Guerra de las Alpujarras
(1568-71)
Edad Moderna El imperio Español Guerra de las
Alpujarras (1568-71)
Antecedentes
En el año 1.499 el
cardenal Cisneros provocó una revuelta en el barrio granadino de Albaicín al
intentar forzar a los musulmanes a convertirse al cristianismo. Esta revuelta
se extendió a otras zonas del antiguo reino granadino, como en las zonas
montañosas de las Alpujarras y en la serranía de Ronda. La revuelta se
convirtió en rebelión y en 1.501 tuvo que intervenir el rey Fernando el
Católico para sofocarla.
La conversión de
algunos musulmanes provocó la creciente tensión local, que estalló el 18 de
diciembre con la sublevación de los mudéjares del Albaicín en Granada. Ante
esta situación, el conde de Tendilla, Íñigo López de Mendoza y Figueroa, así
como el arzobispo de Talavera, trataron de dominar los acontecimientos de
manera pacífica mientras se realizaba un llamamiento a diversos concejos
andaluces solicitando el envío de tropas para controlar a los sublevados. El
día 20 de diciembre la noticia de la sublevación alcanzaba la ciudad de
Sevilla, mientras el prelado y el conde ordenaban pregonar la amnistía para
quienes se convirtiesen al cristianismo, al tiempo que garantizaban que el
castigo alcanzaría solamente a los responsables de la rebelión. Dos días
después el monarca se quejaba de no haber recibido todavía noticias de lo
ocurrido; ya en el mes de enero del año 1.500, para intentar solucionar la
rebelión, los reyes enviaron a don Enrique Enríquez como representante suyo en Granada.
El nuevo año comenzaba con la masiva conversión de los mudéjares de Granada,
tras el restablecimiento de la paz, lo que supuso la retirada de las tropas
enviadas en un primer momento a la localidad. Los cabecillas de la revuelta se
habían retirado de la ciudad buscando refugio seguro en La Alpujarra, donde
encontraron un caldo de cultivo en los alpujarreños, para los que regía la
misma capitulación de la ciudad de Granada. De este modo se iniciaban, una tras
otra, las revueltas de las Alpujarras.
Los alpujarreños
sublevados fueron avanzando poco a poco en el control de la zona: en enero se
apoderaron de algunas fortalezas costeras, como la de Adra, Albuñol y Castil de
Ferro. A lo largo de este mismo mes sitiaban la localidad de Márjena, en cuya
defensa acudió Pedro Fajardo, hijo del adelantado de Murcia, quien derrotó a
los alpujarreños en los alrededores de Alhama de Almería, con lo que logró el
levantamiento del cerco de Márjena. Ya a fines del mes de enero, los Reyes
Católicos procedían al nombramiento del maestresala Garcilaso de la Vega como
gobernador de la zona oriental del reino de Granada. El mes de febrero de 1.500
la situación de la zona de Almería se tranquilizó a raíz de la marcha de las
huestes concejiles, con el rey Fernando al frente, que penetraron en las
Alpujarras por El Padul. Ya en el mes de marzo, las tropas reales ocuparon
Lanjarón (al oeste de la Alpujarra), mientras el condestable de Navarra
avanzaba desde el este y asaltaba la localidad de Andarax. Tras estos éxitos,
el rey concedía la capitulación a los cabecillas de la revuelta, que se
encontraban refugiados en Órgiva. Se iniciaron, de este modo, unas
negociaciones que concluirían con la conversión general y la firma de un
acuerdo el 30 de julio del año 1.500.
Simultáneamente, en las
tierras occidentales del reino continuaba la inquietud mudéjar, a pesar de las
reiteradas afirmaciones monárquicas que garantizaban el no forzamiento a la
conversión. Sin embargo, en la zona oriental se iniciaron nuevas revueltas en
el mes de octubre: las localidades de Níjar, Inox, Velefique, Huebro y
Torrillas se sublevaron. Diego Fernández de Córdoba, alcaide de los Donceles,
era nombrado capitán general de una hueste que iniciaría el asedio de Velefique
para reducir a los amotinados. A comienzos del año 1.501, las tierras de esta
zona quedaron ya plenamente pacificadas. Finalmente, a mediados de enero, las
serranías de Ronda y Villaluenga constituyeron el último reducto del
levantamiento mudéjar. Tras sufrir los castellanos diversas derrotas, el rey
Fernando en persona pasó a dirigir las operaciones y obtuvo la capitulación de
los mudéjares a cambio de que se les concediera el permiso para su libre
emigración a África.
Una vez sofocadas las
revueltas, quedó suprimido el status de religión lícita para el Islam, no sólo
en Granada, sino en toda Castilla. Los mudéjares tenían dos opciones:
bautizarse o emigrar, bien entendido que, transcurrido un cierto plazo, les
sería prohibida la salida del reino. La mayoría permanecieron. Para muchos
resultaba muy difícil adaptarse a la nueva religión dentro de la cual eran
tratados como catecúmenos necesitados de instrucción. La medida, de momento, no
fue aplicada en el reino de Aragón, donde había zonas de predominio morisco
absoluto. Los musulmanes convertidos pasaron a tener la denominación de
moriscos. Otros, en cambio, tomaron la vía del exilio. El problema se había
resuelto momentáneamente.
A esta circunstancia se
unió el hecho de que piratas berberiscos, alentados y estimulados por los
otomanos, y que muchas veces eran ayudados desde tierra por los moriscos cuando
hacían incursiones en pequeñas poblaciones de la costa, haciendo bastantes
cautivos. Carlos V, en 1.525, aplicó la norma vigente en Castilla y también en
Aragón; conversión o dejar el reino. Los años transcurridos entre 1.565 y 1.571
pueden considerarse una época en que la monarquía Católica vivió bajo la
sensación de peligro. En Europa se luchaba contra los luteranos, calvinistas y
anglicanos y en España se tenía miedo de una invasión de los turcos, apoyados
por los moriscos, que iban a su vez aumentando en número.
Los moriscos del
antiguo reino de Granada a inicios del reinado de Felipe II mantenían sus
propias costumbres. Era una población autóctona numerosa, que vivía apartada de
la sociedad cristiana y que mantenía incluso sus propias leyes y su propia
clase dirigente.
Los moriscos mantenían
además una actividad económica pujante. La economía de los moriscos de Granada
se basaba en el comercio de la seda con Italia y en la manufactura. Existían
importantes talleres de seda en Granada, Almera y Málaga. Además habían
numerosos telares en todos los pueblos de la zona. La seda se convirtió en
prácticamente el único cultivo de carácter comercial de las Alpujarras.
Este comercio de la
seda era importante para la Corona ya que era una fuente importante de
ingresos. Igualmente tenían su importancia los moriscos ya que daban subsidios
al rey a cambio de mantener un favor real que les ayudase en la situación de
opresión que se encontraban frente a cristianos viejos y a la Iglesia.
Pero no era todo
positivo. Esta situación económica favorable despertó el recelo de los
cristianos de la región. Era una afrenta que estos moriscos recién convertidos
al cristianismo y que seguían practicando su antigua religión a escondidas
tuvieran una economía más boyante que la suya propia.
A este recelo por
causas económicas se sumaba la amenaza de los piratas berberiscos y la amenaza
turca. En la década de 1.560 los piratas de Argel libraban una guerra con
España. Los piratas frecuentaban las costas de Valencia y Andalucía, haciendo
cautivos a cristianos y saqueando asentamientos costeros.
Los moriscos entraron
en contacto con los piratas del norte de África y con el sultán otomano. Los
turcos pretendían utilizar a los moriscos españoles como elemento
desestabilizador dentro de territorio español para así conquistar territorios
como Chipre y Túnez mientras los españoles empleaban sus fuerzas dentro de su
territorio.
Felipe II dio
finalmente su aprobación y el resultado fue la pragmática de 1 de enero de
1.567. Los moriscos intentaron negociar la suspensión, como ya lo hicieron en
1.526, pero esta vez el rey se mostró inflexible y así se lo comunicó el
cardenal Diego de Espinosa, presidente del Consejo de Castilla e inquisidor
general, a una delegación enviada a Madrid e integrada por el cristiano viejo
Juan Enríquez, acompañado de dos notables moriscos, Hernando el Habaqui y Juan
Hernández Modafal. También fracasaron las gestiones llevadas a cabo por
Francisco Núñez Muley ante Pedro de Deza, e incluso las del capitán general de
Granada, Íñigo López de Mendoza y Mendoza, III marqués de Mondéjar, ante el
cardenal Espinosa. “La voluntad de terminar de una vez para siempre con toda
una estructura social, con toda una cultura, era clara y no había nada que
hacer ante ella. Nada, salvo la guerra“, afirma Julio Caro Baroja.
