EL BAUTISMO DE LOS MUSULMANES
Publicado por EDITORESel14 NOVIEMBRE, 2018
La imagen de los
moriscos a través de los relieves de la Capilla Real de Granada, obra de Felipe
Bigarny (c. 1521)
BORJA FRANCO LLOPIS
UNED
Vestido de paseo de la mujer
morisca, en Christoph Weiditz, Trachtenbuch, Germanisches
Nationalmuseum Nürnberg, Hs. 22474, fols. 97-98.
En 1492, con la toma de Granada, se
inicia el proceso de conversión y unificación religiosa de la población
islámica peninsular. Tras los primeros intentos de evangelización pacífica
ideados por el arzobispo Hernando de Talavera, pronto el Cardenal Cisneros,
confesor de la Isabel la Católica y reformador del clero hispánico, impuso una
vía mucho más violenta, que desembocó en los bautismos forzosos de los
musulmanes granadinos en los primeros años del siglo XVI. Esta actitud hostil
produjo el exilio de parte de dicha población fuera de los territorios del
antiguo reino nazarí de Granada. Unos tomaron rumbo al norte de África,
Francia o Italia; otros se dirigieron a Valencia, donde pudieron seguir
viviendo como musulmanes hasta que durante la revuelta de las Germanías,
acaecida a inicios de la década de los años 20, sus aspiraciones de continuar
profesando la fe de Mahoma se truncaron y también fueron obligados a
convertirse.
Las obras de arte que plasman la vida de
estas comunidades moriscas son ciertamente muy pocas. No conservamos gran
cantidad de representaciones de cristianos nuevos realizadas durante los siglos
XVI y XVII, ni tampoco muchas alusiones a su visualización en las relaciones festivas
que describen las decoraciones efímeras utilizadas para decorar los arcos que
se erigieron para celebrar distintas efemérides religiosas o políticas en
la España de los Austrias. A todo ello tendríamos que unir que, de las pocas
conservadas, se ha realizado, salvo en contadas ocasiones, una investigación
parcial, partidista y estereotipada. La historiografía ha parecido seguir el
sentir de los intelectuales que apoyaron la expulsión de los moriscos y su
conocido lema: “todos son uno”, para analizar del mismo modo su representación
visual, ya fuera gestada en 1520, bajo el gobierno de talante asimilacionista
de Carlos V, ya lo fuera a inicios del siglo XVII, cuando se idearon los
lienzos relativos al destierro encargados por Felipe III a través del Marqués
de Caracena (actualmente conservados en la Fundación Bancaja), donde se
justifica dicha controvertida decisión. Para algunos historiadores no parece
importar ni la geografía ni el momento histórico. En la mayor parte de los
casos se alude al anecdotismo de los trajes “a la morisca”, y se insiste en
cierta maurofobia de la monarquía hispánica, intransigencia religiosa que
condicionó el fin de dicha minoría en el territorio peninsular.
Como hemos dicho, este es el proceder
general de la historiografía, pero, por suerte, no el único. Investigadores
como Elena Díez Jorge o Javier Irigoyen, entre otros, han ampliado el abanico
de posibilidades a la hora de encuadrar el cómo y el porqué de la imagen del
morisco, mostrando que se trata de una representación poliédrica cuyas muchas
caras dificultan una fácil aprehensión.
En esta línea presentamos un caso de
estudio: los conocidos relieves polícromos realizados por Felipe Bigarny para
la Capilla Real de Granada a inicios de 1520. Las escenas de bautismo que analizaremos
se encuentran en el sotobanco del retablo realizado por el artista citado. Se
trata de una de las piezas más importantes del primer renacimiento escultórico
español. Estaba dedicada a conmemorar las principales devociones de los Reyes
Católicos (cuyos sepulcros se encuentran en dicha capilla), así como a celebrar
la Conquista de Granada, representada también en la parte inferior del retablo,
justo en el lado opuesto de los relieves que nos ocupan.
