lunes, 6 de agosto de 2018

TRIBUS, FAMILIAS ILUSTRES



Índice
Nombre de la más famosa y larga dinastía musulmana de Oriente. Fundada por Abu l´Abbas, descendiente de al Abbas, tío del Profeta, se presentó primeramente como reivindicadora de los derechos postergados de la familia de Mahoma, conspirando en un principio y sublevándose después contra la dinastía reinante, la de los Omeyas.
Vencido el último califa de esta junto al Gan Zab (750), Abu l´Abbas desencadenó la persecución y el exterminio de los miembros de ella, y después de la horrible carnicería de Abu Frutus pudo con justicia adoptar el apodo de al Saffah (el implacable derramador de sangre); solo un individuo Abderramán I ben Muawiya (nieto de Hisam, el décimo califa Omeya de Damasco), pudo escapar para establecer en España un emirato independiente del Oriente, que acabará por convertirse en Califato con su sucesor Abderramán III.
Los abasíes abandonan Damasco y Siria; establecen su capital primero en Kufa, con lo que la influencia arameo-bizantina se cambia por la persa; en contraposición a los Omeyas, se manifiestan desde el primer momento por conceder una mayor importancia al factor religioso, haciendo hincapié en su función de defensores de la religión y protectores de los ulemas (los doctores de la ley), y así, en el curso de su historia, es el poder temporal el que se debilita en sus manos, con el desmembramiento del imperio, pero se aumenta el celo religioso de los califas, que persiguen con renovado vigor las herejías e innovaciones y se esfuerzan por mantener su prestigio en el terreno religioso, en perjuicio del gobierno.
Los primeros cien años marcan el momento de máximo esplendor del Islam no solo como Imperio, sino también como cultura y civilización; las riquezas se amontonan en Kufa y luego en Bagdad, la ciudad fundada por el segundo califa, al Mansur, que se rodea del máximo lujo; el protocolo de corte se complica; el califa es ya un rey de tipo persa, temido y nunca visto por sus súbditos, que nada tiene ya que ver con el gobierno patriarcal de los primeros soberanos; la organización administrativa se perfecciona y hace sumamente compleja; se desarrollan la gramática y las ciencias. 
En 755, Abderramán, el omeya fugitivo, desembarca en Almuñécar y se independiza; los beréberes de África aprovechan las más mínimas ocasiones para pretender sacudirse del yugo de los árabes.
Con al Madhi y al Hadi se abre el periodo de las intrigas palaciegas, y los Barmakíes, la poderosa familia que acapara el poderoso cargo de primer visir se entromete más y más en los asuntos de Estado.
Con Harun al Rasid, el califa de Las mil y una noches, caen los Barmakíes, que son exterminados: marca el momento de apogeo, pero también el de la iniciación de la decadencia; en su tiempo Idris, fundador de Fez, instala un reino independiente en Marruecos (788).
Ibrahim b. Aglab inaugura poco después otra dinastía que, a título de feudo hereditario, es en realidad totalmente independiente de Bagdad; el imperio abarca ya demasiados pueblos, demasiadas distancias, demasiadas civilizaciones dispares, demasiadas mentalidades diversas, y la unidad era imposible; sobre todo, el Occidente queda ya muy lejos y desvinculado también espiritualmente del Oriente.
Con al Mamun, el llamado Augusto de los árabes (o el Felipe IV) florecen las letras y la cultura; se funda un gran observatorio; se traduce el pensamiento griego (Aristóteles); se crea la Teología; pero el Jorasán se hace independiente de los Tahiríes. 
Al Mutasim, su sucesor, comete la equivocación de confiarse a los turcos, pensando formar un ejército de ellos a base de una verdadera guardia pretoriana.
Al Mutawaqqil es llamado el Nerón de los árabes por sus persecuciones, de tipo religioso muchas de ellas.
Al Mutazz quiere aniquilar el poder de los turcos, buscando el apoyo de los beréberes, pero no lo consigue y es asesinado por aquellos; los pretorianos nombran califas a su gusto; en su época los Tuluníes se establecen en Egipto e intentan la invasión de Siria (868); al mismo tiempo, la revolución qarmata, de tipo socialista y heterodoxa, se extiende por Persia, Siria y el Yemen.
En tiempo de al Muqtadir, con motivo de la represión de una sublevación, el eunuco Munis recibe el título de Emir al umara, Príncipe de Príncipes, y ejerce a partir de ese momento (908), el poder absoluto, no quedando en manos del califa más que el título y el poder espiritual; la historia del califato deja de ser ya tal historia, quedando reducida a la relación de las revoluciones e intrigas palaciegas: lo que pasa fuera de Bagdad ya no interesa.
En el siglo X hay tres califatos en el Islam:
1.    
1.   El de los abasíes de Oriente
2.   El de los fatimíes de Egipto
3.   El de Córdoba en España
En la centuria siguiente, los turcos selyúcidas entran en Bagdad, y a partir de 1055 el nombre bárbaro de Tugrilbeg se pronuncia en los púlpitos junto al del califa; y, para acabar, en el s.XIII otro movimiento de pueblos origina el empuje de las tribus mogolas hacia Occidente, y en 1258 Hialgú toma Bagdad y declara abolido el califato en la persona de al Mutasim, con lo cual termina la dinastía que tantos días de esplendor había dado al Islam.
PERPIÑÁ, Enrique, Diccionario de Historia de España, dirigido por Germán Bleiberg. 2ª edición. Ed. de la Revista de Occidente, 1969, tomo A-E, págs. 4-5.
Dinastía musulmana que se consideraba descendiente de Fátima, la hija de Mahoma, casada con el primo e hijo adoptivo de este, Alí. Su fundador fue Ubaid Allah, quien se constituyó como califa y emir aluminín (jefe de los creyentes) y tomó el título de mahdí, estableciendo su nuevo régimen fatimí en Túnez en 909.
En 925 ya había conseguido dominar casi todo el norte de África, salvo Ceuta, a donde Abderramán III había enviado una guarnición. Los éxitos políticos y militares de los fatimíes estaban relacionados con la proclamación de un nuevo sistema de ideas religiosas.
