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Nombre de la más famosa y larga dinastía musulmana de
Oriente. Fundada por Abu l´Abbas, descendiente de al Abbas, tío del
Profeta, se presentó primeramente como reivindicadora de los derechos
postergados de la familia de Mahoma, conspirando en un principio y sublevándose
después contra la dinastía reinante, la de los Omeyas.
Vencido el último califa de esta junto al Gan
Zab (750), Abu l´Abbas desencadenó la persecución y el exterminio de
los miembros de ella, y después de la horrible carnicería de Abu Frutus pudo
con justicia adoptar el apodo de al Saffah (el implacable
derramador de sangre); solo un individuo Abderramán I ben
Muawiya (nieto de Hisam, el décimo califa Omeya de Damasco), pudo escapar para
establecer en España un emirato independiente del Oriente, que acabará por
convertirse en Califato con su sucesor Abderramán III.
Los abasíes abandonan Damasco y Siria; establecen su
capital primero en Kufa, con lo que la influencia arameo-bizantina
se cambia por la persa; en contraposición a los Omeyas, se manifiestan desde el
primer momento por conceder una mayor importancia al factor religioso, haciendo
hincapié en su función de defensores de la religión y protectores de los ulemas (los
doctores de la ley), y así, en el curso de su historia, es el poder temporal el
que se debilita en sus manos, con el desmembramiento del imperio, pero se
aumenta el celo religioso de los califas, que persiguen con renovado vigor las
herejías e innovaciones y se esfuerzan por mantener su prestigio en el terreno
religioso, en perjuicio del gobierno.
Los primeros cien años marcan el momento de máximo
esplendor del Islam no solo como Imperio, sino también como cultura y
civilización; las riquezas se amontonan en Kufa y luego en Bagdad,
la ciudad fundada por el segundo califa, al Mansur, que se rodea
del máximo lujo; el protocolo de corte se complica; el califa es ya un rey de
tipo persa, temido y nunca visto por sus súbditos, que nada tiene ya que ver
con el gobierno patriarcal de los primeros soberanos; la organización
administrativa se perfecciona y hace sumamente compleja; se desarrollan la
gramática y las ciencias.
En 755, Abderramán, el omeya fugitivo, desembarca
en Almuñécar y se independiza; los beréberes de África
aprovechan las más mínimas ocasiones para pretender sacudirse del yugo de los
árabes.
Con al Madhi y al Hadi se
abre el periodo de las intrigas palaciegas, y los Barmakíes, la
poderosa familia que acapara el poderoso cargo de primer visir se entromete más
y más en los asuntos de Estado.
Con Harun al Rasid, el califa de Las
mil y una noches, caen los Barmakíes, que son exterminados: marca el
momento de apogeo, pero también el de la iniciación de la decadencia; en su
tiempo Idris, fundador de Fez, instala un reino independiente en
Marruecos (788).
Ibrahim b. Aglab inaugura
poco después otra dinastía que, a título de feudo hereditario, es en realidad
totalmente independiente de Bagdad; el imperio abarca ya demasiados pueblos,
demasiadas distancias, demasiadas civilizaciones dispares, demasiadas
mentalidades diversas, y la unidad era imposible; sobre todo, el Occidente
queda ya muy lejos y desvinculado también espiritualmente del Oriente.
Con al Mamun, el llamado Augusto de los
árabes (o el Felipe IV) florecen las letras y la cultura; se funda un gran
observatorio; se traduce el pensamiento griego (Aristóteles); se crea la
Teología; pero el Jorasán se hace independiente de los Tahiríes.
Al Mutasim, su sucesor,
comete la equivocación de confiarse a los turcos, pensando formar un ejército
de ellos a base de una verdadera guardia pretoriana.
Al Mutawaqqil es
llamado el Nerón de los árabes por sus persecuciones, de tipo religioso muchas
de ellas.
Al Mutazz quiere
aniquilar el poder de los turcos, buscando el apoyo de los beréberes, pero no
lo consigue y es asesinado por aquellos; los pretorianos nombran califas a su
gusto; en su época los Tuluníes se establecen en Egipto e
intentan la invasión de Siria (868); al mismo tiempo, la revolución qarmata,
de tipo socialista y heterodoxa, se extiende por Persia, Siria y el Yemen.
En tiempo de al Muqtadir, con motivo de la
represión de una sublevación, el eunuco Munis recibe el título
de Emir al umara, Príncipe de Príncipes, y ejerce a partir de ese momento
(908), el poder absoluto, no quedando en manos del califa más que el título y
el poder espiritual; la historia del califato deja de ser ya tal historia,
quedando reducida a la relación de las revoluciones e intrigas palaciegas: lo
que pasa fuera de Bagdad ya no interesa.
En el siglo X hay tres califatos en el Islam:
1.
1.
El de los abasíes de Oriente
2.
El de los fatimíes de Egipto
3.
El de Córdoba en España
En la centuria siguiente, los turcos selyúcidas entran
en Bagdad, y a partir de 1055 el nombre bárbaro de Tugrilbeg se
pronuncia en los púlpitos junto al del califa; y, para acabar, en el s.XIII
otro movimiento de pueblos origina el empuje de las tribus mogolas hacia
Occidente, y en 1258 Hialgú toma Bagdad y declara abolido el
califato en la persona de al Mutasim, con lo cual termina la dinastía que
tantos días de esplendor había dado al Islam.
PERPIÑÁ, Enrique, Diccionario de Historia de España,
dirigido por Germán Bleiberg. 2ª edición. Ed. de la Revista de Occidente, 1969,
tomo A-E, págs. 4-5.
Dinastía musulmana que se consideraba descendiente de
Fátima, la hija de Mahoma, casada con el primo e hijo adoptivo de este, Alí. Su
fundador fue Ubaid Allah, quien se constituyó como califa y emir
aluminín (jefe de los creyentes) y tomó el título de mahdí,
estableciendo su nuevo régimen fatimí en Túnez en 909.
En 925 ya había conseguido dominar casi todo el norte
de África, salvo Ceuta, a donde Abderramán III había
enviado una guarnición. Los éxitos políticos y militares de los fatimíes
estaban relacionados con la proclamación de un nuevo sistema de ideas
religiosas.