El Edicto estipulaba
que los moriscos de Granada estaban obligados a aprender el castellano en un
plazo máximo de 3 años. Se prohibía, además, hablar, leer y escribir el árabe
en público o en privado. Se les exigió que abandonaran sus vestimentas,
teniendo que vestir a partir de entonces a la castellana. También se exigía que
las mujeres fueran con las caras destapadas. Tampoco podían usar a partir de
entonces nombres o apellidos moros.
Los jefes principales,
algunos llegados de la Alpujarra, mantuvieron reuniones en casas de familias
conocidas del Albaicín y desde allí se fueron dando las órdenes. En la reunión
celebrada el 27 de septiembre de 1.568 se propuso que se eligiera un jefe, rey,
jeque o capitán para que encabezara la revuelta. El día de San Miguel se nombró
a Hernando de Córdoba y Válor como rey de los conjurados siguiendo el viejo
ritual con que se entronizaban los reyes de Granada, “vistiéndole de
púrpura, tendiendo cuatro banderas a sus pies, reverenciándoles y exhumando
profecías”. Hernado de Válor fue escogido por ser descendiente del linaje
de los califas de Córdoba, los Omeyas, y por ello tomó el nombre moro de Abén
Humeya (o Abén Omeya).
Coronación de Abén Humeya. Hernando de Córdoba y Válor es coronado con el
nombre de Abén Humeya
El levantamiento empezó
en el barrio granadino de Albaicín. Posteriormente la insurrección se extendió
por las montañas de las Alpujarras, situadas entre Sierra Nevada y la costa
malagueña. Desde las montañas se difundió a las llanuras. Fue una insurrección
básicamente rural, con mayor porcentaje de población morisca, teniendo una
participación menor los moriscos de las ciudades.
Alzamiento morisco de las Alpujarras. Principales centros del alzamiento
La guerra de las Alpujarras se dividide
en cuatro fases.
- Primera
fase (hasta marzo de 1.569).
- Segunda
fase (marzo 1.569 a enero 1.570).
- Tercera
fase de (enero de 1.570 a abril de 1.570).
- Cuarta
fase (abril de 1.570 a primavera de 1.571)
Primera fase (hasta marzo de 1.569)
La primera fase duró
hasta marzo de 1.569 y estuvo marcada por las campañas conducidas por el Íñigo
López de Mendoza y Mendoza, marqués de Mondéjar desde el oeste y Luis Fajardo,
el marqués de los Vélez desde el este para acabar con la rebelión.
Campaña del marqués de Mondejar
Aun con todo esto el
marqués de Mondéjar salió de Granada a principios del mes de enero del año
1.569. Los primeros pasos de este se dirigieron hacia la zona de Alhendin,
pasando al Padul y luego a Durcal, donde se estableció durante algunas días
para abastecerse y esperar a que se le unieran el resto de tropas, reuniendo
1.800 infantes y 90 jinetes.
Salió de Durcal el 9 de
enero, rumbo a Tablate, un pueblo situado en la zona del valle de Lecrin pero
de gran importancia estrategia, pues en él se encuentra el puente de Tablate,
puerta de acceso a la Alpujarra, y que estaba bajo control de las tropas de
Aben Humeya. De camino los mudéjares de Albuñuelas viendo el poderío del
ejército reunido por el marqués, pensaron que iban a dirigirse contra ellos y
salieron a pedirle la paz al marqués. Pasó la noche en Elchite y a la mañana
siguiente alcanzara la población de Tablate, donde se desarrolló una batalla
por el control del puente. Los moriscos fueron rechazados y el marqués ordeno
reconstruir el puente para que la caballería y la artillería pudieran pasar al
otro lado sin peligro, internándose así en territorio de la Alpujarra.
Su nuevo objetivo era
llegar a socorrer Orgiva, donde un pequeño grupo de cristianos resistía
parapetados en la torre de Albacete, el intenso y largo asedio de los monfíes
musulmanes. Tras cruzar el puente se dirigió a Lanjaron, donde tiene alguna
escaramuza con las tropas moriscas que allí lo estaban esperando, pero los
monfíes se valían más de su conocimiento del terreno y lo escarpado de este
para lanzar emboscadas y retirarse rápidamente, siendo esta una táctica más
orientada a causar molestias y retraso en el avance del ejercito cristiano, que
a causarle un número de bajas considerables. La situación en Orgiva era limite,
por lo que el marqués le da el mando a su hijo, don Fernando, de unos cuantos
hombres para que tomen las posiciones altas donde están los monfíes emboscados,
mientras este partía presto.
Cuando lo sitiados de
Orgiva vieron aparecer al marques con su ejército, estos levantaron las
defensas y salieron a combatir a los atacantes. La acometida de ambos ejércitos
sobrepaso a los atacantes moriscos que tuvieron que levantar el asedio y
retirarse. De esta manera el Marqués de Mondéjar puso fin al asedio de Orgiva
tras 17 días.
Tras dejar algunos
hombres para la defensa del pueblo, el marqués salió de Albacete de de Orgiva,
el día 13 de Enero, y se dirigió hacia la taha de Poqueria, pues en
Bubion, al ser un emplazamiento muy fácilmente defendible, las tropas de Aben
Humeya la habían convertido en plaza fuerte y habían llevado gran cantidad de
tropas, vivieres, así como a sus familias y bienes. Además al marques le habían
llegado noticias de que el caudillo morisco concentraba allí a sus tropas con
la intención de plantarle cara en batalla.
Campaña del marqués de Mondejar principios de 1569
Los moriscos habían
asentado 500 arcabuceros y ballesteros, y más fuerzas al final del barranco. El
marqués llevaba serían 2.000 infantes 300 jinetes, su consiguió hacerse con las
alturas desde donde comenzó a disparar, los moriscos se retiraron dejando 600
muertos frente 7 cristianos.
Al día siguiente el
marqués de Mondéjar partió hacia Pitres, donde se detuvo durante varios días
para curar a los heridos, esperar la llegada de nuevas tropas, reabastecerse de
suministros, etc. Esta situación fue aprovechada por los monfíes, pues
amparándose en la intensa niebla que se levanto una mañana, atacaron Pitres.
Las crónicas cuentan que los moriscos fueron entrando en las casas y degollando
a los soldados que en ellas encontraban, pero en una de estas se escapo un
chaval que dio la voz de alarma y el ejército se levanto en armas, rechazando
el ataque. Una vez más los moriscos tuvieron que retirarse.
El marqués recibió
información que situaba a Aben Humeya en Jubiles, por lo que movilizó a las
tropas para dirigirse hacia allí, pero para despistar a los moriscos tomo la
ruta de Trevelez, por la sierra de Poqueira. Esa noche llego al campamento un
emisario que venía de parte del Zaguer, lugarteniente de Aben Humeya y tío de
este, en la que decía rendirse, pero el marqués sospechaba que se trataba de
una argucia tramada por los moriscos, para darle tiempo a los de Jubiles de
sacar de allí a las mujeres, niños y heridos y poder hacerse fuertes en la
plaza, por lo que rechazo la oferta de paz.
Los moriscos no
tuvieron más remedio que abandonar la plaza de Jubiles, por lo que a la llegada
de las tropas del Marqués, salió a su encuentro el beneficiado Torrijos,
acompañado por tres moriscos, e informo a los cristianos de que los monfíes se
retiraban sin pelear y que la plaza se rendía a ellos.
Estando en Orgiva
recibió Mondéjar noticias de que Aben Humeya podría estar escondido en la zona
de Valor, por lo que se apresuro a mandar a dos capitanes, Antonio de Ávila y
Álvaro Flores, con la orden de buscarlo y prenderlo, pero con la especificación
clara de que no debía causarse ningún tipo de daño o estrago a la población de
Valor. Por supuesto lo que acabo pasando dicta mucho de las órdenes que ambos
capitanes recibieron, y una vez más impero el deseo de botín y la crueldad en
una tropa mal disciplinada, mientras estaban saqueando perdida toda cohesión
fueron atacados y masacrados, siendo el mayor descalabro de las campañas del
marqués de Mondéjar.
El desastre de
Valor tuvo una seria de consecuencias claras, por un lado esta
victoria de las tropas moriscas levantó los ánimos entre los monfíes (moriscos
refugiados en la sierra) y esto fue muy bien aprovechado por Aben Humeya, que
irrumpió con más fuerza en la dirección de la revuelta y consiguió darle una
nuevo empujón que se tradujo en una renovación de la sublevación, cuando se creía
que ya estaba controlada. Por otro lado, el marqués de Mondéjar recibía una
carta de Felipe II en la que se le comunicaba que el mando de la guerra pasaba
a manos de su hermanastro don Juan de Austria.
