lunes, 6 de agosto de 2018

HISTORIA DE LOS ALMORAVIDES


Historia de los almorávides
Los almorávides llegaron a la Península Ibérica, por primera vez, en el verano de 1086, con casi medio siglo de historia magrebí bajo sus espaldas. Esa primera visita solo tuvo como propósito, de momento logrado, ayudar a los reinos de taifas contra las conquistas y presión económica de Alfonso VIde León y Castilla. Volvieron brevemente y también encabezados por el emir Yusuf b. Tasufin, como expondremos enseguida, en 1088, pero no empezaron a conquistar las taifas sino a partir de septiembre de 1090. Así se produjo un considerable cambio histórico, pues de este modo comienza un extenso periodo de intervención de las dinastías magrebíes en al Andalus. Los almorávides (desde finales del s. XI hasta casi mediados del s. XII); los almohades (desde la mitad del s. XII hasta el primer cuarto del s. XIII); los benimerines (finales del s. XIII y algo más de la primera mitad del XIV), aunque estos no implantaron su Estado en la Península Ibérica, donde al Andalus estaba representado por el independiente reino nazarí de Granada.

Situación de la península 1080.

Los almorávides iniciaron, pues, el nuevo y trascendental periodo de intervención del Magreb en al Andalus, pasando el primero de estar parcialmente supeditado al segundo, a regirlo, imponiendo desde el N. de África un estado centralizado, y realizando así la reunificación política (con sus secuelas de unificación económica, social y cultural, aunque todo ello en proceso variable) del occidente islámico, seguidos en tan flamante resultado, con un breve intervalo, por los almohades, de modo que casi durante un siglo y medio el Islam andalusí y magrebí formó un bloque conjunto, fundiéndose dentro de él elementos de población y civilización muy característicos, a pesar de más o menos estereotipadas reacciones, que en realidad certifican esa fusión, que tuvo intensidad progresiva y que, aunque presente en toda la historia islámica de estas tierras, se fundamenta en bases y dimensiones nuevas desde los almorávides; por todo ello, los especialistas coinciden en caracterizar este cambio traído por los almorávides como una de las sorpresas de la historia.
Esas nuevas dimensiones y bases se derivan de una rigurosa aplicación de la ortodoxia islámica sobre la población existente, pero enarbolando su protagonismo grupos humanos en la zona periférica del Islam, cuyo berberismo sahariano contrasta con los grados de arabización que se hallan en el Magreb más septentrional, y sobre todo en al Andalus, y que recurrieron a los cauces doctrinales, también existentes, del puro malikismo, recuperado así de su enfrentamiento con la si a de los fatimíes, y tras este lance tan reforzado como para servir de barniz aglutinante de la época almorávide.
Nótese que tanto el berberismo como el malikismo estaban presentes en aquel escenario antes que los almorávides, pero estos les dotaron, a ambos elementos, de un nuevo proceso, con cambio de ritmo y función histórica.
Gran novedad de la política de los almorávides, como señalamos, esta unificación partió desde los confines del Magreb, como firme propuesta ortodoxa frente a la fragmentación anterior, que atentaba contra el principio de la unidad de la Umma o comunidad islámica, por muy teórico que esto fuese.
A lo largo del s. XI tanto al Andalus como el Magreb se habían disgregado interiormente en numerosas taifas, y además en esa disgregación se habían intensificado el aislamiento principalmente político de ambas entidades, con todas sus consecuencias.
Los almorávides consiguieron reparar, durante un tiempo, ambas divisiones, la interna de cada uno de esos dos ámbitos y la exterior, entre ellos. Y es interesante el reflejo cronístico de tal reforma ortodoxa, pues las fuentes suelen contraponer, para ensalzarles, las caóticas banderías anteriores con la gran extensión unificada que lograron. Así lo refleja, por ejemplo, Ibn Idari.
El nexo entre ambas orillas del Estrecho, tras la separación en pleno s. XI, solo se restableció tras la conquista del Magreb por los almorávides, siendo decisiva al efecto su toma de Ceuta, definitivamente en 1084, arrebatándosela a Diya al Dawla, cuya dinastía bargawata venía actuando, desde sus propios intereses, como una barrera entre al Andalus y el Magreb.
En al Andalus, mientras tanto, maduraba el afán de reunificación andalusí, ante el acoso expansivo de los reinos cristianos, justificándose tal afán por los dictados de la legalidad islámica.
Estas ansias reunificadoras se manifiestan en muchos textos de la época, y parecen haber sido sustentadas por la generalidad del pueblo, encabezado por los legitimistas de las clases cultivadas, especialmente por los más rigurosos ulemas —doctores de la ley mahometana— y alfaquíes, y en general por cuantos mantuvieron un espíritu crítico frente a los quebrantos políticos de las taifas, como se aprecia en numerosos y agudos pasajes del polígrafo Ibn Hazm y del extraordinario cronista Ibn Hayyan, en los notables secretarios Yusuf b. Abd al-Barr y su hijo Abdállah, en Umar al Hawzani, entre otros.
Alfaquí con discípulos. Los alfaquíes fueron partidarios decididos de los almorávides, a los que veían como revitalizadores de la ortodoxia islámica y azote de los licenciosos monarcas andalusíes.

Tales ansias unionistas, convocadas desde el puro legitimismo, irían aumentando cuando las pérdidas musulmanas de Barbastro (uniéndose las fuerzas andalusíes para recuperarlo) y de Coimbra, ocurridas ambas en 1064, tornándose en clamor generalizado tras la conquista cristiano de Toledo en 1085. En algunas referencias, cuajada la ascensión de los almorávides en el N. de África, se relaciona la necesidad de unión andalusí con la ayuda que pueda aportar el nuevo poder magrebí.
Un ejemplo típico de esta reacción andalusí, que llegaba a cifrar en los almorávides la salvación de al Andalus frente a la sentida ilegitimidad de los reyes de taifas y su incapacidad contra los cristianos, se haya en los dichos y hechos del gran alfaquí al Bayi; varias fuentes mencionan sus esfuerzos en pro de la unidad de los musulmanes frente a las acometidas de Alfonso VI, y el caíd Iyad, al biografiarle, resalta como falleció en Almería, en 1081, hasta donde había ido en sus recorridos para procurar que los taifas se aprestaran unidos a la defensa del Islam, junto con los soldados de los almorávides; no olvidemos que estos, en sus comienzos, representaron la ortodoxia más rigurosa.
Aunque la idea del recurso a los almorávides fue cuajando según estos se iban imponiendo en el Magreb, el hecho decisivo de la conquista cristiana de Toledo, en 1085, precipitó los acontecimientos. Ibn al Kardabus refleja los decaídos ánimos, diciendo que en al Andalus nadie osaba enfrentarse con el más pequeño de los perros de Alfonso VI.
Antes de aquel mayo de 1085 en que al Andalus retrocedió hasta el centro de la Península ya se habían entablado contactos con los almorávides, sobre todo por iniciativas aisladas e individuales, e incluso a veces por razones particulares, como nos cuenta el emir Abdállah en sus Memorias: que su hermano Tamim, régulo de Málaga, pidió ayuda a los almorávides contra él, aunque ellos no le hicieron caso, pero después de tan alarmante fecha, el recurso a los almorávides, fue oficial y por intereses generales, protagonizado tal recurso incluso por los reyes de las taifas de Sevilla, de Badajoz y de Granada, en realidad solo entonces unidos en una acción conjunta, tan crítica la situación resultaba.
Con caídes de esas taifas, y algún otro personaje significativo, partió entonces una embajada para pedir auxilio a los almorávides, cuyos ideales de guerra santa o Yihad, requeridos también por sus planteamientos ortodoxos, armonizaban con su intervención en al Andalus, adonde llegaron por primera vez, y donde, cuatro años después, empezaron a aplicar su política ortodoxa de unión centralizada. Veamos los antecedentes de todo esto.
La reacción que puso en movimiento a varias tribus beréberes, de la confederación de los sinhaya, que nomadeaban entre el sur del Dar´a y el Níger, ocurrió porque, hostigados por los negros, a principios del s. XI, perdieron el control de una parte del comercio caravanero, centralizado en Awdagust.
