Historia de los almorávides
Los almorávides llegaron a la Península Ibérica, por primera vez, en el
verano de 1086, con casi medio siglo de historia magrebí bajo sus espaldas. Esa
primera visita solo tuvo como propósito, de momento logrado, ayudar a los
reinos de taifas contra las conquistas y presión económica de Alfonso VIde León y Castilla.
Volvieron brevemente y también encabezados por el emir Yusuf b. Tasufin, como expondremos enseguida,
en 1088, pero no empezaron a conquistar las taifas sino a partir de septiembre
de 1090. Así se produjo un considerable cambio histórico, pues de este modo
comienza un extenso periodo de intervención de las dinastías magrebíes en al
Andalus. Los almorávides (desde finales del s. XI hasta casi
mediados del s. XII); los almohades (desde la mitad del s. XII
hasta el primer cuarto del s. XIII); los benimerines (finales
del s. XIII y algo más de la primera mitad del XIV), aunque estos no
implantaron su Estado en la Península Ibérica, donde al Andalus estaba
representado por el independiente reino nazarí de Granada.
Situación de la península 1080.
Los almorávides iniciaron, pues, el nuevo y trascendental periodo de
intervención del Magreb en al Andalus, pasando el primero de estar parcialmente supeditado al segundo, a
regirlo, imponiendo desde el N. de África un estado centralizado, y realizando
así la reunificación política (con sus secuelas de unificación económica,
social y cultural, aunque todo ello en proceso variable) del occidente islámico,
seguidos en tan flamante resultado, con un breve intervalo, por los almohades,
de modo que casi durante un siglo y medio el Islam andalusí y
magrebí formó un bloque conjunto, fundiéndose dentro de él elementos de
población y civilización muy característicos, a pesar de más o menos
estereotipadas reacciones, que en realidad certifican esa fusión, que tuvo
intensidad progresiva y que, aunque presente en toda la historia islámica de
estas tierras, se fundamenta en bases y dimensiones nuevas desde los almorávides;
por todo ello, los especialistas coinciden en caracterizar este cambio traído
por los almorávides como una de las sorpresas de la historia.
Esas nuevas dimensiones y bases se derivan de una rigurosa aplicación de
la ortodoxia islámica sobre la población existente, pero enarbolando su protagonismo grupos
humanos en la zona periférica del Islam, cuyo berberismo sahariano contrasta
con los grados de arabización que se hallan en el Magreb más septentrional, y
sobre todo en al Andalus, y que recurrieron a los cauces doctrinales, también
existentes, del puro malikismo, recuperado así de su
enfrentamiento con la si a de los fatimíes, y tras este lance tan
reforzado como para servir de barniz aglutinante de la época almorávide.
Nótese que tanto el
berberismo como el malikismo estaban presentes en aquel escenario antes que los
almorávides, pero estos les dotaron, a ambos elementos, de un nuevo proceso,
con cambio de ritmo y función histórica.
Gran novedad de la política de los almorávides, como señalamos, esta
unificación partió desde los confines del Magreb, como firme propuesta ortodoxa
frente a la fragmentación anterior, que atentaba contra el principio de la
unidad de la Umma o comunidad islámica, por muy teórico que esto fuese.
A lo largo del s. XI
tanto al Andalus como el Magreb se habían disgregado interiormente en numerosas
taifas, y además en esa disgregación se habían intensificado el aislamiento
principalmente político de ambas entidades, con todas sus consecuencias.
Los almorávides
consiguieron reparar, durante un tiempo, ambas divisiones, la interna de cada
uno de esos dos ámbitos y la exterior, entre ellos. Y es interesante el reflejo
cronístico de tal reforma ortodoxa, pues las fuentes suelen contraponer, para
ensalzarles, las caóticas banderías anteriores con la gran extensión unificada
que lograron. Así lo refleja, por ejemplo, Ibn Idari.
El nexo entre ambas orillas del Estrecho, tras la separación en pleno s.
XI, solo se restableció tras la conquista del Magreb por los almorávides,
siendo decisiva al efecto su toma de Ceuta, definitivamente en 1084,
arrebatándosela a Diya al Dawla, cuya dinastía bargawata venía actuando,
desde sus propios intereses, como una barrera entre al Andalus y el Magreb.
En al Andalus, mientras
tanto, maduraba el afán de reunificación andalusí, ante el acoso expansivo de
los reinos cristianos, justificándose tal afán por los dictados de la legalidad
islámica.
Estas ansias reunificadoras se manifiestan en muchos textos de la época, y
parecen haber sido sustentadas por la generalidad del pueblo, encabezado por
los legitimistas de las clases cultivadas, especialmente por los más
rigurosos ulemas —doctores de la ley mahometana— y alfaquíes,
y en general por cuantos mantuvieron un espíritu crítico frente a los
quebrantos políticos de las taifas, como se aprecia en numerosos y agudos
pasajes del polígrafo Ibn Hazm y del extraordinario cronista Ibn Hayyan, en los notables
secretarios Yusuf b. Abd al-Barr y su hijo Abdállah, en Umar al Hawzani, entre otros.
Alfaquí con discípulos. Los alfaquíes
fueron partidarios decididos de los almorávides, a los que veían como
revitalizadores de la ortodoxia islámica y azote de los licenciosos monarcas
andalusíes.
Tales ansias unionistas, convocadas desde el puro legitimismo, irían
aumentando cuando las pérdidas musulmanas de Barbastro (uniéndose las
fuerzas andalusíes para recuperarlo) y de Coimbra, ocurridas ambas en
1064, tornándose en clamor generalizado tras la conquista cristiano de Toledo
en 1085. En algunas referencias, cuajada la ascensión de los almorávides en el
N. de África, se relaciona la necesidad de unión andalusí con la ayuda que
pueda aportar el nuevo poder magrebí.
Un ejemplo típico de esta reacción andalusí, que llegaba a cifrar en los
almorávides la salvación de al Andalus frente a la sentida ilegitimidad de los
reyes de taifas y su incapacidad contra los cristianos, se haya en los dichos y
hechos del gran alfaquí al Bayi; varias fuentes mencionan sus esfuerzos en pro
de la unidad de los musulmanes frente a las acometidas de Alfonso VI, y el caíd Iyad, al
biografiarle, resalta como falleció en Almería, en 1081, hasta donde había ido
en sus recorridos para procurar que los taifas se aprestaran unidos a la
defensa del Islam, junto con los soldados de los almorávides; no olvidemos que
estos, en sus comienzos, representaron la ortodoxia más rigurosa.
Aunque la idea del
recurso a los almorávides fue cuajando según estos se iban imponiendo en el
Magreb, el hecho decisivo de la conquista cristiana de Toledo, en 1085,
precipitó los acontecimientos. Ibn al Kardabus refleja los decaídos ánimos,
diciendo que en al Andalus nadie osaba enfrentarse con el más pequeño de los
perros de Alfonso VI.
Antes de aquel mayo de 1085 en que al Andalus retrocedió hasta el centro de
la Península ya se habían entablado contactos con los almorávides, sobre todo
por iniciativas aisladas e individuales, e incluso a veces por razones particulares,
como nos cuenta el emir Abdállah en sus Memorias:
que su hermano Tamim, régulo de Málaga, pidió ayuda a los almorávides contra
él, aunque ellos no le hicieron caso, pero después de tan alarmante fecha, el
recurso a los almorávides, fue oficial y por intereses generales, protagonizado
tal recurso incluso por los reyes de las taifas de Sevilla, de Badajoz y de
Granada, en realidad solo entonces unidos en una acción conjunta, tan crítica
la situación resultaba.
Con caídes de esas taifas, y algún otro personaje significativo, partió
entonces una embajada para pedir auxilio a los almorávides, cuyos ideales de
guerra santa o Yihad, requeridos también por sus planteamientos
ortodoxos, armonizaban con su intervención en al Andalus, adonde llegaron por
primera vez, y donde, cuatro años después, empezaron a aplicar su política
ortodoxa de unión centralizada. Veamos los antecedentes de todo esto.
La reacción que puso en movimiento a varias tribus beréberes, de la
confederación de los sinhaya, que nomadeaban entre el sur
del Dar´a y el Níger, ocurrió porque, hostigados por los negros, a principios
del s. XI, perdieron el control de una parte del comercio caravanero,
centralizado en Awdagust.
Las proporciones de esta alteración son difíciles de calcular en su
conjunto, pero sí está claro que estas acometidas meridionales de los negros,
unidas a la secular hostilidad que desde en N. del Magren sufrían los
imperantes beréberes zanata, les encaminó a tomar
conciencia de grupo, y relativamente a unirse en una especie de confederación,
hasta cierto punto precedente de la que cuajará en torno a los almorávides,
mucho más eficaz, esta segunda, al estar cimentada además por su, en principio
muy pujante, reformismo religioso.