Teológicamente estas ideas eran la forma ismaelita del
shiísmo y afirmaban que la comunidad islámica tenía un jefe designado —en
Túnez Obeid Allah—, descendiente del profeta y, por tanto, con
inspiración y apoyo divinos. La consecuencia política de este pensamiento era
el derrocamiento de los gobernantes existentes, puesto que no eran legítimos, y
su sustitución por un gobierno autocrático dirigido por el imán.
Así, los fatimíes, desde que comenzaron a gobernar
en CairuánQayrawan, actual Túnez), reivindicaron la
soberanía universal sobre el mundo islámico y enviaron agentes a las provincias
del imperio abasida, transformando hábilmente los descontentos locales en
apoyos a su causa.
Aprovecharon, pues, también el descontento existente
entonces en España. El cuarto califa, Al Moizz (953-975),
comenzó una vigorosa expansión y en 969 conquistó Egipto, a donde traslada su
corte. A partir de esta época el poder fatimí declinó en Marruecos y Túnez.
Cuando Abderramán asumió los títulos de califa y jefe de los creyentes,
estaba afirmando la independencia del gobierno de Al Andalus respecto a toda
autoridad política musulmana superior, y alegada su carácter de descendiente de
los califas de Damasco. Con ello se enfrentaba a las pretensiones de los
fatimíes, y justificaba teológicamente la soberanía que comenzó a imponer sobre
los reyezuelos del norte de África.
Las ambiciones de los fatimíes se dirigieron entonces
a Siria, donde conquistan Jaffa y, durante algún tiempo,
Damasco. Las ciudades santas de La Meca y Medina reconocieron la soberanía
fatimí. En 955, Al Moizz envió una expedición contra Abderramán III, saqueando
Almería.
El califato fatimí persistió hasta la aparición de los
turcos, que comenzaron por derrotarlos en Siria. Más tarde, Saladino depuso
al último califa, al Adid, en un hábil golpe de estado (1171).
La dominación fatimí en Egipto, había durado dos
centurias y, con ella, la doctrina shi´í. Durante esta época,
Egipto vio levantarse grandes construcciones arquitectónicas y además fue
perfilando una personalidad característica dentro del mundo islámico.
DE ANDRÉS, Rosana, Enciclopedia de Historia de España,
dirigida por Miguel Artola, Ed. Alianza Editorial, 1991, tomo IV Diccionario
biográfico, págs. 289-290.
Reciben el nombre de mozárabes los
cristianos que, viviendo en zona dominada por los árabes tras la conquista y
dominación de la Península Ibérica por los musulmanes en el 711, conservaron
sus tradiciones, leyes, costumbres y religión.
La doctrina coránica ordena respetar mediante pacto o
acuerdo a los vencidos, siempre que pertenezcan a la gente del Libro,
es decir, judíos o cristianos. Así, cuando la huestes de Tariq, en
711, se adueñaron del decadente reino visigodo se comprometieron inicialmente,
a no intervenir en los asuntos internos de los mozárabes.
A estos se les dejará en posesión de sus bienes, se respetarán sus derechos
privados, no se reducirá esclavitud a sus mujeres e hijos, podrán hacer uso de
sus iglesias y mantener puras sus creencias religiosas. Además, estarán
protegidos de todo ataque interior y exterior.
Como contrapartida, los mozárabes pagarán un tributo
anual por varón adulto yizya y deberán contribuir a la defensa
de los territorios controlados por los islamitas; no podrán acceder a cargos
públicos de importancia y los pleitos entre cristianos y musulmanes se solucionarían
según la legislación árabe.
El jurado estaría compuesto en su totalidad por súbditos musulmanes. El
matrimonio entre hispanoárabe y cristiana estaba permitido y era costumbre
general. Sin embargo, ningún cristiano podía unirse legalmente a musulmana. El
paso de un mozárabe al islamismo conllevaba la conversión directa de todos los
hijos menores de edad.
Durante el siglo IX al menos los mozárabes pagaron un impuesto
extraordinario al comienzo o fin de cada mes lunar musulmán. Estaban libres de
pago las mujeres, los niños, los enfermos sin posibilidades económicas, los
ancianos, los mendigos y los esclavos.
También estaban los mozárabes obligados a contribuir
al sostenimiento del estado musulmán con el pago del jaray, o
impuesto sobre el 10% del valor de los productos de la tierra (abonado casi
siempre en especie), y cuyo importe nunca era superior al pagado en época
visigoda.
Si los mozárabes habían accedido a la propiedad de la tierra a través de
pactos o capitulaciones con los invasores tenían derecho a venderlas,
transmitirlas por herencia o enajenarlas. Sin embargo, y como consecuencia del
constante aumento del gasto público califal, numerosos califas sometieron tanto
a los mozárabes, como grupo social dominado, como a sus posesiones y bienes a impuestos
extraordinarios.
Los mozárabes solían agruparse en comunidades en zonas
o barrios específicos de las poblaciones en las que se asentaban. El comes,
personaje de cierta influencia social, era el responsable de la comunidad ante
la administración musulmana. El exceptor era el responsable de
la recaudación tributaria del colectivo mozárabe correspondiente. Un censor o judex resolvía
los conflictos jurídicos que pudieran surgir entre los mozárabes.
En el nombramiento de estas autoridades participaron las
autoridades musulmanas, bien nombrando directamente a cada responsable, bien
aprobando las candidaturas que presentaban los notables mozárabes. A veces,
el comes formó parte del consejo del emir. Los mozárabes
conservaron sus leyes Lex Gotthorum, Liber Iudiciorum, además de
sus jueces.
Al cumplirse un siglo de la conquista la mayor parte
de la población hispanovisigoda se había convertido al islam. De esta manera se
evitaba pagar el impuesto de la yizya y se obtenía la
igualación de derechos (al menos en teoría) con los musulmanes. Así, en el
siglo XI los mozárabes formaban un minoritario grupo religioso y jurídico —no
étnico ni lingüístico— en el conjunto de la sociedad islamita.
Se diferenciaban del resto de los pobladores de al Andalus por vivir en
barrios separados, tener cementerios propios, celebrar su propias fiestas y
practicar una religión diferente a la oficial.
El malestar producido por las continuas exigencias
tributarias de ciertos emires fomentó levantamientos y motines contra el poder
de Córdoba. Bajo el reinado de al Hakam I (789-852) tuvo lugar
un movimiento disidente de tintes religiosos, pero que en realidad escondía un
profundo malestar social.
