lunes, 15 de octubre de 2018

LA TOMA DE MÁLAGA POR LOS REYES CATÓLICOS (1487)


LA TOMA DE MÁLAGA POR LOS REYES CATÓLICOS (1487)

Juan V. Navarro Valls
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Contexto histórico

La conquista de Málaga por los Reyes Católicos hay que entenderla como un hecho decisivo dentro de la Guerra de Granada (1482-1492), con la que se puso fin al último estado musulmán en la Península Ibérica: el emirato Nazarí de Granada, o simplemente, el Reino de Granada.

Guerra civil en el Reino de Granada

Isabel de Castilla y Fernando de Aragón supieron aprovechar las circunstancias en que se encontraba el mencionado reino, inmerso en una guerra civil desde 1482 en la que se enfrentaron el rey Muley Hacén contra su hijo Boabdil  y, posteriormente, éste último contra su tío El Zagal, que hereda el trono a la muerte de su hermano Muley en 1485. Esta lucha familiar acaba con la división del emirato entre El Zagal, que se convierte en señor de  Málaga, Almería y Guadix, y Muhammad XII, más conocido como Boabdil o también como el Rey Chico, que quedaba como emir de la ciudad de Granada, convertido en vasallo de los Reyes Católicos. Todo ello provocó un gran desgaste político, social y económico en el reino nazarí, lo cual gestionaron hábilmente los  monarcas cristianos.

Importancia de la ciudad de Málaga dentro del Reino de Granada

Para los granadinos, la ciudad de Málaga era una plaza primordial porque, aunque el puerto no era fondeadero seguro los días de temporal, la riqueza e importancia de la ciudad, el considerable tráfico de mercancías y la proximidad a África, hacían de ella un enclave económico y de suministros de víveres y hombres fundamental para el socorro y abastecimiento del reino. Del puerto Málaga llegaban a Granada hombres, caballos y dinero recogido en diversas regiones africanas para el pago de las guarniciones, así como importantes rentas, diezmos y gabelas que se imponían sobre los testamentos, herederos y rescates de cautivos cristianos.

Una lucha en la que se mezcla lo medieval y lo renacentista

La guerra de  Granada, combina características de guerra medieval con la nueva forma de lucha de la Edad Moderna, en la que fueron protagonistas  caballeros, infantes y peones junto con la artillería y la intendencia. La conquista de Málaga es un claro ejemplo de ello. A todo esto, se sumará el juego psicológico y el maquiavelismo (término que se acuñará más tarde) del que fue un claro exponente el rey Católico.
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Los preliminares del cerco
Tras la toma de Vélez-Málaga, el rey D. Fernando decide marchar sobre Málaga para cortar el trafico marítimo al que antes se ha aludido y así debilitar más aún al ya endeble reino nazarí logrando, a la vez,  la consolidación de las tierras conquistadas. Por otra parte, el alcaide de Málaga, Abén Comixa (o Ibn Kumasa), partidario de Boabdil y , por tanto, más favorable al rey Católico que El Zagal, es depuesto por la guarnición africana de los gomeres de Hamet El Zegrí, contrario a cualquier entendimiento con los cristianos. Esto obligaba al monarca cristiano a no demorar la toma de la ciudad.

Propuesta del rey D. Fernando para que Málaga se entregue

D. Fernando ordena cargar en la flota la artillería rumbo a  Málaga, mientras que él con las tropas avanza por tierra. Como el terreno era muy escabroso, los soldados no podían avanzar sino en fila, uno tras otro, de forma que, según palabras del cronista Diego de Valera, "...paresçían subir al çielo e abaxar a los abismos". Se detuvieron en  Bezmiliana, poblado abandonado en la zona del actual Rincón de la Victoria, a unas dos leguas (catorce Kms. aproximadamente) del objetivo. Allí mandó el rey montar  provisionalmente el real. Envía emisarios  a la ciudad conminando a sus pobladores a que se rindan y así establecer unas capitulaciones dignas para ellos, respetando su libertad y sus bienes, tal como había hecho con anterioridad en otras ciudades y fortalezas.

Pero se encontraban en la ciudad refugiados de otras comarcas,  elches (cristianos renegados), monfíes(mudéjares proscritos que formaban parte de cuadrillas de salteadores) procedentes de la Serranía de Ronda y los ya mencionados gomeres norteafricanos que, confiando en la seguridad de la ciudad, tanto por sus murallas, como por las fuerzas que la defendían, se mostraban totalmente contrarios a la rendición, aún cuando otros sectores de la población hubiesen preferido pactar unas capitulaciones favorables. Escuchadas por El Zegrí las propuestas del rey Católico, las rechaza de pleno y, haciendo gala de su carácter de guerrero y responsable de la ciudad ante el Zagal que lo había nombrado alcaide, asegura que la defenderá a toda costa.

Conocida  la respuesta y la alta moral de los defensores malacitanos, D. Fernando  convoca una reunión con los nobles que le acompañan en la que se barajaron varias opciones: una consistía en no cercar la ciudad, pues al estar aislada tanto por mar como por tierra (se habían tomado todas las comarcas que la rodeaban y en el mar dominaban los cristianos) no tendrían otra opción a medio plazo que rendirse; la otra opción era establecer el cerco, pensando que de esta forma la presión para la rendición sería mayor y que, a la vez, era más seguro que no recibirían ayudas de las zonas interiores; también se argumentaba que había que aprovechar la proximidad  del ejército cristiano a la ciudad. Oídas las distintas opiniones, el rey Fernando decide seguir con la idea inicial de poner sitio sobre Málaga.