Las proporciones de esta alteración son difíciles de calcular en su conjunto, pero sí está claro que estas acometidas meridionales de los negros, unidas a la secular hostilidad que desde en N. del Magren sufrían los imperantes beréberes zanata, les encaminó a tomar conciencia de grupo, y relativamente a unirse en una especie de confederación, hasta cierto punto precedente de la que cuajará en torno a los almorávides, mucho más eficaz, esta segunda, al estar cimentada además por su, en principio muy pujante, reformismo religioso.
¡Que mejor aglutinante que un renovado impulso espiritual! En esa primera confederación de los sinhaya sobresalía como eje rector, la tribu de los yudala, junto con los banu warit, los lamtuna y los massufa. Hasta aquellos confines del Sáhara occidental, el Islam había llegado desde los primeros conquistadores, a finales del siglo I de la Hégira VII de nuestra Era, pero seguía mezclado con prácticas autóctonas, heterodoxas. Varios de sus jeques venían cumpliendo con el deber de la peregrinación a la Meca, y así lo hizo también Yahya b. Ibrahim, emir de los yudala, hacia 1035-36.
Las fuentes, significativamente, discrepan en esta fecha: Ibn Idari, en general certero, lo pone de regreso, en Qayrawan, en 1048-49, pero otros señalan que estaba allí de vuelta en 1053-54., 1056-57, 1035-36 ó en 1037-38; ahora bien, como allí se encontró con el gran alfaquí Abu Imran al Fasi, a quien pidió ayuda para implantar la ortodooxia en su lejana tierra, y este murió en 1039, el viaje ha de adelantarse hasta entonces.
Tras varias peripecias, el emir Yahya b. Ibrahim al Yudali logró que un piadoso y docto alfaquí malikí, Abdállah b. Yasin, volviera con él y se instalara a su lado para enseñar y hacer cumplir las normas verdaderas del Islam a su gente. Ibn Yasin (nacido hacia el 1015-20, murió en julio de 1059) actuó, pues, como un misionero al-da i de la ortodoxia islámica, según la interpretación de la escuela jurídica malikí, utilizada en base espiritual por algunos emires sinhaya como aglutinante político y motivo de su expansión territorial.
Primero los yudala obligan por las armas, a los lamtuna a acatar las normas de Ibn Yasin, y ambas tribus lo imponen a continuación sobre otros grupos del Sáhara, hasta que muere el emir Yahya b. Ibrahim, y los yudala expulsan a b. Yasin, acogido entonces por el emir de los lamtuna Abu Zakariyya Yahya b. Umar b. Bulankain.
Bien, literalmente, refugiado en un convento-fortaleza o ribat con sus fieles (por tanto denominados gentes del ribat, o almorávides murabitum, o bien formando un grupo tan estrechamente vinculadomurabitum, y cuya cohesión se probó en batalla contra los yudala, en 1042, que a partir de entonces lucieron este nombre, otorgado por Ibn Yasin, como divisa de su firme propósito conjunto de reformismo religioso que, en ello conjuramentados, se proponían extender, a través de la guerra santa, por los territorios de su entorno, empezando por el ataque de las tribus heterodoxas o no islamizadas de su alrededor, y enseguida la marcha hacia el Dar y Siyilmasa, más la recuperación de Awdagust.
La confederación almorávide nació así, .
levantándose para proclamar la verdad, arremeter contra las infracciones y suprimir los impuestos ilegales, basándose en la Zuna, según lo proponía [Ibn Yasin, el cual], cuando estuvo seguro de la rectitud de los lamtuna, de su capacidad y aliento, quiso hacerles triunfar y convertirlos en dueños de todo el Magreb, como indicó, tres siglos después, el gran compendiador de crónicas Ibn Idari.
Muerto el emir de la confederación almorávide, el lamtuni Yahya b. Umar, seguramente en 1055, Ibn Yasin colocó al frente del poder político a Abu Bakr b. Umar, hermano del emir anterior, a quien hizo incluso reconocer oficialmente como tal emir en Siyilmasa, en 1058.
Hasta allí se habían consolidado por entonces los almorávides en su expansión, con ejércitos que pasó a dirigir un primo de este emir Abu Bakr, el pronto famoso Yusuf b. Tasufin, cuyo genio militar y político hizo culminar el éxito de los almorávides, asumiendo de forma plena la tensión expansiva enarbolada con la certeza de portar una ortodoxia, sabiendo aprovechar la desunión tribal que había alrededor utilizando con gran tacto el sutil juego de alianzas y querellas. Los almorávides ocuparon Agmat en 1058, y atacando, desde allí hacia el norte a los Bargawata, murió en combate Ibn Yasin (julio de 1059).
VIGUERA MOLINS, Mª Jesús, Historia de España Menéndez Pidal, Editada por Espasa Calpe; 1994, Tomo VIII.2 págs. 41-49.
Desde comienzos del s. XII, se aprecian agitaciones diversas en contra de la dinastía de los almorávides, que rigen entonces el grande y diverso espacio de la Andalus más el centro y el occidente del Magreb.
Expansión del imperio almorávide y máxima extensión territorial, a principios del siglo XII.

Tales agitaciones se reflejan, principalmente a través de reacciones religiosas, cargadas de reivindicaciones políticas, y sin duda, aunque es mucho más problemático entreverlas, de esenciales motivaciones sociales y económicas, dentro de una repetida dinámica de continuas sustituciones entre imperios medievales del occidente islámico que explicó con su genial planteamiento Ibn Jaldun, ya que en su balance del s. XIV, con su famosa teoría concentrada [comprender es por lo pronto, simplificar, comentó de él Ortega y Gasset] acerca de las tres fases con que en este espacio habían venido produciéndose los ciclos políticos:
Levantamiento de un grupo tribal, marginal, que asalta el poder constituido; instalación dinástica y ascenso al máximo de su plenitud cultural urbana y decadencia y sustitución por la siguiente reacción tribal, con lo cual se desencadena todo el proceso otra vez
Así aparece esquematizada la ascensión política de los almohades, como antes la de los almorávides, y la de los benimerines inmediatamente después, acompañadas tales ascensiones con más o menos reacción religiosa, tan fuerte y novedosa la de los almohades, menor la de los otros dos poderes, aunque no olvidemos otras indicaciones socioeconómicas que también nos orientan hacia la trama de los cambios políticos, ascendencias y caídas complejas, desveladas sobre todo por algunas referencias jalduníes, como que en los inicios de una dinastía los grandes ingresos tributarios se obtienen de gravámenes reducidos.
En su declive, se consiguen ingresos reducidos de grandes gravámenes, experimentada afirmación que nos coloca, entre otros panoramas, ante las variables relaciones entre estructuras estatales y tribales, sin duda profundamente determinantes, también, del éxito concreto de los almohades frente al poder constituido de los almorávides que les precedían, desgastada su primera economía de oferta, comenzada con su pujante y eficaz reducción impositiva a los límites legales, reducción pronto tocada, y así proporcionalmente afectado su inicial equilibrio sociopolítico.
Captamos, sobre todo, la incapacidad en aumento del Estado de los almorávides para aglutinar las diversas corrientes ideológicas, y de regulación religiosa y jurídica, a ellos preexistentes o surgidas en su tiempo.
Su anquilosada doctrina malikí, rígida en sus concepciones y en su aplicación prepotente, dejó de cumplir como capa de unidad espiritual de su vasto territorio, y brotes discordantes cada vez con mayor gravedad fueron surgiendo y divergentes propuestas fueron minando desde dentro el bloque almorávide, incapaz de incorporarlas por autorrenovación e incapaz también de imponerse a ellas, aunque empezara por atacarlas rigurosamente, con actos que buscaban gran ejemplaridad, como la quema pública, en Córdoba, de las obras de Algacel, en 1109, hasta que su capacidad de represión quedó reducida casi solo a su ciudad de Marrakech, convocando allí a destacados personajes insurgentes de al Andalus, como los místicos Ibn al Arif de Almería o Ibn Barrayan de Sevilla, el Algacel de al Andalus, cabezas visibles, junto con Abu Bakr de Mallorca e Ibn Qasi del Algarve, de movimientos religiosos-políticos inconformistas, llamadas al orden desde la capital magrebí, castigos máximos allí incluso impuestos, que, por descontado, no impidieron el triunfo de las propuestas antialmorávides.
Antes de que mediara el s. XII, la rebeldía andalusí contra los almorávides tuvo como aglutinante la ideología mística, simbolizada en al Gazali, cuyas obras, y sobre todo su famosa Revivicación de las ciencias religiosasIhya ulum al-Din fueron quemadas para público escarmiento ante la mezquita de Córdoba por las autoridades almorávides, pues, entre otros revulsivos, propugnaba la conveniencia de interpretar individualmente los textos doctrinales.