Teológicamente estas ideas eran la forma ismaelita del shiísmo y afirmaban que la comunidad islámica tenía un jefe designado —en Túnez Obeid Allah—, descendiente del profeta y, por tanto, con inspiración y apoyo divinos. La consecuencia política de este pensamiento era el derrocamiento de los gobernantes existentes, puesto que no eran legítimos, y su sustitución por un gobierno autocrático dirigido por el imán.
Así, los fatimíes, desde que comenzaron a gobernar en CairuánQayrawan, actual Túnez), reivindicaron la soberanía universal sobre el mundo islámico y enviaron agentes a las provincias del imperio abasida, transformando hábilmente los descontentos locales en apoyos a su causa.
Aprovecharon, pues, también el descontento existente entonces en España. El cuarto califa, Al Moizz (953-975), comenzó una vigorosa expansión y en 969 conquistó Egipto, a donde traslada su corte. A partir de esta época el poder fatimí declinó en Marruecos y Túnez.
Cuando Abderramán asumió los títulos de califa y jefe de los creyentes, estaba afirmando la independencia del gobierno de Al Andalus respecto a toda autoridad política musulmana superior, y alegada su carácter de descendiente de los califas de Damasco. Con ello se enfrentaba a las pretensiones de los fatimíes, y justificaba teológicamente la soberanía que comenzó a imponer sobre los reyezuelos del norte de África.
Las ambiciones de los fatimíes se dirigieron entonces a Siria, donde conquistan Jaffa y, durante algún tiempo, Damasco. Las ciudades santas de La Meca y Medina reconocieron la soberanía fatimí. En 955, Al Moizz envió una expedición contra Abderramán III, saqueando Almería. 
El califato fatimí persistió hasta la aparición de los turcos, que comenzaron por derrotarlos en Siria. Más tarde, Saladino depuso al último califa, al Adid, en un hábil golpe de estado (1171).
La dominación fatimí en Egipto, había durado dos centurias y, con ella, la doctrina shi´í. Durante esta época, Egipto vio levantarse grandes construcciones arquitectónicas y además fue perfilando una personalidad característica dentro del mundo islámico.
DE ANDRÉS, Rosana, Enciclopedia de Historia de España, dirigida por Miguel Artola, Ed. Alianza Editorial, 1991, tomo IV Diccionario biográfico, págs. 289-290.
Reciben el nombre de mozárabes los cristianos que, viviendo en zona dominada por los árabes tras la conquista y dominación de la Península Ibérica por los musulmanes en el 711, conservaron sus tradiciones, leyes, costumbres y religión.
La doctrina coránica ordena respetar mediante pacto o acuerdo a los vencidos, siempre que pertenezcan a la gente del Libro, es decir, judíos o cristianos. Así, cuando la huestes de Tariq, en 711, se adueñaron del decadente reino visigodo se comprometieron inicialmente, a no intervenir en los asuntos internos de los mozárabes. 
A estos se les dejará en posesión de sus bienes, se respetarán sus derechos privados, no se reducirá esclavitud a sus mujeres e hijos, podrán hacer uso de sus iglesias y mantener puras sus creencias religiosas. Además, estarán protegidos de todo ataque interior y exterior.
Como contrapartida, los mozárabes pagarán un tributo anual por varón adulto yizya y deberán contribuir a la defensa de los territorios controlados por los islamitas; no podrán acceder a cargos públicos de importancia y los pleitos entre cristianos y musulmanes se solucionarían según la legislación árabe.
El jurado estaría compuesto en su totalidad por súbditos musulmanes. El matrimonio entre hispanoárabe y cristiana estaba permitido y era costumbre general. Sin embargo, ningún cristiano podía unirse legalmente a musulmana. El paso de un mozárabe al islamismo conllevaba la conversión directa de todos los hijos menores de edad.
Durante el siglo IX al menos los mozárabes pagaron un impuesto extraordinario al comienzo o fin de cada mes lunar musulmán. Estaban libres de pago las mujeres, los niños, los enfermos sin posibilidades económicas, los ancianos, los mendigos y los esclavos. 
También estaban los mozárabes obligados a contribuir al sostenimiento del estado musulmán con el pago del jaray, o impuesto sobre el 10% del valor de los productos de la tierra (abonado casi siempre en especie), y cuyo importe nunca era superior al pagado en época visigoda.
Si los mozárabes habían accedido a la propiedad de la tierra a través de pactos o capitulaciones con los invasores tenían derecho a venderlas, transmitirlas por herencia o enajenarlas. Sin embargo, y como consecuencia del constante aumento del gasto público califal, numerosos califas sometieron tanto a los mozárabes, como grupo social dominado, como a sus posesiones y bienes a impuestos extraordinarios.
Los mozárabes solían agruparse en comunidades en zonas o barrios específicos de las poblaciones en las que se asentaban. El comes, personaje de cierta influencia social, era el responsable de la comunidad ante la administración musulmana. El exceptor era el responsable de la recaudación tributaria del colectivo mozárabe correspondiente. Un censor o judex resolvía los conflictos jurídicos que pudieran surgir entre los mozárabes. 
En el nombramiento de estas autoridades participaron las autoridades musulmanas, bien nombrando directamente a cada responsable, bien aprobando las candidaturas que presentaban los notables mozárabes. A veces, el comes formó parte del consejo del emir. Los mozárabes conservaron sus leyes Lex Gotthorum, Liber Iudiciorum, además de sus jueces.
Al cumplirse un siglo de la conquista la mayor parte de la población hispanovisigoda se había convertido al islam. De esta manera se evitaba pagar el impuesto de la yizya y se obtenía la igualación de derechos (al menos en teoría) con los musulmanes. Así, en el siglo XI los mozárabes formaban un minoritario grupo religioso y jurídico —no étnico ni lingüístico— en el conjunto de la sociedad islamita. 
Se diferenciaban del resto de los pobladores de al Andalus por vivir en barrios separados, tener cementerios propios, celebrar su propias fiestas y practicar una religión diferente a la oficial.
El malestar producido por las continuas exigencias tributarias de ciertos emires fomentó levantamientos y motines contra el poder de Córdoba. Bajo el reinado de al Hakam I (789-852) tuvo lugar un movimiento disidente de tintes religiosos, pero que en realidad escondía un profundo malestar social.
