Al-QAnṭArAXLII 1,
Enero-junio 2021,
e01eISSN 1988-2955
ISSN-L 0211-3589https://doi.org/10.3989/alqantara.2021
.LOS TRATADOS DE AGRICULTURA COMO FUENTE PARA EL ESTUDIO DE LA PROPIEDAD ARISTOCRÁTICA ANDALUSÍ*
Agricultural Treatises
as Sources for the Study of Andalusi Aristocratic Property
Pedro Jiménez-Castillo
Escuela de Estudios
Árabes, CSIC
ORCID iD: https://orcid.org/0000-0002-6012-4414
Inmaculada Camarero
Laboratorio de
Arqueología y Arquitectura de la Ciudad (HUM-104)
ORCID iD: https://orcid.org/0000-0003-0197-9460
Resumen
El conjunto de tratados de agricultura que se elaboró en al-Andalus ha sido
hasta ahora explotado como fuente para aspectos rela-cionados con la botánica y
la historia de las técnicas agrícolas; sin embargo, se ha empleado poco para la
obtención de información histórica, aspecto que hemos tratado de enfatizar en
este trabajo. Con este objetivo, hemos intentado situar la eclosión de los
libros de agricultura en su contexto histórico: el de la revolución económica y
demográfica plenomedieval, uno de cuyos aspectos más significativos fue la
expansión agrícola impulsada por un estamento de terratenientes, muchos de
ellos residentes en las ciudades, que puso en marcha una producción orientada
básicamente al mercado. A este grupo social es al que creemos estaban
destinados principalmente los libros
geopónicos, pues tenía
la necesidad y
los recursos económicos
e intelectuales para
aprovecharlos, a diferencia de los pequeños propietarios y las
comunidades gentilicias de campesinos que practicaban una agricultura
destinada esencialmente al
autoabastecimiento. Una vez que reconocemos los libros de agricultura como
auténticos manuales de aquellos hacendados, se puede recuperar esa literatura
como fuente histórica de primer orden con el fin de conocer el funcionamiento y
la organización de ese tipo de propiedad fundiaria en esta fase de la historia
de al-Andalus.
Palabras clave: agricultura de al-Andalus; almunia; bustān; finca rústica;
tratados de agricultura.
Abstract
The set of agricultural treaties that were drawn up in al-Andalus has been
exploited so far as a source for aspects related to botany and the history of
agricultural techniques; however, it has been little used as a historical
source, which we have tried to emphasize in this article. To this end, we have
tried to place the eclosion of agricultural books in their historical context:
that of the High Middle Ages economic and demographic revolution, one of whose
most significant aspects was the agricultural expansion driven by a landowning
urban aristocracy that launched a production oriented basically to the market.
It is precisely this privileged class that was interested in geoponic books and
had the resources and training to take advantage of them, as we have tried to
demonstrate. Once we recognize the agricultural books as authentic manuals of
these landowners, that literature can be recovered as a first-rate historical
source to know about the operation and organization of the land ownership of
the Andalusian aristocracy.
Key words: agriculture of al-Andalus; almunia; bustān; country
estate,agriculture treaties.
Cómo citar / Citation: Jiménez-Castillo,
Pedro y Camarero,
Inmaculada, “Los tratados
de agricultura como
fuente para el
estudio de la
propiedad aristocrática andalusí”, Al-Qanṭara, 42,
1 (2021), e01.
doi:
https://doi.org/10.3989/alqantara.2021.001.Recibido: 11/11/2019;
Aceptado: 04/06/2020; Publicado: 02/07/2021Copyright: © 2021 CSIC. Este es un
artículo de acceso abierto distribuido bajo los términos de la licencia de uso
y distribución Creative Commons Reconocimiento 4.0 Internacional (CC BY 4.0).* Este trabajo se ha realizado en el marco del
proyecto ALMEDIMED “Almunias medievales en el Mediterráneo: Histo-ria y
conservación de los paisajes culturales periurbanos” (PID2019-111508GBI00), del
que es IP el Dr. Julio Navarro (EEA-CSIC). Cofinanciado con fondos FEDER,
pertenece al Programa Estatal de Generación de Conocimiento y Fortalecimiento
Científico y Tecnológico del Sistema de I+D+i, Subprograma Estatal de
Generación del Conocimiento, del Ministerio de Cien-cia e Innovación. Sin la
contribución de los colegas de este proyecto durante los últimos años, este
trabajo no habría sido po-
Pedro Jiménez-Castillo / inmaCulada CamareroAl-Qanṭara
XLII 1, 2021, e01eISSN 1988-2955 | ISSN-L 0211-3589 doi:
https://doi.org/10.3989/alqantara.2021.0012en al-Andalus según demuestran no
solo los tex-tos árabes sino
también la toponimia
e incluso la
documentación latina y
romance posterior a la
conquista2, denominaba a unas explotaciones agrícolas que
comprendían también casas
de campo destinadas al recreo de
sus propietarios, definición que conviene, por otro lado, con el bustān ideal
descrito por Ibn Luyūn en su trata-do de agricultura, como veremos más
adelante. Es decir, en
algunas de sus
acepciones, bustān y munya podían
sersinónimos, según demostró Expiración García3; por consiguiente, cuando en
los tratados de agricultura se hace mención a un bustān, puede referirse
sencillamente a un huer-to o bien
a una almunia
con las características que antes explicamos.Pero los
libros de agricultura,
y los textos
árabes en general,
recogen otros términos
para definir a estas fincas
agropecuarias, debido se-guramente
a la diversidad
de funciones (agrí-colas,
ganaderas, residenciales, protocolarias, recreativas) que en ellas se podían dar. Los
más habituales son: ŷanna, pl. ŷannāt, dār, qaṣr, pl.quṣūr, karm, pl. kurūm,
ḥušš, ḥā’iṭ, ḥa’ir / ḥayr,buḥayra, nāʽūra y riyāḍ. Los límites de bustān y
ŷanna tampoco están claros4, pues depende del contexto en
el que se
hallen. Ŷanna en
ocasio-nes es sustituida
por el singular
ŷinān, propio del
árabe granadino; dār
hace alusión a
cual-quier tipo de
casa o vivienda5; qaṣr, pl. quṣūr, que significa
palacio o alcázar; karm, pl. kurūm, comúnmente es viña, viñedo6; ḥušš hace
refe-rencia a un jardín o vergel; ḥā’iṭ es, la mayoría de las veces, un
huerto cercado con muros; ḥā’ir / ḥayr es un jardín o bien un depósito de agua;
buḥayra, diminutivo de
baḥr (mar), se refiere comúnmente a un lago o a una alberca; nāʽūra 2
Sénac, “De la madîna à l’almunia”, pp. 183-201; Eri-tja i
Ciuró, De l’Almunia a la Turris,
passim;Ramón-Laca Menéndez de Luarca, “Almunias en los reinos de Castilla y
Aragón”, pp. 443-451.3 García Sánchez, “Cultivos y espacios agrícolas
irriga-dos en al-Andalus”, p. 20.4 Además de ser ŷanna y bustān prácticamente
sinóni-mos, en ocasiones
aparecen juntos, lo
que puede deberse
a un recurso estilístico, por lo
que no habría realmente ninguna diferencia entre ellos. Véase para ello, García
Sánchez, “Cul-tivos y espacios agrícolas irrigados en al-Andalus”,pp. 17-18 y
22-26.5 Navarro Palazón y Jiménez Castillo, “El Alcázar Me-nor de Murcia”, pp.
150-151.6 Como las que rodean a las murallas de la Granada na-zarí o las que
riega la acequia de Aynadamar por la zona norte de la ciudad. Véase, por
ejemplo, Ibn al-Jaṭīb, Al-Iḥāṭa, ed. B. Derradji, I, p. 221; ed. ʽInān, I, p.
120.1. IntroducciónEl objetivo general
de este trabajo
es el de
enfatizar el valor
de los tratados
geopónicos andalusíes como una
fuente histórica de primer orden, más allá
de su indiscutido
interés para el estudio de disciplinas y materias
específicas, como la historia
de las técnicas
agrícolas o la
botánica. Para ello, trataremos de indagar sobre un aspecto crucial en
este sentido y, sin embar-go, poco discutido en la historiografía, como es el
de la finalidad y los destinatarios de dichas obras. Este
análisis nos va
a permitir plantear
la hipótesis de que fueron escritas para propie-tarios de tierras con la
formación y los recursos suficientes para tener acceso a unos libros que
les servían de
manuales para la
gestión de sus
propiedades fundiarias y, en consecuencia, que proporcionan datos
históricos valiosos sobre el funcionamiento y la organización del trabajo en
las fincas de las élites, en el contexto de un pro-ceso, bien situado en el
tiempo, de expansión de la agricultura orientada al mercado y de desarro-llo
económico en general.Antes de comenzar
con el estudio,
creemos imprescindible adelantar
unas consideraciones en relación con la nomenclatura que nos
encon-tramos recurrentemente en los libros de agricul-tura para designar a las
propiedades fundiarias. En esta literatura,
como en general
sucede en los
textos andalusíes, se
pueden registrar dife-rentes
palabras para nombrar
realidades apa-rentemente similares
y, por otra
parte, dichos términos
son marcadamente polisémicos.
El nombre que aparece más
frecuentemente en los libros de agricultura para denominar las fincas de las
que se ocupan es el de bustān, pl. basātīn, identificado normalmente como
huerto o como jardín, mientras que
es mucho menos
frecuen-te munya, palabra de la que deriva la castellana «almunia»1.
Este último término, muy utilizado 1 Efectivamente, este término es citado por
al-Ṭignarī solo una vez y en su plural munà, con relación a los emparra-dos que
se arman en las almunias. Véase, Kitāb zuhrat al-bus-tān, pp. 343-344. Véase,
además, García Sánchez, “Termino-logía y funcionalidad de las almunias
andalusíes”, pp. 17-25.sible, por lo que deseamos expresar nuestro
reconocimiento a todos ellos, y en particular al IP del mismo. También damos
las gracias a los dos revisores anónimos del borrador del ar-tículo, así como
al consejo de redacción de la revista, puesto que sus numerosas correcciones y
sugerencias han contribui-do notablemente a mejorar el texto final. Y, por
último, no nos queremos olvidar del personal de la Biblioteca de la Escuela de
Estudios Árabes, por la ayuda obtenida en la localización y acceso de las
fuentes árabes que les hemos solicitado.
LOSTRATADOSDEAGRICULTURACOMOFUENTEPARAELESTUDIODELAPROPIEDADARISTOCRÁTICAANDALUSÍ
3significa
noria y rawḍ, pl. riyāḍ, jardín, vergel7. En los textos posteriores a la
conquista cristiana, aparecen documentados con el sentido de finca privada los
términos real (derivado de riyāḍ) que designa
propiedades periurbanas de
regadío, y rahal, que identifica
explotacionespredominan-temente de secano8.De manera convencional, hemos optado
por utilizar aquí el
término «almunia» para
hacer referencia al
tipo de propiedad
fundiaria y re-creativa
antes descrita, por ser el
vocablo más apropiado en el castellano actual para
definir esa realidad. No obstante,
en las traducciones
nos hemos limitado
a emplearlo cuando
el original árabe
era munya y, en
cualquier caso, siempre
hemos acompañado nuestras
interpretaciones con el vocablo
árabe original.2. Los tratados de
agricultura y los calendarios andalusíesA
partir del s.
X, un círculo
de médicos, farmacólogos
y botánicos vinculados
a la cor-te cordobesa, se agrupó alrededor de la
figura del médico Abū
l-Qāsim Jalaf b.
ʽAbbās al-Zahrāwī (s.
X-XI)9, ocupándose, además,
de otras ciencias
relacionadas, como era
la agro-nomía10. Pero
fue en el
siglo XI cuando
esta disciplina alcanzó
su máximo esplendor, tanto
en lo práctico
como en lo
teórico, dando lugar
a una importante
literatura geopónica, que
ha permitido que
algunos estudiosos hablen
de la «escuela agronómica andalusí». Efectivamente,
es en este siglo cuando un grupo de agrónomos «frecuentaron los mismos círculos
intelectuales y crearon unos
vínculos de transmisión
del sa-ber, a
través de los
cuales podemos establecer
el concepto de escuela con una relación directa entre maestros
y discípulos»11. Ellos
formaron una verdadera comunidad
científica, utilizando las mismas herramientas
de análisis y
compar-tiendo una visión similar del mundo12.7 Véase, por
ejemplo, Navarro Palazón
y Puerta Víl-chez, “Las huertas
de Marrakech”, pp. 285-322.8 Jiménez Castillo, “Fincas aristocráticas en la
Murcia islámica”, pp. 749-791;
Jiménez Castillo, “Reales
y rahales de la Murcia andalusí”, pp. 389-436.9
Conocido como Abulcasis o Albucasis entre los lati-nos.10 Véase más
de este personaje
y su influencia
en el nacimiento de la ciencia
agronómica andalusí en Álvarez de Morales, “Agrónomos andalusíes y sus
legados”, pp. 24-25.11 García Sánchez, “Ibn al-ʽAwwām, Abū Zakarīyā’”, p. 448.12
El-Faïz, “L’apport des agronomes d’al-Andalus”, p. 55.Estos geóponos bebieron
de fuentes orienta-les, las cuales a su vez habían recogido previa-mente la
tradición clásica; las principales, según citan
los propios tratados
agrícolas andalusíes, son: Filāḥa rūmiyya o
Filāḥa yūnāniyya, atri-buida a
Qusṭus; la Agricultura
Nabatea, obra traducida al árabe por Ibn Waḥšiyya en el
siglo X a partir de materiales siríacos que se remontan a los siglos III-V
d.C.; y la compilación anóni-ma
realizada en el
s. X y
dedicada al empera-dor
bizantino Constantino VII,
que conocemos como
los Geoponica. El
ascendiente oriental de las obras andalusíes no les resta valor
alguno como fuente de
conocimiento histórico para
el periodo en
que fueron compuestas,
puesto que, más
allá de la
inspiración y de
la información recuperada de los antiguos, la propia opción
por este tipo de
literatura en este
preciso momento tiene un significado que solo se puede
interpretar adecuadamente en su
contexto socioeconómico. Además, los autores hispanoárabes
aprovecharon la geoponimia clásica sin actuar como meros edi-tores o
traductores de la
misma. Efectivamente, existen diferencias notables entre ambas
tradicio-nes, puesto que
los andalusíes incorporaron
sus propias experiencias
y desecharon todo
aquello que no consideraban de
utilidad, de manera que sus libros reflejan un interés más elevado con
re-lación a lo
práctico y experimental
que sus an-tecesores,
rechazando lo mágico
y supersticioso presente, sobre todo, en la Agricultura
Nabatea13. Esto demuestra, en última instancia, el carácter pragmático y la
intención utilitaria de la literatura agrícola en general a lo largo de la
historia, desde la Antigüedad a la Edad Moderna, y en particular de la
hispanoárabe.Los tratados de
agricultura andalusíes, tal
y como lo hacían tradicionalmente
las fuentes de donde parten14, suelen
comenzar describiendo los tipos de tierra, la manera de modificarla
y prepararla para su siembra a través, entre otras labores, de la nivelación y
roturación. Posterior-mente, se habla de los tipos de aguas y de abo-nos, según
la tierra de la que se trate, de lo que se quiera plantar o del tiempo en el
que se desee sembrar. Precisamente, una
de las principales
aportaciones de la
agronomía en el
siglo XI es la
creación de una auténtica ciencia pedológica 13 Carabaza Bravo, “El agua en los
tratados agronómi-cos andalusíes”, pp. 19-38; García Sánchez, “Las fuentes
ci-tadas en el tratado agrícola de al-Ṭignarī”, pp. 205-231; Fahd,
“L’agriculture nabatéenne en Andalousie”, pp. 41-51.14 Carabaza Bravo, “El agua
en los tratados agronómi-cos andalusíes”, p. 21.
Pedro Jiménez-Castillo / inmaCulada CamareroAl-Qanṭara
XLII 1, 2021, e01eISSN 1988-2955 | ISSN-L 0211-3589 doi:
https://doi.org/10.3989/alqantara.2021.0014destinada al acondicionamiento y
mejoramiento de los suelos,
de manera que
no solo permitía
aumentar el rendimiento de las áreas cultivadas sino la colonización y
puesta en explotación de otras tierras yermas que antes habrían sido
con-sideradas como incultivables15.Seguidamente, los vegetales se analizan por
grupos y se especifican diversas labores como su modo de siembra, abono,
cultivo, injerto, poda y demás faenas. Algunos de los autores también
ahondan en las
cualidades que esos
productos poseen para la
alimentación, así como las rece-tas
culinarias que se
pueden realizar con
ellos. No se
olvidan de tratar
el tema de
las plagas, del cuidado que se ha de proporcionar a los
cul-tivos durante su desarrollo y del mejor modo y momento para la cosecha.
Interesantes también son las páginas dedicadas a la conservación de las especies
vegetales16 o a la
cría de animales
para su explotación17. En general, destacan por ser obras
teóricas pero con
una fuerte base
ex-perimental, de manera que sus autores suelen in-cluir en sus textos
la expresión de «yo mismo he visto», «yo ya lo he experimentado y es cierto» o
«esto es algo ya experimentado y es verídico».Dentro de los tratados de
agricultura, el más temprano es el
titulado Kitāb fī
tartīb awqāt al-girāsa wa-l-magrūsāt (Libro
del ordena-miento de los tiempos
de la plantación y de los plantíos),de la segunda mitad del s. X y princi-pios
del s. XI18. Actualmente, se considera bas-tante probable
que su autor
sea el andalusí
Ibn Abī l-Ŷawād, de origen
cristiano, mozárabe o muladí, y que este hubiera vivido en la Córdoba omeya
justo cuando se inició la época de mayor esplendor cultural19.
Esta obra depende
de las tradiciones
orientales y casi
no habla con
voz propia. Tampoco se ocupa de
asuntos tan impor-tantes como las aguas, las tierras, los estiércoles o los
cereales; no alude al calendario agrícola ni 15 Bolens, “La révolution agricole
andalouse”, pp. 124-125.16 Véase, para ello, García Sánchez, “La conservación
de los productos vegetales”, pp. 251-293.17 Consúltese, por ejemplo, Carabaza
Bravo, “Las palo-mas en la agricultura andalusí”, pp. 233-256.18Kitāb fī
tartīb awqāt al-girāsa
wa-l-magrusāt. Un tratado
agrícola andalusí anónimo, ed. y trad. Ángel Custo-dio López y López, Granada,
1990.19 Una nota marginal en el tratado de Ibn Luyūn seña-la que la obra de
este autor tiene por título Kitāb al-Filāḥa. Puede suponerse, pues, que el
título por el que se conoce esta obra, Kitāb fī tartīb awqāt al-girāsa
wa-l-magrūsāt, ofreci-do por el
manuscrito tunecino, haya tomado el nombre de su primer capítulo. Véase, López
y López, “Ibn Abī l-Ŷawād”, pp. 753-755.tiene sección dedicada a la
veterinaria. De todas formas, es conocido por los geóponos posterio-res, los
cuales en ocasiones
citan en sus
obras párrafos idénticos20. De
los diez capítulos en los que se divide esta obra, López y López destaca el
quinto, dedicado al cultivo de las principales plantas ornamentales
conocidas hasta la
fecha, por lo que constituye el
primer documento sobre la plantación de jardines en al-Andalus21.En cuanto
a los calendarios
agrícolas anda-lusíes, que fueron fuente
continua de informa-ción
de los tratados
posteriores, se encuentran:
el Kitāb al-anwā’ wa-l-azmina -al-qawl fī l-šu-hūr-, de Ibn ʽĀṣim (s.
XI)22; el Calendario de Córdoba, de ʽArīb b. Saʽīd (s.
X)23 y
la Risāla fī awqāt al-sana,
de autor anónimo,
muy posi-blemente redactada en
algún momento del siglo XIII 24. Los tres tratan aspectos comunes, como el nombre
de los meses
en el sistema
solar; el número y la definición del mes en cuestión25;
temas como la
magia, pronósticos del
tiempo, información astronómica
y meteorológica; ca-lendario de fiestas religiosas e
informaciones de tipo agrícola y zoológico. No obstante, el calen-dario anónimoofrece
algunas diferencias con
respecto a los otros tres, pues se observan en la Risāla fī awqāt
al-sana algunas novedades y la inclusión
de un tipo
de información relaciona-da con la producción, que está más
acorde con su uso por parte de la élite terrateniente que de «campesinos
sencillos y crédulos», como señala su
traductora26. El hecho
de que el
calendario 20 De todas formas,
como apunta López y López «su relación
con las demás
obras agronómicas andalusíes
es compleja, y entraña no poca
dificultad hablar de ello con un mínimum de seguridad en las afirmaciones, pues
los autores copian los textos unos de otros sin precisar su origen» (“Ibn Abī
l-Ŷawād”, p. 755).21 El único rasgo original en la obra es cuando cita los
nombres con los
que son conocidas
en al-Andalus algunas
plantas que crecen
en los jardines,
como el junquillo
blan-co (al-nisrīn), el lirio blanco (al-nīlūfar) y el alhelí
(al-nam-mām). Véase para ello López y López, “Ibn Abī l-Ŷawād”, p. 754.22 Ibn
ʽĀṣim, Kitāb al-anwā’ wa-l-azmina
-al-qawl fī l-šuhūr- (tratado sobre los anwā’ y los tiempos-capítulo
so-bre los meses), est., trad. y ed. crítica por M. Forcada, CSIC /ICMA,
Madrid, 1993.23 ʽArīb b. Saʽīd, Le Calendrier du Cordoue, publ. R.