El bautismo de los moriscos se ilustraba
a través de dos tablas: una dedicada a las mujeres y otra a los hombres. Es
curioso que se hiciera de este modo, que se segregaran “sexualmente” unos de
otros, que se les separara, cuando es bien sabido que este sacramento se
impartió en masa, de modo apresurado y sin distinción entre sexos. También
sorprende que en cada uno de los relieves se visualice de un modo distinto el
bautismo: en un caso, siguiendo la técnica de la aspersión y, en otro, la de la
imposición con las manos del agua bendita, como si también quisiera hacer ver
las múltiples maneras en que este proceso se llevó a cabo. Tal vez todo ello se
realizó así para dar un carácter más narrativo y analítico al programa.
Bautismo
de las moriscas, Felipe Bigarny, Capilla Real de Granada, c. 1521.
De las dos escenas, la que mayor interés
ha despertado entre los investigadores ha sido la dedicada a las mujeres,
principalmente por sus vistosos atuendos. Las moriscas portan las conocidas
almalafas (de vivos tonos azules, blancos, rojos y verdes), zaragüelles y
zuecos, tallados en un estilo similar, aunque más próximo a la realidad, al de
las ilustraciones de los viajeros que llegaron a España durante aquel periodo.
La almalafa es una prenda de origen islámico que desde la Edad Media
portaron no sólo las mujeres musulmanas sino también las cristianas viejas,
debido a su vistosidad y riqueza de materiales. Las moriscas solían llevarlas
de colores llamativos, mientras que las cristianas viejas preferían las de
tonos más oscuros. Aquí, debido a la coloración empleada, no hay duda de que
todas ellas son musulmanas que acuden a recibir el bautismo. El artista resalta
su atuendo, como elemento de distinción, mientras que se produce una
estereotipación de los rostros. Todas poseen el mismo color de tez. Este hecho
nos sorprende, pues se aparta de la realidad de los rasgos étnicos de este
grupo, restando la veracidad que el artista intentaba retratar. Autores como
Barbara Fuchs, Bernard Vincent o Francisco J. Moreno, en sus estudios sobre la
“raza” y el aspecto físico de los moriscos han demostrado la pluralidad de
etnias que conformaban el colectivo morisco. No “todos eran uno”, sino que
existieron tanto moriscos blancos como de piel aceitunada, como también morenos
y negros. Los autores citados llegaron a estas conclusiones tras analizar no
sólo la literatura del momento, sino también distintas fuentes legales donde se
les describe de modo objetivo y cuidado. Los moriscos, tras años de
coexistencia en la península ibérica, fueron asimilándose a los cristianos
viejos físicamente, tanto que diversos intelectuales, como Pedro de Valencia,
indicaron que era casi imposible distinguirlos. Parece, pues, que el artista,
centrado en distinguir a las moriscas por su atuendo, tiende a simplificar sus
rostros para evitar distraer al espectador y dar un mensaje unívoco. Lo que
interesa es señalarlas a través de su vestido, uno de los elementos más
polémicos que, años más tarde, la propia corona prohibió.
Bautismo de los moriscos, Felipe Bigarny, Capilla Real de Granada, c. 1521.
La tabla dedicada a los hombres, por el
contrario, ha levantado menos interés entre los investigadores. La
historiografía ha resaltado la diversidad de vestidos que portan los varones y
su carácter menos islamizante. Este es un hecho nada casual, pues el colectivo
masculino pronto se adaptó a la indumentaria cristiano vieja, al contrario de
lo que sucedió con las moriscas. Salvo algunos turbantes disimulados entre la
muchedumbre, los moriscos del retablo parecen cristianos que acuden a recibir
el sacramento. Partiendo de esta idea, si a las mujeres se les identificó como
moriscas por portar la almalafa: ¿qué código visual utilizó el artista para
demostrar que eran cristianos nuevos? Lo hizo justamente a través de los
rostros, que presentan tanta diversidad de tonos como los vestidos de las
féminas. Se ha comentado antes que los últimos estudios relativos al aspecto de
los moriscos recalcan su diversidad étnica y de coloración de piel. Aquí el
artista en su afán realista subraya también esa característica. Intenta
retratarlos. Por tanto, del estudio de las fuentes escritas y de estos relieves
polícromos se desprende que aquellos pintores que retrataron a los moriscos
únicamente negros o de un tono muy oscuro (como sucede, por ejemplo, en los
lienzos de la expulsión conservados en la Colección Bancaja), tomaron una
visión partidista y politizada del morisco, para justificar su exclusión
social, como un ser ajeno a la cultura española, pues la realidad era muy
distinta. Del mismo modo sucedería con los investigadores que más tarde
asumieron dichas imágenes como veraces y cronísticas sin plantearse un posible
mensaje oculto o politizado. Lo que intenta aquí Bigarny es mostrar un retrato
de la pluralidad étnica que existía.