¡Que mejor aglutinante
que un renovado impulso espiritual! En esa primera confederación de los sinhaya
sobresalía como eje rector, la tribu de los yudala, junto con los banu warit,
los lamtuna y los massufa. Hasta aquellos confines del Sáhara occidental, el
Islam había llegado desde los primeros conquistadores, a finales del siglo I de
la Hégira VII de nuestra Era, pero seguía mezclado con prácticas autóctonas,
heterodoxas. Varios de sus jeques venían cumpliendo con el deber de la
peregrinación a la Meca, y así lo hizo también Yahya b. Ibrahim, emir de los
yudala, hacia 1035-36.
Las fuentes,
significativamente, discrepan en esta fecha: Ibn Idari, en general certero, lo
pone de regreso, en Qayrawan, en 1048-49, pero otros señalan que estaba allí de
vuelta en 1053-54., 1056-57, 1035-36 ó en 1037-38; ahora bien, como allí se
encontró con el gran alfaquí Abu Imran al Fasi, a quien pidió ayuda para
implantar la ortodooxia en su lejana tierra, y este murió en 1039, el viaje ha
de adelantarse hasta entonces.
Tras varias peripecias, el emir Yahya b. Ibrahim al Yudali logró que un
piadoso y docto alfaquí malikí, Abdállah b. Yasin, volviera con él y se
instalara a su lado para enseñar y hacer cumplir las normas verdaderas del
Islam a su gente. Ibn Yasin (nacido hacia el 1015-20, murió en julio de 1059)
actuó, pues, como un misionero al-da i de la ortodoxia
islámica, según la interpretación de la escuela jurídica malikí, utilizada en
base espiritual por algunos emires sinhaya como aglutinante político y motivo
de su expansión territorial.
Primero los yudala
obligan por las armas, a los lamtuna a acatar las normas de Ibn Yasin, y ambas
tribus lo imponen a continuación sobre otros grupos del Sáhara, hasta que muere
el emir Yahya b. Ibrahim, y los yudala expulsan a b. Yasin, acogido entonces
por el emir de los lamtuna Abu Zakariyya Yahya b. Umar b. Bulankain.
Bien, literalmente, refugiado en un convento-fortaleza o ribat con
sus fieles (por tanto denominados gentes del ribat, o almorávides murabitum,
o bien formando un grupo tan estrechamente vinculadomurabitum, y
cuya cohesión se probó en batalla contra los yudala, en 1042, que a partir de
entonces lucieron este nombre, otorgado por Ibn Yasin, como divisa de su firme
propósito conjunto de reformismo religioso que, en ello conjuramentados, se
proponían extender, a través de la guerra santa, por los territorios de su
entorno, empezando por el ataque de las tribus heterodoxas o no
islamizadas de su alrededor, y enseguida la marcha hacia el Dar y Siyilmasa,
más la recuperación de Awdagust.
La confederación
almorávide nació así, .
levantándose para proclamar la verdad, arremeter contra las infracciones y
suprimir los impuestos ilegales, basándose en la Zuna, según lo proponía [Ibn
Yasin, el cual], cuando estuvo seguro de la rectitud de los lamtuna, de su
capacidad y aliento, quiso hacerles triunfar y convertirlos en dueños de todo
el Magreb, como indicó, tres siglos después, el gran compendiador de crónicas
Ibn Idari.
Muerto el emir de la
confederación almorávide, el lamtuni Yahya b. Umar, seguramente en 1055, Ibn
Yasin colocó al frente del poder político a Abu Bakr b. Umar, hermano del emir
anterior, a quien hizo incluso reconocer oficialmente como tal emir en Siyilmasa,
en 1058.
Hasta allí se habían consolidado por entonces los almorávides en su
expansión, con ejércitos que pasó a dirigir un primo de este emir Abu Bakr, el
pronto famoso Yusuf b. Tasufin, cuyo genio militar y
político hizo culminar el éxito de los almorávides, asumiendo de forma plena la
tensión expansiva enarbolada con la certeza de portar una ortodoxia,
sabiendo aprovechar la desunión tribal que había alrededor utilizando con gran
tacto el sutil juego de alianzas y querellas. Los almorávides ocuparon Agmat en
1058, y atacando, desde allí hacia el norte a los Bargawata, murió en combate
Ibn Yasin (julio de 1059).
VIGUERA
MOLINS, Mª Jesús, Historia de España Menéndez Pidal, Editada por Espasa Calpe;
1994, Tomo VIII.2 págs. 41-49.
Desde comienzos del s.
XII, se aprecian agitaciones diversas en contra de la dinastía de los
almorávides, que rigen entonces el grande y diverso espacio de la Andalus más
el centro y el occidente del Magreb.
Expansión del imperio almorávide y
máxima extensión territorial, a principios del siglo XII.
Tales agitaciones se reflejan, principalmente a través de reacciones
religiosas, cargadas de reivindicaciones políticas, y sin duda, aunque es mucho
más problemático entreverlas, de esenciales motivaciones sociales y económicas,
dentro de una repetida dinámica de continuas sustituciones entre imperios
medievales del occidente islámico que explicó con su genial planteamiento Ibn
Jaldun, ya que en su balance del s. XIV, con su famosa teoría concentrada
[comprender es por lo pronto, simplificar, comentó de él Ortega y Gasset] acerca de las tres
fases con que en este espacio habían venido produciéndose los ciclos políticos:
Levantamiento de un
grupo tribal, marginal, que asalta el poder constituido; instalación dinástica
y ascenso al máximo de su plenitud cultural urbana y decadencia y sustitución
por la siguiente reacción tribal, con lo cual se desencadena todo el proceso
otra vez
Así aparece
esquematizada la ascensión política de los almohades, como antes la de los
almorávides, y la de los benimerines inmediatamente después, acompañadas tales
ascensiones con más o menos reacción religiosa, tan fuerte y novedosa la de los
almohades, menor la de los otros dos poderes, aunque no olvidemos otras
indicaciones socioeconómicas que también nos orientan hacia la trama de los
cambios políticos, ascendencias y caídas complejas, desveladas sobre todo por
algunas referencias jalduníes, como que en los inicios de una dinastía los
grandes ingresos tributarios se obtienen de gravámenes reducidos.
En su declive, se
consiguen ingresos reducidos de grandes gravámenes, experimentada afirmación
que nos coloca, entre otros panoramas, ante las variables relaciones entre
estructuras estatales y tribales, sin duda profundamente determinantes,
también, del éxito concreto de los almohades frente al poder constituido de los
almorávides que les precedían, desgastada su primera economía de oferta,
comenzada con su pujante y eficaz reducción impositiva a los límites legales,
reducción pronto tocada, y así proporcionalmente afectado su inicial equilibrio
sociopolítico.
Captamos, sobre todo, la
incapacidad en aumento del Estado de los almorávides para aglutinar las
diversas corrientes ideológicas, y de regulación religiosa y jurídica, a ellos
preexistentes o surgidas en su tiempo.
Su anquilosada doctrina malikí, rígida en sus concepciones y en su
aplicación prepotente, dejó de cumplir como capa de unidad espiritual de su
vasto territorio, y brotes discordantes cada vez con mayor gravedad fueron
surgiendo y divergentes propuestas fueron minando desde dentro el bloque
almorávide, incapaz de incorporarlas por autorrenovación e incapaz también de
imponerse a ellas, aunque empezara por atacarlas rigurosamente, con actos que
buscaban gran ejemplaridad, como la quema pública, en Córdoba, de las obras
de Algacel, en 1109, hasta que su capacidad de represión quedó reducida casi solo a
su ciudad de Marrakech, convocando allí a destacados personajes insurgentes de
al Andalus, como los místicos Ibn al Arif de Almería o Ibn Barrayan de
Sevilla, el Algacel de al Andalus, cabezas visibles, junto con Abu Bakr de Mallorca
e Ibn Qasi del Algarve, de movimientos religiosos-políticos inconformistas,
llamadas al orden desde la capital magrebí, castigos máximos allí incluso
impuestos, que, por descontado, no impidieron el triunfo de las propuestas
antialmorávides.
Antes de que mediara el s. XII, la rebeldía andalusí contra los almorávides
tuvo como aglutinante la ideología mística, simbolizada en al Gazali, cuyas
obras, y sobre todo su famosa Revivicación de las ciencias religiosasIhya
ulum al-Din fueron quemadas para público escarmiento ante la mezquita
de Córdoba por las autoridades almorávides, pues, entre otros revulsivos,
propugnaba la conveniencia de interpretar individualmente los textos
doctrinales.
