Mujeres de Al-Andalus
Autor: Mª Dolores F.-Fígares
publicado el 20-09-2018
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Al-Andalus es un espacio y a la vez un tiempo. Un
tiempo-espacio privilegiados, donde se encontraron los ricos legados que el
pasado había ido dejando en una tierra dispuesta a recibir a los pueblos
distantes y dejarse conquistar por ellos, dándoles a cambio su propia riqueza,
a través de las diversas maneras de concebir la vida. A lo largo de los siglos
y de las vicisitudes que planteó la historia, el espacio andalusí se fue
modificando: como hacen los mundos, primero, con el impulso de los inicios se
fue ampliando, para luego volverse hacia sí mismo, en un proceso imparable de
decadencia y debilidad, apenas frenado por la intervención de personajes
singulares.
A medida que Al-Andalus dejaba de ser en la historia y
otras formas políticas y culturales entraban en acción, se dejaba absorber a la
vez por el olvido y por el mito de un paraíso irremediablemente perdido. Es
decir, que se fueron olvidando sus importantes aportaciones al proceso
civilizatorio de Occidente y al mismo tiempo iba quedando en la memoria la
difusa impresión de que en al-Andalus habían acaecido sucesos singulares por la
hermosura de sus realizaciones y lo irrepetible de sus circunstancias. No volvió
a vivir el Islam un esplendor como el logrado en al-Andalus, tal era la huella
que había dejado en la memoria colectiva el final de la civilización andalusí.
Aquel mundo que la investigación histórica ha ido
reconstruyendo pacientemente había dejado de interesar desde hacía mucho
tiempo, y se había reducido su imagen al estereotipo de los invasores que
habían sido expulsados triunfalmente de nuestro territorio. Se cortaron los
vínculos que nos habían unido a esa parte tan sustancial de nuestro pasado, ya
que la historia la escriben siempre los vencedores. Fuera de los ámbitos de los
especialistas, poco ha llegado al gran público de la fecunda historia de
al-Andalus y la mayoría de sus grandes actores permanecen completamente
desconocidos, como si no pertenecieran al legado que ha ido elaborando nuestras
formas de construir el mundo.
Desde las brumas de ese olvido sobresalen figuras que
componen el variado panorama de aquella sociedad, de aquel mundo, como aspectos
destacados inevitablemente de un caldo de cultivo, de una base social que les
dio sustento y justificación.
La reactualización del protagonismo del Islam en
determinados países y conflictos parece sustentar el nuevo interés que
despiertan ciertas realidades que se produjeron en al-Andalus. Pero ese interés
contiene el sesgo de la imagen deformada y muchas veces reducida por los
prejuicios, con la cual tiene que luchar en Occidente todo aquel que se plantee
un acercamiento al mundo islámico, en su conjunto. El complejo de superioridad
de Occidente no ha podido curarse todavía, a pesar de la larga historia de sus
crisis y la impotencia que ha manifestado para cicatrizar sus propias heridas,
lo cual no le impide erigirse en juez y dictaminar sobre la pureza de
intenciones de otros pueblos y otras formas culturales.
Sin embargo, aquellos momentos señalados en la historia, en los cuales
Oriente y Occidente lograron abrir puentes de complementariedad fueron
precisamente los que se nos aparecen
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