AL-MANSUR
LOS OMEYAS DE
OCCIDENTE Y EL MAGREB
Publicado por .www.alandalusylahistoria.com
Al-Mansur tenía un
conocimiento de primera mano de la situación imperante entre las tribus
bereberes del Magreb, sus relaciones mutuas, sus divisiones, rivalidades y
alianzas, lo que le permitió establecer una relación que impulsaría su
progresión política
XAVIER BALLESTÍN
UNIVERSITAT DE BARCELONA
Posible imagen de al-Muzaffar ‘Abd
al-Malik, el hijo y sucesor de al-Mansur, en la arqueta de Leyre. Wikimedia Commons.
Contra viento y marea
En el Kitāb Mafājir al-Barbar —“Libro de las glorias de los
bereberes”—, compilación magrebí anónima de principios del siglo XIV, se recoge
un suceso extraordinario (1).
Se trata de la fulgurante travesía del Estrecho desde Ceuta en dirección a
Algeciras de ʿAbd al-Malik, hijo de al-Mansur, el Almanzor de las crónicas
latinas y de los terrores del milenio. El navío de ʿAbd al-Malik fondeó en
puerto al cabo de sólo tres horas, el martes, 2 de abril de 999, pese a vientos
adversos y a las recomendaciones del séquito que le había de acompañar, que
permaneció en Ceuta varios días más a causa de un empeoramiento del tiempo,
mientras ʿAbd al-Malik no perderá un instante en dirigirse desde Algeciras a
Córdoba, específicamente a al-Madinatu az-Zahira, donde, pese a la ausencia de
su padre en su quincuagésima incursión, dirigida contra Pamplona, será recibido
con todos los honores y toda la pompa, magnificencia y aparato que correspondía
a la ocasión, al personaje y a las noticias del Magreb.
Que ʿAbd al-Malik, confiando en su suerte y llevado por su ímpetu, se
embarcara sin tener en cuenta ni consejo ni el estado de la mar y del viento,
podría, quizás, obedecer a un amor al riesgo y a un exceso de confianza. Aunque
no pueda descartarse esta faceta, así como tampoco deja de llamar la atención
el tiempo inusualmente corto invertido en la navegación, el quid de la cuestión
reside en que ʿAbd al-Malik tenía un interés primordial por hacer llegar a su
padre las nuevas de la victoria que había conseguido en el Magreb, no sólo
porque significaba el apogeo del ejercicio del poder de al-Mansur y la derrota
del único enemigo capaz de plantarle cara en el campo de batalla y en la
legitimidad de su ejercicio del poder, Ziri ibn ‘Atiyya, bereber Zanata de la
estirpe Magrawa, sino también porque acabaría abriendo la puerta para convertir
su ejercicio del poder en una dinastía, al-dawla al-‘amiriyya,
legitimada y sancionada por el propio califa. Estos hechos suponen la
culminación de una política continua, bien articulada y consciente en la que el
Magreb ocupa un lugar primordial y que hunde sus raíces en la historia del
propio al-Andalus y específicamente en el califato omeya de Córdoba.
Abuelo, hijo, nieto.
Ibn Jaldun (1331-1406), que dedicó su talento y su experiencia vital en la
política, la erudición y la guerra a explicar las modalidades y fases que
caracterizaban la creación de poderes políticos, tanto en el ámbito del islam
como fuera de éste, distinguió tres etapas nítidas en este proceso, que en su
forma ideal se ajustaban a la sucesión de tres generaciones: abuelo, hijo,
nieto, o padre que funda, hijo que consolida, nieto que malbarata.
En la primera generación, el creador del poder político —dawla (2)—, y al que llamaremos el abuelo, provisto de una
remarcable capacidad de liderazgo —riyasa— y secundado por el
círculo de sus partidarios más directos, de los miembros de su linaje —qawm— y
de sus seguidores, todos cohesionados por un espíritu corporativo militante y
activo —ʿasabiyya—, conquistaba el poder. La prueba de que la
conquista había sido efectiva no sólo residía en el ejercicio de la autoridad,
sino también en la capacidad de designar a un sucesor, no necesariamente un
hijo suyo, aunque fuera el expediente más habitual.
