LA TOMA DE MÁLAGA POR LOS REYES CATÓLICOS (1487)
Juan V. Navarro Valls
.
Contexto histórico
La conquista de Málaga por los Reyes
Católicos hay que entenderla como un hecho decisivo dentro de la Guerra de
Granada (1482-1492), con la que se puso fin al último estado musulmán en la
Península Ibérica: el emirato Nazarí de Granada, o simplemente, el Reino de
Granada.
Guerra civil en el Reino de Granada
Isabel de Castilla y Fernando de
Aragón supieron aprovechar las circunstancias en que se encontraba el
mencionado reino, inmerso en una guerra civil desde 1482 en la que se
enfrentaron el rey Muley Hacén contra su hijo Boabdil y, posteriormente,
éste último contra su tío El Zagal, que hereda el trono a la muerte de su
hermano Muley en 1485. Esta lucha familiar acaba con la división del emirato
entre El Zagal, que se convierte en señor de Málaga, Almería y Guadix, y
Muhammad XII, más conocido como Boabdil o también como el Rey Chico, que
quedaba como emir de la ciudad de Granada, convertido en vasallo de los Reyes
Católicos. Todo ello provocó un gran desgaste político, social y económico en
el reino nazarí, lo cual gestionaron hábilmente los monarcas cristianos.
Importancia de la ciudad de Málaga dentro
del Reino de Granada
Para los granadinos, la ciudad de Málaga
era una plaza primordial porque, aunque el puerto no era fondeadero seguro los
días de temporal, la riqueza e importancia de la ciudad, el considerable
tráfico de mercancías y la proximidad a África, hacían de ella un enclave
económico y de suministros de víveres y hombres fundamental para el socorro y
abastecimiento del reino. Del puerto Málaga llegaban a Granada hombres,
caballos y dinero recogido en diversas regiones africanas para el pago de las
guarniciones, así como importantes rentas, diezmos y gabelas que se imponían
sobre los testamentos, herederos y rescates de cautivos cristianos.
Una lucha en la que se mezcla lo medieval
y lo renacentista
La guerra de Granada, combina
características de guerra medieval con la nueva forma de lucha de la Edad
Moderna, en la que fueron protagonistas caballeros, infantes y peones
junto con la artillería y la intendencia. La conquista de Málaga es un claro
ejemplo de ello. A todo esto, se sumará el juego psicológico y el maquiavelismo
(término que se acuñará más tarde) del que fue un claro exponente el rey
Católico.
Los preliminares del cerco
Tras la toma de Vélez-Málaga, el rey D.
Fernando decide marchar sobre Málaga para cortar el trafico marítimo al que
antes se ha aludido y así debilitar más aún al ya endeble reino nazarí
logrando, a la vez, la consolidación de las tierras conquistadas. Por
otra parte, el alcaide de Málaga, Abén Comixa (o Ibn Kumasa), partidario de
Boabdil y , por tanto, más favorable al rey Católico que El Zagal, es depuesto
por la guarnición africana de los gomeres de Hamet El Zegrí, contrario a
cualquier entendimiento con los cristianos. Esto obligaba al monarca cristiano
a no demorar la toma de la ciudad.
Propuesta del rey D.
Fernando para que Málaga se entregue
D. Fernando ordena cargar en la flota la
artillería rumbo a Málaga, mientras que él con las tropas avanza por
tierra. Como el terreno era muy escabroso, los soldados no podían avanzar sino
en fila, uno tras otro, de forma que, según palabras del cronista Diego de
Valera, "...paresçían subir al çielo e abaxar a los abismos". Se
detuvieron en Bezmiliana, poblado abandonado en la zona del actual Rincón
de la Victoria, a unas dos leguas (catorce Kms. aproximadamente) del objetivo.
Allí mandó el rey montar provisionalmente el real. Envía emisarios
a la ciudad conminando a sus pobladores a que se rindan y así establecer unas
capitulaciones dignas para ellos, respetando su libertad y sus bienes, tal como
había hecho con anterioridad en otras ciudades y fortalezas.
Pero se encontraban en la ciudad
refugiados de otras comarcas, elches (cristianos
renegados), monfíes(mudéjares proscritos que formaban parte de
cuadrillas de salteadores) procedentes de la Serranía de Ronda y los ya
mencionados gomeres norteafricanos que, confiando en la
seguridad de la ciudad, tanto por sus murallas, como por las fuerzas que la
defendían, se mostraban totalmente contrarios a la rendición, aún cuando otros
sectores de la población hubiesen preferido pactar unas capitulaciones favorables.
Escuchadas por El Zegrí las propuestas del rey Católico, las rechaza de pleno
y, haciendo gala de su carácter de guerrero y responsable de la ciudad ante el
Zagal que lo había nombrado alcaide, asegura que la defenderá a toda costa.
Conocida la respuesta y la alta
moral de los defensores malacitanos, D. Fernando convoca una reunión con
los nobles que le acompañan en la que se barajaron varias opciones: una
consistía en no cercar la ciudad, pues al estar aislada tanto por mar como por
tierra (se habían tomado todas las comarcas que la rodeaban y en el mar
dominaban los cristianos) no tendrían otra opción a medio plazo que rendirse;
la otra opción era establecer el cerco, pensando que de esta forma la presión
para la rendición sería mayor y que, a la vez, era más seguro que no recibirían
ayudas de las zonas interiores; también se argumentaba que había que aprovechar
la proximidad del ejército cristiano a la ciudad. Oídas las distintas
opiniones, el rey Fernando decide seguir con la idea inicial de poner sitio
sobre Málaga.