Campaña del marqués de los Vélez
La rebelión estaba
lejos de haberse sofocado y comenzó a extenderse hacia otros puntos como la
zona de los Guajeres, la sierra de Bentomiz en Málaga, la hoya de Guadix y se
revitalizo en ciertos puntos de Almería.
Teniendo, el marqués de
Mondéjar, conocimiento de la sublevación de los Guajeres, se dispuso a
sofocarla pues esta zona era lugar de paso y control para acceder a la costa y
las poblaciones de Motril, Salobreña y Almuñécar. Estas zonas no podían dejarse
en manos de los moriscos ante una posible llegada de refuerzos turcos por mar.
Aún así esta decisión fue controvertida pues al ir hacia los Guajares, las
poblaciones de Valor y Ohanes, que eran puntos calientes de la revuelta,
quedaban a la espalda del ejército del marqués. Algunos de sus oficiales lo
instaron a que mandara a su hijo, don Fernando, con parte de la tropa, pudiendo
quedarse el en Orgiva y controlar el territorio. El marqués se negó a dividir
sus fuerzas y con los hombres que tenia reunidos que eran unos 2.000 infantes y
200 jinetes, partió a rendir los Guajares.
Salió el marqués de
Orgiva y se dirigió a Vélez de Benaudalla, donde se abasteció de hombres y
vivieres. Continúo por el rio Motril y llego así a los Guajares, que se
encontraba en el medio de este territorio. El marqués retornó a Orgiva donde continuó
con su política de reducción, perdonando a los moriscos que de buena fe se
rendían; que tras esta última victoria, aumentaron de forma considerable.
Estando en Orgiva
recibió Mondéjar noticias de que Aben Humeya podría estar escondido en la zona
de Valor, por lo que se apresuro a mandar a dos capitanes, Antonio de Ávila y
Álvaro Flores, con la orden de buscarlo y prenderlo, pero con la especificación
clara de que no debía causarse ningún tipo de daño o estrago a la población de
Valor. Por supuesto lo que acabo pasando dicta mucho de las órdenes que ambos
capitanes recibieron, y una vez más impero el deseo de botín y la crueldad en
una tropa mal disciplinada y con poca experiencia, que tuvo como consecuencia
el mayor descalabro de las campañas del marqués de Mondéjar
El marqués de los Vélez
por su parte, el día 12 de enero remontó el río Nacimiento hasta llegar a Santa
Cruz, capital del señorío del Boloduy, donde acampó durante todo el día para
restablecer el orden en la zona. Esta acción despejó la retaguardia en su
avance por el río Andarax, toda vez que le permitió conocer que los rebeldes le
esperaban en Huécija, capital de la taha de Marchena, estado de los duques de
Maqueda. El territorio estaba al mando de Puertocarrero, el morisco que alzó el
señorío de Gérgal y luego, tras la entrada del marqués, huyó a la Alpujarra.
Para apoyarle en tan dura tarea, Abén Humeya ordenó al general El Gorri que con
su gente del Andarax acudiese a la defensa.
En total eran unos
10.000 moriscos, y se interponían en la entrada natural a la Alpujarra para
impedir el avance de don Luis Fajardo.
Campaña de Luis Fajardo contra los moriscos 1569
A su vuelta de Santa
Cruz pernoctó en Santa Fe, y el 13 de enero Vélez reinició su marcha hacia
Huécija con 5.000 infantes y algo más de 700 animales de bagaje. Su
desplazamiento fue lento, pues le informaron que los moriscos se habían hecho
fuertes en una peña, en plena sierra de Gádor. Ello le forzó a desestimar el
río y avanzar por la ladera del monte.
Reconocida la
dificultad del terreno, don Luis Fajardo lanzó su ataque por la falda de la
sierra de Gádor, por considerarla la mejor ruta. Dirigía la operación de
distracción el sargento mayor, Andrés de Mora, con 500 hombres, y su hijo don
Diego Fajardo, con 70 jinetes realizó el envolvimiento. Visto el movimiento, El
Gorri inició también su acción: en primer lugar, ordenó el asesinato de los
cristianos viejos que retenía en la villa, entre los que había una comunidad de
agustinos; en segundo lugar mandó dos escuadrones moriscos para que
respondieran a los asaltantes desde las cotas más altas. La subida de la ladera
fue penosa, hasta que la vanguardia lorquina logró situarse a una altura en
donde divisaba la villa. Desde esta posición la humareda que salía de la torre
donde se martirizaban a los cristianos aumentó el ánimo combativo de los
soldados, los cuales poco a poco comenzaron a subir la cumbre. En el momento
más trabajoso de los lorquinos, salieron en su apoyo los de Caravaca y Cehegín,
y conjuntamente ganaron posiciones en torno a las huertas y olivares. Fue
entonces cuando el resto de las tropas, especialmente las de Totana y Alhama,
arremetieron contra el enemigo.
Con el camino despejado
a los caballos, y casi llegando al llano, los rebeldes no tuvieron más remedio
que ordenar la retirada hacia Íllar, en cuya sierra tenían escondidas más
cristianas viejas y un aprisco donde guardaban sus ganados. Sin embargo, para estas
horas las tropas de Caravaca estaban sobre ellos, lo que provocó la huida
morisca monte arriba. En la cumbre, los alzados huyeron hacia el interior de la
Alpujarra, mientras que El Gorri, junto con algunos seguidores, se refugió en
la cara opuesta de la sierra, en Félix.
Lo primero que hizo el
marqués fue enviar los esclavos capturados en la batalla a la fortaleza de
Cantoria, donde quedaron depositados, y, para evitar un saqueo de la localidad,
acampó en las afueras de Huécija, si bien no consiguió que sus soldados se
desmandaran por el señorío de Marchena. En ese tiempo llegaron 15 cristianos
viejos de la taha de Alboloduy, y que había escondido en su casa el morisco
Francisco de Salamanca, quien por caminos y veredas logró ponerlos a salvo en
el campo del marqués, el cual volvió a dejar libre al morisco para que volviese
y rescatara a tres cautivos más. Posiblemente la presencia de los maltratados
vecinos encolerizó a la tropa que redobló los saqueos en la zona y en el limítrofe
estado de Alboloduy, con cuyas presas retornaban al reino de Murcia.
Se perdieron de esta
forma unos días preciosos que ganaron los rebeldes para preparar sus defensas y
aumentar la presión en el altiplano. Estas acciones debió interpretarlas el
corregidor de Guadix, Pedro Arias, como el momento idóneo para actuar en su
zona; de tal modo que envió por esta fecha a La Calahorra al capitán Alonso de
Benavides, con la intención de preparar un definitivo golpe contra los
levantiscos moriscos del marquesado. El día 14 volvía el enviado a la ciudad
accitana con un plan de ataque en el que se contaba con la intervención del
ejército del marqués.
A pesar de la urgencia
que requería el caso, el marqués gastó cinco días en preparar su estrategia, la
cual se basó en la reorganización del ejército, ya que se aguardaban nuevos
refuerzos, y en definir su siguiente acción bélica. Mientras se decidía la
dirección que tomaría Vélez, la ciudad de Guadix desplazaba el 15 de enero a
sus milicias a La Calahorra, desde donde al día siguiente, hartas de esperar a
Fajardo, entraron en Aldeire y el puerto de la Ragua. Las escaramuzas y saqueos
sitemáticos impusieron un estado de terror que permitió que, a partir del día
17, los moriscos huyeran a la Alpujarra y se unieran a Abén Humeya.
La noticia del
rompimiento de la subversión en el Marquesado del Cenete fue acogida muy bien
por el marqués, quien ya podía disponer su avance militar. Sería, pues, Félix
su objetivo. Ubicado en la solana de la sierra, en este lugar estaba atrincherado
El Gorri, amenazando a la cercana Almería y a todo su sector occidental.
Además, se sabía que en esa villa de la jurisdicción de la ciudad se
concentraban algo más de 3.000 hombres armados, apoyados por los generales El
Tezi, El Futey y Puertocarrero.
Durante el tiempo que
estuvo acampado en Huécija se sumaron algunos refuerzos de las ciudades
murcianas. Con la llegada de nuevas tropas y la noticia de la liberación de La
Calahorra, el marqués tenía las manos libres para marchar sobre Felix.