La escolástica malikí no podía tolerar tanta libertad. En esta atmósfera, al Andalus se fragmentó en taifas, mientras el Magreb era ocupado por los almohades, que fue, entre todos los brotes insurgentes, el más compacto y duradero, fuerte en el Atlas desde 1121, y que acabaron por tomar la capital almorávide de Marrakech el 22-III-1147, proyectando su unificación de nuevo sobre al Andalus también.
VIGUERA MOLINS, Mª Jesús, Historia de España Menéndez Pidal, Editada por Espasa Calpe; 1994, Tomo Tomo VIII.2 págs. 66-70.
Con la caída de los almorávides se forman en España nuevos reinos de taifa, cuyos jefes luchan con los antiguos conquistadores, llamando algunos de ellos en su auxilio a los almohades, que acaban por someterlos a todos. Los tres principales fautores de la rebelión contra los almorávides fueron Abencasi, en el Algarbe; Abenhamdin en Córdoba y Zafadola en Murcia y Valencia, formándose, además, muchos otros Estados.
Algarbe
Abencasi Abul-Casim Ahmed fue jefe de la secta de los sufíes, fanáticos anticristianos, a la que dio nuevo rumbo, titulándola de los hermanos moridin (adeptos), que atizó la rebelión contra los almorávides por la protección otorgada por estos a los cristianos. El alzamiento tuvo lugar en 1144, comenzando los sublevados por tomar a Mértola, reconociendo la soberanía de Abencasi: Aben-Almondir, que se había sublevado en Silves, y Sidrey, que también lo había hecho en Evora.
Huelva, Niebla, Alcázar, Tejada y Azahir fueron tomadas; pero Sidrey, disgustado, se sublevó en Badajoz; Aben-Almondir, lugarteniente de Abencasi, va contra él, siendo derrotado y cegado después de hecho prisionero, llegando Sidrey a poner sitio a Mértola, al propio tiempo que se sublevan otros sometidos.
Ante ello, Abencasi pide auxilio a los almohades, y fuerzas de estos, al mando de Barraz, le restablecen y de paso conquistan a Sevilla (1147); pero queriendo el emperador almohade apoderarse de toda España, se opone Abencasi, que sigue teniendo a su lado a Aben-Almondir; mas como Abencasi quisiera unirse con Alfonso Enríquez de Portugal. se subleva Almondir y le asesina, entregando Mértola a los almohades (1051), cuyo poder aceptan los otros jefes de la comarca.
Córdoba.
Aquí se sublevó Abenhamdin, también en 1144, tomando el título de cadí y lugarteniente, porque lo era de Zafadola. Este se presentó en Córdoba asumió el mando; pero lo hizo tan mal, que los cordobeses le depusieron, restableciendo a Abenhamdin (1145), que tomó entonces los títulos de Almansur bilá y Emir almuslimin, presentándose como sucesor de los antiguos califas y siendo reconocido por Sidrey (entonces en guerra con Abencasi) y los señores de Murcia, Granada, Arcos y Jerez, así como por muchos otros cadíes.
Abengania, que era gobernador almorávide de Valencia y Murcia, fue contra Abenhamdin, derrotandolo en Écija y entrando en Córdoba, sitiando después al vencido en Andújar. Uno y otro entraron en tratos con Alfonso VII para sostenerse; pero cansado Abengania de las exigencias de este, entregó Córdoba y Jaén a los almohades (1148), que, como hemos indicado, habían tomado a Sevilla. Abengania muere en Granada en 1149 y Abenhamdin, que se había refugiado en Málaga, le sigue al sepulcro en 1151.
Granada.
Zafadola (Almonstans Abenhud), al ser expulsado de Córdoba, tomó Jaén y pasó a Granada, logrando apoderarse de ella, instalándose en la Alhambra (1145), siendo reconocido como señor de Granada y su comarca; pero los almorávides se resisten en la alcazaba y logran derrotar a un ejército que desde Murcia iba en socorro de Zafadola, por lo que este, no pudiendo sostenerse, se retira a Jaén y desde allí a Murcia. Granada permanece fiel a los almorávides, hasta que su gobernador la entrega a los almohades (1154).
Murcia y Valencia
La sublevación de estas dos comarcas va íntimamente unida. Murcia fue la primera de ellas en sublevarse bajo el mando de Abenalhach, que reconoció la soberanía de Abenhamdin en Córdoba; pero poco después se pone la ciudad a las órdenes de Zafadola, entonces rey de Granada, al que envía un ejército que, según hemos visto, es derrotado por los almorávides (batalla de Almosala, y al poco tiempo Murcia pide auxilio a los sublevados de Valencia, que se apoderan de ella (1146).
Valencia se había sublevado al salir de ella su gobernador Abengania para hacer una excursión contra los almohades en 1145. La ciudad eligió como jefe a Aben-abd-el-Azis, que tomó a Játiba y Murcia (1146), siendo destronado por Abeniyad, el conquistador de esta última, que reconoció la soberanía de Zafadola. Este, al frente de las fuerzas valencianas, luchó contra los cristianos, siendo derrotado y muerto por estos en la batalla de Alloch (cerca de Chinchilla), conocida por batalla de Albacete (1146), quedando entonces Abeniyad como único señor de Valencia y Murcia.
En el mismo año fue despojado del poder por Abdallah el Zegri (que antes había sido en Murcia lugarteniente de Zafadola), si bien Abeniyad logró recuperarlo, muriendo al año siguiente (1147) luchando contra los cristianos. ron en el trono
Por indicación del mismo Abeniyad en sus últimos momentos, fue proclamado Abenmerdanix (Abu-Abdallah-Mohamed), llamado por los cristianos el rey Lobo y por el Papa el rey Lope, que se decía de origen árabe, pero era español y de ascendencia cristiana.
Tuvo bajo su poder no solo Murcia y Valencia, sino lo que quedaba a los musulmanes de Aragón, conquistando Jaén, Ubeda, Guadix y Carmona, de modo que aun cuando perdió Tortosa, Lérida, Fraga y Mequinenza, conquistadas por catalanes y aragoneses, y Uclés y Serranía, tomadas por los castellanos, fue el más poderoso monarca de la España musulmana en aquel periodo y el representante de la resistencia de esta contra los almohades.
Hizo tratados de paz con Pisa, Génova, Cataluña, Aragón y Castilla (siendo tributario del conde de Barcelona y del rey de Castilla, y aliado en sus últimos tiempos del de Aragón) para poder mejor combatir a los almohades. Tuvo por lugarteniente a Ibrahim Aben-Hemochico, también de origen cristiano, casándose con una hija de este, a la que después repudió. Trató de conquistar a Granada y a Córdoba, aunque sin resultado, siendo derrotadas sus fuerzas (1162 y 1165) por los almohades.
Aben Hemechico, disgustado por haber sido repudiada su hija, se pasó al servicio de estos, que entraron en Lorca, Baza, Almería, sublevándose Alcira y Ecija, enfermando y muriendo el rey Lobo (acaso envenenado por su propia madre) en Murcia (1171), recomendando a su hijo que se sometiera a los almohades, como lo hizo, alcanzando toda la familia un gran predicamento, casándose dos hijas de Abenmerdanix con califas almohades.
Málaga y otros reinos
Málaga se declaró independiente en 1145, bajo el poder de Abenhasim, pero ocho años después, por consecuencia de un alzamiento popular, entraron en ella los almohades. El mismo fin tuvieron otros principados que por breve tiempo se formaron, como los de Ronda, bajo Ahyal; Jerez y Arcos bajo Aben-Garrum; Badajoz, bajo Aben-Hacham, y Cádiz, bajo Alí Ben-Maimun.
Recuerdo merece el de Cáceres, fundado por Alha El Gausi (1143), después de derrotar a las tropas leonesas en Valencia de Alcántara y de arrebatar Alcántara a los cristianos, estableciendo su corte en esta ciudad, la que engrandeció, y trasladando después la capital a Cáceres (1159), reparando sus fortificaciones y dotándola de un hermoso Alcázar, conservando el poder bajo los almohades, hasta que fue Cáceres conquistada por la orden (1171) llamada entonces en Extremadura Fratres o Congregatio de Cáceres, si bien la ciudad se volvió a perder y reconquistar varias veces.