Descripción de la ciudad
Hernando del Pulgar nos narra las
características de la medina. Indica que estaba totalmente rodeada por
una muralla y asentada sobre un llano, junto a un monte, Gibralfaro, coronado
por un fornido castillo, y en cuya falda se erguía la Alcazaba, protegida, a su
vez, por dos murallas altas y fuertes, con torres gruesas y otras torres
menores. Un acceso, flanqueado por dos formidables muros paralelos
(coracha), comunicaba ambas fortificaciones. Por la parte del mar, la
muralla tenía también una pequeña fortaleza con seis torres (el Castillo de los
Genoveses) y otros torreones que defendían las Atarazanas (almacenes y
astilleros). Contaba Málaga con dos arrabales: uno en la zona septentrional,
cercado con muros y torres (arrabal de la Fontanella) y otro más pegado a la
costa de poniente, en la orilla derecha del río Guadalmedina, con huertas y
casas caídas (el arrabal de Attabanim o de los Tratantes de la Paja). Termina
el cronista la descripción diciendo que el aspecto de la ciudad era muy
hermoso, con palmas, naranjos y cidros, y muchos otros árboles y huertas.
Plano de la medina malagueña sobre foto
satélite (Elaboración: Juan V. Navarro Valls)
1 - 3
<
>
Problemas de las huestes
cristianas para establecer el cerco
El primer gran problema que encuentra el
ejército cristiano es que junto al monte de Gibralfaro se alineaba el cerro
Victoria (o de San Cristóbal), y tras él una serie de elevaciones como el cerro
del Calvario que hacían que el único paso para acceder a los llanos, controlar
los pozos y establecer el cerco de la ciudad fuera entre las dos primeras
elevaciones mencionadas, fácilmente defendidas por los musulmanes, los cuales
al advertir la llegada de los cristianos por tierra y por mar se apresuraron a
reforzar con guardias las fortalezas, las murallas, los torreones y la zona
costera.
El Zegrí manda salir de la medina a tres
cuerpos de ejército que distribuye de la siguiente forma: uno por la zona
próxima a la costa de levante, en las faldas de Gibralfaro; otro en el
cerro Victoria; y un tercero en el valle existente entre ambos, por donde
habrían de pasar los cristianos. El primer encuentro fue durísimo, y ambos
ejércitos avanzaban y retrocedían según el empuje del contrario. Al final los
cristianos toman el cerro Victoria y expulsan del valle y de la costa a los
gomeres de El Zegrí, accediendo a la zona de huertas del arrabal de la
Fontanela, y disponiendo el cerco con tres reales. Esto ocurría el 7 de
mayo de 1487.
Distribución de las
tropas en el real
El real principal, con más gente, rodeaba
Gibralfaro, desde el mar hasta el arrabal, y estaba al mando del marqués de
Cádiz. Un segundo real se asentó en las huertas del arrabal y los cerros del
Calvario y la Victoria, y en él se estableció el rey junto con otros
nobles como el conde de Cifuentes, el conde de Ureña, y el alcaide de los
Donceles con las gentes del duque de Medina Sidonia (el duque se incorporó más
tarde), entre otros. El tercer real ocupaba la margen derecha del Guadalmedina,
hasta la costa, y allí estuvieron D. Fadrique de Toledo, D. Diego Hurtado de
Mendoza, el comendador mayor de León y las Órdenes de Santiago, Calatrava y
Alcántara. En esa zona, en lo que hoy es la Trinidad, estableció su real la
reina Isabel cuando se incorporó al asedio más tarde. La flota, estaba al
mando del noble catalán Galcerán de Requesens conde de Trivento, con los
capitanes Martín Ruiz de Mena, Garcí López de Arriarán y Antonio Bernal.
Un prolongado y encarnizado asedio
Una vez asentado el ejército cristiano,
transcurrirán más de tres meses (desde el mes de mayo al de agosto de
1487) hasta que la ciudad se entregue. Fue un cerco muy cruento, plagado de
continuos ataques y enfrentamientos en los campos aledaños de la ciudad entre
la caballería e infantería de ambos bandos; pero, sobre todo, fue una guerra de
desgaste, donde el castigo constante de la artillería, el hambre, las
enfermedades y la guerra psicológica jugaron un papel decisivo ante la
dificultad de asaltar un recinto amurallado que hacía la ciudad inexpugnable.
Número de combatientes
Sobre el número de combatientes, los
cronistas no se ponen de acuerdo: para los defensores de la ciudad, dan cifras
que oscilan entre los nueve mil guerreros según Diego de Varela, los ocho
mil de Andrés Bernáldez, y los cinco mil que establece Alonso de
Palencia. En cuanto al ejército cristiano, también los datos son dispares: para
Alonso de Palencia fueron doce mil caballeros y cincuenta mil infantes;
mientras que para Andrés Bernáldez sumarían diez mil los de a caballo y ochenta
mil los peones. Sea como fuere, hay que tener en cuenta que en el
ejército cristiano tuvieron lugar algunos relevos en el transcurso del cerco,
lo cual pudo hacer variar las cifras.
En el real se encontraban igualmente gente
no combatiente, entre los que cabe destacar a carpinteros, herreros,
aserradores, hacheros (dedicados a la tala y corte de árboles), fundidores,
albañiles, pedreros para buscar y labrar las piedras que iba a disparar
la artillería, azadoneros, carboneros y esparteros. Al frente de cada uno
de estos oficios había un responsable llamado "ministro", encargado
de pedir los oficiales y darles lo necesario. También contaban los cristianos
con maestros para fabricar pólvora, que era guardada en cuevas practicadas bajo
tierra, las cuales eran vigiladas noche y día por 300 hombres, aunque era tal
su uso, que los reyes tenían que pedirla a menudo a otros lugares y era traída
por la flota. Otros no combatientes que residían en el real eran los prelados
que trajo la reina Isabel, los clérigos, dedicados a hacer misas,
predicar y dar absoluciones plenarias por virtud de la Santa Cruzada y
los cantores de las capillas del rey y reina, pertenecientes
también al estamento clerical.