Descripción de la ciudad

Hernando del Pulgar nos narra las características de la medina. Indica que estaba totalmente  rodeada por una muralla y asentada sobre un llano, junto a un monte, Gibralfaro, coronado por un fornido castillo, y en cuya falda se erguía la Alcazaba, protegida, a su vez, por dos murallas altas y fuertes, con  torres gruesas y otras torres menores. Un acceso, flanqueado por dos formidables muros paralelos (coracha),  comunicaba ambas fortificaciones. Por la parte del mar, la muralla tenía también una pequeña fortaleza con seis torres (el Castillo de los Genoveses) y otros torreones que defendían las Atarazanas (almacenes y astilleros). Contaba Málaga con dos arrabales: uno en la zona septentrional, cercado con muros y torres (arrabal de la Fontanella) y otro más pegado a la costa de poniente, en la orilla derecha del río Guadalmedina, con huertas y casas caídas (el arrabal de Attabanim o de los Tratantes de la Paja). Termina el cronista la descripción diciendo que el aspecto de la ciudad era muy hermoso, con palmas, naranjos y cidros, y muchos otros árboles y huertas.

Plano de la medina malagueña sobre foto satélite (Elaboración: Juan V. Navarro Valls)
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Problemas de las huestes cristianas para establecer el cerco

El primer gran problema que encuentra el ejército cristiano es que junto al monte de Gibralfaro se alineaba el cerro Victoria (o de San Cristóbal), y tras él una serie de elevaciones como el cerro del Calvario que hacían que el único paso para acceder a los llanos, controlar los pozos y establecer el cerco de la ciudad fuera entre las dos primeras elevaciones mencionadas, fácilmente defendidas por los musulmanes, los cuales al advertir la llegada de los cristianos por tierra y por mar se apresuraron a reforzar con guardias las fortalezas, las murallas, los torreones y la zona costera.

El Zegrí manda salir de la medina a tres cuerpos de ejército que distribuye de la siguiente forma: uno por la zona próxima a la costa de levante,  en las faldas de Gibralfaro; otro en el cerro Victoria; y un tercero en el valle existente entre ambos, por donde habrían de pasar los cristianos. El primer encuentro fue durísimo, y ambos ejércitos avanzaban y retrocedían según el empuje del contrario. Al final los cristianos toman el cerro Victoria y expulsan del valle y de la costa a los gomeres de El Zegrí, accediendo a la zona de huertas del arrabal de la Fontanela,  y disponiendo el cerco con tres reales. Esto ocurría el 7 de mayo de 1487.

Distribución de las tropas en el real

El real principal, con más gente, rodeaba Gibralfaro, desde el mar hasta el arrabal, y estaba al mando del marqués de Cádiz. Un segundo real se asentó en las huertas del arrabal y los cerros del Calvario y la Victoria,  y en él se estableció el rey junto con otros nobles como el conde de Cifuentes, el conde de Ureña, y el alcaide de los Donceles con las gentes del duque de Medina Sidonia (el duque se incorporó más tarde), entre otros. El tercer real ocupaba la margen derecha del Guadalmedina, hasta la costa, y allí estuvieron D. Fadrique de Toledo, D. Diego Hurtado de Mendoza, el comendador mayor de León y las Órdenes de Santiago, Calatrava y Alcántara. En esa zona, en lo que hoy es la Trinidad, estableció su real la reina Isabel cuando se incorporó al asedio  más tarde. La flota, estaba al mando del noble catalán Galcerán de Requesens conde de Trivento, con los capitanes  Martín Ruiz de Mena, Garcí López de Arriarán y Antonio Bernal.

Un prolongado y encarnizado asedio

Una vez asentado el ejército cristiano, transcurrirán más de tres meses  (desde el mes de mayo al de agosto de 1487) hasta que la ciudad se entregue. Fue un cerco muy cruento, plagado de continuos ataques y enfrentamientos en los campos aledaños de la ciudad entre la caballería e infantería de ambos bandos; pero, sobre todo, fue una guerra de desgaste, donde el castigo constante de la artillería, el hambre, las enfermedades y la guerra psicológica jugaron un papel decisivo ante la dificultad de asaltar un recinto amurallado que hacía la ciudad inexpugnable.

Número de combatientes

Sobre el número de combatientes, los cronistas no se ponen de acuerdo: para los defensores de la ciudad, dan cifras que  oscilan entre los nueve mil guerreros según Diego de Varela, los ocho mil de Andrés Bernáldez,  y los cinco mil que establece Alonso de Palencia. En cuanto al ejército cristiano, también los datos son dispares: para Alonso de Palencia fueron doce mil caballeros y cincuenta mil infantes; mientras que para Andrés Bernáldez sumarían diez mil los de a caballo y ochenta mil los peones. Sea como fuere, hay que tener en cuenta que  en el ejército cristiano tuvieron lugar algunos relevos en el transcurso del cerco, lo cual pudo hacer variar las cifras.

En el real se encontraban igualmente gente no combatiente, entre los que cabe destacar a carpinteros,  herreros, aserradores, hacheros (dedicados a la tala y corte de árboles), fundidores, albañiles, pedreros para buscar y labrar las piedras que iba a disparar  la artillería, azadoneros, carboneros y esparteros.  Al frente de cada uno de estos oficios había un responsable llamado "ministro", encargado de pedir los oficiales y darles lo necesario. También contaban los cristianos con maestros para fabricar pólvora, que era guardada en cuevas practicadas bajo tierra, las cuales eran vigiladas noche y día por 300 hombres, aunque era tal su uso, que los reyes tenían que pedirla a menudo a otros lugares y era traída por la flota. Otros no combatientes que residían en el real eran los prelados que trajo la reina Isabel,  los clérigos, dedicados a hacer misas, predicar y dar absoluciones plenarias por virtud de la Santa Cruzada y los  cantores de las capillas del rey y reina,  pertenecientes también al estamento clerical.