Detalle
de la lucha entre moriscos en el lienzo de la expulsión de los moriscos,
Vicente Mestre, Fundación Bancaja, c. 1613-14.
De hecho, esta diversidad de rostros y
también de vestidos es una constante en la iconografía de los moriscos durante
el periodo carolino. En el séptimo arco de las fiestas celebradas para las
nupcias con Isabel de Portugal en Sevilla (1526), en la parte inferior,
aparecían separados, situados a cada lado, hombres y mujeres, como sucede en la
obra granadina. Las fuentes de las bodas reales indican que a los personajes
representados en este arco se les distinguía por el color de la piel y sus vestidos.
Los sujetos ilustrados en este arco eran, según las relaciones festivas,
españoles, indios, alemanes y moriscos, todos ellos parte de la nación
hispánica. Este era el mensaje que se quería transmitir en este arco. Se
integra al morisco como parte de los pueblos bajo el dominio del futuro
emperador, como uno más, al mismo nivel del resto. Esto es muy importante, pues
sabemos que esta ideología cambió hacia 1570, con Felipe II, tras la Revuelta
de las Alpujarras, en la que se evidenció la alianza de algunos sectores de los
moriscos con los Turcos. Esta postura se radicalizó durante el reinado de
Felipe III quien trató, por todos los medios, de mostrar al morisco como
inasimilable, hecho que publicitó para justificar su expulsión. Tanto en los
relieves de Bigarny como en las decoraciones del arco de triunfo hispalense,
existe un mensaje asimilacionista y para nada maurófobo. Los moriscos son una
comunidad plural y debe ser integrada dentro de la sociedad española, de ahí
que utilice un esquema compositivo muy similar en su ilustración. Es una
iconografía que encaja con el universalismo carolino y con el conocido irenismo
del inicio de su reinado, algo que, como se ha dicho, fue perdiendo vigencia
con el paso de los años.
Otro elemento que nos resulta interesante
es que ambas decoraciones, tanto las de Bigarny, como las de las nupcias de
Carlos V, se realizaran en medio del conflicto de las Germanías en Valencia. En
ninguna de ellas hay ni la más mínima referencia a la guerra frente al morisco
que allí se dio. Idea que sí que se publicitó en relación a otras revueltas,
como la citada de las Alpujarras, tal y como ocurre en las arquitecturas
efímeras creadas en honor de Felipe II. Carlos V parece que no estaba
interesado en mostrar la disidencia morisca, sino en promulgar su
integración.
Por otro lado, un análisis detenido del
relieve granadino nos hace centrar nuestra atención en la existencia de dos
personajes que señalan directamente a la pila bautismal. Uno que mira hacia
delante, en la parte central del grupo, y otro hacia atrás. Ambos poseen unas
características muy peculiares que los distinguen del resto. El primero cubre
su cabeza con un gorro frigio, elemento utilizado para indicar la procedencia
oriental de los que lo portan. La posesión de dicho complemento también está
relacionada con aspectos crematísticos, pues era llevado por comerciantes
adinerados para demostrar su condición social. Esta riqueza también se aprecia
en el otro personaje del primer plano que señala el bautismo, vestido en este caso
con una capa dorada. Esta prenda también es sinónimo de distinción social. A la
vista de los elementos que los individualizan del resto cabría plantearse la
posibilidad de que el artista se estuviera refiriendo a esos cristianos nuevos
pertenecientes a una clase social más alta, como los Granada Benegas, que,
gracias a negociaciones con la corona, lograron mantener su estatus social tras
la conquista del reino nazarí y que, más tarde, facilitaron las tareas de
conversión del resto de sus correligionarios. No olvidemos que, en el primer
viaje de Luis Hurtado de Mendoza para encontrarse con el recién llegado Carlos
V, el noble viajó acompañado por conversos que formaban parte de la élite
granadina como Alonso Benegas, lo que denota la implicación de esta familia en
la pacificación y conversión del territorio. Son únicamente ellos, los que
poseen estos elementos distintivos, los que dirigen al resto hacia la pila
bautismal, los que remarcan la importancia del bautismo, los que son
individualizados entre los conversos por su significativo papel en estos
primeros años del siglo XVI. De nuevo, se está recalcando la labor de los
conversos en la propia conversión morisca. No “todos son uno”.