La escolástica malikí no
podía tolerar tanta libertad. En esta atmósfera, al Andalus se fragmentó en
taifas, mientras el Magreb era ocupado por los almohades, que fue, entre todos
los brotes insurgentes, el más compacto y duradero, fuerte en el Atlas desde
1121, y que acabaron por tomar la capital almorávide de Marrakech el
22-III-1147, proyectando su unificación de nuevo sobre al Andalus también.
VIGUERA
MOLINS, Mª Jesús, Historia de España Menéndez Pidal, Editada por Espasa Calpe;
1994, Tomo Tomo VIII.2 págs. 66-70.
Con la caída de los almorávides se forman en España nuevos reinos de taifa,
cuyos jefes luchan con los antiguos conquistadores, llamando algunos de ellos
en su auxilio a los almohades, que acaban por someterlos a todos. Los tres
principales fautores de la rebelión contra los almorávides fueron Abencasi, en el Algarbe; Abenhamdin en Córdoba y Zafadola en Murcia y
Valencia, formándose, además, muchos otros Estados.
Algarbe
Abencasi Abul-Casim Ahmed fue jefe de la secta de los sufíes, fanáticos anticristianos, a la
que dio nuevo rumbo, titulándola de los hermanos moridin (adeptos),
que atizó la rebelión contra los almorávides por la protección otorgada por
estos a los cristianos. El alzamiento tuvo lugar en 1144, comenzando los
sublevados por tomar a Mértola, reconociendo la soberanía de Abencasi: Aben-Almondir, que se había sublevado
en Silves, y Sidrey, que también lo había hecho en Evora.
Huelva, Niebla, Alcázar, Tejada y Azahir fueron tomadas;
pero Sidrey, disgustado, se sublevó en Badajoz; Aben-Almondir, lugarteniente de
Abencasi, va contra él, siendo derrotado y cegado después de hecho prisionero,
llegando Sidrey a poner sitio a Mértola, al propio tiempo que se sublevan otros
sometidos.
Ante ello, Abencasi pide auxilio a los almohades, y fuerzas de estos, al
mando de Barraz, le restablecen y de paso conquistan a Sevilla (1147); pero queriendo
el emperador almohade apoderarse de toda España, se opone Abencasi, que sigue
teniendo a su lado a Aben-Almondir; mas como Abencasi quisiera unirse con Alfonso Enríquez de Portugal. se
subleva Almondir y le asesina, entregando Mértola a los almohades (1051), cuyo
poder aceptan los otros jefes de la comarca.
Córdoba.
Aquí se sublevó Abenhamdin, también en 1144, tomando el título
de cadí y lugarteniente, porque lo era de Zafadola. Este se presentó en
Córdoba asumió el mando; pero lo hizo tan mal, que los cordobeses le
depusieron, restableciendo a Abenhamdin (1145), que tomó entonces los títulos
de Almansur bilá y Emir almuslimin, presentándose
como sucesor de los antiguos califas y siendo reconocido por Sidrey (entonces
en guerra con Abencasi) y los señores de Murcia, Granada, Arcos y Jerez, así
como por muchos otros cadíes.
Abengania, que era gobernador almorávide de Valencia y Murcia, fue contra
Abenhamdin, derrotandolo en Écija y entrando en Córdoba, sitiando después al
vencido en Andújar. Uno y otro entraron en tratos con Alfonso VII para sostenerse;
pero cansado Abengania de las exigencias de este, entregó Córdoba y Jaén a los almohades
(1148), que, como hemos indicado, habían tomado a Sevilla. Abengania muere en
Granada en 1149 y Abenhamdin, que se había refugiado en Málaga, le sigue al
sepulcro en 1151.
Granada.
Zafadola (Almonstans Abenhud), al ser expulsado de Córdoba, tomó Jaén y pasó a
Granada, logrando apoderarse de ella, instalándose en la Alhambra (1145),
siendo reconocido como señor de Granada y su comarca; pero los almorávides se
resisten en la alcazaba y logran derrotar a un ejército que desde Murcia iba en
socorro de Zafadola, por lo que este, no pudiendo sostenerse, se retira a Jaén
y desde allí a Murcia. Granada permanece fiel a los almorávides, hasta que su
gobernador la entrega a los almohades (1154).
Murcia y Valencia
La sublevación de estas dos comarcas va íntimamente unida. Murcia fue la
primera de ellas en sublevarse bajo el mando de Abenalhach, que reconoció la
soberanía de Abenhamdin en Córdoba; pero poco después se pone la ciudad a las
órdenes de Zafadola, entonces rey de Granada, al que envía un ejército que,
según hemos visto, es derrotado por los almorávides (batalla de Almosala, y al poco tiempo
Murcia pide auxilio a los sublevados de Valencia, que se apoderan de ella
(1146).
Valencia se había sublevado al salir de ella su gobernador Abengania para
hacer una excursión contra los almohades en 1145. La ciudad eligió como jefe
a Aben-abd-el-Azis, que tomó a Játiba y Murcia (1146), siendo destronado por Abeniyad, el conquistador de
esta última, que reconoció la soberanía de Zafadola. Este, al frente de las
fuerzas valencianas, luchó contra los cristianos, siendo derrotado y muerto por
estos en la batalla de Alloch (cerca de Chinchilla), conocida por
batalla de Albacete (1146), quedando entonces Abeniyad como único señor de Valencia y
Murcia.
En el mismo año fue despojado del poder por Abdallah el Zegri (que antes había
sido en Murcia lugarteniente de Zafadola), si bien Abeniyad logró recuperarlo,
muriendo al año siguiente (1147) luchando contra los cristianos. ron en el
trono
Por indicación del mismo Abeniyad en sus últimos momentos, fue
proclamado Abenmerdanix (Abu-Abdallah-Mohamed), llamado por los cristianos el rey Lobo y por el Papa
el rey Lope, que se decía de origen árabe, pero era español y de ascendencia cristiana.
Tuvo bajo su poder no
solo Murcia y Valencia, sino lo que quedaba a los musulmanes de Aragón,
conquistando Jaén, Ubeda, Guadix y Carmona, de modo que aun cuando perdió
Tortosa, Lérida, Fraga y Mequinenza, conquistadas por catalanes y aragoneses, y
Uclés y Serranía, tomadas por los castellanos, fue el más poderoso monarca de
la España musulmana en aquel periodo y el representante de la resistencia de
esta contra los almohades.
Hizo tratados de paz con Pisa, Génova, Cataluña, Aragón y Castilla (siendo tributario
del conde de Barcelona y del rey de Castilla, y aliado en sus últimos tiempos
del de Aragón) para poder mejor combatir a los almohades. Tuvo por
lugarteniente a Ibrahim Aben-Hemochico, también de origen cristiano, casándose con una hija
de este, a la que después repudió. Trató de conquistar a Granada y a Córdoba,
aunque sin resultado, siendo derrotadas sus fuerzas (1162 y 1165) por los
almohades.
Aben Hemechico,
disgustado por haber sido repudiada su hija, se pasó al servicio de estos, que
entraron en Lorca, Baza, Almería, sublevándose Alcira y Ecija, enfermando y
muriendo el rey Lobo (acaso envenenado por su propia madre) en Murcia (1171),
recomendando a su hijo que se sometiera a los almohades, como lo hizo,
alcanzando toda la familia un gran predicamento, casándose dos hijas de
Abenmerdanix con califas almohades.
Málaga y otros reinos
Málaga se declaró independiente en 1145, bajo el poder de Abenhasim, pero ocho años
después, por consecuencia de un alzamiento popular, entraron en ella los
almohades. El mismo fin tuvieron otros principados que por breve tiempo se
formaron, como los de Ronda, bajo Ahyal; Jerez y Arcos bajo Aben-Garrum;
Badajoz, bajo Aben-Hacham, y Cádiz, bajo Alí Ben-Maimun.
Recuerdo merece el de Cáceres, fundado por Alha El Gausi (1143), después de
derrotar a las tropas leonesas en Valencia de Alcántara y de arrebatar
Alcántara a los cristianos, estableciendo su corte en esta ciudad, la que
engrandeció, y trasladando después la capital a Cáceres (1159), reparando sus
fortificaciones y dotándola de un hermoso Alcázar, conservando el poder bajo
los almohades, hasta que fue Cáceres conquistada por la orden (1171) llamada
entonces en Extremadura Fratres o Congregatio de
Cáceres, si bien la ciudad se volvió a perder y reconquistar varias veces.
