AL-ANDALUS, UN PAÍS FORTIFICADO (primera parte)
Publicado por EDITORESel19 FEBRERO, 2021
www.alandalusylahistoria.com
La historia de al-Andalus se ha construido, entre
otras cosas, gracias al estudio de las muchas fortalezas que se erigieron en su
territorio. La arqueología se ha dedicado con intensidad a su materialidad,
pero a su comprensión global y a vislumbrar lo que esas fortificaciones nos
revelan de la sociedad andalusí nos podemos acercar a través de otros cauces.
Sus relaciones con el poder, sus ritmos de construcción, las formas que
adquirieron, etc., son mensajes que podemos captar observando sus piedras y releyendo
las fuentes textuales.
J. SANTIAGO PALACIOS ONTALVA
UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DE MADRID
Fortaleza califal de
Gormaz. Wikimedia Commons.
Aunque no siempre se ha planteado en toda su posible complejidad y
profundidad, el estudio de la arquitectura militar medieval constituye un campo
de trabajo cuyo análisis puede ampliar considerablemente nuestro conocimiento
de las formaciones sociales responsables de su construcción. Castillos,
murallas, torres y fortalezas de diversas tipologías son elocuentes testimonios
del desarrollo tecnológico, arquitectónico o artístico del tiempo que los
alumbró. Pero, si sabemos interpretarlos correctamente, veremos también que sus
significados y funciones se multiplican. Son, en sí mismos, fuentes de
información significativas en torno a las sociedades que los emplearon. Son,
igualmente, reflejo de los poderes que respaldaron su erección, testimonios de
sus mecanismos de expresión, de su capacidad financiera o de control
territorial. Nos ofrecen, en definitiva, datos añadidos en torno al grado de
militarización de las entidades políticas responsables de su construcción, así
como acerca de la organización del poblamiento que ayudaron a cristalizar, de
los recursos que explotaron y de las fronteras que defendieron.
Las fortificaciones andalusíes han sido objeto de interés privilegiado por
medievalistas y arqueólogos desde hace décadas, lo que ha ayudado, no solo a
caracterizar con cierta precisión su morfología y evolución diacrónica, sino a
conocer mejor la realidad histórica de al-Andalus en su conjunto. Los análisis
del territorio y de la estructura de su población se han apoyado en ese
componente castral. La realidad fronteriza se ha explicado asimismo contando
con el referente de la arquitectura militar. E incluso el intenso debate sobre
la “formación social islámica” andalusí generada a partir de fuerzas en tensión
de carácter tribal, estatal, feudal, etc., ha sostenido parte de sus argumentos
teniendo en cuenta el expediente material formado por castillos y fortalezas,
que dichos poderes levantaron. Veamos, en esta breve contribución, de qué modos
diversos las fortificaciones andalusíes nos hablan de la historia de
al-Andalus.
La fortificación de
al-Andalus, una cuestión de “estado”
Entre las misiones que los gobernantes omeyas andalusíes tenían
encomendadas estaba la defensa de su territorio, su país, y, por extensión, del
islam (dār al-islam). Ello implicaba la protección de sus súbditos a
través de la construcción de fortalezas que les sirvieran de refugio en caso de
peligro, de modo que los soberanos canalizaron muchos recursos y energías para
cumplir con una misión consustancial a los cargos que ocupaban. En un
territorio fronterizo como fue al-Andalus, las murallas y castillos eran un
bien público cuya materialidad era inmutable y estaba blindada, según la
escuela mālikí.
Alcazaba de Almería. Wikimedia commons.