La oposición al Islam dio lugar a una gran proliferación de mártires, que no estaban de acuerdo con el sistema jurídico impuesto hasta entonces. El espíritu, la cabeza visible del movimiento fue san Eulogio de Córdoba. Propugnaba la vuelta al primitivo sentimiento cristiano en contra de los contactos islamizantes por los que estaba pasando la religión cristiana.
Apaciguada violentamente la rebelión mozárabe del siglo IX, las comunidades cristianas de al Andalus no supusieron ningún problema para la administración califal. Sin embargo, la emigración de monjes cordobeses al reino leonés, así como el desalojo de sus propiedades por los beréberes, y —ya en el siglo XI— la fuga continua de colectivos mozárabes a Zaragoza, franja levantina y Toledo son indicadores serios del profundo malestar de este grupo social.
No se conocen alteraciones sociales mozárabes en los reinos de taifas. Parece claro, no obstante, que algunos mozárabes aportaron información de primer orden a los reinos cristianos del norte en la empresa reconquistadora. En consecuencia, los almorávides tomaron medidas represivas contra ellos y los almohades decretaron su expulsión.
AZCONA PASTOR, José Manuel, Enciclopedia de Historia de España, dirigida por Miguel Artola, Ed. Alianza Editorial, 1991, tomo V Diccionario temático, págs. 837-838.
Dícese del cristiano hispánico que en al Andalus abrazaba el islamismo. La conquista árabe y la rápida conversión al Islam de los pueblos conquistados solo pueden explicarse por causas de tipo económico-social.
El Corán había establecido una diferencia sustancial ante el fisco entre los musulmanes e infieles. Estos últimos, aunque estuvieran amparados por pactos ('ah'), podían ser esquilmados con mayor facilidad que en el caso de los primeros, a los cuales, teóricamente, solo podía exigírseles el azaque o limosna. 
Para salvar su hacienda, la mayoría de los terratenientes de los países vencidos se convirtieron enseguida al Islam. Por otra parte, la jurisprudencia determinaba que los siervos y esclavos cuyo patrón no se islamizara antes que ellos, recobraban la libertad.
Todos estos neófitos recibieron el nombre de musalima, y entroncaban espiritualmente con las familias musulmanas con que tenían mayor relación. Así nació un vínculo afectivo, de extraordinaria solidez, que ligaba a patrones con clientes o mawlás.
Los descendientes de los musalima recibieron el nombre de muwalladum(muladíes), que no puede traducirse por renegados, porque los así denominados habían nacido ya en el seno del Islam.
Las conversiones en masa disminuyeron los ingresos del fisco, por lo que las autoridades idearon toda suerte de subterfugios (excepto durante el califato de Umar II para continuar cobrando de los muladíes los mismos impuestos que pagaban antes como dimmies.
Esta política motivó frecuentes sublevaciones, entre las cuales descuella la de Maysara, que, a su vez, debía desencadenar la de los bereberes de la Península. Posteriormente la tributación alcanzó, en su ilegalidad, a todos los súbditos del imperio, sin distinción de origen —como se ve en la lista de tributos de la cora de Córdoba conservada por al Udri—, pero no borró el recuerdo de la genealogía de las distintas familias.
Gracias a ello se sabe el origen muladí de varias familias andaluzas que desempeñaron un papel importante en la historia, como la de los Banu Qasim, Umar b. Hafsun, Abderramán al Yilliqi, Ibn al Qutiyya (el hijo de la Goda), Ibn Mardanis; Banu Angelino y Sabarico, etc.
VARIOS AUTORES, Enciclopedia Larousse, Ed. Planeta, 1993, tomo 16 pág. 7564.
Recibieron este nombre los Banu Sarray, familia noble de origen africano, que jugó un importante papel en Granada. Durante el s. XV el reino nazarí atravesó una crisis sociopolítica causada por estar su economía en manos de mercaderes genoveses, depender del exterior para asegurarse el abastecimiento alimentario, así como por la existencia de un sistema fiscal agobiante a causa de las parias tributadas a Castilla. 
En este contexto, la nobleza granadina luchó por mantener sus niveles de ingreso: acumulando cargos políticos y militares, y obteniendo beneficios fiscales. La no existencia de una regulación clara del derecho de sucesión al trono nazarí, hizo que los diferentes linajes accedieran al poder mediante conspiraciones palaciegas, con las que mediatizaban al sultán o lo reemplazaban si era necesario.
Los abencerrajes fueron los más genuinos representantes de esta política. Su primera intervención tuvo lugar en 1419, cuando apoyaron a Muhammad IX, el Zurdo, y derrocaron a Muhammad VIII, el Pequeño.
Este hecho dividió en dos bandos irreconciliables a la nobleza nazarí: los Banu Sarray y los Banu Kumasa que apoyaron al usurpador, y los bannigas y alamines que conformaron el partido legitimista que defendió los derechos del sultán depuesto.
Estalló una grave crisis política en la que Muhammad IX disputó el trono a Muhammad VIII, y a sus sucesores Yusuf IV y Yusuf V. Al final, el primero, carente de descendencia directa, decidió nombrar su heredero a un hijo de su enemigo buscando así la paz.
Esto no fue aceptado por los Abencerrajes, que se negaban a repartir el poder con los legitimistas y elevaron al trono, con el apoyo de Castilla, a Abu Nasr Sa´d b. Ali en 1455.
Abu Nasr desvió la ira popular responsabilizando a su visir y a los abencerrajes. Estos huyeron a Málaga tras ser asesinado su cabeza de familia, Yusuf b. al Sarray. Allí proclamaron a Yusuf V, pero Nasr pudo vencerles y obligarles a refugiarse en Illora.
En 1464 aprovecharon el descontento popular, provocado por la creciente presión fiscal, para encumbrar al hijo del sultán, Abu l-Hasam Ali (Muley Hacén), quien nombró visir a Muhammad b. al Sarray.
La política de fortalecimiento de la corona, desarrollada por el nuevo rey, significó la pérdida de poder por los abencerrajes. Estos se sublevaron, pero fueron reprimidos ferozmente. refugiados en Málaga, en 1473 huyeron a Castilla, desapareciendo así del escenario político nazarí.