Los diversos tipos de lucha durante los meses del sitio

En cuanto a las escaramuzas y enfrentamientos que sucedieron, se contaron en torno a  quince, en los que la caballería y/o la infantería  musulmana salía, bien del castillo, bien de la ciudad, para asaltar por sorpresa las estancias (posiciones militares cristianas a modo de avanzadillas dispuestas estratégicamente, más o menos cercanas a los muros y protegidas por parapetos, vallas, fosas, etc.), utilizando entre otras armas, lanzas, espingardas (especie de arcabuces) y ballestas,  llegándose a establecer la lucha cuerpo a cuerpo. Estos ataques solían dejar sobre el terreno una cantidad importante de heridos y muertos por ambas partes. Cuando la oposición del ejército cristiano era manifiesta, por la ayuda de los contingentes cercanos, los malagueños se retiraban tras los muros para intentar minimizar  las pérdidas humanas.

En una de las últimas incursiones se hizo famosa entre los cristianos la hidalguía de un guerrero musulmán, llamado Ibrahim Zenete, lugarteniente de El Zegrí, que yendo al frente de un cuerpo de caballería, se disponía a atacar  la estancia del maestre de Alcántara. Encontrando a un grupo de jóvenes cristianos dormidos en la playa, en vez de alancearlos, los despertó y les espetó a que huyeran. Ante el reproche de algunos compañeros de armas por no haberlos matado, el cronista A.  Bernáldez escribe que Zenete contestó "no maté porque no vide barbas"

La utilización de la artillería jugó un papel muy importante, con el fin de causar destrozos  en las murallas y en el interior de la ciudad. También contribuía a minar la moral de los sitiados. Las piezas más utilizadas eran los cuartagos o morteros pedreros, ribadoquines (cañones de pequeño calibre montados en paralelo sobre una plataforma) y, las más destructivas, las lombardas gruesas (eran famosas "las Siete Hermanas Ximonas" y "la Reina" en el bando cristiano). Los sitiados contaban igualmente con abundante artillería instalada, tanto en las torres y murallas, como en Gibralfaro.

Al respecto, mientras escribía este trabajo, ha tenido lugar un hallazgo en la cripta de la Iglesia de Santiago de la ciudad. Esta iglesia está cercana a lo que fue la antigua muralla musulmana, a pocos metros de la Puerta de Granada. Pues bien, se están llevando a cabo unas obras de restauración del templo y al sacar escombros que antaño habían apilado en la cripta, ha aparecido un bolaño de los que bombardas y pedreros disparaban a las murallas de Málaga en la época del asedio.
Con vistas a un  posible asalto, se practicaron por diversos lugares minas, o sea, excavaciones subterráneas que traspasasen las murallas con la doble finalidad de debilitar los muros y de poder introducir soldados en la medina. Se llevaron a cabo minas por parte del duque de Nájera, del conde de Benavente, del clavero de Alcántara y del comendador mayor de Calatrava. Cuando los defensores las descubrían, construían contraminas, les prendían fuego e incluso llegaron a enfrentarse en ellas soldados de ambos bandos.

También se luchó por conseguir los torreones estratégicos, con diferente fortuna. Se consiguieron así algunos  que protegían  los arrabales, aunque, sin duda, el hecho más destacado en la lucha por los torreones lo protagonizaron el capitán Francisco Ramírez de Madrid "el Artillero" y sus gentes que, ya bastante avanzado el sitio, consiguieron tomar la torre defensora de la entrada de un puente  sobre el Guadalmedina que daba acceso a la ciudad (cerca del actual puente de Santo Domingo). Construyó una mina e introdujo un cuartago bajo el suelo de la torre. En la superficie fue estableciendo paso a paso baluartes y artillería. Al cuarto día, los cristianos acercaron a la torre mantas (protecciones de madera y cuero para los soldados)  y escalas. Estando en pleno combate, Francisco Ramírez mandó disparar el cuartago instalado en la mina lo que hundió el suelo de la torre, cayendo cuatro defensores y huyendo los demás, que se refugiaron en otra torre que se situaba al extremo opuesto del puente, pegada a la muralla. Al cabo de duros combates , donde la artillería fue la protagonista, se logró también tomar la segunda torre. Debido a esta heroicidad, el rey nombró caballero a Francisco Ramírez.