Las amenazas que enfrentaron, en todo caso, podían venir del exterior de
sus fronteras o constituir focos desestabilizadores de resistencia interna al
poder que ostentaron emires y califas. Para hacer frente a sendas
eventualidades, desde los primeros momentos de la conquista, el país se erizó
de fortificaciones en sus confines y caminos, siguiendo una política que
continuó a lo largo de toda su historia dirigida a neutralizar retos o peligros
sucesivos y cambiantes. Tal actividad exigió de las primeras autoridades
andalusíes y después del sulṭān omeya (entiéndase el “poder
central”/“estado”), directamente o a través de sus legítimos representantes (visires,
caídes, walíes, etc.) ingentes recursos financieros, amén de mecanismos
efectivos de control de esos núcleos fortificados. Asimismo, algunas evidencias
permiten aventurar que las empresas constructivas, desde las emprendidas por
los conquistadores arabo-beréberes, se inspiraban en formas arquitectónicas
persas y bizantinas aprendidas e interpretadas al compás de la dilatación
territorial del islam por Oriente y el norte de África. Unas obras que, desde
muy pronto, mostraron cierta homogeneidad, solo compatible con la existencia de
obreros especializados que conocían la efectividad de determinadas soluciones
poliorcéticas y las aplicaron en distintas partes del mundo islámico, gracias a
mecanismos gubernamentales organizados. La promoción de esas obras, su
financiación, la construcción de fábricas en cierta medida estandarizadas y los
resortes efectivos desarrollados por el poder para garantizar la custodia de
aquellos puntos fuertes fueron, en definitiva, las preocupaciones que
enfrentaron las distintas autoridades andalusíes en relación con la
arquitectura militar.
Promoción y
financiación
El impulso constructivo que animó la erección de castillos y fortalezas en
al-Andalus fue muy cambiante en diferentes momentos, circunstancias históricas
y lugares, lo que hace arriesgado plantear generalizadas conclusiones acerca de
sus promotores. Asumiendo esa posibilidad se entiende, por un lado, que dicha
promoción tuvo un carácter estatal, lo cual otorga peso a la formación en el
país de poderes centrales capaces, organizados y respetados. O bien adquirió un
sesgo local e incluso tribal, lo que multiplicaría los esfuerzos constructivos
sobre la base de una formación social segmentaria basada en grupos agnáticos,
refractarios a la intervención fiscalizadora de un poder centralizador.
Se generarían así dos grandes tipos de fortificaciones, las públicas y
colectivas respaldadas por autoridades gubernamentales o por oficiales locales,
que se construirían y sostendrían gracias al esfuerzo colectivo o del estado,
debidos a su iniciativa y financiados con los recursos que dichas autoridades
obtenían a través de tributos. Y, por otro lado, los recintos u obras
defensivas rurales, impulsados por diferentes iniciativas particulares,
tuvieran éstas una específica identificación parental o regional, o fueran
reflejo de un impreciso impulso resistente a la autoridad de estados
tributarios centralistas, que en su caso probablemente fueron financiadas
mediante mecanismos de exacción de tipo feudal más difíciles de identificar.
En el primero de los casos, al menos, las obras se pagarían con recursos
procedentes de las arcas estatales, con impuestos ordinarios y extraordinarios,
con las contribuciones de los ciudadanos que habitaban en los barrios
colindantes a los perímetros amurallados de las medinas, con aportaciones
fiscales del conjunto de la comunidad, o mediante legados píos establecidos a
tal efecto. De cualquier modo, lo cierto es que la escuela mālikí no
fue capaz de emitir una opinión unánime al respecto del reparto exacto de esas
cargas, no reguló expresamente la forma y modo en que se debía acometer la
construcción de fortalezas o murallas urbanas, y los dictámenes de diferentes
jurisconsultos interpelados a tal efecto no son concluyentes cuando se planteó,
por ejemplo, cómo financiar la obra de una muralla o si era posible alterar su
trazado por alguna razón. En caso de que surgiera conflicto jurídico, sin
embargo, la tendencia andalusí parece que se inclinó por hacer valer la
utilidad pública y la defensa de los intereses generales, lo que conllevaría
imposiciones obligatorias para todos los musulmanes en caso de necesidad, sobre
la base de que la amenaza era compartida por la comunidad en su conjunto.