Baleares
En 1114 aparece como rey de Mallorca nada, al Mobaxer Nasirodaula, que antes lo había
sido de Dénia. Dedicado a la piratería, fue atacado por dos catalanes, pisanos
y genoveses, por lo que pidió auxilio al califa almorávide Alí; pero antes de
que llegasen las tropas de este, murió Mobaxer y fue invadida la isla por los
genoveses.
Las tropas almorávides, al llegar, expulsaron a los genoveses y se apoderaron
de la isla, poniendo como gobernador a Mohamed Ben Ali Abengania, el que al desaparecer
la dinastía almorávide quedó como rey de la isla (1146). En el año 1155 fue
asesinado por su hijo Ishac, que le sucede, por haber matado también
a su hermano Abdallah, proclamado heredero.
Ishac fue un terrible
pirata del Mediterráneo, que realizó excursiones contra las costas de Gerona y
contra Tolón, y cobró tributo a Génova y a Pisa. Se negó a reconocer a los
almohades, encarcelando al embajador que le fue a proponer la sumisión y
apoderándose de sus naves.
Muerto Ishac, le sucede su hijo Mohamed, que, destronado por
sus hermanos Alí y Yahia, pidió auxilio a los almohades, que lo repusieron en el trono,
reconociendo la soberanía de ellos; pero se le adelantaron sus otros
hermanos Abdallah y Algaci, quienes desde Sicilia vinieron rápidamente a Mallorca, la conquistaron y
rechazaron a una escuadra almohade, sosteniéndose Abdallah hasta el año 1202,
en que los nuevos invasores se apoderaron de la isla, dándole muerte.
No puede pasarse en silencio la epopéyica lucha sostenida por Alí Abengania contra los
almohades en África. Después de destronar a Mohamed en Mallorca y dejado en
ella a su hermano Yahya, sorprende a Bugía, conquista a Argel, Miliana y Cala y
sitia a Constantina. Atacado por fuerzas superiores, que reconquistan las
plazas perdidas, se refugia en el desierto y pasa a Trípoli, volviendo a
encenderse la guerra, hasta el punto de que el califa almohade Almansur, que fue personalmente
contra él, fue derrotado en Gomra, y si bien el califa triunfó en Alhama (1188), no se dio
por vencido Alí, que se sostuvo hasta que el califa siguiente, En Nasir, logró derrotarlo
definitivamente.
VARIOS AUTORES, Enciclopedia Universal
Ilustrada Europeo-Americana, Ed. Espasa-Calpe, 1991, tomo 21 págs. 916-917.
Índice
En abril-mayo de 1071 el emir de los almorávide Abu Bakr puso las bases
para la trascendental fundación de Marrakech, la capital, dando así un
definitivo carácter sedentario al Estado almorávide, redondeado con la
construcción del alcázar soberano Qasr al hayar, con toda la
proyección política de un hecho así, y cuyos muros estaban ya en pie en julio
de ese mismo año 1071. Poco después, en septiembre de ese año, el emir Abu Bakr
nombró a Yusuf b.
Dinar de oro en época de Tašufin.
Tasufin lugarteniente suyo, mientras él tornaba al Sáhara. Yusuf aprovechó
este mandato para enraizar su poder, disponiendo la necesaria estructura
administrativa y militar, pues, como nos indica el mismo Ibn Idari, compró entonces
esclavos negros y envió una delegación a al Andalus para traer mercenarios
cristianos, dando a todos caballos, es decir, dotándose de caballería; impuso
también a los judíos de su territorio una grave contribución, para hacer frente
a sus proyectos estatales; y se rodeó de una mayor pompa oficial.
Por entonces, hacia
1072-73, regresó a Marrakech, junto a él, su primo Abu Bakr, y, viéndole tan
instalado en el poder, temiendo que se lo arrancaría por la fuerza, se los
cedió. Yusuf pasó a ser el emir de los almorávides. Su expansión territorial
progresa hacia el centro y luego hacia en norte del Magreb: Fez, que fue
atacada en 1063 y tomada definitivamente a los magrawa en 1070.
Desde allí su avance se bifurca: un objetivo es la taifa de Ceuta, que
incluye Tánger, plaza que lograron dominar en 1078-79, para acabar entrando en
el gran puerto ceutí en julio de 1084, fecha preferible a la citada por otras
fuentes, el año anterior 1083; el otro objetivo era seguir hacia el oriente del
Magreb, y, en efecto, ocuparon Tremecén, en octubre de 1075, y luego el
Oranesado, la región de Chelib y la ciudad de Argel, en 1082-1083, parándose en
esta dirección, en los confines de los hammudíes, más allá dominando otros
contríbulos sinhaya, los ziríes; en pleno Magreb
central los almorávides se detuvieron.
Es una expansión militar (sometiendo por pacto o armas a otros grupos
tribales, mayoritariamente zanata), favorecida por la buena
acogida de los ulemas —doctores de la ley mahometana— al
reformismo malikí almorávide.
Asegurados los almorávides en el litoral mediterráneo del Magreb, además de
en su continuación atlántica, tras su toma de Ceuta, pertinaz resistente hasta
1083-84, los acontecimientos se precipitaron en al Andalus. Ya vimos como allí
se iba formando la idea de pedirles socorro, como llegó a llamárseles para
asuntos locales, que no atendieron, y como se decidió conjuntamente, tras la
caída de Toledo en poder de Alfonso VI, enviar una delegación
oficial, encabezada por caídes de las taifas de Badajoz, Granada y Sevilla, más
el representativo caíd de Córdoba, y el visir sevillano Ibn Zaydun, quizá también el
secretario Ibn Qasira.
Este algo mayor protagonismo sevillano, en sus relaciones con los
almorávides, tenía sobre todo el motivo de la extensión de esta taifa por el
litoral y los puertos frente al Estrecho, desde los cuales habían incluso
colaborado con la nueva dinastía magrebí en tomar Ceuta, aunque las fuentes
discrepen en fijar la amplitud de este apoyo: Ibn Bassam y Mafajir al
barbar mencionan una sola gran nave, enviada por al Mutamid a comerciar con
Tánger, y prestada al emir almorávide, mientras Ibn Jaldun refiere como el
puerto ceutí fue hostigado por la escuadra sevillana.
Aquella embajada
andalusí, oficial y conjunta, acordó con el emir almorávide su apoyo militar, y
que vendría a al Andalus para cumplir la guerra santa, solo para defenderlo de
los ataques cristianos, y sobre todo de Alfonso VI, pues nada podían contra él
los taifas, degradados en su situación estatal, militar y económica.
Quedaría claro que el emir almorávide no conquistaría las taifas, y estas
aceptaron sus condiciones, incluso la de entregarle Algeciras como sede de su
desembarco. Pero las relaciones entre taifas y almorávides parecen siempre
establecerse en términos confusos, llenos de recelos, que bien se muestran
en al Hulal al mawsiyya, aunque agrandados por una exaltación que
no tapa del todo el fondo real de las tensiones entre andalusíes y magrebíes.
Así Yusuf b. Tasufin, advertido por su secretario almeriense Ibn Asbat
sobre la versatilidad de los reyes de taifas, adelantó su desembarco en
Algeciras, en junio de 1086, antes de que al Mutamid de Sevilla hubiera
preparado entregársela. En septiembre cruzó Yusuf b. Tasufin el Estrecho,
encaminándose a Sevilla, saliendo a recibirle obsequiosos los reyes de esta
taifa y de Badajoz.
El almorávide convocó a su campaña a los andalusíes, que le salían al paso,
alborozados. Las tropas musulmanas de almorávides y de los sevillanos, con
participación de taifas meridionales (con sus reyes a la cabeza: Abdállah de Granada y su
hermano Tamim de Málaga, excusándose al Mutasim de Almería, pero
enviando a su hijo; y muchos arráeces de plazas menores, y soldados y
voluntarios) subieron hacia Badajoz, por donde Alfonso VItambién avanzaba, y
había logrado tomar el fuerte enclave de Coria en 1079. A contener tamaño
ejército acudió Alfonso VI, y hubo intercambio de misivas para fijar el día de
la batalla.
Se dio el viernes 23-X-1086. al Mutamid de Sevilla recibió la primera
acometida castellana y ya flaqueaba cuando fue auxiliado por magrebíes al mando
de Dabud b. A´isa. La contracarga almorávide, dirigida por el propio emir Yusuf, decidió la
victoria, cuyo parte dio el mismo, alborozado, en carta conservada, al soberano
zirí (otro sinhaya como él) de Ifriqiya, la
otra gran potencia magrebí extendida por el actual Túnez, dándole su interesantísima
interpretación del evento, pero sobre todo justificando su intervención en al
Andalus, que de tal modo podía influir en la situación internacional.
