MUHAMMAD V
Muḥammad V: Abū cAbd Allāh Muḥammad b. Yūsuf b. Ismācīl
b. Faraŷ b. Ismācīl b. Yūsuf b. Muḥammad b. Aḥmad b. Muḥammad b.
Jamīs b. Naṣr b. Qays al-Jazraŷī al-Anṣārī, al-Ganī bi-[A]llāh. Granada,
22.VI.739/4.I.1339 C. – 10.II.793/15.I.1391 C. Emir de al-Andalus
(1354-1359/1362-1391), octavo sultán de Granada.
Sultán nazarí
Biografía
Nació en la madrugada del 22
de ŷumādà II 739/4 de enero de 1339 en la Alhambra, cuando su joven padre, el
emir Yūsuf I (1333-1354), contaba solo veinte años de edad y cinco de gobierno.
Su madre fue una esclava de este emir llamada Butayna, que también dio a
luz a cĀ’iša. Además de esta hermana, Muḥammad V también tuvo
otros siete hermanos que su padre engendró con otra mujer, su esclava Maryam,
que fueron dos varones (Ismācīl y Qays) y cinco mujeres (Fāṭima,
Mu'mina, Jadīŷa, Šams y Zaynab).
El asesinato de su padre
Yūsuf I en la fiesta de ruptura del ayuno, el primero de šawwāl de 755/19 de
octubre de 1354, llevó repentinamente al trono a Muḥammad V con escasos
dieciséis años. Adoptó el laqab (sobrenombre honorífico) de
al-Ganī bi-[A]llāh, el Satisfecho con Dios, en 769/1367 tras las victorias
consecutivas en las campañas de Utrera, Jaén y Úbeda. Además, las crónicas
cristianas lo denominan Lagus, derivado del árabe al-cAŷūz, el
Viejo, nombre que recibiría a pesar de su juventud por su largo reinado y para
distinguirlo de su nieto, llamado también Muḥammad (VII) (1392-1408).
Su largo periodo de
gobierno, el más esplendoroso y floreciente de toda la dinastía, fue
interrumpido por el destronamiento de su hermano Ismācīl II
(1359-1360) y su primo Muḥammad VI el Bermejo (1360-1362). Esta interrupción
marca un hito que separa dos etapas claramente diferenciadas en las que se
puede dividir su vida: la primera, que abarca su primer reinado y el exilio
(hasta 1362), y la segunda, que se extiende desde la recuperación del trono
hasta su muerte en 1391.
Aunque cuando Muḥammad V fue
proclamado se hallaba próximo a la mayoría de edad, todavía no la alcanzaba y
su minoridad fue tutelada por el poderoso ḥāŷib o chambelán de
su padre, Riḍwān, que también había ejercido este importante cargo con su tío
Muḥammad IV (1325-1333), al que, además, había educado por encargo de su padre
Ismācīl I (1314-1325). Este visir, liberto de origen cristiano que
había sido hecho cautivo de niño y educado como musulmán en palacio, ostentaba,
además del poder civil, la jefatura del ejército andalusí y a partir de este
momento tomó completamente las riendas del Estado. Sus ya demostradas
cualidades para la administración y capacidad de gobierno proporcionaron a
al-Andalus paz y tranquilidad durante los cinco años de este primer reinado del
emir, a lo que también contribuyó sin duda el entendimiento con el otro hombre
fuerte del emirato, el jefe de los voluntarios de la fe, el Šayj
al-guzāt Yaḥyà b. cUmar b. Raḥḥū. Con el genial Ibn
al-Jaṭīb, colaborador de Riḍwān, se completa la tríada dirigente que supo
conducir con acierto la administración y la política del emirato, al que le
proporcionaron seguridad y estabilidad.
Junto a las cualidades
físicas y morales que solían caracterizar a los sultanes de la dinastía
(belleza, complexión proporcionada, bondad, fe sincera, buenas costumbres,
paciencia, generosidad, afición a los caballos y torneos), se distinguió por su
costumbre de frecuentar las calles y la proximidad al pueblo y solía elevar a
los súbditos de valía aunque fueran de condición humilde.
