LA HIDRÁULICA RURAL NAZARÍ: ANÁLISIS DE UNA AGRICULTURA DE
ORIGEN ANDALUSI
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Antonio MALPICA CUELLO – Carmen TRILLO SAN JOSÉ
Universidad de GRANADA
Nuestra
propuesta es discernir el papel que tiene la hidráulica en el mundo rural
nazarí. Hacemos, pues, una distinción entre el agua que abastece los núcleos
urbanos y la que riega los campos. En cuanto a la primera es muy poco lo que se
sabe, si bien el tema de investigación habrá de progresar en un futuro dada la
necesidad que tenemos de su conocimiento para comprender las ciudades
granadinas.
La
estructura agraria nazarí es heredera directa de la anterior, la andalusí, pero
claramente evolucionada, como tendremos ocasión de mostrar. Por eso, estamos
obligados a entrar en un análisis de mayor amplitud y de más alcance. Ante
todo, cabe definir la agricultura irrigada y mostrar las diferencias que
presenta con respecto a otras que conviven con ella y que incluso la han
precedido. Es mejor que lo hagamos partiendo de la comparación de aquélla con
respecto a la que consideramos romana. Más tarde tendremos que precisar los
aspectos esenciales de la andalusí. Por último, estudiaremos la irrigación
nazarí en el marco rural.
La
agricultura irrigada puede considerarse una aportación de los árabes al
Mediterráneo occidental. El agro ecosistema que se generó no sólo se explica
por la llegada del agua a los campos y por el aumento de la productividad de la
tierra, sino por la incorporación de diferentes especies vegetales. Estas
plantas tienen un origen distinto del propiamente mediterráneo. En su día,
Watson puso de relieve ese punto1, señalando la procedencia de las mismas. Esta
realidad advierte de la imposibilidad de acometer un análisis de tales
cuestiones sin tener en cuenta la globalidad, en sus aspectos técnicos, biológicos
y económico-sociales.
El
mundo agrario sufrió una seria transformación con la instalación de una
agricultura en la que los campos irrigados eran esenciales. Si comparamos ésta
con la que anteriormente existía, nos damos cuenta de la verdadera dimensión de
su transformación.
Las
plantas cultivadas en época romana tenían una clara procedencia del ecosistema
mediterráneo. Como es sabido, sus condiciones climáticas son extremas. Las
temperaturas presentan unas amplitudes muy fuertes, no sólo estacionales, sino
también en el mismo día. Al mismo tiempo, las épocas de sequedad están muy
marcadas, de tal manera que los veranos suelen ser muy secos y calurosos. En
tales condiciones, los vegetales tienen claros mecanismos de defensa. En ese
clima único y excepcional el ahorro de agua es esencial.
Las
propias plantas están adaptadas a tan bruscos cambios. Como consecuencia de
ello, su crecimiento es lento, tardando en alcanzar la madurez2. Su principal
estrategia es la esclerofilia, que le sirve para hacer frente a la prolongada
sequía estival. Es lo mismo que ocurre con la coloración parda de sus hojas,
cuyo fin es no absorber demasiado las radiaciones solares. Asimismo, las
secreciones cerosas se volatilizan con facilidad al subir las temperaturas,
creando una atmósfera más favorable.
Tales
mecanismos se completan con la existencia de espinas, aguijones y otros
elementos que le sirven además de defensas frente al ataque terrible de los
herbívoros. Así pues, el mundo vegetal del ecosistema mediterráneo asegura su
supervivencia ante el déficit hídrico de esa variada forma, si bien con un
resultado evidente, el lento crecimiento de las plantas.
Se
observa tanto en las especies espontáneas, como también en las cultivadas. Un
somero estudio de las tres más significativas en el período romano pone de
manifiesto que estamos ante vegetales que están sometidos a los mismos ritmos y
problemas que tienen los que crecen naturalmente. Los cereales, especialmente
el trigo, la vid y el olivo nos lo pueden mostrar sin muchos problemas.
No es
fácil conocer cada cereal por las referencias que tenemos en las fuentes
escritas. Con frecuencia la mención del trigo no nos permite identificarlo
fácilmente. Hay diversas variedades que son llamadas con tal término. Se trata,
eso sí, de una planta gramínea anual, que puede crecer hasta 1 m, aunque es muy
complicado dar una definición más ajustada (3). Se ha constatado su presencia
en Europa desde fechas muy antiguas. Pero se ha discutido mucho su punto de
origen, lo que, en nuestra opinión, encubre una cuestión distinta. Al existir
varias clases de trigo cabe pensar que surgieran en diferentes sitios. Nos
referiremos esencialmente al trigo llamado duro y al blando. En su momento
Watson quiso establecer una diferencia entre ambos. Señaló que éste tiene su
origen en Afganistán, mientras que el llamado duro, que debió de aparecer a
partir de una mutación del trigo emmer (Tr. dicoccum), parece que nació en
Abisinia o en las tierras orientales del Mediterráneo, es decir, en climas
especialmente secos. Fue en tiempos no demasiado remotos, al menos en tales
regiones, pues no era conocido allí en la Antigüedad.
