EL
ORIGEN DEL FLAMENCO
El origen del flamenco se remonta a bastantes siglos atrás,
durante los cuales profundos mestizajes entre distintas culturas
transmitidos de generación a generación han dado lugar al arte que conocemos en
la actualidad.
De los musulmanes de Al-Ándalus y sus cantos monocordes islámicos se basan
los elementos fundamentales que definen a este género. En su desarrollo tiene
bastante influencia el resto de pueblos que habitan Al-Ándalus: la música de
los judíos,
las canciones populares de los cristianos mozárabes y el
folclore de los gitanos que llegan a España en el siglo XV. Al principio
de su evolución solo está compuesto por cante, pero con el transcurso del
tiempo se van añadiendo el compás, el baile y la guitarra.
En cuanto a su localización, durante los siglos XVIII y XIX se asienta
sobre todo en los barrios gitanos de las ciudades del sur de Andalucía,
destacándose las zonas de Sevilla, Cádiz y Jerez de la Frontera. Pronto, los
que no son gitanos, los payos, también empiezan a interesarse por el flamenco,
extendiéndose su notoriedad más allá de los límites geográficos andaluces.
La palabra “flamenco” aparece a mediados del siglo XIX para hacer
referencia a los cantes y bailes de Andalucía. El término no se sabe con
seguridad de donde proviene, aunque la hipótesis más aceptada indica que es una
derivación de la palabra musulmana “fellah min gueir ard”, que significa
“campesino errante”.
El flamenco es una de las manifestaciones artísticas más populares de
Andalucía. Son alegrías, soleas, seguidillas y tantos otros palos que sirven
como manera de expresarse para mucha gente de esta tierra. Es una música que
hace sentir a propios y ajenos cuando arranca la guitarra, el cante suena a
quejido, a sentimiento íntimo, con acompañamiento de taconeo, palmas y
castañuelas, que forman una armonía, una magia, hasta que aparece el ángel, el
duende, que se adueña del momento. La Unesco lo ha declarado en el año
2010 Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad.
Alfred Dehodencq. Un baile de gitanos en
los jardines del Alcázar, delante del pabellón de Carlos V. 1851. Óleo
sobre lienzo. Colección Carmen Thyssen-Bornemisza
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