidental, donde había buscado refugio Yahya.
Abandonado por los Jult, buscó el apoyo de los árabes de al Maqil, quienes le reclamaron a cambio todo tippo de donaciones, siendo finalmente asesinado por ellos el 6-VI-1236. Su cabeza fue enviada a al Rasid, que ordenó colgarla en una de las puertas de Marrakech.
GARCÍA SANJUÁN, Alejandro, Diccionario Biográfico Español, Real Academia de la Historia, 2010, Vol L, págs. 503-504.
Califa almohade 1227-1232. Nació en Málaga en el año 1186 y murió en Marrakech en el año 1232. Abu al Ula Idris b. Yaqub al Mamun era hijo del tercer califa almohade, al Mansur y hermano de al Majlu y al Adil, sus dos inmediatos antecesores en la dignidad califal. Había nacido de la unión de Abu Yusuf al Mansur con la princesa Safiya, según Ibn Abi Zar en el año 1185-1186, en Málaga.
La época de al Mamun se inserta de lleno en el periodo de trece años de luchas internas en el que se vio inmerso el califato almohade a raíz de la muerte inesperada y accidental del califa Yusuf II al Mustansir en 1224 y que solo se cerrará de manera parcial, en 1236.
El poder quedó entonces dividido entre el débil y anciano al Majlu(proclamado en Marrakech) y Abu Muhammad al Adil, que fue elegido en Murcia, si bien la temprana deposición del primero dejó al segundo como único soberano de forma momentánea, ya que tras su muerte se volvió a dividir el poder. La desfavorable coyuntura a la que por entonces tenía que hacer frente al Adil fue aprovechada por su hermano que fue proclamado califa en Sevilla el 15-IX-1227.
Abu al Ula tenía dudas de la reacción que pudieran tener los notables, pero un agudo y elocuente sermón elaborado por el caíd de la ciudad, Abu al Walid b. Hayyay, fue su mejor aval para convencer a las elites almohades, quienes lo reconocieron en la citada fecha:como indica un cronista, levantándose todos los presentes tomaron sum mano.lo sentaron a modo de los califas y lo proclamaron.
Tras ser acatada su autoridad en todo el al Andalus, así como en Ceuta y Tánger, mandó por medio de su hermano una carta a los almohades de Marrakech informándoles de que la gente de al Andalus y los almohades asentados allí lo habían aceptado, por lo cual les pedía que ellos también le reconocieran.
Los jeques de Hintata y Tinmallal, Ibn al Said y Yusuf b. Ali, hasta entonces sus partidarios, pidieron a al Adil que abandonara el poder y, ante su negativa fue asesinado el 4 de octubre, al parecer ahogado en una fuente.
El texto de la proclamación de al Mamun fue enviado a Marrakech, pronunciándose su nombre en la mezquita de al Mansur: al Mamun inmediatamente después se dispuso a dirigirse hacia la capital almohade, pero, cuando estaba en Algeciras para embarcar, supo que los jeques habían optado por apoyar a su sobrino al Nasir, que fue proclamado al día siguiente del asesinato de al Adil, y adoptó el apodo de al Mutasim bi-llah.
Al parecer el cambio fue motivado por la desconfianza en la actitud que podría adoptar, teniendo en cuenta que ellos mismos habían matado a al Majlu y a Abu Muhammad al Adil (tío y hermano de al Mamun, respectivamente). De esta forma, durante sus breves cinco años de gobierno, al Mamun tuvo que hacer frente al desafío de su legitimidad que significaba la presencia de su sobrino, de tal forma que no llegó nunca a ejercer como único soberano.
La existencia de dos soberanos que se disputaban la legitimidad del poder y el mantenimiento de una situación de división y enfrentamientos internos a lo largo de varios años son claro testimonio del estado de inestabilidad y fuerte crisis en la que se vio sumido el imperio almohade a partir de 1224.