Arqueológicamente
se ha podido cifrar su aparición en el Egipto bizantino en tiempos inmediatamente
anteriores a la llegada de los árabes, aunque es también cierto que en otros
puntos sólo se le mencione en fecha de la expansión islámica4. El citado
investigador canadiense, en el prólogo a la edición española, que es mucho más
reciente (1998) que la publicada en Oxford en 1983, recoge los problemas que se
han ido planteado desde este año hasta el de la traducción española. Le dedica
un parágrafo al trigo duro que resumiremos. Para Watson5 parece demostrado que
el trigo se cultivaba desde el V milenio a. C. No hay, sin embargo, un acuerdo
manifiesto si se trataba del trigo duro (Triticum durum) o trigo común
(Triticum aestivum), o de una mezcla de ambos. Cabe la posibilidad de que el
Triticum durum se cultivase de manera extensiva en el Mundo Antiguo, lo mismo
que el trigo común. Quizás el papel de los árabes fuese la inclusión de aquél
en un contexto agrario más complejo. Pero «la cuestión sigue estando abierta»6.
Esta
discusión es muy rica en matices y no puede limitarse a hacer precisiones sobre
el carácter de tal o cual variedad. En realidad, lo que debemos de retener para
más adelante volver sobre el tema es que muchas de las especies vegetales
presentes en fechas anteriores a la generalización de la agricultura de regadío
se integraron en ésta, que era una realidad mucho más compleja.
Sea
como fuere, una cosa es evidente: la diferencia entre el Triticum aestivum y el
Triticum durum se cifra en la mayor o menor resistencia al calor y a la
sequedad de éste con respecto a aquél. Así se indica: «Compared to bread wheat,
far less durum wheat is grown and it has a lower resitance to cold, long
winters but is better adapted to drougth conditions»7.
En
realidad, los cereales seguían el ciclo climático propio del medio
mediterráneo.
Se
sembraban en otoño, beneficiándose de las primeras lluvias, y se recogían antes
de los calores estivales. Podía obtenerse otra cosecha de cereales de diferente
tipo, como la escaña, el panizo o el mijo, plantándolos en primavera,
aprovechando la pluviosidad estacional, en especial en lugares húmedos y fríos.
Aquí se observa un contraste claro con respecto a la época nazarí, en la que
era posible el cultivo del panizo y de la escaña en el verano, desde finales de
junio hasta septiembre, gracias a la irrigación.
En
suma, hablamos de una planta adaptada al clima mediterráneo, que aguanta tanto
el frío como el calor, soportando prolongadas sequías. Cuando el trigo duro se
expandió, probablemente con los árabes, se pudo conseguir una mayor extensión
de la planta.
La
vid, un arbusto leñoso, no tiene un origen claramente conocido. Ya aparece en
Jericó en torno al 3.200 a. C. y en otros lugares de Oriente Medio. En el 2.400
a. C. era cultivada para obtener vino en Egipto como lo muestran los
jeroglíficos. No podemos, sin embargo precisar el área en donde surgió este
vegetal y cómo pasó a ser cultivado para conseguir la bebida que lo ha hecho
famoso: «There is some doubt about the exact area of domestication, present-day
Armenia ha soften been quotet but, on archaeobotanical evidence, it has also
been claimed that viticulture started in areas close to the eastern shores of
the Mediterranean countries and the Black Sea area, by Phoenician and Greek
colonits. The Romans took the crop to temperate European countries, including
Britain»8.
Es un
cultígeno plenamente adaptado al clima mediterráneo. Le vienen bien las
condiciones de calor del verano, pues sus frutos se ven seriamente perjudicados
por la humedad excesiva. Cuando se consume la uva y no se destina a ser vino,
puede criarse con riego, pero ha de ser separada del suelo y forma un emparrado.
Es algo no muy habitual en culturas anteriores a la nuestra, porque es difícil
de conservar. Cuando se quiere consumir el fruto seco, se debe de hacer pasa.
Entonces se convierte en un alimento de un gran poder calorífico que
complementa la alimentación en invierno, en la época fría.
Salvo
en el mundo islámico en el que está prohibido beber vino, este líquido ha sido
consumido mucho y se ha traficado con él en todas la épocas. Ha acompañado a
fenicios, griegos y romanos, hasta el punto de que éstos lo llevaron a zonas en
las que el cultivo roza su límite ecológico.
El
tercer gran cultivo mediterráneo es el olivo. Es el árbol más propio de este
clima, en el que está presente desde hace 10.000 años. Sus características
muestran una perfecta adaptación a tales condicionamientos. Es perennifolio y
tarda muchos años en crecer. Su fruto es la aceituna, destinada a conseguir por
prensado el aceite, la principal grasa en la alimentación humana en esta parte
del globo. El árbol muestra, como otros surgidos del monte mediterráneo, caso
del algarrobo, unas características que le permiten pasar de silvestre a
cultivado, y viceversa, con cierta facilidad. Aunque actualmente el olivar es
regado en su práctica totalidad, ha sido casi siempre un cultivo de secano. Su
resistencia a las altas y a las bajas temperaturas, a la escasez de lluvias y,
por tanto, a la sequedad, le hacen ser la especie arbórea por excelencia del agro
ecosistema mediterráneo.
Estas
plantas cultivadas, perfectamente adaptadas al ambiente del que surgieron en
estado natural según todos los indicios, conforman una estacionalidad agrícola
muy marcada. Los condicionamientos ecológicos y la organización agraria en
general nos muestran que estamos ante una agricultura de tipo extensivo. Desde
ese punto de vista tenía unos rendimientos muy bajos. Se practicaba el sistema
de año y vez; o sea, la parcela se dividía en dos hojas, y mientras una se
cultivaba, la otra se dejaba en barbecho. En ésta entraba el ganado para
suministrarle los nutrientes necesarios. Eso suponía una división entre espacio
agrícola y ganadero, pues los animales tenían que alimentarse en el monte o
silva durante el día y pernoctaban en el saltus. Pese a todo, el sistema era
muy poco rentable, o mejor dicho, tenía que ser muy extensivo. Se le ha llegado
a comparar con la agricultura de tala y quema en los bosques europeos9, lo que
parece un poco exagerado.