Dozy con trad. fr. anot. Ch. Pellat, E. J. Brill, Leiden, 1961.24Risāla
fī awqāt al-sana. Un calendario anónimo an-dalusí, ed. y trad. M.ª A. Navarro,
CSIC, Granada, 1990.25 La definición del mes incluye: el número de días, el
signo del zodíaco,
las mansiones del
mes, el planeta
que lo rige, las características de este, la
estación a la que pertenece, entre otros aspectos.26Risāla fī awqāt al-sana, p.
23.
LOSTRATADOSDEAGRICULTURACOMOFUENTEPARAELESTUDIODELAPROPIEDADARISTOCRÁTICAANDALUSÍ
5anónimo
sea relativamente tardío (s. XIII), pos-terior
a la mayoría
de los tratados
geopónicos redactados en
al-Andalus, le permitió
hacerse eco del
saber recogido en
estos; así lo
explica el autor en la
presentación de su obra, después de señalar los temas que va a abordar en ella27:
También se menciona
en esta obra
aquello que la
gente no debe
ignorar sobre los
tiempos de la
siembra y de
la plantación, los
muchos cuidados que
requiere la maduración
de la fruta,
la época en
que paren los
animales y otras
cuestiones se-gún la opinión de
los agrónomos (ʽalà maḏhabahl al-filāḥa).De
su contenido se
desprende que estaba
destinado a auxiliar a los agricultores en la ex-plotación de sus fincas,
dada la enumeración exhaustiva de
las labores agrícolas
que debían realizarse
en cada mes
y las informaciones
de carácter administrativo que la
acompañan, tal y como lo hacen los kutub al-filāḥa.Por lo que se refiere a los
tratados de agricul-tura, son seis las obras que vamos a considerar en este
estudio como fuente fundamental para el conocimiento de las propiedades
aristocráticas. Sus autores son llamados de múltiples y variadas formas, entre
las que se
encuentran: fallāḥūna(lit.
«agricultores»),aṣḥāb al-filāḥa (lit. «hom-bres de la agricultura»), ahl
al-filāḥa (lit. «gente de agricultura») y, como señalábamos más arri-ba, mahara
fī l-filāḥa28 (lit. «expertos
en agri-cultura»). Todos estos
apelativos aluden en este contexto a su categoría de «geóponos», es decir,
hombres de gran conocimiento y experiencia en las ciencias agrícolas. Son los
siguientes:Ibn Wāfid (1007/8-1074/5) escribió una obra llamada Maŷmūʽ fī
l-filāḥa (Compendio de agri-cultura)cuya autoría, sin embargo, es objeto de
discusión entre los investigadores29. El soberano al-Ma’mūn Ibn Ḏi l-Nūn de
Toledo (1043-1075) 27Risāla fī awqāt al-sana, pp. 35 ár. / 151-152 trad.28 Ibn
Ḥaŷŷāŷ, al-Muqniʽ fī l- filāḥa, pp. 293 tr. / 94 ár. 29 Véase para ello,
Carabaza Bravo, “La edición jordana de al-Muqniʽ de Ibn Ḥaŷŷāŷ: Problemas en
torno a su auto-ría”, pp. 71-81;
Carabaza Bravo y
García Sánchez, “Estado
actual y perspectivas de los estudios sobre agronomía anda-lusí”, pp.
112-113; García Sánchez,
“Problemática en torno
a la autoría
de algunas obras
agronómicas andalusíes”, pp.
333-341; Álvarez de Morales y Carabaza Bravo, “Ibn Wāfid, Abū
l-Muṭarrif”, pp. 567-568. Se suele considerar hasta la fecha que la obra de Ibn
Wāfid está incluida dentro de la de Ibn Ḥaŷŷāŷ, al-Muqniʽ fī l-filāḥa, concretamente
en las pp.
6-84. Cuando nos refiramos a su obra, citaremos Ibn Wāfid, Compendio de
Agricultura en Ibn Ḥaŷŷāŷ, al-Muqniʽ fī l-fi-lāḥa, ed. S. Ŷarrār y Abā Ṣafīya, ʽAmmān:
Maŷmaʽ al-Luga al-ʽArabiyya al-Urduniyya, 1982. le encargó
la creación y
el mantenimiento del
Bustān al-Nāʽūra o Huerta de la Noria. Lo con-firma Ibn al-Abbār cuando
dice en su Takmilaque el geópono Ibn Wāfid: «se había encarga-do de la
plantación de la célebre huerta (ŷanna) de este rey»30. Fue Ibn Baṣṣāl quien
tomaría su relevo al hacerse cargo de dicha huerta, posible-mente a la muerte
de aquel31. Su tratado nos in-teresa especialmente por los datos que aporta en
referencia a la economía doméstica; por los con-sejos acerca
de lo que
hay que tener
en cuenta a la hora de elegir los trabajadores y encargados
de las grandes fincas; así como por las informa-ciones zootécnicas que ofrece.
Posiblemente, su Compendio de Agricultura
fue escrito antes
de ocuparse del
Bustān al-Nāʽūra de al-Ma’mūn, ya que no incluye en él sus opiniones
personales sobre los temas que trata32.Ibn Haŷŷāŷ (fines del s. XI, principios
del s. XII) escribióel
tratado titulado al-Muqniʽ fī l-filāḥa (Lo
que basta saber
acerca de la
agri-cultura)33. No se
tienen datos de
su nacimiento o muerte; solo se conoce que su obra salió a
la luz en 1073-1074.
Perteneciente a la
aristocra-cia sevillana, tuvo
grandes conocimientos teó-rico-prácticos de agronomía y fue
transmisor de las opiniones de «los antiguos»34, características estas de las
que habló el mismo Ibn al-ʽAwwām en su obra. De Ibn Baṣṣāl toma algunas
informa-ciones, ya que redactó su libro con posterioridad al del geópono
toledano35. Como decíamos ante-riormente, su al-Muqniʽfī l-filāḥa contiene dos
tratados agrícolas diferentes,
al incluir dentro
de sus páginas el Compendio de Agricultura de Ibn Wāfid, por lo que solo
se considera como 30 Ibn al-Abbār, al-Takmila, ed. F. Codera, VI, p. 551. En
esta ocasión, como se aprecia, el autor le llama ŷanna en lugar de bustān, lo
que confirmaría la sinonimia existente en-tre estos dos términos.31 López y
López, “Ibn Baṣṣāl, Abū
̔Abd al-Lāh”, p. 568; Álvarez de Morales y Carabaza Bravo,
“Ibn Wāfid, Abū l-Muṭarrif”, p. 565.32 Álvarez de Morales y Carabaza Bravo,
“Ibn Wāfid, Abū l-Muṭarrif”, vol. 5, p. 568.33 Ibn Ḥaŷŷāŷ, al-Muqniʽ fī
l-filāḥa, ed. S. Ŷarrār y Abā Ṣafīya, ʽAmmān: Maŷmaʽ al-Luga al-ʽArabiyya
al-Urduniy-ya, 1982. Para
la traducción española
a esta edición
jorda-na, véase J. M.ª Carabaza Bravo, Aḥmad b. Muḥammad b. Ḥaŷŷāŷ al-Išbīlī:
al-Muqniʽ fī l-filāḥa, intr., est.
y trad. con
glosario (Tesis doctoral leída en 1987), Universidad de Gra-nada,
Departamento de Estudios Semíticos, Granada, 1988.34 Ibn Ḥaŷŷāŷ ofrece al final
de su libro la lista de sus fuentes,
que son manifiestamente griegas
y latinas. Véase, para ello,
Fahd, “Traductions en arabe d’écrits géoponiques”, p. 16.35 Carabaza Bravo,
“Fuentes escritas y orales del trata-do agrícola de Ibn Haŷŷāŷ”, pp. 90-91.
Pedro Jiménez-Castillo / inmaCulada CamareroAl-Qanṭara
XLII 1, 2021, e01eISSN 1988-2955 | ISSN-L 0211-3589 doi:
https://doi.org/10.3989/alqantara.2021.0016obra de Ibn Haŷŷāŷ las cuarenta
últimas pági-nas, aunque en origen era más extensa, según demuestran las
referencias de Ibn al-ʽAwwām, por lo que deberemos recurrir a la enciclopedia
agrícola de este último para completarla36. Par-ticularmente, es de nuestro
interés al-Muqniʽfī l-filāḥa porque el autor sevillano refleja en ella su
experiencia personal en las tierras que poseía en el Aljarafe, en las que pudo
contrastar el sa-ber heredado de las fuentes clásicas y orientales con la
práctica diaria en tierras peninsulares37.Ibn Baṣṣāl (n. ca. 1048)
es el autor
del Ki-tāb al-qaṣḍ wa-l-bayān
(Libro del propósito
y la demostración)38, que fue dedicado al rey taifa de Toledo al-Ma’mūn
b. Ḏi l-Nūn (gob. 1043-1075), para el cual trabajó en su Bustān al-Nāʽūra seguramente
continuando la tarea
que comenzó Ibn Wāfid en dicha propiedad. En su
tratado tomó como
base los datos
que le proporcionó su propia
experiencia, sin ha-berse apoyado en fuentes antiguas, por lo que fue tachado
por algunos autores como «anal-fabeto»
o «iletrado». Fue
maestro de Abū l-Jayr al-Išbīlī y de al-Ṭignarī, quienes
die-ron detalles en sus obras de sus experimentos agronómicos y
de los trabajos
agrícolas que realizaba
en la citada
huerta real. En
ocasio-nes, es Ibn al-ʽAwwām quien recoge todos es-tos comentarios
en su magna
obra. En todos
ellos se puede
apreciar cómo sus
logros son producto de la adaptación de los frutos al
cli-ma de al-Andalus y, más concretamente, al de Toledo39. Pero no solo hablan
de Ibn Baṣṣāl los geóponos, sino también historiadores y li-teratos como Ibn
Saʽ īd al-Magribī, al-Ḥiŷārī o Ibn Gālib, quienes rememoran su figura y su obra40.
Posteriormente, y ante la inminente caída de Toledo (1085), Ibn Baṣṣāl se
trasladó a Sevilla, donde pasó a encargarse de la finca de al-Muʽtamid Ibn
ʽAbbād, conocida como Ŷannat o Ḥā’iṭal-Sulṭān, según confirma Abū l-Jayr en
numerosas ocasiones. Y es aquí don-36 Carabaza Bravo, “Ibn Ḥaŷŷāŷ al-Lajmī, Abū
ʽUmar”, p. 384.37 Carabaza Bravo, “Ibn Ḥaŷŷāŷ al-Lajmī, Abū ʽUmar”, p. 385.38
Ibn Baṣṣāl, Kitāb al-Qaṣḍ wa-l-bayān, Libro de agri-cultura, ed y trad. J. M.ª
Millás Vallicrosa y M. ʽAzīmān. Te-tuán,
1955 (ed. facs.
con estudio preliminar
por Expiración García Sánchez y J. Esteban Hernández
Bermejo), Granada: Sierra Nevada 95, 1995.39 López y López, “Ibn Baṣṣāl, Abū
̔Abd al-Lāh”, pp. 566-568.40 López y López, “Ibn Baṣṣāl, Abū ̔Abd al-Lāh”, pp.
567-570.de se consolidará la llamada «escuela agronó-mica andalusí»,
de la que
fue maestro (šayj) indiscutible. A partir de su llegada,
se le dará prioridad en ella
al valor de
la experiencia por encima de la teoría tradicional41. Este
au-tor es importante para nuestro estudio por su énfasis en el método práctico
y experimental adaptado a la realidad andalusí, así como por citar especies de
reciente introducción, como la berenjena, el arroz o el algodón, o como el
naranjo y el
limonero, ambas nombradas
en su tratado
por primera vez
en la historia
de al-Andalus42.Abū l-Jayr
al-Išbīlī (s. XI-XII), escribió
elKitāb al-Filāḥa (Tratado de
Agricultura)43. Se le conoce asimismo por su apelativo al-Šaŷŷār
«el arboricultor» o
«el botánico», por
ser ade-más maestro
docto en botánica.
Nació en Se-villa,
como indica su
nisba, sin que
se sepa la
fecha exacta. En su Kitāb habla de la «Finca del Rey (Ḥā’iṭal-Sulṭān)» de
al-Muʽtamid y fue allí seguramente donde entraría en
contacto con Ibn Baṣṣāl44. Para redactar
su tratado, consul-tó
tanto a eruditos
como a hombres
de campo experimentados, a lo que
añadiría sus propias
observaciones y experiencias en sus tierras sevi-llanas45. Sus
coincidencias con Ibn Wāfid e Ibn Baṣṣāl han dado lugar a que se cuestionara si
los tres geóponos bebieron
de las mismas
fuentes o si Abū l-Jayr trasladó
a su obra parte de los textos de aquellos46. Nos interesa su tratado, so-bre
todo, por el capítulo que dedica a la contra-tación de
los trabajadores y
encargados; por la
información que aporta sobre las esculturas ve-getales propia
de los espacios
ajardinados; por las plantas ornamentales de los aljibes,
pozos y acequias; por los cercados de las grandes fincas, así como por los métodos
que recomienda para que las hortalizas
estivales puedan consumirse
en el invierno.Al-Ṭignarī (S. XI-XII), autor del Kitāb Zu-hrat al-bustān
wa-nuzhat al-aḏhān (Esplendor 41 López y López, “Ibn Baṣṣāl, Abū ̔Abd
al-Lāh”, pp. 569-570.42 López y López,
“Ibn Baṣṣāl, Abū ̔Abd
al-Lāh”, p. 572.43 Abū l-Jayr,
Kitāb al-Filāḥa. Tratado de agricultura, ed. y trad. Julia María Carabaza
Bravo, Madrid: ICMA, 1991; Carabaza Bravo, “al-Išbīlī, Abū l-Jayr”, pp.
396-397.44 Abū l-Jayr, Kitāb al-Filāḥa, pp. 60 ár. / 229 tr.;Cara-baza Bravo,
“al-Išbīlī, Abū l-Jayr”, pp. 395 y 397.45 Carabaza Bravo, “al-Išbīlī, Abū
l-Jayr”, p. 397.46 Carabaza Bravo, “al-Išbīlī, Abū l-Jayr”, p. 397.
LOSTRATADOSDEAGRICULTURACOMOFUENTEPARAELESTUDIODELAPROPIEDADARISTOCRÁTICAANDALUSÍ
7del
jardín47 y recreo de las mentes)48, era miem-bro de una familia granadina de
noble linaje ára-be49. No se tienen datos de su nacimiento o muer-te, aunque
Ibn al-Jaṭīb señala que aún vivía en 108750. De Granada se trasladó a Almería,
donde trabajó unos años en el Busṭān al-Ṣumādiḥiyyade Muʽtaṣim Ibn Ṣumādiḥ
(gob. 1054-1091), en donde llevó a cabo una serie de prácticas experi-mentales.
De aquí pasó a Sevilla, relacionándose a partir de este momento con Ibn Baṣṣāl,
con el que no siempre estuvo de acuerdo, según se pue-de apreciar en la propia
obra de al-Ṭignarī. Tras hacer el ḥāŷŷ o peregrinación a la Meca, se ins-taló
de nuevo en Granada donde terminó su obra agrícola, que fue ampliamente
utilizada por Ibn al-ʽAwwām e Ibn Luyūn51. Dedicada al príncipe almorávide de
Granada Abū l-Ṭāhir Ṭamīm52, el Kitāb Zuhrat al-bustān es
un tratado teórico
y práctico en
el que el
autor mezcla la
tradición clásica mediterránea
con la oriental
y, tras un
proceso de comprobación y experimentación, la pone en práctica en suelo
andalusí53. Hemos uti-lizado
ampliamente a este
geópono en nuestro
trabajo, ya que
nos da detalles
de aspectos tan
importantes como dónde construir las aceñas y los zafariches en las
grandes fincas; lo que hay que tener en cuenta a la hora de elegir los traba-jadores y
los encargados de
estas propiedades; de lo perjudicial que es contratar para
labrar las fincas gente poco experimentada, como jóvenes o niños;
cuáles son algunas
de las plantas
que embellecen los zafariches; el
modo de armar los parrales en las almunias (munà) y, por último, la
práctica industrial agrícola
que se desarrollaba
en los siglos XI- XII en tierras andalusíes.47 Teniendo en cuenta el
contenido de los libros de agri-cultura andalusíes en general y de este en
particular, sería más correcto traducir bustān, en este contexto, como «huerta»
o, incluso, «almunia».48 Al Ṭignarī,
Kitāb Zuhrat al-bustān
wa-nuzhat al-aḏhān: Esplendor del
jardín y recreo de las mentes,ed. Expi-ración García Sánchez, Madrid: CSIC,
2006. 49 García Sánchez, “al-Ṭignarī,
Abū ʽAbd Allāh”, p. 454.50 García Sánchez,
“al-Ṭignarī, Abū ʽAbd Allāh”,
p. 454; Ibn al-Jaṭīb, Iḥāṭa, ed. M. ʽA. A. ʽInan, II, p. 284. Véanse de
este último también I, p. 129; II, pp. 282 y 283, donde da más detalles de la
vida de al-Ṭignarī y ofrece fragmentos de algunas de sus obras.51 García
Sánchez, “al-Ṭignarī, Abū ʽAbd Allāh”, pp. 454-455.52 Hijo del sultán
almorávide Yūsuf b. Tāšufīn, gobernó de 1107 a 1110 y de 1115 a 1126, según
afirma Ibn Luyūn en unas notas marginales. Debió de escribirla, pues, entre
1007 y 1014. Véase el prólogo del Kitāb Zuhrat al-bustān, p. 14.53 García
Sánchez, “al-Ṭignarī, Abū ʽAbd Allāh”, pp. 456-459.Ibn al-ʽAwwām (S. XII-XIII),
autor del enci-clopédico Kitāb al-Filāḥa (Libro de Agricultu-ra)54, desarrolló
su actividad en la zona del Al-jarafe de Sevilla, seguramente en terrenos de su
propiedad, en donde llevó a cabo labores de ex-perimentación, según se puede
leer en su mag-na obra. En ella reúne todo el saber agrícola y zootécnico, tanto
andalusí como oriental, el cual resume, contrasta y recrea55. La Agricultura
Na-batea es una de las fuentes que más utiliza, jun-to con las de tradición
greco-bizantina, mientras que entre los andalusíes los más citados son Ibn
Ḥaŷŷāŷ, Ibn Baṣṣāl, Abū l-Jayr y al-Ṭignarī56. Pero antes de incorporar en su
Kitāb los comen-tarios y experiencias de otros, Ibn al-ʽAwwām los ensaya en sus
tierras; por eso llegó a decir: «Ninguna
sentencia establezco en
mi obra que
no haya probado
por la experiencia
repetidas veces»57. Nos ha sido
útil en este estudio sobre todo por ofrecer datos sobre economía
domésti-ca y gestión
de las explotaciones
agrícolas, así como
por las informaciones
ofrecidas en rela-ción con la cría y los cuidados de los
caballos, ganado y animales de corral. Además de estas seis obras
fundamentales, hay una séptima de gran valor recopilatorio, el Kitāb Ibdā’
al-milāḥa wa-inhā’ al-riŷāḥa fī uṣūl ṣināʽat al-filāḥa, que fue escrita en el
periodo nazarí por el
almeriense Ibn Luyūn
(1282/3 -1349/50)58. Este tratado geopónico está escrito en metro raŷaz,
que es el más sencillo de todos, lo que hace pensar en fines mnemotécnicos de
cara a su fácil aprendizaje59. Contiene una de-54 Ibn al-ʽAwwām, Libro de
agricultura, ed. y trad. J. A. Banqueri, 2 vols., Madrid, 1802 (ed. facs. con
estudio prelimi-nar y notas
por J. Esteban
Hernández Bermejo y
Expiración García Sánchez),
Madrid: Ministerio de Agricultura, 1988. En la reproducción de los textos que
hemos realizado en este tra-bajo se ha mantenido la grafía y acentuación de
1802.55 García Sánchez, “Ibn al-ʽAwwām, Abū Zakarīyā’”, pp. 448-449.56 Ibn
al-ʽAwwām, Libro de agricultura, I, pp. 8-10.57 García Sánchez, “Ibn al-ʽAwwām,
Abū Zakarīyā’”, pp. 449-450. La cita se encuentra en Ibn al-ʽAwwām, I, p. 10.58
Lirola Delgado y García Sánchez, “Ibn Luyūn”, pp. 41-49.59 La actividad
fundamental de Ibn Luyūn fue la docencia, por
lo que las
urŷūza-s u obras
redactadas en verso
en metro raŷaz, término de donde procede su nombre,
eran muy utiliza-das por él. Como señala en el prólogo de su tratado, escribió
esta obra basándose en las de autores expertos, así como en fuentes orales,
recogiendo los datos que le ofrecieron personas prácticas y experimentadas. Sus
fuentes principales fueron Ibn Baṣṣāl y, sobre todo, al-Ṭignarī, lo que se
evidencia tanto en el texto como en las notas marginales, las cuales es posible
que, incluso, fue-ran redactadas y copiadas por el autor almeriense. Véase,
Lirola Delgado y García Sánchez, “Ibn Luyūn”, pp. 43-44.