Busto de Ibn Jaldún a la entrada de la casba de Bejaia (Argelia). Wikimedia Commons.
En la segunda generación, el hijo dedicaba toda su capacidad a consolidar
el poder recibido, a saber, a perpetuar el ejercicio de autoridad —dawla— en
el seno de lo que ya se podría calificar como dinastía. Pese a que el espíritu
combativo del hijo, su capacidad y su energía, no quedaban tampoco en segundo
término si se comparaban con las de su padre, el titular de la autoridad en la
segunda generación presidía un período en que la estabilidad, la recaudación de
tributos, la paz, el comercio, la producción, la cultura, las artes y las
ciencias conocían su apogeo, y el marco de este florecimiento era la ciudad en
que residía el gobernante. No ha lugar a duda de que este hijo, que había
sucedido a quien hemos calificado como el abuelo, había de afrontar muchos menos
problemas y oposición para designar la persona que tenía que ocupar su lugar
ejerciendo el poder político —dawla—, y al que hemos llamado el nieto.
De hecho, el titular del poder dedicaba una buena parte de su tiempo a
garantizar que aquel a quien designara como heredero en la dawla fuera
quien ejerciera el poder a su muerte.
En la tercera generación, tanto el nieto, cuyo acceso a la autoridad había
sido indiscutido y directo, como sus seguidores más directos, sus familiares,
sus cortesanos y sus funcionarios, habían perdido todos el espíritu corporativo
militante y cohesionador —ʿasabiyya— . Esta pérdida, que Ibn Jaldun
asociaba al lujo, a las comodidades y a la falta de oposición en el seno de la
estirpe gobernante, llevaba a que el poder, que residía legítimamente en el
nieto, acabara en manos de personas que no pertenecían a la estirpe gobernante
y a que se buscara el apoyo de otros grupos provistos de ese espíritu
corporativo combativo y militante, la ʿasabiyya. Y, finalmente, si
se llegaba a una cuarta generación se producía la desaparición violenta del
poder político y de la estirpe que lo había ejercido —dawla—.
No puedo asegurar que Ibn Jaldun, que no lo declara explícitamente, no
estuviera pensando en el califato Omeya de Córdoba. La figura del abuelo, o del
padre que funda, se corresponde con la de ʿAbd ar-Rahman
an-Nasir li-din Allah, fundador del califato (912-929-961). La figura del hijo,
del hijo que consolida, es la de al-Hakam al-Mustansir bi-Llah (961-976). La
figura del nieto, el nieto que malbarata, es la de Hisham al-Muʾayyad bi-Llah
(976-1009), durante cuyo califato el poder, prosperidad, prestigio y esplendor
de al-Andalus conocería su apogeo, que no sobreviviría, desgraciadamente, al
califato de Hisham. Y en este caso Ibn Jaldun es explícito: el ejemplo
paradigmático y perfecto de la persona que durante la tercera generación ejerce
el poder en el nombre del nieto —es decir, Hisham al-Muʾayyad— es al-Mansur. Y,
aquí, entre otros grupos y personas, aquellos que le dieron su apoyo
incondicional y manifestaron un espíritu corporativo militante y activo estaban
los bereberes del Magreb.
Una inspección, un encargo
y una urgencia.
La relación de al-Mansur con los bereberes, y la de estos con los Omeyas de
Córdoba se han de situar necesariamente durante el califato de Al-Hakam
al-Mustansir (961-976), específicamente en el marco de la guerra contra Hasan
ibn Qannun (mayo 972-marzo 974) y la sucesión de al-Hakam por su hijo Hisham
al-Mu’ayyad, cuestión que marcó, y ensombreció, los últimos años de vida y
califato de al-Hakam.