Ante esta situación, al Mamun se dispuso a solicitar la ayuda de los cristianos para apoderarse de Marrakech, aunque el supuesto pacto entre Fernando III y el califa almohade que recogen algunas fuentes parece no tener verosimilitud, de modo que los quinientos jinetes cristianos que pasaron a Marruecos serían, en realidad, mercenarios y caballeros desnaturados.
Al Mamun fue el primer califa almohade que llevó a la otra orilla a los cristianos para usarlos como fuerza de apoyo frente a sus rivales y con su ayuda fue diezmado el poder de al Nasir hasta expulsarlo a las montañas del Atlas en mayo de 1228.
Rebelión de Ibn Hud
Mientras lograba mantener la situación en los dominios magrebíes, en cambio los problemas aumentaban en los peninsulares, ya que en mayo de 1228 se produjo la rebelión de Abu Abdllah Muhammad b. Yusuf b. Hud al Yudami en el castillo de los Peñascales, en el valle de Ricote (cerca de Murcia).
Se proclamaba sucesor de los Banu Hud de Zaragoza y encarnaba el descontento de importantes sectores de la población andalusí frente a la incompetencia de los almohades para gobernar el país y hacer frente a los cristianos. En agosto de ese año tomó Murcia y fue reconocido en todo el al Andalus, salvo Valencia y Niebla.
Para legitimar su posición, Ibn Hud se sometió al califato Abbasí: envío una embajada al califa Abu Saffar al Mustansir, cuyo nombre fue pronunciado en las mezquitas. Ibn Hud, sin embargo, tampoco tuvo éxito frente a los cristianos, sufriendo una dura derrota en Alange en marzo de 1230.
Al progresivo abandono de la obediencia almohade en al Andalus se añadía la situación de Ifriqiya, cuyo gobernador salió de su obediencia en 1229-1230, fundando la dinastía hafsí. La nueva situación de inestabilidad que había comenzado a partir de 1224 exigía nuevos planteamientos políticos y parece que al Mamun fue consciente de ello, ya que trató de dar un nuevo sentido al sistema almohade.
Uno de los aspectos más relevantes de su gobierno desde el punto de vista programático e ideológico fue el decreto, emitido en 1230, que ordenaba suprimir la mención del nombre de al Madhi, fundador del movimiento almohade, del sermón de la oración colectiva del viernes, así como de las acuñaciones monetarias.
Ello supone una segunda etapa en el proceso de establecimiento de una legitimidad almohade, inicialmente apoyada en la figura del fundador del movimiento, Ibn Tumart. Ahora, la necesidad de obtener nuevos apoyos supuso el abandono de este sistema y la vuelta al Malikismo más tradicional. Pero las nuevas disposiciones no parece que fueran suficientes para fortalecer la posición del califa, ya que las discordias internas acabaron finalmente socavando su posición.
En el año 1231 el sayyid Umran b. al Mansur, hermano del califa, se rebeló en Ceuta, otorgándose el nombre de al Muayyad. Inmediatamente al Mamun se dispuso a asediar dicha posición, clave en el control del Estrecho y, por lo tanto, para el mantenimiento del control de las posesiones peninsulares. Ello fue aprovechado por Yahya b. Muhammad al Nasir para bajar de las montañas del Atlas y razziar Marrakech.
El califa no consiguió someter a su hermano y al saber que la capital corría peligro volvió a ella, momento en el cual Umran cruzó el Estrecho y reconoció la autoridad de Ibn Hud, a quien entregó su ciudad, y, en compensación, lo nombró gobernador de Almería. Ese mismo año se produjo, de forma repentina, la muerte del califa al Mamun, el sábado, 17-X-1232, siendo sucedido por su hijo al Rasid, último califa almohade que ejerció cierta, aunque muy débil influencia en al Andalus.
GARCÍA SANJUÁN, Alejandro, Diccionario Biográfico Español, Real Academia de la Historia, 2009, Vol I, págs. 273-274.