Los diversos tipos de
lucha durante los meses del sitio
En cuanto a las escaramuzas y
enfrentamientos que sucedieron, se contaron en torno a quince, en los que
la caballería y/o la infantería musulmana salía, bien del castillo, bien
de la ciudad, para asaltar por sorpresa las estancias (posiciones militares
cristianas a modo de avanzadillas dispuestas estratégicamente, más o menos
cercanas a los muros y protegidas por parapetos, vallas, fosas, etc.),
utilizando entre otras armas, lanzas, espingardas (especie de arcabuces) y
ballestas, llegándose a establecer la lucha cuerpo a cuerpo. Estos
ataques solían dejar sobre el terreno una cantidad importante de heridos y
muertos por ambas partes. Cuando la oposición del ejército cristiano era
manifiesta, por la ayuda de los contingentes cercanos, los malagueños se
retiraban tras los muros para intentar minimizar las pérdidas humanas.
En una de las últimas incursiones se hizo
famosa entre los cristianos la hidalguía de un guerrero musulmán, llamado
Ibrahim Zenete, lugarteniente de El Zegrí, que yendo al frente de un cuerpo de
caballería, se disponía a atacar la estancia del maestre de Alcántara.
Encontrando a un grupo de jóvenes cristianos dormidos en la playa, en vez de
alancearlos, los despertó y les espetó a que huyeran. Ante el reproche de
algunos compañeros de armas por no haberlos matado, el cronista A.
Bernáldez escribe que Zenete contestó "no maté porque no vide barbas"
La utilización de la artillería jugó un
papel muy importante, con el fin de causar destrozos en las murallas y en
el interior de la ciudad. También contribuía a minar la moral de los sitiados.
Las piezas más utilizadas eran los cuartagos o morteros pedreros, ribadoquines
(cañones de pequeño calibre montados en paralelo sobre una plataforma) y, las
más destructivas, las lombardas gruesas (eran famosas "las Siete Hermanas
Ximonas" y "la Reina" en el bando cristiano). Los sitiados
contaban igualmente con abundante artillería instalada, tanto en las torres y
murallas, como en Gibralfaro.
Al respecto, mientras escribía este
trabajo, ha tenido lugar un hallazgo en la cripta de la Iglesia de Santiago de
la ciudad. Esta iglesia está cercana a lo que fue la antigua muralla musulmana,
a pocos metros de la Puerta de Granada. Pues bien, se están llevando a cabo
unas obras de restauración del templo y al sacar escombros que antaño habían
apilado en la cripta, ha aparecido un bolaño de los que bombardas y pedreros
disparaban a las murallas de Málaga en la época del asedio.
Con vistas a un posible asalto, se
practicaron por diversos lugares minas, o sea, excavaciones subterráneas que
traspasasen las murallas con la doble finalidad de debilitar los muros y de
poder introducir soldados en la medina. Se llevaron a cabo minas por parte del
duque de Nájera, del conde de Benavente, del clavero de Alcántara y del
comendador mayor de Calatrava. Cuando los defensores las descubrían, construían
contraminas, les prendían fuego e incluso llegaron a enfrentarse en ellas
soldados de ambos bandos.
También se luchó por conseguir los
torreones estratégicos, con diferente fortuna. Se consiguieron así
algunos que protegían los arrabales, aunque, sin duda, el hecho más
destacado en la lucha por los torreones lo protagonizaron el capitán Francisco
Ramírez de Madrid "el Artillero" y sus gentes que, ya
bastante avanzado el sitio, consiguieron tomar la torre defensora de la entrada
de un puente sobre el Guadalmedina que daba acceso a la ciudad (cerca del
actual puente de Santo Domingo). Construyó una mina e introdujo un cuartago
bajo el suelo de la torre. En la superficie fue estableciendo paso a paso
baluartes y artillería. Al cuarto día, los cristianos acercaron a la torre
mantas (protecciones de madera y cuero para los soldados) y escalas.
Estando en pleno combate, Francisco Ramírez mandó disparar el cuartago
instalado en la mina lo que hundió el suelo de la torre, cayendo cuatro
defensores y huyendo los demás, que se refugiaron en otra torre que se situaba
al extremo opuesto del puente, pegada a la muralla. Al cabo de duros combates ,
donde la artillería fue la protagonista, se logró también tomar la segunda
torre. Debido a esta heroicidad, el rey nombró caballero a Francisco Ramírez.
En cuanto al mar, la supremacía de la
flota cristiana era manifiesta, y sirvió sobre todo, a excepción de alguna
escaramuza naval sin mayor importancia, para asegurar el abastecimiento al
real, al tiempo que impedía el tráfico marítimo de las posibles ayudas,
tanto de militares como de suministros, procedentes de otros puertos musulmanes
norteafricanos a los sitiados malagueños como antes se ha explicado.