La guerra contra Hasan ibn Qannun, miembro de la estirpe idrisí,
descendiente de Idris ibn Idris, el fundador de Fez, y descendiente a su vez de
Hasan ibn ‘Ali ibn Abi Talib —nieto del Profeta—, ha de inscribirse en el marco
de la pugna entre los Omeyas y los Fatimíes por el control del Magreb. Aunque
aquí el estallido de las hostilidades parece corresponder con una coyuntura
poco favorable para los partidarios magrebíes de los Omeyas, a los que Hasan
ibn Qannun ataca en el Magreb más occidental, hay que incidir en que la
condición de idrisí de Hasan, a saber, de miembro de la tribu de Quraysh, su
arraigo en el Magreb y su capacidad de lucha y de liderazgo hacen de su ataque
un desafío directo a la legitimidad de los Omeyas, a sus partidarios en el
Magreb y a su dominio. Al-Hakam entiende perfectamente la amenaza, no en vano
un primer enfrentamiento se salda con la muerte de 1500 soldados del ejército
regular andalusí enviado al Magreb, y dedica todos sus recursos para movilizar,
por un lado, armas, ejércitos, suministros y soldadas, por el otro, obsequios y
una cantidad de monedas, objetos de lujo, obsequios preciosos y tejidos
primorosos de seda que, por un lado, han de servir para sufragar la guerra, por
el otro, han de servir para premiar y reintegrar en la obediencia omeya a los
principales jefes de las tribus, confederaciones y comunidades del Magreb,
empezando por los propios parientes de Hasan ibn Qannun, que en su fuero
interno saben que el triunfo de Hasan atenta contra sus intereses y contra su
prestigio entre los bereberes que les obedecen.
En el transcurso de esta guerra, al-Mansur, que aún es un servidor de la
administración omeya y que es conocido como Muhammad ibn ‘Abd Allah ibn Abi
‘Amir, será enviado por el califa al-Hakam al Magreb para que se haga cargo de
inspeccionar los pagos al ejército, de supervisar si las instrucciones emanadas
desde Córdoba son cumplidas y para comprobar que los jefes bereberes a los que
se ofrece obsequios de lujo para que abandonen a Hasan ibn Qannun, para que
renueven su compromiso con los Omeyas, o para que entren por primera vez en su
obediencia, reciban los regalos de forma proporcionada, de tal forma que nadie
pueda sentirse ni ofendido ni despreciado por la calidad o cantidad de objetos
recibidos. De este cometido no se conserva, desgraciadamente, información
detallada acerca de si existía algún baremo, norma o método, o protocolo, que
fijara cómo dichos regalos habían de ser distribuidos. Sólo se sabe que Ibn Abi
‘Amir cumplió con creces la inspección encomendada y que —y este era el
objetivo de dicha política— Hasan ibn Qannun, después de resistir a los
ejércitos omeyas, se encontró abandonado a su suerte con sus seguidores más
combativos e irreductibles y se vio obligado a capitular en la irreductible
fortaleza de Hayar al-Nasr.
Estatua de al-Hakam II al-Mustansir en Córdoba. Wikimedia Commons.
Al-Hakam al-Mustansir venció a los idrisíes, los trasladó, aunque fuera en
régimen de jaula dorada, a al-Andalus, y los humilló públicamente en las recepciones
que organizó en al-Madinatu al-Zahra’, la ciudad construida por su padre ‘Abd
ar-Rahman an-Nasir y en la que celebró su triunfo en pleno aparato y majestad.
Hasan ibn Qannun llegó a al-Andalus acompañado de sus seguidores más aguerridos
y combativos, que coincidieron en Córdoba con otros bereberes del Magreb,
aunque en este caso desvinculados de los idrisíes y que se habían distinguido
en la lucha contra los fatimíes: los Banu Birzal de los Zanata y los seguidores
de Yaʽfar ibn ‘Ali ibn Hamdun, que había abandonado a los fatimíes y se había
refugiado en al-Andalus.