Pedro Jiménez-Castillo / inmaCulada CamareroAl-Qanṭara
XLII 1, 2021, e01eISSN 1988-2955 | ISSN-L 0211-3589 doi:
https://doi.org/10.3989/alqantara.2021.0018tallada descripción
de una finca
aristocrática (bustān) que aúna indicaciones arquitectóni-cas, paisajísticas y
utilitarias, como veremos a lo largo de este trabajo; es considerada por los
expertos como la única aportación personal y digna de interés de todo el
tratado60.3. Finalidad, destinatarios y
contexto históri-co de los tratadosAunque
los libros de
agricultura han sido
ocasionalmente empleados como
fuente para la
historia económica, sobre
este aspecto cree-mos que aún pueden proporcionar
información valiosa si son
contextualizados adecuadamente y se intenta determinar a quiénes estaban
desti-nados y con qué finalidad se escribieron, cues-tiones relevantes que, sin
embargo, no han sido abordadas extensivamente ni existe acuerdo ce-rrado en
relación con ellas, como veremos.Lucie
Bolens incorporó los
libros de agri-cultura
en su interpretación funcionalista
de la expansión agrícola del siglo XI, según la
cual estos tratados tendrían
su origen en
los gober-nantes y sus
consejeros, quienes se dieron cuen-ta del importante papel que tiene la
agricultura en un país próspero; así pues, a modo de los di-rigentes ilustrados
inspirados por la fisiocracia, aquellos habrían fomentado y patrocinado a los
geóponos, dando lugar a la llamada «revolución agrícola andalusí» del siglo XI61.Por
su parte, Miquel Barceló, el gran impul-sor de los estudios sobre las
sociedades agríco-las andalusíes a
partir de la
arqueología espa-cial, no trató
el tema de manera directa, aunque en algunas de sus publicaciones dio a
entender 60 Lirola Delgado y García Sánchez, “Ibn Luyūn”, p. 45. Las
traducciones que presentamos en este trabajo, correspon-dientes al tratado
agrícola de Ibn Luyūn كتاب إبداء الملاحةوإنهاءالرجاحةفي أصول صناعة الفلاحة (Kitāb Ibdā’ al-milāḥa wa-inhā’ al-riŷāḥa fī
uṣūl ṣināʽat al-filāḥa o‘Libro del comienzo de la hermosura y de la culminación
de la inteligencia, acerca de los fundamentos del arte de la agricultura’),
parten del manuscri-to fechado en
749 / 1348
en Almería, el
cual está depositado
en la Biblioteca de Estudios Árabes de Granada, actualmente digitalizado
y accesible en línea. La descripción de la almunia se encuentra en el capítulo
157, fols. 49v y 50r. La edición y traducción de esta obra fue objeto de la
tesis doctoral de Joa-quina Eguaras Ibáñez, leída en 1944, aunque su
publicación no se produjo hasta 1975. En esta 1ª edición, p. 28, n. 36, la
autora alude a otras traducciones anteriores de este último capítulo N.º 157,
entre las que se encuentran la de su director de tesis, Emi-lio García Gómez,
quien la publicó, tomándola de J. Eguaras, en “Sucursal del paraíso”, p. 3, así
como en Silla del Moro, p. 112, en los años 1947 y 1948, respectivamente.61
Bolens, “La révolution agricole andalouse du XIe siè-cle”, pp. 121-141.que
consideraba esta literatura como una fuente para obtener
información acerca de la organi-zación
del trabajo de los grupos
gentilicios de campesinos.
Paradójicamente se apoyaba
en Bolens, quien afirma que en
estos libros «L’im-pression reste d’une
exploitation intensive de la
propriété sous économie
de main–d’œuvre et sans que soit
jamais exprimé le besoin d’une réduction de travail (contrairement à
Colume-lle)»62, para deducir que, en efecto, «los grupos de campesinos
andalusíes parecen actuar
sin consideraciones de
ahorro de trabajo;
sus cri-terios debían venir,
entonces, determinados por consideraciones
de satisfacción comunitarias [...]»63.
En una publicación
posterior, Barceló asumió, siguiendo a Félix Retamero, que los
tra-tados agronómicos habrían sido favorecidos por los estados, con el fin de
disciplinar los trabajos campesinos
para conseguir de
ciertas especies, entre las que destacan las arbóreas, los
máximos rendimientos a efectos de tasación fiscal64. Sin
embargo, la opinión de Retamero no parece ser exactamente esa, aunque,
en efecto, asocia estos libros con el poder, considerando a sus autores
«geóponos palatinos» que, trabajando en el ám-bito cortesano, codificaron el
saber agronómico de la misma manera que otros hicieron lo propio con los
conocimientos filológicos, astronómicos o meteorológicos. Según Retamero, los
tratados reflejan prácticas agrícolas llevadas a cabo prin-cipalmente en las
ciudades o en sus inmediacio-nes, siendo la intención de estas obras, tal y como
expresa Ibn Haŷŷāŷ, la de unir la práctica con un conjunto de reglas sabias y
ordenadas: «La clara intención normativa de los “libros de agricultura” revela
un interés por disciplinar medidas y opera-ciones que remite a espacios
precisos, cercanos, vinculados o directamente
organizados por el
poder político»65. Se
trataría, por consiguiente
y según su consideración, de
tratados destinados a servir como manuales para el cultivo de las fincas
vinculadas al sultán,
quien disponía de recursos para
dotarlas de las
infraestructuras necesarias para
su riego que
son descritas en
estas obras, como, por ejemplo, las norias66.62 Bolens,
Les méthodes culturales au Moyen Age,
p. 121.63 Barceló, Kirchner y
Navarro, El agua que no duerme, p. 19.64 Barceló, “De Mulk a Mulūk: esperando a
los al-murā-biṭūn”, p. 64.65 Retamero Serralvo, “La sombra alargada de
Wittfo-gel”, p. 277.66 Retamero Serralvo, “De Mulk a
Mulūk: un conjunto
de reglas sabias y ordenadas:”, pp. 75-91.
LOSTRATADOSDEAGRICULTURACOMOFUENTEPARAELESTUDIODELAPROPIEDADARISTOCRÁTICAANDALUSÍ
9Carmen
Trillo asoció la geoponía a los sulta-nes taifas: «floreció al calor de las
cortes reales y, en particular,
debió su prosperidad
a la ne-cesidad
de cuidar los
jardines palaciegos y
de convertirlos en pequeños
paraísos lo más bellos y originales posibles»67.
Si bien, más
adelante se inclinaba
por vincularla con
el autoconsu-mo y con un tipo de
propiedad «lo suficiente-mente
amplia para abastecer
a su dueño,
pero lo bastante
pequeña para ser
cuidada como un
jardín»68. Es decir, que esta literatura habría sido gestada en el seno
del poder y tendría como des-tinatarios al sultán y a los pequeños
agricultores.Expiración García y
J. Esteban Hernández,
en su estudio
preliminar a la
edición y traduc-ción de Banqueri del tratado de Ibn
al-ʽAwwām, no tratan explícitamente el tema de la finalidad o el destinatario
de estas obras, pero, de manera genérica,
comentan que «son
textos totalmente didácticos,
dirigidos a las
poblaciones campe-sinas, en un
estilo claro, simple y preciso»69. A pesar de ello, cuando indagan sobre la
figura del autor, asumen que este debió de ser un terrate-niente ilustrado:
«Se trata posiblemente
de un noble
terrateniente [...], agricultor
dinámico y responsable, atento a sus propiedades [que]
re-comienda a los propietarios de fincas agrícolas que no dejen de visitar
diariamente sus viñedos [...]; también da normas para la selección de los
obreros del campo e incluso astutas recomenda-ciones de empresario para la
organización de las cuadrillas de trabajo»70.Efectivamente, el
examen detenido de
estos tratados obliga a descartar
la posibilidad de que fueran escritos con el fin de llegar a los peque-ños agricultores,
incluidos los campesinos
que habitaban las
alquerías y que
han sido estudia-dos preferentemente por los
investigadores de la escuela francesa, a partir de Pierre Guichard, y por
Miquel Barceló y sus discípulos. Estos gru-pos
unidos por lazos
tribales o clánicos
cons-truyeron los pequeños sistemas hidráulicos que irrigaban unas
tierras de propiedad predominan-temente colectiva, de las que obtenían lo
nece-sario para subsistir y los excedentes justos para evitar su captura por el
estado. Por el contrario, la agricultura que describen los libros que veni-mos analizando
incorpora avances y
experien-cias propios de cultivos intensivos y comercia-67 Trillo San
José, Agua, tierra y hombres, p. 52.68 Trillo San José, Agua, tierra y hombres,
p. 68.69 Ibn al-ʿAwwām, Estudio preliminar a la edición, I, p. 18.70 Ibn
al-ʿAwwām, I, pp. 22-23.les que nada tendrían que ver con la actividad de los
pequeños campesinos o de los grupos genti-licios, como los capítulos dedicados
a la contra-tación de trabajadores y encargados o capataces, que encontramos en
Ibn Wāfid71, Abū l-Jayr72, al-Ṭignarī73 e Ibn al-ʽAwwām74; la construcción
de mansiones de
recreo, pabellones e,
incluso, residencias de
invitados, que vemos en Ibn Lu-yūn75; o la implementación de ingenios
hidráu-licos relativamente costosos que permitieran la extensión del
riego76. Significativamente, y en relación a este último aspecto, en los
tratados es-tán del todo ausentes las grandes obras hidráuli-cas impulsadas por
los gobernantes para el riego de sus fincas, como veremos detalladamente en el
apartado 4.4, lo que interpretamos como otra prueba de
que tampoco los
sultanes fueron los
destinatarios preferentes de estos textos.Pero además de estas
consideraciones que se derivan
indirectamente del contenido
de los li-bros de agricultura, los propios agrónomos
ofre-cen indicios suficientes acerca de la finalidad de sus obras y sus
destinatarios. Así, en el prólogo de su tratado, Ibn al ʽAwwām recoge el
consejo de Qays b. ʽĀṣim77 a sus hijos: «Procurad cuidar vuestra hacienda
(māl). Esto es lo que da fama célebre al noble, y lo que le produce utilidades
sólidas que le satisfagan, en vez de una ociosi-dad indigna de alabanza»78.
Este hadiz79 permi-te deducir que los receptores no eran príncipes, pero tampoco
humildes campesinos pues,
ob-viamente, para estos
la ociosidad no
sería una opción. A la misma conclusión podemos llegar 71
Ibn Wāfid, Compendio de Agricultura en Ibn Ḥaŷŷāŷ, al-Muqniʽ fī l- filāḥa, pp.
9-10 ár. /184-185 trad.72 Abū l-Jayr, Kitāb al-Filāḥa. pp. 139-142 / 286-288
tr.73 Al-Ṭignarī, Kitāb Zuhrat al-bustān, pp. 103-106.74 Ibn al-ʽAwwām, Libro
de agricultura, I, pp. 532-534.75 Aunque data de fines del siglo XIII o
principios del XIV, la descripción
de la vivienda
señorial contenida en
Ibn Luyūn es una buena prueba de
lo que venimos exponiendo. Véase, كتاب إبداء الملاحة وإنهاء الرجاحة في أصول
صناعة الفلاحة (Ki-tāb Ibdā’ al-milāḥa
wa-inhā’ al-riŷāḥa fī uṣūl ṣināʽat al-filāḥa) [Manuscrito], fols. 49v y 50r;
Eguaras Ibáñez, Tratado de Agri-cultura (1988), pp. 171-175 y 254-255, así como
también Re-tamero Serralvo, “La sombra alargada de Wittfogel”, p. 277.76 Así,
por ejemplo, el riego se vincula normalmente a pozos y
aceñas, lo que
contrasta con la obtención de
agua por gravedad
en la mayor
parte de los
espacios hidráulicos campesinos que ha documentado la arqueología.
Véase, Reta-mero Serralvo, “La sombra alargada de Wittfogel”, pp. 87-88.77 Qays
b. ʽĀṣim fue líder de los Banū Muqāʽis y de su propia tribu y que murió en el
año 47/667. Véase, Kister, “Ḳays b. ʽĀṣim”, EI2, pp. 832-833.78 Ibn al-ʽAwwām,
Libro de agricultura, I, pp. 3-4.79 En la religión islámica, dicho o hecho de
Mahoma de transmisión tradicional.
Pedro Jiménez-Castillo / inmaCulada CamareroAl-Qanṭara
XLII 1, 2021, e01eISSN 1988-2955 | ISSN-L 0211-3589 doi:
https://doi.org/10.3989/alqantara.2021.00110a partir del prólogo de Ibn Luyūn:
«He recogi-do todo lo más aceptable y que generalmente se practica en el país
de al-Andalus, a fin de que quien
se interese en
su estudio aprenda
de una sola vez todo lo que un labrador (fallāḥ)
puede llegar a saber al cabo de su vida»80. De manera aún más explícita, en el
prólogo o introducción a su obra81, al-Ṭignarī considera que el oficio
(ṣinaʽa) de la
agricultura necesita dos
tipos de conocimientos: ʽilm bi-hā e ʽilm fī-hā. El
prime-ro es de tipo científico teórico-práctico, es decir, el aprendizaje de
todas aquellas cuestiones que competen
a la agricultura;
en resumen, los
te-mas que incluyen todos los tratados agronómi-cos. El segundo lo
constituyen los aspectos ju-rídicos, necesarios para llegar a la comprensión de
qué es lo prohibido y qué es lo lícito, sobre todo las
cuestiones referidas a las
musāqāt, un tipo de contrato de aparcería para las
tierras de regadío que, en palabras del autor, «tienen unos fundamentos y unas
cláusulas específicas»82.Por tanto, los autores de los libros de
agricul-tura se dirigen
a un estamento
de propietarios fundiarios interesados por la explotación de
sus fincas de la manera más rentable, que creemos poder identificar también en
otros tipos de fuen-tes escritas como, por ejemplo, el tratado de ḥis-ba de Ibn
ʻAbdūn, quien señala: El príncipe debe prescribir que se dé el mayor
im-pulso a la
agricultura, la cual
debe ser alentada,
así como los
labradores han de
ser tratados con
benevolencia y protegidos
en sus labores.
Tam-bién es preciso que el rey ordene a sus visires y a los personajes
poderosos de su capital que tengan explotaciones agrícolas personales; cosa que
será del mayor provecho
para uno y
para otros, pues
así aumentarán sus fortunas; el pueblo tendrá ma-yores facilidades
para aprovisionarse y
no pasar hambre; el país será más próspero y más
barato, y su defensa estará mejor organizada y dispondrá de mayores sumas83.Precisamente
estos «visires y personajes po-derosos de la capital», así como otros
ciudada-nos propietarios de fincas, creemos que son los destinatarios preferentes
de los tratados de agri-cultura. Se trata de unas élites terratenientes que 80
Ibn Luyūn, Tratado de Agricultura (1988), pp. 53 ár. / 198 tr.81 García
Sánchez, “Agricultura y legislación islámica”, pp. 179-193.82 García Sánchez,
“Agricultura y legislación islámica”, p. 185. Véase este párrafo en la fuente
árabe: al-Ṭignarī, Ki-tāb Zuhrat al-bustān, pp. 19-20.83 Ibn ʻAbdūn, Sevilla a
comienzos del siglo XII, p. 42.tenían
la educación y
los recursos suficientes para poder acceder a ellos
—recordemos que los libros antes del Renacimiento y la invención de la imprenta
eran un bien aún más raro y valio-so—,
y que pretendían
adquirir conocimientos sobre cómo administrar y gestionar unas
fincas agrícolas destinadas a obtener rendimientos más allá del
autoconsumo. Otras fuentes
andalusíes informan de
manera indirecta sobre
las clases urbanas que disponían de patrimonio
fundiario; por ejemplo, la crónica de los jueces de Córdoba de al-Jušanī
(finales s. X), quien describe varios acontecimientos en los que los personajes
desig-nados para la
magistratura aparecen relaciona-dos con las fincas que ellos mismos
gestionan e, incluso, cultivan. Así, por ejemplo, Al-Muṣʽab b. ʽUmrān
al-Ḥamdānī, «para aceptar el cargo del juez, puso como condición que el emir
Hišam le permitiera ir
a su aldea
(ḍayʽa)84 [de Almo-dóvar, a 27
km de Córdoba]
todos los sábados
y domingos, circunstancia
que le fue
concedi-da»85; o también el caso de Saʽīd b. Sulaymān, a quien
se le encontró
arando con su
yunta de bueyes en su aldea (fī ḍayʽati-hi), sita en
el Faḥṣ al-Ballūṭ o Llano de las Bellotas (Valle de los Pedroches), por
el emisario que
fue a comuni-carle que había sido elegido juez de
Córdoba86. Este tipo de referencias tienen claramente como objetivo ensalzar a
los personajes biografiados asociándolos, antes o después de desempeñar la
magistratura, con una actividad que se conside-ra especialmente digna y
honorable, como es la agricultura.El
desarrollo de la
Córdoba califal y,
ya en el siglo XI, la expansión demográfica y el
cre-cimiento de las capitales provinciales, incremen-taron la
demanda de alimentos
en los mercados
urbanos y, consiguientemente, el aumento de los beneficios para los
productores rurales. En este contexto, los libros geopónicos tendrían como fin
ilustrar a los
nuevos propietarios de
tierras que, sin
haber sido formados
en este oficio,
busca-ban en la agricultura una forma de negocio. Para 84 El término
ḍayʽa, que ha
dado lugar a
nuestro ara-bismo ‘aldea’,
aparece normalmente asociado en las fuentes andalusíes a
propiedades particulares de un solo
dueño, a diferencia
de qarya (alquería) que
normalmente identifica a las localidades habitadas por campesinos
independientes que pueden estar unidos por relaciones gentilicias o simplemente
vecinales. Véase, entre
otras, Guichard, Al-Andalus frente a la conquista cristiana,
p. 309.85 Al-Jušanī, Historia de los jueces de Córdoba, pp. 46-47 ár. La
traducción es nuestra. Cfr. p. 57 trad. Ribera.86 Al-Jušanī, Historia de
los jueces de
Córdoba,pp. 108-109 ár. La traducción es nuestra. Cfr. p. 132 trad.
Ribera.
LOSTRATADOSDEAGRICULTURACOMOFUENTEPARAELESTUDIODELAPROPIEDADARISTOCRÁTICAANDALUSÍ
11al-Ṭignarī,
algunos de ellos son ‘gente ignoran-te (qawm min al-ŷuhhāl)’ que, para explotar
sus fincas y con el fin de economizar, contrataban a jóvenes y a niños a los
que se pagaría menos de lo habitual, a pesar de la poca o nula experiencia que
tenían. Por esa razón, el geópono granadino recomienda irónicamente que se
contrate a algún jornalero:La gente ignorante [en lo referente] a la labranza
(qawm min al-ŷuhhāl bi-l-ḥarṯ)entrega sus tierras a los jóvenes y a los niños
y, si uno de ellos echa a perder algo, no sabe arreglar lo dañado;
tampo-co distingue el
tiempo en el
que se siembra
del que no se siembra, ni sabe
cuándo se cultivan las coles y las
berenjenas ni cuándo
se trasplantan [del
almácigo a la
tierra], ni cuándo
se cultivan las
cebollas u otras
plantas diferentes. Por
tanto, [desconoce] el
momento en el
que se debe
hacer la siembra de todo lo que
se vaya [a cultivar] allí, así como tampoco sabe diferenciar lo que está en
buen estado de lo que se ha echado a perder o de lo que aún permanece en pie.