La oposición al Islam dio lugar a una gran
proliferación de mártires, que no estaban de acuerdo con el sistema
jurídico impuesto hasta entonces. El espíritu, la cabeza visible del movimiento
fue san Eulogio de Córdoba. Propugnaba la vuelta al primitivo
sentimiento cristiano en contra de los contactos islamizantes por los que
estaba pasando la religión cristiana.
Apaciguada violentamente la rebelión mozárabe del
siglo IX, las comunidades cristianas de al Andalus no supusieron ningún problema
para la administración califal. Sin embargo, la emigración de monjes cordobeses
al reino leonés, así como el desalojo de sus propiedades por los beréberes, y
—ya en el siglo XI— la fuga continua de colectivos mozárabes a Zaragoza,
franja levantina y Toledo son indicadores serios del profundo malestar de este
grupo social.
No se conocen alteraciones sociales mozárabes en los
reinos de taifas. Parece claro, no obstante, que algunos mozárabes aportaron
información de primer orden a los reinos cristianos del norte en la empresa
reconquistadora. En consecuencia, los almorávides tomaron
medidas represivas contra ellos y los almohades decretaron
su expulsión.
AZCONA PASTOR, José Manuel, Enciclopedia de Historia
de España, dirigida por Miguel Artola, Ed. Alianza Editorial, 1991, tomo V
Diccionario temático, págs. 837-838.
Dícese del cristiano hispánico que en al Andalus
abrazaba el islamismo. La conquista árabe y la rápida conversión al Islam
de los pueblos conquistados solo pueden explicarse por causas de tipo
económico-social.
El Corán había establecido una diferencia sustancial
ante el fisco entre los musulmanes e infieles. Estos últimos, aunque estuvieran
amparados por pactos ('ah'), podían ser esquilmados con mayor facilidad
que en el caso de los primeros, a los cuales, teóricamente, solo podía
exigírseles el azaque o limosna.
Para salvar su hacienda, la mayoría de los terratenientes de los países
vencidos se convirtieron enseguida al Islam. Por otra parte, la jurisprudencia
determinaba que los siervos y esclavos cuyo patrón no se islamizara antes que
ellos, recobraban la libertad.
Todos estos neófitos recibieron el nombre de musalima,
y entroncaban espiritualmente con las familias musulmanas con que tenían mayor
relación. Así nació un vínculo afectivo, de extraordinaria solidez, que ligaba
a patrones con clientes o mawlás.
Los descendientes de los musalima recibieron el nombre
de muwalladum(muladíes), que no puede traducirse por renegados,
porque los así denominados habían nacido ya en el seno del Islam.
Las conversiones en masa disminuyeron los ingresos del
fisco, por lo que las autoridades idearon toda suerte de subterfugios (excepto
durante el califato de Umar II para continuar cobrando de los
muladíes los mismos impuestos que pagaban antes como dimmies.
Esta política motivó frecuentes sublevaciones, entre
las cuales descuella la de Maysara, que, a su vez, debía
desencadenar la de los bereberes de la Península. Posteriormente la tributación
alcanzó, en su ilegalidad, a todos los súbditos del imperio, sin distinción de
origen —como se ve en la lista de tributos de la cora de Córdoba conservada
por al Udri—, pero no borró el recuerdo de la genealogía de las
distintas familias.
Gracias a ello se sabe el origen muladí de varias
familias andaluzas que desempeñaron un papel importante en la historia, como la
de los Banu Qasim, Umar b. Hafsun, Abderramán al Yilliqi, Ibn al
Qutiyya (el hijo de la Goda), Ibn Mardanis; Banu Angelino y Sabarico,
etc.
VARIOS AUTORES, Enciclopedia Larousse, Ed. Planeta,
1993, tomo 16 pág. 7564.
Recibieron este nombre los Banu Sarray,
familia noble de origen africano, que jugó un importante papel en Granada.
Durante el s. XV el reino nazarí atravesó una crisis sociopolítica causada por
estar su economía en manos de mercaderes genoveses, depender del exterior para
asegurarse el abastecimiento alimentario, así como por la existencia de un
sistema fiscal agobiante a causa de las parias tributadas a Castilla.
En este contexto, la nobleza granadina luchó por mantener sus niveles de
ingreso: acumulando cargos políticos y militares, y obteniendo beneficios
fiscales. La no existencia de una regulación clara del derecho de sucesión al
trono nazarí, hizo que los diferentes linajes accedieran al poder mediante
conspiraciones palaciegas, con las que mediatizaban al sultán o lo reemplazaban
si era necesario.
Los abencerrajes fueron los más genuinos
representantes de esta política. Su primera intervención tuvo lugar en 1419,
cuando apoyaron a Muhammad IX,
el Zurdo, y derrocaron a Muhammad VIII,
el Pequeño.
Este hecho dividió en dos bandos irreconciliables a la
nobleza nazarí: los Banu Sarray y los Banu Kumasa que
apoyaron al usurpador, y los bannigas y alamines que
conformaron el partido legitimista que defendió los derechos del sultán
depuesto.
Estalló una grave crisis política en la que Muhammad
IX disputó el trono a Muhammad VIII, y a sus sucesores Yusuf IV y Yusuf V.
Al final, el primero, carente de descendencia directa, decidió nombrar su
heredero a un hijo de su enemigo buscando así la paz.
Esto no fue aceptado por los Abencerrajes, que se
negaban a repartir el poder con los legitimistas y elevaron al trono, con el
apoyo de Castilla, a Abu Nasr Sa´d b.
Ali en 1455.
Abu Nasr desvió la ira popular responsabilizando a su
visir y a los abencerrajes. Estos huyeron a Málaga tras ser asesinado su cabeza
de familia, Yusuf b. al Sarray. Allí proclamaron a Yusuf V, pero
Nasr pudo vencerles y obligarles a refugiarse en Illora.
En 1464 aprovecharon el descontento popular, provocado
por la creciente presión fiscal, para encumbrar al hijo del sultán, Abu l-Hasam
Ali (Muley Hacén),
quien nombró visir a Muhammad b. al Sarray.
La política de fortalecimiento de la corona,
desarrollada por el nuevo rey, significó la pérdida de poder por los
abencerrajes. Estos se sublevaron, pero fueron reprimidos ferozmente.
refugiados en Málaga, en 1473 huyeron a Castilla, desapareciendo
así del escenario político nazarí.