Una de las primeras medidas
que el nuevo sultán adoptó fue recluir a su hermano Ismācīl, junto
con la madre y hermanas uterinas de este, en uno de los palacios de su padre,
un suntuoso y confortable alcázar que se hallaba cerca de la Casa Real, donde
fueron tratados con generosidad. Sin duda, emir y visir eran conscientes de la
amenaza que suponía la frustración de las aspiraciones emirales del que hasta
hacía poco tiempo había sido oficialmente príncipe heredero, peligro que se
verificaría mucho más real e inmediato de lo que preveían, como se verá
enseguida.
En cambio, liberó a su tío
Ismācīl (hijo de Ismācīl I y hermano de su padre Yūsuf I,
al que este había encarcelado) y se casó con su hija, con la que posteriormente
su hermano Ismācīl II (1359-1360) también se casaría, tras
divorciarla judicialmente, aprovechando el exilio de Muḥammad V en Fez.
En política exterior,
Muḥammad V concertó un nuevo acuerdo con el rey castellano Pedro I el Cruel por
el que se obligaba al pago de tributos. Con Aragón, en cambio, las relaciones
fueron más conflictivas y hubo incidentes fronterizos y ataque de naves mallorquinas
a costas nazaríes. En cuanto al sultanato de los Benimerines del Magrib
Occidental, intentó mejorar las relaciones y envió a Fez en 755/1354 al
eminente Ibn al-Jaṭīb, pero la ambición del sultán benimerín, Abū cInān,
que en el fondo aspiraba a apoderarse de al-Andalus, impedía un acercamiento
estable; a pesar de ello y algunas fricciones, Muḥammad V entró en el tratado
de paz que firmaron Pedro IV de Aragón y Abū cInān, quien llama
“nuestro hijo” al emir granadino, el 27 de rabīc II de 758/18
de abril de 1357 por un periodo de diez años.
De esta manera, Granada se
encontraba perfectamente situada en un punto de equilibrio en el contexto
internacional que, sin embargo, no duró mucho, pues con la guerra entre
Castilla y Aragón desencadenada en 1358, Muḥammad V, como vasallo de Castilla,
debió alinearse con Pedro I y facilitarle naves y puertos como el de Málaga,
además de enviar fuerzas por tierra contra Aragón. A pesar de ello, Pedro IV de
Aragón no dio por rota la tregua e intentó recuperar la paz con el emir nazarí,
detener su apoyo a Pedro I y conseguir su neutralidad.
En cambio, con los
benimerines las relaciones mejoraron y se recuperó la colaboración entre ambos
emiratos tras la entronización de Abū Sālim (1359-1361) en šacbān de
760/julio de 1359, sultán que había estado refugiado en la corte granadina
antes de emprender su marcha de conquista del Trono de Fez con ayuda de Pedro
I.
A nivel interior, Muḥammad V
debía proseguir la labor de su padre y antecesor en el desarrollo del Estado e
intentar superar las consecuencias que todavía se sufrían de la gran peste de
1348.
Cuando la situación exterior
e interior estaban ya en un proceso avanzado de asentamiento y estabilización,
se produjo de nuevo la catástrofe en forma de golpe de Estado que destronó a
Muḥammad V y entronizó a su hermano Ismācīl. La madre de este,
Maryam, mujer intrigante y ambiciosa, no se resignaba a esta relegación de su
hijo y se dedicó a conspirar e instigar a su yerno el arráez Abū Sacīd
para que urdiera un complot que derrocara al joven Muḥammad V y entronizara a
su hijo Ismācīl. Este arráez (futuro Muḥammad VI el Bermejo), era
primo segundo de Muḥammad V y de Ismācīl y, además, se había casado
hacía años con una de las hermanas de este último, hija de Yūsuf I y de la
mencionada Maryam. Esta última utilizó las cuantiosas riquezas del tesoro real
de las que se había apoderado el día que murió Yūsuf I, para financiar la
operación.
La sublevación tuvo lugar
una noche de verano, el 28 de ramaḍān de 760/23 de agosto de 1359. Aprovechando
la oscuridad, alrededor de un centenar de conjurados reunidos entre los
descontentos y codiciosos de poder y dirigidos por el arráez, escalaron los muros
de la Alhambra y redujeron a la guardia. Una vez en el interior de la
fortaleza, un grupo de ellos se dirigió con antorchas y griterío a la casa del
visir Riḍwān, derribaron sus puertas, lo mataron en su lecho y se apoderaron de
sus riquezas. Mientras tanto, el otro grupo liberó de su reclusión y proclamó
al que se convertía entonces en Ismācīl II y lo condujo, subido a
caballo, hasta el palacio real.