Y, cuando está arando con los bueyes, no distingue la izquierda de la de-recha
ni sabe si el arado tiene la tracción adecuada o no. Por tanto, es mejor
ordenarle que esta tarea se la encomiende a su jornalero (aŷīr), quien será
benévolo con la
yunta de bueyes
y no los
tratará con brusquedad si [esta
labor] la comparte con él. Todo esto es una evidente desvergüenza y una fal-ta
de corrección con respecto a los trabajos de los agricultores (aʽmāl
al-fallāḥīna)87.En definitiva, consideramos que no existe en los tratados
evidencia alguna que
permita pen-sar que
se trate de
manuales que pretendieran
servir de guía para futuros jardineros reales, ni encontramos en ellos
una «intención claramen-te normativa», como opina Retamero. Es cierto que los
textos recogen anécdotas con relación a los sultanes desde tiempos de ʽAbd
al-Raḥmān I, teniendo en cuenta, como es lógico, que algunos de los
geóponos trabajaron para
los monarcas cuidando de sus fincas. Por ejemplo, Abū
l-Jayr dice de la finca sevillana de al-Muʽtamid (gob. 1069-1090): «Yo
mismo he observado
muchos árboles de las especies
antes aludidas en la huer-ta (ḥā’iṭ) del rey de nuestra comarca. Se afirma que
los plantó el abuelo [Abū l-Qāsim Muḥam-mad
b. Ismāʽīl b. ʽAbbād (gob.
1023-1042)] del monarca, y que se
han encargado de
ellos tres mandatarios (ru’asā’),
todos los cuales han muerto una vez
cumplidos los sesenta
años»88. Esto no significa que los tratados de agricultura 87
Al-Ṭignarī, Kitāb Zuhrat al-bustān, p. 114.88 Abū l-Jayr, Kitāb al-Filāḥa, pp.
229 trad. / 60 ár.se escribieran para los soberanos, aunque sí pa-rece lógico
suponer que también ellos, como te-rratenientes, se encontraban dentro del
grupo de potenciales destinatarios, compartiendo el obje-tivo de hacer más
productivas sus propias fincas y,
de esa manera,
aumentar sus riquezas,
pues conviene recordar que en los
Estados islámicos medievales existía una clara distinción entre la Hacienda
Pública o Tesoro Público (Bayt al-mālo Jizānat al-māl) y el Patrimonio Real o
tesoro privado del soberano (mustajlaṣ o jāṣṣiyat bayt al-māl)89. A este último
pertenecerían, por ejem-plo, algunas de las más productivas fincas que
circundaban Granada en
época nazarí, según describe Ibn al-Jaṭīb:La llanura
de la ciudad
(sahl al-madīna) está ro-deada por detrás de la muralla de almunias
(munà) y de huertas
(ŷannāt). Son bienes
inmuebles de alto valor (ʽaqār ṯamīn), [que les aportan]
impor-tantes ganancias (ʽaẓīn
fā’ida), ininterrumpidas cosechas (mutaʽāqaba galla), y no se sabe que
[en algún momento] [estas tierras] hayan estado muer-tas (lā yaʽrifu al-ŷimām).
No se ha dejado de sem-brar (lā yufāriqu
al-zarʽ) en la
tierra blanca (arḍbayḍā’) [o tierra de labor], cuyo precio
del marjal (ṯaman al-marŷaʽ) es muy elevado,
alcanzando los veinticinco
dinares de oro. Se sabe que, entre [esas tierras], se encuentran [algunas]
propiedades pertenecientes al sultán [mustajlaṣ al-sulṭān], que se tiene
dificultad para decir el valor que tienen (o que pueden alcanzar) (mā yaḍīqu
ʽan-hu niṭāqu al-qīmati) por la longitud (ḏarʽan) [que poseen], el lugar envidiable
(gibṭatan) [donde están
situadas] y la
disposición (intiẓāman) [de
la que gozan].
Se les atribuyen casas que salen
como estrellas (dūr nāŷima), torres elevadas (burūŷ sāmiya), amplias eras
(bayādir famīḥa) y excelentes (māṯila) palo-mares (qaṣāb li-l-ḥamāyn / ḥamā’im)
y gallineros (dawāŷŷin).En realidad, el estamento social andalusí que podía
estar interesado en los libros de agricultura sería el mismo al que siempre ha
estado orientado este tipo de literatura a lo largo de los siglos. Así,
por ejemplo, Columela
deja clara la
condición de aquellos
a quienes está
dedicada su obra:
se trata de
acomodados propietarios de
tierras que residen en la ciudad, como él mismo o su
vecino Silvino: «la hacienda más cómoda es la que está cerca de la ciudad, a la
cual, aun el hombre que tiene
ocupaciones pueda dar
con facilidad una
vuelta todos los días después de haber concluido los negocios del foro»90.
Durante el Renacimien-89 Molina López, “Más sobre el mustajlaṣ”, p. 112.90
Columela, Los doce libros de agricultura, p. 13.
Pedro Jiménez-Castillo / inmaCulada CamareroAl-Qanṭara
XLII 1, 2021, e01eISSN 1988-2955 | ISSN-L 0211-3589 doi:
https://doi.org/10.3989/alqantara.2021.00112to también proliferaron en Europa
los tratados de agricultura —entre ellos el de Gabriel Alonso de Herrera
publicado en 1513—, elaborados por au-tores
que pertenecían a
la élite intelectual
y, en la
mayor parte de los casos,
a un estrato
social alto, por lo que se ha
concluido que sus enseñan-zas, obtenidas de su propia experiencia personal y
cotejadas con las expuestas en las obras clási-cas de
la Antigüedad y
del Medievo, se
dirigen ante todo a sus pares
estamentales, es decir, a los dueños de tierras cercanas, a quienes muestran la
manera de mejorar
su rendimiento, de
instruir a sus
campesinos, de aclimatar
nuevas especies y
de obtener provecho
de la venta
de excedentes. Los labradores, por lo tanto, accederían a
los con-tenidos de los volúmenes por medio de las órde-nes que recibían de sus
patrones91. La misma opinión
defiende Eloy Terrón, quien considera que ni los tratados
geopónicos antiguos ni los
modernos fueron escritos
para los pequeños
y medianos agricultores,
puesto que, además de su analfabetismo
generalizado, «no necesitaban que nadie viniera a darles ins-trucciones
teóricas de cómo tenían que realizar las faenas de su oficio»92.Las fincas
que cultivaban el
estamento de agricultores y
terratenientes a que nos referimos serían
de carácter plenamente
agropecuario, tanto de secano
como de regadío, aunque entre ellas también se encontraría el tipo de propiedad
que de manera genérica venimos denominando ‘almunia’, en
el que se
combinaba el solaz
y recreo con la
explotación agrícola. Además
de constituir una fuente de
ingresos, estas fincas se distinguían por acoger edificios residenciales a los
que se podían retirar temporalmente sus pro-pietarios, según confirman, por
ejemplo, el poe-ta Ḥāzim al-Qarṭāŷannī en su Qasīda Maqṣūra (s. XIII)93, el
polígrafo granadino Ibn al-Jaṭīb en al-Iḥāṭa
(s. XIV)94 o
los viajeros y
humanistas Jerónimo Münzer (s.
XV) y Luis de Mármol (s. XVI)95. Su presencia en al-Andalus se remonta a los
años inmediatos a la conquista musulmana, 91 Beutler, “Un chapitre de la
sensibilité collective”, p. 1291, en Quirós, “El Libro de Agricultura”, p. 9.92
Terrón, “La experiencia derivada de la práctica agro-pecuaria”, pp. 26-27, en
Quirós, “El Libro de Agricultura”, p. 10.93 Pocklington, La Casida Macsura de
Házim al-Car-tayánni,p. 13.94 Ibn al-Jaṭīb, Al-Iḥāṭa, ed.
B. Derradji, I, p. 215;
ed. ʽInān, I, p. 117.95 Münzer,
Viaje por España y Portugal. Reino de Gra-nada,
p. 119; Simonet,
Descripción del reino de Granada,p. 196.de acuerdo con las referencias
contenidas en la crónica anónima Ajbār Maŷmuʽa96, confirmadas por la
construcción de la almunia al-Ruṣāfa por ‘Abd al-Raḥmān el Emigrado en memoria
de su homónima siria. No
obstante, sería a
partir del siglo XI cuando proliferaron significativamente
por toda
la península, impulsadas
por algunos reyes taifas que fundaron almunias con
jardines y huertos en
torno a sus
capitales; por ejem-plo,
la «Huerta del
Rey» (Ŷannat al-Sulṭān) de al-Ma’mūn de Toledo, que fue,
al parecer, proyectada por los agrónomos Ibn Wāfid e Ibn Baṣṣāl, como vimos
anteriormente. También en ese momento al-Muʽtaṣim [1051-1091] mandó construir
«en las afueras de la ciudad de Alme-ría, una huerta (bustān) de artística
traza con pa-lacios de peregrina
factura. A ella
llevó, entre otras cosas, los más singulares frutales como
el platanero en sus diversas especies, y la caña de azúcar [...]. Es conocida
por al-Ṣumādiḥiyya y se encuentra muy
cerca de la
ciudad, rodeada por otras muchas huertas (basātīn) parecidas»97.De
igual manera, en Valencia los inmigrantes cordobeses que
se establecieron en
la ciudad a
comienzos del siglo
XI «construyeron mansio-nes (manāzil) y palacios (quṣūr) y
establecieron prósperas (zāhira) huertas/almunias (basātīn) y
espléndidos (nāḍira) jardines
(ryaḍāt), por donde
hicieron correr el
agua en abundancia»,
según señaló Ibn Ḥayyān y recogió posterior-mente Ibn Bassām98. Esta
última referencia nos recuerda que este tipo de propiedades fundiarias no solo
estaban vinculadas a
personajes próxi-mos al
poder, sino que
constituían una fuente
de ingresos para las clases altas en general. Así también, en el Pla de
Lérida predominaban los espacios destinados al pasto para el ganado, que eran
aprovechados por las almunias, algunas de las
cuales se dedicaban
exclusivamente a esta
actividad económica. Según Jesús Brufal, estas almunias leridanas
proliferaron a partir del siglo XI, en una coyuntura social y económica en que
la necesidad de
aumentar la productividad
del campo favoreció la
adquisición de bienes rura-les por parte de la oligarquía capitalina: 96 Esta
crónica del s. XI habla del Qanāt ʽĀmir, una pro-piedad perteneciente
a uno de
los primeros jefes
yemeníes que se instalaron en la
Península, cuyo nombre era ʽĀmir. La fuente la identifica con el nombre de
munya.Véase, Ajbar Machmuâ, trad. y anot. E. Lafuente Alcántara, Madrid, 1867,
pp. 63 ár. / 67-68 trad. Asimismo, García Sánchez, E., “Las huertas del
Generalife en época islámica”, p. 58.97 Al-ʽUḏrī, Nuṣūṣ, p. 85.98 Ibn Bassām,
Al-ḏajīra fī mahāsin ahl al-Ŷazīra, vol. 3, p. 17.
LOSTRATADOSDEAGRICULTURACOMOFUENTEPARAELESTUDIODELAPROPIEDADARISTOCRÁTICAANDALUSÍ
13[...] son
explotaciones agropecuarias que
tienen un propietario urbano.
Representan el carácter he-gemónico de la ciudad sobre el territorio a través
de sus élites urbanas que residen en ella, conoci-das también como la «gente de
la ciudad»99.En resumen, en el siglo XI, las fuentes escri-tas árabes y
cristianas, así como la arqueología, permiten detectar un incremento notable de
las explotaciones agropecuarias en
manos de las
élites y los
estamentos acomodados de
las ciu-dades de al-Andalus,
tanto de almunias como de fincas estrictamente orientadas a la producción, coincidiendo
precisamente con el auge de la li-teratura geopónica.En el epílogo de su obra,
Ibn Ḥaŷŷāŷ espe-cifica a quiénes estaba destinada y a quiénes no, opinión compartida
por Ibn al-ʽAwwām,
pues recoge la cita en su prólogo:Querido hermano,
con el fin
de obsequiarte, he completado y ultimado mi libro en torno a
la agri-cultura, conforme al
objetivo propuesto. Deesta forma,
te evito recurrir
a las opiniones
de gentes ignorantes y rústicas que carecen de base
científi-ca y claro fundamento, a pesar de su vasta práctica y vinculación con
este oficio100.Es decir, Ibn Ḥaŷŷāŷ identifica a unos cam-pesinos dotados de
conocimiento práctico, pero no científico, que indudablemente no son aque-llos
a los que estaba dirigido su libro; un antago-nismo entre
campesinos y hacendados
urbanos al que también hace
referencia Ibn ʻAbdūn: El cadí debe
ordenar a los
habitantes de los
pue-blos que cada pueblo tenga un guarda jurado para impedir que las
propiedades particulares sean tra-tadas
como las comunes,
porque los campesinos
suelen mirar como propias las fincas de las gentes de la ciudad101.Los geóponos
no desconocían el
valor que tenía la experiencia acumulada durante
genera-ciones por los
pequeños agricultores de
las al-querías, por lo que su
desdén no estaría asociado a la soberbia de los tratadistas o a la relación de
vecindad entre unos y otros, como afirma Reta-mero102. Más bien la rivalidad
tendría su origen, según creemos, en el tipo de agricultura desti-nada fundamentalmente al
autoconsumo que 99 Brufal, “La Lleida de secano”, p. 261.100
Ibn Ḥaŷŷāŷ, al-Muqniʽ fī l- filāḥa, pp. 122 ár. / 327 trad. Fue recogido
posteriormente por Ibn al-ʽAwwām. Véa-se, Libro de agricultura, I, p. 2.101 Ibn
ʻAbdūn, Sevilla a comienzos del siglo XII, p. 152.102 Retamero, “De Mulk a
Mulūk”, p. 87.aquellos practicaban, en
fuerte contraste con
la orientación intensiva
y comercial en
la que estaban
interesados los autores
de los libros
y sus destinatarios. Estamos
ante un tipo
de des-ajustes relacionados con
cambios en el modelo social durante este
periodo, concretamente con
la estructura de
la propiedad de
la tierra, pues
la expansión de
los terratenientes urbanos
no solo se realizó mediante la
colonización de nue-vos espacios agrarios,
sino también a
costa de la
apropiación de fértiles
tierras pertenecientes a pequeños campesinos. Esta competencia
oca-sionó conflictos de los que existen indicios en las fuentes escritas; por
ejemplo, Ibn Ḥayyān, contemporáneo de los hechos que describe, ex-plica que, en
tiempos de los dos copríncipes es-lavos de Valencia, Mubārak y Muzaffar, «recau-daban
los impuestos con el mayor rigor de todas las categorías de la población, hasta
el punto de que la situación de sus súbditos se degradó»103.Frente a la presión
fiscal del Estado, los hom-bres de religión tendrían la obligación de limitar o
desautorizar los impuestos ilegales de acuerdo con el islam, defendiendo así a
los propietarios legítimos de la tierra, como reconocen unos ule-mas que,
en cierta ocasión,
según al-Ṭurṭūšī, acusaban a los
visires: Vosotros sois los
que os coméis
las haciendas de
las gentes, sin
provecho para ellos,
y consideráis lícito el oprimirlos sin razón; los que
priváis, poco a poco, de sus medios
de vida, arrebatándoselos como precio de vuestro soborno y de vuestra
pre-varicación; los que queréis la tierra sin derecho104.Por causa de la
presión impositiva, según Ibn Ḥayyān, las gentes emigraron unas tras otras de
las regio-nes que ocupaban, las cuales, a fin de cuentas, se arruinaron. Mientras
tanto, a ellos
y a sus
pares todo les
sonreía, gracias al
impuesto [jarāŷ] que
les procuraba rentas abundantes [...], la gente no pudo hacerle
frente sino emigrando
de sus casas
y abandonando sus alquerías [qurà]. Aquellos dos bárbaros y sus secuaces
no se conmovían por ello, y no dudaban en someter a las mismas condiciones a
los que se establecían allí después de ellos.Es
decir, la imposibilidad
de hacer frente
a las cargas
impositivas y las
deudas daba lugar
a la emigración
de los campesinos
y la expro-piación de las fincas, que pasaban a
manos de 103 Guichard, “Crecimiento urbano
y sociedad rural”, pp. 164 ss.104 Al-Ṭurṭūšī, Lámpara
de los príncipes, tomo I, p. 111.