Por último, cabe recordar que en esta
misma Capilla Real, años más tarde, se celebró la Junta donde se debatió sobre
el traje morisco. A ella fueron invitados conversos y cristianos viejos. Carlos
V escuchó el estado del territorio tras los abusos de las conversiones forzosas
y, aconsejado por el Conde de Tendilla, Iñigo López de Mendoza, dictaminó que
los moriscos podrían seguir vistiendo según su moda y los protegió ante los
ataques de ciertos colectivos cristianos viejos. El talante conciliador de
Carlos V por los moriscos fue tan pacifista que se exaltó por personajes importantes
para la historia de este colectivo años más tarde, como Miguel de Luna, quien,
a finales de siglos XVI, en su Historia verdadera del Rey don
Rodrigo honró al citado monarca por su política, clemencia y
preocupación por la paz dentro de su reino. También en esta línea estarían las
apreciaciones de Núñez Muley en su memorial, donde exalta las virtudes de
Carlos V en el trato con los moriscos.
Por lo tanto, este discurso visual que
nos presenta Bigarny posee más aristas de lo que la historiografía que divide
las actitudes frente a lo moro y lo morisco quiso ver (1). No se
trata de unos relieves únicamente de sumisión, maurófobos, sino que plasman una
actitud positiva frente a los moriscos colaboracionistas. Una actitud que fue
tímidamente recogida por Felipe II, pero que cambió, como se dijo, tras la
batalla de las Alpujarras.
Con este ejemplo se ha querido demostrar
que la aproximación al islam en la península ibérica no debe realizarse desde
una visión dicotómica de atracción o rechazo, pues perdemos así la gran
variedad de comportamientos que se dieron durante los largos años de
coexistencia religiosa. Hay que darle voz a los objetos dentro del contexto que
los vio nacer y no mediante categorías historiográficas impostadas
creadas a posteriori, que encierran reduccionismos poco propicios
para el verdadero conocimiento de nuestro pasado. No existe una única imagen de
los moriscos, ni se trata, siempre, de una representación negativa. Ésta va
evolucionando con el tiempo, de ahí la necesidad de encuadrarla en el espacio
que la vio nacer, para así entender mucho mejor su significado; y, con ello,
comprender la percepción que de este colectivo se tuvo en diversos momentos de
nuestra historia.
NOTAS:
(1) El término “moro” es utilizado de modo sistemático en la
documentación del periodo aquí tratado para referirse a los musulmanes que
habitaban en la Península Ibérica (antes y después de su conversión), de ahí
que lo reproduzcamos en este texto. Etimológicamente se relaciona con la
población nacida en el norte de África (maurus) y por extensión con
aquellos que conquistaron la Península Ibérica en el siglo VIII, pues la
mayoría procedía de dicho territorio.
PARA AMPLIAR:
- DÍEZ
JORGE, María Elena, “Under the same mantle: the women of the ‘Other’
through images of Moriscas”, Il Capitale Culturale, suplemento
6, 2017, págs. 49-86.
- FRANCO
LLOPIS, Borja y MORENO DÍAZ DEL CAMPO, Francisco Javier, Pintando
al converso: La imagen del morisco en la península ibérica
(1492-1614). Madrid: Cátedra, en imprenta.
- FUCHS,
Barbara, Exotic Nation: Maurophilia and the Construction of Early
Modern Spain. Pennsylvania: Pennsylvania University Press, 2009.
- IRIGOYEN-GARCÍA,
Javier, Moors Dressed as Moors. Clothing, Social Distinction, and
Ethnicity in Early Modern Iberia.Toronto: University of Toronto Press,
2017. VINCENT, Bernard, “¿Qué aspecto tenían los moriscos?”, Actas
del II Coloquio de Historia de Andalucía: Andalucía Moderna. Córdoba:
Monte Piedad, 1983, vol. 2, págs, 335-340.
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