En la tarde del 18 de
enero levantaba el campo y se situaba en plena sierra, pasando el resto del día
con mal tiempo preparando la batalla para la próxima jornada. Enterado de los
planes de Fajardo, en la tarde anterior el gobernador de Almería dirigió 60
infantes y 24 jinetes hacia Félix, confiado en que los moriscos, al saber de la
próxima llegada de don Luis, creerían que era su vanguardia y saldrían huyendo;
lo que aprovecharía para intervenir sin alto costo y poder robarles. Sin
embargo, la diligente actuación de los rebeldes hizo desistir a don García de
Villarroel, quien no sólo se refugió en el campo del marqués sino que pidió una
escolta de 50 hombres para marchar a la ciudad.
El 19 de enero inicia
la marcha hacia Félix con un ejército dispuesto en forma semejante a la que
tenía desde su salida del señorío. El ataque prometía ser encarnizado ya que
los soldados, resentidos por no permitirles el marqués obtener botín, juraron
matar a todos los rebeldes. Por ello, nada más avistarse a los moriscos en el
camino de acceso a la población, la batalla se desató sin esperar las órdenes
de los superiores. Comenzó con un ataque fulminante de la arcabucería, dirigida
por Andrés de Mora. Así fue como comenzó a abrirse paso la línea defensiva.
Después ordenó a don Juan Enríquez y a su hijo don Diego Fajardo que lanzasen
una carga de la caballería por uno de los costados para romper definitivamente
las defensas rebeldes.
La enorme presión
obligó a los moriscos a retirarse en tres direcciones: unos hacia el mar, que
perseguidos por la caballería, resultaron muertos todos; otros por unas ramblas
hacia la sierra, los cuales en su mayoría se salvaron; y, por último, los que
optaron por refugiarse en las casas de la población, donde se reanudó la lucha.
La resistencia rebelde en Félix fue enorme y en ella intervinieron activamente
las moriscas, las cuales pelearon como verdaderos soldados profesionales.
Guerra de las Alpujarras. Los moriscos enfrentándose a los tercios. Las
moriscas lucharon como guerreros
Tan sólo se libraron de
la muerte aquellos que huyeron sierra arriba. La batalla se saldó con 50
cristianos viejos heridos y 700 moriscos muertos, prácticamente conquistadas
las poblaciones de Félix, Enix y Vícar.
Al día siguiente de
la batalla de Félix el macabro espectáculo del pillaje
proseguía, pues las tropas desmandadas se afanaron en despojar a los muertos de
sus bienes y saquear poco después las alquerías de la taha de Almexíxar. Con el
botín conseguido los soldados huyeron rápidamente a sus casas, dejando
desamparado el ejército. Las deserciones masivas y la indisciplina obligaron al
marqués a volver a detenerse para reorganizar su campo, aprovechando la entrada
de nuevos soldados. Llegaron 400 soldados de Lorca, bajo el mando del capitán
don Juan Mateos de Rendón, el de la Luna, así como numerosos grupos de
aventureros.
En efecto, el 29 de
enero, librados tan sólo dos combates y algunos encuentros menores, los
problemas del ejército quedaban de manifiesto. La indisciplina de los soldados
era el mayor dolor de cabeza de don Luis. Sin duda gran parte de los hombres
enrolados no buscaban más fin que el botín que pudieran sacar de los moriscos.
Así, el 30 de enero,
inició su avance con unos 5.000 soldados hacia la taha de Lúchar, donde los
moriscos habían reconstituido sus defensas aprovechando la detención en Félix.
La trama urdida con Deza se mantenía, pese a las negociaciones de paz que el
capitán general de Granada había iniciado en el sector occidental.
El mismo día de su
salida de Félix don Luis Fajardo llegó a Canjáyar, acampando en el Barranco
Hondo. En la mañana del 31 de enero entraba en la taha de Lúchar y tomaba
medidas disciplinarias con el ahorcamiento de algunos soldados “porque sin
orden habían salido del campo”. En este lugar los espías le informaron de
que los moriscos se habían fortificado en Ohanes y que, enterados de la
proximidad del marqués, degollaron a unas 73 cautivas cristianas. Sin dudarlo,
Fajardo ordenó dirigirse en la misma jornada al Losar de Canjáyar; donde se le
fue todo el día en pasar el río. En aquel campo se incorporaron a su ejército
200 hombres más de origen desconocido.
El 1 de febrero comenzó
a subir Sierra Nevada por pasos difíciles y fragosos para eludir las defensas
rebeldes. Así lograron alcanzar una buena posición frente a los enemigos, en
unos desfiladeros muy peligrosos donde esperaban unos 2.000 hombres con su
capitán Tahalí. La inexpugnabilidad del lugar fue resuelta por el marqués con
el uso de la artillería, ya que el disparo de 4 cañones fue suficiente para
hacer huir a los moriscos. Despejado el paso, la vanguardia inició la subida,
la cual contactó con la retaguardia morisca. El avance fue muy penoso, pues
flaquearon bastante los tercios de Lorca, que hubieron de ser reforzados por
los de Totana y Alhama; incluso tuvo que intervenir la caballería en pleno
monte, con el marqués mismo a la cabeza. Con muchísimo esfuerzo las tropas
avanzaron lentamente, entrando en las huertas y villa y saqueándolas, forzando
a los defensores a huir sierra arriba.
La batalla se saldó con
la muerte de 1.000 moriscos y unos 1.700 cautivos, básicamente mujeres y niños,
pues los hombres fueron ahorcados. Del bando cristiano hubo también algunos
muertos, y sobre todo bastantes heridos de arcabuz y saetas envenenadas. Se
liberaron unas 30 cristianas que estaban cautivas en la iglesia de la
localidad.
La derrota de Ohanes fue muy sonada entre los moriscos por la destrucción de gran parte del abastecimiento del territorio.
La derrota de Ohanes fue muy sonada entre los moriscos por la destrucción de gran parte del abastecimiento del territorio.
Consideraciones
A parte de la enemistad
que mantenían los dos marqueses, la campaña fracasó y la insurrección cobró
nueva fuerza a causa de los excesos cometidos por los soldados que se
indisciplinaron en repetidas ocasiones. Del lado morisco el estallido de la
rebelión fue seguido de una oleada de actos de venganza contra los cristianos viejos.
Como han destacado
Antonio Domínguez Ortiz y Bernard Vincent, “la guerra, durante las primeras
semanas, revistió un carácter fanático, que se tradujo en la muerte, acompañada
de torturas, de los curas y sacristanes, la destrucción de iglesias, las profanaciones”,
en las que también participaron los bandoleros monfíes, que constituyeron las
tropas de choque de los rebeldes y que estaban muy acostumbrados al uso de
métodos expeditivos. Se calcula que fueron asesinados entre 62 y 86 curas y
frailes.
Paralelamente los
moriscos sublevados restauraron todos los aspectos de la civilización musulmana
en las zonas que dominaban. Levantaron mezquitas, celebraron solemnemente los
ritos islámicos, restablecieron la antigua etiqueta de la monarquía nazarí y la
autoridad de los jefes de los antiguos linajes a los que concedieron los
honores y atributos que les correspondían, y celebraron certámenes deportivos y
juegos como en los tiempos de los Abencerrajes. La mayor parte de los
sublevados abandonaron los poblados donde vivían yéndose con sus familias y
bienes a lugares montañosos fortificándose en ellos. Así surgieron los
“peñones”, famosos por su significado estratégico, como el de Frigiliana donde
se refugiaron los moriscos de la sierra de Bentomiz.
En cuanto al pillaje y
la indisciplina de las tropas cristianas, éste se debió al hecho de que en su
mayoría eran milicias urbanas faltas de entrenamiento y de entusiasmo, y la
táctica de las emboscadas empleada por los sublevados que rehuían el combate en
campo abierto y aprovechaban su mayor conocimiento de un terreno tan intrincado
como el de las serranías, en las que dominaban los puntos elevados desde donde
daban audaces golpes de mano. Además “trataban de provocar el hambre en las
filas enemigas dejando tras ellos campos incendiados y molinos destruidos“.
Por otro lado, ambos bandos actuaron con gran ferocidad y crueldad. Así
mientras el marqués de Mondéjar tras la dura toma del fuerte de Guajar ordenó
que fueran ejecutados todos sus habitantes, mujeres incluidas, los moriscos
tras la conquista de Serón, en la fase siguiente de la guerra, «redujeron a
esclavitud a 80 mujeres y mataron a 150 hombres y 4 ancianos, a pesar de las
promesas hechas anteriormente».