Baleares
En 1114 aparece como rey de Mallorca nada, al Mobaxer Nasirodaula, que antes lo había sido de Dénia. Dedicado a la piratería, fue atacado por dos catalanes, pisanos y genoveses, por lo que pidió auxilio al califa almorávide Alí; pero antes de que llegasen las tropas de este, murió Mobaxer y fue invadida la isla por los genoveses.
Las tropas almorávides, al llegar, expulsaron a los genoveses y se apoderaron de la isla, poniendo como gobernador a Mohamed Ben Ali Abengania, el que al desaparecer la dinastía almorávide quedó como rey de la isla (1146). En el año 1155 fue asesinado por su hijo Ishac, que le sucede, por haber matado también a su hermano Abdallah, proclamado heredero.
Ishac fue un terrible pirata del Mediterráneo, que realizó excursiones contra las costas de Gerona y contra Tolón, y cobró tributo a Génova y a Pisa. Se negó a reconocer a los almohades, encarcelando al embajador que le fue a proponer la sumisión y apoderándose de sus naves. 
Muerto Ishac, le sucede su hijo Mohamed, que, destronado por sus hermanos Alí y Yahia, pidió auxilio a los almohades, que lo repusieron en el trono, reconociendo la soberanía de ellos; pero se le adelantaron sus otros hermanos Abdallah y Algaci, quienes desde Sicilia vinieron rápidamente a Mallorca, la conquistaron y rechazaron a una escuadra almohade, sosteniéndose Abdallah hasta el año 1202, en que los nuevos invasores se apoderaron de la isla, dándole muerte.
No puede pasarse en silencio la epopéyica lucha sostenida por Alí Abengania contra los almohades en África. Después de destronar a Mohamed en Mallorca y dejado en ella a su hermano Yahya, sorprende a Bugía, conquista a Argel, Miliana y Cala y sitia a Constantina. Atacado por fuerzas superiores, que reconquistan las plazas perdidas, se refugia en el desierto y pasa a Trípoli, volviendo a encenderse la guerra, hasta el punto de que el califa almohade Almansur, que fue personalmente contra él, fue derrotado en Gomra, y si bien el califa triunfó en Alhama (1188), no se dio por vencido Alí, que se sostuvo hasta que el califa siguiente, En Nasir, logró derrotarlo definitivamente.
VARIOS AUTORES, Enciclopedia Universal Ilustrada Europeo-Americana, Ed. Espasa-Calpe, 1991, tomo 21 págs. 916-917.
Índice
En abril-mayo de 1071 el emir de los almorávide Abu Bakr puso las bases para la trascendental fundación de Marrakech, la capital, dando así un definitivo carácter sedentario al Estado almorávide, redondeado con la construcción del alcázar soberano Qasr al hayar, con toda la proyección política de un hecho así, y cuyos muros estaban ya en pie en julio de ese mismo año 1071. Poco después, en septiembre de ese año, el emir Abu Bakr nombró a Yusuf b.
Dinar de oro en época de Tašufin.

Tasufin lugarteniente suyo, mientras él tornaba al Sáhara. Yusuf aprovechó este mandato para enraizar su poder, disponiendo la necesaria estructura administrativa y militar, pues, como nos indica el mismo Ibn Idari, compró entonces esclavos negros y envió una delegación a al Andalus para traer mercenarios cristianos, dando a todos caballos, es decir, dotándose de caballería; impuso también a los judíos de su territorio una grave contribución, para hacer frente a sus proyectos estatales; y se rodeó de una mayor pompa oficial.
Por entonces, hacia 1072-73, regresó a Marrakech, junto a él, su primo Abu Bakr, y, viéndole tan instalado en el poder, temiendo que se lo arrancaría por la fuerza, se los cedió. Yusuf pasó a ser el emir de los almorávides. Su expansión territorial progresa hacia el centro y luego hacia en norte del Magreb: Fez, que fue atacada en 1063 y tomada definitivamente a los magrawa en 1070.
Desde allí su avance se bifurca: un objetivo es la taifa de Ceuta, que incluye Tánger, plaza que lograron dominar en 1078-79, para acabar entrando en el gran puerto ceutí en julio de 1084, fecha preferible a la citada por otras fuentes, el año anterior 1083; el otro objetivo era seguir hacia el oriente del Magreb, y, en efecto, ocuparon Tremecén, en octubre de 1075, y luego el Oranesado, la región de Chelib y la ciudad de Argel, en 1082-1083, parándose en esta dirección, en los confines de los hammudíes, más allá dominando otros contríbulos sinhaya, los ziríes; en pleno Magreb central los almorávides se detuvieron.
Es una expansión militar (sometiendo por pacto o armas a otros grupos tribales, mayoritariamente zanata), favorecida por la buena acogida de los ulemas —doctores de la ley mahometana— al reformismo malikí almorávide.
Asegurados los almorávides en el litoral mediterráneo del Magreb, además de en su continuación atlántica, tras su toma de Ceuta, pertinaz resistente hasta 1083-84, los acontecimientos se precipitaron en al Andalus. Ya vimos como allí se iba formando la idea de pedirles socorro, como llegó a llamárseles para asuntos locales, que no atendieron, y como se decidió conjuntamente, tras la caída de Toledo en poder de Alfonso VI, enviar una delegación oficial, encabezada por caídes de las taifas de Badajoz, Granada y Sevilla, más el representativo caíd de Córdoba, y el visir sevillano Ibn Zaydun, quizá también el secretario Ibn Qasira.
Este algo mayor protagonismo sevillano, en sus relaciones con los almorávides, tenía sobre todo el motivo de la extensión de esta taifa por el litoral y los puertos frente al Estrecho, desde los cuales habían incluso colaborado con la nueva dinastía magrebí en tomar Ceuta, aunque las fuentes discrepen en fijar la amplitud de este apoyo: Ibn Bassam y Mafajir al barbar mencionan una sola gran nave, enviada por al Mutamid a comerciar con Tánger, y prestada al emir almorávide, mientras Ibn Jaldun refiere como el puerto ceutí fue hostigado por la escuadra sevillana.
Aquella embajada andalusí, oficial y conjunta, acordó con el emir almorávide su apoyo militar, y que vendría a al Andalus para cumplir la guerra santa, solo para defenderlo de los ataques cristianos, y sobre todo de Alfonso VI, pues nada podían contra él los taifas, degradados en su situación estatal, militar y económica.
Quedaría claro que el emir almorávide no conquistaría las taifas, y estas aceptaron sus condiciones, incluso la de entregarle Algeciras como sede de su desembarco. Pero las relaciones entre taifas y almorávides parecen siempre establecerse en términos confusos, llenos de recelos, que bien se muestran en al Hulal al mawsiyya, aunque agrandados por una exaltación que no tapa del todo el fondo real de las tensiones entre andalusíes y magrebíes.
Así Yusuf b. Tasufin, advertido por su secretario almeriense Ibn Asbat sobre la versatilidad de los reyes de taifas, adelantó su desembarco en Algeciras, en junio de 1086, antes de que al Mutamid de Sevilla hubiera preparado entregársela. En septiembre cruzó Yusuf b. Tasufin el Estrecho, encaminándose a Sevilla, saliendo a recibirle obsequiosos los reyes de esta taifa y de Badajoz.
El almorávide convocó a su campaña a los andalusíes, que le salían al paso, alborozados. Las tropas musulmanas de almorávides y de los sevillanos, con participación de taifas meridionales (con sus reyes a la cabeza: Abdállah de Granada y su hermano Tamim de Málaga, excusándose al Mutasim de Almería, pero enviando a su hijo; y muchos arráeces de plazas menores, y soldados y voluntarios) subieron hacia Badajoz, por donde Alfonso VItambién avanzaba, y había logrado tomar el fuerte enclave de Coria en 1079. A contener tamaño ejército acudió Alfonso VI, y hubo intercambio de misivas para fijar el día de la batalla.
Se dio el viernes 23-X-1086. al Mutamid de Sevilla recibió la primera acometida castellana y ya flaqueaba cuando fue auxiliado por magrebíes al mando de Dabud b. A´isa. La contracarga almorávide, dirigida por el propio emir Yusuf, decidió la victoria, cuyo parte dio el mismo, alborozado, en carta conservada, al soberano zirí (otro sinhaya como él) de Ifriqiya, la otra gran potencia magrebí extendida por el actual Túnez, dándole su interesantísima interpretación del evento, pero sobre todo justificando su intervención en al Andalus, que de tal modo podía influir en la situación internacional.