Pedro Jiménez-Castillo / inmaCulada CamareroAl-Qanṭara XLII 1, 2021, e01eISSN 1988-2955 | ISSN-L 0211-3589 doi: https://doi.org/10.3989/alqantara.2021.00114la aristocracia terrateniente: «[...]se apropia-ban los pueblos cuya gente había emigrado para hacer de ellos explotaciones particulares[ḍiyāʽ mustajlaṣa]». De hecho, la existencia de estas aldeas pertenecientes a individuos ricos que las habían adquirido durante «los días de los rebel-des», está igualmente atestiguada en varias fe-tuas de Ibn al-Ḥāŷŷ105.Finalmente, algunos de esos campesinos libres que fueron desposeídos de sus tierras, después volvieron a trabajarlas, pero como jornaleros empleados por los nuevos amos:Y cuando uno de estos notables daba su nombre a una de esas explotaciones, sus antiguos habitantes volvían allí, aceptándolo como amo, trabajando a cambio de una parte del producto y con la espe-ranza de que él les protegería contra los reveses de la fortuna. De acuerdo con Ibn Ḥayyān, este proceso no solo aconteció en la región de Valencia, sino que «eso fue lo que hicieron la mayor parte de los rebeldes que se adueñaron de las regiones del Andalus o se sublevaron en sus confines, tras la disgregación del poder de la Comunidad[sultān al-ŷamā‘a]en Córdoba al final de la dinastía de los Banū ʽĀmir»106.La situación crítica del campesinado andalusí por causa de la presión impositiva la documenta también el alfaquí pro almorávide al-Ṭurṭūšī: [...] preponderaron los musulmanes sobre el ene-migo, y el poder de este se vio abatido y quebran-tado, mientras las tierras estuvieron repartidas en poder de las tropas, las cuales les hacían producir y trataban benignamente a los campesinos[...].Así continuaron las cosas hasta los últimos tiempos de Benabiamir, el cual sustituyó el pago de las tropas por una soldada mensual que se percibía en dine-ro e impuso un tributo sobre las tierras, de cuya cobranza se encargaron las mismas tropas. Estas esquilmaron al pueblo, devastaron sus haciendas y lo dejaron arruinado. Ahuyentáronse las gentes y no fue posible a las tropas seguir explotando los campos [...]107.Según Ahmed Tahiri «al encabezar la cúspi-de del poder a escala local o provincial, la nue-va casta acabó sometiendo a los productores a una serie de obligaciones tributarias», de ma-105 Benaboud, “La economía de al-Andalus”, p. 238.106 Guichard, “Crecimiento urbano y sociedad rural”, p. 160.107 Al-Ṭurṭūšī, Lámpara de los príncipes, tomo II, pp. 92-93.nera que se vieron obligados a trabajar la tie-rra sujetos a prestaciones de todo tipo, lo que alteró seriamente las características sociales de los sectores productivos de la ‘amma rural108. La presión fiscal sobre los campesinos, unida al aumento de la demanda de bienes de consu-mo en los mercados ciudadanos, ocasionó que muchos de esos agricultores arruinados o des-poseídos engrosaran al proletariado urbano, uno de los factores que explica el crecimiento de las medinas en el siglo XI109. Ibn al-Jaṭīb recoge una significativa historia acerca de los peligros que acechaban a los campesinos cuando se les ago-biaba con impuestos en exceso. En concreto trata de un súbdito de Ibn Mardanīš que tenía en los al-rededores de Játiva, «una pequeña finca de la que vivía, pero los impuestos superaron sus ganan-cias y huyó a Murcia, aunque Ibn Mardanīš tenía establecido que, quien huyese ante el enemigo, se le confiscarían los bienes para el tesoro. El hom-bre de Xátiva contaba: cuando llegué a Murcia, huido de mi patria, me coloqué en la construc-ción y llegué a reunir dos mithqales de oro [...]», a lo que siguen diferentes peripecias cuyo hilo conductor es la exagerada carga impositiva que ejerció sobre sus súbditos el Estado mardanisí110. Es decir, el antiguo campesino perdió su tierra por causa de los impuestos y acabó emigrando a la ciudad para convertirse en obrero de escasa cualificación, decisión forzada que solo se toma-ba cuando no quedaba otra salida. En los casos más extremos, la presión fiscal podía dar lugar a que los más desfavorecidos acabaran cayendo en la pobreza, tal y como ha podido determinar Ana M.ª Carballeira: «The situation of social inferio-rity left the poor particularly vulnerable and thus susceptible to injustices like the expropriation of their property by those in positions of power»111.Por consiguiente, el contexto histórico en el que se debe situar la proliferación de la litera-tura geopónica andalusí en el siglo XI es el de la expansión demográfica y económica, uno de cuyos pilares fue precisamente la eclosión de la agricultura comercial y, con ella, la de un tipo de explotaciones vinculadas a propietarios urbanos 108 Tahiri, Las clases populares, p. 62.109 Por ejemplo, Azuar, “Formación de la ciudad”; Bosch, “El siglo XI en al-Andalus”, p. 190; Guichard, “Cre-cimiento urbano y sociedad rural”, p. 164 y ss; Guichard y Soravia, Los reinos de taifas, pp. 186-191 y 200; Jiménez Castillo, “La ciudad y el reino de Murcia”, pp. 177-190; Ma-zzoli-Guintard, Villes d’al-Andalus, p. 187.110 De Epalza y Rubiera, “La sofra (sujra)”, p. 34.111 Carballeira Debasa, “Living on the margins of socie-ty”, pp. 145, 148,
LOSTRATADOSDEAGRICULTURACOMOFUENTEPARAELESTUDIODELAPROPIEDADARISTOCRÁTICAANDALUS
Í15más o menos acomodados112. Esta «revolución» agrícola, presentaría las características de los procesos de comercializaciónntropología comparada, en que las élites no se conforman con las exacciones tributarias, sino que aspiran a incrementar sus ingresos mediante la apropiación de la tierra y la práctica directa de una agricultura orientada a la comercializ
3. De esta
manera, los libros de agricultu-ra andalusíes serían en sí mismos un exponente
del desarrollo tecnológico,
uno de los
aspectos que, junto con el
demográficouentra en la base de toda expansión económica
preindus-trial. De lo expuesto se concluye que estos trata-dos no solo tienen
valor desde el punto de vista botánico, sino que pueden servir como fuente de
información muy valiosa
acerca de unas
cues-thistóricas sobre
las que, por
otra parte, disponemos
de muy pocos
datos, compiedad rústica de la aristocracia andalusí y los modos en
que se explotaba
y se organizaba
el trabajo en
ella, según trataremos
demostrar a continuación.4. El
espacio y el
trabajo agrícola según
los libros de agriculturaLos
libros de agricultura tratan casi todos los aspectos de
las ciencias agrícolas;
no obstante, ahora dejaremos de lado los aspectos
puramente botánicos y técnicos para centrarnos en aquellos más propios de la
historia económica. No preten-demos ser exhaustivos en este análisis, sino
tratar sencillamente de demostrar
que, una vez
ubica-dos estos libros en su contexto histórico, pueden convertirse en una fuente
de información muy
valiosa en relación con la organización y el fun-cionamiento de las
propiedades fundiarias de las elites andalusíes, al menos para el periodo en el
que fueron escritos.4.1. Organización espacialEl autor almeriense Ibn Luyūn, en
su capítu-lo titulado: «Sobre
lo que se
ha de elegir
en la disposición de las huertas (basātīn), sus
vivien-112 Jiménez Castillo y
Simón García, “El
poblamien-to andalusí en
las tierras de
secano”, pp. 215-259;
Jiménez Castillo, “Fincas
aristocráticas en la Murcia islámica”, pp. 749-791, Jiménez
Castillo, “Reales y
rahales de la
Murcia andalusí”, pp. 389-436;
Jiménez Castillo, “La expansión agrí-cola”, en prensa; Malpica Cuello,
“Formación y desarrollo del sistema irrigado en al-Andalus”, p. 55.113 Kautsky,
The Politics of
Aristocratic Empires, p. 291;
Lenski, Poder y privilegio, pp. 201-308.das (masākin) y las casas de labor
(diyār al-bā-diya)», describe cada uno de los elementos que deben formar
parte de una
almunia ideal, a
la que se refiere como bustān
(pl. basātīn), expli-cando cómo han de disponerse los edificios resi-denciales,
así como las diferentes áreas cultiva-das e infraestructuras hidráulicas,
distinguiendo las que tienen un carácter más recreativo de las que son de
naturaleza esencialmente productiva. Explica que las flores y plantas
ornamentales se han de situar
cerca de la
residencia y las
espe-cies utilitarias en áreas periféricas e, incluso, in-dica el tipo
de plantas que han de flanquear los paseos:Para
la elección [del
emplazamiento de] las
vi-viendas de las fincas (basātīn) [se debe considerar un lugar]
en alto (išrāf),
que [facilite] su
protec-ción (ḥifż) y
vigilancia (taʽyiyn). [Las
viviendas] deben mirar
hacia el sur (qibla) y
[han de dispo-nerse] cerca de la puerta [de entrada a
la finca]. La alberca/el zafariche (ṣahrīŷ)
y el pozo
(bi’r) [de-ben situarse] en lo
más alto o, en lugar del pozo, una
acequia (sāqiya), cuyas
aguas corran por
la umbría [...]. Cerca de esta
alberca, se deben plan-tar especies que
no pierdan sus
hojas y que
sean alegres a la vista. A una
cierta distancia de estas, se disponen las flores (anwār) y, tras ellas, los
árbo-les de hoja perenne (wāqy al-ašŷār). En cuanto a las viñas (dawālī), se
deben plantar en los laterales de
la vivienda y, en medio
de todo, que
abunden los emparrados (ʿarā’iš).
Y, en la parte inferior de estos emparrados, que los paseos (mamāšī) rodeen
el jardín (bustān),
cercándolo [...]. La
base de todo
lo que crezca
en un jardín (yubassatinu) es
la proximidad [a
la vivienda], ya
que estará más
cuidado (aṣwan) por esta razón114.Por su parte, al-Ṭignarī indica dónde
insta-lar las aceñas y los zafariches en la finca con el fin de que sean más
efectivos, pero también con el propósito de que el dueño y sus allegados puedan
gozar del relax que ofrece pasear junto a estanques y canales sin tener que
atravesar los huertos. Estos espacios cultivados y resguarda-dos pueden, sin
embargo, ser contemplados des-de esta parte alta de la propiedad. Sobre la
segu-ridad de estos huertos, al-Ṭignarī lo deja claro: si es preciso, que se
protejan más que las casas. Y, por último, nos queda señalar una cuestión de
terminología, a saber, la ‘polisinonimia’ pre-sente en este pequeño párrafo del
geópono gra-nadino, que demuestra que los términos bustān, 114 Ibn Luyūn, كتاب
إبداء الملاحة وإنهاء
الرجاحة في أصولصناعة الفلاحة (Kitāb Ibdā’ al-milāḥa
wa-inhā’ al-riŷāḥa fī uṣūl ṣināʽat al-filāḥa), fol. 49v.
Pedro Jiménez-Castillo / inmaCulada CamareroAl-Qanṭara XLII 1, 2021, e01eISSN 1988-2955 | ISSN-L 0211-3589 doi: https://doi.org/10.3989/alqantara.2021.00116ŷanna y ŷinān se pueden usar indistintamente para denominar una misma zona cultivada:Al-Filāḥa al-Rūmiyya115: al trazar la aceña (sawānī) y el zafariche (ṣahārīŷ) procura que es-tén cerca de las puertas de las huertas (ŷannāt), en un lugar elevado, en la zona más alta de to-dos los huertos (ŷinān), con el fin de que, quien desee contemplar (farŷa) el huerto (bustān), no tenga que atravesarlo. [Esto sucede] cuando [la persona] tiene la intención de entrar en el huer-to (bustān), [y pasear] por los lugares por donde corre el agua y están los zafariches (ṣahārīŷ), por el sosiego (rāḥa) que esto [ofrece]. Cuando todo ello se encuentra cerca de la puerta, no lo tiene que atravesar más que quien tenga la necesidad de hacerlo. El huerto (ŷinān) debe estar preservado del paso de la gente, pero dispuesto para su con-templación. Y, si es necesario, que se protejan los huertos (basātīn) de una manera más fuerte que las viviendas (dūr)116.Más allá de estos huertos ajardinados o es-pacios de regadío junto a las viviendas, en los que se situaban cultivos que unían su valor prác-tico al ornamental, Ibn Luyūn ubica las tierras de labor destinadas plenamente a cultivos de consumo «a cierta distancia de todo lo anterior» reservando una parte de la finca «a la tierra de labor (arḍbayḍā’)117, para que se siembre lo que uno quiera que brote»118. Todos los elementos que según los libros de agricultura forman parte de estas fincas son los 115 El texto de Casiano se tradujo directamente del grie-go al árabe en el s. VIII con el título de al-Filāḥa al-Rūmiyya y constituye una de las fuentes de donde toma información al-Ṭignarī. Véase, para ello, García Sánchez, “Las fuentes citadas en el tratado agrícola de al-Ṭignarī”, p. 209. Como señala Carabaza Bravo, al-Filāḥa al-Rūmiyya solo propone lugares elevados y no próximos a establos y graneros. Véase, “El agua en los tratados agronómicos andalusíes”, p. 28.116 Al-Ṭignarī, Kitāb Zuhrat al-bustān, pp. 94-95.117 Los términos arḍ bayḍā’ o ‘tierra blanca’ hacen re-ferencia normalmente a la tierra inculta y baldía, tanto en los tratados agrícolas como en los jurídicos. Sin embargo, en los histórico-geográficos se alterna este significado con el con-trario, es decir, con tierras fértiles. El geópono Ibn Luyūn es la excepción, pues se refiere con estos términos a la tierra de labor, tal y como también lo vemos en su coetáneo Ibn al-Jaṭīb cuando habla de la tierra de la vega de Granada bañada por el Genil, cuando dice: «No se ha dejado de sembrar (lā yufāriqu al-zarʽ) en la tierra blanca (arḍ bayḍā’), cuyo precio del marjal (ṯaman al-marŷaʽ)es muy elevado, alcanzando los veinticinco dinares de oro». Véase, Al-Iḥāṭa, ed. B. Derradji, I, p. 231; ed. ʽInān, I, p. 125. Asimismo, consúltese, Jiménez Castillo, “Reales y rahales de la Murcia andalusí”, p. 411.118 Ibn Luyūn,(Kitāb Ibdā’ al-milāḥa wa-inhā’ al-riŷāḥa fī uṣūl ṣināʽat al-filāḥa), fol. 49v.mismos que conocemos a través de otras fuentes, como, por ejemplo, los modelos ideales conteni-dos en los formularios notariales, lo que no deja lugar a dudas acerca del tipo de propiedad del que estamos tratando. Así, según Ibn al-ʽAṭṭār:Si el objeto de toma de posesión fueran fincas (amlāk) [...] has de decir: de todas las fincas des-critas y cuyos límites han sido especificados en este escrito, sitas en tal alquería (qarya) de tal región de la circunscripción de Córdoba (o de tal provincia). La descripción de estos [bienes inclu-ye] una casa (dār) con tales límites, un muladar (dimna) de tierra con tales límites, un fundo (ḥaql) con tantos límites, un viñedo (ḥadiqa aʽnāb) con tales límites, una almazara de aceite (maʽzara li-l-zayt) con tales límites, tantos y tantos pies de olivo (aṣlan min šaŷar al-zaytūn) en tal lugar de la alque-ría (qarya) conocida por tal119Era importante que esta propiedad estuviera cercada; al respecto, Ibn Luyūn afirma: «Resul-ta excelente proteger la finca (bustān) con una tapia (ḥā’iṭ) que la rodee totalmente»120; incluso que se empleen algunas especies de árboles que contribuirían a su protección y aislamiento:En los límites [de la finca, se plantan] árboles como la higuera (tīn) u otros semejantes que no causen ningún perjuicio. Todos los grandes fruta-les deben plantarse en la parte norte, con el fin de que protejan del viento del norte todo lo que allí haya plantado o instalado (aqwām), y sin que lle-guen a tapar el sol cuando empieza a calentar121. Por el geópono Abū l-Jayr sabemos que no solo se cerraban con muros los huertos y los viñedos, sino también las grandes fincas (fadā-dīn). Él dirá: «Te diriges a un campo (faddān) que hayas vallado totalmente con un seto (bi-si-yāŷ) o muro (aw ḥā’iṭ) [...]»122.Aparte de las obras geopónicas, los tratados jurídicos también hablan de los cercados, reali-zados con vallas, muros o setos, los cuales te-nían varias funciones: como delimitadores de la propiedad, como medio de adquisición de las 119 Ibn al-ʽAṭṭār, Kitāb al-waṯā’iq wa-l-siŷillāt, pp. 520 ár. / 781 trad.120 Ibn Luyūn,كتاب إبداء الملاحةوإنهاء الرجاحةفي أصولصناعة الفلاحة (Kitāb Ibdā’ al-milāḥa wa-inhā’ al-riŷāḥa fī uṣūl ṣināʽat al-filāḥa), fol. 49v. Para consultar los cerramientos (ḥā’iṭ / ḥadīqa / galqa) en al-Andalus, tanto en el huerto como en el jardín (ŷanna / bustān), véase García Sánchez, “Cultivos y espacios irrigados en al-Andalus”, pp. 28-29.121 J. Eguaras no traduce esta última frase.122 Abū l-Jayr, Kitāb al-Filāḥa, pp. 145 ár. / 291 tr.; Gar-cía Sánchez, “Cultivos y espacios agrícolas”, p. 2
LOSTRATADOSDEAGRICULTURACOMOFUENTEPARAELESTUDIODELAPROPIEDADARISTOCRÁTICAANDALUSÍ
17tierras
jurídicamente muertas (mawāt)123, como protectores de los cultivos que había
tras ellos o para evitar los destrozos que pudiera ocasionar el ganado124.
Resguardados también estaban los reales (riyāḍ), propiedades de carácter
aristocrá-tico situados en la periferia irrigada de las ciuda-des y poblados
importantes del Šarq al-Andalus, los
cuales, según Guichard,
comprendían una casa de
recreo rodeada por
un jardín125. La
do-cumentación confirma que estaban vallados me-diante tapias de tierra
y/o setos y que protegían los animales que allí se criaban, así como árbo-les
frutales, hortalizas y aperos126. Otras fuentes textuales que
prueban la existencia
de cercas son las histórico-geográficas, como es el
caso de al-Jušanī y su Historia de los jueces de Córdoba, en donde habla del
cercado (ḥayṭ) de una almunia (munya) propiedad del juez al-Ḥabīb, la cual es-taba
realizada con dos filas de árboles127. Por otra parte, hemos
de recordar que,
para la construc-ción de la huerta de al-Buḥayra en
1171, se com-praron las tierras que rodeaban a los palacios para plantar
olivos, viñas y frutales y, posteriormente, todo el conjunto se rodeó con un
muro hecho de cal, arena y piedras, transportadas estas últimas, al igual que
ladrillos, cal y frutales, por las bestias y esclavos del ʽAmīr al-Mu ́minīn128.4.2.
La casaIbn al ʽAwwām recomienda, citando un pro-verbio (maṯal),«que el labrador
(ṣāḥib al-ḍayʽa, 123 La mayoría de
los juristas andalusíes
consideraba que esta labor vivificadora debía ir acompañada de la
inten-ción de cultivar
en un periodo
corto de tiempo,
ya que, el
cerramiento por sí solo no
era considerado normalmente
un acto vivificador por el que
cualquier individuo pudiera ad-quirir
una tierra muerta.
Véase, Camarero Castellano,
“Las labores vivificadoras como
medio de adquisición de la tierra muerta”, pp. 14-16.124 Al-Qayrawānī,
al-Risāla, pp. 214
ár. /215 tr.
y pp. 270 ár. / 271 tr.; Ibn Ḥabīb, Kitāb
al-Wāḍiḥa, pp. 122-123 ár. / 124 tr.; al-Wanšarīsī, al-Miʽyār, VIII, pp.
335-338 y 351-353; Linant de Bellefonds,
EI2, III. s.
v. iḥyā’, p.
1080.Camare-ro Castellano, Sobre el ‘estado de ŷā’iḥa’. Teoría y
práctica jurídica de la calamidad rural y urbana en Al-Andalus, pp.
47-49 y 122.125 Guichard, Les musulman de Valence et la Reconquê-te, II,
pp. 374-379; Guichard, Al-Andalus frente a la conquis-ta cristiana, pp.
504-511.126 Jiménez Castillo, “Fincas aristocráticas en la Murcia
islámica”, pp. 772-773;
Jiménez Castillo, “Reales
y rahales de la Murcia andalusí”, p. 413. 127
Al-Jušanī, Historia de los jueces de Córdoba,
pp. 188 ár. / 234 trad. Ribera.128
Ibn Ṣaḥīb al-Salāt, al-Mann bi-l-imāma,
pp. 189-190.lit.dueño de la finca
rústica)por sí mismo debe visitar freqüentemente su heredad(ḍayʽa), y no
ausentarse de ella,
principalmente en el
tiem-po de las
labores, como la
cava &c. para
que le conste del cuidado y
vigilancia de los jorna-leros»129. El contenido de esta sentencia
confir-ma de nuevo
el tipo de
terrateniente urbano al que
estaban destinados estos libros, y conviene con
la existencia generalizada
de viviendas en las
fincas particulares que debieron de funcionar como segundas
residencias, aspecto que
cono-cemos bien gracias a las fuentes escritas y, sobre todo, a la
arqueología, aunque la mayor parte de las conservadas o excavadas forman parte
de al-munias pertenecientes a diferentes soberanos130.Ibn Luyūn
indica cómo deben
disponerse cada uno de
los componentes del
espacio do-méstico, así como su
entorno inmediato, y cuá-les son sus características principales. En primer
lugar, explica cómo debe ser el emplazamiento y la orientación de la casa131:Un
lugar en alto (išrāf) que facilite su protección y vigilancia. Debe mirar hacia
el sur y [ha de dis-ponerse] cerca de la puerta [de entrada a la finca]En
cuanto a los accesos de la vivienda132:Debe
tener dos puertas,
para que esté
más prote-gida y sea mayor la
tranquilidad del que la habita. [...]
La puerta principal
tendrá bancos (maṣāṭib) y
a su alrededor
(ḥawla-hu) un zaguán
(raḥaba) proporcional [al edificio]No
es de extrañar
que el autor
incida en la
presencia de los
bancos del zaguán,
pues este tipo
de elementos permitían
descansar a los
que esperaban a
ser recibidos en
el interior de la
casa, pero también servían para que el dueño contara con un espacio en el que despachar
con clientes, arrendatarios o
jornaleros, sin necesi-dad de hacerlos pasar a los espacios
más priva-dos133. También contempla la existencia de unas dependencias para
huéspedes próximas al
nú-cleo principal, pero individualizadas, con el fin 129 Ibn al-ʽAwwām,
Libro de agricultura, I, p. 4.130 Véase Navarro Palazón y Trillo San José
(ed.), Al-munias. Las fincas de las elites en el Occidente islámico: po-der,
solaz y producción.131 Ibn
Luyūn,كتاب إبداء الملاحةوإنهاء
الرجاحةفي أصولصناعة الفلاحة
(Kitāb Ibdā’ al-milāḥa wa-inhā’ al-riŷāḥa fī uṣūl ṣināʽat al-filāḥa), fol. 49v.132
Ibn Luyūn,كتاب إبداء
الملاحةوإنهاء الرجاحةفي أصولصناعة الفلاحة (Kitāb Ibdā’ al-milāḥa
wa-inhā’ al-riŷāḥa fī uṣūl ṣināʽat al-filāḥa), fol. 49v.133 Navarro Palazón y
Jiménez Castillo, Siyāsa, pp. 216-217.