La carta acaba explicando como Yusuf volvió a Sevilla capital de al Mutamid, y allí pasamos unos
días, marchándonos de su lado y despidiéndonos de él, pero no con adiós
definitivo. La batalla se dio en la comarca fahs de al
Zallaqa, como precisa Ibn Simak en al Hulal
al-mawsiyya, entre los actuales topónimos de Azagala y Sagrajas, al norte de Badajoz.
Es interesante notar que Ibn Jaqan jamás aplica ese
nombre, sino que llama a la victoria La jornada del viernes yawm /
al-aruba. Es típica la exaltación de algunas fuentes al contar un desquite
así para los musulmanes, aumentando de forma inverosímil la cantidad de
combatientes enemigos, que el Rawd al-Quirtas sube hasta
80.000 jinetes y 200.000 peones.
Tras su éxito, regresó Yusuf b. Tasufin al Magreb, donde entre tanto había
ocurrido la muerte de su heredero Sir. En al Andalus dejó un escuadrón de tres
mil caballeros.
Pronto se rehicieron los cristianos, y volvieron con sus exigencias de
parias, y con sus incursiones, ahora por el Levante, donde, alrededor de
Valencia, operará a su antojo el Cid desde 1087, y por
tierras de Murcia, donde los castellanos instalaron una cuña en el castillo
de Aledo, desde el cual, y en connivencia encubierta con el gobernador
murciano Ibn Rasiq(que buscaba contrapesar el
expansionismo de Sevilla de al Mutamid), asolaban los alrededores.
Una delegación de
Valencia, Murcia, Lorca y Baza, y también de Sevilla, otra vez fueron a llamar
al emir almorávide, que volvió a desembarcar en Algeciras mediado junio de
1088.
Volvió Yusuf b. Tasufin a convocar a los andalusíes para la guerra santa
contra Aledo y volvieron a presentase con sus mejores halagos e impedimenta,
como la curiosa máquina de asedio en forma de elefante, que trajeron de Almería,
según cuenta el emir Abdállah en sus Memorias.
Los musulmanes no lograron ganar Aledo, solo consiguieron que los
cristianos lo evacuaran, tras incendiarlo. El fracaso puso de manifiesto todos
los males de la situación taifa: sus divisiones y rencillas, sus cortos
intereses que les hacían oscilar entre los almorávides y Alfonso VI, pues, nada más volver
Yusuf b. Tasufin al Magreb, en noviembre de 1088, los reyes de Granada y
Sevilla, quizá también de Badajoz, volvieron a sus componendas con el rey
castellano.
Esta vez el emir envió
dos columnas a Valencia, la primera de unos 4.000 jinetes, según crónicas
árabes que procuran abultar su número, y la segunda al mando del príncipe
Muhammad b. Tasufin. Desde entonces, hasta la tercera venida de Yusuf b.
Tasufin a la Península, pasan dos años, y durante ellos se agrava la crisis
taifa. Los andalusíes reclaman contra la ilegitimidad de sus reyes, sus
impuesto extra-legales, y, apoyado por dictámenes jurídicos o fetuas que
reprochan a los taifas sus transgresiones, el emir almorávide decide conquistar
al Andalus.
Entre los textos
emitidos a favor de Yusuf b. Tasufin sea soberano en lugar de las taifas
conocemos un bloque documental sobre el que volveremos enseguida, algo
posterior a dictámenes previos, emitidos tanto en al Andalus como en el Magreb,
y sin los cuales el recto emir no dio el paso de destituir a los taifas.
Ese aludido bloque documental, interesantísimo, fue reproducido en la Rihladel
caíd sevillano Ibn al Arabi, y contiene los siguientes textos.
Petición del ulema sevillano Abu Muhannad b. al Arabi († Alejandría, en
1099, cuando regresaba a al Andalus de su viaje por Oriente) al califa abbasí
de Bagdad, al Mustazhir, para obtener su reconocimiento a favor de Yusuf b.
Tasufin como soberano de al Andalus, con el título de emir de los
musulmanes y el epíteto de defensor de la Fe, acta del citado califa,
fechada en 1098, reconociendo todo eso al emir almorávide, acta, en el mismo
sentido, del visir abbasí Ibn Yahir; petición del ulema sevillano al eminente
ulema oriental al Gazali de una fetua, —fatua, dictamen jurídico—
en pro de la intervención de Yusuf b. Tasufin en al Andalus; fetua de al Gazali
a favor de esta intervención; carta de al Gazali abundando en los argumentos de
su fetua; carta del ulema andalusí, afincado en Alejandría, al Turtusi,
exhortando al emir Yusuf al buen gobierno.
Estos textos califican
de ilegales a los reyes de taifas, fomentadores de la desunión, que recurrían a
los cristianos, y así cedían ante ellos, mientras que al emir almorávide lo
presentan como salvador y como servidor y representante legal del califa
abbasí, y por él legitimado. Como indicaba al Gazali en su carta: Todo
rebelde de verdad, con la espada ha de ser llevado a la verdad. Y así, Yusuf b.
Tasufin tornó con sus ejércitos a la Península por tercera vez, a principios
del verano del 1090, dispuesto a conquistar al Andalus.
El atractivo de su
propuesta religiosa, de su capacidad de combate por la guerra santa, su rigor
impositivo en los límites de la ley, su legalismo en todo, su austera
ortodoxia, en escandaloso contraste con la imagen y acciones de los reyes de
taifas, decidió el cambio de actitud de Yusuf b. Tasufin, cuyo tercer
desembarco tuvo el resuelto empeño de acabar con las taifas, animado por los
ofrecimientos de entregarle sus tierras que recibía de los andalusíes de todas
partes.
Así, por iniciativa propia, cruzó con sus ejércitos a la Península en el
verano de 1090. En septiembre depuso al rey taifa de Granada, mientras los
reyes de Sevilla y Badajoz le felicitaban por ello: el propio emir Abdállah, incapaz de resistir, detalla
todo esto en sus Memorias: Yusuf avanzó sobre Granada, donde la
población le esperaba entusiasmada, y Abdállah salió a entregarle el poder el
domingo 8-IX-1090.
Un mes después, los
almorávides ocuparon la taifa de Málaga, en parecidas circunstancias. Ambos
reyes hermanos, Abdállah y Tamim, de origen beréber sinhayí como también era el
emir almorávide, tratados con bastante miramiento, fueron deportados al Magreb,
a donde regresó también el emir almorávide, dejando a su sobrino Sir b. Abi
Bakr al frente de sus nuevos territorios y de los siguientes proyectos de
conquista, realizados con planificación militar excelente.
Tarifa fue ocupada por
los almorávides en diciembre de 1090. El cuerpo principal de sus ejércitos,
mandado por Sir, fue sobre Sevilla, mientras otra sección, mandada por Muhammad
b. Hayy, iba sobre Córdoba; otra, bajo las órdenes de Abu Zakariyyza b. Wanisu,
atacaba Almería, y un destacamento, dirigido por Garrur, fue sobre Ronda. Tres
de estos objetivos (la capital, Córdoba y Ronda) eran de la taifa sevillana.
Córdoba cayó el 27-III-1091.
Antes de acabar aquel año, la dinastía taifa de Almería se embarcó hacia
territorios de los hammudíes. Siguen avanzando por tierras levantinas, donde no
deben enfrentarse tanto a las resistencias andalusíes como a los cristianos que
las algarean, y que quizá habían reocupado Aledo, pues Ibn al Abbar llama
conquistador de Aledo al caíd Ibn A´isa, que dirige estas
operaciones, y a quien el gobernador de Lorca le entrega esta plaza; en junio
de ese mismo año 1091 entra en Murcia, y pronto, en 1092, Denia y Játiva le
abren las puertas.
Más al norte, el Cid detendrá su avance
durante unos años, aunque Ibn A´isa envió tropas que lograron entrar en la
acosada Valencia en 1092. Este destacamento fue obligado por el Cid a retirarse
de allí en septiembre de 1093, mientras apretaba su cerco, hasta conseguir
apoderarse de la ciudad el 15-VI-1094.
Entretanto, los almorávides continuaban su progresión. Por el centro
ocuparon Jaén, y por el oeste todo el territorio taifa sevillano, que
comprendía el Algarve, pero dejaron momentáneamente a los Banu l-Aftasen su taifa de Badajoz,
pues les venían ayudando, incluso parece que a tomar Sevilla.
Pero el rey de esa taifa, al Mutawakkil, para asegurarse más, pactó
a la vez con Alfonso VI, cediéndole Santarem,
Lisboa y Cintra, y contra él fueron las tropas almorávides, mandadas por Sir, y
conquistaron la taifa, llegando hasta Lisboa en noviembre de 1094. Ya vimos la
severa venganza almorávide, ejecutando a varios Bani I-Aftas.