Califa almohade 1232-1242. Abd al Wahid al Rasid fue hijo y sucesor del octavo califa almohade, al Mamun, quien murió el 17-X-1232, cuando se dirigía a Marrakech desde Ceuta para expulsar de ella a su rival al Nasir. Desde 1224, al morir Yusuf II al Mustansir, el imperio había iniciado una profunda crisis política, con la doble proclamación de al Majlu en Marrakech y de al Adil en al Andalus.
Dicha situación volvió a producirse en 1227, a la muerte del segundo de ellos, que fue seguida de otra doble proclamación, la de su hermano Abu al Ula Idris al Mamun en al Andalus y su sobrino Yahya en Marrakech, consagrando la división entre los dos dominios territoriales sobre los que se asentaba el imperio almohade, peninsular y magrebí respectivamente.
Las fuentes destacan que, en esa tesitura y contando al Rasid solo catorce años, su madre ocultó la muerte del califa al Mamun, excepto a los caídes cristianos, a los jeques Jult y a algunos parientes y privados. Sus partidarios lograron expulsar de Marrakech a Yahya, quien, sin embargo, continuaría disputando varios años la legitimidad del califato.
No obstante, esta victoria inicial permitió consolidar la posición del joven y todavía oculto califa al Rasid, que sería el encargado de gobernar el decadente Imperio almohade durante los siguientes diez años.
Tras su entrada en la capital almohade se produjo su proclamación pública, iniciándose entonces su gobierno, durante el cual si bien pudo restablecer la unidad política, sin embargo, debido a su escasa experiencia, se vio muy sometido a la influencia de los jeques almohades.
Uno de los hechos más significativos que tuvieron lugar durante el gobierno de al Rasid fue la restauración de ciertos ritos y normas tradicionales almohades que habían sido abolidos por su padre, al Mamun, entre ellos la reintroducción de la mención del nombre del iman al Madhi en el sermón de la oración de los viernes y en las acuñaciones monetarias, símbolo del restablecimiento de la perdida ortodoxia almohade que le granjeó el apoyo de muchos de los jeques insurrectos que apoyaban al disidente al Nasir.
Sin embargo, la inmediata revuelta protagonizada por Ibn Waqarit, jeque de los Haskura, obligó a al Rasid a abandonar Marrakech, dirigiéndose a Siyilmasa, lo que rebelaba la extrema debilidad de su posición, mientras que la capital era ocupada por su rival Yahya.
Finalmente, al Rasid pudo recuperar el control de la situación y en 1236 se produjo el asesinato de Yahya a manos de los árabes de al Maquil, entre quienes había buscado refugio, siendo enviada su cabeza a Marrakech, donde fue colgada en una de las puertas de la ciudad.
Con la desaparición de Yahya se ponía fin a una dinámica de división interna iniciada trece años atrás, volviéndose a recuperar la unidad política que se había roto en 1224, tras la inesperada y accidental muerte de Yusuf IIal Mustansir. Mientras que en los dominios magrebíes al Rasid pudo a duras penas sostener su posición, en cambio en al Andalus la situación no hizo sino empeorar respecto a sus antecesores, debido a dos factores.
Por un lado, la fragmentación del poder por la multiplicación de caudillos locales que rechazaban el inoperante dominio almohade, ocupando el creciente vacío de poder dejado por ellos. Segundo, la continuación del imparable avance de los cristianos, en particular las conquistas de Fernando III en el valle del Guadalquivir y de Jaime I en la zona de Levante, así como la culminación del avance portugués en el Alentejo y en el Algarve.
Ya en 1228 se había iniciado la rebelión de Abu Abd allah Muhammad b. Yusuf b. Hud al Yudami en al Sujayrat, el castillo de los Peñascales, en el valle de Ricote (cerca de Murcia).
Al poco tiempo entró en escena un nuevo e importante personaje, Abu Abd Allah Muhammad b. Yusuf b. Nasr b. al Ahmar, quien el año 1232 fue aclamado por la población de Arjona y se otorgó el título de amir al muslimin. A partir de la muerte de Ibn Hud en Almería en 1238, Ibn al Ahmar se convirtió en el principal caudillo andalusí, siendo el fundador de la dinastía nazarí de Granada.