La carta acaba explicando como Yusuf volvió a Sevilla capital de al Mutamid, y allí pasamos unos días, marchándonos de su lado y despidiéndonos de él, pero no con adiós definitivo. La batalla se dio en la comarca fahs de al Zallaqa, como precisa Ibn Simak en al Hulal al-mawsiyya, entre los actuales topónimos de Azagala y Sagrajas, al norte de Badajoz.
Es interesante notar que Ibn Jaqan jamás aplica ese nombre, sino que llama a la victoria La jornada del viernes yawm / al-aruba. Es típica la exaltación de algunas fuentes al contar un desquite así para los musulmanes, aumentando de forma inverosímil la cantidad de combatientes enemigos, que el Rawd al-Quirtas sube hasta 80.000 jinetes y 200.000 peones.
Tras su éxito, regresó Yusuf b. Tasufin al Magreb, donde entre tanto había ocurrido la muerte de su heredero Sir. En al Andalus dejó un escuadrón de tres mil caballeros.
Pronto se rehicieron los cristianos, y volvieron con sus exigencias de parias, y con sus incursiones, ahora por el Levante, donde, alrededor de Valencia, operará a su antojo el Cid desde 1087, y por tierras de Murcia, donde los castellanos instalaron una cuña en el castillo de Aledo, desde el cual, y en connivencia encubierta con el gobernador murciano Ibn Rasiq(que buscaba contrapesar el expansionismo de Sevilla de al Mutamid), asolaban los alrededores.
Una delegación de Valencia, Murcia, Lorca y Baza, y también de Sevilla, otra vez fueron a llamar al emir almorávide, que volvió a desembarcar en Algeciras mediado junio de 1088.
Volvió Yusuf b. Tasufin a convocar a los andalusíes para la guerra santa contra Aledo y volvieron a presentase con sus mejores halagos e impedimenta, como la curiosa máquina de asedio en forma de elefante, que trajeron de Almería, según cuenta el emir Abdállah en sus Memorias.
Los musulmanes no lograron ganar Aledo, solo consiguieron que los cristianos lo evacuaran, tras incendiarlo. El fracaso puso de manifiesto todos los males de la situación taifa: sus divisiones y rencillas, sus cortos intereses que les hacían oscilar entre los almorávides y Alfonso VI, pues, nada más volver Yusuf b. Tasufin al Magreb, en noviembre de 1088, los reyes de Granada y Sevilla, quizá también de Badajoz, volvieron a sus componendas con el rey castellano.
Esta vez el emir envió dos columnas a Valencia, la primera de unos 4.000 jinetes, según crónicas árabes que procuran abultar su número, y la segunda al mando del príncipe Muhammad b. Tasufin. Desde entonces, hasta la tercera venida de Yusuf b. Tasufin a la Península, pasan dos años, y durante ellos se agrava la crisis taifa. Los andalusíes reclaman contra la ilegitimidad de sus reyes, sus impuesto extra-legales, y, apoyado por dictámenes jurídicos o fetuas que reprochan a los taifas sus transgresiones, el emir almorávide decide conquistar al Andalus.
Entre los textos emitidos a favor de Yusuf b. Tasufin sea soberano en lugar de las taifas conocemos un bloque documental sobre el que volveremos enseguida, algo posterior a dictámenes previos, emitidos tanto en al Andalus como en el Magreb, y sin los cuales el recto emir no dio el paso de destituir a los taifas.
Ese aludido bloque documental, interesantísimo, fue reproducido en la Rihladel caíd sevillano Ibn al Arabi, y contiene los siguientes textos.
Petición del ulema sevillano Abu Muhannad b. al Arabi († Alejandría, en 1099, cuando regresaba a al Andalus de su viaje por Oriente) al califa abbasí de Bagdad, al Mustazhir, para obtener su reconocimiento a favor de Yusuf b. Tasufin como soberano de al Andalus, con el título de emir de los musulmanes y el epíteto de defensor de la Fe, acta del citado califa, fechada en 1098, reconociendo todo eso al emir almorávide, acta, en el mismo sentido, del visir abbasí Ibn Yahir; petición del ulema sevillano al eminente ulema oriental al Gazali de una fetua, —fatua, dictamen jurídico— en pro de la intervención de Yusuf b. Tasufin en al Andalus; fetua de al Gazali a favor de esta intervención; carta de al Gazali abundando en los argumentos de su fetua; carta del ulema andalusí, afincado en Alejandría, al Turtusi, exhortando al emir Yusuf al buen gobierno.
Estos textos califican de ilegales a los reyes de taifas, fomentadores de la desunión, que recurrían a los cristianos, y así cedían ante ellos, mientras que al emir almorávide lo presentan como salvador y como servidor y representante legal del califa abbasí, y por él legitimado. Como indicaba al Gazali en su carta: Todo rebelde de verdad, con la espada ha de ser llevado a la verdad. Y así, Yusuf b. Tasufin tornó con sus ejércitos a la Península por tercera vez, a principios del verano del 1090, dispuesto a conquistar al Andalus.
El atractivo de su propuesta religiosa, de su capacidad de combate por la guerra santa, su rigor impositivo en los límites de la ley, su legalismo en todo, su austera ortodoxia, en escandaloso contraste con la imagen y acciones de los reyes de taifas, decidió el cambio de actitud de Yusuf b. Tasufin, cuyo tercer desembarco tuvo el resuelto empeño de acabar con las taifas, animado por los ofrecimientos de entregarle sus tierras que recibía de los andalusíes de todas partes.
Así, por iniciativa propia, cruzó con sus ejércitos a la Península en el verano de 1090. En septiembre depuso al rey taifa de Granada, mientras los reyes de Sevilla y Badajoz le felicitaban por ello: el propio emir Abdállah, incapaz de resistir, detalla todo esto en sus Memorias: Yusuf avanzó sobre Granada, donde la población le esperaba entusiasmada, y Abdállah salió a entregarle el poder el domingo 8-IX-1090.
Un mes después, los almorávides ocuparon la taifa de Málaga, en parecidas circunstancias. Ambos reyes hermanos, Abdállah y Tamim, de origen beréber sinhayí como también era el emir almorávide, tratados con bastante miramiento, fueron deportados al Magreb, a donde regresó también el emir almorávide, dejando a su sobrino Sir b. Abi Bakr al frente de sus nuevos territorios y de los siguientes proyectos de conquista, realizados con planificación militar excelente.
Tarifa fue ocupada por los almorávides en diciembre de 1090. El cuerpo principal de sus ejércitos, mandado por Sir, fue sobre Sevilla, mientras otra sección, mandada por Muhammad b. Hayy, iba sobre Córdoba; otra, bajo las órdenes de Abu Zakariyyza b. Wanisu, atacaba Almería, y un destacamento, dirigido por Garrur, fue sobre Ronda. Tres de estos objetivos (la capital, Córdoba y Ronda) eran de la taifa sevillana. Córdoba cayó el 27-III-1091.
Antes de acabar aquel año, la dinastía taifa de Almería se embarcó hacia territorios de los hammudíes. Siguen avanzando por tierras levantinas, donde no deben enfrentarse tanto a las resistencias andalusíes como a los cristianos que las algarean, y que quizá habían reocupado Aledo, pues Ibn al Abbar llama conquistador de Aledo al caíd Ibn A´isa, que dirige estas operaciones, y a quien el gobernador de Lorca le entrega esta plaza; en junio de ese mismo año 1091 entra en Murcia, y pronto, en 1092, Denia y Játiva le abren las puertas.
Más al norte, el Cid detendrá su avance durante unos años, aunque Ibn A´isa envió tropas que lograron entrar en la acosada Valencia en 1092. Este destacamento fue obligado por el Cid a retirarse de allí en septiembre de 1093, mientras apretaba su cerco, hasta conseguir apoderarse de la ciudad el 15-VI-1094.
Entretanto, los almorávides continuaban su progresión. Por el centro ocuparon Jaén, y por el oeste todo el territorio taifa sevillano, que comprendía el Algarve, pero dejaron momentáneamente a los Banu l-Aftasen su taifa de Badajoz, pues les venían ayudando, incluso parece que a tomar Sevilla.