Siguieron subiendo los almorávides por el este en cuanto lograron ocupar la
simbólica Valencia el 5-V-1102. La crónica principal de estos sucesos, al
Bayan al mugrib, expone cuánto costó conquistarla, pues el mismo Yusuf b.
Tasufin, instalado en Ceuta, controlaba el paso de un nuevo ejército de
Levante, llegado a la Península en septiembre de 1094, y al poco derrotado por
el Cid en Cuart de Poblet.
Varios caídes almorávides fracasaron ante la plaza, y al fin, muerto el Cid
en 1099, aún tardó tres años en lograrla el emir Mazdali. Cortados hasta
entonces por Levante, otra de las obsesiones de Yusuf b. Tasufin había sido el
centro peninsular, y viniendo a la Península por cuarta vez, en 1097, preparó
una expedición por tierras toledanas, ganando la batalla de Consuegra, el 15-VIII-aquel año,
pero por allí no podía abrirse paso hacia la Marca Superior, donde resistían las
taifas de Albarracín y Alpuente, más las del valle del Ebro, con capitales en
Zaragoza, y Lérida-Tortosa.
Solo tras conquistar Valencia pudieron los almorávides alcanzarlas:
Alpuente y Albarracín (en abril de 1104), y, ya en tiempos del segundo emir
almorávide de al Andalus, Zaragoza (en mayo de 1010). Es imprecisa su conquista
de Lérida y Tortosa, pero en 1114, según al Bayan al mugrib, los
almorávides tomaron y desmantelaron Tarragona. Las Baleares no fueron ocupadas
por los almorávides sino a finales de 1116, después del ataque pisano-catalán
que desde finales de 1113 venía hostigando aquellas islas.
Al genio militar y
administrativo de Yusuf b. Tasufin se debe la fundación y consolidación del
imperio almorávide, que en su tiempo no solo alcanza prácticamente su plena
extensión (a falta del valle del Ebro y las Baleares), sino que establece su
consciente organización, eficaz en todo este periodo inicial, girando alrededor
de su fuerza militar, y dirigiendo también los grandes caídes —próximos
familiares, contríbulos o de tribus muy afines del emir Yusuf— la gobernación
territorial; a ese círculo cercano pertenecen también los visires.
Sin embargo los secretarios fueron andalusíes, pues cuando los almorávides
incorporan al Andalus la mayoría de sus letrados se les unen. Antes Yusuf había
logrado reclutar para su servicio en el Magreb uno solo de esta procedencia, el
almeriense Abderramám b. Asbat. La máquina administrativa así lograda parece
funcionar plena y eficazmente en todo este emirato de Yusuf b. Tasufin, como lo
muestran los documentos administrativos correspondientes.
En 1103 Yusuf hizo reconocer a su hijo Ali como heredero en Córdoba,
repitiendo la proclamación efectuada el año anterior en Marrakech, y allí
volvió, tras disponer algunas cuestiones en al Andalus, como el envío del
gobernador de Granada, Ali b. al Hayy a Valencia, donde permaneció desde
noviembre de 1103 a junio de 1104, pues sabiendo entonces que Alfonso VIsitiaba Medinaceli,
contra él fue, pasando por Calatayud, desde donde pidió refuerzos al caíd Abu Muhammad b. Fatima; ambos se dirigieron
hacia Toledo, y atacaron Talavera, muriendo entonces b. al Hayy.
El balance conquistador
de los almorávides en tiempos de Yusuf b. Tasufin se apunta los éxitos de la
recuperación de Valencia y de algunas de las plazas portuguesas cedidas por la
taifa de Badajoz (sobre todo Lisboa), y por la recuperación de las tierras
ocupadas por Alfonso VI entre Toledo y Córdoba, tradicionalmente
llamadas de la mora Zaida, de modo que, sin lograr Toledo, los almorávides
volvieron a asomarse al Tajo, en algunos tramos.
En 1105 se difundió por
al Andalus la noticia de que el emir Yusuf estaba enfermo, y cundió la
pena, sobre todo entre los encargados de la administración, señala
expresivamente Ibn Idari, que ofrece la primicia de una algara de Alfonso VI
contra tierras de Sevilla, atajado por los generales Sir, desde Sevilla, y por
Musa, hijo de Ali b. al Hayy, desde Granada.
Íbase agravando el emir almorávide, acudiendo a Marrakech, a su lado, su
hijo Tamim, desde el Levante de al Andalus, mientras el heredero
presunto, Ali b. Yusuf empezaba a tomar las
riendas del poder, y así fue él quien envió una carta a Sevilla, destituyendo
al caíd. El 2-IX-1106 se agravó la enfermedad del emir Yusuf, y murió en su
alcázar de Marrakech. Ibn Abi Zar es la única fuente que señala que murió
centenario, lo cual parece increíble, por la evolución de su cronología y
porque ningún otro lo indique.
El principal modo de apreciar el carácter y transcendencia de Yusuf b. Tasufin
es deducirlo de sus actuaciones, filtradas por las crónicas. Resulta así buen
gobernante, enérgico y legalista, y en todo ello debió sobresalir, cuando se lo
reconoce incluso la I Crónica General de España, asegurando que
defendió muy bien su tierra y mantuvo a sus súbditos con justicia, sabiendo
reprimir a los revoltosos.
Las fuentes musulmanas, por su lado, ensalzan sobre todo su religiosidad,
dado a rezos frecuentes, su templanza al castigar, sus distinciones a Alfaquíes
y ulemas —doctores de la ley mahometana—, obedeciéndoles en
todo, su realismo, su capacidad para defenderse de los enemigos y su esfuerzo
permanente en el gobierno, sin descanso.
VIGUERA
MOLINS, Mª Jesús, Historia de España Menéndez Pidal, Editada por Espasa Calpe;
1994, Tomo Tomo VIII.2 págs. 49-54.
Ali b. Yusuf b. Tasufin nació en Ceuta en 1083 y murió en Marrakech el
11-II-1143. Segundo emir almorávide de al Andalus. Fue el fruto de una relación
de Yusuf b. Tasufin con una
concubina cristiana llamada Faid al Husn. Se ignora el lugar que ocupaba entre
la descendencia de su padre, aunque no era su primogénito, pues entre los
almorávides seguía vigente un cierto carácter electivo que obligaba al
gobernante a consultar a los principales jeques la idoneidad de los distintos
candidatos al poder soberano.
Alí fue proclamado
oficialmente como heredero en Marrakech en 1102 y posteriormente en Córdoba en
1103, con motivo del quinto y último viaje de Tasufin a al Andalus. Al igual
que su padre gobernó con el título de príncipe de los musulmanes, aunque no
llegó a tener el reconocimiento oficial del califa Abbasí.
Alí accedió al poder a la edad de veintidós años, ejerciéndolo durante
largo tiempo, durante casi cuatro décadas, de forma que el grueso de la
Historia del Imperio almorávide la integran los más de ochenta años durante los
cuales él y su padre Yusuf b. Tasufin detentaron el
poder.
En su largo periodo de
gobierno cabe distinguir dos etapas claramente diferenciadas y marcadas por
signos opuestos, la inicial, más breve, señalada por los éxitos, y una larga
etapa, que abarca las tres últimas décadas, durante las cuales los problemas internos
y externos fueron la tónica dominante, suponiendo el inicio del declive del
imperio almorávide.
Durante los primeros
quince años posteriores a su proclamación, Alí supo continuar la trayectoria
política de su padre, siendo capaz de continuar su tarea expansiva, de tal
forma que, bajo su gobierno, el Imperio almorávide alcanzó su máxima extensión
territorial. Al igual que hizo Yusuf b. Tasufin, convirtió la lucha frente a
los cristianos en la Península ibérica en una de sus principales prioridades
políticas y obtuvo ante ellos importantes éxitos.
Sin embargo, la segunda
etapa de su reinado dio lugar al inicio de su decadencia política, provocada
por la doble actuación del naciente movimiento almohade y el renovado empuje de
los cristianos en la Península, a lo que se debe añadir el propio descontento
de la población andalusí.
La 1ª expedición peninsular
Lanzó su primera expedición en julio-agosto de 1107, dirigiéndose a
Algeciras con la única finalidad de recibir el reconocimiento de los
andalusíes. A partir de este momento tuvieron lugar sus dos principales éxitos,
la victoria ante Alfonso VI en Uclés, a pesar de que el rey Alfonso,
ya muy anciano, envió a la mejor hueste que podía reunir. Iba en ella Sancho,
su único hijo varón, hijo de la mora Zaida, con los insignes Alvar Hañez y el
conde García Ordóñez, el favorito del emperador.