Desgaste de la contienda
Con el transcurrir de los días tanto la
moral como los recursos iban disminuyendo. Esto se agudizaba sobremanera
entre los ciudadanos sitiados, entre los que empezaba a escasear el pan. A los
dos meses de sitio, en la ciudad se pasaba hambre y las crónicas narran que sus
pobladores comían cueros de vaca cocidos, harina de los troncos de palma,
asnos, caballos, ratas y comadrejas, lo que causaba no pocas enfermedades en la
población. Aunque una buena parte de los malagueños (artesanos y comerciantes
sobre todo, intentaban llegar a un acuerdo con los sitiadores, El Zagal, los
gomeres a su mando y otros sectores (monfíes, renegados, apóstatas, desertores...)
se oponían rotundamente a cualquier tipo de rendición y amenazaban con
matar a todo aquel que hablase a favor de ella. Los partidarios de resistir
contaban con el apoyo de algunos alfaquíes (personas doctas en
la ley islámica) y de "un moro santo" (visionario, especie de
profeta) que arengaba a todos a defenderse hasta que recibiesen de Allah, la
orden de salir y atacar a los cristianos con la seguridad de vencerlos y
levantar el cerco.
Las ayudas que Málaga demandaba a sus
hermanos musulmanes (entre ellos a Boabdil), no encontraron respuesta positiva,
salvo dos excepciones: una cuadrilla que al amparo de la noche intentó
introducirse en la ciudad atravesando por los montes el cerco, siendo
interceptados por los cristianos que dieron muerte a la mayoría y tomaron al
resto prisioneros; y un destacamento de caballería e infantería enviado desde
Guadix por El Zagal que fue atacado por Boabdil (recordemos que era
vasallo de Castilla) viéndose obligado a replegarse a su punto de partida.
En lo que se refiere al desgaste que el
cerco provocó en los cristianos lo solventó el rey Fernando pidiendo más apoyo,
tanto en dinero, como en tropas de refresco y avituallamiento, lo cual fue
atendido con celeridad por la nobleza. el clero y las ciudades, que enviaron
todo tipo de ayudas. También cooperaron los portugueses y el Imperio
alemán. Como quiera que se había transmitido el rumor del descontento de
algunos sectores del ejército cristiano, el rey comunicó a la reina Isabel la
conveniencia de que estuviese presente en el cerco. Ante esta solicitud,
la reina partió de Córdoba, desde donde se dedicaba a las cuestiones
administrativas de la guerra y se estableció en el real hasta el final
del sitio.
El factor psicológico también jugó su
papel. Se trataba de desmoronar por todos los medios la moral del contrario.
Para ello los sitiados recurrían a mandar algún que otro habitante de la ciudad
al real dejándose apresar por los cristianos, para así, al ser interrogado,
comentar que la ciudad estaba abastecida y que no se pensaba en
entregarla pues se confiaba en la victoria final. Por su parte, los sitiadores
hacían alarde de sus tropas y su maquinaria de asalto, mostrando así su fuerza
y poderío militar y amontonaban el trigo para que fuese visto desde las murallas.
Pérdidas humanas
En lo referente a las bajas
militares, el cronista Diego de Valera da las siguientes cifras de
combatientes muertos: tres mil cristianos y cinco mil musulmanes, que,
aunque haya que verlas con cierta reserva, nos puede dar una idea aproximada de
los que perdieron la vida combatiendo o a causa de las heridas o de sus
secuelas. Aquí no se detallan las cifras de la población civil, en la que es de
suponer que el hambre y las epidemias declaradas en la medina causarían también
un buen número de fallecidos . Que el número de heridos y muertos fue también
importante entre los cristianos lo podemos confirmar por la creación de un gran
hospital de campaña que Diego de Valera lo describe con dos pabellones, quince
tiendas y doscientas camas de colchones. Asimismo, en el real pudo aparecer
algún caso de peste, según insinúa el cronista Alonso de Palencia.
El frustrado atentado a los Reyes
Estando en pleno cerco, y ante las
penurias que ya atravesaba la ciudad de Málaga, un santón llamado Ibrahim
Algerbí, procedente de Guadix, se propuso acabar con la vida de los
reyes, pensando que de esa forma los cristianos levantarían el sitio. Se hizo
apresar fingiendo rezar en un barranco cerca del real, siendo llevado a
presencia del marqués de Cádiz al que comunicó que sabía por revelación divina
la inminente toma de Málaga, pero que eso solo se lo diría a los reyes.
El marqués lo envió ante los monarcas tal y como lo habían apresado, sin
desarmarlo de un alfanje que llevaba ceñido, evidenciándose así la imprudencia
y la curiosidad de los acompañantes, que iban más pendientes del personaje y
sus noticias que de otra cosa.
Llegado a la tienda de los reyes, D.
Fernando no se encontraba, por haberse retirado a dormir, y la reina no quiso
recibirlo hasta estar presente su marido. Ibrahim fue conducido entonces a otra
tienda cercana donde se hallaban Dª. Beatriz de Bobadilla, marquesa de Moya,
conversando con el caballero D. Álvaro de Portugal. El musulmán, que no
los conocía los confundió con los monarcas y sacando su alfanje, arremetió
contra D. Álvaro al que hirió en la cabeza y a Dª. Beatriz le asestó una
cuchillada que, a no ser por el alboroto que se generó, hubiese sido mortal de
necesidad. Ruy López de Toledo abrazó al frustrado regicida
inmovilizándolo, y la gente que lo rodeaban lo acribillaron a cuchilladas. Su
cuerpo fue descuartizado y lanzado a la ciudad con un trabuco (catapulta). Por
su parte, los malagueños mataron a uno de los principales cautivos cristianos
y, colocado sobre un asno, lo espolearon hacia el real.
A partir de este hecho, se acordó que los
reyes estuviesen guardados día y noche por doscientos caballeros de los reinos
de Castilla y de Aragón, de manera que ninguna persona pudiese acceder a ellos
con armas. De igual modo se ordenó que ningún musulmán entrase en el real sin
estar perfectamente identificado y que no llegase a ellos en ningún caso.
