IBN QUZMÁN (C.
1078 – 1160)
El poeta cordobés Ibn
Quzmán nació hacia 1078 y murió también en Córdoba en 1160. Por lo que
nos cuentan los autores de su época, Ibn Quzmán era un hombre bastante
atractivo, alto, rubio y con los ojos azules. Tenía también un carácter muy
especial, que refleja en sus poemas: era libertino, burlón, irónico y muchas
veces soez.
Ibn Quzmán vivió en el
Al-Ándalus en la época en la que dominaban los almorávides, muy intransigentes
con los musulmanes que no cumplían los preceptos coránicos, pero él era poco
religioso. Se consideraba un poeta popular y se dedicaba a recorrer Andalucía
recitando y cantando sus poemas.
Fue un hombre de gran
cultura y de evidente dominio de la técnica literaria, pero que en su
cancionero adopta una simpática y personalísima actitud irónica, desenfadada y
despreocupada, satiriza la gravedad de los líricos de la corte, parodia los
tópicos más repetidos y ofrece una alegre y exuberante visión de la calle, de
los medios populares, de las tabernas y de los zocos, componiendo en la lengua
que el pueblo habla y conoce.
El cancionero o Diwan
de Ibn Quzmán que ha llegado hasta nosotros fue descubierto en San Petersburgo
en el siglo XIX. El arabista Samuel Stern divide la producción del poeta
en dos clases. Los zéjeles en forma de moaxajas, que tienen la misma estructura
que éstas, con poemas de entre cinco y siete estrofas, pero sin la jarcha
romance final. Estas constituyen una tercera parte del diwan de Ibn Quzman. Las
otras dos terceras partes son zéjeles propiamente dichos sin límite de
estrofas.
El zéjel estaba escrito
en árabe coloquial andalusí, salpicado de romancismos, lo cual denota el origen
andalusí de esas composiciones que Ibn Quzman lleva a su máxima difusión.
En su producción a
veces se destacan composiciones de infantil delicadeza, como en el que dedicó a
una muchacha llamada Estrellita, cuyas estrofas se cierran con diminutivos, y
donde suena una voz nueva, sin filigranas ni metáforas complicadas y sutiles,
sino con una encantadora naturalidad de canto natural y sin adornos.
Ahora te amo a ti,
estrellita, Laleima.
¿Quién te quiere y por ti muere?
Si me muero, es culpa tuya.
De poder dejarte mi alma,
no rimara esta estrofilla.
¡Yo estoy, matrre, tan silâto,
tan hazîmo, tan penâto!
¿Ves lo largo que es el día?
Sólo cato un bocadito.
Digo a todos: “¡Allah es grande!
Ya no puedo más con ella;
si a la Aljama Verde corro,
vase al Pozo del Chopillo”;
¡Ay, adorno de tertulias,
guapa, sí, e inteligente!
¡No mizcales, sí chinitas,
de volverte leprosilla!
Tus galanes desatinan.
De Babel juntas la magia.
Toda sal de ti se escucha,
si hablas una palabrita.
Y pechitos cual manzanas,
carrillitos como harina,
dientecillos como aljófar
y de azúcar la boquita.
Si el ayuno nos vedases,
si nos dijeras,
hoy la puerta de la aljama
cerraría una soguilla.
Dulce más que el alfeñique,
tú señor eres, yo esclavo.
¡Mi señor, sí! A quien lo niegue,
en el cuello un cachetillo
¿Hasta cuándo más desdenes?
¿Hasta cuándo más celillos?
¡Haga Allah en casa sola
con los dos un hacecillo!
Ibn Quzmán era bien
capaz de escribir cortesana y culteranamente, pero sabe que su originalidad
reside en dirigirse a altos dignatarios de la administración cordobesa en la lengua
de todos y con la sencillez de los más. Al hacerse eco de la vida corriente y
normal en sus múltiples aspectos, en ciertos momentos logra , en pocos versos,
recoger la voz popular, como al dar la fugar y eficaz sensación del
encarecimiento de los alimentos a causa de la sequía.
El amor es su tema
predilecto, la mayor de las veces dirigida a muchachos de toda clase y
condición. También dedica sus zéjeles a mujeres, uniendo el tema amoroso a los
cantos sobre el vino y la fiesta.
Del zoco quiero a un
chico.
De verlo, lo conoces.
Su nombre te diría;
Pero nombrarlo no oso.
Tú, que a la gente matas,
aunque otra cosa digas:
¿Qué almizcle es ése, amigo?