Este agro
ecosistema mediterráneo generalizado en época romana se basaba en una
organización concreta de la producción y del trabajo. Se percibe incluso
topográficamente.
Las villas
estaban por lo general en lugares poco elevados, sobre todo en colinas. Suelen
situarse en las cercanías de una vía de comunicación y en las proximidades de
las ciudades.
Éstas
eran los centros rectores de amplios territorios agrícolas. En ellas vivían los
terratenientes y eran allí donde ejercían sus funciones públicas. La fácil
relación entre la civitas y las villas permitía una fácil salida de los
productos del campo para el comercio.
Es
más, a lo largo del Imperio unas vías de comunicaciones terrestres y marítimas
ponían en relación regiones distintas, pudiendo crearse una economía agrícola
extensiva y de especialización. Así, la organización agraria reposaba en esa
realidad y la hacía rentable. A mayor abundamiento de lo que venimos diciendo,
hay que señalar que el trabajo esclavo, que, por supuesto, no era el único,
aconsejaba tal extensivita.
Es
lógico que, aunque se conociera, no se utilizara de forma general la irrigación,
sino en casos muy específicos y en situaciones extremas. Había, eso sí, huertos
junto a las casas, lo que hacía posible un mayor cuidado y riegos. Es
interesante anotar que los agrónomos romanos aconsejen que, pese a que sea
conveniente que se sitúen cerca de fuentes y ríos, no era imprescindible, pues
se pueden construir cisternas que se abastecen de agua de lluvia. Se llenan no
para el campo, sino fundamentalmente para los hombres y los animales. Algunas
veces encontramos referencias a canales en los tratados de geoponía, pero con
el fin de regular las lluvias otoñales. Por eso, cuando Catón aconseja hacer
fosas al comenzar a llover, lo hace para que las tierras sean avenadas y para
evitar que se estanquen las aguas en ellas10.
En el
caso de que la pluviosidad fuese escasa o, mejor dicho, insuficiente, como
ocurría en lugares áridos, caso del S de Numidia, se regaba a finales del
verano hasta diciembre. Era un aporte de agua para los cereales de invierno11.
Igualmente se constata cómo en época romana se utilizaban en Mauritania las
aguas de los wadi/s para regar12.
Podemos,
pues, decir que la hidráulica romana era muy diferente a la que trajeron los
árabes. De hecho, la interpretación que éstos dan de la de aquéllos pone de
manifiesto que no la comprendían. De entre los muchos ejemplos que podríamos
traer a colación hemos seleccionado el de Almuñécar. Contaba con un acueducto
romano, cuyos vestigios hoy son conocidos arqueológicamente fuera del núcleo
urbano, pero que estuvieron a la vista en época medieval en el interior de la
ciudad. He aquí un texto de Idrisi, autor árabe del siglo XII, que nos habla
sobre él y acerca de las funciones que desempeñaba: «Esta última ciudad
(Almuñécar) es de tipo medio. Se pesca mucho pescado y se recogen muchos frutos.
En el centro de esta ciudad hay un edificio cuadrado y que se parece a una
columna, de amplia base y estrecha cima. En ella hay, a ambos lados un canalón,
y esos dos conductos se juntan y prolongan de abajo a arriba. En el ángulo
formado por uno de esos lados hay un gran depósito cavado en el suelo y
destinado a recibir las aguas llevadas hasta allí desde casi una milla de
distancia por un acueducto compuesto por numerosas arcadas construidas en
piedras muy duras. Los hombres instruidos de Almuñécar dicen que en otros
tiempos esa agua subía a lo alto del faro (manar), descendía en seguida por el
otro lado donde estaba un pequeño molino. Sobre una montaña que domina el mar
se ven aún vestigios, pero nadie saben cuál era su antigua finalidad» 13.
Sin
duda se debe de distinguir un resultado distinto en cada caso, aunque la
técnica y los diferentes elementos que la conforman fueran conocidos en uno y
otro periodo. No vamos a referirnos a los canales de conducción, porque son
obviamente los más fáciles de realizar, pero sí diremos que mientras que los
romanos los hacían con un gran aparato arquitectónico, creando acueductos, en
al-Andalus se realizaron pegados a la misma tierra.
Pozos,
balancines, norias, presas e incluso qanat/s fueron empleados con anterioridad al
mundo árabe. Pero esa no es la cuestión, sino la conformación de los espacios
de regadío, que es lo que nos ocupa, y su organización en un poblamiento
distinto.
En
las mismas fuentes de época andalusí nos encontramos referencias a un paisaje
ordenado por la lógica de esta hidráulica, que más adelante trataremos de
explicar con cierto detenimiento. En el siglo X, si bien nos ha llegado en una
versión romanceada, al- Razi nos describe diferentes núcleos de al-Andalus en
los que se aprecia cómo el espacio que los rodea está integrado en sistemas de
cultivo irrigados. Veamos un solo ejemplo de los muchos que podríamos citar:
«Ca E
Jaén ayunta a sy munchas bondades, e ay muchos arboles e munchos rregantios e
fuentes muchas e muy buenas. (…)
Mo E
Jahen ayunta en si muchas bondades, ay muchos arboles e muchos rregantios e
fuentes muchas e muy buenas. (…)
Es E
Jahen ayunta a sy muchas bondades, e ay muchas bondades, e ay muchos arboles e
muchos rregantios e fuentes muchas e muy buenas»14.