Pedro Jiménez-Castillo / inmaCulada CamareroAl-Qanṭara
XLII 1, 2021, e01eISSN 1988-2955 | ISSN-L 0211-3589 doi:
https://doi.org/10.3989/alqantara.2021.00118de preservar la intimidad de los
que allí se alo-jaran, que suponemos se organizarían como un núcleo doméstico
en torno a un patio central134:En la parte baja de la finca (bustān) [se
construi-rá] una morada
(manzil) con su
[propia] puerta para huéspedes o para los amigos más íntimos,
así como un zafariche (ṣahrīŷ). Estará rodeado de ár-boles para que quede
oculto a quien desde arriba lo
mire. Todos los aposentos [se
construirán] en uno o dos lugares [de la finca] que estén sin
ocu-par, y quedarán ocultos y protegidos135.Otro elemento
singularizado con respecto
a la casa y sobre el que,
efectivamente, existen al-gunos testimonios documentales, arqueológicos e
incluso iconográficos, es la torre residencial (que Ibn Luyūn llama burŷ
suknà), en donde se-guramente se combinaba este uso con el defen-sivo136. La
recomendación de este
autor acerca de
la conveniencia de
proteger las residencias
campestres con una torre creemos que debe ser situada en
su contexto cronológico,
es decir, a
comienzos del siglo
XIV, cuando existían
fun-dados temores a
las incursiones cristianas
ene-migas a las ciudades de al-Andalus. Esta situa-ción política
era muy diferente
de la existente
en época califal,
lo que explicaría
la ausencia de este tipo de fortalezas asociadas a las
almu-nias que conocemos
por las fuentes
escritas y arqueológicas del entorno de la Córdoba del
si-glo X. A
partir del siglo
XI su presencia
debió de ser
cada vez mayor,
a medida que
se incre-mentaba la
inseguridad y el riesgo de
algaras. Por ejemplo, en el valle
del Ebro abundaban los pequeños
establecimientos para unas
pocas fa-milias de campesinos que
casi siempre contaban con torres, lo que explica la frecuencia de topó-nimos en
burŷ, y a todos ellos se les denominó en las fuentes latinas posteriores a la
conquista con el nombre de «almunias». A fines del siglo XV, sabemos que las
torres eran muy numerosas en el entorno
de las ciudades
nazaríes. En este
sentido, Münzer escribe que la vega de Granada inmediatamente después
de la conquista
caste-llana «tiene huertos
irrigados por acequias
lle-134 Ibn Luyūn,كتاب إبداء
الملاحةوإنهاء الرجاحةفي أصولصناعة الفلاحة (Kitāb Ibdā’ al-milāḥa
wa-inhā’ al-riŷāḥa fī uṣūl ṣināʽat al-filāḥa), fol. 49v.135 J. Eguaras no
traduce la última frase. Tampoco re-coge
correctamente el término
mawḍiʽayni, forma dual
de mawḍiʽ, ‘lugar’, al no incluir
la ʽayn. Véase, Tratado de Agri-cultura (1988), p. 273.136 Jiménez Castillo,
“Fincas aristocráticas en la Murcia islámica”, pp. 775 y 779; Jiménez Castillo,
“Reales y rahales de la Murcia andalusí”, pp. 415-418.nos de
casas y de
torres, habitados durante
el verano»137. Con
relación a Baza,
Hernando del Pulgar
escribía lo siguiente:
«avia mas de
mill torres pequeñas, porque cada
veçino de aquella çibdat que tenia en ella alguna parte, facia vna torre
cercana a sus arboles; y aquello que le per-tenecía regaua con açequias»138.4.3.
Jardines y huertos ornamentalesEn torno a la residencia principal, se encuentra
la parte más cuidada de la finca, que se denomi-na en términos jardineros
«huerta de primor»139, área bien dotada de agua en la que conviven las plantas
de puro ornato con los cultivos produc-tivos
que también tienen
valor estético, como,
por ejemplo, los cítricos. Es igualmente la zona verde más privada por
su proximidad a la mora-da de los propietarios, por lo que también debe contar
con cerca propia e incluso barrera vegetal que la aísle de otras áreas
productivas de la finca y de los trabajadores que faenan en ellas. Así lo
demuestran los ejemplos conservados en el Ag-dāl de Marrakech y en el
Generalife, así como este texto de Ibn Wāfid, si nuestra interpretación es
correcta140:Si quieres disponer
un huerto (bustān),
escoge un lugar
adecuado de agua
corriente, y que
se halle en vecindad con las gentes para hacerles
compañía (li-yakun qarīban min masākin al-nās muṣāḥabatanla-hum), pues
los huertos más
hermosos (aḥsan al-basātīn), más
recreativos (anzah) y más útiles
(anfaʽ) son los que están próximos (qarīban) [a la vi-vienda]. Dispón la
plantación de árboles altos como el plátano oriental, el ciprés, el pino, el
sauce, el no-gal, el avellano y otros semejantes junto a los mu-ros del
huerto (ḥawā’iṭ al-bustān), hasta
rodearlo completamente, y así
será más bello (aḥsana) [...]El texto es dudoso puesto que no especifica si los
huertos en cuestión se encuentran próximos a la casa, como nosotros nos
inclinamos a pensar, 137 Münzer, Viaje por España y Portugal, p. 105.138 Del
Pulgar, Crónica de los señores Reyes Católicos, p. 339.Valo139 En las almunias
palatinas mejor conservadas, es po-sible
distinguir de manera
muy clara estas
«huertas de pri-mor»,
bien individualizados con
su propia cerca,
que en el
Agdāl se corresponde con el recinto Dār al-Hanā’ y, en el Ge-neralife de
Granada, con la Huerta Grande (Navarro Palazón y Puerta
Vílchez, “Las huertas
de Marrakech en
las fuentes escritas”,
p. 287; Navarro
Palazón y Garrido
Carretero, “El paisaje
periurbano de Marrakech”,
pp. 244 y
254; Navarro, Garrido y Almela, “The Agdal of Marrakesh.
Part II”, p. 31.140 Ibn Wāfid,
Compendio de Agricultura
en Ibn Ḥaŷŷāŷ, al-Muqniʽ, pp. 35 ár. /218-219 trad.
LOSTRATADOSDEAGRICULTURACOMOFUENTEPARAELESTUDIODELAPROPIEDADARISTOCRÁTICAANDALUSÍ
19o
a la ciudad, lo que cambiaría la interpretación sustancialmente. No obstante,
creemos que solo puede hacer referencia a la vivienda, pues de un huerto privado,
aunque esté cerca
de la urbe,
no se podría afirmar que hace compañía a las gentes, ni tampoco es
cierto que los huertos más hermosos y recreativos sean los más próximos a
las medinas; sin
embargo, estas características sí se pueden predicar de los huertos
ajardinados que, de existir, siempre se situaban, lógicamen-te, junto a la
vivienda de los propietarios.Otra prueba indirecta de la atención que los
geóponos ofrecen a los jardines y huertos orna-mentales que junto con las
extensiones dedica-das a la agricultura orientada al mercado forma-ban parte de
las almunias, son las páginas en las que
se ocupan de
las plantas aromáticas
por el placer
que dan a
los sentidos de
la vista y
del olfato141.Al-Ṭignarī
diferencia los parrales que se plan-taban sobre los andenes elevados o
paseadores, que debían asociarse a armazones o emparrados para que se pudiera
pasear por debajo de ellos, de los que se situaban en los jardines en hondo que
los rodeaban llamados arriates (riyāḍāt), los cuales podían ser más bajos, ya
que no estaban en espacios destinados a la circulación:En las
grandes almunias (al-munà al-kibār), las
horcas o pértigas deben colocarse sobre los paseos de forma que
sobrepasen la altura de las personas que
circulen por ellos.
En el caso
de los jardines
(riyāḍāt) y en
aquellos lugares en
los que nadie
pasee por debajo de las parras (dawālī), estas que-darán a la altura de
los que caminen a su alrededor por los andenes, dejando entre los racimos de
uvas y la cabeza de quien vaya paseando un espacio no inferior a dos palmosEn
relación con los cultivos y su utilización con vistas al esparcimiento, Abū
l-Jayr explica en su tratado cómo manipularlos para conseguir formas insólitas.
Estas esculturas vegetales eran otro de los elementos propios del huerto de
pri-mor situado en
la zona cercana
a la residencia
principal de las almunias, aunque también flan-quearían los caminos que,
desde las puertas de 141 Véanse, para ello, Ibn Ḥaŷŷāŷ, al-Muqniʽ fī l-filāḥa,
pp. 120-122 ár / 325-327 trad.; Ibn al-ʽAwwām, Kitāb al-Fi-lāḥa, I, pp.
248-252, 303-313; II, pp. 266-274 y 280-294; Ibn Baṣṣāl, Libro de
Agricultura, pp. 163-172
ár. / 207-219
tr.; Ibn Luyūn,كتاب
إبدأالملاحةوإنهاء الرجاحةفي أصول صناعة الفلاحة(Kitāb Ibdā’
al-milāḥa wa-inhā’ al-riŷāḥa
fī uṣūl ṣināʽat al-filāḥa),fols 43r y 43v; Ibn Luyūn,
Tratado de Agricultura(1988), cap. 140, pp. 173-176 ár. / 263-264 tr. Joaquina
Egua-ras; Ibn Baṣṣāl, Libro de Agricultura, pp. 181 ár. / 230-231 tr.la finca,
se dirigían hacia la residencia principal. El autor sevillano dice al respecto142:A
veces se componen formas insólitas (aškāl garī-ba) en el huerto (bustān): una
de ellas consiste en tomar una caña
dura, limpiarla y hacer con
ella unos cinchos torneados del
grosor de la pierna del hombre [...], y se ponen de pie en diversos lugares del
huerto [...], y se siembra a sus pies granos de índigo [...].
Cuando germinan, las
ramas se en-ganchan
a estos cinchos,
se trenzan alrededor
de ellos y los cubren
hasta el punto
de no verse
la caña en absoluto, de forma que
se ve una especie de columna que se eleva sobre las plantas verdes,
especialmente cuando florece,
y permanece así todo el período estival (al-ṣaīf
kullu-hu) [...]. Lo mismo se hace (hakaḏā yuṣnaʽ) en los pabellones (al-qibāb)
y en los corredores (al-aziqqa) hechos de caña (al-maṣnūʽa min al-qaṣab).De la
misma manera que los emparrados pro-tegían del sol y del relente, para
disfrutar apropia-damente de los huertos y jardines era conveniente la
existencia de pabellones de madera o de obra en medio del área cultivada,
normalmente sobre los andenes o paseadores que la cruzaban o con-torneaban. A
ellos se refiere Ibn Luyūn143:En el centro del huerto (bustān) debe haber un
pa-bellón (qubba) para poder sentarse y conversar (li-l-muŷālasāt)144, desde
donde se pueda ver en todas las direcciones, pero en el que no se oiga lo que
se dice para todo aquel que entre, y en el que no se deje de prestar atención a
la persona que se dirija hacia él. Se deben poner rosas que trepen por [el
pabellón], así como arrayán y todo lo que adorne la tierra de un huerto (arḍ
al-bustān).4.4. Las infraestructuras hidráulicasAdemás de
extensiones variables de
espa-cios destinados a
la agricultura de
secano, las grandes fincas agrícolas, y las almunias en
par-ticular, también contaban de manera preferente 142 Abū l-Jayr, Kitāb
al-Filāḥa, pp. 284-285
trad. / 137 ár.143 Ibn Luyūn, كتاب
إبداء الملاحةوإنهاء الرجاحةفي
أصولصناعة الفلاحة (Kitāb Ibdā’ al-milāḥa wa-inhā’ al-riŷāḥa fī uṣūl
ṣināʽat al-filāḥa), fol. 49v.144 J.
Eguaras leyó al-muŷālasāt en
lugar de li-l-muŷālasāt, por lo que no consideraremos
únicamente que el pabellón tenía asientos,
sino también su
utilidad. Así pues,
la finalidad de este pabellón podría ser tanto un lugar de re-unión
donde poder conversar con familiares y amigos, como un espacio
donde recibir a
visitantes distinguidos. Véase
en Kazimirski, I, p. 315 la Forma
III de este verbo ŶLS: «Être assis en compagnie de quelqu’un».
Pedro Jiménez-Castillo / inmaCulada CamareroAl-Qanṭara
XLII 1, 2021, e01eISSN 1988-2955 | ISSN-L 0211-3589 doi:
https://doi.org/10.3989/alqantara.2021.00120con
áreas en las
que se practicaban
de manera intensiva los cultivos irrigados
artificialmente. A diferencia de los sistemas hidráulicos vincu-lados a las
alquerías campesinas, que se caracte-rizaban por el aprovechamient o de los
recursos naturales y la
economía de medios,
los de las
fincas de las élites disponían frecuentemente de infraestructuras relativamente costosas
como evidencia de
la capacidad de
movilizar recur-sos por parte de
sus dueños y de los beneficios esperados de esas inversiones. Se trata, sin
em-bargo, de una hidráulica de rango medio puesto que en
los libros de
agricultura tampoco están
presentes las grandes obras de ingeniería aplica-das al riego de las fincas
de los sultanes, como, por ejemplo, las presas de derivación y acequias
que daban servicio
a las propiedades
nazaríes del cerro del Sol en
Granada145; los acueductos e ingenios asociados a la Alcazaba de Almería146y a
la Buḥayra de Sevilla147; los albercones
de las almunias califales como la
Rummāniyya148 y los del entorno del Castillejo de Monteagudo en Murcia149;
diques como el que mandó construir en la garganta del Ciervo Ibrāhim ḅ. Hamušk,
el señor de Segura y lugarteniente de Ibn Mar-danīš150; o
los complejos sistemas
de galerías drenantes y estanques de las almunias del
alfoz de Marrakech151. En los tratados de agricultura son frecuentes las referencias
a los diferentes
elementos que permitían
la captación, conducción
y distribu-ción de los recursos
hídricos, acerca de los cua-les Ibn Luyūn dice152: «El zafariche (ṣahrīŷ) y el
pozo (bir’) [deben situarse]
en lo más
alto. O, en
lugar del pozo,
una acequia (sāqiya),
cuyas aguas corran por la
umbría».145 Orihuela Uzal y
García Pulido, “El
suministro de agua en la Granada
islámica”.146 Así lo refiere al-ʽUḏrī. Véase, Nuṣūṣ, p. 85.147 Valor Piechotta
y Jiménez Hernández, “Las almunias de
la Sevilla almohade:
Buhayra y Aznalfarache”, pp.
323-342.148 Arnold, Canto García,
y Vallejo Triano, Munyat ar-Rummānīyya.149 Navarro
Palazón y Jiménez Castillo, “Aproximación al estudio del Castillejo de
Monteagudo”, pp. 447-451.150 Salvatierra y Gómez, “La presa de la Garganta del
Ciervo”, p. 309.151 Navarro Palazón y
Garrido Carretero, “El
paisaje periurbano de Marrakech”. Véanse estos y otros ejemplos en
la monografía coordinada
por Navarro Palazón
y Trillo San
José, Almunias. Las fincas de las élites en el Occidente islá-mico.152
Ibn Luyūn,كتاب إبداء
الملاحةوإنهاء الرجاحةفي أصولصناعة الفلاحة (Kitāb Ibdā’ al-milāḥa
wa-inhā’ al-riŷāḥa fī uṣūl ṣināʽat al-filāḥa), fol. 49v.También al-Ṭignarī
aconseja instalar las ace-ñas (sawānī) y los zafariches (ṣahārīŷ) en la par-te
más alta de la finca, con el fin de que posibilite el suministro de agua al
resto de los huertos153:Lo primero que se necesita cuando se quiere poner
en funcionamiento una
aceña (sāniya) en
la tierra que se desea regar, con el fin de que el agua
de esta aceña atraviese toda
esta tierra, es
tener en cuenta
cuál es la parte más alta del huerto (bustān), ya que, lo que se ponga
en la parte más baja del mismo, no puede regar con sus aguas [el resto del
huerto].Ibn al-ʽAwwām recoge una parte de ese frag-mento para indicar en qué
parte del huerto (ŷan-na) se ha de ubicar el pozo154:[...] que se procure hacer
el pozo en lo más alto de la huerta (ŷanna) ó del huerto de hortalizas
(mab-qala), cerca de la puerta ó en medio de él, si fuere posible; lo primero,
para que de allí se pueda regar todo; y lo
segundo, para que
los que entraren,
le tengan inmediato.Obviamente, la
posición elevada que
reco-miendan los geóponos tiene como objetivo facili-tar el riego de los
cultivos por gravedad. Esta par-ticularidad se aprecia igualmente en Ibn Baṣṣāl
quien, en su
estudio de los pozos,
trata además otras
cuestiones, como son
el lugar idóneo
para abrirlos, el
modo de hacerlo
dependiendo de la
lejanía o cercanía a un río, el mes más propicio, los indicios que
señalan si hay aguas subterráneas cerca
del lugar elegido,
el modo de
montar las aceñas
y la distancia
que hay que
respetar entre pozo y pozo para que no se vean afectados en
el caudal o en la calidad de su agua155. Los
elementos destinados a
la captación, conducción
y almacenamiento de
agua tenían una
finalidad eminentemente agrícola
y con-suntiva. Pero también
servían con fines hedo-nistas, como explica al-Ṭignarī: «[Y pasear] por los
lugares por donde corre el agua y están los zafariches (ṣahārīŷ),
por el sosiego
(rāḥa) que esto [ofrece]»156. Así lo demuestran también
las referencias de Abū l-Jayr y de al-Ṭignarī a algu-nas plantas
que se cultivaban
alrededor de los 153
Al-Ṭignarī, Kitāb Zuhrat al-bustān, pp. 94-95.154 Véase, Ibn al-ʽAwwām, Libro
de Agricultura, I, p.
144. Este autor dice que lo ha tomado “de Ibn Baṣṣāl y de otros”.155 Ibn
Baṣṣāl, Libro de Agricultura, pp. 223-228
trad. / 174-179 ár. Parte de sus
comentarios son recogidos por Ibn al-ʽAwwām. Véase el capítulo que este geópono
dedica a la apertura de los
pozos en los
huertos (ŷannāt) y
en las casas
(diyār) en Libro de Agricultura, I, pp. 142-147.156 Al-Ṭignarī, Kitāb
Zuhrat al-bustān, pp. 94-95.
LOSTRATADOSDEAGRICULTURACOMOFUENTEPARAELESTUDIODELAPROPIEDADARISTOCRÁTICAANDALUSÍ
21lugares donde
se hacía presente
el agua, como
es el caso
del serbal (gubayrā’),
un árbol uti-lizado normalmente como planta ornamental157.
Así, según Abū l-Jayr158: «Se planta
alrede-dor de los aljibes (ṣahārīŷ), los (ābār) y las ace-quias (sawāqī)
para que, cuando aparezca el que llegue
a beber agua,
quede frente a
él y halle
extraordinario el perfume de su flor y la belle-za de su fruto». Y,
citado por Ibn al-ʽAwwām, al-Ṭignarī dijo que este árbol: «Se planta junto á
los estanques (ṣahārīŷ) por su elegancia ó her-mosura de su flor al
desplegarse»159.4.5. La ganadería y los establosEn las almunias se criaba
ganado con fines co-merciales y también para la explotación agrícola, pues los
animales se empleaban
principalmente para el tiro del
arado, así como para la obtención de su estiércol que era fundamental para
abonar los cultivos160. Casi
todos los tratados
agrícolas andalusíes dedican
páginas enteras a
citar los beneficios del estercolamiento, señalando cuáles
son los mejores para cada cultivo y dando detalles de cómo se prepara y cuál es
el momento óptimo para estercolar161. No obstante, solo se conservan datos
zootécnicos en los tratados de Ibn Wāfid y de Ibn al-ʽAwwām162. El primero se
ocupa del ga-nado vacuno, lanar y caballar. También le intere-sa el tratamiento
de sus enfermedades, la protec-ción de plagas, el forraje conveniente, la
elección de la dehesa y el tiempo del apareamiento. Otras especies de las que
trata son las abejas, palomas, gallinas, ocas,
pavos reales y
perdices, a todas 157
Consúltese, para ello, Carabaza Bravo et al.,Árboles y arbustos de al-Andalus,
pp. 135-136.158 Abū l-Jayr, Kitāb al-Filāḥa, p. 266 trad. / 110 ár.159 Ibn
al-ʽAwwām, Libro de Agricultura, I, p. 325.160 Véase, a modo de ejemplo, Libro
de Agricultura de Ibn al-ʽAwwām, I, cap. II, pp. 98-134.161 Véase, Ibn
al-ʽAwwām, Libro de Agricultura, I, cap. II, pp. 98-134; Abū l-Jayr, Kitāb
al-Filāḥa, pp. 86-87
ár. / 249-250 tr.; Ibn Baṣṣāl, Libro de
Agricultura, pp. 55-60 trad. / 49-53 ár.; al-Ṭignarī, Kitāb Zuhrat al-bustān,
pp. 74-78; Ibn Luyūn,كتاب إبدأالملاحةوإنهاء الرجاحةفي أصول صناعة الفلاحة (Kitāb
Ibdā’ al-milāḥa wa-inhā’ al-riŷāḥa fī uṣūl ṣināʽat al-filāḥa), fols. 7r-9r; Ibn
Luyūn, Tratado de Agricultura (1988), pp. 66-72 ár. / 208-211 tr.; Ibn Wāfid,
Compendio de Agriculturaen Ibn Ḥaŷŷāŷ, al-Muqniʽ fī l-filāḥa, pp. 10-11 y 31-32
ár. / 186-187 y 214- 215 tr.; Ibn Ḥaŷŷāŷ, al-Muqniʽ fī l-filāḥa, pp. 94-95 y
109 ár. / 292-294 y 312-313 tr.162 ElKitāb Zuhrat al-bustān wa-nuzhat
al-aḏhān de al-Ṭignarī (s. XI-XII) parece ser que
constaba de una parte (maqāla) dedicada a la zootecnia y veterinaria, aunque no
se ha conservado. Véase, para ello, García Sánchez, “El tratado agrícola del
granadino al-Ṭignarī”, p. 290, así como de la mis-ma autora, al-Ṭignarī, Abū
ʽAbd Allāh”, p. 458.les dedica un capítulo, ya que las considera útiles y
beneficiosas (manāfiʽ), y dice
que son: «muy
habituales en las
aldeas (ḍiyāʽ) y
en los huertos
(basātīn)»163.Hay que señalar que en dichos tra-tados, siguiendo los
pasos de la geoponimia clá-sica, están completamente ausentes los animales
exóticos o los de uso
cinegético, que eran
habi-tuales en las fincas medievales de los soberanos; se trata,
creemos, de otro indicio que confirma que estos no eran los destinatarios
preferentes de estos libros aunque también se sirvieran de ellos como cualquier
terrateniente.Ibn Wāfid dedica muchas páginas a la cría de palomas en estos
espacios productivos, e in-cluso la presenta de manera más extensiva que Ibn
al-ʽAwwām. La palomina, su excremento, era
muy codiciada entre
los agricultores desde
la Antigüedad. Como señala Julia Carabaza, los agrónomos latinos y del
mundo bizantino ya ha-blaban de su beneficio por su alto poder calorí-fico y
daban detalles de cómo debía utilizarse. Ibn Wāfid recoge tanto este saber
antiguocomo el propio de la cultura
árabo-islámica, si bien,
como concluye la autora, «aunque el agrónomo toledano quisiera dar un
‘tinte clásico’ a sus pa-labras, no hizo en realidad más que acudir a una
fuente de su
mismo entorno cultural
[la fuente zoológico-literaria de mayor peso en la
cultura islámica medieval: el Kitāb al-Ḥayawān de al-Ŷāḥiẓ] y redactar su
capítulo sobre estas aves basándose en ella de manera casi exclusiva»164:Es
necesario adquirir palomas y servirse de ellas constantemente en las labores
agrícolas, dado su beneficioso
estiércol para toda
clase de frutos y
tierras, [...] las
palomas son, pues,
utilísimas (rafq kaṯīr) y
reportan grandes beneficios (manā-fiʽ ŷamma)165.Posteriormente, y dentro del
capítulo dedica-do a los animales que se tienen en casas (buyūt) y huertas
(basātīn), Ibn al-ʽAwwām
habla en primer lugar
de las palomas,
lo que denota
la gran importancia que les
confiere a estas aves dentro de la
explotación agrícola. Según
Ca-rabaza, la existencia
de pasajes idénticos
entre este autor e Ibn Wāfid se
debe al hecho de que usan las mismas fuentes y de que el autor sevi-llano
utiliza la obra agrícola del toledano, aun-163 Ibn Wāfid, Compendio de
Agricultura en Ibn
Ḥaŷŷāŷ, al-Muqniʽ fī l-filāḥa, pp. 66-79 ár. / 259-275 tr.164 Carabaza
Bravo, “Las palomas en la agricultura an-dalusí”, pp. 241-251.165 Ibn Wāfid, Compendio de Agricultura en
Ibn Ḥaŷŷāŷ, al-Muqniʽ fī
l-filāḥa, pp. 71 y 72 ár. / 265 y 266 tr.