TORREBLANCA LÓPEZ, Agustín, Enciclopedia de Historia de España, dirigida por Miguel Artola, Ed. Alianza Editorial, 1991, tomo IV Diccionario biográfico, págs. 12-13.
Reciben este nombre o el de Banu Marin o Mariníes, los miembros de una dinastía beréber que reinó en el Magreb extremo o Marruecos desde mediados del s. XIII hasta la mitad del XV, y que tuvo gran influjo en el desarrollo de los acontecimientos en el sur de la Península Ibérica. En la segunda mitad del s. XI esta tribu fue empujada desde el Sáhara hacia el oeste por los Banu Hilal.
A mediados del s. XII luchan con los almohades, por los cuales son vencidos, y se refugian entonces en el interior del desierto. Más tarde toman el desquite; en 1216 hacen una gran algara, y en años sucesivos corren las tierras vecinas y ensanchan sus dominios. En 1244 vuelven nuevamente a ser derrotados por los almohades.
Pero poco después se organizan bajo el emir Yahya b. Abd al-Haqq y empiezan a anexionarse ciudades norteafricanas, mientras el imperio almohade entra en decadencia. En años sucesivos se apoderan de Mekinez, Fez, Taza, Rabat, Salé y por fin de Marrakech (1269) y llegan a dominar todo el norte del África occidental.
España, como en tiempo de los almorávides y almohades, llegó a ser muy pronto para los Banu Marin la tierra apta para la guerra santa. Esta fue una de las principales causas que les movieron a intervenir en los asuntos de la Península. 
Los sultanes benimerines enviaban a al Andalus a los príncipes y caudillos militares, cuya presencia les era peligrosa en sus dominios de Marruecos, los cuales formaron el célebre ejército permanente de los reyes nazaríes de Granada. Pero, en ocasiones, los mismos sultanes vinieron, al frente de grandes ejércitos, a combatir a los cristianos e intervenir en la política del reino musulmán granadino.
Tales fueron, por ejemplo, Abu Yusuf Yaqub, Abu Yaqub Yusuf y Abu Hasan. El primero de ellos venció a los cristianos capitaneados por don Nuño de Lara en la batalla de Écija. Estos mismos sultanes hicieron algaras periódicas por tierras cristianas: sitiaban y destruían ciudades, arrasaban campos y sembrados y hacían prisioneros que luego eran vendidos en el norte de África.
Las relaciones con los reyes de Granada eran por lo general amistosas, pero, algunas veces, llegaron a ser francamente hostiles. Los reyes granadinos los llamaban para contrarrestar el empuje de castellanos y aragoneses, pero se ponían en guardia frente a la insolencia y las exigencias de los africanos, y pactaban con sus enemigos de religión para poner freno al peligro de los benimerines.
En 1333, el sultán mariní Abu l-Hasan envió a su hijo Abd al Malik, el cual recuperó Gibraltar, que años antes había caído en manos de Castilla. Habiendo sido asesinado Abd al Malik, Abu l-Hasan mandó un gran ejército y desembarcó él mismo cerca de Tarifa, que estaba en poder de los cristianos. Se apresuró a tomarla, pero Alfonso XI acudió inmediatamente y lo venció de modo rotundo en la famosa batalla del Salado (1340).
Este desastre desanimó de tal modo a los sultanes benimerines que, desde entonces no osaron pasar a la Península a presentar batalla a gran escala a los cristianos. A partir de ese momento los benimerines abandonan los asuntos de España y se dedican a extender su imperio exclusivamente por el norte de África, disputándose el dominio de las comarcas de los Banu Hafs, los Abd al-Wad y otras dinastías y tribus.
En 1401 el rey Enrique III de Castilla desembarca en el Rif para vengarse de los ataques de los corsarios berberiscos y destruye Tetuán. Este ataque produce en Marruecos la consiguiente alarma, agravada en 1415 con la toma de Ceuta por los portugueses.
Se levanta una gran oposición a los Banu Marin, sobre todo entre los alfaquíes y ulemas y se produce una situación de inestabilidad, turbulencia y descontento general que termina en 1420 con el asesinato del sultán Abu Sa´id y el ocaso del imperio mariní, que es sustituido por el dominio de los Banu Wattás.
CASCIARO, José María, Diccionario de Historia de España, dirigido por Germán Bleiberg. 2ª edición. Ed. de la Revista de Occidente, 1969, tomo A-E pág. 505.
En la Córdoba omeya el esclavón es el esclavo de procedencia nórdica, frecuentemente eunuco, y que era adquirido en los mercados de Verdún y Praga. La introducción masiva de esclavones saqaliba se inició a mediados del s. IX.
En la época de Abderramán III y de Al Hakam II eran muy numerosos y constituían un grupo homogéneo, con mucha influencia en la administración del Estado, habiendo desplazado en buena parte a los esclavos de otras preferencias que hasta entonces habían constituido la guardia palatina. 
Esta situación despertó celos de la hasta entonces poderosa nobleza de origen árabe. Almanzor contrarrestó su influjo, sin enemistarse con ellos, mediante el alistamiento de fuertes contingentes bereberes que compensaron la importación de esclavones, cada vez más difícil, dada la política de los emperadores germánicos.
En la guerras que pusieron fin al califato de Córdoba (1009-1031) los esclavones desempeñaron un papel relevante, y consiguieron fundar varios estados independientes en el Levante español.
VARIOS AUTORES, Enciclopedia Larousse, Ed. Planeta, 1993, tomo 8 pág. 3828.
Miembros de una tribu o grupo beréber del Magreb, de la que numerosas ramas crearon reinos independientes en diferentes épocas o se aliaron a los grandes poderes que dominaban el occidente musulmán.
La región geográfica originaria de los sinhaya fue la actual Cabilia. Los sinhaya, enemigos seculares de otra gran tribu magrebí, los zanata, se aliaron con los fatimíes, mientras que los zanata lo hicieron con los omeyasde la Península. 
Cuando el poder fatimí se desinteresó del occidente musulmán y conquistó Egipto, la familia dominante de los sinhaya quedó como gobernadora en la zona que antes pertenecía al imperio fatimí.