De las tres partidas en las que se pueden dividir los principales gastos
del califato cordobés, alimentadas con los ingresos fiscales del estado, una
estaba destinada principalmente a financiar las empresas constructivas de los
califas, otra pagaba al ejército (ŷund), y una tercera cubría otras
necesidades del tesoro. Si bien es cierto que los principales capítulos de la
primera financiaron fundamentalmente las espléndidas obras de Madīnat
al-Zahrā’, de la mezquita de Córdoba o diferentes infraestructuras públicas, no
se pueden olvidar los cuantiosos desembolsos que debieron suponer las obras en
un sinfín de fortalezas que protegían las fronteras del islam frente al mundo
cristiano. Hubo, de hecho, momentos especialmente conflictivos en los que
asistimos a una fiebre constructiva notable, cuyas evidencias jalonan amplios territorios
y produjeron ejemplares castrales e intervenciones califales en lugares como
Tarifa, Ceuta, Algeciras o Marbella, realizadas para garantizar la defensa del
Estrecho frente a los fatimíes, en torno al 960.
Castillo de Tarifa. Wikimedia Commons.
O dieron lugar a la imponente fortaleza de Gormaz, que al-Ḥakam II ordenó
reconstruir a Gālib en 965-966, en el punto más caliente de su frontera
septentrional con los cristianos. Gormaz fue la mayor y más representativa obra
de entre las innumerables fortificaciones que defendieron los espacios más
amenazados del califato. Una eficaz y conveniente alianza con los linajes
locales permitió, además, al estado defender esa franja territorial, así como
guarnecer aquellos enclaves, de modo que la presencia simbólica e institucional
del sulṭān omeya estuviera garantizada. Esta se hacía presente
mediante recursos arquitectónicos oficiales, como los aparejos, la profusión de
torres de flanqueo o los grandes arcos de herradura en entradas y espacios
simbólicos, o bien se escenificaba a través de una diplomacia muy activa. Fuera
como fuese, el expediente material formaba parte de los medios de expresión
política del poder andalusí, y como tal herramienta recibió una atención
destacada del estado, así como los recursos necesarios para su correcta
operatividad.
Fortaleza califal de Gormaz. Wikimedia Commons.
En un contexto diferente, según el Bayān de Ibn ‘Iḏārī (m.
c. 1312), los almorávides introdujeron en 1126 un impuesto (ta‘tīb)
destinado a financiar las reparaciones necesarias en sus fortalezas andalusíes,
imposición severamente aplicada hasta el punto de que pudo causar desórdenes
públicos en ciudades como Córdoba pocos años después, según el testimonio de
Ibn al-Qaṭṭān (m. c. 1265).
En el caso de que el tesoro público o la autoridad ciudadana no contara con
recursos suficientes, muchos legados píos (aḥbās, pl. de ḥubs)
fueron establecidos con esa finalidad original o se acabaron derivando a tal
efecto, para tratar de garantizar así la seguridad de los musulmanes a través
de aquellas arquitecturas defensivas. Sin embargo, hubo no pocas consultas a
los muftíes sobre el correcto uso de esos fondos, concretamente de los
sobrantes de las donaciones instituidas para otros fines o de las que se
desconocía el destino. E incluso cuando estos legados píos fueron fundados para
sostener las reparaciones en murallas o en determinadas fortalezas, se llegó a plantear
en qué gastar correctamente los ingresos de las donaciones piadosas en el caso
de que aquellas pudieran haber caído en manos cristianas, situación para la que
Ibn Zarb (m. 991) dispuso que se empleasen en otro castillo (ḥiṣn) con
semejante finalidad.