TORREBLANCA LÓPEZ, Agustín, Enciclopedia de Historia
de España, dirigida por Miguel Artola, Ed. Alianza Editorial, 1991, tomo IV
Diccionario biográfico, págs. 12-13.
Reciben este nombre o el de Banu Marin o Mariníes,
los miembros de una dinastía beréber que reinó en el Magreb extremo o Marruecos
desde mediados del s. XIII hasta la mitad del XV, y que tuvo gran influjo en el
desarrollo de los acontecimientos en el sur de la Península Ibérica. En la
segunda mitad del s. XI esta tribu fue empujada desde el Sáhara hacia el oeste
por los Banu Hilal.
A mediados del s. XII luchan con los almohades, por los
cuales son vencidos, y se refugian entonces en el interior del desierto. Más
tarde toman el desquite; en 1216 hacen una gran algara, y en años sucesivos
corren las tierras vecinas y ensanchan sus dominios. En 1244 vuelven nuevamente
a ser derrotados por los almohades.
Pero poco después se organizan bajo el emir Yahya
b. Abd al-Haqq y empiezan a anexionarse ciudades norteafricanas,
mientras el imperio almohade entra en decadencia. En años sucesivos se apoderan
de Mekinez, Fez, Taza, Rabat, Salé y por fin de Marrakech (1269)
y llegan a dominar todo el norte del África occidental.
España, como en tiempo de los almorávides y almohades, llegó a ser muy
pronto para los Banu Marin la tierra apta para la guerra santa. Esta fue una de
las principales causas que les movieron a intervenir en los asuntos de la
Península.
Los sultanes benimerines enviaban a al Andalus a los príncipes y caudillos
militares, cuya presencia les era peligrosa en sus dominios de Marruecos, los
cuales formaron el célebre ejército permanente de los reyes nazaríes de
Granada. Pero, en ocasiones, los mismos sultanes vinieron, al frente de grandes
ejércitos, a combatir a los cristianos e intervenir en la política del reino
musulmán granadino.
Tales fueron, por ejemplo, Abu Yusuf Yaqub,
Abu Yaqub Yusuf y Abu Hasan. El primero de ellos venció a
los cristianos capitaneados por don Nuño de Lara en la batalla
de Écija. Estos mismos sultanes hicieron algaras periódicas por
tierras cristianas: sitiaban y destruían ciudades, arrasaban campos y sembrados
y hacían prisioneros que luego eran vendidos en el norte de África.
Las relaciones con los reyes de Granada eran por lo general amistosas,
pero, algunas veces, llegaron a ser francamente hostiles. Los reyes granadinos
los llamaban para contrarrestar el empuje de castellanos y aragoneses, pero se
ponían en guardia frente a la insolencia y las exigencias de los africanos, y
pactaban con sus enemigos de religión para poner freno al peligro de los
benimerines.
En 1333, el sultán mariní Abu l-Hasan envió
a su hijo Abd al Malik, el cual recuperó Gibraltar, que años antes
había caído en manos de Castilla. Habiendo sido asesinado Abd al Malik, Abu
l-Hasan mandó un gran ejército y desembarcó él mismo cerca de Tarifa, que
estaba en poder de los cristianos. Se apresuró a tomarla, pero Alfonso XI acudió
inmediatamente y lo venció de modo rotundo en la famosa batalla del Salado (1340).
Este desastre desanimó de tal modo a los sultanes
benimerines que, desde entonces no osaron pasar a la Península a presentar
batalla a gran escala a los cristianos. A partir de ese momento los benimerines
abandonan los asuntos de España y se dedican a extender su imperio
exclusivamente por el norte de África, disputándose el dominio de las comarcas
de los Banu Hafs, los Abd al-Wad y otras dinastías
y tribus.
En 1401 el rey Enrique III de
Castilla desembarca en el Rif para vengarse de los ataques de los corsarios
berberiscos y destruye Tetuán. Este ataque produce en Marruecos la consiguiente
alarma, agravada en 1415 con la toma de Ceuta por los portugueses.
Se levanta una gran oposición a los Banu Marin, sobre
todo entre los alfaquíes y ulemas y se produce una situación de inestabilidad,
turbulencia y descontento general que termina en 1420 con el asesinato del
sultán Abu Sa´id y el ocaso del imperio mariní, que es
sustituido por el dominio de los Banu Wattás.
CASCIARO, José María, Diccionario de Historia de
España, dirigido por Germán Bleiberg. 2ª edición. Ed. de la Revista de
Occidente, 1969, tomo A-E pág. 505.
En la Córdoba omeya el esclavón es el esclavo de
procedencia nórdica, frecuentemente eunuco, y que era adquirido en los mercados
de Verdún y Praga. La introducción masiva de
esclavones saqaliba se inició a mediados del s. IX.
En la época de Abderramán III y
de Al Hakam II eran
muy numerosos y constituían un grupo homogéneo, con mucha influencia en la
administración del Estado, habiendo desplazado en buena parte a los esclavos de
otras preferencias que hasta entonces habían constituido la guardia
palatina.
Esta situación despertó celos de la hasta entonces
poderosa nobleza de origen árabe. Almanzor contrarrestó su influjo,
sin enemistarse con ellos, mediante el alistamiento de fuertes contingentes
bereberes que compensaron la importación de esclavones, cada vez más difícil,
dada la política de los emperadores germánicos.
En la guerras que pusieron fin al califato de Córdoba (1009-1031) los
esclavones desempeñaron un papel relevante, y consiguieron fundar varios estados
independientes en el Levante español.
VARIOS AUTORES, Enciclopedia Larousse, Ed. Planeta,
1993, tomo 8 pág. 3828.
Miembros de una tribu o grupo beréber del Magreb, de la que numerosas ramas
crearon reinos independientes en diferentes épocas o se aliaron a los grandes
poderes que dominaban el occidente musulmán.
La región geográfica originaria de los sinhaya fue la
actual Cabilia. Los sinhaya, enemigos seculares de otra gran tribu
magrebí, los zanata,
se aliaron con los fatimíes,
mientras que los zanata lo hicieron con los omeyasde
la Península.
Cuando el poder fatimí se desinteresó del occidente musulmán y conquistó
Egipto, la familia dominante de los sinhaya quedó como gobernadora en la zona
que antes pertenecía al imperio fatimí.