Guerra de las Alpujarras, tropas imperiales reduciendo a moriscos. Autor
Ángel García Pinto
Ambos bandos vendieron
como esclavos a buena parte de los del bando contrario que apresaron y no
mataron. Los moriscos vendieron cantidad de cautivos cristianos a los
mercaderes llegados del norte de África a cambio de armas, llegándose a dar «un
cristiano por una escopeta». Por su parte los soldados de las tropas cristianas
capturaban como botín de guerra a moriscos, especialmente mujeres, y el
producto de su venta como esclavos o esclavas era para ellos, habiendo renunciado
la Corona al “quinto” del precio pagado que debía haberle correspondido. Jefes
y oficiales también se repartieron lotes de prisioneros, incluso niños y la
propia Corona también se benefició de la venta de esclavos como sucedió con
muchos de “los moros de Jubiles que fueron vendidos en pública almoneda en
Granada, por cuenta del rey, y algunos murieron en cautiverio“. La
esclavización de los vencidos, incluidos mujeres y niños, fue una de las
razones de que la resistencia morisca se prolongara.
Segunda fase (marzo 1.569 a enero 1.570)
La segunda fase de la
guerra abarca de marzo de 1.569 a enero de 1.70 y durante la misma la
iniciativa correspondió a los moriscos insurgentes que contaron con nuevos
apoyos porque las aldeas del llano y de otros lugares se sumaron a la rebelión.
Sin embargo el tiempo de paz fue aprovechado por Abén Humeya para comenzar a
finales de abril un segundo levantamiento, más extenso y complejo que el
anterior. El movimiento que había comenzado con 4.000 insurgentes en enero de 1.569,
que ascendieron a 30.000 en el momento álgido de la revuelta.
La disolución en Terque
del primer ejército no significó la retirada del marqués en la Alpujarra, quien
propugnaba continuar la guerra. La fuerte división entre los generales, se
zanjó con el nombramiento de un nuevo capitán general en el reino de Granada,
don Juan de Austria, que el 12 de marzo llegaba a la capital del reino.
El 30 de marzo una
expedición a la Alpujarra para capturar a Abén Humeya, enviada por Mondéjar y
dirigida por Álvaro Flores y Antonio Ávila, terminó en un total fracaso. En
efecto, una emboscada de los moriscos mató a la expedición de casi 1.000
hombres y a sus capitanes.
Campaña del marqués de los Vélez desde abril a mayo de 1569
Batalla de Berja (17 de mayo de 1.579)
La tensión se rompió a
finales de abril cuando Abén Humeya no pudo esperar más y convocó en Válor a su
consejo de guerra, de la reunión salió una decisión clara: atacar a don Luis
Fajardo en su campo de Berja, ya que, derrotándole, no sólo eliminarían un
obstáculo en la Alpujarra, sino que sería el mejor argumento para que las
tierras del Almanzora se levantaran, seguras de haber eliminado al único
general que verdaderamente temían.
El ataque morisco sobre
Berja fue cuidadosamente preparado: el reclutamiento de tropas en las tahas, la
coordinación de las bandas monfíes que actuaban en el territorio e, incluso, el
acuerdo para ser apoyados con armas y hombres desde Argel y Fez. El estado
mayor morisco sabía que la situación del marqués no era buena: tenía una tropa
indisciplinada, temerosa y huidiza, y no disponía de aprovisionamiento a través
del puerto de la Ragua. Contando con estos elementos favorables, no cabía la
demora.
Guerra de las Alpujarras. Desembarco de refuerzos turcos y argelinos. Autor
Milek Jacubiec AKA EthicallyChallenged
El plan de batalla se
fijó con un contingente militar de unos 3.000 arcabuceros y ballesteros, 2.000
piqueros y unos 400 soldados berberiscos, formados del siguiente modo: dos
columnas dirigidas por El Derri y El Habaquí y un tercer cuerpo bajo el control
de Abonvayle. El mando conjunto se lo asignó el propio Abén Humeya, bajo el
asesoramiento de un consejo de generales formado por don Hernando el Zaguer,
Abonbayle, Gerónimo el Maleh, Abén Mequenum y Juan Gironcillo. El grueso del
ejército se movilizó finalmente desde Válor en los albores de junio, cruzando las
sierras hasta llegar a seis leguas de Berja. Situado el estado mayor en
Padules, el rey morisco envió un capitán con exploradores a reconocer el campo
y preparar el ataque.
Los movimientos
rebeldes eran observados por el marqués muy cautelosamente; de tal modo que,
sospechando la trama, desplegó su red de espías. Cinco de ellos fueron
capturados, que al no regresar alarmaron aún más a Fajardo. Entre los agentes
que sí lograron volver a Berja se encontraba un morisco que puso sobreaviso del
inminente ataque rebelde.
Esa misma noche llamó
el marqués a consejo a don Juan Enríquez, don Diego de Leiva y a don Diego, don
Juan y don Francisco Fajardo, así como a otros capitanes, para informarles del
inminente asalto al campo. El debate del consejo se centró en cómo hacer frente
a la ofensiva, pues era tarde para retirarse a Adra y demasiado imprudente
anunciar el ataque rebelde por temor a la huida de la soldadesca. Pusieron a la
tropa en estado de alerta durmiendo con las armas, también se realizaron otras
previsiones como instalar a los enfermos en la iglesia; las prisioneras
moriscas fueron encerradas en las traseras del templo.
Batalla de Berja 17 mayo 1569. Disposición de las tropas cristianas: 1
cuartel general; 2 capitanes Cantos, Barrionuevo y Cañavate; 3 capitanes Pérez
de Tudela, Castllo, Mateos de Guevara y Quiñonero; 4 capitán Ruiz; 5 capitán
Gualtero
Distribuyó sus fuerzas
cerrando los caminos de acceso a la ciudad: camino de Dalías, camino de Adra,
camino de Ugíjar. Las compañías lorquinas y la caballería quedaron dentro de la
ciudad como reserva.
El asalto se produjo de
noche, pretendiendo confundir al ejército: primeramente se oyeron movimientos
por el sector de Ugíjar; aunque poco después las asonadas apuntaron al sector
de Dalías. Quince minutos más tarde llegaban al marqués nuevas de cómo los
enemigos irrumpían también por la parte de Andarax.
El asalto se produjo por la zona de Dalías, dirigiéndose a las casas donde estaban encerradas las moriscas. Marchaban primero los guías, quienes para conocerse en la
El asalto se produjo por la zona de Dalías, dirigiéndose a las casas donde estaban encerradas las moriscas. Marchaban primero los guías, quienes para conocerse en la
oscuridad iban con
camisas blancas, algo que facilitó a las tropas su localización en la
oscuridad. Seguían a la encamisada unos 2.000 hombres, entre los que se
encontraban muchos berberiscos con guirnaldas de flores en la cabeza.
El primer golpe vino
por las calles Picadero y Chiclana y lo sufrieron las tropas manchegas, que
ante la embestida retrocedieron a refugiarse en la iglesia y en las torres de
la calle del Agua. En su huida abandonaron a sus capitanes, así como a las
moriscas que custodiaban. La retirada fue desastrosa, pues los soldados se
enredaron con la arriería resguardada en las calles que confluían a la plaza.
Para contrarrestar el
ataque morisco, acudieron 500 infantes, consiguiendo frenar el avance. En su
respuesta, Abén Humeya envió nuevos y constantes refuerzos, lo que recrudeció
la lucha. En este punto de la batalla, los moriscos atacaron por Julbina
(carrera de Granada y calle Humilladero) en la creencia que llegarían antes a
la plaza y a la calle del Agua. A partir de aquí se desarrolló la última fase
de la contienda en la que don Luis Fajardo desplegó una estrategia que
finalmente le dio la victoria. En efecto, en el máximo fragor del combate el
marqués de los Vélez ordenó el contraataque general, el cual se dispuso del siguiente
modo:
- Primera fase: Defensa en las calles. Primero
reforzó la arcabucería en las cuatro vías de acceso a la plaza que estaban
siendo hostigadas.
- Segunda fase: Contraataque de la caballería. El
desplazamiento enemigo hacia la parte de Adra permitió cerrar el plan del
Marqués, pues fue entonces cuando él mismo salió con la caballería,
dejando en la posición a Francisco Fajardo con una compañía de infantería.
Para salir a la carga tuvo que romper una de las tapias de la plaza, ya
que la arriería impedía la movilidad por las calle.
- Tercera fase: Salida de la infantería. La carga
de caballería provocó la retirada general de los moriscos, momento en el
que se dispuso una acción combinada con la infantería.
Batalla de Berja 17 mayo 1579. Fases de la batalla
Al atardecer podía decirse que la
victoria era del bando cristiano. Los moriscos, que marchaban sierra arriba,
hacia la taha de Andarax, no fueron perseguidos por temor a un contraataque de
Abén Humeya.