La
imagen que se nos da es la de un espacio irrigado plenamente instalado, ocupado
y organizado seguramente antes de las fechas en que escribe. Pero no podemos
precisar, como es habitual en este y en otros textos de época andalusí, si se
refiere al núcleo urbano y su territorio inmediato o a un conjunto más amplio.
En
fechas más tardías, el mundo rural se nos aparece, sin embargo, con
personalidad propia. Así, leemos en un geógrafo del siglo XII, al-Zuhri lo que
sigue de la Alpujarra: «Los Montes de Málaga van sucediéndose con los de las
Viñas (Yibal ‘Inab) y los del Plomo (Sakb) hasta las estribaciones de otro
monte, llamado Sierra Nevada (Yabal Sulayr). [Este monte] constituye una de las
maravillas de la tierra puesto que nunca está sin nieve, ni en verano ni en
invierno. En él se encuentra nieve de diez años de antigüedad que ya está
ennegrecida y produce el efecto de que se trata de piedras negras; pero, al
quebrarla, aparece en su interior nieve blanca. En la cima de dicho monte no
puede vivir ninguna planta ni ningún animal pero su base está poblada
totalmente de habitáculos sin solución de continuidad. Esta parte poblada tiene
una longitud equivalente a seis jornadas. En ella se encuentran muchas nueces,
castañas, manzanas y moras (firsad), [llamadas] tut por los árabes. Es uno de
los países de Dios [más productores de] seda» 15.
Se
nos describe una zona montañosa llena de poblaciones dedicadas a la
agricultura. Quizás la opción económica más razonable hubiera sido la
explotación ganadera y la del monte, pero son cultivos irrigados los que
aparecen, seguramente ordenados en terrazas de cultivo.
Parece,
pues, que es posible admitir que los árabes introdujeron una agricultura de
regadío en al-Andalus. El problema está en determinar cuándo y cómo se hizo. Es
tanto como hablar también de la forma que presenta esta agricultura de regadío
y los principios que la rigen. En realidad la pregunta que adecuadamente debe
de ser formulada es por qué se convierte la irrigación de los campos en una
opción económica generalmente utilizada.
Además,
con ello queremos expresar que se trata de un sistema que nos conduce más allá
del simple hecho físico de regar los vegetales y de ordenarlos agrícolamente.
Uno
de los principios que rige esta hidráulica es que los espacios irrigados son
decisiones sociales tomadas por grupos humanos, de manera que se puede decir
que cada uno «ha sido concebido y diseñado en su estructura fundamental desde
el principio»16.
Eso
quiere decir que cuando se crea, con unas premisas sociales bien claras, se
hace porque responde a unas necesidades que limitan u orientan su desarrollo.
De ese modo, hay un diseño inicial que permite conocer cómo se instaló y qué
tipo de sociedad lo realizó.
Hay
una cuestión previa, pero que indudablemente ha de señalarse. Nos referimos a
los costreñimientos físicos que rigen esta hidráulica. El primero es la
existencia de una línea de rigidez que obliga a diseñar la acequia de
derivación teniendo en cuenta que por encima de ella no se puede regar porque
la gravedad lo impide. Pero lo esencial es que así no es posible hacer
ampliaciones nada más que ocasionalmente. Se puede decir, pues, que no hay
posibilidades de modificar el sistema hidráulico y, por tanto, establecer un
área de cultivo irrigada más amplia con el mismo punto de agua. Todo ello está condicionado
socialmente y tiene relación directa con los asentamientos. Por eso desde el
momento mismo de la instalación se ha de hacer un cálculo adecuado de la tierra
a ocupar en atención al grupo humano que se establece. También se considera que
el aprovechamiento debe de ser el máximo posible, por lo que el núcleo habitado
casi siempre está por encima de la línea de rigidez. Este sistema se diseña así
por la estructura social que lo ha creado.
Segmentación
y actitudes comunitarias se unen para generarlo y mantenerlo. La posibilidad de
segmentarse el grupo viene dada por la libre disponibilidad de espacio. Las
tierras no apropiadas y de libre disposición son abundantes y permiten el
establecimiento de campesinos que las vivifiquen. En atención a su régimen
jurídico se clasifican en diversos tipos. Están las mamluka, o «apropiadas», y
las mubaha, que son las «no apropiadas». Estas últimas son de dos clases,
aquellas sobre las que ejercen derechos de uso los habitantes de la localidad
vecina que pueden conseguir en ellas madera y llevar a pastar sus ganados, y
las que no entran dentro de este uso. La distinción entre ambas, las dos
pertenecientes a las mubaha, es fundamental:
«Ainsi,
les terres “communes” auxquelles sont consacrés tous les développements qui
suivent, et les terres mawât, sont les unes et les autres, des res nullius,
mais tandis que ces dernières peuvent se transformer en propriété privée par
une mise en valeur ou “vivification” (ihya), jamais la terre “commune” nest
susceptible dune pareille transformation. Éternellement affectés à lusage de la
communauté, non seulement elles ne peuvent être lobjet dune appropiation
proprement dite, mais elles ne peuvent donner lieu à aucune possession, à titre
privatif, même temporaire» 17.