El vasallaje de los sinhaya a los fatimíes se rompió
con la independencia de Ifriqiya, y el fundador de la primera
dinastía sinhaya fue Ziri b. Atiyya, de donde proviene en nombre de
la dinastía Ziri, que mantuvo la capital de Kairuan y
fundó Asir (940).
Posteriormente, otra de las dinastías Sinhaya, fundada
por el nieto de Ziri, Hammad b. Buluggin, dio lugar a los
hammudíes; esta dinastía gobernó el norte de África de 1015 a 1152, y sus
capitales fueron Qal´a, Bugía, llamada Nasiriyya en
honor de su fundador al Nasir (1067).
Las dinastías que reinaron en el norte de África quisieron dominar todo el
Magreb, tanto las dinastías sinhaya como las zanata. En relación con la
política de al Andalus, los sinhaya fueron aliados de los fatimíes y enemigos
de los omeyas.
Sin embargo, en algunos casos, incluso por maniobra de los califas
andaluces, que necesitaban equilibrar su política en el norte de África o el
poder de las distintitas tribus beréberes en su propio suelo, tropas sinhaya
intervinieron en las luchas de la península.
En tiempo de Almanzor se reanudó en la
Península Ibérica la secular lucha entre los sinhaya y los zanata; el barrio de
al Rusafa, donde estaban instaladas las tropas sinhaya, sufrió un
saqueo por parte de la población cordobesa, que odiaba a los beréberes.
En época de Sulayman al
Mustain, los sinhaya instalaron el centro de su territorio en
Granada.
La superioridad militar de los sinhaya en el norte de
África terminó a causa de otra nueva invasión de tribus nómadas árabes,
los hilal y los sulaym, que reforzaron el elemento
nómada y contribuyeron poderosamente a la arabización del Magreb, que hasta
entonces se había mantenido beréber, especialmente las zonas montañosas, pues
el elemento árabe solo se había instalado en las ciudades, y aún en números muy
limitados.
VARIOS AUTORES, Enciclopedia Larousse, Ed. Planeta,
1993, tomo 20 págs. 9842-9843.
Miembros de una tribu o grupo beréber, originario del Magreb, de religión
musulmana y carácter nómada. Gran número de zanatas se establecieron en la Edad
Media en la Península Ibérica, en la que constituyeron la fracción beréber más
numerosa, como tropas mercenarias o aliadas de los califas omeyas.
En el Magreb, los zanata fueron enemigos tradicionales
de la tribu sinhaya,
beréberes de carácter más sedentario, y, a partir de la llegada de las tribus
orientales de los Banu Hilal en el s. XI, se asimilaron a
estos nuevos contingentes, por tener varios rasgos en común, con lo que se
arabizaron y se aliaron con ellos para vencer la presión de los sinhaya.
Al igual que la mayoría de los beréberes aposentados en al Andalus,
ocuparon zonas montañosas o las más pobres, que, a causa de la discriminación
social y económica que sufría la población beréber, fueron siempre un foco de
sublevación contra la minoría árabe.
Muchos zanata llegaron a al Andalus, seguramente
atraídos por la política de Abderramán III (912-961)
y por la de Almanzor (978-1002),
interesados ambos en poseer tropas mercenarias. Córdoba favoreció especialmente
a los zanata para provocar la lucha constante de los fatimíes y
sus aliados los sinhaya contra los zanata magrebíes, de modo que aquéllos no
pudieran interesarse por la política de la Península.
En 971, los hermanos Hamdum formaron
un reino magrebí fiel a Córdoba, pero poco después tropas sinhaya tomaron
represalias contra los zanata. La política de Almanzor favoreció a estos, en
especial al grupo de Ziri b. Atiyya, quien fue nombrado gobernador
de los territorios omeyas del N. de África. Ziri se independizó de Córdoba,
pero los ejércitos califales se apoderaron de sus estados; posteriormente
volvió al vasallaje de Córdoba y fue nuevamente gobernador omeya.
El grupo de al Andalus rompió los lazos de vasallaje
entre las tribus beréberes y los omeyas; posteriormente, en las luchas por el
trono, los beréberes apoyaron a Sulayman al
Mustain (1013-1016), quien, al ser nombrado califa, repartió
grandes feudos entre las tropas sinhaya y zapata.
La dinastía hammudí fue también apoyada por los zanata. Finalmente, los
cordobeses decidieron establecer un gobierno ciudadano, deshaciéndose de las
tropas beréberes. Al convertirse al Andalus en un conjunto de pequeños estados,
varias taifas fueron dominadas por dinastías beréberes zanata, en particular en
el SE. de la Península.
VARIOS AUTORES, Enciclopedia Larousse, Ed. Planeta,
1993, tomo 24 pág. 11753.
Pertenecientes o relativos a la escuela jurídica de
Malik b. Anas. Malik fue un jurista musulmán que nació en Medina en 715 y murió
en la misma ciudad en el año 795. Codificó y sistematizó el derecho
consuetudinario de Medina, infundiéndole pensamientos religiosos y morales, en
el Kitab al Muwatta (el camino allanado).
Sus argumentaciones se fundan tanto en la práctica como en el hadiz. Se ha
reprochado injustamente a su doctrina el haber dificultado el progreso del
Islam. Sus discípulos constituyeron la escuela malikí y se extendieron
especialmente por el Magreb y España, donde penetraron a fines del siglo VIII,
y dominaron de forma continuada, imponiéndose definitivamente a partir del s.
XI.
Los jurista malikíes más importantes de la península
ibérica fueron: Isa b. Dinar, Yahya b. Yahya y Abd
al Malik b. Habib (autor de Kitab al Wadiha, uno de los
cuatro textos fundamentales de los malikíes. La escuela malikí es la más
extendida en Marruecos, Argelia, Tunicia y África occidental, donde Mujtasar de
Jalil b. Ishaq, manual de derecho malikí, es el más estudiado. La escuela está
muy poco extendida en oriente.
VARIOS AUTORES, Enciclopedia Larousse, Ed. Planeta,
1993, tomo 14 pág. 6861.
Derivado del árabe faquib, en las primeras
generaciones islámicas designa simplemente a quien conoce o comprende alguna
cosa, conceptuándose bajo tal significación como sinónimo de ´alim y fahim.