Pero el rey de esa taifa, al Mutawakkil, para asegurarse más, pactó a la vez con Alfonso VI, cediéndole Santarem, Lisboa y Cintra, y contra él fueron las tropas almorávides, mandadas por Sir, y conquistaron la taifa, llegando hasta Lisboa en noviembre de 1094. Ya vimos la severa venganza almorávide, ejecutando a varios Bani I-Aftas.
Siguieron subiendo los almorávides por el este en cuanto lograron ocupar la simbólica Valencia el 5-V-1102. La crónica principal de estos sucesos, al Bayan al mugrib, expone cuánto costó conquistarla, pues el mismo Yusuf b. Tasufin, instalado en Ceuta, controlaba el paso de un nuevo ejército de Levante, llegado a la Península en septiembre de 1094, y al poco derrotado por el Cid en Cuart de Poblet.
Varios caídes almorávides fracasaron ante la plaza, y al fin, muerto el Cid en 1099, aún tardó tres años en lograrla el emir Mazdali. Cortados hasta entonces por Levante, otra de las obsesiones de Yusuf b. Tasufin había sido el centro peninsular, y viniendo a la Península por cuarta vez, en 1097, preparó una expedición por tierras toledanas, ganando la batalla de Consuegra, el 15-VIII-aquel año, pero por allí no podía abrirse paso hacia la Marca Superior, donde resistían las taifas de Albarracín y Alpuente, más las del valle del Ebro, con capitales en Zaragoza, y Lérida-Tortosa.
Solo tras conquistar Valencia pudieron los almorávides alcanzarlas: Alpuente y Albarracín (en abril de 1104), y, ya en tiempos del segundo emir almorávide de al Andalus, Zaragoza (en mayo de 1010). Es imprecisa su conquista de Lérida y Tortosa, pero en 1114, según al Bayan al mugrib, los almorávides tomaron y desmantelaron Tarragona. Las Baleares no fueron ocupadas por los almorávides sino a finales de 1116, después del ataque pisano-catalán que desde finales de 1113 venía hostigando aquellas islas.
Al genio militar y administrativo de Yusuf b. Tasufin se debe la fundación y consolidación del imperio almorávide, que en su tiempo no solo alcanza prácticamente su plena extensión (a falta del valle del Ebro y las Baleares), sino que establece su consciente organización, eficaz en todo este periodo inicial, girando alrededor de su fuerza militar, y dirigiendo también los grandes caídes —próximos familiares, contríbulos o de tribus muy afines del emir Yusuf— la gobernación territorial; a ese círculo cercano pertenecen también los visires.
Sin embargo los secretarios fueron andalusíes, pues cuando los almorávides incorporan al Andalus la mayoría de sus letrados se les unen. Antes Yusuf había logrado reclutar para su servicio en el Magreb uno solo de esta procedencia, el almeriense Abderramám b. Asbat. La máquina administrativa así lograda parece funcionar plena y eficazmente en todo este emirato de Yusuf b. Tasufin, como lo muestran los documentos administrativos correspondientes.
En 1103 Yusuf hizo reconocer a su hijo Ali como heredero en Córdoba, repitiendo la proclamación efectuada el año anterior en Marrakech, y allí volvió, tras disponer algunas cuestiones en al Andalus, como el envío del gobernador de Granada, Ali b. al Hayy a Valencia, donde permaneció desde noviembre de 1103 a junio de 1104, pues sabiendo entonces que Alfonso VIsitiaba Medinaceli, contra él fue, pasando por Calatayud, desde donde pidió refuerzos al caíd Abu Muhammad b. Fatima; ambos se dirigieron hacia Toledo, y atacaron Talavera, muriendo entonces b. al Hayy.
El balance conquistador de los almorávides en tiempos de Yusuf b. Tasufin se apunta los éxitos de la recuperación de Valencia y de algunas de las plazas portuguesas cedidas por la taifa de Badajoz (sobre todo Lisboa), y por la recuperación de las tierras ocupadas por Alfonso VI entre Toledo y Córdoba, tradicionalmente llamadas de la mora Zaida, de modo que, sin lograr Toledo, los almorávides volvieron a asomarse al Tajo, en algunos tramos.
En 1105 se difundió por al Andalus la noticia de que el emir Yusuf estaba enfermo, y cundió la pena, sobre todo entre los encargados de la administración, señala expresivamente Ibn Idari, que ofrece la primicia de una algara de Alfonso VI contra tierras de Sevilla, atajado por los generales Sir, desde Sevilla, y por Musa, hijo de Ali b. al Hayy, desde Granada.
Íbase agravando el emir almorávide, acudiendo a Marrakech, a su lado, su hijo Tamim, desde el Levante de al Andalus, mientras el heredero presunto, Ali b. Yusuf empezaba a tomar las riendas del poder, y así fue él quien envió una carta a Sevilla, destituyendo al caíd. El 2-IX-1106 se agravó la enfermedad del emir Yusuf, y murió en su alcázar de Marrakech. Ibn Abi Zar es la única fuente que señala que murió centenario, lo cual parece increíble, por la evolución de su cronología y porque ningún otro lo indique.
El principal modo de apreciar el carácter y transcendencia de Yusuf b. Tasufin es deducirlo de sus actuaciones, filtradas por las crónicas. Resulta así buen gobernante, enérgico y legalista, y en todo ello debió sobresalir, cuando se lo reconoce incluso la I Crónica General de España, asegurando que defendió muy bien su tierra y mantuvo a sus súbditos con justicia, sabiendo reprimir a los revoltosos.
Las fuentes musulmanas, por su lado, ensalzan sobre todo su religiosidad, dado a rezos frecuentes, su templanza al castigar, sus distinciones a Alfaquíes y ulemas —doctores de la ley mahometana—, obedeciéndoles en todo, su realismo, su capacidad para defenderse de los enemigos y su esfuerzo permanente en el gobierno, sin descanso.
VIGUERA MOLINS, Mª Jesús, Historia de España Menéndez Pidal, Editada por Espasa Calpe; 1994, Tomo Tomo VIII.2 págs. 49-54.
Ali b. Yusuf b. Tasufin nació en Ceuta en 1083 y murió en Marrakech el 11-II-1143. Segundo emir almorávide de al Andalus. Fue el fruto de una relación de Yusuf b. Tasufin con una concubina cristiana llamada Faid al Husn. Se ignora el lugar que ocupaba entre la descendencia de su padre, aunque no era su primogénito, pues entre los almorávides seguía vigente un cierto carácter electivo que obligaba al gobernante a consultar a los principales jeques la idoneidad de los distintos candidatos al poder soberano.
Alí fue proclamado oficialmente como heredero en Marrakech en 1102 y posteriormente en Córdoba en 1103, con motivo del quinto y último viaje de Tasufin a al Andalus. Al igual que su padre gobernó con el título de príncipe de los musulmanes, aunque no llegó a tener el reconocimiento oficial del califa Abbasí.
Alí accedió al poder a la edad de veintidós años, ejerciéndolo durante largo tiempo, durante casi cuatro décadas, de forma que el grueso de la Historia del Imperio almorávide la integran los más de ochenta años durante los cuales él y su padre Yusuf b. Tasufin detentaron el poder.
En su largo periodo de gobierno cabe distinguir dos etapas claramente diferenciadas y marcadas por signos opuestos, la inicial, más breve, señalada por los éxitos, y una larga etapa, que abarca las tres últimas décadas, durante las cuales los problemas internos y externos fueron la tónica dominante, suponiendo el inicio del declive del imperio almorávide.
Durante los primeros quince años posteriores a su proclamación, Alí supo continuar la trayectoria política de su padre, siendo capaz de continuar su tarea expansiva, de tal forma que, bajo su gobierno, el Imperio almorávide alcanzó su máxima extensión territorial. Al igual que hizo Yusuf b. Tasufin, convirtió la lucha frente a los cristianos en la Península ibérica en una de sus principales prioridades políticas y obtuvo ante ellos importantes éxitos.
Sin embargo, la segunda etapa de su reinado dio lugar al inicio de su decadencia política, provocada por la doble actuación del naciente movimiento almohade y el renovado empuje de los cristianos en la Península, a lo que se debe añadir el propio descontento de la población andalusí.
La 1ª expedición peninsular
Lanzó su primera expedición en julio-agosto de 1107, dirigiéndose a Algeciras con la única finalidad de recibir el reconocimiento de los andalusíes. A partir de este momento tuvieron lugar sus dos principales éxitos, la victoria ante Alfonso VI en Uclés, a pesar de que el rey Alfonso, ya muy anciano, envió a la mejor hueste que podía reunir. Iba en ella Sancho, su único hijo varón, hijo de la mora Zaida, con los insignes Alvar Hañez y el conde García Ordóñez, el favorito del emperador.