Esta
organización jurídica de las tierras, aunque sujeta a diversas
interpretaciones, posibilita el establecimiento de grupos segmentados, y al
mismo tiempo permite la convivencia de ganadería y agricultura intensiva, así
como impide la apropiación de amplias extensiones que siempre quedan comunes.
La
agricultura de regadío, una vez instalada, nos muestra las condiciones de la
sociedad en la que surgió y que la mantiene. Las estructuras de base nos
permiten saber que los lazos familiares eran muy fuertes. Se fundamentaban en
la endogamia y el agnatismo riguroso. El desarrollo de este tipo de familia
estaba en relación con los asentamientos, en realidad establecimientos de
grupos unidos por el parentesco que se ven organizados y reforzados por la
agricultura irrigada. La expresión más clara es la alquería (qarya). Ordena el
espacio territorial de acuerdo con la realidad social que le ha dado la luz. El
caserío se esparce de acuerdo con las familias que integran el asentamiento.
Por debajo de él se halla el área de cultivo irrigada. A veces no hay
transición con el monte.
Pero
quedan muchas cuestiones por dilucidar en este tema que la Arqueología debe
resolver. El problema que nos ocupa a continuación es saber cómo este agro ecosistema
se difundió.
Los
agentes de esta instauración fueron los campesinos, pero no cabe duda de que
otros elementos intervinieron. Desde el siglo VIII tenemos noticias de jardines
en los que se aclimataban plantas, como el de ‘Abd al-Rahman I al-Dajil, en la
almunia de la Rusafa, al NO de Córdoba, a donde llegaron especies que, más
tarde, se esparcieron por todo al- Andalus18. Sin embargo, tan amplia
experimentación botánica, que recogen las fuentes escritas19, no era patrimonio
sólo de las cortes principescas, sino que se ejercía también en espacios
propiamente rurales 20, aunque no aparecen citados, salvo de manera marginal en
las recopilaciones de fatuas 21.
Ya
hemos dicho que toda esta experimentación agrícola se recoge en numerosos
testimonios escritos en referencia esencialmente a los medios cortesanos.
Gracias al saber compendiado por los botánicos conocemos, según ha estudiado
Watson22, que los árabes aportaron plantas como el sorgo o trigo de Guinea, el
arroz asiático, el trigo duro, la caña de azúcar, el algodón, la naranja agria,
el limón, la lima, el pomelo, la banana, el plátano, el cocotero, el mango, la
sandía, la espinaca, la alcachofa, la colocasia y la berenjena. Ya estaban
presentes en al-Andalus en el siglo IX. En esa misma centuria Ibn al-Faqih
menciona el ya citado algodón23. Pero será a partir del siglo X cuando
aparezcan con mucho detalle estas plantas que son un claro ejemplo de la
agricultura de la que venimos hablando. Lo pone de manifiesto el denominado
Calendario de Córdoba 24, atribuido a Ibn Sa‘id, por tanto dentro del ambiente
intelectual de la corte cordobesa y con una finalidad fiscal. Aparecen muchas
de esas especies, fijando las fechas en que se siembran, cómo se cultivan y
cuándo se recogen los frutos. Asimismo en un Tratado agrícola andalusí anónimo,
igualmente escrito en tales fechas, se recoge un buen número de esas plantas
25.
Sin
duda fue en el siglo XI cuando aparecen con mayor regularidad en los tratados
agronómicos 26. Se van escribir en las diferentes cortes de los reinos taifas.
A Ibn al-Wafid (1008-1074) se atribuye el Maymu‘ fi-l-Filaha (Compendio de
Agricultura). Además, le encargó al-Mamun que hiciese un jardín botánico en
Toledo. A su muerte fue sustituido por Ibn Bassal. Una vez que la ciudad cayó
en manos cristianas, fue acogido en Sevilla por al-Mu‘tamid. Allí escribió su
Diwan al-Filaha (Recopilación de Agricultura).
Precisamente
en Sevilla surgió una escuela de agranomía que tuvo una especial relevancia.
A
ella pertenecieron Abu-l-Jayr al-Isbili, autor de Kitab al-Filaha (Libro de
Agricultura) y de Kitab al-Nabat (Libro de las Plantas), e Ibn Hayyay, miembro
de una antigua familia sevillana descendiente del rey godo Witiza, que escribió
Al-Muqn‘i fi-l-Filaha (El Suficiente sobre Agricultura). En relación con esta
escuela hay que poner al granadino al- Tignari. Fue el que intervino en la
huerta del taifa almeriense Ibn al-Sumadih en Almería, llamada al-Sumadihiyya.
Más tarde prestó sus servicios al gobernador almorávide de Granada, Tamim b.
Yusuf b. Tasfin (1107-1118). Escribió también un extenso tratado de agronomía
en doce volúmenes con el título de Kitab Zuhrat al-bustan wa-nuzhat al-a han
(Esplendor del Jardín y Recreo de las Mentes). El último gran botánico de esta
escuela y quizás de al-Andalus, fue el sevillano Ibn al-‘Awwam (siglos
XII-XIII), autor de una obra enciclopédica, Kitab al-Filaha (Libro de
Agricultura).
Por
otra parte, los geógrafos andalusíes recogen noticias sobre las plantas y los
campos que se van enriqueciendo con el paso del tiempo.