En cuanto al mar, la supremacía de la flota cristiana era manifiesta, y sirvió sobre todo, a excepción de alguna escaramuza naval sin mayor importancia, para asegurar el abastecimiento al real, al tiempo que impedía el tráfico marítimo de las posibles  ayudas, tanto de militares como de suministros, procedentes de otros puertos musulmanes norteafricanos a los sitiados malagueños como antes se ha explicado.
Desgaste de la contienda

Con el transcurrir de los días tanto la moral como los recursos iban disminuyendo. Esto se agudizaba sobremanera  entre los ciudadanos sitiados, entre los que empezaba a escasear el pan. A los dos meses de sitio, en la ciudad se pasaba hambre y las crónicas narran que sus pobladores comían cueros de vaca cocidos, harina de los troncos de palma, asnos, caballos, ratas y comadrejas, lo que causaba no pocas enfermedades en la población. Aunque una buena parte de los malagueños (artesanos y comerciantes sobre todo, intentaban llegar a un acuerdo con los sitiadores, El Zagal, los gomeres a su mando y otros sectores (monfíes, renegados, apóstatas, desertores...) se oponían rotundamente  a cualquier tipo de rendición y amenazaban con matar a todo aquel que hablase a favor de ella. Los partidarios de resistir contaban con el apoyo de algunos alfaquíes (personas doctas en la ley islámica) y de "un moro santo" (visionario, especie de profeta) que arengaba a todos a defenderse hasta que recibiesen de Allah, la orden de salir y atacar a los cristianos con la seguridad de vencerlos y levantar el cerco.

Las ayudas que Málaga demandaba a sus hermanos musulmanes (entre ellos a Boabdil), no encontraron respuesta positiva, salvo dos excepciones: una cuadrilla que al amparo de la noche intentó introducirse en la ciudad atravesando por los montes el cerco, siendo interceptados por los cristianos que dieron muerte a la mayoría y tomaron al resto prisioneros; y un destacamento de caballería e infantería enviado desde Guadix por El Zagal que fue atacado por Boabdil  (recordemos que era vasallo de Castilla) viéndose obligado a replegarse a su punto de partida.

En lo que se refiere al desgaste que el cerco provocó en los cristianos lo solventó el rey Fernando pidiendo más apoyo, tanto en dinero, como en tropas de refresco y avituallamiento, lo cual fue atendido con celeridad por la nobleza. el clero y las ciudades, que enviaron todo tipo de ayudas. También cooperaron los portugueses y el  Imperio alemán. Como quiera que se había transmitido el rumor del descontento de algunos sectores del ejército cristiano, el rey comunicó a la reina Isabel la conveniencia de que estuviese presente en  el cerco. Ante esta solicitud, la reina partió de Córdoba, desde donde se dedicaba a las cuestiones administrativas de la guerra y  se estableció en el real hasta el final del sitio.

El factor psicológico también jugó su papel. Se trataba de desmoronar por todos los medios la moral del contrario. Para ello los sitiados recurrían a mandar algún que otro habitante de la ciudad al real dejándose apresar por los cristianos, para así, al ser interrogado, comentar que la ciudad  estaba abastecida y que no se pensaba en entregarla pues se confiaba en la victoria final. Por su parte, los sitiadores hacían alarde de sus tropas y su maquinaria de asalto, mostrando así su fuerza y poderío militar y amontonaban el trigo para que fuese visto desde las murallas.

Pérdidas humanas

En lo referente a las bajas  militares, el cronista Diego de Valera da las siguientes cifras de combatientes  muertos: tres mil cristianos y cinco mil musulmanes, que, aunque haya que verlas con cierta reserva, nos puede dar una idea aproximada de los que perdieron la vida combatiendo o a causa de las heridas o de sus secuelas. Aquí no se detallan las cifras de la población civil, en la que es de suponer que el hambre y las epidemias declaradas en la medina causarían también un buen número de fallecidos . Que el número de heridos y muertos fue también importante entre los cristianos lo podemos confirmar por la creación de un gran hospital de campaña que Diego de Valera lo describe con dos pabellones, quince tiendas y doscientas camas de colchones. Asimismo, en el real pudo aparecer algún caso de peste, según insinúa el cronista Alonso de Palencia.

El frustrado atentado a los Reyes

Estando en pleno cerco, y ante las penurias que ya atravesaba la ciudad de Málaga, un santón llamado Ibrahim Algerbí, procedente de  Guadix, se propuso acabar con la vida de los reyes, pensando que de esa forma los cristianos levantarían el sitio. Se hizo apresar fingiendo rezar en un barranco cerca del real, siendo  llevado a presencia del marqués de Cádiz al que comunicó que sabía por revelación divina la inminente  toma de Málaga, pero que eso solo se lo diría a los reyes. El marqués lo envió ante los monarcas tal y como lo habían apresado, sin desarmarlo de un alfanje que llevaba ceñido, evidenciándose así la imprudencia y la curiosidad de los acompañantes, que iban más pendientes del personaje y sus noticias que de otra cosa.

Llegado a la tienda de los reyes, D. Fernando no se encontraba, por haberse retirado a dormir, y la reina no quiso recibirlo hasta estar presente su marido. Ibrahim fue conducido entonces a otra tienda cercana donde se hallaban Dª. Beatriz de Bobadilla, marquesa de Moya, conversando con  el caballero D. Álvaro de Portugal. El musulmán, que no los conocía los confundió con los monarcas y sacando su alfanje, arremetió contra D. Álvaro al que hirió en la cabeza y a Dª. Beatriz le asestó una cuchillada que, a no ser por el alboroto que se generó, hubiese sido mortal de necesidad. Ruy López de Toledo abrazó al frustrado regicida  inmovilizándolo, y la gente que lo rodeaban lo acribillaron a cuchilladas. Su cuerpo fue descuartizado y lanzado a la ciudad con un trabuco (catapulta). Por su parte, los malagueños mataron a uno de los principales cautivos cristianos y, colocado sobre un asno, lo espolearon hacia el real.

A partir de este hecho, se acordó que los reyes estuviesen guardados día y noche por doscientos caballeros de los reinos de Castilla y de Aragón, de manera que ninguna persona pudiese acceder a ellos con armas. De igual modo se ordenó que ningún musulmán entrase en el real sin estar perfectamente identificado y que no llegase a ellos en ningún caso.