Asimismo, en 1234 se registraba una nueva defección, la protagonizada en Niebla por Suayb b. Muhammad b. Mahfuz, privando a los almohades de una de la principales coras del occidente andalusí. Esta situación de completo hundimiento del dominio almohade fue aprovechado por los cristianos para continuar su avance, registrándose durante la época de al Rasid conquistas tan importantes y significativas como las de Córdoba (1236) o Valencia (1238).
Sin embargo, lo cierto es que al Rasid fue el último de los califas almohades que llegó a ejercer una cierta influencia en al Andalus, como denota la momentánea vuelta a la obediencia de Sevilla, la principal ciudad islámica peninsular, en 1238. Tras la muerte de al Nasir, al Rasid logró otro éxito importante con la captura de Ibn Waqarit, el jeque de los Jult, que fue trasladado desde Sevilla hasta Marrakech, donde fue ejecutado.
Fue, pues, al Rasid, un soberano más enérgico que sus antecesores, y volvió a restaurar la pureza de la doctrina almohade que al Mamun había dejado de lado al ordenar en 1230 que se omitiera el nombre del Madhi en el sermón de la oración del viernes y en las acuñaciones monetarias.
Sin embargo, pese a la recuperación de cierta estabilidad, la época final de su gobierno está marcada por el comienzo de las hostilidades con los benimerines, frente a los cuales se registran los primeros choques, iniciándose de esta forma una dinámica que, al cabo de tres décadas de enfrentamientos, va a suponer el fin definitivo de la dinastía almohade, tras la toma de Marrakech por los benimerines en 1269.
La muerte de al Rasid tuvo lugar de forma accidental, cuando una barca en la que paseaba por un estanque con algunas esclavas, volcó, provocándole al parecer, una grave pulmonía, a consecuencia de la cual murió a los tres días, el 5-XII-1242. Fue sucedido por su hermano, que gobernó durante los cinco años siguientes bajo los sobrenombres de al Mutadid y al Said.
GARCÍA SANJUÁN, Alejandro, Diccionario Biográfico Español, Real Academia de la Historia, 2009, Vol I, págs. 170-172.
Califa almohade 1242-1248. Abu al Hasan Ali b. Abi al Ula Idris b. Abi Yusuf Yaqub al Mansur b. Abi Yaqub Yusuf b. Aba al Mumin gobernó durante los seis años que transcurren entre 1242 y 1248. Era hermano e hijo de sus dos antecesores, al Rasid y al Mamun, respectivamente, y su época se inserta en contexto de la decadencia del imperio almohade.
La muerte de su hermano al Rasid tuvo lugar de forma accidental cuando una barca en la que paseaba por un estanque con algunas esclavas volcó, provocándole, al parecer, una grave pulmonía, a consecuencia de la cual murió a los tres días, el 5-XII-1242. A este carácter inesperado se añadía la propia juventud del fallecido, que había sido proclamado cuando solo contaba catorce años y que al morir contaba apenas con veinticuatro.
De esta forma, su desaparición suponía una nueva crisis de poder, ya que no había ningún heredero oficialmente designado, y el primogénito de Abd al Wahid al Rasid era un niño. Los jeques y sayyides almohades se mostraron divididos ante el problema sucesorio que se planteaba, pero finalmente se decidieron por su hermano, que gobernó bajo los sobrenombres de al Mutadid y al Said.
Aunque tras la muerte de al Nasir en 1236, se había puesto fin a la crisis de división del poder iniciada trece años atrás, lo cierto es que los diez años de gobierno de Abd al Wahid al Rasid habían agrandado la descomposición interna del imperio almohade. Durante los seis años siguientes, su sucesor no fue capaz de recomponer la situación: el dominio almohade en al Andalus se había desvanecido por completo, sin que hubiese ninguna tentativa por restablecerlo.