La batalla se dio en los campos de Uclés el 30 de mayo y debió ser muy reñida. Al cabo se convirtió en un nuevo desastre para los cristianos. Murieron en la batalla de los siete condes, el infante y siete magnates de la corte de Alfonso y supuso el fin de la dinastía Navarra (vascones).
La victoriosa política inicial de Alí al frente de los cristianos se vio favorecida por la situación de crisis por la que atravesó el reino castellano leonés desde la muerte de Alfonso VI en 1109 hasta 1126, año de la proclamación de Alfonso VII, quien hasta 1131 no pacificó completamente el país. En estas circunstancias, tras las obtenidas por su padre en la batalla de Sagrajas (1086) y Consuegra (1097), Alí se cobró la gran tercera victoria almorávide sobre el ya anciano Alfonso VI, siempre derrotado frente a los bereberes, si bien el emir no participó directamente en la campaña, siendo las fuerzas musulmanas dirigidas por su hermano mayor Tamim b. Yusuf, gobernador almorávide de al Andalus.
La recuperación de Toledo
El gran objetivo era la recuperación de Toledo y el encuentro se produjo el 14-V-1108 en Uclés, principal baluarte defensivo cristiano en la línea del Tajo, que cayó en manos musulmanas. El castigo sobre el rey castellano leonés fue doble, pues además, la derrota fue acompañada de la muerte de Sancho, su hijo y heredero. La toma de Uclés posibilitó además, la recuperación de las fortalezas de Ocaña, Huete y Cuenca, reforzando las posibilidades de volver a conquistar Toledo.
Al año siguiente (1109), tras la segunda venida del emir a al Andalus, los almorávides lograron tomar la fortaleza de Talavera, pero Alvar Hañez se hizo fuerte en la capital de Tajo y el emir hubo de retirarse tras un mes de asedio sin lograr el objetivo. En 1110, la ocupación de Zaragoza y de las Baleares poseen una fuerte carga simbólica, pues significa el momento de máxima expansión territorial del imperio almorávide, que, en ese momento unificaba los territorios magrebíes y peninsulares, desde el valle del Ebro hasta el Níger.
En 1117, Alí cruzó por tercera vez a al Andalus con la intención de volver a dirigir la yihad contra los cristianos. Aunque logró la recuperación de Coimbra, al cabo de pocas semanas la ciudad fue abandonada. El fracaso de esta campaña anunciaba el inicio del declive almorávide. El primer descalabro importante fue la pérdida de Zaragoza (18-XII-1118), segundo núcleo relevante, tras Toledo, que pasaba a manos de los cristianos, y primera pérdida territorial de los almorávides en la Península.
Por esos mismo años comenzó a manifestarse el rechazo de la población andalusí al dominio político de los almorávides, en parte producido por el fuerte contraste social y cultural existente entre la sociedad autóctona y los bereberes norteafricanos, que convertía a estos en una casta gobernante poco identificada con sus gobernados.
La primera manifestación de este fenómeno fue la revuelta de Córdoba de 1121, provocada por un incidente puntual entre un miembro de las milicias almorávides y una mujer cordobesa, que acabó con la expulsión del gobernador local y el saqueo de su palacio. El emir Alí no dudó en enviar un contingente contra la capital cordobesa, pero la intervención de los Alfaquíes cordobeses, que defendieron la postura de sus conciudadanos, impidió que el asunto acabase en un baño de sangre, dado el gran respeto de los emires almorávides a las opiniones de los juristas malikíes.
Incursión de Alfonso I
Hacia la misma época tuvo lugar una de las más claras manifestaciones de poder del rey Alfonso I de Aragón, quien entre 1125 y 1126 y durante quince meses realizó una profunda incursión por el territorio musulmán sin que los almorávides fuese capaces de repeler su presencia. Con un contingente de unos cuatro mil caballeros y descendiendo por Levante se dirigió a Granada, que no logró tomar, desde donde se encaminó a la campiña de Córdoba, en pleno corazón del dominio musulmán, donde derrotó a las tropas de Tamim en marzo de 1126 cerca de Lucena (Córdoba).
Pese a esta demostración de fuerza, los cristianos todavía no estaban en condiciones de mantener posiciones tan avanzadas en territorio musulmán, por lo que Alfonso I regresó a sus bases de partida, siendo acompañado por un importante contingente de pobladores cristianos, que regresaron junto a él a Aragón. Esta incursión tuvo graves consecuencias para la población cristiana del sur de al Andalus.
Un dictamen jurídico o fetua del eminente alfaquí cordobés Ibn Rusd, abuelo del célebre filósofo Averroes, sirvió de justificación legal para la deportación de muchos cristianos al norte de África bajo la acusación de haber suscitado y apoyado la expedición del rey aragonés, rompiendo, así, el pacto que los unía al estado musulmán como protegidos.
La llegada de los almohades
A partir de 1132, tras la proclamación como califa almohade de Abd al Mumin, se inicia el proceso de lucha encarnizada entre almorávides y almohades, que culminará quince años después con la caída de Marrakech. Fue en esta época, al convertirse la lucha contra los almohades en la principal preocupación del emir almorávide, cuando surge la figura de Reverter, el caballero catalán que actuó al servicio de Ali b. Yusuf y fue el lugarteniente de su hijo y sucesor Tasufin, convirtiéndose en el principal baluarte de su ejército.
Hacia las mismas fechas se reanuda la política expansionista de los cristianos en la Península Ibérica, siendo su principal baluarte Alfonso VII, quien contó con la ayuda del señor musulmán llamado Sayf al Dawla, Zafadola en las crónicas árabes, último descendiente de los hudíes de Zaragoza, refugiados en la inexpugnable fortaleza de Rueda.
Con ello trataba de explotar el descontento de la población andalusí hacia el dominio almorávide, convirtiendo a Zafadola en el símbolo de su resistencia. La intensificación de la amenaza almohade y el consiguiente traslado a Marruecos de Tasufin, hijo y futuro heredero del emir Alí, que se había encargado hasta entonces de dirigir la lucha frente a los cristianos, marca el inicio del derrumbe almorávide en al Andalus, jalonado por las tomas de Oreja (1139) y Coria (1142) y el abandono de Albalat, lo que significaba el desmantelamiento de las posiciones musulmanas en la frontera del Tajo.
De esta forma, el imperio almorávide se veía acosado simultáneamente por dos frente, el almohade en Marruecos y el cristiano en la Península. El emir almorávide empezó a dar síntomas de enfermedad ya desde el año 1135-1136. Las crónicas afirman que en sus últimos tiempos y ante la creciente gravedad de los problemas, Ali b. Yusuf tendió progresivamente a desentenderse de los asuntos de gobierno y se entregaba cada vez con más frecuencia e intensidad a la actividad religiosa, a la que era tan dado, pasando las noches en prácticas devotas y ayunando durante el día.
Murió finalmente en Marrakech el 11-II-1143, a la edad de 56 años, si bien su fallecimiento no se anunció públicamente hasta tres meses después. En la práctica su desaparición marca el final de la dinastía almorávide, que solo sobrevivió cuatro años más, de manera que sus sucesores apenas ejercieron poder efectivo.
Debido a la prematura muerte del príncipe heredero Sir, Alí fue sucedido por su hijo Tasufin, quien solo gobernó hasta 1145, y tras dos efímeros y casi nominales emires (Ibrahim e Ishaq b. Alí), los almohades tomaban Marrakech en 1147 y ponían fin al gobierno almorávide de manera definitiva.
GARCÍA SANJUÁN, Alejandro, Diccionario Biográfico Español, Real Academia de la Historia, 2010, Vol II, págs. 816-819.
Ibrahim, el gobernador de Sevilla procuró detener los avances de Alfonso Ihacia el Bajo Aragón, y que por entonces asediaba Calatayud; juntó tropas de todo el al Andalus, tremendamente derrotadas en Cutanda (Teruel), el 17 de junio o 16-VII-1120. La impresión del desastre fue enorme, por la muerte de muchos (15.000, según las exageradas fuentes cristianas) y destacados personajes, como el piadoso ulema al Sadafi.