Contexto histórico
La conquista de Málaga por los Reyes
Católicos hay que entenderla como un hecho decisivo dentro de la Guerra de
Granada (1482-1492), con la que se puso fin al último estado musulmán en la
Península Ibérica: el emirato Nazarí de Granada, o simplemente, el Reino de
Granada.
Guerra civil en el Reino de Granada
Isabel de Castilla y Fernando de
Aragón supieron aprovechar las circunstancias en que se encontraba el
mencionado reino, inmerso en una guerra civil desde 1482 en la que se
enfrentaron el rey Muley Hacén contra su hijo Boabdil y, posteriormente,
éste último contra su tío El Zagal, que hereda el trono a la muerte de su
hermano Muley en 1485. Esta lucha familiar acaba con la división del emirato
entre El Zagal, que se convierte en señor de Málaga, Almería y Guadix, y
Muhammad XII, más conocido como Boabdil o también como el Rey Chico, que
quedaba como emir de la ciudad de Granada, convertido en vasallo de los Reyes
Católicos. Todo ello provocó un gran desgaste político, social y económico en
el reino nazarí, lo cual gestionaron hábilmente los monarcas cristianos.
Importancia de la ciudad de Málaga dentro
del Reino de Granada
Para los granadinos, la ciudad de Málaga
era una plaza primordial porque, aunque el puerto no era fondeadero seguro los
días de temporal, la riqueza e importancia de la ciudad, el considerable
tráfico de mercancías y la proximidad a África, hacían de ella un enclave
económico y de suministros de víveres y hombres fundamental para el socorro y
abastecimiento del reino. Del puerto Málaga llegaban a Granada hombres,
caballos y dinero recogido en diversas regiones africanas para el pago de las
guarniciones, así como importantes rentas, diezmos y gabelas que se imponían
sobre los testamentos, herederos y rescates de cautivos cristianos.
Una lucha en la que se mezcla lo medieval
y lo renacentista
La guerra de Granada, combina
características de guerra medieval con la nueva forma de lucha de la Edad
Moderna, en la que fueron protagonistas caballeros, infantes y peones
junto con la artillería y la intendencia. La conquista de Málaga es un claro
ejemplo de ello. A todo esto, se sumará el juego psicológico y el maquiavelismo
(término que se acuñará más tarde) del que fue un claro exponente el rey
Católico.
Los preliminares del cerco
Tras la toma de Vélez-Málaga, el rey D.
Fernando decide marchar sobre Málaga para cortar el tráfico marítimo al que
antes se ha aludido y así debilitar más aún al ya endeble reino nazarí
logrando, a la vez, la consolidación de las tierras conquistadas. Por
otra parte, el alcaide de Málaga, Abén Comixa (o Ibn Kumasa), partidario de
Boabdil y , por tanto, más favorable al rey Católico que El Zagal, es depuesto
por la guarnición africana de los gomeres de Hamet El Zegrí, contrario a
cualquier entendimiento con los cristianos. Esto obligaba al monarca cristiano
a no demorar la toma de la ciudad.
Propuesta del rey D.
Fernando para que Málaga se entregue
D. Fernando ordena cargar en la flota la
artillería rumbo a Málaga, mientras que él con las tropas avanza por
tierra. Como el terreno era muy escabroso, los soldados no podían avanzar sino
en fila, uno tras otro, de forma que, según palabras del cronista Diego de
Valera, "...paresçían subir al cielo e abaxar a los abismos". Se
detuvieron en Bezmiliana, poblado abandonado en la zona del actual Rincón
de la Victoria, a unas dos leguas (catorce Kms. aproximadamente) del objetivo.
Allí mandó el rey montar provisionalmente el real. Envía emisarios
a la ciudad conminando a sus pobladores a que se rindan y así establecer unas
capitulaciones dignas para ellos, respetando su libertad y sus bienes, tal como
había hecho con anterioridad en otras ciudades y fortalezas.
Pero se encontraban en la ciudad
refugiados de otras comarcas, elches (cristianos
renegados), monfíes(mudéjares proscritos que formaban parte de
cuadrillas de salteadores) procedentes de la Serranía de Ronda y los ya
mencionados gomeres norteafricanos que, confiando en la
seguridad de la ciudad, tanto por sus murallas, como por las fuerzas que la
defendían, se mostraban totalmente contrarios a la rendición, aun cuando otros
sectores de la población hubiesen preferido pactar unas capitulaciones favorables.
Escuchadas por El Zegrí las propuestas del rey Católico, las rechaza de pleno
y, haciendo gala de su carácter de guerrero y responsable de la ciudad ante el
Zagal que lo había nombrado alcaide, asegura que la defenderá a toda costa.
Conocida la respuesta y la alta
moral de los defensores malacitanos, D. Fernando convoca una reunión con
los nobles que le acompañan en la que se barajaron varias opciones: una
consistía en no cercar la ciudad, pues al estar aislada tanto por mar como por
tierra (se habían tomado todas las comarcas que la rodeaban y en el mar
dominaban los cristianos) no tendrían otra opción a medio plazo que rendirse;
la otra opción era establecer el cerco, pensando que de esta forma la presión
para la rendición sería mayor y que, a la vez, era más seguro que no recibirían
ayudas de las zonas interiores; también se argumentaba que había que aprovechar
la proximidad del ejército cristiano a la ciudad. Oídas las distintas
opiniones, el rey Fernando decide seguir con la idea inicial de poner sitio
sobre Málaga.