Además, la situación en territorios magrebíes no cesó de agravarse, debido, entre otros factores, a la actuación de los benimerines, que progresivamente se convirtieron en los principales rivales de los almohades. A ello, se añadía la ya consolidada posición de los hafsíes de Túnez y la también activa actuación de los Abd al Wadíes en Tremecén, comandados por Yagmurasen. Fue al Said un soberano enérgico, al igual que su padre, e incluso de cierta crueldad sanguinaria, actitud que le llevó a cometer diversos excesos.
Sin embargo, no destacó por su sagacidad ni por su capacidad política, fracasando en las empresas y proyectos que se planteó realizar. En efecto, se mostró favorable a los Jult, que habían sido los más encarnizados enemigos de su padre, y se enemistó con el jeque de Hintata, Ibn Wanudin, al que debía en buena parte su proclamación.
De esta forma, no supo manejarse en el intrincado panorama político magrebí de su época ni manejar los delicados hilos de las alianzas entre los distintos jeques tribales, lo que finalmente fue la causa de su fracaso. Su principal objetivo fue recuperar el control de los territorios magrebíes, sometiendo al emir hafsí de Túnez y a los benimerines.
Para ello trató de lograr el apoyo de los Staufen, señores de Sicilia, cuyo soberano el emperador Federico II, había enviado una embajada a al Rasid, a la que al Said respondió solicitándole una escuadra para atacar Ifriqiya, zona que había escapado del control de los almohades desde 1230, al proclamarse soberano independiente el gobernador almohade.
Asimismo se conserva la correspondencia enviada por el papa Inocencio IV a al Said en 1246, en la que lo felicita por sus éxitos y lo insta a convertirse al cristianismo, proponiéndole la cesión de diversas plazas fuertes y puertos de importancia estratégica.
El emir hafsí era consciente de la a menaza que podía representar esta alianza; si bien su posición era entonces bastante sólida. En efecto, la autoridad de los almohades estaba ya tan mermada que ni siquiera cabe considerarlos los soberanos más poderosos del Magreb.
En esta coyuntura, el emir hafsí Abu Zakariya tomó la ofensiva y se dirigió contra Tremecén, la principal ciudad situada entre sus dominios y Marrakech, de la que se apoderó durante unos días, si bien finalmente pactó con su emir y el hafsí se retiró, habiendo obtenido una importante alianza. Mientras en el Magreb el califa intentaba sin éxito restablecer la autoridad almohade, en la Península el dominio almohade se había desvanecido por completo.
En la parte oriental de al Andalus, la muerte de Ibn Hud a comienzos de 1238 había permitido que se consolidara la autoridad del señor de Arjona, Muhammad I, fundador de la dinastía nazarí, que tras entregar Jaén a Fernando III en 1246 mediante un pacto que lo convirtió en su vasallo, dominaba sobre Málaga, Almería y Granada.
En el valle del Guadalquivir, el avance cristiano continuaba imparable, sin que los almohades ni siquiera se plantearan la posibilidad de adoptar alguna acción, fuese ofensiva o meramente defensiva. Sin embargo, los andalusíes aún confiaban de que pudiese llegarles alguna ayuda desde Marrakech.
En el verano de 1247, Fernando III inició el largo cerco de Sevilla, que culminaría diecisiete meses más tarde con la conquista de la ciudad. Los habitantes de la capital andalusí dirigieron desesperadas llamadas de auxilio al califa almohade, sin obtener ninguna respuesta. El fin de al Said es el testimonio del fracaso de su política reunificadora y se produjo, en parte, como consecuencia de su carácter excesivamente impulsivo.
A finales-III-1248, el califa salió en expedición hacia Tremecén, ordenando a su emir Yagmurasen que se uniese a sus contingentes, a lo que no respondió favorablemente, ya que, aunque reconocía la soberanía del califa almohade, sin embargo, la presencia de contingentes benimerines entre sus filas despertaba sus recelos, por lo cual se comprometió a enviar ciertos contingentes, pero no a participar personalmente en la expedición.