Constructores
especializados
Como podemos ver, diversos poderes andalusíes se comunicaron con sus
súbditos y rivales a través de la arquitectura militar, con un lenguaje
expresivo. Ciertas evidencias parecen indicar que sus obras estaban
perfectamente estandarizadas en sus detalles técnicos y formales, lo que hace
posible encuadrar sus realizaciones en campañas constructivas concretas o
afinar cronologías gracias al concurso de las fuentes escritas. En
distintos momentos y edificios se puede identificar la huella de aquellos
poderes oficiales, se intuyen las amenazas que tuvieron que hacer frente, se
vislumbra la acción propagandística que expresaban sus edificios, y se deduce
la gestión centralizada de numerosos recursos humanos y tecnológicos necesarios
para hacer de la arquitectura militar una herramienta efectiva en el plano
militar e ideológico.
Algunas noticias son, además, muy elocuentes al respecto y nos hablan de
ciertos funcionarios de la administración central omeya encargados de
supervisar las promociones oficiales. Aunque no parece que existiera un
organismo como tal para la gestión de las fortalezas, por su carácter de
empresas estatales resulta lógico que participaran en su ejecución los mismos
responsables que lo hicieron en otros edificios mejor documentados, tal y como
demostró hace años Manuel Ocaña. Así, la dirección de esas obras de
fortificación recaería en agentes de confianza del gobernante, quienes no
ejercieron sino una representación honorífica del sulṭān, en
paralelo muchas veces a la dirección de las campañas militares que acaudillaban
o al gobierno de las koras que tenían delegado. Fueron sus nombres los que se
grabaron en los epígrafes fundacionales con el cargo de ṣāḥib al-abniya.
Pero la verdadera ejecución material de las fortalezas fue responsabilidad del
llamado ṣāḥib al-bunyān (“jefe de construcciones”), una
especie de técnico facultativo que trazaría y levantaría esas fortalezas
partiendo de sus conocimientos en arquitectura e ingeniería; verdaderos
maestros de obra cuya labor, sin embargo, quedó en un segundo plano en los
textos conmemorativos, también en época almorávide y almohade. En algunos casos
se tiene constancia, además, de una especie de veedores o inspectores oficiales
de las construcciones, llamado nāẓir al-bunyān. Y, por
supuesto, no podía faltar el concurso de alarifes, albañiles y toda una
constelación de artesanos u oficiales especializados, que incluso podían formar
cuadrillas itinerantes usadas allí donde fuera necesario. O bien ser
profesionales integrados en el ejército, de donde procedería asimismo un caudal
imprescindible de mano de obra no cualificada para desempeñar los trabajos más
penosos.
Aparejo califal de la torre de Mezquetillas. Asociación Española de Amigos de los Castillos.
Un conocido pasaje del Muqtabis V es extraordinariamente
elocuente al respecto. En el año 936 ‘Abd al-Raḥmān III recibía de su aliado
marroquí Mūsà b. Abī l-‘Āfiya una solicitud para que “le ayudara a construir el
castillo de Ŷāra, al que se había retirado, y que le facilitara operarios y
material, urgiendo el envío de la escuadra a él tan pronto se pudiera”.
An-Nāṣir secundó “su solicitud de [re]construir su fortaleza, pues le mandó a
Muḥammad b. Fuštayq, su protoarquitecto [ra‘is al-muhandisīn], con 30
albañiles, 10 carpinteros, 15 cavadores, seis hábiles caleros y dos estereros,
escogidos entre los más hábiles de su profesión, acompañados de cierto número
de herramientas y accesorios para los trabajos que ejercían (…) llevando
también a Mūsà abundantes vituallas para sustento de él y los suyos, a más de
preciosos regalos” (Muqtabis V, pp. 289-290, trad.).