Descripción de la ciudad
Hernando del Pulgar nos narra las
características de la medina. Indica que estaba totalmente rodeada por
una muralla y asentada sobre un llano, junto a un monte, Gibralfaro, coronado
por un fornido castillo, y en cuya falda se erguía la Alcazaba, protegida, a su
vez, por dos murallas altas y fuertes, con torres gruesas y otras torres
menores. Un acceso, flanqueado por dos formidables muros paralelos
(coracha), comunicaba ambas fortificaciones. Por la parte del mar, la
muralla tenía también una pequeña fortaleza con seis torres (el Castillo de los
Genoveses) y otros torreones que defendían las Atarazanas (almacenes y
astilleros). Contaba Málaga con dos arrabales: uno en la zona septentrional, cercada
con muros y torres (arrabal de la Fontanella) y otro más pegado a la costa de
poniente, en la orilla derecha del río Guadalmedina, con huertas y casas caídas
(el arrabal de Attabanim o de los Tratantes de la Paja). Termina el cronista la
descripción diciendo que el aspecto de la ciudad era muy hermoso, con palmas,
naranjos y cidros, y muchos otros árboles y huertas.
Plano de la medina malagueña sobre foto
satélite (Elaboración: Juan V. Navarro Valls)
1 - 3
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>
Problemas de las huestes
cristianas para establecer el cerco
El primer gran problema que encuentra el
ejército cristiano es que junto al monte de Gibralfaro se alineaba el cerro
Victoria (o de San Cristóbal), y tras él una serie de elevaciones como el cerro
del Calvario que hacían que el único paso para acceder a los llanos, controlar
los pozos y establecer el cerco de la ciudad fuera entre las dos primeras
elevaciones mencionadas, fácilmente defendidas por los musulmanes, los cuales
al advertir la llegada de los cristianos por tierra y por mar se apresuraron a
reforzar con guardias las fortalezas, las murallas, los torreones y la zona
costera.
El Zegrí manda salir de la medina a tres
cuerpos de ejército que distribuye de la siguiente forma: uno por la zona
próxima a la costa de levante, en las faldas de Gibralfaro; otro en el
cerro Victoria; y un tercero en el valle existente entre ambos, por donde
habrían de pasar los cristianos. El primer encuentro fue durísimo, y ambos
ejércitos avanzaban y retrocedían según el empuje del contrario. Al final los
cristianos toman el cerro Victoria y expulsan del valle y de la costa a los
gomeres de El Zegrí, accediendo a la zona de huertas del arrabal de la
Fontanela, y disponiendo el cerco con tres reales. Esto ocurría el 7 de
mayo de 1487.
Distribución de las
tropas en el real
El real principal, con más gente, rodeaba
Gibralfaro, desde el mar hasta el arrabal, y estaba al mando del marqués de
Cádiz. Un segundo real se asentó en las huertas del arrabal y los cerros del
Calvario y la Victoria, y en él se estableció el rey junto con otros
nobles como el conde de Cifuentes, el conde de Ureña, y el alcaide de los
Donceles con las gentes del duque de Medina Sidonia (el duque se incorporó más
tarde), entre otros. El tercer real ocupaba la margen derecha del Guadalmedina,
hasta la costa, y allí estuvieron D. Fadrique de Toledo, D. Diego Hurtado de
Mendoza, el comendador mayor de León y las Órdenes de Santiago, Calatrava y
Alcántara. En esa zona, en lo que hoy es la Trinidad, estableció su real la
reina Isabel cuando se incorporó al asedio más tarde. La flota, estaba al
mando del noble catalán Galcerán de Requesens conde de Trivento, con los
capitanes Martín Ruiz de Mena, Garcí López de Arriarán y Antonio Bernal.
Un prolongado y encarnizado asedio
Una vez asentado el ejército cristiano,
transcurrirán más de tres meses (desde el mes de mayo al de agosto de
1487) hasta que la ciudad se entregue. Fue un cerco muy cruento, plagado de
continuos ataques y enfrentamientos en los campos aledaños de la ciudad entre
la caballería e infantería de ambos bandos; pero, sobre todo, fue una guerra de
desgaste, donde el castigo constante de la artillería, el hambre, las
enfermedades y la guerra psicológica jugaron un papel decisivo ante la
dificultad de asaltar un recinto amurallado que hacía la ciudad inexpugnable.
Número de combatientes
Sobre el número de combatientes, los
cronistas no se ponen de acuerdo: para los defensores de la ciudad, dan cifras
que oscilan entre los nueve mil guerreros según Diego de Varela, los ocho
mil de Andrés Bernáldez, y los cinco mil que establece Alonso de
Palencia. En cuanto al ejército cristiano, también los datos son dispares: para
Alonso de Palencia fueron doce mil caballeros y cincuenta mil infantes;
mientras que para Andrés Bernáldez sumarían diez mil los de a caballo y ochenta
mil los peones. Sea como fuere, hay que tener en cuenta que en el
ejército cristiano tuvieron lugar algunos relevos en el transcurso del cerco,
lo cual pudo hacer variar las cifras.
En el real se encontraban igualmente gente
no combatiente, entre los que cabe destacar a carpinteros, herreros,
aserradores, hacheros (dedicados a la tala y corte de árboles), fundidores,
albañiles, pedreros para buscar y labrar las piedras que iba a disparar
la artillería, azadoneros, carboneros y esparteros. Al frente de cada uno
de estos oficios había un responsable llamado "ministro", encargado
de pedir los oficiales y darles lo necesario. También contaban los cristianos
con maestros para fabricar pólvora, que era guardada en cuevas practicadas bajo
tierra, las cuales eran vigiladas noche y día por 300 hombres, aunque era tal
su uso, que los reyes tenían que pedirla a menudo a otros lugares y era traída
por la flota. Otros no combatientes que residían en el real eran los prelados
que trajo la reina Isabel, los clérigos, dedicados a hacer misas,
predicar y dar absoluciones plenarias por virtud de la Santa Cruzada y
los cantores de las capillas del rey y reina, pertenecientes
también al estamento clerical.