Más tarde, cuando fiqh deja de ser
sinónimo de ´ilm y se aplica únicamente a la ciencia
religiosa, luego a la ley religiosa y, por último, a la casuística, faquib enriquece
y amplía su primer significado de hombre instruido e inteligente, pasando
a designar sucesivamente al teólogo, al jurisconsulto y, por fin, al casuista.
En la definitiva fijación de su peculiar sentido
influyó considerablemente el empleo que de dicho término se hizo para traducir
el juris-prudens del Derecho romano.
Siendo cuatro las escuelas jurídicas del Islam
ortodoxo, hanifí, maliki, shafiiy hanbali, cada una de
ellas puede tener sus propios alfaquíes. En la España musulmana predominó el
malikismo y sus alfaquíes desempeñaron un importante papel en la historia
política y cultual de al Andalus:
Fueron los árbitros del emirato omeya, que perseguían
y ponían trabas a los importadores de la ciencia oriental; los que cortaron en
flor el desarrollo de las ciencias bajo el Califato, destruyendo la rica
biblioteca de al Hakam II, como juguetes movidos por la ambición de Almanzor;
los enemigos jurados de la civilización alegre, refinada y libre (aunque
políticamente suicida) de los taifas...; los que más tarde intentaron cercenar
el florecimiento de la gran filosofía helenizante bajo los almohades; los que,
por fin..., encorsetaron la vida espiritual granadina bajo un rígido caparazón
de conservadurismo teórico que ocultaba la podredumbre.García Gómez, Un alfaquí español: Abu Isaq de Elvira,
Madrid-Granada, 1944, pág. 56.
Así resume García Gómez las características esenciales de la actuación
cultural y política de los alfaquíes andaluces, tal como se revela en los
poemas de un miembro de su clan .
CABANELAS, Darío, Diccionario de Historia de España,
dirigido por Germán Bleiberg. 2ª edición. Ed. de la Revista de Occidente, 1969,
tomo A-E, págs. 114-115.
Formaron una dinastía que reinó de 661 a 750. Tras el asesinato de Utman
(656), su familia, la de los Umayya, acusó al cuarto califa Alí de complicidad.
Mientras la oposición se agrupaba en torno a Muawiyya, sobrino de Utman, una
parte de los partidarios de Ali le abandonaban (jariyíes). Alí fue asesinado
por un jariyí en 661 y su hijo renunció a sus derechos en favor de Muawiyya,
que fundóla dinastía de los omeyas. Muawiyya I (661-680) quien ejerció más las
funciones de monarca que de jefe religioso, inauguró la forma de sucesión
hereditaria en el imperio musulmán.
Durante su califato los musulmanes penetraron en Irán oriental y en África.
La unidad del Islam se estableció cuando el califa Abd al Malik (685-705), hijo
de Marwan, tomó Iraq y Hiyaz, derrotó a los jariyíes (esencialmente nómadas)y
chiítas (entre ellos los mawalí o musulmanes no árabes, tenidos por inferiores
por la casta dirigente), anexionó Jurasán y Omán y, a pesar de los esfuerzos de
Kahina, los musulmanes se establecieron firmemente en Berbería. Para desviar a
los peregrinos de la Meca se construyeron monumentos religiosos en Jerusalén.
Abd al Malik consolidó su autoridad al instituir un nuevo sistema
administrativo imperial cuya lengua oficial fue el árabe.
Walid I (705-715) y Sulayman (715-717) prosiguieron esta política
expansionista; Transoxiana y los confines con la India fueron ocupados (Multán,
713), al mismo tiempo que el gobernador de Berbería, Musa, envió a Tariq a
conquistar España (711).
Durante el reinado de Walid I (705-715) se construyó la gran mezquita de
los omeyas de Damasco. Umar, hijo de Abd al Aziz, marcó el apogeo de la
dinastía y se distinguió por su piedad e integridad. Entonces la expansión del
Islam sufrió un estancamiento, y los sucesores de Umar no pasaron de la
mediocridad. Por otra parte, los pueblos sometidos empezaron a rebelarse, tanto
en Jurasán como en Berbería, Arabia y Mesopotamia (jariyíes).
A raíz de la sublevación de Siria Hisam (724-743) se vio obligado a abandonar
Damasco y establecerse en Rusafa, ciudad enclavada en el desierto, donde los
omeyas encontraron el marco de su vida ancestral. Durante esta época, las
disputas por el poder y el descontento provocado por las cargas fiscales
engendraron la anarquía.
El último omeya, Marwan II (744-750), fue derrotado en el Gran Zab,
afluente del Tigris (749), y Abu I Abbas al Saffah fue proclamado en 750 el
primer califa abbasí. Los miembros de su familia fueron asesinados, y la
tradición histórica abbasí vilipendió a los omeyas (a excepción de Umar), a los
que consideró reyes, pero no califas.
VARIOS AUTORES, Enciclopedia Larousse, Ed. Planeta,
1993, tomo 17 pág. 7995.
Rebelde muladí. Umar b. Hafsun. Turriyilla (Málaga),
c. 846-Bobastro, Ardales, (Málaga), 1-II-918. Rebelde muladí contra el emirato de Córdoba. Se trata del más
importante de los rebeldes andalusíes contra el emirato de Córdoba, que llegó a
enfrentarse con cuatro de ellos desde el inicio de su revuelta en el año 878
hasta su rendición en 916 a Abderramán III.
Esa importancia se refleja en la relativamente abundante información que
suministran las fuentes árabes sobre este personaje, si bien algunas noticias
han sido puestas en duda por determinados historiadores, al igual que han
permitido contradictorias interpretaciones en la historiografía desde el s.
XIX.
Entre estas, se encuentran las que lo consideran un
héroe nacional, caudillo de la raza española en lucha contra los árabes
invasores, hasta las que lo entienden como un bandido con éxito depredador de
las clases menesterosas, mientras que últimamente se considera como un ejemplo
de la crisis que sufrieron los herederos del protofeudalismo visigodo ante
la consolidación del estado islámico.
Según esas fuentes, el origen de su familia se remonta
a un comes de época visigoda, un tal Alfonsus,
asentado en la zona de la serranía de Ronda, del que se transmite
su descendencia directa hasta el biografiado. Se informa también que un miembro
de esa genealogía, Ya´far, se islamizó, al añadirle el apodo al
Islam, y se trasladó a la zona de los montes de Málaga en tiempos del
emir al Hakam I,
apareciendo ya el resto de sus descendientes con onomástica árabe.