De época almohade, por otro lado, podemos rescatar otra ilustrativa
noticia. Hacia 1159-60 el califa ‘Abd al-Mu’min (m. 1163) solicitaba que se
refortificara Gibraltar, en palabras de Ibn Ṣāḥib al-Ṣalāt (m. c. 1200): “para
que fuese esta ciudad la residencia del poder, durante el paso de los ejércitos
victoriosos y punto de etapa, mientras avanzaban las banderas vencedoras y los
estandartes desplegados, hacia el país de los cristianos”. Con menos pompa Ibn
Simāk afirmaba en su crónica del siglo XIV, que sería el propio califa quien
“delineó su perímetro por su mano y encargó de su construcción al Sayyid Abū
Sa‘īd [hijo del califa], señor de Granada”, aunque consultó para ello al
malagueño al-Ḥāŷŷ Ya‘īš (Al-Ḥulal al-mawšiyya, p. 185, trad.). El autor de Al-Mann
bi-l-imāma recuerda también que junto a esos responsables estaría
el qā’id Abū Isḥāq Barrāz b. Muḥammad y otros jeques de la
frontera “para aconsejarse con ellos y discutir en qué parte de aquella montaña
se construiría la ciudad ordenada”. Y que el califa mandó igualmente a otro de
sus hijos, el Sayyid Abū Ya‘qūb de Sevilla, que reuniese “a todos los obreros
albañiles y del yeso y carpinteros y a los alarifes de todo al-Andalus, que estaba
bajo el gobierno de los Almohades y que se apresurasen en llegar a Gibraltar
para cumplir la orden suprema. Se tomaron las medidas de gobierno y acudieron a
ello gran número de soldados y caídes, escribanos y contadores para dirigir los
trabajos y registrar los gastos de las obras y para activar ésto y llevarlo a
cabo” (Al-Mann bi-l-imāma,
pp. 21-23, trad.). En medio de todos estos datos, parece que la
dirección facultativa de las obras recayó en los arquitectos Aḥmad ibn Bāṣo y
en el citado, al-Ḥāŷŷ Ya‘iš de Málaga, reputados constructores e ingenieros,
que hicieron de aquella ciudad estratégica un castillo inexpugnable.
Este tipo de noticias no son tan frecuentes como nos gustaría, pero su
evocación ilustra muy bien que, al menos en determinados momentos, los
gobernantes de al-Andalus tuvieron la suficiente capacidad organizativa,
técnica y humana para levantar fortalezas bajo su supervisión allí donde fuese
necesario, intervenciones muchas veces asociadas a la propia acción de sus
ejércitos y en consonancia con sus alianzas diplomáticas u objetivos
militares.
Si las evidencias textuales y epigráficas parecen apuntar a una estructura
estatal capaz de proyectar, intervenir y supervisar edificios castrales en
diversos puntos de su territorio, los testimonios arqueológicos reflejan, por
su parte, rasgos de homogeneidad que permite establecer paralelos formales o
tipológicos a las sucesivas campañas constructivas desarrolladas por los poderes
andalusíes. Nos referimos a trazas o planteamientos poliorcéticos, soluciones
arquitectónicas, así como técnicas y aparejos constructivos que se pueden
agrupar por familiaridad, y que permiten atribuir cronologías más o menos
precisas a determinados ejemplares castrales, o justificar su respectiva
genealogía, combinando para ello el expediente material y las noticias escritas
que tenemos. Se explica así, por ejemplo, que las fábricas omeyas adquirieran
una homogeneidad formal considerable en cuanto al dominio de la cantería, y que
allá donde se documentan aparejos a soga y tizón, o donde se percibe un
determinado ritmo en su colocación, se pueda llegar a fechar con cierta
precisión la obra. O que la preferencia norteafricana por el tapial hormigonado
llevara a los almohades a firmar muchas de sus murallas y fortalezas con
aquella técnica constructiva, progresivamente perfeccionada e identificativa
del poder magrebí.
Castillo de Baños de la Encina. Wikimedia Commons.
Aún queda mucho por estudiar sobre las fortificaciones andalusíes, sobre
todo de aquellas menos vinculadas con poderes centralistas, pero lo cierto es
que la combinación de metodologías y fuentes permite ir afinando nuestra
percepción del fenómeno, así como su directa relación con la historia general
de al-Andalus. Por eso resultaba tan desconcertante, para terminar, que una
fortaleza como Baños de la Encina fuera considerada un castillo califal. Las
evidencias cronológicas parecían irrefutables, ya que se fechaba por un
documento epigráfico que situaba las obras de la alcazaba en el año 968. Sin
embargo, ni las soluciones arquitectónicas o poliorcéticas, ni el generalizado
uso de tapial en su construcción, hacían encajar la fortaleza entre las
tipologías de la arquitectura militar califal.