Ibn Abi ‘Amir recibió poco después el encargo de la inspección del cuerpo
permanente de soldados profesionales, con la que al-Hakam le invistió cuando el
califa preveía, justamente, que a su muerte su único hijo superviviente,
Hisham, sería un menor de edad y que, aunque nadie osara poner en duda su
voluntad mientras viviera, pese a encontrarse postrado por la enfermedad, podía
contar con que alguno de sus familiares, con el apoyo de altos funcionarios y
cortesanos, depusiese o matara a su hijo a la primera ocasión en cuanto
al-Hakam falleciera. En este sentido, pues, la misión de Ibn Abi ‘Amir, y con
él la de Yaʽfar ibn ʿUthman al-Mushafi, que disfrutaba de la absoluta confianza
del califa, estribaba en conseguir que los seguidores de Hasan ibn Qannun, y
con ellos los Banu Birzal y los servidores de Yaʽfar ibn ʿAli, fueran inscritos
en el registro de soldados profesionales del ejército regular y que quedaran
vinculados a al-Hakam al-Munstansir, y después de él, a su hijo Hisham y a
quienes ejercieran el poder en su nombre: en primer lugar, Yaʽfar ibn ‘Uthman
al-Mushafi, y posteriormente, hasta su muerte en 1002, Ibn Abi ‘Amir, conocido
a partir de 981 como al-Mansur.
Con este vínculo, que no se ha de entender desde la perspectiva del
establecimiento de relaciones clientelares o personales, sino desde la óptica
del servicio remunerado a la dawla de los Omeyas, adquiere
inteligibilidad a progresión de Ibn Abi ‘Amir desde la muerte de Al-Hakam en
976 hasta que consiguió ejercer el poder en exclusiva en el nombre de Hisham
al-Mu’ayyad, hijo de al-Hakam, y se otorgó el título de al-Mansur.
Se trataba de crear, en un primer estadio, un cuerpo de combatientes de
primera clase cuya obediencia, respeto y servicios estuvieran vinculados
únicamente a quien, entre la multitudinaria familia Omeya en al-Andalus,
gobernaba el occidente musulmán. Que se escogiera para este cometido a antiguos
enemigos, como los combatientes bereberes llegados a Córdoba con Hasan ibn
Qannun, a fugitivos del área de influencia fatimí en el Magreb, como los
seguidores, partidarios y séquito de Yaʽfar ibn ‘Ali ibn Hamdun, en su mayoría
bereberes del Magreb central, y a tribus bereberes que no se habían distinguido
por su fidelidad ni a los principios de la sunna omeya ni
a los principios de la šīʿa ismaelí de los fatimíes, como los
Banu Birzal de la confederación Zanata, asentados mayoritariamente en el Zab,
en la región de al-Muhammadiyya (Msila, al-Masila) no era un problema. Las
ventajas eran innegables, ya que el único vínculo que acabó uniendo a grupos
tan dispares fue su servicio, no a la estirpe omeya, sino al califa, y a quien
lo representara en su ejercicio del poder.
Todos los textos insisten en la competencia, savoir-faire,
habilidad y sentido de la oportunidad de Ibn Abi ‘Amir, que podrían explicar su
éxito tanto en la inspección de las pagas y obsequios distribuidos en el Magreb
durante la guerra contra Hasan ibn Qannun como en vincular a un heterogéneo y
combativo grupo de jinetes bereberes a la sucesión de al-Hakam por su hijo, el
menor Hisham, pero ambas misiones requerían un conocimiento de primera mano de
la situación imperante entre las tribus bereberes del Magreb, sus
relaciones mutuas, sus divisiones, sus rivalidades y sus alianzas, complejas e
imbricadas en el tejido clánico de las jefaturas tribales y comunitarias del
Magreb. No se sabe como adquirió este conocimiento, pero la relación con los
bereberes del Magreb impulsaría la progresión política de al-Mansur
Siyilmasa
El 6 de mayo de 978, según consta en la página 239 del primer volumen
del Kitab al-Bayan al-Mugrib de Ibn ‘Idhari, o bien entre
marzo y abril de ese mismo año, si se sigue el anónimo Kitab Mafakhir
al-barbar, Jazrun ibn Fulful ibn Jazar ibn Muhammad ibn Jazar ibn Hafs ibn
Sulat ibn Wazmar, un miembro destacado del clan bereber de los Banu Jazar
Magrawa de la confederación Zanata, atacó la ciudad de Siyilmasa, la expugnó,
mató a al-Muʽtazz, su gobernante, y envió noticia de su conquista a Ibn Abi
‘Amir, a quien informó de que la plegaria hebdomadaria del viernes —jutba— en
Siyilmasa y el país que la circundaba se hacían en nombre del Hisham
al-Mu’ayyad, el nuevo califa omeya de Córdoba.