¡Ven, ven, ante el maestro!
¡Por Dios, qué presumido!
Saluda, por lo menos.
Conviene, si te entonas,
que el entonar te siente.
Yo callo y sufro, pero
lo quiero, pese a todo.
Con verlo ya me pasmo.
¿Negar voy lo que es cierto?
De estar ello en mi mano,
lo que celar no puedo.
¡Ay, tú, el de los achares
y los celillos dulces!
¿Por qué me gusta hablarte,
cuando ese hablar me mata?”
¡Ay, corazón, aguanta.
No te escapes nunca!”.a
¡Por Dios, bien sufre el pobre!
Vigor y ayuda dale.
El de los ojos garzos,
el de las cejas finas
me llama su criado:
verdad es lo que dice.
Mas, siendo sus esclavos
poetas y escritores,
ni va eso en mi desdoro suyo.
¿Por qué va a ser afable,
por qué va a hacerme caso,
si al verlo dos mujeres,
y ver su airoso talle,
le dijo la una a la otra:
“¡Que el Allahl de amor te aqueje,
y que con él te acuestes!”;,
y “¡Sí, sí!”;, la otra dijo?
Más Súna está más cerca.
No esponjes, si saluda,
porque a la gente engaña
con sus palabras dulces.
Parécete inocente
si tira de las riendas,
y así, su cepo tiende.
¡Quien cae en él bien grita!
Por él ardo de día;
De él hablo por la noche.
Desde que di en amarlo
tan solo eché una siesta.
Trocarle tengo urdido
un zéjel por un beso;
mas, si antes me lo diera
del trueque, ¿mal habría?
Acorta tu poema;
dejarlo has terciadillo.
Besar tus dedos quiero,
ay hijo del más noble.
Mas no me gustaría
que nadie se enterara.
Todo en mi contra sale:
lo que tú cueces, aso.
¿Ay, déjame esta noche
que goce y pegue brincos,
que de placer me embriague
y que amanezca turbio!
Soto de Ben Abî-l-Hazz
Waskî bebió conmigo.
Pegar no pude ojo,
sirviéndote y bebiendo
Completo queda el zéjel,
que me salió del alma.
Babel me dio su magia,
Y es un montón de perlas.
Oirás que dicen todos:
“¡Cosa es genial amigo!”;,
y se ha de alzar…..
…… cuando lo cante.
Acusado de impiedad,
Ibn Quzmán fue encarcelado, de lo que le salvaron sus amigos. En este doloroso
trance escribió dos zéjeles de impresionante verismo, en los que se lamenta por
hallarse en una vil cárcel, rodeado de ladrones y de malhechores, temeroso de
la presencia de los verdugos y aislado de sus buenos amigos, a quienes le prohibía
visitarlo.
Ibn Quzmán era un
hombre poco proclive a la gloria militar. Cuando el visir Avenzoar emprendió
una campaña contra Alfonso I de Aragón, el Batallador, el poeta celebró la
empresa bélica, pero confesando que ni de pequeño ni de mayor entendió nada de
guerras, y que no es capaz de determinar cuál de los guerreros fue más
valeroso, pues él solo es capaz de juzgar si un verso es bueno o no. Esta
campaña terminó con la victoria musulmana de Fraga (año 1134), en la que murió
Alfonso I; y nuestro poeta escribió sobre este suceso otro zéjel, en que el rey
aragonés es designado, a la manera árabe, Ben Rudmir, “el hijo de Ramiro”.
Ibn Quzmán se
enorgullece muy a menudo de su arte, de su capacidad de improvisación y de la
fama que han alcanzado sus versos, que se han divulgado incluso en el lejano
Iraq, y asimismo se envanece de haber dado renombre a quien celebra en sus
zéjeles, que saben de memoria hombres, mujeres y niños y que van de ciudad en
ciudad.
En su juventud
disipada, Ibn Quzmán hizo numerosos elogios al vino; se enorgullecía de sus
estados de embriaguez e incluso dejó escritas unas disposiciones testamentarias
en las que pide ser enterrado en un viñedo, amortajado con hojas de parra y
cubierto con un turbante de pámpanos.
Frente al
convencionalismo y al amaneramiento de los tardíos cultivadores de la lírica
clásica, Ibn Quzmán consigue una poesía llena de verdad, de socarrona malicia y
bufonadas, fruto de un auténtico temperamento y de una independiente y personal
concepción del arte, que debe ser compartido por todos y que a todos ha de
interesar y divertir.
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