Los diversos tipos de
lucha durante los meses del sitio
En cuanto a las escaramuzas y
enfrentamientos que sucedieron, se contaron en torno a quince, en los que
la caballería y/o la infantería musulmana salía, bien del castillo, bien
de la ciudad, para asaltar por sorpresa las estancias (posiciones militares
cristianas a modo de avanzadillas dispuestas estratégicamente, más o menos
cercanas a los muros y protegidas por parapetos, vallas, fosas, etc.),
utilizando entre otras armas, lanzas, espingardas (especie de arcabuces) y
ballestas, llegándose a establecer la lucha cuerpo a cuerpo. Estos
ataques solían dejar sobre el terreno una cantidad importante de heridos y
muertos por ambas partes. Cuando la oposición del ejército cristiano era
manifiesta, por la ayuda de los contingentes cercanos, los malagueños se
retiraban tras los muros para intentar minimizar las pérdidas humanas.
En una de las últimas incursiones se hizo
famosa entre los cristianos la hidalguía de un guerrero musulmán, llamado
Ibrahim Zenete, lugarteniente de El Zegrí, que yendo al frente de un cuerpo de
caballería, se disponía a atacar la estancia del maestre de Alcántara.
Encontrando a un grupo de jóvenes cristianos dormidos en la playa, en vez de
alancearlos, los despertó y les espetó a que huyeran. Ante el reproche de
algunos compañeros de armas por no haberlos matado, el cronista A.
Bernáldez escribe que Zenete contestó "no maté porque no vide barbas"
La utilización de la artillería jugó un
papel muy importante, con el fin de causar destrozos en las murallas y en
el interior de la ciudad. También contribuía a minar la moral de los sitiados.
Las piezas más utilizadas eran los cuartagos o morteros pedreros, ribadoquines
(cañones de pequeño calibre montados en paralelo sobre una plataforma) y, las
más destructivas, las lombardas gruesas (eran famosas "las Siete Hermanas
Ximonas" y "la Reina" en el bando cristiano). Los sitiados
contaban igualmente con abundante artillería instalada, tanto en las torres y
murallas, como en Gibralfaro.
Al respecto, mientras escribía este
trabajo, ha tenido lugar un hallazgo en la cripta de la Iglesia de Santiago de
la ciudad. Esta iglesia está cercana a lo que fue la antigua muralla musulmana,
a pocos metros de la Puerta de Granada. Pues bien, se están llevando a cabo
unas obras de restauración del templo y al sacar escombros que antaño habían
apilado en la cripta, ha aparecido un bolaño de los que bombardas y pedreros
disparaban a las murallas de Málaga en la época del asedio.
Con vistas a un posible asalto, se
practicaron por diversos lugares minas, o sea, excavaciones subterráneas que
traspasasen las murallas con la doble finalidad de debilitar los muros y de
poder introducir soldados en la medina. Se llevaron a cabo minas por parte del
duque de Nájera, del conde de Benavente, del clavero de Alcántara y del
comendador mayor de Calatrava. Cuando los defensores las descubrían, construían
contraminas, les prendían fuego e incluso llegaron a enfrentarse en ellas
soldados de ambos bandos.
También se luchó por conseguir los
torreones estratégicos, con diferente fortuna. Se consiguieron así
algunos que protegían los arrabales, aunque, sin duda, el hecho más
destacado en la lucha por los torreones lo protagonizaron el capitán Francisco
Ramírez de Madrid "el Artillero" y sus gentes que, ya
bastante avanzado el sitio, consiguieron tomar la torre defensora de la entrada
de un puente sobre el Guadalmedina que daba acceso a la ciudad (cerca del
actual puente de Santo Domingo). Construyó una mina e introdujo un cuartago
bajo el suelo de la torre. En la superficie fue estableciendo paso a paso
baluartes y artillería. Al cuarto día, los cristianos acercaron a la torre
mantas (protecciones de madera y cuero para los soldados) y escalas.
Estando en pleno combate, Francisco Ramírez mandó disparar el cuartago
instalado en la mina lo que hundió el suelo de la torre, cayendo cuatro
defensores y huyendo los demás, que se refugiaron en otra torre que se situaba
al extremo opuesto del puente, pegada a la muralla. Al cabo de duros combates,
donde la artillería fue la protagonista, se logró también tomar la segunda
torre. Debido a esta heroicidad, el rey nombró caballero a Francisco Ramírez.
En cuanto al mar, la supremacía de la
flota cristiana era manifiesta, y sirvió sobre todo, a excepción de alguna
escaramuza naval sin mayor importancia, para asegurar el abastecimiento al
real, al tiempo que impedía el tráfico marítimo de las posibles ayudas,
tanto de militares como de suministros, procedentes de otros puertos musulmanes
norteafricanos a los sitiados malagueños como antes se ha explicado.