Contexto histórico

La conquista de Málaga por los Reyes Católicos hay que entenderla como un hecho decisivo dentro de la Guerra de Granada (1482-1492), con la que se puso fin al último estado musulmán en la Península Ibérica: el emirato Nazarí de Granada, o simplemente, el Reino de Granada.

Guerra civil en el Reino de Granada

Isabel de Castilla y Fernando de Aragón supieron aprovechar las circunstancias en que se encontraba el mencionado reino, inmerso en una guerra civil desde 1482 en la que se enfrentaron el rey Muley Hacén contra su hijo Boabdil  y, posteriormente, éste último contra su tío El Zagal, que hereda el trono a la muerte de su hermano Muley en 1485. Esta lucha familiar acaba con la división del emirato entre El Zagal, que se convierte en señor de  Málaga, Almería y Guadix, y Muhammad XII, más conocido como Boabdil o también como el Rey Chico, que quedaba como emir de la ciudad de Granada, convertido en vasallo de los Reyes Católicos. Todo ello provocó un gran desgaste político, social y económico en el reino nazarí, lo cual gestionaron hábilmente los  monarcas cristianos.

Importancia de la ciudad de Málaga dentro del Reino de Granada

Para los granadinos, la ciudad de Málaga era una plaza primordial porque, aunque el puerto no era fondeadero seguro los días de temporal, la riqueza e importancia de la ciudad, el considerable tráfico de mercancías y la proximidad a África, hacían de ella un enclave económico y de suministros de víveres y hombres fundamental para el socorro y abastecimiento del reino. Del puerto Málaga llegaban a Granada hombres, caballos y dinero recogido en diversas regiones africanas para el pago de las guarniciones, así como importantes rentas, diezmos y gabelas que se imponían sobre los testamentos, herederos y rescates de cautivos cristianos.

Una lucha en la que se mezcla lo medieval y lo renacentista

La guerra de  Granada, combina características de guerra medieval con la nueva forma de lucha de la Edad Moderna, en la que fueron protagonistas  caballeros, infantes y peones junto con la artillería y la intendencia. La conquista de Málaga es un claro ejemplo de ello. A todo esto, se sumará el juego psicológico y el maquiavelismo (término que se acuñará más tarde) del que fue un claro exponente el rey Católico.

Los preliminares del cerco
Tras la toma de Vélez-Málaga, el rey D. Fernando decide marchar sobre Málaga para cortar el tráfico marítimo al que antes se ha aludido y así debilitar más aún al ya endeble reino nazarí logrando, a la vez,  la consolidación de las tierras conquistadas. Por otra parte, el alcaide de Málaga, Abén Comixa (o Ibn Kumasa), partidario de Boabdil y , por tanto, más favorable al rey Católico que El Zagal, es depuesto por la guarnición africana de los gomeres de Hamet El Zegrí, contrario a cualquier entendimiento con los cristianos. Esto obligaba al monarca cristiano a no demorar la toma de la ciudad.

Propuesta del rey D. Fernando para que Málaga se entregue

D. Fernando ordena cargar en la flota la artillería rumbo a  Málaga, mientras que él con las tropas avanza por tierra. Como el terreno era muy escabroso, los soldados no podían avanzar sino en fila, uno tras otro, de forma que, según palabras del cronista Diego de Valera, "...paresçían subir al cielo e abaxar a los abismos". Se detuvieron en  Bezmiliana, poblado abandonado en la zona del actual Rincón de la Victoria, a unas dos leguas (catorce Kms. aproximadamente) del objetivo. Allí mandó el rey montar  provisionalmente el real. Envía emisarios  a la ciudad conminando a sus pobladores a que se rindan y así establecer unas capitulaciones dignas para ellos, respetando su libertad y sus bienes, tal como había hecho con anterioridad en otras ciudades y fortalezas.

Pero se encontraban en la ciudad refugiados de otras comarcas,  elches (cristianos renegados), monfíes(mudéjares proscritos que formaban parte de cuadrillas de salteadores) procedentes de la Serranía de Ronda y los ya mencionados gomeres norteafricanos que, confiando en la seguridad de la ciudad, tanto por sus murallas, como por las fuerzas que la defendían, se mostraban totalmente contrarios a la rendición, aun cuando otros sectores de la población hubiesen preferido pactar unas capitulaciones favorables. Escuchadas por El Zegrí las propuestas del rey Católico, las rechaza de pleno y, haciendo gala de su carácter de guerrero y responsable de la ciudad ante el Zagal que lo había nombrado alcaide, asegura que la defenderá a toda costa.

Conocida  la respuesta y la alta moral de los defensores malacitanos, D. Fernando  convoca una reunión con los nobles que le acompañan en la que se barajaron varias opciones: una consistía en no cercar la ciudad, pues al estar aislada tanto por mar como por tierra (se habían tomado todas las comarcas que la rodeaban y en el mar dominaban los cristianos) no tendrían otra opción a medio plazo que rendirse; la otra opción era establecer el cerco, pensando que de esta forma la presión para la rendición sería mayor y que, a la vez, era más seguro que no recibirían ayudas de las zonas interiores; también se argumentaba que había que aprovechar la proximidad  del ejército cristiano a la ciudad. Oídas las distintas opiniones, el rey Fernando decide seguir con la idea inicial de poner sitio sobre Málaga.