Otro cambio en la onomástica tuvo lugar con el padre
de Umar, Hafs, del que se dice que, ya en el nuevo asentamiento de la familia,
se engrandeció, por lo que pasó a denominarse Hafsun, si bien no se tiene
constancia clara de en que consistió ese engrandecimiento, pues las fuentes tan
solo aluden a que construyó una iglesia en una almunia que poseía, aunque la
familia si debía ostentar un cierto control sobre los hombres, pues en el
inicio de la rebeldía de Ibn Hafsun, su tío Mutahir le cedió
cuarenta jóvenes, operación que volvió a repetir tras el abandono del ejército
cordobés y la instalación definitiva de Umar en Bobastro.
En esta zona tuvo lugar el nacimiento de Ibn Hafsun en
la aldea de Turriyilla (Torrecilla), topónimo que alude a una
posible residencia aristocrática, cerca de la fortaleza de Awta,
que se ha querido identificar con el actual cortijo de Auta (término municipal
de Ríogordo, Málaga).
Los primeros datos de su biografía se asemejan a un relato novelesco, pues
huido de la justicia por haber asesinado a un convecino, se refugió en lo que
será luego el centro de su rebelión, Bobastro, si bien, en busca de mayor
seguridad, se trasladó a Tahart, capital de Estado Rustami, en la actual
Argelia, donde permaneció un tiempo oculto, hasta que decidió volver al territorio
originario debido a la doble coyuntura del temor a ser reconocido y entregado a
la justicia y a un relato premonitorio del éxito como rebelde en al Andalus.
La vuelta se produjo en 878, iniciando la rebelión con
los jóvenes cedidos por su tío en Bobastro, donde se rodeó de sospechosos
y malvados a los que ataría con la promesa de el botín, según las fuentes, con
los cuales consiguió los primeros objetivos, la ocupación de las fortalezas
de Awta, Comares y Mijas, en las
proximidades.
El inicio de la rebelión coincidió con la revuelta
generalizada que se estaba dando en todo el territorio de al Andalus, en la que
participaron grupos sociales de los más diverso, como tribus beréberes,
importantes linajes árabes y poblaciones autóctonas, tanto cristianas como mozárabes,
musulmanas o muladíes,
entre los que se encuentra Ibn Hafsun.
El punto en común de esos diversos grupos era su
oposición al reforzamiento del estado emiral cordobés, en especial tras las
reformas introducidas por Abderramán II,
entre las cuales se encontraba una fiscalidad novedosa y homogénea, basada en
el Derecho islámico, y que puso fin a los privilegios de diverso tipo que
venían gozando desde el momento de la conquista y la instalación de los
musulmanes en la Península.
La diversidad de grupos en liza se manifestó en una multitud de revueltas
que, en su momento más álgido, finales del s. IX, tuvieron como consecuencia
que el estado emiral solo controlase la ciudad de Córdoba y sus inmediaciones,
lo que se tradujo a su vez en la casi desaparición de las acuñaciones
monetarias y con ello los ingresos fiscales.
Pero pese a la generalización de las revueltas por
todo el territorio, no se observaron uniones o actuaciones conjuntas que
obedecieran a motivos étnicos, o religiosos, aunque si se dieron alianzas entre
los elementos más diversos, bien duraderas o coyunturales, al igual que
enfrentamientos entre unos grupos y otros. En lo que se puede constatar, para
el caso de los muladíes,
en la evolución de la revuelta de Umar b. Hafsun.
Su primera etapa como rebelde saqueador de caminos y
consecución de botín de las poblaciones de los alrededores tuvo su final cuando
fue derrotado en 883 por el general del ejército emiral Hashim b. Abd
al Aziz, quien le ofreció el perdón a cambio de trasladarse a Córdoba con
su gente y alistarse como mercenario en el ejército emiral.
Era esta una práctica que tenía antecedentes en la
política del emirato, con el fin de integrar a través del ejército a importantes
linajes muladíes, como había sucedido con el rebelde de Mérida Ibn
Marwan al-Yilliqi, aunque sin éxito, al igual que sucederá con Ibn Hafsun,
pese a haberse distinguido militarmente frente a Pancorbo y contar con el
patrocinio del general aludido, pero las diferencias con un oficial del palacio
tuvieron como consecuencia el abandono del ejército y su vuelta a Bobastro,
para seguir con la rebelión en 885.
En esta nueva etapa, amplió algo más su radio de
acción, consiguiendo apoderarse de la vecina ciudad de Archidona y de las fortalezas-refugio que
se encontraban entre él y la costa, lo que consiguió, según las
fuentes, atrayéndose a la gente por el lado de la concordia.
Dichas fortalezas-refugio respondían a un fenómeno generalizado en todo el
Mediterráneo occidental de minúsculos establecimientos campesinos en lo alto de
los montes, cuya principal defensa consistía en su ubicación, que comenzaron a
implantarse en la Península en la época visigoda y se incrementaron a raíz de
la conquista islámica.
Pese a la ausencia de violencia en la ocupación, la
situación de rebeldía aumentaba prestando ayuda a los rebeldes árabes Banu
Rifa de Alhama de Granada, por lo que se van a repetir los ataques del
ejército contra el territorio de Ibn Hafsun, llegando el emir al Mundir a
retomar Archidona y a poner cerco a su centro de Bobastro, si bien la muerte
del emir en el asedio el año 888 impidió si propósito.
Con el nuevo emir Abdállah,
se dio un nuevo intento de atracción, nombrado a Ibn Hafsun cogobernador de
la kura (provincia) de Málaga, al igual que hará con el jefe
de los árabes rebelados de Elvira (Granada), en clara muestra de debilidad del
emirato. Fue la ocasión que aprovechó Ibn Hafsun, tras deshacerse del
cogobernador árabe, para conquistar toda la kura, ahora mediante operaciones
militares, e iniciar la expansión de su sistema, por muy diversos medios.
Así, atacó a otros rebeldes menores de la zona de
Algeciras y Sidonia, aceptando algunos de ellos su autoridad, se alió con los
beréberes Banu Jalidel occidente malagueño, y consiguió también la
alianza de los más importantes linajes muladíes, como Ibn Mastana de
la sub-bética cordobesa, e Ibn al Saliya y los Banu Habil en
el territorio jienense.