La batalla de Berja se
saldó con casi 1.400 atacantes muertos (de los cuales 600 cayeron en la calle
del Agua); mientras que del bando cristiano tan sólo hubo una veintena de
hombres y bastantes heridos.
A los pocos días de la derrota morisca,
el 10 de junio de 1.569, el marqués de los Vélez pasó a la cercana Adra.
Guerra en Almanzora
El desplazamiento de la
guerra al Almanzora comportó que el ejército del Marqués quedase en la
retaguardia. La caída de la actividad bélica dio paso a la disolución de un
contingente mal pagado y falto de botín.
La presión del marqués
en la comarca obligó a Abén Humeya a abrir un nuevo frente para aliviar las
tierras alpujarreñas. Así, durante las dos primeras semanas de junio, el
general Gerónimo el Maleh preparó el levantamiento del valle del Almanzora, que
alcanza su zénit el 12 de junio con la toma Purchena. Desde esta villa los
rebeldes arremeten contra el altiplano granadino, poniendo sitio a las
emblemáticas fortalezas de Serón y Oria.
El panorama bélico del
Almanzora durante el verano de 1.569 convertía al ejército de Vélez en elemento
imprescindible que evitaba el desastre. La parada de las tropas en Adra durante
la primera quincena de junio era contemplado como un craso error craso. El
propio Felipe II ordenó a los tercios italianos que recalasen en Adra para
reforzar al marqués. La operación la llevaría a cabo don Luis de Requesens,
quien rápidamente organizó los bastimentos y tropas para que don Luis Fajardo
saliera de nuevo a combatir.
Según la previsión
real, el nuevo ejército se compondría básicamente de unos 4.000 hombres,
divididos en cuatro cuerpos:
- Parte del contingente italiano, el cual lo
incorporaría Requesens al regresar de tierras malagueñas. Se trataba de
los tercios más castigados en la batalla malagueña, básicamente las
banderas de don Pedro de Padilla.
- Los soldados reformados del presidio de Órgiva,
bajo el mando de don Juan de Mendoza. Esta orden venía directamente del
rey, ya que su intención era reforzar el mando de la caballería, el cuerpo
se componía de cinco 5 compañías de la ciudad de Córdoba, dirigidas por
los capitanes don Francisco de Simancas, don Cosme de Armenta, don Pedro
de Acebedo, don Diego de Argote y otra del propio Mendoza.
- 700 hombres reclutados en Granada y unos 100
hidalgos murcianos; todos bajo la dirección del portugués don Lorenzo
Téllez de Silva, marqués de la Favara. Éstos debían confluir con las
tropas de Órgiva camino de Motril.
- 1.000 soldados catalanes que, al mando del
caballero de Santiago Antic Sarriera, esperaban en Tortosa a las galeras
de don Sancho de Leiva
A mediados de junio de
1.569, los generales moriscos El Gorri de Andarax, el Peliguí de Gérgal y El
Maleh levantan la sierra de los Filabres, dentro de un plan estratégico que
pretendía trasladar la revuelta al valle del Almanzora. En la noche del 11 de
junio, Purchena conoce de buena mano la intención de ocuparla y situar en ella
el cuartel general rebelde. Con presteza los cristianos organizan su huida a las
fortalezas más cercanas, dando tiempo a avisar del inminente riesgo de la
comarca. El día 12 el ejército alpujarreño y seguidores moriscos de la plaza
tomaban la ciudad y obligaba a sus correligionarios a secundar el alzamiento.
No obstante, surgió entre ellos una significativa oposición que terminó
refugiándose en las fortalezas cercanas del marquesado de los Vélez.
Guerra en Almanzora junio y julio de 1569. A la izquierda el alzamiento. A
la derecha cerco de Oria.
A mediados de junio, la
mayoría de las localidades del Almanzora alto y medio se habían unido a la
rebelión, excepto las fortalezas señoriales. La resistencia de éstas convenció
a El Maleh de la necesidad de reunir un mayor grueso militar.
La caída de Serón se
produjo el 16 julio y puso en alerta máxima la zona, puesto que se sabía que
pronto actuarían los rebeldes. El 24 de julio Oria veía a sus puertas un
ejército de 3.000 rebeldes que alzan a los moriscos de la villa. Estaba clara
la intención de invadir Vélez Blanco.
El 4 de agosto don Juan
de Austria tomó la decisión final, ordenando la partida hacia la ciudad de don
Antonio de Luna, quien que debía poner orden en la zona. Este personaje llegó
el día 10, sustituyendo interinamente a Enríquez y ocupando el mando militar
Batalla de Valor
La marcha hacia Valor
se realizó el 3 de agosto por el río Válor, con las máximas medidas de
seguridad, mediante la custodia de mangas de arcabuceros en las laderas del
curso fluvial y en cumbres circundantes. La vanguardia iba a cargo de don Pedro
de Padilla y sus experimentados tercios, los moriscos que estaban bien
parapetados, les hostigaron, el ataque sobre los tercios obligó a actuar al
marqués de La Favara,que envió a la caballería, que de inmediato reforzó la
posición.
Acompañado de don
Álvaro de Bazán y don Jorge de Vique, pasó el puerto de Loh con 300 jinetes,
llegando a La Calahorra. Eran las cinco de la tarde y no entendió conveniente
volver de noche al campo. En La Calahorra, el marqués descubrió que en el lugar
había comida sólo para un día.
El 15 de agosto el marqués informaba a
don Juan de Austria que disponía de tan sólo 3.000 hombres y 400 jinetes, la
mitad con los que había comenzado en la costa.
Muerte de Aban Humeya
Pronto surgieron
disensiones entre los propios moriscos. Según los historiadores, la
arbitrariedad y tiranía que muestra Abén Humeya, junto con su carácter
despótico y receloso, le hicieron perder el apoyo de los rebeldes.
En octubre de 1.569, se
produce una conspiración contra Aben Humeya en Cádiar. Se mezclaron varios
motivos: la ambición de Aben Aboo, el enfrentamiento de Aben Humeya con las
tropas turcas, el odio de la familia de su mujer (por haber matado el rey
morisco a varios de sus miembros) e incluso el móvil de los celos. Aben Humeya
descansaba en Laujar de Andarax (al este de Ugijar). Fue asesinado por su
primo, quien le sucedió. Fue enterrado allí, pero don Juan de Austria, al
terminar el conflicto, trasladó sus restos a Guadix.
Muerte de Abén Humeya 1569. Sucedió en su palacio de Laujar de Andarax el
20 de octubre
Tercera fase de (enero de 1.570 a abril
de 1.570)
La tercera fase de la
guerra se inicia en enero de 1.570 cuando, ante el grave cariz que tomaba la
revuelta, el rey Felipe II destituyó al marqués de Mondéjar como capitán
general de Granada y nombró a su medio hermano don Juan de Austria para mandar
a un ejército regular traído de Italia y del Levante, que sustituyó a la
milicia local.
Ante el grave cariz que
tomaba la revuelta, el rey Felipe II destituyó al marqués de Mondéjar como
capitán general de Granada y nombró a su medio hermano don Juan de Austria para
mandar a un ejército regular traído de Italia y del Levante. El 26 de noviembre
de 1569 ordenó a D. Juan de Austria partir hacia Baza.
El 23 de diciembre
destruyó el presidio morisco de Güéjar para despejar la marcha.
El 29 de diciembre de
1.569 con 3.000 infantes y 400 jinetes, llegando a la villa Iznalloz, evitando
el peligroso paso del puerto de la Mora, al día siguiente 30 llegó a Guadix,
donde se alojó, partió por la mañana hacia Gor donde acampó. El 1 de enero
llegó a Baza donde permaneció varios días estudiando la situación. Allí le
esperaba el comendador mayor de Castilla; el cual había ido desde Cartagena,
llevando la artillería, armas, munición y bastimentos.
Asedio de la Galera (1.570)
El 19 de enero se
dirigió a la galera, siendo recibido por el marqués de los Vélez, hacéndose
cargo de las operaciones de asedio. Disponía de 12.000 infantes, 300 jinetes y
un impresionante convoy formado por 700 carros y 1.400 mulas de bagajes,
acantonándoles en Oce y Huescar.
Esa villa era muy
fuerte, estaba asentada sobre un cerro prolongado con forma de una galera, de
ahí su nombre, tenía un castillo antiguo, cuyas murallas estaban semiderruidas,
pero se asentaba en peñas muy, que suplían la falta de los caídos muros. La
entrada era por la misma villa.
Asedio de la Galera 1570. Plano del asedio. Autor Jorge Martínez Corada
Se asentaron las baterías contra la villa
de Galera y se hicieron dos asaltos, uno a la iglesia y otro a la villa que
resultaron fallidos. Los defensores eran unos 3.000.