La respuesta no satisfizo al califa, que se dispuso a dirigirse contra Yagmurasen, el cual buscó refugio en las montañas aledañas. De forma imprudente y a pesar de la advertencia de sus consejeros, el califa decidió ir en persona en su búsqueda, resultando derrotado y muerto por las fuerzas del emir de Tremecén el 23-VI-1248.
GARCÍA SANJUÁN, Alejandro, Diccionario Biográfico Español, Real Academia de la Historia, 2009, Vol I, págs. 265-266.
Califa almohade 1248-1266. Abu Hafs Umar b. Ishaq b. Yusuf b. Abd al Mumin fue el duodécimo y penúltimo califa almohade, gobernando durante los dieciocho años que transcurrieron entre 1248 y 1266 bajo el sobrenombre de al Murtada.
Su permanencia en el poder fue una de las más continuadas en el tiempo dentro de la línea de sucesión de los almohades, en especial comparando con sus inmediatos antecesores; si bien, su época es ya de plena decadencia del dominio de los unitarios, preámbulo de su colapso final, que sucedería bajo el gobierno de su sucesor, al Watiq.
La proclamación de al Murtada se produjo en circunstancias excepcionales, ya que la muerte de su predecesor, al Said, sucedió de forma algo inexperada, al verse sorprendido por el emir Yagmurasen de Tremecén el 23-VI-1248.
El primogénito del califa, Abdállah, era solo un niño, que, además, fue muerto por los benimerines. De esta forma, una vez más se planteaba un problema sucesorio, que, en esta oportunidad, hubo de ser resuelto recurriendo a una rama nueva de los Banu Abd al Mumin. En efecto, desde la época del fundador de la dinastía, los califas almohades habían sido siempre elegidos entre los descendientes de al Mansur, nieto de Abd al Mumin y tercer califa almohade.
La única excepción a esa regla había sido hasta el momento, el caso del anciano al Majlu, sexto califa y hermano del propio Abu Yusuf al Mansur, proclamado en 1224. Ahora, la prematura muerte de Abu al Hasan Ali al Said, nieto de Yaqub, suponía el fin de dicho linaje, y una nueva rama de los Banu Abd al Mumin accedía al califato, pues Umar al Murtada era sobrino del citado Yaqub.
No obstante, las circunstancias no permitieron la consolidación de esta línea de taifas, ya que el fin del poder almohade lo impidió. Los dieciocho años del gobierno de al Murtada están dominados por la creciente presión de los benimerines, que poco a poco fueron convirtiéndose en una amenaza cada vez más real que se cernía sobre los almohades.
La crónica de su época es la de una sucesión de enfrentamientos con el fin de tratar de salvaguardar su posición frente a la actitud cada vez más abiertamente hostil y belicosa de los benimerines, que acabarían por hacerse con el dominio de Marrakech, poniendo fin a la dinastía almohade en 1269.
Desde el mismo momento de su llegada al poder, la situación estuvo marcada por la rivalidad con los benimerines, quienes comenzaron su expansión por el Norte de Marruecos. En el momento de su proclamación, Abu Hafs Umar era gobernador de Salé, localidad contigua a Rabat, en la costa atlántica marroquí, desde la que marchó hacia Marrakech para hacerse con las riendas del poder.
 Ya en ese mismo instante inicial de su gobierno, los benimerines mostraron su actitud hostil, pues solo ocho días después de la muerte de al Said se apoderaron de Taza, primera población relevante que caía en sus manos, pudiendo considerarse este episodio como el inicio de su proceso de expansión.
Seguidamente se hicieron con la ciudad de Fez, en agosto de 1248, donde su emir, Abu Yahya, permaneció durante un año, hasta que fue expulsado de ella en junio de 1249, gracias a una conjura interna, forjada dentro de la propia ciudad, en la que tuvieron un papel protagonista los caídes que comandaban la milicia cristiana al servicio de los almohades, que inicialmente se habían pasado al bando de los benimerines.