edro Jiménez-Castillo / inmaCulada CamareroAl-Qanṭara XLII 1, 2021, e01eISSN
1988-2955 | ISSN-L 0211-3589 doi:
https://doi.org/10.3989/alqantara.2021.00122que nunca haga referencia a ello en
su tratado166. Dice Ibn al-ʽAwwām:Sábete, que las palomas son de grande
utilidad; que hacen compañía; que
su grangería es
necesaria; y que su uso es indispensable en la agricultura
por la utilidad que hay en su estiércol para todos los frutos y las tierras. Es
la palomina indispensable, y no hay cosa que pueda suplirla, y una corta
cantidad de ella hace que no sea necesaria mucha de otros estiérco-les. Son
pues muchas las
comodidades, y muchos
los provechos que hay en las palomas167.Como se aprecia, ambos autores
se muestran decididamente
pragmáticos en sus
consejos al subrayar
explícitamente en sus
obras la renta-bilidad
que las palomas
pueden proporcionar. La información zoológica recogida en estos dos
tratados agrícolas es valiosa, ya que da todo tipo de detalles relacionados con
estas aves y su uti-lización en la
agricultura, ampliando sensible-mente los datos proporcionados por
los autores clásicos, pero aprovechando la información que necesitan en las
diferentes fuentes que tienen a su alcance168.Por su parte, Ibn Luyūn cita la
torre-palomar (burŷ li-l-ḥamām) entre los elementos que debe tener la
almunia, otro indicio
de que la
cría de estas aves era algo más que habitual en este
tipo de fincas: Y si [la finca] está dotada de una torre-palomar (burŷ
li-l-ḥamām) y de una torreta habitable, todo ello la completará a la perfección
(tamām)169.Por ser una
obra de carácter
enciclopédico, Ibn al-ʽAwwām es
quien ofrece más informa-ción sobre los animales presentes en las fincas, al
dedicarle los 5 últimos capítulos de los 35 que componen su obra170. De esta
manera, en el cap. 166 Junto a autores clásicos y al tratado de Ibn Wāfid, como
decimos, Ibn al-ʽAwwām también utiliza para elabo-rar su
apartado sobre las
palomas el Kitāb al-Ḥayawān de al-Ŷāḥiẓ, el libro de
dietética de Abū Marwān Ibn Zuhr y la Agricultura Nabatea.
Véase, Carabaza Bravo,
“Las palomas en la agricultura andalusí”, pp. 240, 245-246
y 251.167 Ibn al-ʽAwwām, Libro de Agricultura, II, p. 701, cap. 34.168 Carabaza
Bravo, “Las palomas en la agricultura an-dalusí”, pp. 252-255.169 Ibn Luyūn,كتاب
إبداء الملاحةوإنهاء الرجاحةفي
أصولصناعة الفلاحة (Kitāb Ibdā’ al-milāḥa wa-inhā’ al-riŷāḥa fī uṣūl
ṣināʽat al-filāḥa), fol. 50r.170 Los capítulos que tratan específicamente los
anima-les son los 31-34. El 35 se ha perdido. Para el estudio de los animales
domésticos, así como de otros de los que se sacaban provecho en las grandes
fincas, según las informaciones ob-tenidas,
entre otras obras,
de los tratados
geopónicos anda-31 trata
la crianza de
animales (filāḥa
al-ḥa-yawān), como el
ganado vacuno (baqr),
las ovejas (ḍām)
y cabras (maʽaz).
El cap. 32
está consagrado a la cría de los
caballos (jayl), mulos (bigāl), asnos (ḥamīr) y camellos (abil). Todos ellos
son utilizados por algunos de los motivos que
ofrece el autor,
principalmente porque sir-ven
para las labores
del campo y
por la como-didad
que ofrecen a la hora
de hacer un
viaje, como el Ḥaŷŷ o
peregrinación a la Meca. Poste-riormente,
recoge una serie
de consideraciones zootécnicas y veterinarias acerca de este
tipo de ganado. El cap. 33 trata del arte de la veterinaria (fann al-bayṭara) y
el cap. 34, como acabamos de ver, de las aves (al-ḥayāwān al-ṭāyr) que
normal-mente se tienen
en la casa
[de campo] (buyūt), en
las huertas (basātīn) y en las aldeas o fincas (ḍiyāʽ,
pl. de ḍayaʽ), como son las palomas (ḥam-mām),
los gansos (iwazz),
las cercetas (burak), los pavos reales (ṭawāwīs, pl. de
ṭāwuws), las ga-llinas (duŷāŷ), pl. de daŷāŷ)
y las abejas
‘de las que dan miel’ (naḥl maʽsal). Ibn al-ʽAwwām
dice en la presentación de este capítulo que se utilizan por el provecho
(manfaʽa) que se obtiene de ellas y también por su hermosura, elegancia o
belleza (ŷamāl). De entre todas estas especies, se detiene en las gallinas171 y
en las abejas172, ya que son las más explotadas para su comercialización. El
cap. 35, aunque perdido, trata de los perros aptos para la caza (kilāb mubāḥ
ittijāḏi-hā li-l-ṣayd) y para [guardar] los sembrados (zarʽ) y el ganado
(māši-ya), según anuncia el mismo autor en su prólogo. Los perros solo estaban
permitidos en las grandes fincas por el beneficio que se obtenía de ellos, a
pesar de considerarse un animal impuro173.Por su parte, Ibn Luyūn, en la
descripción del bustān, también habla de las bestias, centrándo-se
específicamente en los establos y en el lugar idóneo donde
se han de
construir, así como
de los elementos que se debe
disponer en ellos, dis-lusíes, consúltese Álvarez de Morales, “La zootecnia en
los tratados agrícolas árabes”, pp. 81-91.171 Ibn al-ʽAwwām, Libro de
Agricultura, II, pp.
706-717.172 Ibn al-ʽAwwām, Libro de Agricultura, II, pp. 717-731. 173 Efectivamente, en el islam está
prohibido tener pe-rros, ya que se considera un animal impuro, pero está
permi-tido si es para cazar o para guardar una finca, sus sembrados y su
ganado, y siempre y cuando la propiedad esté en despo-blado, sin otras
viviendas alrededor. Por eso, Ibn al-ʽAwwām habla de mubāḥ o lícito, cuando las
menciona, entre las que se encontrarían las huertas (ŷannāt / basātīn), en
donde el pe-rro estaría permitido
al cumplirse todos
los requisitos de
su tenencia.
LOSTRATADOSDEAGRICULTURACOMOFUENTEPARAELESTUDIODELAPROPIEDADARISTOCRÁTICAANDALUSÍ
23tinguiendo los
espacios para las
caballerías de los rediles para el resto del ganado174:El establo
(iṣṭabl) ha de
construirse cerca de
la puerta [de entrada a la finca]
para [uso de] las bes-tias (dawābb), así como para los aperos de labran-za
(ālāt). Y el edificio para el ganado menor o para el mayor (al-dār li-l-ganam
aw li-l-baqar) se debe instalar en la parte más baja [de la finca] o cerca de
donde puedan estar
bajo vigilancia. Deberá
estar rodeado de espacios
cubiertos (buyūt) y techados (saqāyf) para protegerlos del frío y del viento
im-petuoso. Es fundamental que la casa de una alque-ría (al-dārbi-l-qarya)175 tenga
algorfas (guraf) y una
fosa (ḥafra) para el estiércol, siempre que no se tenga el temor [de que cause
algún incidente].Es interesante destacar
también en el
frag-mento anterior la mención a la fosa para el es-tiércol, puesto que
la arqueología viene demos-trando igualmente la proliferación de los campos de
silos destinados a la producción de estiércol (compost) como abono para las
tierras de culti-vo, lo que algunos califican como una verdadera «revolución
sucia»176. El desarrollo de la técnica del abonado, de la que también da
testimonio la atención que se presta en estos libros a la palo-mina, como
antes indicábamos, es
un apartado fundamental en relación con el progreso
técnico y el incremento de la productividad que de ello se derivaba. 4.6. La
organización del trabajo Los tratados geopónicos contienen también referencias
muy interesantes acerca de la orga-174 Ibn
Luyūn,كتاب إبداء الملاحةوإنهاء
الرجاحةفي أصولصناعة الفلاحة
(Kitāb Ibdā’ al-milāḥa wa-inhā’ al-riŷāḥa fī uṣūl ṣināʽat al-filāḥa), fol. 50r.
La arqueología apenas ha aportado información
sobre los establos
de las almunias;
conocemos las caballerizas del
Agdāl (Navarro, Garrido, Torres y Triki, “Agua, arquitectura y poder en una
capital del Islam”, pp. 39 y 40) y el Patio de las Caballerizas del Generalife
(Bermúdez, “El Generalife”, pp. 16 y 17), así como algunos ejemplos
re-lacionados con las
viviendas de una
población mediana de
carácter rural como Siyāsa (Navarro Palazón y Jiménez Cas-tillo, Siyāsa,
pp. 217 y 220); se trata efectivamente de depen-dencias situadas junto a la
entrada de la casa, que comunican con
el patio central
y con el
zaguán o directamente
con la calle, y que cuentan con uno o varios
pesebres.175 Como ya se dijo, normalmente la qarya es un peque-ño poblado
habitado por campesinos independientes, aunque en este
contexto debe entenderse
como una de
esas alque-rías que formaban
parte de la propiedad de un terrateniente. Véase, para ello, Ibn al-Jaṭīb,
Lamḥa, pp. 24-25; Ibn al-Jaṭīb,Al-Iḥāṭa, ed. B. Derradji, I, pp. 232-233; ed.
ʽInān, I, p. 126. 176 Malalana y Morín, “La elaboración de compost en
al-Andalus durante los siglos X-XI”, pp. 118-126.nización del trabajo y la mano
de obra con que se explotaban las fincas aristocráticas, un tema del que sabemos
muy poco, más allá de alguna información
que al respecto
se puede espigar
en textos de otra naturaleza como, por ejemplo, los formularios
notariales o las colecciones de fetuas.Tal y como dijimos anteriormente,
al-Ṭignarī refiere que la musāqāt
era una de
las fórmulas empleadas en la explotación de las fincas a
las que estaban destinados los libros de agricultura. Concretamente, se trata
de un contrato de apar-cería
vinculado a tierras
irrigadas, en donde
se acuerda que el aparcero ponga
todo el trabajo a cambio de una parte convenida de los frutos177. Para los
cultivos de secano,
el contrato tipo
más extendido era
el de la
muzāraʽa, donde el
propietario de la finca concedía su tierra a un agricultor por un
período determinado, en el que tenía lugar la siembra, el cuidado y la siega de
la cosecha. La semilla la ponían ambos contra-tantes o
uno solo, lo
que establecía el
tipo de muzāraʽa
que se acordaba
(a medias, al
tercio, al cuarto y al quinto)178.En los
tratados geopónicos son
frecuentes las referencias
a las contrataciones de
braceros o temporeros,
aconsejando sobre las cualidades que
conviene que tengan
los trabajadores que se
han de emplear en las fincas, así como los capataces encargados de dirigirlos.
Al respecto, Ibn Luyūn señala que: «Para realizar las tareas [agrícolas]
(aʽmāl), se deben elegir jóvenes que escuchen los consejos de los viejos»179.
También al-Ṭignarī incluye en su obra un capítulo dedi-cado a
«la elección de
los trabajadores (ʽum-mālūn) y de los encargados de las
explotaciones agrícolas (ūkalā’)»180.
Por su parte, Abū l-Jayr en su «Capítulo relativo al gobierno de los
jor-naleros (juddām)» se ocupa extensamente de las aptitudes que ha de poseer
el propietario de una finca para lidiar con éxito con sus empleados de manera
que esta buena relación repercuta posi-tivamente en su fortuna. Asimismo, da
detalles de cómo deben ser estos trabajadores y de cómo se han de organizar
para hacer su labor de una manera más eficiente181.177 Véase, Vidal Castro, “La
musāqāt”, pp. 429-451.178 Camarero Castellano, “El concepto del contrato de
aparcería llamado muzāraʽa”, pp. 181-198.179 Ibn Luyūn,كتاب
إبداء الملاحةوإنهاء الرجاحةفي
أصولصناعة الفلاحة (Kitāb Ibdā’ al-milāḥa wa-inhā’ al-riŷāḥa fī uṣūl
ṣināʽat al-filāḥa), fol. 50r. 180 Al-Ṭignarī, Kitāb Zuhrat al-bustān, pp.
103-106.181 Abū l-Jayr, Kitāb al-Filāḥa,
pp. 139-142 ár.
/ 286-
Pedro Jiménez-Castillo / inmaCulada CamareroAl-Qanṭara
XLII 1, 2021, e01eISSN 1988-2955 | ISSN-L 0211-3589 doi:
https://doi.org/10.3989/alqantara.2021.00124Del
mismo modo, en
su capítulo sobre
las capacidades que
conviene que tengan
dichos agricultores, titulado
«Qué hombres deben ser preferidos
para hacer las
labores, plantacio-nes y demás
faenas rústicas», Ibn al-ʽAwwām aconseja182:que sean mozos y jóvenes por ser
los mas fuertes, los mas alegres y expeditos, y los ménos perezo-sos para las
faenas, y que los cavadores sean pa-res. Que el plantador de vides ú otros
árboles, el inxertador y el escamondador sea joven de veinte á treinta años ó
poco mas [...]. En las mangas [ó divisiones] no se han de poner juntos mas de
qua-tro hombres, y si fueren mas, no han de juntarse á trabajar en un sitio
para que [por aquella parte] no se adelante la labor.Era habitual
que los propietarios
delegaran en un
capataz el control
y la vigilancia
de los trabajadores durante el día. Este encargado
de-bía darle el parte al finalizar cada jornada. Ibn al-ʽAwwām al respecto dice183:El dueño
de la posesión
(ṣāḥib al-ḍayʽa) con el
capataz (nāẓir) registrará
las labores después
de concluidas para
tener conocimiento de
quanto se hubiere trabajado; y aunque todo el dia haya
estado ausente, conocerá la diligencia y esmero de los tra-bajadores en
ausencia suya, ó su desidia y floxedad, si hubieren trabajado ménos [de lo que
deben].Cuando los terratenientes no
estaban pre-sentes en sus propiedades
rústicas, a estos ca-pataces se les confiaba la administración de sus
fincas, según la
recomendación de ʽAtabaʽ
b. Abī Sufyān a su encargado, que recoge Ibn al ʽAwwām184:Cuida con
esmero y vigilancia de mi pequeña po-sesión (ṣaʽīr mālī) para que se haga
grande; y no la tengas ociosa quando grande, para que no se haga pequeña»185.También Ibn Wāfid
se ocupa de
este tema en el capítulo titulado
«Elección de los jornale-ros»186, en el que, además de las recomendacio-288 tr.182
Ibn al-ʽAwwām, Libro de agricultura, I, pp. 532-533.183 Ibn al-ʽAwwām, Libro de
agricultura, I, p. 534.184 Ibn al-ʽAwwām, Libro de agricultura, I, p. 4.185
Para este hadiz, véase El Faïz, “L’apport des trai-tés agronomiques
hispanoarabes à l’histoire
économique d’al-Andalus”, p. 419.186 Ibn Wāfid, Compendio de Agricultura
en Ibn Ḥaŷŷāŷ, al-Muqniʽ fī l-filāḥa, pp. 9-10 ár. / 184-185 trad. También se
encuentra en la traducción castellana de esta obra. Véase, Mi-llás Vallicrosa,
“La traducción castellana”, pp. 281-332.nes antes señaladas por los anteriores
geóponos sobre la juventud que estos deben tener para que su labor sea óptima,
aconseja:Si hay un gran número de campesinos, no convie-ne que trabajen juntos
en un mismo lugar porque, cuando lo hacen, hablan mucho y se instruyen
mu-tuamente en diversas tretas y en cómo holgazanear en el trabajo, y debería
existir, entonces, el mismo número de capataces que de campesinos. Deben
agruparse de diez a seis, ni uno más ni uno menos y su trabajo ha de ser
parejo. Colocarás a los que trabajen con el azadón de dos en dos, para que el
holgazán trabaje tanto como el activo y constante, y que
uno de ellos,
de quien te
fíes y al
que des algo por ello, se encargue del otro187.4.7.
Productividad y comercializaciónLos productos cultivados en las fincas que
venimos tratando estaban destinados esencial-mente al
mercado, de manera
que las explo-taciones constituían
una fuente de
riqueza y prosperidad
para sus dueños;
por consiguien-te, es
normal que los
tratados geopónicos de-diquen
mucha atención a
plantas comerciales como la vid. Acerca de los cereales, sin
embar-go, no se extienden demasiado porque, según explican, los procedimientos
son bien conoci-dos por todos.Además, algunos autores relatan técnicas de
procesamiento de algunas
de esas plantas
o de su conservación; por ejemplo, Ibn al-ʽAwwām,
en su cap. 30, recoge una gran variedad de fuen-tes documentales
relacionadas con la
práctica industrial agrícola,
entre las que
se encuentran los geóponos Ibn Baṣṣāl, Abū l-Jayr y
al-Tig-narī. Es un capítulo extensísimo, en el que trata, como él mismo señala,
y entre otros temas, «Del modo de destilar
el agua rosada,
y de hacer
el vinagre y el arrope de las
uvas, el mostazado y semejantes.
Señálense los meses
del año y
las operaciones de
agricultura que es
bueno hacer en cada uno de ellos»188.Como es lógico, una
parte de la producción de las grandes fincas también era reservada para el
autoconsumo, tanto de los cultivos más comu-nes como de otros singulares, cuyo
valor residía 187 Esta última frase de Ibn Wāfid la tomaría años des-pués Abū
l-Jayr. Véase esta cita en Kitāb al-Filāḥa, pp. 141 ár. / 287 tr.188 Ibn al-ʽAwwām, Kitāb al-Filāḥa, II,
pp. 388-428. Ibn Baṣṣāl, Libro de Agricultura, pp. 231 tr.