El vasallaje de los sinhaya a los fatimíes se rompió con la independencia de Ifriqiya, y el fundador de la primera dinastía sinhaya fue Ziri b. Atiyya, de donde proviene en nombre de la dinastía Ziri, que mantuvo la capital de Kairuan y fundó Asir (940). 
Posteriormente, otra de las dinastías Sinhaya, fundada por el nieto de Ziri, Hammad b. Buluggin, dio lugar a los hammudíes; esta dinastía gobernó el norte de África de 1015 a 1152, y sus capitales fueron Qal´aBugía, llamada Nasiriyya en honor de su fundador al Nasir (1067).
Las dinastías que reinaron en el norte de África quisieron dominar todo el Magreb, tanto las dinastías sinhaya como las zanata. En relación con la política de al Andalus, los sinhaya fueron aliados de los fatimíes y enemigos de los omeyas.
Sin embargo, en algunos casos, incluso por maniobra de los califas andaluces, que necesitaban equilibrar su política en el norte de África o el poder de las distintitas tribus beréberes en su propio suelo, tropas sinhaya intervinieron en las luchas de la península. 
En tiempo de Almanzor se reanudó en la Península Ibérica la secular lucha entre los sinhaya y los zanata; el barrio de al Rusafa, donde estaban instaladas las tropas sinhaya, sufrió un saqueo por parte de la población cordobesa, que odiaba a los beréberes.
En época de Sulayman al Mustain, los sinhaya instalaron el centro de su territorio en Granada.
La superioridad militar de los sinhaya en el norte de África terminó a causa de otra nueva invasión de tribus nómadas árabes, los hilal y los sulaym, que reforzaron el elemento nómada y contribuyeron poderosamente a la arabización del Magreb, que hasta entonces se había mantenido beréber, especialmente las zonas montañosas, pues el elemento árabe solo se había instalado en las ciudades, y aún en números muy limitados.
VARIOS AUTORES, Enciclopedia Larousse, Ed. Planeta, 1993, tomo 20 págs. 9842-9843.
Miembros de una tribu o grupo beréber, originario del Magreb, de religión musulmana y carácter nómada. Gran número de zanatas se establecieron en la Edad Media en la Península Ibérica, en la que constituyeron la fracción beréber más numerosa, como tropas mercenarias o aliadas de los califas omeyas.
En el Magreb, los zanata fueron enemigos tradicionales de la tribu sinhaya, beréberes de carácter más sedentario, y, a partir de la llegada de las tribus orientales de los Banu Hilal en el s. XI, se asimilaron a estos nuevos contingentes, por tener varios rasgos en común, con lo que se arabizaron y se aliaron con ellos para vencer la presión de los sinhaya.
Al igual que la mayoría de los beréberes aposentados en al Andalus, ocuparon zonas montañosas o las más pobres, que, a causa de la discriminación social y económica que sufría la población beréber, fueron siempre un foco de sublevación contra la minoría árabe.
Muchos zanata llegaron a al Andalus, seguramente atraídos por la política de Abderramán III (912-961) y por la de Almanzor (978-1002), interesados ambos en poseer tropas mercenarias. Córdoba favoreció especialmente a los zanata para provocar la lucha constante de los fatimíes y sus aliados los sinhaya contra los zanata magrebíes, de modo que aquéllos no pudieran interesarse por la política de la Península.
En 971, los hermanos Hamdum formaron un reino magrebí fiel a Córdoba, pero poco después tropas sinhaya tomaron represalias contra los zanata. La política de Almanzor favoreció a estos, en especial al grupo de Ziri b. Atiyya, quien fue nombrado gobernador de los territorios omeyas del N. de África. Ziri se independizó de Córdoba, pero los ejércitos califales se apoderaron de sus estados; posteriormente volvió al vasallaje de Córdoba y fue nuevamente gobernador omeya.
El grupo de al Andalus rompió los lazos de vasallaje entre las tribus beréberes y los omeyas; posteriormente, en las luchas por el trono, los beréberes apoyaron a Sulayman al Mustain (1013-1016), quien, al ser nombrado califa, repartió grandes feudos entre las tropas sinhaya y zapata. 
La dinastía hammudí fue también apoyada por los zanata. Finalmente, los cordobeses decidieron establecer un gobierno ciudadano, deshaciéndose de las tropas beréberes. Al convertirse al Andalus en un conjunto de pequeños estados, varias taifas fueron dominadas por dinastías beréberes zanata, en particular en el SE. de la Península.
VARIOS AUTORES, Enciclopedia Larousse, Ed. Planeta, 1993, tomo 24 pág. 11753.
Pertenecientes o relativos a la escuela jurídica de Malik b. Anas. Malik fue un jurista musulmán que nació en Medina en 715 y murió en la misma ciudad en el año 795. Codificó y sistematizó el derecho consuetudinario de Medina, infundiéndole pensamientos religiosos y morales, en el Kitab al Muwatta (el camino allanado).
Sus argumentaciones se fundan tanto en la práctica como en el hadiz. Se ha reprochado injustamente a su doctrina el haber dificultado el progreso del Islam. Sus discípulos constituyeron la escuela malikí y se extendieron especialmente por el Magreb y España, donde penetraron a fines del siglo VIII, y dominaron de forma continuada, imponiéndose definitivamente a partir del s. XI.
Los jurista malikíes más importantes de la península ibérica fueron: Isa b. DinarYahya b. Yahya y Abd al Malik b. Habib (autor de Kitab al Wadiha, uno de los cuatro textos fundamentales de los malikíes. La escuela malikí es la más extendida en Marruecos, Argelia, Tunicia y África occidental, donde Mujtasar de Jalil b. Ishaq, manual de derecho malikí, es el más estudiado. La escuela está muy poco extendida en oriente.
VARIOS AUTORES, Enciclopedia Larousse, Ed. Planeta, 1993, tomo 14 pág. 6861.
Derivado del árabe faquib, en las primeras generaciones islámicas designa simplemente a quien conoce o comprende alguna cosa, conceptuándose bajo tal significación como sinónimo de ´alim y fahim.