Descripción de la ciudad

Hernando del Pulgar nos narra las características de la medina. Indica que estaba totalmente  rodeada por una muralla y asentada sobre un llano, junto a un monte, Gibralfaro, coronado por un fornido castillo, y en cuya falda se erguía la Alcazaba, protegida, a su vez, por dos murallas altas y fuertes, con  torres gruesas y otras torres menores. Un acceso, flanqueado por dos formidables muros paralelos (coracha),  comunicaba ambas fortificaciones. Por la parte del mar, la muralla tenía también una pequeña fortaleza con seis torres (el Castillo de los Genoveses) y otros torreones que defendían las Atarazanas (almacenes y astilleros). Contaba Málaga con dos arrabales: uno en la zona septentrional, cercada con muros y torres (arrabal de la Fontanella) y otro más pegado a la costa de poniente, en la orilla derecha del río Guadalmedina, con huertas y casas caídas (el arrabal de Attabanim o de los Tratantes de la Paja). Termina el cronista la descripción diciendo que el aspecto de la ciudad era muy hermoso, con palmas, naranjos y cidros, y muchos otros árboles y huertas.




Plano de la medina malagueña sobre foto satélite (Elaboración: Juan V. Navarro Valls)
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Problemas de las huestes cristianas para establecer el cerco

El primer gran problema que encuentra el ejército cristiano es que junto al monte de Gibralfaro se alineaba el cerro Victoria (o de San Cristóbal), y tras él una serie de elevaciones como el cerro del Calvario que hacían que el único paso para acceder a los llanos, controlar los pozos y establecer el cerco de la ciudad fuera entre las dos primeras elevaciones mencionadas, fácilmente defendidas por los musulmanes, los cuales al advertir la llegada de los cristianos por tierra y por mar se apresuraron a reforzar con guardias las fortalezas, las murallas, los torreones y la zona costera.

El Zegrí manda salir de la medina a tres cuerpos de ejército que distribuye de la siguiente forma: uno por la zona próxima a la costa de levante,  en las faldas de Gibralfaro; otro en el cerro Victoria; y un tercero en el valle existente entre ambos, por donde habrían de pasar los cristianos. El primer encuentro fue durísimo, y ambos ejércitos avanzaban y retrocedían según el empuje del contrario. Al final los cristianos toman el cerro Victoria y expulsan del valle y de la costa a los gomeres de El Zegrí, accediendo a la zona de huertas del arrabal de la Fontanela,  y disponiendo el cerco con tres reales. Esto ocurría el 7 de mayo de 1487.

Distribución de las tropas en el real

El real principal, con más gente, rodeaba Gibralfaro, desde el mar hasta el arrabal, y estaba al mando del marqués de Cádiz. Un segundo real se asentó en las huertas del arrabal y los cerros del Calvario y la Victoria,  y en él se estableció el rey junto con otros nobles como el conde de Cifuentes, el conde de Ureña, y el alcaide de los Donceles con las gentes del duque de Medina Sidonia (el duque se incorporó más tarde), entre otros. El tercer real ocupaba la margen derecha del Guadalmedina, hasta la costa, y allí estuvieron D. Fadrique de Toledo, D. Diego Hurtado de Mendoza, el comendador mayor de León y las Órdenes de Santiago, Calatrava y Alcántara. En esa zona, en lo que hoy es la Trinidad, estableció su real la reina Isabel cuando se incorporó al asedio  más tarde. La flota, estaba al mando del noble catalán Galcerán de Requesens conde de Trivento, con los capitanes  Martín Ruiz de Mena, Garcí López de Arriarán y Antonio Bernal.

Un prolongado y encarnizado asedio

Una vez asentado el ejército cristiano, transcurrirán más de tres meses  (desde el mes de mayo al de agosto de 1487) hasta que la ciudad se entregue. Fue un cerco muy cruento, plagado de continuos ataques y enfrentamientos en los campos aledaños de la ciudad entre la caballería e infantería de ambos bandos; pero, sobre todo, fue una guerra de desgaste, donde el castigo constante de la artillería, el hambre, las enfermedades y la guerra psicológica jugaron un papel decisivo ante la dificultad de asaltar un recinto amurallado que hacía la ciudad inexpugnable.

Número de combatientes

Sobre el número de combatientes, los cronistas no se ponen de acuerdo: para los defensores de la ciudad, dan cifras que  oscilan entre los nueve mil guerreros según Diego de Varela, los ocho mil de Andrés Bernáldez,  y los cinco mil que establece Alonso de Palencia. En cuanto al ejército cristiano, también los datos son dispares: para Alonso de Palencia fueron doce mil caballeros y cincuenta mil infantes; mientras que para Andrés Bernáldez sumarían diez mil los de a caballo y ochenta mil los peones. Sea como fuere, hay que tener en cuenta que  en el ejército cristiano tuvieron lugar algunos relevos en el transcurso del cerco, lo cual pudo hacer variar las cifras.

En el real se encontraban igualmente gente no combatiente, entre los que cabe destacar a carpinteros,  herreros, aserradores, hacheros (dedicados a la tala y corte de árboles), fundidores, albañiles, pedreros para buscar y labrar las piedras que iba a disparar  la artillería, azadoneros, carboneros y esparteros.  Al frente de cada uno de estos oficios había un responsable llamado "ministro", encargado de pedir los oficiales y darles lo necesario. También contaban los cristianos con maestros para fabricar pólvora, que era guardada en cuevas practicadas bajo tierra, las cuales eran vigiladas noche y día por 300 hombres, aunque era tal su uso, que los reyes tenían que pedirla a menudo a otros lugares y era traída por la flota. Otros no combatientes que residían en el real eran los prelados que trajo la reina Isabel,  los clérigos, dedicados a hacer misas, predicar y dar absoluciones plenarias por virtud de la Santa Cruzada y los  cantores de las capillas del rey y reina,  pertenecientes también al estamento clerical.