/181 ár.; Abū l-Jayr, Kitāb al-Filāḥa, pp. 173-185 ár. / 309-317 tr.;
al-Ṭig-narī, Kitāb al-Zuhrat, pp. 119-143.
LOSTRATADOSDEAGRICULTURACOMOFUENTEPARAELESTUDIODELAPROPIEDADARISTOCRÁTICAANDALUSÍ
25en
la ostentación. Por ejemplo, Abū l-Jayr ex-plica algunos
métodos para que
ciertas plantas propias
de verano se
puedan disfrutar también
en el invierno, de manera que tanto los dueños de las
fincas como sus
invitados se quedaran maravillados189:Para la
ruda, el jazmín,
la calabaza, el
pepino, el pepinillo
y otras clases
de hortalizas de
estío se hacen para ellas unos
tejadillos de caña sobre pies de madera
que las protegen
del granizo, y se
encienden diferentes fuegos alrededor, aunque lejos de ellas para transmitirles
aire caliente. Esto solo se hace para que las hortalizas estivales pue-dan comerse
en el invierno
y esto cause
admi-ración tanto a las personalidades (ru’asā’) como a los
invitados (aḍyāf), por lo insólito
(yagribu bi-hi) que resulta.No
obstante, por su
propia naturaleza, los
li-bros de agricultura apenas contienen información sobre la segunda
fase del proceso de explotación agrícola, que sería la comercialización y venta
de los productos. Para
encontrar datos al
respecto, tenemos que acudir a
otro tipo de fuentes docu-mentales,
como las jurídicas.
Así, por ejemplo,
una fetua recogida por al-Wanšarīsī (s. XVI), re-lativa a Ifrīqiya, pero
emitida por el jurista anda-lusí Yaḥyà b. Umar (s. IX), da muestra de ello190:Se
consultó a Yaḥyà: quien trae trigo a la ciudad no se puede saber si es para
venderlo o para con-sumo propio. Respuesta. En este caso, dejaremos que lo
transporte a su
casa. Otra cuestión:
¿Y si alguien que se llevó trigo de su finca
(manzil)191 a su casa, quiere
venderlo, porque le
hace falta su
precio, y enseña
en su mano
una muestra por
el zoco, y por esa muestra se lo
compran los trigue-ros, a condición de medirlo en la casa para luego 189 Abū
l-Jayr, Kitāb al-Filāḥa, pp. 235 trad. / 67-68 ár.190 Al-Wanšarīsī, al-Miʽyār,
VI, pp.
406-422. Este dic-tamen pertenece a un conjunto de fetuas
que, según demos-traron M. ‘A. Makkī y E. García Gómez, constituye el más
antiguo antecedente de los tratados de ḥisba (García Gómez, “Unas ‘ordenanzas
del zoco’ del s. IX”, pp. 253-316, esp. p. 300). Aunque la cuestión formulada
en esta fetua tuviera ori-gen en Ifrīqiya, es de perfecta aplicación en
al-Andalus, ya que, como dice E. García Gómez «el autor era andalusí, los
problemas eran los mismos y el ambiente resultaba en aquella primitiva sazón
muy análogo» (García Gómez, E., “Unas ‘or-denanzas del zoco’ del s. IX”, p.
261, nota 1).191 Uno de los significados de manzil, además de vivien-da,
hospedería, parada y morada, es el de finca, que es el que E. García Gómez y M.
ʽA. Makkī eligen en esta fetua por el contexto y como resultado de la
traducción de la expresión: min mazili-hi ilà bayti-hi, ‘de su finca a su
casa’. Véase la aclaración realizada por el traductor, al respecto de este
tér-mino, en García Gómez., “Unas ‘ordenanzas del zoco’ del s. IX”, p. 300,
nota 2.trasladarlo a sus tiendas? Contestó Yaḥyà: opino que no debe permitirse
al vendedor que lo venda en su casa, y opino que debe trasladarlo a los zo-cos
de los musulmanes.A diferencia de los tratados de ḥisba, las fe-tuas relativas
al alfaquí Yaḥyà b. Umar (s. IX), compuestas
por preguntas y
respuestas, distan mucho de las recomendaciones emanadas de los
almotacenes en los
tratados de los
siglos XI y XII.
En esta ocasión, ante la cuestión presenta-da, el dictamen emitido opta por no
permitir que los dueños de las fincas vendan directamente en su casa el trigo
que han obtenido en sus fincas, sino que deben hacer todas las gestiones
comer-ciales en el mercado. Pero lo que ahora nos in-teresa de esta fetua es
que documenta la figura del dueño de tierras que, además de sus fincas, posee
una residencia en la ciudad en la que mora habitualmente y que comercializa los
productos de su actividad agrícola en el mercado urbano. Es justamente el tipo
de terrateniente que estaría muy
interesado en la
información que aportan
los libros de agricultura para la adecuada explo-tación de sus
propiedades. 5. SíntesisPara situar adecuadamente los libros de agri-cultura en
su contexto histórico es necesario que tratemos
de aproximarnos, aunque
sea breve-mente, a la estructura
de la propiedad de la tierra en el momento
de su redacción,
tarea que, por
otro lado, no es sencilla debido a la escasez de estudios sobre el tema.
Parece probado que la primera «revolución» agrícola en al-Andalus arrancó con
la llegada de los primeros pobladores
orientales tras la
con-quista y se
desarrolló durante la
fase paleoan-dalusí. La
introducción de nuevos cultivos y la expansión
de la tecnología
hidráulica asociada estuvo
a cargo primordialmente de
grupos de campesinos
unidos por lazos
clánico-tribales, desprovistos de
conexiones decisivas con el po-der, los cuales colonizaron amplios sectores del
medio rural e implantaron sistemas productivos, en los que predominaba el
dominio colectivo192. Asentados en alquerías, estos campesinos prac-ticaban una
agricultura orientada al autoabaste-cimiento que generaba los excedentes
mínimos, 192 Guichard, Al-Andalus. Estructura antropológica, pp. 338-458;
Barceló, “El diseño de los espacios irrigados”; Bar-celó, Kirchner y Navarro,
El agua que no duerme, pp. 38-46; Kirchner, Virgili y Antolín, “Un espacio de
cultivo urbano”, pp. 13-14; Trillo San José, Agua, tierra y hombres, pp. 43-48.
Pedro Jiménez-Castillo / inmaCulada CamareroAl-Qanṭara
XLII 1, 2021, e01eISSN 1988-2955 | ISSN-L 0211-3589 doi:
https://doi.org/10.3989/alqantara.2021.00126con el fin de evitar su captura por
parte del Esta-do. Junto al modelo productivos asociado a esas comunidades
campesinas, las crónicas acreditan la
existencia de grandes
fincas situadas en el
entorno de las ciudades, pertenecientes a las fa-milias más poderosas, así como
de propiedades particulares que se extendían por áreas más ale-jadas, lo que
sin duda reducía su valor relativo.En el otro extremo temporal, la estructura
de la propiedad de
la tierra en
época nazarí, que
conocemos mejor gracias a una documentación de archivo árabe y
castellana sensiblemente más rica,
presenta cambios sustantivos.
En torno a las
ciudades predominaban las fincas aristocrá-ticas, así
como las alquerías
y aldeas, algunas
de las cuales estaban habitadas por campesinos independientes y otras
eran propiedad de algún señor. En las zonas plenamente rurales, también la
propiedad gentilicia parece haber sido mino-ritaria frente a la privada,
detectándose la exis-tencia de campesinos enriquecidos e incluso de
terratenientes ajenos al vecindario que empren-dían cultivos comerciales193.
Según Carmen Tri-llo, el cambio de una estructura de la propiedad
predominantemente gentilicia, como sería la de los primeros
siglos, a otra
aldeana y esencial-mente privada, pudo deberse a
factores que fa-vorecieron la pérdida
de vigor de
los lazos de
parentesco como, quizás,
el desarrollo comer-cial y la presión castellana.Entre ambos
extremos, hay efectivamente
indicios que deben
ser tenidos en
considera-ción, con relación
a ese proceso
de cambio en el
dominio de la tierra, que seguramente no fue progresivo ni
homogéneo194. A partir
del s. X, se
detecta el incremento de la propiedad priva-da en el medio rural e, incluso, el
paso a manos de particulares de algunas tierras comunitarias, según parece
desprenderse, por ejemplo, de for-mularios notariales andalusíes, como los de
Ibn al-‘Aṭṭār (m. 1009), Ibn Mugīṯ (m. 1067) y al-Ŷazīrī (m. 1089), en los que
abundan los mo-delos destinados a
negocios entre particulares
y están del
todo ausentes referencias
a propie-dades comunitarias
relacionadas con el
linaje o de
cualquier otra índole.
En los Maḍāhib al-ḥukkām, colección
de fetuas que
recoge casos relacionados
con la actividad
judicial del cadí
ʿIyāḍ (1083-1149), abundan
las referencias a la
progresión de la
propiedad privada, hasta
el 193 Trillo San
José, Agua, tierra y hombres,
pp. 200, 207, 220, 244 y 245.194 Trillo San José,
Agua, tierra y hombres, pp. 180
y 181.punto de que Delfina
Serrano concluye que «la propiedad es individual en la práctica totalidad
de los
casos»195. Así pues,
aunque siguen exis-tiendo
las tierras comunitarias
(mawāt), estas se limitan a ciertas áreas (ḥarim) que
circundan las alquerías y, en cualquier caso, se encuentran sometidas a la presión
de algunos vecinos
que pretenden apropiárselas, incluso
cuando se tra-ta de prados dedicados al pastoreo
intensivo del ganado196. Asimismo, está
registrada en estas
sentencias la expansión de los cultivos privados sobre tierras muertas,
a veces yermas por aban-dono, mediante usucapión o prescripción adqui-sitiva
(ḥiyāza)197, lo que demuestra que este fue uno de los medios empleados para la
formación de propiedad particular.
También la documen-tación cristiana
muestra indicios en
este senti-do; así, por ejemplo,
en el momento previo a la conquista de mediados del s. XIII, la propiedad era
totalmente privada en la huerta de la Murcia andalusí, a
juzgar por la
información derivada del
Repartimiento198. De acuerdo
con los datos
que extrae de la literatura jurídica, Vincent La-gardère detecta que,
entre los siglos XII y XIII, una
parte de los
campesinos en busca
de nue-vas tierras se habrían
apropiado y repartido las tierras comunes de su alquería o los bienes del
Estado, conservando al mismo tiempo el uso y mantenimiento colectivo de los
sistemas de rie-go provenientes de la captura de arroyos, ríos o
manantiales naturales, una
transformación que orientaba
la agricultura hacia
cultivos de rega-dío especulativos e intensivos con mayor
valor añadido199. Por su
parte, Lucie Bolens
también detectó la proliferación
de la pequeña propiedad privada, a partir del final del califato y durante el
periodo de los reinos de taifas, pero no lo atri-buyó a la iniciativa
campesina, como lo hiciera Lagardère, sino al Estado y a los terratenientes,
mediante la venta
masiva de propiedades
y la 195 Ibn ‘Iyāḍ, Mad̲āhib al-ḥukkām, pp 56, 62
y 63.196 Ibn ‘Iyāḍ, Mad̲āhib al-ḥukkām, pp. 66 y 67.197 Por ejemplo, un hombre
había comprado «propieda-des antiguas y nuevas, dentro y fuera de la muralla de
Mála-ga, a saber: casas, tierras incultas, una plantación de higueras y otros
frutales, campos cultivados (ʿamira) y deshabitados
(gāmira), y demás propiedades que constaban a su nombre en la Cora de
Rayya hasta los alfoces (aḥwāz) más alejados de dicha ciudad y sus zonas más
extremas», tierras que él mismo explotaba y cuidaba. (Ibn ‘Iyāḍ, Mad̲āhib
al-ḥukkām, p. 277).198 Manzano Martínez, “Aproximación a la estructura de la
propiedad”, pp. 61-75;Manzano Martínez, “Aproxima-ción a la problemática
histórica”, pp. 489-507.199 Lagardère, “Terres communes et droits d’usage”, p.
53.
LOSTRATADOSDEAGRICULTURACOMOFUENTEPARAELESTUDIODELAPROPIEDADARISTOCRÁTICAANDALUSÍ
27parcelación del
suelo a favor
de los colonos
instalados en el
terreno y personalmente
inte-resados en el rendimiento de sus cultivos200. El declive de
los derechos de
carácter colectivo basados en sistemas de linaje a favor de la
pro-piedad privada de la tierra tendría que ver con la decadencia de la
estructura social clánica a par-tir
del siglo X,
paulatinamente suplantada por
una sociedad «aldeana»,
basada cada vez
más en la familia nuclear y las
relaciones de vecin-dad en el ámbito rural, según parece derivarse de los
trabajos de Guichard201.
Cabe suponer que
una de las
causas de este
proceso sería el
triunfo del Estado omeya en el siglo X, cuando se inició una transición
compleja que finalizó con la imposición,
hacia la época
del califato, de
la formación social
islámica caracterizada por
la hegemonía de
lo privado y
del mundo urbano202.
Seguramente, también tendrían
con-secuencias en este sentido los efectos derivados de la
primera «revolución» verde:
la agricultura intensiva, irrigada y acompañada de nuevos
pro-ductos fue capaz
de generar «local
surpluses», que comenzaron a
fluir hacia el Estado y hacia las elites urbanas, de manera que el aumento de
los rendimientos agrícolas incrementó
el comercio, la
acuñación de moneda,
la demanda de
bienes de consumo y, en última
instancia, la creación de nuevos espacios de cultivo203. El ejercicio de los
derechos de propiedad sobre las fincas agrícolas también acabaría alimentando
el proceso de pri-vatización y concentración
pues, dado que
los dueños podían determinar el
uso de las tierras de-cidiendo sobre la manera de cultivarlas, muchas 200
Bolens, Agronomes andalous,pp. 2-14.201 Guichard, Al-Andalus. Estructura
antropológica, pp. 332-338; Guichard, Les Musulmans de Valence, I, pp. 227 y
228; Guichard, Al-Andalus frente a la conquista, pp. 291-301. Esta situación
quizás no era homogénea en todo el territorio andalusí; por ejemplo, en las
islas Baleares, tardíamente co-lonizadas por los musulmanes a partir de la
segunda mitad del s. IX, todavía en el primer tercio del siglo XIII «el patrón
de asentamiento andalusí –basado
en territorios de
control clá-nico y
en la asociación
a espacios de
cultivo irrigado, com-partidos cuando su tamaño lo permite, o
de disfrute exclusivo por parte de un grupo clánico, cuando no superan las 2 ha
de superficie, y dejando extensas zonas de intersticio, yermas, probablemente
de aprovechamiento silvo-pastoral– es un pa-trón estrictamente tribal y
clánico, donde el concepto de pose-sión individual de tierras no tiene cabida»
(Kirchner, “Ḥuṣūny alquerías”, p. 261).202 Acién Almansa,
“Poblamiento y fortificación”, p. 142.203 Glick, Islamic and Christian
Spain, pp. 61-62.de ellas irían a parar finalmente a manos de aque-llos que
lograran obtener mayor productividad204.En este contexto de transformación de
la es-tructura de la
posesión de la
tierra, la eclosión
de los libros
geopónicos en el
siglo XI está
es-trechamente relacionada con la proliferación de propietarios fundiarios
particulares, principal-mente
ciudadanos con recursos y formación su-ficientes, interesados en los beneficios
crecientes que proporciona una
agricultura basada en los adelantos técnicos de la «revolución verde» y
en un mercado en
expansión debido al
desarrollo demográfico y urbano.
Ellos y no los sultanes se-rían, en términos generales, los destinatarios de
una literatura que no estaría asociada a la multi-plicación de patrocinadores
reales con el estable-cimiento de las taifas, sino a la eclosión de dicho
estamento de terratenientes. Al igual que sucedió en la
Europa occidental durante
la «revolución económica» del siglo XI, las medinas
andalusíes en proceso de crecimiento pudieron absorber la población desplazada
del campo, gracias
al de-sarrollo del comercio y del
artesanado incentiva-dos por el
incremento en la
demanda de manu-facturas y bienes de consumo por parte
de unos grupos relativamente acomodados. Entre ellos se hallaban los
propietarios de tierras enriquecidos e, incluso, los propios sultanes, los
cuales se be-neficiaron precisamente del control de una parte de la
producción agrícola orientada
al merca-do. Por consiguiente, los
tratados de agricultura constituyen una fuente de información histórica muy
valiosa acerca de las características y la or-ganización del trabajo en un
modelo de hacien-das que estaba eclosionando precisamente en el momento en que
se redactaron esos libros, como resultado de los cambios profundos que estaban
teniendo lugar en
relación a la
propiedad de la
tierra y al sistema productivo en general.Fuentes geopónicasTratadosAbū l-Jayr, Kitāb al-Filāḥa. Tratado de
agricultura, ed. y trad.
Julia María Carabaza
Bravo, Madrid, ICMA, 1991.Columela, Lucio
Junio Moderato, Los doce libros de agricultura, trad. Juan
María Álvarez de Sotomayor y Rubio, Madrid, imprenta de D. Miguel de Burgos,
1824.204 Watson, Innovaciones en la
agricultura, pp. 234-236.
Pedro Jiménez-Castillo / inmaCulada CamareroAl-Qanṭara XLII 1, 2021,
e01eISSN 1988-2955 | ISSN-L 0211-3589
doi: https://doi.org/10.3989/alqantara.2021.00128Ibn ʻAbdūn, Sevilla a
comienzos del siglo XII. El trata-do de Ibn ʻAbdūn, trad. y estudio de Emilio
García Gómez y Évariste Lévi-Provençal, Sevilla, Biblio-teca de temas
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Baṣṣāl, Kitāb al-Qaṣḍ wa-l-bayān: Libro de agri-cultura, ed.
y trad. José
María Millás Vallicrosa
y Mohamed ʽAzīmān. Tetuán, 1955 (ed. facs. con estudio preliminar por
Expiración García Sánchez y J. Esteban Hernández Bermejo), Granada, Sierra
Nevada 95, 1995.Ibn Ḥaŷŷāŷ, al-Muqniʽ fī l-filāḥa, ed. S. Ŷarrār y Abā Ṣafīya, ʽAmmān: Maŷmaʽ
al-Luga al-ʽArabiyya
al-Urduniyya, 1982. (La obra de Ibn Wāfid está incluida dentro de esta, en las
pp. 6-84).Ibn Ḥaŷŷāŷ, al-Muqniʽ fī l-filāḥa, intr., est. y trad. con
glosario por Julia
María Carabaza Bravo,
(Tesis Doctoral leída
en 1987), Universidad
de Grana-da, Departamento
de Estudios Semíticos,
1988, [en línea],
disponible en:
<https://digibug.ugr.es/handle/10481/5929>, [consultado el
06/02/2020].Ibn Luyūn, كتاب إبداء
الملاحة وإنهاء الرجاحة
في أصولصناعة الفلاحة
(Kitāb Ibdā’ al-milāḥa wa-inhā’ al-riŷāḥa fī
uṣūl ṣināʽat al-filāḥa)
[Manuscrito], Almería, 1348,
[en línea], disponible
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Manus-cripta:<https://csic-primo.hosted.exlibrisgroup.com/primo-explore/fulldisplay?docid=34CSIC_ALMA_DS21130141780004201&context=L&vid=34CSIC_VU1&search_scope=CAT_BIB_scope&tab=default_tab&lang=es_ES>, [consulta-do el 03/02/2020].Ibn Luyūn, Kitāb
Ibdā’ al-milāḥa wa-inhā’ al-riŷāḥa fī uṣūl ṣināʽat al-filāḥa,ed. y
trad. por Joaquina
Eguaras como Tratado de agricultura, Patronato
de la Alhambra y el Generalife, Granada, 1975.Ibn Luyūn, Kitāb Ibdā’
al-milāḥa wa-inhā’ al-riŷāḥa fī uṣūl ṣināʽat al-filāḥa, ed. y
trad. por Joaquina
Eguaras como Tratado de agricultura, Patronato
de la Alhambra
y el Generalife,
Granada, D.L. 1988.
(Publicaciones del Patronato
de la Alham-bra, 2).Kitāb fī tartīb awqāt al-girāsa
wa-l-magrusāt. Un tra-tado agrícola andalusí anónimo, ed. y trad. Ángel Custodio
López y López, Granada, 1990.Al Ṭignarī,
Kitāb Zuhrat al-bustān
wa-nuzhat al-aḏhān: Esplendor del
jardín y recreo de las men-tes,ed. Expiración García Sánchez, Madrid, CSIC,
2006.CalendariosʽArīb b. Saʽīd, Le Calendrier du Cordoue, Reinhart
Pieter Anne Dozy (ed.), Charles Pellat (trad./anot.), Leiden, E. J. Brill,
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fī l-šuhūr - (tratado sobre los anwā’ y los tiempos - capítulo sobre los
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