Por fortuna para su vida,
Muḥammad V no se encontraba en la Alhambra sino que se hallaba con su todavía
único hijo, un niño de corta edad, de camino a su residencia del Generalife
para descansar. Ello le permitió huir, perseguido por los sublevados y dejando
a su hijo y familia atrás, para ponerse a salvo en Guadix, adonde llegó a la
mañana siguiente. Allí fue instalado en la alcazaba por el jefe de los
voluntarios de la fe magribíes de la ciudad, cAlī b. Badr
al-Dīn, y la población le prestó la ayuda y el apoyo con los que pudo resistir
a los ataques que lanzó contra él Ismācīl II.
Aislado y rodeado por su
hermanastro, pidió ayuda a Pedro I, pero el rey castellano estaba sumergido en
la guerra civil con los Trastámara, que contaban con el apoyo aragonés, y
necesitaba la paz con el emirato andalusí y disponer del litoral nazarí en la
lucha contra Aragón, por lo que optó por reconocer a Ismācīl II y
firmar un tratado con él.
Ante ello, Muḥammad V
solicitó asilo al sultán meriní, que aceptó acogerlo en su corte con la
intención de debilitar el Gobierno nazarí y a los príncipes meriníes disidentes
refugiados en Granada. El 12 de ḏū l-ḥiŷŷa de 760/4 de noviembre de
1359 abandonó Guadix acompañado de numerosos y destacados personajes así como
de su visir Ibn al-Jaṭīb, que había sido liberado por Ismācīl II a
petición del sultán Abū Sālim y se había reunido con “el destronado” en Guadix.
Tras pasar por Loja,
Antequera y Coín, embarcó en Marbella hacia Ceuta el 24 de ḏū
l-ḥiŷŷa de 760/16 de noviembre de 1359 y llegó a Fez el jueves 6 de muḥarram de
761/28 de noviembre de 1359. Un año después, se les permitió trasladarse
también a Fez al hijo de Muḥammad V y la madre del niño acompañados de algunas
de sus sirvientes, que desde Málaga tomaron un barco a Ceuta y llegaron a la
capital meriní a mediados [15] de muḥarram de 762/[25] de noviembre de 1360.
Mientras tanto, en Granada,
Ismācīl II había sido depuesto y asesinado por el mismo que lo había
llevado al trono, su primo segundo Abū Sacīd el Bermejo, que se
convirtió en Muḥammad VI el 27 de šacbān de 761/13 de julio de 1360.
La alianza del nuevo emir con Aragón y su ruptura con Castilla, a la que dejó
de pagar tributo, provocó que Pedro I tuviera que firmar la paz con Aragón para
combatir a Muḥammad VI el Bermejo y apoyar a Muḥammad V desde finales de 1361.
Varios ataques castellano-meriníes a las costas andalusíes forzaron al Bermejo
a pedir diez naves a Pedro IV de Aragón para repeler el ataque conjunto.
Al mismo tiempo, contando ya
con el apoyo castellano además del meriní (obtenido por presiones de Pedro I),
Muḥammad V partió de Fez la mañana del sábado 17 de šawwāl de 762/21 de agosto
de 1361 para regresar a al-Andalus, donde se instaló en Ronda aprovechando que
la plaza se encontraba entonces bajo control meriní. Empezó a gobernar la
comarca rondeña y nombró algunos cargos para su administración mientras
recuperaba el trono.
Una vez instalado, Muḥammad
V se unió con Pedro I de Castilla para realizar una serie de ataques a diversos
lugares del emirato nazarí con la esperanza de sumar partidarios y comarcas a
su causa. Así, en 1361 derrotaron a las tropas granadinas en Belillos y las
persiguieron hasta Pinos Puente, aunque ningún nuevo partidario se sumó a su
causa.
Meses más tarde, las fuerzas
de Pedro I fueron ampliamente derrotadas en Guadix frente a las tropas de
Muḥammad VI el sábado 19 de rabīc I de 763/15 de enero de 1362.