Los diversos tipos de lucha durante los meses del sitio

En cuanto a las escaramuzas y enfrentamientos que sucedieron, se contaron en torno a  quince, en los que la caballería y/o la infantería  musulmana salía, bien del castillo, bien de la ciudad, para asaltar por sorpresa las estancias (posiciones militares cristianas a modo de avanzadillas dispuestas estratégicamente, más o menos cercanas a los muros y protegidas por parapetos, vallas, fosas, etc.), utilizando entre otras armas, lanzas, espingardas (especie de arcabuces) y ballestas,  llegándose a establecer la lucha cuerpo a cuerpo. Estos ataques solían dejar sobre el terreno una cantidad importante de heridos y muertos por ambas partes. Cuando la oposición del ejército cristiano era manifiesta, por la ayuda de los contingentes cercanos, los malagueños se retiraban tras los muros para intentar minimizar  las pérdidas humanas.

En una de las últimas incursiones se hizo famosa entre los cristianos la hidalguía de un guerrero musulmán, llamado Ibrahim Zenete, lugarteniente de El Zegrí, que yendo al frente de un cuerpo de caballería, se disponía a atacar  la estancia del maestre de Alcántara. Encontrando a un grupo de jóvenes cristianos dormidos en la playa, en vez de alancearlos, los despertó y les espetó a que huyeran. Ante el reproche de algunos compañeros de armas por no haberlos matado, el cronista A.  Bernáldez escribe que Zenete contestó "no maté porque no vide barbas"

La utilización de la artillería jugó un papel muy importante, con el fin de causar destrozos  en las murallas y en el interior de la ciudad. También contribuía a minar la moral de los sitiados. Las piezas más utilizadas eran los cuartagos o morteros pedreros, ribadoquines (cañones de pequeño calibre montados en paralelo sobre una plataforma) y, las más destructivas, las lombardas gruesas (eran famosas "las Siete Hermanas Ximonas" y "la Reina" en el bando cristiano). Los sitiados contaban igualmente con abundante artillería instalada, tanto en las torres y murallas, como en Gibralfaro.

Al respecto, mientras escribía este trabajo, ha tenido lugar un hallazgo en la cripta de la Iglesia de Santiago de la ciudad. Esta iglesia está cercana a lo que fue la antigua muralla musulmana, a pocos metros de la Puerta de Granada. Pues bien, se están llevando a cabo unas obras de restauración del templo y al sacar escombros que antaño habían apilado en la cripta, ha aparecido un bolaño de los que bombardas y pedreros disparaban a las murallas de Málaga en la época del asedio.
Con vistas a un  posible asalto, se practicaron por diversos lugares minas, o sea, excavaciones subterráneas que traspasasen las murallas con la doble finalidad de debilitar los muros y de poder introducir soldados en la medina. Se llevaron a cabo minas por parte del duque de Nájera, del conde de Benavente, del clavero de Alcántara y del comendador mayor de Calatrava. Cuando los defensores las descubrían, construían contraminas, les prendían fuego e incluso llegaron a enfrentarse en ellas soldados de ambos bandos.

También se luchó por conseguir los torreones estratégicos, con diferente fortuna. Se consiguieron así algunos  que protegían  los arrabales, aunque, sin duda, el hecho más destacado en la lucha por los torreones lo protagonizaron el capitán Francisco Ramírez de Madrid "el Artillero" y sus gentes que, ya bastante avanzado el sitio, consiguieron tomar la torre defensora de la entrada de un puente  sobre el Guadalmedina que daba acceso a la ciudad (cerca del actual puente de Santo Domingo). Construyó una mina e introdujo un cuartago bajo el suelo de la torre. En la superficie fue estableciendo paso a paso baluartes y artillería. Al cuarto día, los cristianos acercaron a la torre mantas (protecciones de madera y cuero para los soldados)  y escalas. Estando en pleno combate, Francisco Ramírez mandó disparar el cuartago instalado en la mina lo que hundió el suelo de la torre, cayendo cuatro defensores y huyendo los demás, que se refugiaron en otra torre que se situaba al extremo opuesto del puente, pegada a la muralla. Al cabo de duros combates, donde la artillería fue la protagonista, se logró también tomar la segunda torre. Debido a esta heroicidad, el rey nombró caballero a Francisco Ramírez.

En cuanto al mar, la supremacía de la flota cristiana era manifiesta, y sirvió sobre todo, a excepción de alguna escaramuza naval sin mayor importancia, para asegurar el abastecimiento al real, al tiempo que impedía el tráfico marítimo de las posibles  ayudas, tanto de militares como de suministros, procedentes de otros puertos musulmanes norteafricanos a los sitiados malagueños como antes se ha explicado.
Desgaste de la contienda

Con el transcurrir de los días tanto la moral como los recursos iban disminuyendo. Esto se agudizaba sobremanera  entre los ciudadanos sitiados, entre los que empezaba a escasear el pan. A los dos meses de sitio, en la ciudad se pasaba hambre y las crónicas narran que sus pobladores comían cueros de vaca cocidos, harina de los troncos de palma, asnos, caballos, ratas y comadrejas, lo que causaba no pocas enfermedades en la población. Aunque una buena parte de los malagueños (artesanos y comerciantes sobre todo, intentaban llegar a un acuerdo con los sitiadores, El Zagal, los gomeres a su mando y otros sectores (monfíes, renegados, apóstatas, desertores...) se oponían rotundamente  a cualquier tipo de rendición y amenazaban con matar a todo aquel que hablase a favor de ella. Los partidarios de resistir contaban con el apoyo de algunos alfaquíes (personas doctas en la ley islámica) y de "un moro santo" (visionario, especie de profeta) que arengaba a todos a defenderse hasta que recibiesen de Allah, la orden de salir y atacar a los cristianos con la seguridad de vencerlos y levantar el cerco.