La noticia llegó a Córdoba poco después de que Ibn Abi ‘Amir, que aún no se
había otorgado el título honorífico de al-Mansur, recibiera del califa Hisham
al-Mu’ayyad, debidamente aconsejado por su madre Subh, la dignidad de hayib —chambelán,
camarlengo—, que le facultaba a dirigir la administración civil de la dawla de
los omeyas y a regir la gestión de los ministros, cargo que recibió en
exclusiva a partir del 26 de marzo de 978.
La conquista fue interpretada como un venturoso y extraordinario auspicio
para los inicios de la carrera de al-Mansur, a la vez que supuso una afrenta
sangrante y una ignominia inaceptable para los fatimíes. De hecho, ‘Abd Allah
al-Mahdi, el primero de los imanes fatimíes, irreconciliables
enemigos de los Omeyas y sus rivales directos en el Magreb, fue aclamado y
proclamado por sus seguidores y por los bereberes Kutama en la ciudad de
Siyilmasa, el domingo del 27 de agosto de 909, en una ceremonia que duró tres
días y que supuso el nacimiento de una nueva dinastía.
Ruinas de Siyilmasa
La reacción de los fatimíes y de sus seguidores bereberes de la
confederación Sinhaya fue rápida, violenta y devastadora, liderada por
Buluqqin ibn Ziri ibn Manad, un acérrimo enemigo de los Omeyas y de sus
partidarios magrebíes, pero en última instancia sólo sirvió para reforzar la
cohesión de los bereberes Zanata y para que una parte de estos, auxiliados con
refuerzos, armas, dinero y provisiones trasladados a Algeciras por Ibn Abi
‘Amir y trasladados a Ceuta por Yaʽfar ibn ‘Ali ibn Hamdun, aprovechara la
ocasión para inscribirse en el registro de soldados profesionales del ejército
permanente de los Omeyas e instalarse en Córdoba.
Aunque las circunstancias en que se produjo el ataque de Buluqqin ibn Ziri
podrían explicar un incremento puntual en el número de bereberes inscritos en
el registro del ejército, hay que incidir en que aquellos que permanecieron en
el Magreb eludiendo a Buluqqin, o refugiados en Ceuta, o esperando la
oportunidad para contraatacar, habían sido objeto previamente de la política de
obsequios de lujo, regalos espléndidos, armas primorosas, tejidos de seda,
arreos magníficos y regias cabalgaduras que les eran otorgados, por una parte,
como símbolo y espaldarazo de su propia jerarquía y prestigio entre sus
comunidades y tribus, por otra, como prueba y garantía de su integración en la
jerarquía de autoridad de los Omeyas de Córdoba —jil‘a—. Esta política,
practicada durante la guerra contra Hasan ibn Qannun, fue llevada a sus últimas
consecuencias por Ibn Abi ‘Amir al-Mansur y garantizó su triunfo en la creación
de la dawla ʿamiriyya, aquel período de poder y autoridad asociado
a él y a sus descendientes, en el que el poder del Califato de Córdoba llegó a
su clímax.
Y volviendo al Estrecho, al espacio marítimo entre Algeciras y Ceuta,
atravesado por ‘Abd al-Malik en un tiempo record. En lengua árabe y entre los
andalusíes y magrebíes la palabra usada para referirse a este espacio era muyaz,
que significa el lugar por el que se pasa, por extensión, el paso, en este caso
siempre abierto, siempre libre, siempre expedito.
NOTAS:
(1) Kitāb Mafājir al-Barbar, editado parcialmente por Évariste
Lévi-Provençal Fragments historiques sur les Berbères au Moyen-Âge.