Sin embargo, al año siguiente Abu Yahya volvió a hacerse con el control de Fez, que sería la futura capital de la dinastía, ante la total inoperancia de al Murtada, quien solo reaccionó tras tres años de pasividad, cuando Abu Yahya pidió a los de Salé que le entregasen la ciudad, siendo derrotado en marzo de 1252, primera vez que sucumbía ante los benimerines.
Así pues, los benimerines eran ya, desde esta época, los principales protagonistas de la situación política en el Magreb occidental. Su predominio solo se vio interrumpido a la muerte del emir Abu Yahya en 1258, cuando su primogénito y legítimo sucesor hubo de enfrentarse a los partidarios de su tío Abu Yusuf Yaqub, siendo finalmente asesinado en Mequínez al año siguiente.
La situación en el seno de la dinastía benimerín se complicó con la defección de un sobrino de Abu Yusuf Yaqub, que se apoderó de Salé y Rabat. Sin embargo, esta situación de enfrentamientos internos entre los benimerines no fue aprovechada por al Murtada para reaccionar, pues siguió inmerso en la misma inoperancia.
En conexión con este episodio tuvo lugar el asalto a Salé en 1260 por la escuadra enviada por Alfonso X. En efecto, el citado Abu Yusuf Yaqub b. Abdállah escribió al soberano castellano para pedirle el envío de refuerzos a Salé para resistir a su tío o a un posible ataque almohade.
El rey sabio vio en ello la ocasión perfecta para extender sus dominios al Norte de África, el resultado final de ello fue el envío de una expedición que saqueó la ciudad durante tres días, hasta que la llegada de las fuerzas del emir benimerín obligó a los asaltantes a huir.
Recobrado su vigor, los benimerines continuaron su proyecto de demolición del dominio almohade y en 1262 el emir Abu Yusuf Yaqub ya se sintió suficientemente fuerte como para dirigir una primera tentativa de conquista sobre Marrakech, lo que suponía una amenaza directa para la dinastía almohade.
En este contexto entra en escena el sayyid al Watiq, conocido como Abu Dabbus, biznieto del fundador de la dinastía, Abu al Mumin, al que estaba reservado el papel de último califa almohade. El citado personaje fue el encargado por el califa para organizar la defensa de la ciudad; si bien la retirada de los benimerines solo fue posible a cambio del pago de un tributo, paso previo a la definitiva sumisión que solo tardaría algunas años en llegar.
Tras haberse encargado de defender Marrakech, Abu Dabbus al Watiq huyó a Fez y se unió a los benimerines, hecho que provocó el desquiciamiento de al Murtada, quien viendo enemigos en todas partes, se enajenó el apoyo de sus partidarios.
El propio Abu Dabbus al Watiq logró hacerse con el control de Marrakech, que apenas opuso resistencia, mientras el califa huía de la capital. Detenido poco más tarde, Abu Dabbus al Watiq pensó inicialmente en conservarle la vida, pero finalmente fue ejecutado el 22-XI-1266.
GARCÍA SANJUÁN, Alejandro, Diccionario Biográfico Español, Real Academia de la Historia, 2009, Vol I, págs. 241-242.
Califa almohade 1266-1269. Abu al Ula Idris, conocido como Abu Dabbus, no pertenecía a la rama principal de los descendientes de Abd al Mumin, de la que formaban parte la mayoría de los califas almohades, conformada a partir de Yusuf I (1163-1184) y que se había extinguido a partir de la muerte de al Said en 1248.
Sin embargo, como biznieto del propio fundador de la dinastía, era descendiente directo del mismo, por lo que su legitimidad dinástica estaba acreditada. Abu Dabbus pertenecía al clan de los denominados Baezanos, integrado por los nueve hijos de Abu Abd Allah Muhammad, nieto de Abd al Mumin, quien hubo de ejercer durante mucho tiempo algún puesto de responsabilidad en Baeza, donde debieron nacer sus hijos, y de ahí el apodo que recibieron.