Las ayudas que Málaga demandaba a sus hermanos musulmanes (entre ellos a Boabdil), no encontraron respuesta positiva, salvo dos excepciones: una cuadrilla que al amparo de la noche intentó introducirse en la ciudad atravesando por los montes el cerco, siendo interceptados por los cristianos que dieron muerte a la mayoría y tomaron al resto prisioneros; y un destacamento de caballería e infantería enviado desde Guadix por El Zagal que fue atacado por Boabdil  (recordemos que era vasallo de Castilla) viéndose obligado a replegarse a su punto de partida.

En lo que se refiere al desgaste que el cerco provocó en los cristianos lo solventó el rey Fernando pidiendo más apoyo, tanto en dinero, como en tropas de refresco y avituallamiento, lo cual fue atendido con celeridad por la nobleza. El clero y las ciudades, que enviaron todo tipo de ayudas. También cooperaron los portugueses y el  Imperio alemán. Como quiera que se había transmitido el rumor del descontento de algunos sectores del ejército cristiano, el rey comunicó a la reina Isabel la conveniencia de que estuviese presente en  el cerco. Ante esta solicitud, la reina partió de Córdoba, desde donde se dedicaba a las cuestiones administrativas de la guerra y  se estableció en el real hasta el final del sitio.

El factor psicológico también jugó su papel. Se trataba de desmoronar por todos los medios la moral del contrario. Para ello los sitiados recurrían a mandar algún que otro habitante de la ciudad al real dejándose apresar por los cristianos, para así, al ser interrogado, comentar que la ciudad  estaba abastecida y que no se pensaba en entregarla pues se confiaba en la victoria final. Por su parte, los sitiadores hacían alarde de sus tropas y su maquinaria de asalto, mostrando así su fuerza y poderío militar y amontonaban el trigo para que fuese visto desde las murallas.

Pérdidas humanas

En lo referente a las bajas  militares, el cronista Diego de Valera da las siguientes cifras de combatientes  muertos: tres mil cristianos y cinco mil musulmanes, que, aunque haya que verlas con cierta reserva, nos puede dar una idea aproximada de los que perdieron la vida combatiendo o a causa de las heridas o de sus secuelas. Aquí no se detallan las cifras de la población civil, en la que es de suponer que el hambre y las epidemias declaradas en la medina causarían también un buen número de fallecidos. Que el número de heridos y muertos fue también importante entre los cristianos lo podemos confirmar por la creación de un gran hospital de campaña que Diego de Valera lo describe con dos pabellones, quince tiendas y doscientas camas de colchones. Asimismo, en el real pudo aparecer algún caso de peste, según insinúa el cronista Alonso de Palencia.
El frustrado atentado a los Reyes

Estando en pleno cerco, y ante las penurias que ya atravesaba la ciudad de Málaga, un santón llamado Ibrahim Algerbí, procedente de  Guadix, se propuso acabar con la vida de los reyes, pensando que de esa forma los cristianos levantarían el sitio. Se hizo apresar fingiendo rezar en un barranco cerca del real, siendo  llevado a presencia del marqués de Cádiz al que comunicó que sabía por revelación divina la inminente  toma de Málaga, pero que eso solo se lo diría a los reyes. El marqués lo envió ante los monarcas tal y como lo habían apresado, sin desarmarlo de un alfanje que llevaba ceñido, evidenciándose así la imprudencia y la curiosidad de los acompañantes, que iban más pendientes del personaje y sus noticias que de otra cosa.

Llegado a la tienda de los reyes, D. Fernando no se encontraba, por haberse retirado a dormir, y la reina no quiso recibirlo hasta estar presente su marido. Ibrahim fue conducido entonces a otra tienda cercana donde se hallaban Dª. Beatriz de Bobadilla, marquesa de Moya, conversando con  el caballero D. Álvaro de Portugal. El musulmán, que no los conocía los confundió con los monarcas y sacando su alfanje, arremetió contra D. Álvaro al que hirió en la cabeza y a Dª. Beatriz le asestó una cuchillada que, a no ser por el alboroto que se generó, hubiese sido mortal de necesidad. Ruy López de Toledo abrazó al frustrado regicida  inmovilizándolo, y la gente que lo rodeaba lo acribilló a cuchilladas. Su cuerpo fue descuartizado y lanzado a la ciudad con un trabuco (catapulta). Por su parte, los malagueños mataron a uno de los principales cautivos cristianos y, colocado sobre un asno, lo espolearon hacia el real.

A partir de este hecho, se acordó que los reyes estuviesen guardados día y noche por doscientos caballeros de los reinos de Castilla y de Aragón, de manera que ninguna persona pudiese acceder a ellos con armas. De igual modo se ordenó que ningún musulmán entrase en el real sin estar perfectamente identificado y que no llegase a ellos en ningún caso.

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