Archivo InscTalavera: Inscripción hallada en Talavera de la Reina, aunque
atribuida al castillo de Baños de la Encina. Grabado de Jerónimo Gil (RAH
1907/101; MAN 12).
Esta anomalía tipológica se resolvió recientemente cuando, con motivo de la
reorganización de los fondos documentales de la Real Academia de la Historia,
aparecieron evidencias de que la placa fue descubierta en realidad en Talavera
de la Reina. El error se consolidó en fecha temprana, e ilustres investigadores
contribuyeron a ello o trataron de encontrar alguna lógica a lo que simplemente
no parecía tenerla. En 2006, sin embargo, se despejaba una incógnita
arqueológica que había comenzado a finales del siglo XIX. En la historia de la
fortificación andalusí Baños de la Encina dejaba de ser una obra califal y
ahora se tiene por una construcción almohade, tal y como parecía a ojos de la
mayoría. Arqueólogos e histriadores han hecho, en definitiva, de las fortificaciones
de al-Andalus un fructífero terreno de estudio, capaz de ofrecer una lectura de
las evidencias materiales plenamente integrada en el discurso global de la
historia andalusí.
PARA AMPLIAR:
- Acién,
M., “La fortificación en al-Andalus”, en R. López (coord.), La
arquitectura del Islam occidental, Madrid, 1995, pp. 29-41.
- Azuar,
R., “La construcción en al-Ándalus”, en A. Suárez (coord.), Construir
en al-Andalus, Monografías del Conjunto Monumental de la Alcazaba, Almería,
2009, pp. 13-41.
- Bazzana,
A., Cressier, P. y Guichard, P., Les châteaux ruraux d’al-Andalus.
Histoire et archéologie des huṣūn du sud-est de l’Espagne, Madrid,
1988.
- Canto,
A. y Rodríguez, I., “Nuevos datos acerca de la
inscripción califal atribuida al Castillo de Baños de la Encina (Jaén)”, Arqueología
y territorio medieval, 2 (2006), pp. 57-66.
- Malpica,
A., Los castillos en al-Ándalus y la organización del territorio,
Cáceres, 2003.
- Marín,
M., “Documentos jurídicos y fortificaciones”, en A. Torremocha y P.
Delgado (coords.), I Congreso Internacional, Fortificaciones en
Al-Andalus, Algeciras, 1998, pp. 79-88.
- Ocaña,
M., “Arquitectos y mano de obra en
la construcción de la Gran Mezquita de Occidente”, Cuadernos
de la Alhambra, 22 (1986), pp. 55-86.
- Pavón,
B., Tratado de Arquitectura Hispanomusulmana, II, Ciudades
y Fortalezas, Madrid, 1999.
- Sénac,
P. (ed.), Villa 4. Histoire et archéologie de l’Occident musulman
(VIIe-XVe siècle): Al-Andalus, Maghreb, Sicile,
Touluse, 2012.
- Torres
Balbás, L., “Arquitectos andaluces de
las épocas almorávide y almohade”, Al-Andalus, XI
(1946), pp. 214-224.
- Viguera,
Mª J., “Fortificaciones en al-Andalus”, en A. Torremocha y P. Delgado
(coords.), I Congreso Internacional, Fortificaciones en Al-Andalus,
Algeciras, 1998, pp. 15-22.
- Zozaya,
J., “La fortificación islámica en la Península Ibérica: principios de
sistematización”, en El castillo medieval español: Lafortificación
española y sus relaciones con la europea, Madrid, 1998, pp. 23-44.
No hay comentarios:
Publicar un comentario