Poco después, a primeros [1]
de ŷumādà I de 763/[26] de febrero de 1362, Muḥammad V se reunió de nuevo con
Pedro I en Casares para atacar Iznájar y entrar en Coria, pero la ambición del
rey de Castilla por quedarse con las plazas conquistadas provocó el desacuerdo
del nazarí, que, consciente de lo inaceptable para los musulmanes de esta
entrega al castellano, abandonó la empresa y se retiró a Ronda el 8 de ese
mes/5 de marzo para seguir la lucha en solitario. Pedro I continuó la guerra y
en solo dos campañas en ese mismo año de 1362 se apoderó de Cesna (Fuentes de
Cesna), Sagra (recuperada enseguida por los nazaríes), Benamejí, El Burgo,
Ardales, Cañete (la Real), Turón, Cuevas (del Becerro) y otras fortalezas,
además de Iznájar.
Por su parte, Muḥammad V
tomó diversos lugares de la Algarbía en su camino hacia la entrada en Málaga,
tras la que se le entregaron otras poblaciones de la zona.
El avance parecía imparable
y las noticias de estas conquistas provocaron el descontento de la población,
que veía cómo el enfrentamiento de los dos emires ocasionaba la pérdida del
territorio. Incapaz de resistir el avance, Muḥammad VI huyó de Granada llevándose
lo mejor del tesoro real el 17 de ŷumādà II de 763/13 de abril de 1362 y fue a
refugiarse con el Rey castellano pensando que podría ganarlo para su causa o
ser admitido como vasallo.
La noticia de la huida llegó
enseguida a Muḥammad V, que se apresuró a llegar desde Ronda a la capital y
entró en la Alhambra antes de que pasaran tres días, al mediodía del sábado 20
de ŷumādà II de 763/16 de abril de 1362.
Una vez recuperado el Trono,
recibió apenas dos semanas después la prueba definitiva del final de la
usurpación: Pedro I, tras matar a Muḥammad VI en Sevilla el 2 de raŷab de
763/27 de abril de 1362, le envió su cabeza y la de treinta y siete de sus seguidores,
que el emir granadino colgó en el muro de la Alhambra por el que escalaron los
sublevados para derrocarlo, apenas tres años antes.
El regreso de su hijo
primogénito Yūsuf, que se había quedado en Fez con su séquito, fue conflictivo,
pues el nuevo sultán meriní Abū Zayyān inicialmente lo retuvo para exigir a
Muḥammad V la devolución de Ronda en contra de lo acordado previamente, pero
luego le permitió regresar libremente. Así, un mes y medio después de que lo
hiciera su padre, llegó a Granada acompañado del visir Ibn al-Jaṭīb el 20 de šacbān
de 763/14 de junio de 1362.
Este segundo reinado, de una
gran duración (casi treinta años), fue el periodo de paz más largo que vivió en
toda su historia el emirato naṣrí. Muḥammad V, con veintitrés años a la sazón,
entendió que los pilares de la prosperidad del Estado y de la consolidación
interior de su autoridad se basaban principalmente en la paz exterior. Por
ello, su política se dirigió a evitar la guerra con los estados vecinos una vez
recuperada la línea fronteriza y conseguida una sólida posición defensiva.
Pero, además, en este objetivo supo establecer las prioridades: aunque mantuvo
buenas relaciones con Aragón, estas estuvieron generalmente supeditadas a
mantener la paz y la alianza con Castilla, ya que este reino, mucho mayor y con
afanes expansionistas, era la principal amenaza para al-Andalus.
En cuanto a su política
norteafricana, con respecto a los Benimerines siguió la misma línea que sus
predecesores consistente en debilitar e influir en el Gobierno de Fez para
impedir su intervención en al-Andalus. Con este objetivo, estableció relaciones
de amistad y colaboración con los Zayyāníes de Tremecén, tradicionales aliados
de los Nazaríes y enemigos de los Meriníes. Lo mismo hizo con el otro estado
magribí, el de los Ḥafṣíes de Túnez: buenas relaciones diplomáticas aunque sin
colaboración material por la mayor distancia. También mantuvo contactos con el
Egipto de los Mamelucos.
En política interior,
convirtió este periodo en la época dorada de la dinastía.