A pesar de utilizar
masivamente la artillería, y pese a los varios asaltos fallidos, los sitiados
no ceden y los asediadores optan por excavar secretamente galerías subterráneas
que lleguen hasta las fortificaciones donde colocan cargas explosivas. Y esa
fue la clave. Tras volar las defensas, el 7 de febrero entran al asalto los
cristianos y se desarrolla una batalla que dura desde las ocho de la mañana
hasta la cinco de la tarde. Cientos de muertos cristianos y más de 2.000
moriscos. A consecuencia de lo cual se produjo una espantosa matanza y se
destruyó el pueblo tras un completo saqueo.
Asedio de la Galera 1570. Vista de la fortaleza
Fueron pasados a cuchillo la mayor parte
de los moriscos que habían participado a excepción de mujeres y niños y se
procedió a destruir todas las casas y a sembrar de sal las tierras, quedando
prohibida la construcción de viviendas sobre las arrasadas construcciones
moriscas.
Desastre de Serón
El 14 de febrero don
Juan partió hacia Cúllar, donde acampó. Al día siguiente, se dirigió a Baza,
desde donde envía avanzadillas para preparar la campaña del Almanzora. El 17 de
febrero acampó en Caniles y, entre el 18 y el 22 de febrero, intentan varias
escaramuzas que acaban en desastre. En la última murió don Luis Quijada. En los
días que siguen comienza a negociar con El Habaquí la reducción de los
moriscos. Tras reconocer el terreno, partió de nuevo el ejército y acampó en
las cercanías de Serón (Fuencaliente). Allí se dispuso el asalto. Los soldados
imprudentes penetraron antes de tiempo en la villa, y entretenidos y ciegos en
saquear las casas y en cautivar mujeres, dieron lugar a que bajaran de los
cerros en socorro de los del castillo hasta 6.000 moros acaudillados por el
Malech, el Habaqui y otros de sus mejores capitanes. En el aturdimiento y
desorden que se apoderó de los cristianos, fueron acuchillados mas de 600,
aparte de los que murieron quemados en las casas y en las iglesias. En
Canilles, donde se retiraron, despachó correo a las ciudades de Ubeda, Baeza y
Jaen, para que 2.000 infantes de Castilla que habían de pasar por allí fuesen
al campo de don Juan, y se escribió al duque de Sessa que enviara cuanta gente
pudiese, y entrara cuanto antes en la Alpujarra para llamar y entretener por
allí la atención de los moriscos.
Rehecho el campo de don
Juan, volvió de nuevo y con mas ánimo sobre Seron, ansioso de vengar la pasada
derrota. Esta vez, viéndole los enemigos ir tan en orden, no tuvieron valor
para esperarle, y ellos mismos incendiaron la población y el castillo,
subiéndose a la sierra, donde en número de 7.000 hombres sostuvieron algunas
refriegas con los escuadrones de Tello de Aguilar y de García de Manrique.
Del 1 al 11 de marzo,
don Juan acampó en Serón, donde cayó enfermo. Se dispuso el avance, dejando en
el presidio a Antonio Sedeño.
Conquista de Almanzora
Del 11 al 21 de marzo
se continúa negociando la reducción de moriscos y se preparaba el asalto a
Tíjola la Vieja, de donde salieron los enemigos de noche en silencio huyendo a
los montes por las cañadas y desfiladeros. Solo se hallaron unas 400 mujeres y
niños, y se ganó bastante botín del que los moros habían almacenendo allí.
Destruida y asolada también aquella villa, vio con sorpresa como las fortalezas
de Purcbena, Cántoria, Tahalí y otras que tenían los moriscos se iban
encontrando abandonadas, y las ocupaban sin dificultad los cristianos y dejaban
en ellas guarniciones.
Menos activo y
diligente el duque de Sesa que don Juan de Austria había tardado en salir de
Granada cerca de dos meses, iniciando la marcha 24 de febrero, y se detuvo en
el de Padul para reforzar su ejército y reunir las mas provisiones que pudiese:
por su parte el nuevo rey de los moriscos Muley Abdallah Aben Abóo había
escrito al sultán otomano y al secretario del rey de Argel, relatándoles la triste
situación en que se encontraban los desgraciados musulmanes de su reino,
acometidos por dos fuertes ejércitos cristianos, y reclamaba de ellos con
urgencia los auxilios que habían ofrecido. La reclamación de Aben Abóo, como
las anteriores de Aben Humeya, no produjo sino buenas palabras tanto del turco
como del argelino. La guerra por la parte de las Alpujarras y por la costa y la
ajarquia de Málaga no se hacia con el vigor que por el río Almanzora, por donde
andaba don Juan de Austria.
Los tercios de don Juan
de Austria habían ido tomando sucesivamente las distintas fortalezas del
Almanzora ocupadas por los moriscos. El 12 de marzo se introdujeron bastimentos
para tres meses en Oria y una compañía de soldados dio relevó a la de don Juan
de Haro. El día 25 de marzo, sábado, llegó don Juan de Austria con su campo a
Tíjola, dejando asolada y destruida dicha villa. De allí partió a Purchena de
donde los moriscos se habían marchado dejando abandonadas 200 personas que no
habían podido huir por encontrarse la mayoría impedidas. Se repartieron las
moras y los bienes de los moriscos entre los capitanes y gentilhombres que allí
había. Con la toma de estas ciudades el peligro de un ataque morisco se había
alejado definitivamente de Oria. Don Juan de Austria, el día 26 de marzo, envió
a don Francisco de Córdoba con 2.000 infantes y alguna caballería a la
fortaleza de Oria. Tuvo don Juan de Austria noticia de que el alcaide de la
fortaleza de Oria se había negado a recibir a algunos moriscos que habían
acudido a dicha fortaleza a rendirse y entregarse. El alcaide, en realidad, los
entretenía para dar aviso a algunos capitanes amigos suyos para que estos los
capturasen y sacasen provecho de su venta como esclavos. Esto irritó a don Juan
de Austria, pues este tipo de acciones pondrían en peligro futuras posibles
rendiciones. Solucionado este incidente por D. Francisco de Córdoba, el 28 de
marzo acudieron a la fortaleza de Oria para reducir 300 familias moriscas. En
esta fecha acampaba D. Juan de Austria en Cantoria.
La actitud del alcaide
de la fortaleza de Oria es buena muestra de cómo por favoritismos y codicia se
dilata o pone en peligro la empresa de finalizar la guerra. Los abusos y la
rapiña practicada en estas guerras civiles por los castellanos fue uno de los
principales factores que alargaría el desenlace del conflicto y que acarrearía
muchas bajas a sus tropas.
Don Juan de Austria a
finales de abril, instaló su cuartel general en el campo de Los Padules, donde
se le unió un segundo ejército al mando del duque de Sessa, Gonzalo Fernández
de Córdoba, que había salido de Granada en febrero y había atravesado la
Alpujarra de oeste a este. Al mismo tiempo, un tercer ejército al mando de
Antonio de Luna había salido de Antequera para alcanzar la sierra de Bentomiz,
otro de los focos de la rebelión morisca.
Cuarta fase (abril de 1.570 a primavera
de 1.571)
Pero al mismo tiempo el
rey Felipe II dio la orden de sacar del reino de Granada y enviarles a pueblos
de Andalucia y Castilla, a todos los moros de paz, es decir, aquellos moriscos
que no se habían alzado y permanecían en sus casas obedeciendo al rey. Los
moriscos de la Vega, de la Alpujarra, de Ronda, de las sierras y ríos de
Almería, lo mismo que antes se había hecho con los de Granada; y con sus
familias y sus bienes muebles fueron arrancados de sus hogares, y trasladados
al interior de Castilla. Esta medida fue contraproducente, pues los moriscos
que no se habían rendido, desistieron de hacerlo, y muchos prefirieron unirse a
los rebeldes antes que abandonar sus tierras.
Mientras tanto don Juan
de Austria se encontraba en Terque, el río Almería y los Padules de Andarax; el
duque de Sessa por UjIjar, Adra, Castil, de Ferro y Verja, el prohibirles el
saqueo influyó en el ánimo de los soldados, de manera que al duque le
desertaban cada día, más soldados, hasta punto, que de los 10.000 hombres que
tenia en la Alpujarra solo le quedaban unos 4.000. Se reunieron ambos
generales, primeramente en el cortijo de Leandro, y después en los Padules,
quedando de allí adelante el duque de Sessa incorporado don Juan de Austria.