Más tarde, cuando fiqh deja de ser sinónimo de ´ilm y se aplica únicamente a la ciencia religiosa, luego a la ley religiosa y, por último, a la casuística, faquib enriquece y amplía su primer significado de hombre instruido e inteligente, pasando a designar sucesivamente al teólogo, al jurisconsulto y, por fin, al casuista.
En la definitiva fijación de su peculiar sentido influyó considerablemente el empleo que de dicho término se hizo para traducir el juris-prudens del Derecho romano.
Siendo cuatro las escuelas jurídicas del Islam ortodoxo, hanifí, maliki, shafiihanbali, cada una de ellas puede tener sus propios alfaquíes. En la España musulmana predominó el malikismo y sus alfaquíes desempeñaron un importante papel en la historia política y cultual de al Andalus:
Fueron los árbitros del emirato omeya, que perseguían y ponían trabas a los importadores de la ciencia oriental; los que cortaron en flor el desarrollo de las ciencias bajo el Califato, destruyendo la rica biblioteca de al Hakam II, como juguetes movidos por la ambición de Almanzor; los enemigos jurados de la civilización alegre, refinada y libre (aunque políticamente suicida) de los taifas...; los que más tarde intentaron cercenar el florecimiento de la gran filosofía helenizante bajo los almohades; los que, por fin..., encorsetaron la vida espiritual granadina bajo un rígido caparazón de conservadurismo teórico que ocultaba la podredumbre.García Gómez, Un alfaquí español: Abu Isaq de Elvira, Madrid-Granada, 1944, pág. 56.
Así resume García Gómez las características esenciales de la actuación cultural y política de los alfaquíes andaluces, tal como se revela en los poemas de un miembro de su clan .
CABANELAS, Darío, Diccionario de Historia de España, dirigido por Germán Bleiberg. 2ª edición. Ed. de la Revista de Occidente, 1969, tomo A-E, págs. 114-115.
Formaron una dinastía que reinó de 661 a 750. Tras el asesinato de Utman (656), su familia, la de los Umayya, acusó al cuarto califa Alí de complicidad. Mientras la oposición se agrupaba en torno a Muawiyya, sobrino de Utman, una parte de los partidarios de Ali le abandonaban (jariyíes). Alí fue asesinado por un jariyí en 661 y su hijo renunció a sus derechos en favor de Muawiyya, que fundóla dinastía de los omeyas. Muawiyya I (661-680) quien ejerció más las funciones de monarca que de jefe religioso, inauguró la forma de sucesión hereditaria en el imperio musulmán.
Durante su califato los musulmanes penetraron en Irán oriental y en África. La unidad del Islam se estableció cuando el califa Abd al Malik (685-705), hijo de Marwan, tomó Iraq y Hiyaz, derrotó a los jariyíes (esencialmente nómadas)y chiítas (entre ellos los mawalí o musulmanes no árabes, tenidos por inferiores por la casta dirigente), anexionó Jurasán y Omán y, a pesar de los esfuerzos de Kahina, los musulmanes se establecieron firmemente en Berbería. Para desviar a los peregrinos de la Meca se construyeron monumentos religiosos en Jerusalén. Abd al Malik consolidó su autoridad al instituir un nuevo sistema administrativo imperial cuya lengua oficial fue el árabe.
Walid I (705-715) y Sulayman (715-717) prosiguieron esta política expansionista; Transoxiana y los confines con la India fueron ocupados (Multán, 713), al mismo tiempo que el gobernador de Berbería, Musa, envió a Tariq a conquistar España (711). 
Durante el reinado de Walid I (705-715) se construyó la gran mezquita de los omeyas de Damasco. Umar, hijo de Abd al Aziz, marcó el apogeo de la dinastía y se distinguió por su piedad e integridad. Entonces la expansión del Islam sufrió un estancamiento, y los sucesores de Umar no pasaron de la mediocridad. Por otra parte, los pueblos sometidos empezaron a rebelarse, tanto en Jurasán como en Berbería, Arabia y Mesopotamia (jariyíes).
A raíz de la sublevación de Siria Hisam (724-743) se vio obligado a abandonar Damasco y establecerse en Rusafa, ciudad enclavada en el desierto, donde los omeyas encontraron el marco de su vida ancestral. Durante esta época, las disputas por el poder y el descontento provocado por las cargas fiscales engendraron la anarquía.
El último omeya, Marwan II (744-750), fue derrotado en el Gran Zab, afluente del Tigris (749), y Abu I Abbas al Saffah fue proclamado en 750 el primer califa abbasí. Los miembros de su familia fueron asesinados, y la tradición histórica abbasí vilipendió a los omeyas (a excepción de Umar), a los que consideró reyes, pero no califas.
VARIOS AUTORES, Enciclopedia Larousse, Ed. Planeta, 1993, tomo 17 pág. 7995.
Rebelde muladí. Umar b. Hafsun. Turriyilla (Málaga), c. 846-Bobastro, Ardales, (Málaga), 1-II-918. Rebelde muladí contra el emirato de Córdoba. Se trata del más importante de los rebeldes andalusíes contra el emirato de Córdoba, que llegó a enfrentarse con cuatro de ellos desde el inicio de su revuelta en el año 878 hasta su rendición en 916 a Abderramán III.
Esa importancia se refleja en la relativamente abundante información que suministran las fuentes árabes sobre este personaje, si bien algunas noticias han sido puestas en duda por determinados historiadores, al igual que han permitido contradictorias interpretaciones en la historiografía desde el s. XIX.
Entre estas, se encuentran las que lo consideran un héroe nacional, caudillo de la raza española en lucha contra los árabes invasores, hasta las que lo entienden como un bandido con éxito depredador de las clases menesterosas, mientras que últimamente se considera como un ejemplo de la crisis que sufrieron los herederos del protofeudalismo visigodo ante la consolidación del estado islámico.
Según esas fuentes, el origen de su familia se remonta a un comes de época visigoda, un tal Alfonsus, asentado en la zona de la serranía de Ronda, del que se transmite su descendencia directa hasta el biografiado. Se informa también que un miembro de esa genealogía, Ya´far, se islamizó, al añadirle el apodo al Islam, y se trasladó a la zona de los montes de Málaga en tiempos del emir al Hakam I, apareciendo ya el resto de sus descendientes con onomástica árabe.