Extraits inédits d’un recueil anonyme compilé en 712-1312 et intitulé Kitab
mafakhir al-barbar (Collection de Textes Arabes publiée par l’Institut
des Hautes-Études Marocaines). Texte arabe publié avec introduction et index
par E. Lévi-Provençal (Editions Félix Moncho: Rabat, 1934), página 34. Fue
reeditado íntegramente, junto con otros textos del mismo manuscrito, por Muhammad
Yaʿlà en la compilación Tres textos árabes sobre beréberes en el
Occidente islámico. Ibn ‘Abd al-Ḥalīm (s. VIII/XIV) Kitāb al-ansāb, Kitāb
mafājir al-barbar (Anónimo), Abū Bakr ibn al-ʿArabī (m. 543/1149) Kitāb šawāhid
al-yilla, (Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Agencia
Española de Cooperación Internacional: Madrid, 1996), páginas 169 y 170. La
reedición más reciente es la de ʿAbd al-Qādir Bubaya en Kitāb mafājir
al-barbar li-muʾallif mayhūl. Dirāsa wa-taḥqīq: ʿAbd al-Qādir Būbāya (Dār
Abī Raqrāq li-l-ṭibāʿa wa-l-našr: Ḥassān al-Ribāṭ, 2005), página
124.
(2) Dawla aparece en este texto en su acepción más genérica de dinastía y engloba también el concepto de poder y de autoridad política ejercidos en un ámbito temporal y geográfico que varía a medida que el ejercicio de la autoridad se afirma, se consolida y, finalmente, desaparece o es sustituido. Hay que remarcar también que la voz griega δυναστεία, de la que proviene dinastía, significa ejercicio de poder, poder político, influencia, el poder de un grupo. Vid. http://dge.cchs.csic.es/xdge/δῠναστεία.
PARA AMPLIAR:
Fuentes
- Anónimo Fragments
historiques sur les Berbères au Moyen-Âge. Extraits inédits d’un re- cueil
anonyme compilé en 712-1312 et intitulé Kitab mafakhir al-barbar, Ed.
Lévi-Proven- çal, Rabat, 1934; Tres textos árabes sobre
beréberes en el Occidente islámico. Ibn ‘Abd al-Ḥalīm (s. VIII/XIV) Kitāb
al-ansab, Kitāb mafājir al-barbar (Anónimo), Abū Bakr ibn al-ʿArabī (m.
543/1149) Kitāb šawāhid al-yilla, ed. M. Ya‘Lā, Madrid, 1996,
136.
- Ibn ʿIdhārī, Kitāb
al-Bayān al-Mugrib fī ajbār al-Andalus. Ed. É. Lévi-Provençal y G.S.
Colin, Leiden, 1948-1951, reed. I. ʿAbbās, Beirut.
- Ibn Jaldūn, Dīwān
al-mubtadāʾ wa-l-jabar fī ta’rīj al-ʿarab wa-l-barbar wa-man
ʿāṣara-hum min dhawī al-šaʾn al-akbar. I. Al-Muqaddima, II-VII. Ta’rīj,
VIII. Fahāris, ed. S. Zakkār y J. Šihāda, Beirut, 1981.
Monografías
- Ballestín, X., (2004) Al-Mansur y la dawla
‘amiriyya. Una dinámica de poder y legitimidad en el Occidente musulmán
medieval. Publicacions i Edicions, Universitat de
Barcelona, Barcelona, 2004.
- Ballestín, X., (2008) “La
guerra contra Ḥasan b. Qannūn en al-Magrib y el futuro de los Banū Marwān”, en La
Península Ibérica al filo del año 1000. Congreso Internacional Almanzor y
su época Coord. José Luis Del Pino García (Córdoba, 14 a 18 de
octubre de 2002), Córdoba, 2008, pp. 495-507.
- Ibrahim, T., (1990) “Consideraciones
sobre el conflicto omeya-fatimí y las dos acuñaciones conocidas de al-Jair
ibn Muhammad ibn Jazar al-Magrewi”, Boletín de la Asociación
Española de Orientalistas, XXVI, 1990, pp. 295-302.
- Idris, H.R., (1962) La
Berbérie orientale sous les Zirides. Xe – XIIe siècle. (Publications
de l’Institut d’Études Orientales. Faculté des Lettres et Sciences
Humaines d’Alger, XXII), Adrien-Maisonneuve, Paris, 1962, 2 vols.
No hay comentarios:
Publicar un comentario