Desgaste de la contienda
Con el transcurrir de los días tanto la
moral como los recursos iban disminuyendo. Esto se agudizaba sobremanera
entre los ciudadanos sitiados, entre los que empezaba a escasear el pan. A los
dos meses de sitio, en la ciudad se pasaba hambre y las crónicas narran que sus
pobladores comían cueros de vaca cocidos, harina de los troncos de palma,
asnos, caballos, ratas y comadrejas, lo que causaba no pocas enfermedades en la
población. Aunque una buena parte de los malagueños (artesanos y comerciantes
sobre todo, intentaban llegar a un acuerdo con los sitiadores, El Zagal, los
gomeres a su mando y otros sectores (monfíes, renegados, apóstatas, desertores...)
se oponían rotundamente a cualquier tipo de rendición y amenazaban con
matar a todo aquel que hablase a favor de ella. Los partidarios de resistir
contaban con el apoyo de algunos alfaquíes (personas doctas en
la ley islámica) y de "un moro santo" (visionario, especie de
profeta) que arengaba a todos a defenderse hasta que recibiesen de Allah, la
orden de salir y atacar a los cristianos con la seguridad de vencerlos y
levantar el cerco.
Las ayudas que Málaga demandaba a sus
hermanos musulmanes (entre ellos a Boabdil), no encontraron respuesta positiva,
salvo dos excepciones: una cuadrilla que al amparo de la noche intentó
introducirse en la ciudad atravesando por los montes el cerco, siendo
interceptados por los cristianos que dieron muerte a la mayoría y tomaron al
resto prisioneros; y un destacamento de caballería e infantería enviado desde
Guadix por El Zagal que fue atacado por Boabdil (recordemos que era
vasallo de Castilla) viéndose obligado a replegarse a su punto de partida.
En lo que se refiere al desgaste que el
cerco provocó en los cristianos lo solventó el rey Fernando pidiendo más apoyo,
tanto en dinero, como en tropas de refresco y avituallamiento, lo cual fue
atendido con celeridad por la nobleza. El clero y las ciudades, que enviaron
todo tipo de ayudas. También cooperaron los portugueses y el Imperio
alemán. Como quiera que se había transmitido el rumor del descontento de
algunos sectores del ejército cristiano, el rey comunicó a la reina Isabel la
conveniencia de que estuviese presente en el cerco. Ante esta solicitud,
la reina partió de Córdoba, desde donde se dedicaba a las cuestiones
administrativas de la guerra y se estableció en el real hasta el final
del sitio.
El factor psicológico también jugó su
papel. Se trataba de desmoronar por todos los medios la moral del contrario.
Para ello los sitiados recurrían a mandar algún que otro habitante de la ciudad
al real dejándose apresar por los cristianos, para así, al ser interrogado,
comentar que la ciudad estaba abastecida y que no se pensaba en
entregarla pues se confiaba en la victoria final. Por su parte, los sitiadores
hacían alarde de sus tropas y su maquinaria de asalto, mostrando así su fuerza
y poderío militar y amontonaban el trigo para que fuese visto desde las murallas.
Pérdidas humanas
En lo referente a las bajas
militares, el cronista Diego de Valera da las siguientes cifras de
combatientes muertos: tres mil cristianos y cinco mil musulmanes, que,
aunque haya que verlas con cierta reserva, nos puede dar una idea aproximada de
los que perdieron la vida combatiendo o a causa de las heridas o de sus
secuelas. Aquí no se detallan las cifras de la población civil, en la que es de
suponer que el hambre y las epidemias declaradas en la medina causarían también
un buen número de fallecidos. Que el número de heridos y muertos fue también
importante entre los cristianos lo podemos confirmar por la creación de un gran
hospital de campaña que Diego de Valera lo describe con dos pabellones, quince
tiendas y doscientas camas de colchones. Asimismo, en el real pudo aparecer
algún caso de peste, según insinúa el cronista Alonso de Palencia.
El frustrado atentado a los Reyes
Estando en pleno cerco, y ante las
penurias que ya atravesaba la ciudad de Málaga, un santón llamado Ibrahim
Algerbí, procedente de Guadix, se propuso acabar con la vida de los
reyes, pensando que de esa forma los cristianos levantarían el sitio. Se hizo
apresar fingiendo rezar en un barranco cerca del real, siendo llevado a
presencia del marqués de Cádiz al que comunicó que sabía por revelación divina
la inminente toma de Málaga, pero que eso solo se lo diría a los reyes.
El marqués lo envió ante los monarcas tal y como lo habían apresado, sin
desarmarlo de un alfanje que llevaba ceñido, evidenciándose así la imprudencia
y la curiosidad de los acompañantes, que iban más pendientes del personaje y
sus noticias que de otra cosa.
Llegado a la tienda de los reyes, D.
Fernando no se encontraba, por haberse retirado a dormir, y la reina no quiso
recibirlo hasta estar presente su marido. Ibrahim fue conducido entonces a otra
tienda cercana donde se hallaban Dª. Beatriz de Bobadilla, marquesa de Moya,
conversando con el caballero D. Álvaro de Portugal. El musulmán, que no
los conocía los confundió con los monarcas y sacando su alfanje, arremetió
contra D. Álvaro al que hirió en la cabeza y a Dª. Beatriz le asestó una
cuchillada que, a no ser por el alboroto que se generó, hubiese sido mortal de
necesidad. Ruy López de Toledo abrazó al frustrado regicida
inmovilizándolo, y la gente que lo rodeaba lo acribilló a cuchilladas. Su
cuerpo fue descuartizado y lanzado a la ciudad con un trabuco (catapulta). Por
su parte, los malagueños mataron a uno de los principales cautivos cristianos
y, colocado sobre un asno, lo espolearon hacia el real.
A partir de este hecho, se acordó que los
reyes estuviesen guardados día y noche por doscientos caballeros de los reinos
de Castilla y de Aragón, de manera que ninguna persona pudiese acceder a ellos
con armas. De igual modo se ordenó que ningún musulmán entrase en el real sin
estar perfectamente identificado y que no llegase a ellos en ningún caso.
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