Otro cambio en la onomástica tuvo lugar con el padre de Umar, Hafs, del que se dice que, ya en el nuevo asentamiento de la familia, se engrandeció, por lo que pasó a denominarse Hafsun, si bien no se tiene constancia clara de en que consistió ese engrandecimiento, pues las fuentes tan solo aluden a que construyó una iglesia en una almunia que poseía, aunque la familia si debía ostentar un cierto control sobre los hombres, pues en el inicio de la rebeldía de Ibn Hafsun, su tío Mutahir le cedió cuarenta jóvenes, operación que volvió a repetir tras el abandono del ejército cordobés y la instalación definitiva de Umar en Bobastro.
En esta zona tuvo lugar el nacimiento de Ibn Hafsun en la aldea de Turriyilla (Torrecilla), topónimo que alude a una posible residencia aristocrática, cerca de la fortaleza de Awta, que se ha querido identificar con el actual cortijo de Auta (término municipal de Ríogordo, Málaga).
Los primeros datos de su biografía se asemejan a un relato novelesco, pues huido de la justicia por haber asesinado a un convecino, se refugió en lo que será luego el centro de su rebelión, Bobastro, si bien, en busca de mayor seguridad, se trasladó a Tahart, capital de Estado Rustami, en la actual Argelia, donde permaneció un tiempo oculto, hasta que decidió volver al territorio originario debido a la doble coyuntura del temor a ser reconocido y entregado a la justicia y a un relato premonitorio del éxito como rebelde en al Andalus.
La vuelta se produjo en 878, iniciando la rebelión con los jóvenes cedidos por su tío en Bobastro, donde se rodeó de sospechosos y malvados a los que ataría con la promesa de el botín, según las fuentes, con los cuales consiguió los primeros objetivos, la ocupación de las fortalezas de AwtaComares y Mijas, en las proximidades.
El inicio de la rebelión coincidió con la revuelta generalizada que se estaba dando en todo el territorio de al Andalus, en la que participaron grupos sociales de los más diverso, como tribus beréberes, importantes linajes árabes y poblaciones autóctonas, tanto cristianas como mozárabes, musulmanas o muladíes, entre los que se encuentra Ibn Hafsun.
El punto en común de esos diversos grupos era su oposición al reforzamiento del estado emiral cordobés, en especial tras las reformas introducidas por Abderramán II, entre las cuales se encontraba una fiscalidad novedosa y homogénea, basada en el Derecho islámico, y que puso fin a los privilegios de diverso tipo que venían gozando desde el momento de la conquista y la instalación de los musulmanes en la Península. 
La diversidad de grupos en liza se manifestó en una multitud de revueltas que, en su momento más álgido, finales del s. IX, tuvieron como consecuencia que el estado emiral solo controlase la ciudad de Córdoba y sus inmediaciones, lo que se tradujo a su vez en la casi desaparición de las acuñaciones monetarias y con ello los ingresos fiscales.
Pero pese a la generalización de las revueltas por todo el territorio, no se observaron uniones o actuaciones conjuntas que obedecieran a motivos étnicos, o religiosos, aunque si se dieron alianzas entre los elementos más diversos, bien duraderas o coyunturales, al igual que enfrentamientos entre unos grupos y otros. En lo que se puede constatar, para el caso de los muladíes, en la evolución de la revuelta de Umar b. Hafsun.
Su primera etapa como rebelde saqueador de caminos y consecución de botín de las poblaciones de los alrededores tuvo su final cuando fue derrotado en 883 por el general del ejército emiral Hashim b. Abd al Aziz, quien le ofreció el perdón a cambio de trasladarse a Córdoba con su gente y alistarse como mercenario en el ejército emiral.
Era esta una práctica que tenía antecedentes en la política del emirato, con el fin de integrar a través del ejército a importantes linajes muladíes, como había sucedido con el rebelde de Mérida Ibn Marwan al-Yilliqi, aunque sin éxito, al igual que sucederá con Ibn Hafsun, pese a haberse distinguido militarmente frente a Pancorbo y contar con el patrocinio del general aludido, pero las diferencias con un oficial del palacio tuvieron como consecuencia el abandono del ejército y su vuelta a Bobastro, para seguir con la rebelión en 885.
En esta nueva etapa, amplió algo más su radio de acción, consiguiendo apoderarse de la vecina ciudad de Archidona y de las fortalezas-refugio que se encontraban entre él y la costa, lo que consiguió, según las fuentes, atrayéndose a la gente por el lado de la concordia.
Dichas fortalezas-refugio respondían a un fenómeno generalizado en todo el Mediterráneo occidental de minúsculos establecimientos campesinos en lo alto de los montes, cuya principal defensa consistía en su ubicación, que comenzaron a implantarse en la Península en la época visigoda y se incrementaron a raíz de la conquista islámica.
Pese a la ausencia de violencia en la ocupación, la situación de rebeldía aumentaba prestando ayuda a los rebeldes árabes Banu Rifa de Alhama de Granada, por lo que se van a repetir los ataques del ejército contra el territorio de Ibn Hafsun, llegando el emir al Mundir a retomar Archidona y a poner cerco a su centro de Bobastro, si bien la muerte del emir en el asedio el año 888 impidió si propósito.
Con el nuevo emir Abdállah, se dio un nuevo intento de atracción, nombrado a Ibn Hafsun cogobernador de la kura (provincia) de Málaga, al igual que hará con el jefe de los árabes rebelados de Elvira (Granada), en clara muestra de debilidad del emirato. Fue la ocasión que aprovechó Ibn Hafsun, tras deshacerse del cogobernador árabe, para conquistar toda la kura, ahora mediante operaciones militares, e iniciar la expansión de su sistema, por muy diversos medios.
Así, atacó a otros rebeldes menores de la zona de Algeciras y Sidonia, aceptando algunos de ellos su autoridad, se alió con los beréberes Banu Jalidel occidente malagueño, y consiguió también la alianza de los más importantes linajes muladíes, como Ibn Mastana de la sub-bética cordobesa, e Ibn al Saliya y los Banu Habil en el territorio jienense.