Campaña de Juan de Austria en las Alpujarras
Tampoco cesaron; los
tratos sobre la reducción; antes bien don Alonso de Granada Venegas lo propuso
por escrito al mismo Aben Abóo, acordando reunirse, con las garantías
convenientes, en el Fondon de Andarax el 13 de mayo. Se reunieron El Habaqui
con el marqués de Mondejar, acordando volver a reunirse con plenos poderes de
Aben Abóo el 19 de mayo.
El Habaquí cumplió
fielmente su palabra, y de nuevo en el Fondon de Andarax, volvieron a reunirse.
El 22 de mayo partió el Habaquí para la AIpujarra para dar cuenta de todo a
Aben Abóo.
El 25 de mayo Juan
recibió a los caudillos que en cada distrito ó taha habían de recoger los que
fuesen a entregarse, permitiéndoles vivir en los lugares llanos que ellos
eligiesen, con tal que no fuese en la sierra, y los que nos quisieron
entregarse, se les permitió embarcar al norte de África, entre ellos marchó el
Habaquí.
Aben Abóo alentado con
un refuerzos turcos y moros después de la llegada de unas fustas berberiscas, ó
envidioso de el Habaquí, fue detenido y ejecutado por orden de Aben Aboo en el
Laujar de Andarax, siendo estrangulado con una cuerda. Esta muerte provocó aún
mas la fractura de los moriscos.
Los combates se
desplazaron entonces a la Serranía de Ronda donde el 7 de julio los moriscos
rebeldes saquearon Alozaina y concentraron sus fuerzas en la sierra de Arboto.
De allí fueron desalojados el 20 de septiembre por el duque de Arcos.
Aunque a partir de
octubre de 1.570 las rendiciones de los moriscos fueron masivas, varios miles
siguieron resistiendo. La mayoría se refugiaron en cuevas, tan abundantes en
las Alpujarras, donde muchos de ellos murieron asfixiados, ahogados por el humo
de las hogueras que prendieron las tropas cristianas en sus entradas para
obligarles a salir.
El 28 de octubre, el
rey Felipe II dio orden don Juan de Austria (28 de octubre), que con toda la
brevedad y diligencia posible, sacaran del reino de Granada e internaran en
Castilla todos los moriscos, así los de paz como los nuevamente reducidos. Esta
era su segunda orden, don Juan de Austria mandó que se tomasen todos los pasos
de las sierras, y ordenó el 1 de noviembre, que todos los moros del reino
debían ser recogidos en las iglesias de los lugares señalados, para llevarlos
de allí en en grupos de 1.500 y con su escolta correspondiente a los puntos
donde se los destinaba, muchos se fugaron huyendo a la Barbería o echándose al
monte. De esta manera quedó despoblado de moriscos el reino de Granada. 150.000
moriscos granadinos fueron expulsados y distribuidos por el resto de la
Península.
Expulsión de los moriscos de Granada. Autor Manuel Gómez-Moreno González
La tierra se fué
poblando de cristianos, al principio con alguna dificultad, pero después con el
aliciente de las haciendas que el rey mandó distribuir y de los privilegios y
franquicias que otorgó a los nuevos pobladores, ya no faltaban cristianos que
apetecieran ir a vivir en el territorio morisco, principalmente gallegos.
Aben Abóo, que todavía andaba por lo mas profundo de la sierra con 400 hombres que le quedaban, se guarneció en una cueva entre Bérchul y Trevélez, siendo asesinado por sus partidarios en marzo de 1.571.
Aben Abóo, que todavía andaba por lo mas profundo de la sierra con 400 hombres que le quedaban, se guarneció en una cueva entre Bérchul y Trevélez, siendo asesinado por sus partidarios en marzo de 1.571.
Expulsión de los moriscos (1.609)
A principios del siglo
XVII, la población morisca total se estima en 319.000 para toda España.
Teniendo en cuenta que la población era de aproximadamente 8 millones de
habitantes, el porcentaje de población morisca era de aproximadamente un 4 %,
pero el impacto por regiones era muy diferente, en Aragón había 61.000
moriscos, lo que suponía un 20 % del total de la población. En el reino de
Valencia habían unos 135.000 moriscos, un 33 % del total. En Castilla había
unos 110.000 en una población de seis millones.
Los moriscos tenían
mayor índice de natalidad, y este mayor crecimiento despertaba recelos y temor
en la población y los gobernantes.
A inicios del siglo
XVII empezó una recesión económica, que afectaría a España y, sobre todo, a la
gran mayoría de población. Sin embargo, esta situación no afectaría a algunos
moriscos, que disfrutaban de una situación económica favorable debido a su
tendencia al ahorro y al ejercicio de profesiones que gozaban de una próspera
economía.
Existía un
resentimiento de gran parte de la población hacia los moriscos, que aún
mantenían viejas costumbres islámicas, muchos moriscos, llamados cristianos nuevos
a los que muchos acusaban de seguir practicando el Islam a escondidas.
Existía el problema de
integración de los moriscos, que seguían viviendo en su mayoría apartados del
resto de la población, mantenían su lengua, sus costumbres, sus vestidos y su
forma de vida. Se les acusaban de que se lavaban una vez a la semana, los
viernes, y que incluso lo hacían en diciembre; frente a los cristianos que
huían el baño.
Muchos campesinos
castellanos y aragoneses sentían rechazo y resentimiento hacia los moriscos, a
los que veían como unos rivales que les quitaban su trabajo a un menor precio.
En enero de 1.609 el
Consejo de Estado empezó el debate de la expulsión en razón de la seguridad del
estado. El 4 de abril el Consejo tomó la decisión de recomendar la expulsión de
los moriscos al monarca. El arzobispo de Valencia, Juan de Rivera, fue uno de
los mayores defensores de la expulsión, los mayores defensores de los moriscos
fueron aquellos que tenían intereses personales y económicos, que eran la
nobleza terrateniente de Aragón y Valencia. Estos tenían como vasallos y
trabajadores a los moriscos, que cobraban a un precio menor, y les salían más
rentables.
Felipe III aceptó dicho
consejo y el 9 de abril de 1.609 decidió la expulsión de los moriscos de
España.
Se decidió que la
expulsión empezara por el reino de Valencia, al considerarse como la región más
problemática a la hora de la expulsión por su elevado número relativo de
población morisca, por estar concentrados en poblaciones montañosas y por su
cercanía al litoral accesible desde el norte de África.
Los preparativos para
la expulsión de los moriscos de Valencia se realizó en secreto para no provocar
insurrecciones. Se concentraron galeras en el Mediterráneo, se enviaron tropas
y acudió la flota del Atlántico. A inicios del otoño tercios provenientes de
Italia ocupaban posiciones estratégicas y escuadrones navales estaban en los
puertos de Alfaques, Denia y Alicante. Todo estaba preparado.
El 22 de septiembre de
1.609 se publicó el decreto de expulsión en Valencia. En este decreto se
ordenaba la expulsión, aunque contenía una cláusula que eximía a los niños
menores de 4 años, elevado después a 14 años, si sus padres estaban de acuerdo.
Se permitió a los
moriscos que conservaran sus bienes muebles, pero sus posesiones, sus casas y
sus cultivos pasarían a formar parte de las propiedades de sus señores como
compensación. La destrucción o incendio de cualquier propiedad estaba penada
con la muerte.
La expulsión de los moriscos. Autor Gabriel Puig Roda.
A partir del 30 de septiembre fueron
llevados a los puertos, donde como ofensa última fueron obligados a pagar el
pasaje. Los primeros moriscos fueron transportados al norte de África, donde en
ocasiones fueron atacados por la población de los países receptores. Esto causó
temores en la población morisca restante en Valencia, y el 20 de octubre se
produjo una rebelión morisca contra la expulsión. Los rebeldes fueron reducidos
en noviembre y se terminó con la expulsión de los últimos moriscos valencianos.
Pasados 3 meses desde el decreto habían sido expulsados de Valencia 116.022
moriscos.
Expulsión de los moriscos en el Grao (Castellón). Obra de Pere Oromig y
Francisco Peralta.
Expulsión de los moriscos en Vinaroz. Obra de Pere Oromig
A principios de 1.610 se realizó la
expulsión de los moriscos aragoneses y en septiembre la de los moriscos
catalanes.
La expulsión de los
moriscos de Castilla era una tarea más ardua, puesto que estaban mucho más dispersos.
Debido a esto, a la población morisca se le dio una primera opción de salida
voluntaria del país, donde podían llevarse sus posesiones más valiosas y todo
aquello que pudieran vender. Así, en Castilla la expulsión duró tres años (de
1.611 a 1614) e incluso algunos consiguieron evadir la expulsión y
permanecieron en España.
Entrada creada originalmente
por Arre caballo! el 2018-03-07. Última
modificacion 2018-03-07.
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