Tras la derrota, los musulmanes perdieron Ricla, Épila, Calatayud, Daroca y Singra. Al síntoma de tal caída militar frente al exterior, vino a sumarse el descontento de los andalusíes, que se manifestó por todas partes, hartos de pagar a perdedoras tropas almorávides.
En 1121 hubo de acudir Ali b. Yusuf por cuarta vez a al Andalus, para hacer frente a la grave rebeldía de la población de Córdoba, que había saltado, manifestando su general descontento, por un incidente entre una cordobesa y un soldado almorávide.
Meses duró la rebeldía de toda la población de Córdoba, y sintomático fue que tuviese que acudir a apagarla, con más tropas, el mismo emir Ali b. Yusuf, que debió regresar enseguida al Magreb, ante la alarmante pujanza que allí adquiría el levantamiento del madhi almohade Ibn Tumart, quien en 1121 se parapeta con su gente en el Atlas, para resurgir, imparables desde entonces. Ese mismo año, el emir almorávide designó a su hermano mayor Tamim gobernador de Granada, como precisan Ibn Idari e Ibn al Qattan.
Pero la situación andalusí sigue tan decaída, tan incapaz de reacción militar rápida, que tolera el paseo triunfante de Alfonso I el Batallador por al Andalus, durante quince meses desde septiembre de 1125, algareando y destruyendo cuanto pudo por tierras de Valencia, Alcira, Denia, Murcia, Guadix, Granada, Luque, Baena, Écija, Cabra, Córdoba y Salobreña. El emir almorávide destituye en 1127 a su hijo Tamim como gobernador de al Andalus.
Ali proclamó a su hijo Sir como heredero, en 1128, y ello provocó la rebeldía de su también hijo Ibrahim, depuesto de forma inmediata y deportado al Sáhara. Otra gravedad, ahora dinástica, para el declive almorávide.
Pero la incapacidad llega a su cima con el desastre de Cullera o Alcalá, cerca de Alcira, en la ribera izquierda del Júcar, en junio de 1129, y entonces se manifiesta sin rebozo la profunda ruptura entre almorávides y andalusíes, pues encargado el secretario andalusí Abu Marwan Ibn Abi Jisal, por el mismo emir almorávide, escribir a los responsables andalusíes de aquella derrota, redacta una carta impresionante, que le valió la destitución, y que es bien significativa, pues les insulta.
Hijos de madre vil, huís como asnos salvajes... Ha llegado el momento en que os vamos a dar largo castigo, en que ningún velo seguirá tapándoos la cara, en que os echaremos a vuestro Sáhara y en el que lavaremos al Andalus de vuestra inmundicia.
Otros textos insultantes contra los almorávides, aunque no podamos situarlos cronológicamente con tanta precisión, se encuentran en la Maqamas del zaragozano Abu Tahir al-Saraqusti (m. en 1143). A todo esto pronto vendrá a sumarse la actividad conquistadora de Alfonso VII el Emperador llamado por la fuentes árabes el sultanitoal Sulaytan.
Entre las reacciones que intenta el emir Ali contraponer a tanto desastre está su designación de su hijo Tasufin como gobernador de Granada, adonde llegó en diciembre de 1129, cuya actividad, referida por Ibn Idari, pronto fructifica, y aunque se empeña inútilmente en dirección a Toledo, por allí logra al menos, en verano de 1130, tomar el castillo de Azeca, defender territorios levantinos contra una incursión aragonesa, en 1131, uniendo sus fuerzas con las de Ibn Ganuna, gobernador de Córdoba, y con las de Yahya b. Ali Ganiya, gobernador de Murcia, presentarse en Sevilla, en el verano de 1132, para confortar a sus habitantes, derrotados por Alfonso VII en Azareda, marchando desde allí hacia el occidente (que debe ser la zona extremeño-portuguesa central, y no el meridional Algarve) y derrotando una incursión de salmantinos.
En este último año, 1132, el emir Ali b. Yusuf nombra a Tasufin gobernador de Córdoba, para contrarrestar las acometidas, por allí intensas, de los castellanos, quedando Granada gobernada por Abu Muhammad al-Zafir, el Azuel de las crónicas cristianas. Alfonso VII en 1133 algarea hasta Jerez, según Nazm al-yuman, sin que Tasufin salga a detenerlo, pero, en cuanto los cristianos se retiran, marcha contra Idanha-a-Vella (mal transcrita por los copistas como Intakia o Antaniya). En 1134, destacándose ahora (ya el final almorávide) tropas andalusíes con sus jefes locales, de Lérida y Fraga, Ibn Iyad y Sa´d al Mardanis, vencen, junto a los almorávides, a Alfonso I de Aragón, cerca de Fraga, en 1134.
No son sino contenciones temporales al avance cristiano, como también lo es la victoria de Tasufin frente a los castellanos, en la primavera de 1134, cerca del famoso lugar de Zallaqa, y en el otoño vuelve a batirse con ellos, en Albacar, reflejando Ibn Idari de forma imprecisa el resultado de este segundo encuentro.
Otra victoria logra Tasufin en 1136-1137, en lugar no bien identificado del occidente de al Andalus, señalando Ibn al Qattan que tomó enseguida Escalona. En la ruina generalizada sobresale alguna personalidad almorávide, como Tasufin, hijo y heredero del emir Ali, y como el por entonces gobernador de Valencia Yahya b. Ali Ganiya.
Nombramiento de Tasufin
En estas, se agravó Ali b. Yusuf, enfermo desde el año anterior, y convocó a Marrakech a su hijo Tasufin, el cual retrasó su partida para hacer frente a un ataque contra Úbeda y Baeza de los castellanos, que, estorbados por torrenciales lluvias de aquel otoño, debieron retirarse tras atacar Sabiote.
Al fin cruzó Tasufin el Estrecho, en enero de 1138, alcanzando Marrakech en marzo, ya retenido allí como heredero, pues su hermano Sir muere ese mismo 1138. Cuatro años después, el emir Ali fallecía, en su capital magrebí, el 11-II-1143. Ali b. Yusuf no estuvo a la altura político-militar de su padre y antecesor, y fracasó rotundamente en su empeño de compensar su mediocridad a través del poder absoluto y anquilosado de los ulemas —doctores de la ley mahometana— malikíes.
Tras casi cuatro décadas de emirato, dejó sentenciado al imperio almorávide, y su heredero Tasufin, a pesar de sus capacidades, no llegó a tiempo sino de asistir a su derrumbamiento. Los cronistas le alaban por valiente, legal y religioso, rayando en el ascetismo, caritativo y sencillo.
Proclamado emir de los musulmanes tras la muerte de su padre, Tasufin fue el tercer y último emir almorávide de al Andalus, accediendo al poder tras un buen entrenamiento como gobernador de Granada y de Almería, luego de Córdoba, desde donde protagonizó, durante nueve años, la política almorávide en la Península. Desde que fuera nombrado sucesor, en 1138, su principal preocupación, en el Magreb, fueron los almohades, en continua progresión.
En su actividad andalusí demostró buenas dotes, pero fue retirado de la Península, cuando quizá solo él podía haber conjurado el alzamiento de los andalusíes contra los almorávides y los avances de Alfonso VII de Castilla y de Alfonso I de Aragón, que incitaban además esos alzamientos interiores, fomentando un nuevo periodo de taifas, aunque resultara de menor escala que el originado al caer el califato omeya. No pudo pasar a al Andalus Tasufin en los dos años que ejerció como emir de los almorávides, dedicado por entero a combatir a los almohades, ante los cuales cayó el 22-II-1145.
Dos emires más ocuparon el trono almorávide a continuación, cuando al Andalus ya estaba desligada de ellos: Ibrahim, hijo de Tasufin, niño aún cuando sucedió a su padre y depuesto enseguida por su tío Ishaq b. Ali, que tampoco tenía más de quince o dieciséis años. Tuvieron un poder muy restringido, casi solo nominal, pues ya casi no les quedaba imperio, que terminó con la entrada de los almohades en Marrakech, el sábado 24-III-1147, matando a los miembros de la dinastía almorávide, y alzándose con todo el Magreb tas apoderarse de Tánger y Ceuta, definitivamente entre mayo y junio de 1148.
Los almohades ya habían comenzado su intervención en al Andalus, como a continuación veremos, pero abiertas así las puertas del Estrecho, pasaron sistemáticamente a conquistarlo.
VIGUERA MOLINS, Mª Jesús, Historia de España Menéndez Pidal, Editada por Espasa Calpe; 1994, Tomo VIII págs. 57-59.

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