Con ellos consiguió expandirse por el valle del
Guadalquivir, es especial desde la plaza fuerte de Poley (Aguilar de la
Frontera), conquistando lugares como Écija, Baena, Lucena y llegando con sus
algaras hasta la campiña cordobesa y las inmediaciones de la ciudad, donde se
atrevió a atacar la tienda de campaña del emir Abdállah,
saliendo derrotado en esta ocasión.
También con sus aliados jienenses consiguió conquistar la capital, Jaén,
mientras que en Elvira (Granada), donde los habitantes muladíes de la ciudad se
enfrentaban a los árabes rebeldes del territorio, obtuvo por un tiempo la
ciudad, gracias al apoyo de un sector de sus habitantes, contrarios al perecer
de la mayoría.
Dicha expansión se llevó a cabo indiscriminadamente
sobre todo tipo de poblaciones de diverso origen y confesionalidad, mediante el
uso de la fuerza, de la que existen relatos de especial crueldad, como el
sufrido por los pobladores de Baena tras su artera conquista.
Pero la expansión se acompañó de transformaciones en el sistema, pues de
una primera fase de bandolerismo y saqueo que implicaba la rebeldía, se pasó a
la usurpación de los impuestos ordinarios y, en ocasiones, a imponer multas y
requisiciones excesivas, según los cronistas, como en los casos de Jaén y
Elvira.
Ello se hizo necesario ante la concentración de población militarizada y
jerarquizada en Bobastro, que se transformó en una enorme fortaleza, con
alcázares, arrabales, mezquitas e iglesias, modelo de plaza fuerte que se
reprodujo en el territorio donde se ubicaban los dependientes de b. Hafsun
en fastuosos palacios y admirables mansiones.
Las fuentes expresan claramente la jerarquización de los dependientes de
Ibn Hafsun, situándose a su cabeza los propios hijos del rebelde, pero
destacándose de entre los dependientes los importantes y notables, un número
limitado de personajes, entre los que se encontraban un obispo, mercenarios,
rebeldes menores englobados, y algunos que lo consiguieron por méritos
militares en una especie de promoción interna.
Para mantener este complejo sistema, se buscaron
legitimidades y alianzas externas, como el intento de ser reconocido por el
califa abbasí a través de los príncipes aglabíes de al Qayrawan, contactos con
un príncipe Idrisí de Marruecos, o, dentro de la Península, la búsqueda de
apoyos, sin éxito, del gran linaje muladí de los Banu Qasi del
valle del Ebro, o del propio Alfonso III de
Asturias, aunque si conseguiría la alianza y el apoyo con hombres y dinero de
los Banu Hayyay, árabes rebeldes de Sevilla, al igual que
reconoció al recién proclamado califato fatimí en Túnez en el año 910, por lo
que en la mezquitas de Bobastro se dictaron prédicas si´íes, y ello
pese a que desde el año 899 Umar b. Hafsun había renegado del Islam y adoptado
el cristianismo de sus ancestros.
Sin embargo, las alianzas y legitimidades no iban a
permitir la expansión de b. Hafsun, quien sufrió una estrepitosa derrota en
Poley ante el ejército emiral en el año 891, advirtiéndose con el cambio de
siglo un giro en la situación, ahora favorable para el estado cordobés, e
iniciándose con la llegada al poder del emir Abderramán III en
912, una lucha sistemática contra todo tipo de rebeldes.
En efecto, recién llegado al poder organizó las campañas sucesivas de
Algeciras, con las que obtuvo todo el territorio gaditano, y la llamada de
Monteleón, en la que consiguió la rendición de los rebeldes muladíes de la zona
de Jaén y de los árabes de Elvira, con lo que el territorio de Ibn Hafsun quedó
aislado de sus más importantes aliados.
En los años siguientes se inició el cerco de Bobastro
con la construcción de varias fortalezas a su alrededor, lo que trajo consigo
la división de sus ocupantes, apareciendo una sección partidaria de pedir la
paz encabezada por el obispo Ibn Masqim, quienes consiguieron
convencer a Ibn Hafsun, el cual envió cartas en tal sentido al emir,
asentándose las paces en el año 916, situación que se mantuvo hasta que
murió en total lealtad y rectitud, al decir de las fuentes, dos años después,
lealtad que se manifestó al combatir con el ejército emiral a su propio
hijo Sulayman, rebelde en la fortaleza de Úbeda.
El pacto fue bastante generoso, pues, además de los intercambios de regalos
en los que se mostró la munificencia del emir, este le permitió la conservación
con carácter hereditario, de un total de ciento sesenta y dos fortalezas de su
territorio.
Sin embargo, los hijos de Ibn Hafsun mantuvieron la
rebeldía en Bobastro durante diez años más, donde se sucedieron en un ambiente
de rivalidades cada vez más enrarecido, hasta la rendición final del último de
ellos, Hafs, ante el Ejército sitiador en 928, poniendo fin a la
más importante revuelta contra el emirato de treinta años de duración.
Ese mismo año Abderramán III se presentó en Bobastro
y, tras mandar destruir las fortificaciones y la mezquita mayor, porque en ella
se habían lanzado proclamas si´íes, ordenó abrir las
sepulturas de Umar y de su hijo Yafar, decidiendo exhumar los
cadáveres al observar que estaban enterrados según el rito cristiano, y
trasladarlos a Córdoba, donde fueron colocados en sendas cruces, hasta que una
riada los hizo desaparecer.
Al año siguiente de la conquista de Bobastro, Abderramán III decidió
autoproclamarse califa, adoptando el título que habían llevado sus antecesores
en Oriente, y, si bien no se puede establecer una relación directa entre ambos
hechos, puesto que la causa fundamental fue la rivalidad con el recién creado
califato fatimí en el Magreb, la victoria sobre los hafsuníes significaba el
inicio de la pacificación definitiva de al Andalus.
Esta se llevó a cabo mediante la combinación de dos procedimientos, pues,
por una parte, los cabecillas de los rebeldes fueron ejecutados o llevados a
Córdoba, como sucedió con el último de los hijos de Umar, mientras que al común
de la población se le obligó a bajar al llano y vivir en las alquerías, tras la
destrucción de la mayoría de las fortalezas en que se habían instalado durante
la revuelta, iniciándose así el siglo más pacífico en la historia de al
Andalus.
ACIÉN ALMANSA,
Manuel, Diccionario Biográfico Español, Real Academia de la Historia, 2010, Vol
XXVI, págs. 790-793.
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