La batalla se dio en los campos de Uclés el 30 de mayo y debió ser muy
reñida. Al cabo se convirtió en un nuevo desastre para los cristianos. Murieron
en la batalla de los siete condes, el infante y siete magnates de la corte de
Alfonso y supuso el fin de la dinastía Navarra (vascones).
La victoriosa política inicial de Alí al frente de los cristianos se vio
favorecida por la situación de crisis por la que atravesó el reino castellano
leonés desde la muerte de Alfonso VI en 1109 hasta 1126, año de la proclamación
de Alfonso VII, quien hasta 1131 no
pacificó completamente el país. En estas circunstancias, tras las obtenidas por
su padre en la batalla de Sagrajas (1086) y Consuegra (1097), Alí se
cobró la gran tercera victoria almorávide sobre el ya anciano Alfonso VI, siempre derrotado
frente a los bereberes, si bien el emir no participó directamente en la
campaña, siendo las fuerzas musulmanas dirigidas por su hermano mayor Tamim b.
Yusuf, gobernador almorávide de al Andalus.
La recuperación de Toledo
El gran objetivo era la recuperación de Toledo y el encuentro se produjo el
14-V-1108 en Uclés, principal baluarte defensivo
cristiano en la línea del Tajo, que cayó en manos musulmanas. El castigo sobre
el rey castellano leonés fue doble, pues además, la derrota fue acompañada de
la muerte de Sancho, su hijo y heredero. La toma de Uclés posibilitó además, la
recuperación de las fortalezas de Ocaña, Huete y Cuenca, reforzando las
posibilidades de volver a conquistar Toledo.
Al año siguiente (1109),
tras la segunda venida del emir a al Andalus, los almorávides lograron tomar la
fortaleza de Talavera, pero Alvar Hañez se hizo fuerte en la capital de Tajo y
el emir hubo de retirarse tras un mes de asedio sin lograr el objetivo. En
1110, la ocupación de Zaragoza y de las Baleares poseen una fuerte carga
simbólica, pues significa el momento de máxima expansión territorial del
imperio almorávide, que, en ese momento unificaba los territorios magrebíes y
peninsulares, desde el valle del Ebro hasta el Níger.
En 1117, Alí cruzó por tercera vez a al Andalus con la intención de volver
a dirigir la yihad contra los cristianos. Aunque logró la recuperación de Coimbra, al
cabo de pocas semanas la ciudad fue abandonada. El fracaso de esta campaña
anunciaba el inicio del declive almorávide. El primer descalabro importante fue
la pérdida de Zaragoza (18-XII-1118), segundo núcleo relevante, tras Toledo,
que pasaba a manos de los cristianos, y primera pérdida territorial de los
almorávides en la Península.
Por esos mismo años
comenzó a manifestarse el rechazo de la población andalusí al dominio político
de los almorávides, en parte producido por el fuerte contraste social y
cultural existente entre la sociedad autóctona y los bereberes norteafricanos,
que convertía a estos en una casta gobernante poco identificada con sus
gobernados.
La primera manifestación
de este fenómeno fue la revuelta de Córdoba de 1121, provocada por un incidente
puntual entre un miembro de las milicias almorávides y una mujer cordobesa, que
acabó con la expulsión del gobernador local y el saqueo de su palacio. El emir
Alí no dudó en enviar un contingente contra la capital cordobesa, pero la
intervención de los Alfaquíes cordobeses, que defendieron la postura de sus
conciudadanos, impidió que el asunto acabase en un baño de sangre, dado el gran
respeto de los emires almorávides a las opiniones de los juristas malikíes.
Incursión de Alfonso I
Hacia la misma época tuvo lugar una de las más claras manifestaciones de
poder del rey Alfonso I de Aragón, quien
entre 1125 y 1126 y durante quince meses realizó una profunda incursión por el
territorio musulmán sin que los almorávides fuese capaces de repeler su
presencia. Con un contingente de unos cuatro mil caballeros y descendiendo por
Levante se dirigió a Granada, que no logró tomar, desde donde se encaminó a la
campiña de Córdoba, en pleno corazón del dominio musulmán, donde derrotó a las
tropas de Tamim en marzo de 1126 cerca de Lucena (Córdoba).
Pese a esta demostración
de fuerza, los cristianos todavía no estaban en condiciones de mantener
posiciones tan avanzadas en territorio musulmán, por lo que Alfonso I regresó a
sus bases de partida, siendo acompañado por un importante contingente de
pobladores cristianos, que regresaron junto a él a Aragón. Esta incursión tuvo
graves consecuencias para la población cristiana del sur de al Andalus.
Un dictamen jurídico o fetua del eminente alfaquí cordobés Ibn Rusd, abuelo
del célebre filósofo Averroes, sirvió de justificación legal para la
deportación de muchos cristianos al norte de África bajo la acusación de haber
suscitado y apoyado la expedición del rey aragonés, rompiendo, así, el pacto
que los unía al estado musulmán como protegidos.
La llegada de los almohades
A partir de 1132, tras la proclamación como califa almohade de Abd al Mumin, se inicia el proceso de lucha
encarnizada entre almorávides y almohades, que culminará quince años después
con la caída de Marrakech. Fue en esta época, al convertirse la lucha contra
los almohades en la principal preocupación del emir almorávide, cuando surge la
figura de Reverter, el caballero catalán que actuó al servicio de Ali b. Yusuf y fue el
lugarteniente de su hijo y sucesor Tasufin, convirtiéndose en el
principal baluarte de su ejército.
Hacia las mismas fechas se reanuda la política expansionista de los
cristianos en la Península Ibérica, siendo su principal baluarte Alfonso VII, quien contó con la
ayuda del señor musulmán llamado Sayf al Dawla, Zafadola en las crónicas
árabes, último descendiente de los hudíes de Zaragoza, refugiados en la inexpugnable
fortaleza de Rueda.
Con ello trataba de
explotar el descontento de la población andalusí hacia el dominio almorávide,
convirtiendo a Zafadola en el símbolo de su resistencia. La intensificación de
la amenaza almohade y el consiguiente traslado a Marruecos de Tasufin, hijo y
futuro heredero del emir Alí, que se había encargado hasta entonces de dirigir
la lucha frente a los cristianos, marca el inicio del derrumbe almorávide en al
Andalus, jalonado por las tomas de Oreja (1139) y Coria (1142) y el abandono de
Albalat, lo que significaba el desmantelamiento de las posiciones musulmanas en
la frontera del Tajo.
De esta forma, el
imperio almorávide se veía acosado simultáneamente por dos frente, el almohade
en Marruecos y el cristiano en la Península. El emir almorávide empezó a dar
síntomas de enfermedad ya desde el año 1135-1136. Las crónicas afirman que en
sus últimos tiempos y ante la creciente gravedad de los problemas, Ali b. Yusuf
tendió progresivamente a desentenderse de los asuntos de gobierno y se
entregaba cada vez con más frecuencia e intensidad a la actividad religiosa, a
la que era tan dado, pasando las noches en prácticas devotas y ayunando durante
el día.
Murió finalmente en
Marrakech el 11-II-1143, a la edad de 56 años, si bien su fallecimiento no se
anunció públicamente hasta tres meses después. En la práctica su desaparición
marca el final de la dinastía almorávide, que solo sobrevivió cuatro años más,
de manera que sus sucesores apenas ejercieron poder efectivo.
Debido a la prematura muerte del príncipe heredero Sir, Alí fue sucedido
por su hijo Tasufin, quien solo gobernó hasta
1145, y tras dos efímeros y casi nominales emires (Ibrahim e Ishaq b. Alí), los
almohades tomaban Marrakech en 1147 y ponían fin al gobierno almorávide de
manera definitiva.
GARCÍA
SANJUÁN, Alejandro, Diccionario Biográfico Español, Real Academia de la
Historia, 2010, Vol II, págs. 816-819.
Ibrahim, el gobernador de Sevilla procuró detener los avances de Alfonso Ihacia el Bajo Aragón, y
que por entonces asediaba Calatayud; juntó tropas de todo el al Andalus,
tremendamente derrotadas en Cutanda (Teruel), el 17 de
junio o 16-VII-1120. La impresión del desastre fue enorme, por la muerte de
muchos (15.000, según las exageradas fuentes cristianas) y destacados
personajes, como el piadoso ulema al Sadafi.
Tras la derrota, los
musulmanes perdieron Ricla, Épila, Calatayud, Daroca y Singra. Al síntoma de
tal caída militar frente al exterior, vino a sumarse el descontento de los
andalusíes, que se manifestó por todas partes, hartos de pagar a perdedoras
tropas almorávides.