Estamos,
pues, ante una nueva agricultura que se instala en al-Andalus a partir de la
irrigación y se va desarrollando conforme la instalación de los campesinos lo
hacía posible. Sus estructuras sociales lo permitían y, al mismo tiempo,
tendían a su conservación. Los fuertes lazos familiares que les daban una
cohesión muy difícil de romper, son los responsables de su creación y de su
mantenimiento. Si bien es cierto que esta agricultura generaba productos de
gran aceptación y de amplia difusión comercial, no conseguían arruinar la
homogénea organización interna de las estructuras de base. Con todo, como se
verá en el caso del reino nazarí, que es el objeto principal de nuestra
atención en el presente trabajo, hay diferentes líneas tendenciales y, en
cierta medida, una evolución.
Como
hemos visto es muy fuerte la imbricación de la agricultura de regadío con la
sociedad que la convierte en su actividad económica prioritaria. Esta
dependencia se aprecia en los aspectos comunitarios que le son necesarios para
ser productiva, así como en el continuado trabajo que requiere. Si se había
producido una evolución en la organización social andalusí creadora y
mantenedora de esta opción agrícola debía de manifestarse también, de alguna
manera, en sus espacios productivos. Siendo éstos fundamentalmente de regadío, o
mejor dicho éste tiene una importancia cualitativa superior al secano, puede
entenderse que es esencial analizar no sólo la estructura de la propiedad de la
tierra sino también, en la medida en que ello sea posible, la formas de
distribución del agua.
En primer
lugar, habría que plantearse si la sociedad nazarí era diferente de la
andalusí. Realmente la caracterización de esta última se ha hecho siempre
respecto a la cristiana feudal, mientras que apenas se ha insistido, en cambio,
en su propia evolución. En parte, ha sido debido a que se quería sobre todo
diferenciar las dos organizaciones sociales que se enfrentaban en la Península
Ibérica, pero también al hecho de que la andalusí parece transformarse poco o
muy lentamente. No es en principio un rasgo exclusivo de ella, pues puede
apreciarse claramente en la pervivencia de formas tribales en los países
islámicos hasta fechas actuales. Asimismo no se puede olvidar que esta aparente
estabilidad puede ser en alguna medida producto de la escasez de datos sobre el
mundo rural, especialmente en las fuentes escritas, ya que las arqueológicas
nos van permitiendo desvelar una realidad más móvil y compleja. En cualquier
caso, la mejor manera de constatar las transformaciones en al-Andalus es
analizar el periodo final de la permanencia islámica en la Península, el
nazarí.
No es
mucho lo que conocemos de la sociedad nazarí y menos aún en el ámbito rural. En
líneas generales puede decirse que el número de ciudades y sus dimensiones
aumentan en esta época, así como también los intercambios comerciales a gran
escala.
Estos
dos factores, junto con una presión cada vez mayor de los reinos cristianos,
especialmente después de la crisis del siglo XIV, pueden ser tal vez razones
suficientes para explicar un menor peso de las estructuras características del
mundo islámico, como son el peso de la tribu y del clan. Se aprecia una cierta
descomposición de estas formas, tanto a nivel de la tribu como de la familia.
Así, lo primero que llama la atención es que no hay una correspondencia entre
tribus fundadoras y pobladoras de un lugar. No queremos decir, sin embargo, que
esta no permanencia en las alquerías ocupadas originalmente ocurra en época
nazarí, podría haber sido anterior. Así, Guichard detecta también este fenómeno
en las tierras valencianas, y en un reciente trabajo sobre la huerta murciana
realizado a través del Repartimiento se muestra igualmente. En todo caso no se
ha hecho ningún estudio comparativo entre los datos de la zona levantina, que
son de mediados del siglo XIII, y los de la granadina, de finales del siglo XV.
A pesar de ello una mirada superficial a estos análisis podría llevarnos a
pensar que esta ausencia de relación entre fundadores y residentes posteriores
es mayor en el reino nazarí.
Otro
segundo aspecto, relacionado con el anterior, es el de la pérdida de entidad de
las tribus. Un hecho destacable, en este sentido, es que los individuos no son
generalmente nombrados por su nombre personal (ism o kunya) seguido del
genealógico (nasab) sino más bien por la kunya que señala a veces la
adscripción tribal o de la escuela coránica a la que se pertenece, pero, sobre
todo en el caso granadino, se utiliza el origen geográfico o la vinculación con
un determinado lugar. A partir de la denominación de los individuos puede verse
que no siempre pueden reconstruirse entidades coherentes, como tribus y clanes,
y que los hombres parecen identificarse más como seres particulares o con su
familia nuclear y no con grupos parentales más extensos. Esto nos habla de una
importante movilidad de individuos en el reino nazarí, resultado quizás de las
guerras y desplazamientos como consecuencias de ellas, pero también de una
disgregación tribal y clánica, por nuevos comportamientos sociales. Todas estas
características que se aprecian con mayor claridad en la época nazarí que en
periodos anteriores deben de ser matizadas con estudios concretos sobre
onomástica nazarí, que no se han realizado hasta ahora. Al mismo tiempo también
se detecta una cierta permanencia de individuos con determinado nasab o nisba
tribal en lugares cercanos a donde estuvieron instalados por primera vez sus
ancestros. Esto podría significar que tal vez en algunos casos sea
reconstruible la estructura tribal de los asentamientos árabo-beréberes en el
reino de Granada, pese a las modificaciones de los últimos siglos nazaríes.
Esta
falta de entidad de la tribu podría ser por cambios en el comportamiento
familiar que llevaran a una desintegración del clan. Acién ha hablado de que en
época nazarí es la familia nuclear y no la clánica el elemento constitutivo de
la sociedad 27.