Como último califa almohade, Abu Dabbus gobernó durante tres años, pero en realidad el dominio almohade era ya una mera entelequia. De hecho la propia forma de acceder al poder de Abu Dabbus revela a las claras que el dominio de la situación en ese momento correspondía, desde hacía tiempo, a los benimerines.
En efecto, estos habían iniciado décadas atrás su proyecto de demolición del dominio almohade y en 1250 lograron el control de Fez, que desde entonces sería su capital. Ya en 1262, el emir meriní Abu Yusuf Yaqub se sintió suficientemente fuerte como para dirigir una primera tentativa de conquista sobre Marrakech, lo que suponía una amenaza directa a la dinastía almohade.
En este contexto entra en escena el sayyid Abu al Ula Idris, al que el califa Abu Hafs Umar confió la organización de la defensa de la ciudad, sin duda debido a sus cualidades guerreras, de ahí su apelativo Abu Dabbus, que en árabe quiere decir el de la maza. No obstante, la retirada de los benimerines solo fue posible al cabo del pago de un tributo, paso previo a la definitiva conquista, que solo tardaría algunos años en llegar.
Tras haberse encargado de la defensa de Marrakech, Abu Dabbus fue acusado de connivencias con el emir de los benimerines y huyó a Fez en 1264, siendo acogido por Abu Yusuf Yaqub, con quien llegó a un acuerdo, de forma que en agosto de 1265 salió de Fez dispuesto a recabar los apoyos necesarios para hacerse con el control de la capital almohade.
La actitud de Abu Dabbus desquició al inoperante califa Abu Hafs Umar, quien viendo enemigos en todas partes, se enajenó el apoyo de sus partidarios, de tal forma que los Sufyan, los Banu Yabir y los mercenarios cristianos se unieron al rebelde. En octubre de 1266 llegó a Marrakech que tomó sin apenas resistencia, mientras el califa huía de la capital. Detenido poco más tarde, Abu Dabbus pensó inicialmente en conservarle la vida, pero finalmente fue ejecutado el 22-XI-1266.
A partir de ese momento, Abu Dabbus violando lo pactado, en lugar de someterse al emir benimerín, se alió al de Tremecén para atacar juntos a Abu Yusuf Yaqub, el cual reaccionó con contundencia. Primero derrotó a Yagmurasen (febrero de 1268) y a continuación se dirigió contra el propio Abu Dabbus, alcanzando Marrakech en julio de 1269: al salir a defender la ciudad fue derrotado y muerto el 1-IX-1269, y su cabeza fue entregada al emir, quien ordenó mandarla a Fez, donde fue paseada por los focos y colgada de una de las puertas.
A partir de ese momento, la dinastía de los Banu Abd al Mumin puede considerarse concluida y liquidado el sistema almohade. Los dignatarios y jeques que quedaron se apresuraron a reconocer al emir benimerín, el cual concedió el perdón a la ciudad y sus habitantes, tomando el título del de amir al muslimin, a diferencia del de amir al muminin que llevaron los califas almohades.
A partir de entonces se inicia el periodo de dominación benimerín en el Magreb occidental, que coexistió con el de los Abd al Wadíes de Tremecén en la zona central y el de los hafsíes en Ifriqiya.
No obstante, aún hubo un grupo de almohades que se refugiaron en el Atlas y allí proclamaron a Ishaq, un hermano de Abu Hafs Umar al Murtada, hasta que finalmente, años después, fueron capturados, conducidos a Fez y ejecutados en 1275.
Asimismo, Abd al Wahid, hijo de Abu Dabbus, fue proclamado en Tinmelcon el título de al Mutasim bi-llah, pero a los cinco días abandonó y se dirigió a la Península, poniéndose bajo la protección del rey de Aragón.
GARCÍA SANJUÁN, Alejandro, Diccionario Biográfico Español, Real Academia de la Historia, 2009, Vol I, págs. 240-241.

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