En 1121 hubo de acudir Ali b. Yusuf por cuarta vez a al
Andalus, para hacer frente a la grave rebeldía de la población de Córdoba, que
había saltado, manifestando su general descontento, por un incidente entre una
cordobesa y un soldado almorávide.
Meses duró la rebeldía de toda la población de Córdoba, y sintomático fue
que tuviese que acudir a apagarla, con más tropas, el mismo emir Ali b. Yusuf, que debió regresar
enseguida al Magreb, ante la alarmante pujanza que allí adquiría el
levantamiento del madhi almohade Ibn Tumart, quien en 1121 se
parapeta con su gente en el Atlas, para resurgir, imparables desde entonces.
Ese mismo año, el emir almorávide designó a su hermano mayor Tamim gobernador de
Granada, como precisan Ibn Idari e Ibn al Qattan.
Pero la situación
andalusí sigue tan decaída, tan incapaz de reacción militar rápida, que tolera
el paseo triunfante de Alfonso I el Batallador por al Andalus, durante quince
meses desde septiembre de 1125, algareando y destruyendo cuanto pudo por
tierras de Valencia, Alcira, Denia, Murcia, Guadix, Granada, Luque, Baena,
Écija, Cabra, Córdoba y Salobreña. El emir almorávide destituye en 1127 a su
hijo Tamim como gobernador de al Andalus.
Ali proclamó a su hijo
Sir como heredero, en 1128, y ello provocó la rebeldía de su también hijo
Ibrahim, depuesto de forma inmediata y deportado al Sáhara. Otra gravedad,
ahora dinástica, para el declive almorávide.
Pero la incapacidad llega a su cima con el desastre
de Cullera o Alcalá, cerca de Alcira, en la ribera izquierda del
Júcar, en junio de 1129, y entonces se manifiesta sin rebozo la profunda
ruptura entre almorávides y andalusíes, pues encargado el secretario
andalusí Abu Marwan Ibn Abi Jisal, por el mismo emir almorávide, escribir a
los responsables andalusíes de aquella derrota, redacta una carta
impresionante, que le valió la destitución, y que es bien significativa, pues
les insulta.
Hijos de madre vil, huís como asnos salvajes... Ha llegado el momento en
que os vamos a dar largo castigo, en que ningún velo seguirá tapándoos la cara,
en que os echaremos a vuestro Sáhara y en el que lavaremos al Andalus de
vuestra inmundicia.
Otros textos insultantes contra los almorávides, aunque no podamos
situarlos cronológicamente con tanta precisión, se encuentran en la Maqamas del
zaragozano Abu Tahir al-Saraqusti (m. en 1143). A todo esto pronto vendrá a
sumarse la actividad conquistadora de Alfonso VII el Emperador
llamado por la fuentes árabes el sultanitoal Sulaytan.
Entre las reacciones que intenta el emir Ali contraponer a tanto desastre
está su designación de su hijo Tasufin como gobernador de Granada, adonde llegó
en diciembre de 1129, cuya actividad, referida por Ibn Idari, pronto
fructifica, y aunque se empeña inútilmente en dirección a Toledo, por allí
logra al menos, en verano de 1130, tomar el castillo de Azeca, defender territorios
levantinos contra una incursión aragonesa, en 1131, uniendo sus fuerzas con las
de Ibn Ganuna, gobernador de Córdoba, y con las de Yahya b. Ali Ganiya, gobernador de Murcia,
presentarse en Sevilla, en el verano de 1132, para confortar a sus habitantes,
derrotados por Alfonso VII en Azareda, marchando desde allí
hacia el occidente (que debe ser la zona extremeño-portuguesa
central, y no el meridional Algarve) y derrotando una incursión de salmantinos.
En este último año, 1132, el emir Ali b. Yusuf nombra a Tasufin
gobernador de Córdoba, para contrarrestar las acometidas, por allí intensas, de
los castellanos, quedando Granada gobernada por Abu Muhammad al-Zafir, el Azuel
de las crónicas cristianas. Alfonso VII en 1133 algarea
hasta Jerez, según Nazm al-yuman, sin que Tasufin salga a
detenerlo, pero, en cuanto los cristianos se retiran, marcha contra Idanha-a-Vella (mal transcrita
por los copistas como Intakia o Antaniya). En 1134, destacándose ahora (ya el
final almorávide) tropas andalusíes con sus jefes locales, de Lérida y Fraga,
Ibn Iyad y Sa´d al Mardanis, vencen, junto a los almorávides, a Alfonso I de Aragón, cerca
de Fraga, en 1134.
No son sino contenciones
temporales al avance cristiano, como también lo es la victoria de Tasufin
frente a los castellanos, en la primavera de 1134, cerca del famoso lugar de
Zallaqa, y en el otoño vuelve a batirse con ellos, en Albacar, reflejando Ibn
Idari de forma imprecisa el resultado de este segundo encuentro.
Otra victoria logra Tasufin en 1136-1137, en lugar no bien identificado del
occidente de al Andalus, señalando Ibn al Qattan que tomó enseguida Escalona. En la ruina
generalizada sobresale alguna personalidad almorávide, como Tasufin, hijo y
heredero del emir Ali, y como el por entonces gobernador de Valencia Yahya b.
Ali Ganiya.
Nombramiento de Tasufin
En estas, se agravó Ali b. Yusuf, enfermo desde el año
anterior, y convocó a Marrakech a su hijo Tasufin, el cual retrasó su partida
para hacer frente a un ataque contra Úbeda y Baeza de los castellanos, que,
estorbados por torrenciales lluvias de aquel otoño, debieron retirarse tras
atacar Sabiote.
Al fin cruzó Tasufin el Estrecho, en enero de 1138, alcanzando Marrakech en
marzo, ya retenido allí como heredero, pues su hermano Sir muere ese mismo
1138. Cuatro años después, el emir Ali fallecía, en su capital magrebí, el
11-II-1143. Ali b. Yusuf no estuvo a la altura político-militar de su padre y
antecesor, y fracasó rotundamente en su empeño de compensar su mediocridad a
través del poder absoluto y anquilosado de los ulemas —doctores
de la ley mahometana— malikíes.
Tras casi cuatro décadas
de emirato, dejó sentenciado al imperio almorávide, y su heredero Tasufin, a
pesar de sus capacidades, no llegó a tiempo sino de asistir a su
derrumbamiento. Los cronistas le alaban por valiente, legal y religioso,
rayando en el ascetismo, caritativo y sencillo.
Proclamado emir de
los musulmanes tras la muerte de su padre, Tasufin fue el tercer y último
emir almorávide de al Andalus, accediendo al poder tras un buen entrenamiento
como gobernador de Granada y de Almería, luego de Córdoba, desde donde
protagonizó, durante nueve años, la política almorávide en la Península. Desde
que fuera nombrado sucesor, en 1138, su principal preocupación, en el Magreb,
fueron los almohades, en continua progresión.
En su actividad andalusí demostró buenas dotes, pero fue retirado de la
Península, cuando quizá solo él podía haber conjurado el alzamiento de los
andalusíes contra los almorávides y los avances de Alfonso VII de Castilla y
de Alfonso I de Aragón, que
incitaban además esos alzamientos interiores, fomentando un nuevo periodo de
taifas, aunque resultara de menor escala que el originado al caer el califato
omeya. No pudo pasar a al Andalus Tasufin en los dos años que ejerció como emir
de los almorávides, dedicado por entero a combatir a los almohades, ante los
cuales cayó el 22-II-1145.
Dos emires más ocuparon el trono almorávide a continuación, cuando al
Andalus ya estaba desligada de ellos: Ibrahim, hijo de Tasufin, niño
aún cuando sucedió a su padre y depuesto enseguida por su tío Ishaq b. Ali, que tampoco tenía más
de quince o dieciséis años. Tuvieron un poder muy restringido, casi solo
nominal, pues ya casi no les quedaba imperio, que terminó con la entrada de los
almohades en Marrakech, el sábado 24-III-1147, matando a los miembros de la
dinastía almorávide, y alzándose con todo el Magreb tas apoderarse de Tánger y
Ceuta, definitivamente entre mayo y junio de 1148.
Los almohades ya habían
comenzado su intervención en al Andalus, como a continuación veremos, pero
abiertas así las puertas del Estrecho, pasaron sistemáticamente a conquistarlo.
VIGUERA MOLINS, Mª Jesús, Historia de
España Menéndez Pidal, Editada por Espasa Calpe; 1994, Tomo VIII págs. 57-59.
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