Algunos
datos, como la existencia de ancianos que viven solos y en situación de
necesidad, según la documentación inmediata a la conquista28, pueden hacernos
sospechar que esta degradación de los vínculos parentales se deba no sólo a
causas internas sino también a la situación excepcional de guerra y huida de
los musulmanes a allende. Desgraciadamente tampoco poseemos muchos datos que
nos permitan recrear cómo era la familia nazarí, ni escritos ni arqueológicos,
aunque en ambos sentidos se están haciendo una investigación que aún no ha dado
resultados definitivos. Una visión general nos permite pensar que la familia
extensa se mantiene, al menos de una manera superficial, por las implicaciones
de la ley de herencias, según la cual los parientes por línea agnática son
fundamentalmente los herederos. De esta manera, el que los individuos
transmitan sus legados, además de a sus descendientes directos, a los miembros
colaterales por vía masculina implicaría una cierto vigor de estas relaciones
más allá de la familia nuclear.
Para
el mantenimiento del grupo clánico eran esenciales los matrimonios endogámicos
o bien, en el caso de que fueran exogámicos, que las mujeres no heredaran o no
recibieran dotes de bienes raíces. Ambos comportamientos contribuirían a
conservar el patrimonio fundiario dentro del clan y, por tanto, su cohesión e
importancia de su representación social. Es precisamente lo contrario, por el
momento, lo que encontramos en el reino nazarí. Un análisis de los documentos
arábigo-granadinos publicados por Luis
Seco
de Lucena Paredes permite constatar que la casi totalidad de los matrimonios
que aparecen eran exogámicos29. De 41 uniones documentadas, 36 se producen
entre cónyuges que no tienen parentesco o el cual no es reconocible a través de
sus nombres, y sólo en cinco de ellos existe vinculación por vía agnática,
tratándose tal vez del matrimonio tradicional árabe con la hija del tío paterno
(bint al-‘amm). En los documentos árabes romanceados del Quempe también se
advierte en cuatro ocasiones la práctica de la exogamia 30. En ambos casos
están representadas sobre todo las clases elevadas o las élites urbanas ligadas
a la administración del Estado y, por tanto, ignoramos si estaba generalizada.
Algunos datos posteriores a la conquista castellana, de 1523, referidos al área
periurbana de Granada, nos permiten saber también de la existencia de
matrimonios entre los ciudadanos de la capital y los vecinos de una alquería
próxima como Víznar sin que parezca existir ninguna vinculación parental 31.
La
exogamia podía significar la pérdida de propiedades del clan, siempre que la
mujer recibiera dote o herencia en bienes raíces. Esta situación parece ser
normal ya a partir del siglo XII en contraposición a lo que ocurre en el Norte
de Africa donde la mujer recibe enseres 32. Esto significa que desde entonces
la exogamia podría haber sido frecuente, pues es necesario hacer una dotación
importante a las mujeres para que encuentren un buen marido. Con esta práctica
se habrían ido disgregando las tierras del clan.
Cuándo
y por qué cambiaron los comportamientos matrimoniales es algo sobre lo que
únicamente podemos especular. Podría estar relacionado con el desarrollo de la
agricultura de regadío en la medida en que su gran productividad facilitaba una
introducción del mercado en los ámbitos rurales. El incremento de la influencia
mercantil y urbana suponía una apertura al exterior de estas comunidades,
facilitando, tal vez, las uniones fuera de la familia. Asimismo el comercio
generaba diferencias económicas y sociales incluso dentro del mismo clan, de
manera que en algún momento se optó por casarse entre económicamente iguales y
no en el seno familiar. Sabemos de la existencia de zocos rurales, que se
celebraban una vez a la semana, en diferentes alquerías de la
Alpujarra.
Además, los zocos urbanos y sobre todo periurbanos servían de charnela entre el
mundo rural y la ciudad.
Ante
este proceso de descomposición las aljamas y los clanes que los componían
tendrían mecanismos de defensa. Así, por ejemplo, se intenta que cuando la
mujer recibe dote no participe de la herencia. El hecho mismo de que sólo pueda
optar a la mitad del legado paterno que toma su hermano es ya en sí mismo una
estrategia de protección del patrimonio clánico. Además la alquería o aljama
adoptaría otras tácticas tendentes a defender sus tierras de dueños forasteros
e incluso, como pasa a ser habitual al final del reino nazarí, de propietarios
no vecinos. Salvo alguna excepción no tenemos referencias directas de estos
mecanismos y en su mayor parte sólo es posible conocerlas a través de la
comparación con el funcionamiento de asentamientos en tierras islámicas
actuales.
El
término de una alquería, al igual que todas las tierras, como ya se ha visto,
se encuentra dividido en dos partes, tierras mubaha o no apropiadas y tierras
mamluka o apropiadas 33. Las primeras se subdividen en las comunales o harim o
las muertas o mawat. Aquéllas constituyen una parte del territorio dedicada al
aprovechamiento común de pastos, leña, madera, carbón, frutos silvestres, etc.
Como se benefician comunalmente de ella los miembros de la aljama, no puede ser
enajenada individualmente. En todo caso la comunidad puede permitir, como
frecuentemente sucedía, que otros vecinos comarcanos disfruten también de esta
parte de su término. De esa manera, sólo en situaciones extremas, como una
sequía, la alquería reclamaba el uso exclusivo de su harim.