Con ellos consiguió expandirse por el valle del Guadalquivir, es especial desde la plaza fuerte de Poley (Aguilar de la Frontera), conquistando lugares como Écija, Baena, Lucena y llegando con sus algaras hasta la campiña cordobesa y las inmediaciones de la ciudad, donde se atrevió a atacar la tienda de campaña del emir Abdállah, saliendo derrotado en esta ocasión.
También con sus aliados jienenses consiguió conquistar la capital, Jaén, mientras que en Elvira (Granada), donde los habitantes muladíes de la ciudad se enfrentaban a los árabes rebeldes del territorio, obtuvo por un tiempo la ciudad, gracias al apoyo de un sector de sus habitantes, contrarios al perecer de la mayoría.
Dicha expansión se llevó a cabo indiscriminadamente sobre todo tipo de poblaciones de diverso origen y confesionalidad, mediante el uso de la fuerza, de la que existen relatos de especial crueldad, como el sufrido por los pobladores de Baena tras su artera conquista.
Pero la expansión se acompañó de transformaciones en el sistema, pues de una primera fase de bandolerismo y saqueo que implicaba la rebeldía, se pasó a la usurpación de los impuestos ordinarios y, en ocasiones, a imponer multas y requisiciones excesivas, según los cronistas, como en los casos de Jaén y Elvira.
Ello se hizo necesario ante la concentración de población militarizada y jerarquizada en Bobastro, que se transformó en una enorme fortaleza, con alcázares, arrabales, mezquitas e iglesias, modelo de plaza fuerte que se reprodujo en el territorio donde se ubicaban los dependientes de b. Hafsun en fastuosos palacios y admirables mansiones.
Las fuentes expresan claramente la jerarquización de los dependientes de Ibn Hafsun, situándose a su cabeza los propios hijos del rebelde, pero destacándose de entre los dependientes los importantes y notables, un número limitado de personajes, entre los que se encontraban un obispo, mercenarios, rebeldes menores englobados, y algunos que lo consiguieron por méritos militares en una especie de promoción interna.
Para mantener este complejo sistema, se buscaron legitimidades y alianzas externas, como el intento de ser reconocido por el califa abbasí a través de los príncipes aglabíes de al Qayrawan, contactos con un príncipe Idrisí de Marruecos, o, dentro de la Península, la búsqueda de apoyos, sin éxito, del gran linaje muladí de los Banu Qasi del valle del Ebro, o del propio Alfonso III de Asturias, aunque si conseguiría la alianza y el apoyo con hombres y dinero de los Banu Hayyay, árabes rebeldes de Sevilla, al igual que reconoció al recién proclamado califato fatimí en Túnez en el año 910, por lo que en la mezquitas de Bobastro se dictaron prédicas si´íes, y ello pese a que desde el año 899 Umar b. Hafsun había renegado del Islam y adoptado el cristianismo de sus ancestros.
Sin embargo, las alianzas y legitimidades no iban a permitir la expansión de b. Hafsun, quien sufrió una estrepitosa derrota en Poley ante el ejército emiral en el año 891, advirtiéndose con el cambio de siglo un giro en la situación, ahora favorable para el estado cordobés, e iniciándose con la llegada al poder del emir Abderramán III en 912, una lucha sistemática contra todo tipo de rebeldes.
En efecto, recién llegado al poder organizó las campañas sucesivas de Algeciras, con las que obtuvo todo el territorio gaditano, y la llamada de Monteleón, en la que consiguió la rendición de los rebeldes muladíes de la zona de Jaén y de los árabes de Elvira, con lo que el territorio de Ibn Hafsun quedó aislado de sus más importantes aliados.
En los años siguientes se inició el cerco de Bobastro con la construcción de varias fortalezas a su alrededor, lo que trajo consigo la división de sus ocupantes, apareciendo una sección partidaria de pedir la paz encabezada por el obispo Ibn Masqim, quienes consiguieron convencer a Ibn Hafsun, el cual envió cartas en tal sentido al emir, asentándose las paces en el año 916, situación que se mantuvo hasta que murió en total lealtad y rectitud, al decir de las fuentes, dos años después, lealtad que se manifestó al combatir con el ejército emiral a su propio hijo Sulayman, rebelde en la fortaleza de Úbeda.
El pacto fue bastante generoso, pues, además de los intercambios de regalos en los que se mostró la munificencia del emir, este le permitió la conservación con carácter hereditario, de un total de ciento sesenta y dos fortalezas de su territorio.
Sin embargo, los hijos de Ibn Hafsun mantuvieron la rebeldía en Bobastro durante diez años más, donde se sucedieron en un ambiente de rivalidades cada vez más enrarecido, hasta la rendición final del último de ellos, Hafs, ante el Ejército sitiador en 928, poniendo fin a la más importante revuelta contra el emirato de treinta años de duración.
Ese mismo año Abderramán III se presentó en Bobastro y, tras mandar destruir las fortificaciones y la mezquita mayor, porque en ella se habían lanzado proclamas si´íes, ordenó abrir las sepulturas de Umar y de su hijo Yafar, decidiendo exhumar los cadáveres al observar que estaban enterrados según el rito cristiano, y trasladarlos a Córdoba, donde fueron colocados en sendas cruces, hasta que una riada los hizo desaparecer.
Al año siguiente de la conquista de Bobastro, Abderramán III decidió autoproclamarse califa, adoptando el título que habían llevado sus antecesores en Oriente, y, si bien no se puede establecer una relación directa entre ambos hechos, puesto que la causa fundamental fue la rivalidad con el recién creado califato fatimí en el Magreb, la victoria sobre los hafsuníes significaba el inicio de la pacificación definitiva de al Andalus.
Esta se llevó a cabo mediante la combinación de dos procedimientos, pues, por una parte, los cabecillas de los rebeldes fueron ejecutados o llevados a Córdoba, como sucedió con el último de los hijos de Umar, mientras que al común de la población se le obligó a bajar al llano y vivir en las alquerías, tras la destrucción de la mayoría de las fortalezas en que se habían instalado durante la revuelta, iniciándose así el siglo más pacífico en la historia de al Andalus.
ACIÉN ALMANSA, Manuel, Diccionario Biográfico Español, Real Academia de la Historia, 2010, Vol XXVI, págs. 790-793.

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