Las
tierras mawat son apropiables por vivificación. Esta propiedad adquirida al
convertir la tierra en apta para producir tiene, sin embargo, limitaciones, ya
que el abandono continuado durante dos años puede suponer su pérdida. Tampoco
pueden ser vendida y sí, en cambio, transmitida de padres a hijos.
El
estatus de estas dos partes del término de la alquería que corresponden a las
tierras mubaha determinaba que no pudieran ser enajenadas por venta. Las
tierras apropiadas o mamluka eran objeto de transacción en época nazarí, aunque
es posible que con anterioridad ésta estuviera limitada. Así, por ejemplo
sabemos que en ciertas zonas del
Norte
de Africa, la aljama ejerce un control también sobre las tierras
particulares34. A mediados del siglo XIII el consejo de ancianos de algunas
alquerías levantinas tenía entre otras funciones gestionar las tierras sin
heredero en beneficio de la comunidad35. No sabemos cómo se llevaba a cabo este
dominio pero es posible que su finalidad fuera evitar la libre compra-venta de
tierras. Algunas aljamas del Rif en fechas recientes consideraban negativamente
la pérdida de tierras en beneficio de otras comunidades e intentaban asimismo
poner los medios para recuperarlas36. Por otro lado, en fechas actuales existen
ciertos mecanismos para transmitir la propiedad fundaría a los miembros del
propio clan, evitando así la injerencia de individuos extraños, en diversas
poblaciones rurales de Palestina, como por ejemplo en Za‘tarra. Aquí la tierra
está organizada por clanes propietarios que disponen así de un patrimonio
coherente. Si un componente de la familia quiere vender está obligado por la
costumbre a ofrecer la tierra a sus parientes más próximos, que disponen además
de parcelas colindantes, con lo que se evita la dispersión de los bienes raíces
del clan.
Estas
estrategias parecen haberse perdido en época nazarí, en la que se constatan
transacciones de tierras, especialmente documentadas en el caso de las clases
acomodadas, pero que podían estar generalizadas dada la imagen que ofrece la
estructura de la propiedad en los casos estudiados. En efecto, puede decirse
que los lotes fragmentados y aparentemente dispersos, de manera que es
imposible recomponer las propiedades del grupo familiar, deben de ser el
resultado de un proceso normalizado de transacción de propiedades inmuebles por
compraventa, dotes o herencias.
Esta
situación puede verse analizando la estructura de la propiedad en los casos en
que ha sido reconstruida, como es el de la ciudad de Almuñécar37. Se trata de
una sociedad estratificada, en la que el porcentaje de pequeños y medianos
propietarios es muy elevado y controlan algo más del 60% del espacio cultivado.
Así, entre el 68,18% y el 71,12% de los que disponen de menos tierras, de un
patrimonio entre 0 y 7 mrjs, son dueños del 27,84% al 30,38% de la vega
(exceptuando los habices en el porcentaje). Los que tienen como bienes raíces
entre 7 y 20 mrjs. dominan entre el 21,83% y el 23,23% del área irrigada.
Finalmente, un último grupo, que posee entre 20 y 60 mrjs., supone entre el
6,33% y el 9,09% y tienen del 32,01% y el 38,4% del regadío.
A
pesar de esta desigualdad social, se aprecia que la clase más acomodada no
dispone de un patrimonio coherente sino más bien disperso en pequeñas parcelas
por la vega o en algún caso en una gran explotación en los límites de la misma.
Esto nos habla de un proceso reciente o incompleto de formación de grandes
propietarios, ya que aparece diseminado por el espacio de cultivo. Asimismo
tenemos uno o dos casos de grandes parcelas (40 y 20 marjs.). No nos es
posible, en cambio, conocer con certeza si los grupos familiares conservaban
sus propiedades inmuebles próximas, por las propias características del
Repartimiento, que informa de los linderos de los nuevos lotes cristianos. Una
primera impresión, en cambio, nos permite pensar que hay una dispersión de las
tierras de la familia extensa en favor de la nuclear.
Por
otro lado, el análisis de los cultivos nos permite saber que no estamos, al
menos según estos datos, ante una sociedad agrícola especializada en cultivos
de clara orientación mercantil, como se ha especulado. A pesar de la
importancia que comercialmente tenían la seda, el azúcar y la fruta en
Occidente, no se constata en el caso de Almuñécar, una ciudad costera y situada
en una importante ruta comercial que llegaba hasta Málaga, una dedicación a su
producción. Así, por ejemplo, es sintomático que sólo el 2,36% de la vega (esta
vez incluyendo los habices) esté sembrada de caña de azúcar.
Además,
los 777 morales documentados están generalmente dispersos por el área agrícola.
Su
número no es quizá tan relevante como podría esperarse y menos aún si lo
comparamos con lo que sucedió después de la conquista con este cultivo. En
1552, en la
Vega
de Granada hay un aumento notable de las plantaciones, contabilizándose un
total de 15.000 moreras38. Se documentan en ella algunas parcelas de un solo
propietario con cantidades superiores a las registradas en todo el término de
Almuñécar. En las huertas de la Alhambra se citan plantíos de 3.000, 4.000 y
5.000 moreras realizados a instancias del conde de Tendilla.
Sólo
el secano está casi en exclusividad dedicado a la producción de pasa, de gran
salida en el mercado de largo alcance. A veces la vid aparece también mezclada
con la higuera y el almendro, cuyos frutos eran igualmente muy apreciados en el
comercio internacional.
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