Muḥammad V tenía poderosas
razones para mantener una relación preferente con Castilla frente a Aragón: la
primera le había ayudado a recuperar el Trono, mientras que el segundo había
colaborado con el usurpador Muḥammad VI el Bermejo. Por tanto, cuando se
reanudó la guerra civil por el trono que enfrentaba a Pedro I con su hermano
bastardo Enrique de Trastámara, al que ayudaba Pedro IV de Aragón, el emir
naṣrī mantuvo su alianza con Pedro I, a pesar de que el monarca aragonés
intentó pactar con Muḥammad V.
Así, Pedro I recibió la
ayuda nazarí en la guerra, concretada en el envío de un contingente de
seiscientos caballeros que colaboraron en la conquista de Teruel en 1363, el
mismo año en que Muḥammad V envió a Ibn Jaldūn a Sevilla como embajador cerca
del Rey castellano para ratificar el tratado con los meriníes.
Pero Enrique de Trastámara
recurrió al apoyo de compañías de mercenarios franceses que cruzaron los
Pirineos por Cataluña. La masiva concentración de tropas cristianas provocó la
alerta de Muḥammad V, que vio la amenaza que se cernía sobre al-Andalus, en
particular, un ataque aragonés a Almería y una invasión de las costas nazaríes
por barcos cristianos. Ante ello, se preparó para defenderse y convocó el ŷihād (lucha
en defensa de la comunidad) en ṣafar de 767/octubre-noviembre de 1365 e invitó
a unirse al mismo a los diferentes estados magrebíes. La respuesta fue bastante
favorable tanto por parte de Fez como de Tremecén, cuyo soberano, Abū Ḥammū II,
le envió una elevada contribución en metálico además de víveres y un
contingente de soldados.
Asumiendo el mando del
ejército en persona, el emir de Granada llevó a cabo entonces una serie de
campañas que tuvieron lugar en el mes de šacbān de 767/13 de abril a
11 de mayo de 1366 contra varias fortalezas en la región de Ronda (conquista de
El Burgo y de Priego). Poco después, a primeros [1] del mes de ramaḍān de ese
año 767/[12] de mayo de 1366, tomó Iznájar, en cuyas obras de reparación
trabajó con sus propias manos.
A pesar de ello, Enrique II
había seguido avanzando por tierra mientras los barcos aragoneses atacaban las
galeras nazaríes. Para complicar aún más las cosas, en el interior Muḥammad V
se encontró con el descontento por los impuestos extraordinarios para la guerra
y tuvo que sofocar una sublevación dirigida por al-Dalīl al-Barkī a primeros
[1] de ḏū l-ḥiŷŷa de 767/[9] de agosto de 1366 en favor de un pariente del
sultán llamado cAlī b. Aḥmad b. Naṣr, el cual acabó aherrojado
y llevado a la alcazaba de Almería.
El sultán se vio forzado a
reconocer al ya proclamado Enrique II y solicitar una tregua que a cambio de
vasallaje le proporcionó paz y seguridad en la frontera y le permitió
reconciliarse con Aragón, lo que se materializó en el tratado tripartito
acordado el 8 de raŷab de 768/10 de marzo de 1367 entre Pedro IV el
Ceremonioso, Abū Fāris de Fez y Muḥammad V.
Sin embargo, Muḥammad V no
llegó a ratificar este tratado porque las circunstancias políticas cambiaron
repentina e inesperadamente y el conflicto castellano dio un nuevo giro. El
antiguo soberano de Castilla, Pedro I, que se había refugiado en Francia, regresó
y derrotó a Enrique II en Nájera en šacbān de 768/abril de 1367.
Entonces Muḥammad V restableció la alianza con el rey legítimo, puesto que,
además de razones de amistad y lealtad, este acuerdo fomentaba la discordia y
debilitamiento de la poderosa Castilla.
El emir nazarí, aprovechó
para fortalecer las fronteras y reconquistar las plazas que los castellanos
habían ido arrebatando al sultanato en etapas anteriores, además de debilitar
la frontera enemiga y obtener un cuantioso botín. Para ello efectuó una serie
de expediciones militares en las que Muḥammad V se puso nuevamente al frente de
sus tropas personalmente, pero también se plasmó en la reparación de veintidós
fortalezas fronterizas abandonadas o que conquistó a los castellanos, además
del refuerzo de las defensas de ciudades como Archidona. Junto a ello y a lo
largo de su reinado, reforzó gran parte de las defensas del emirato y construyó
otras nuevas, a lo que dedicó gran cantidad de dinero e impuestos; también
atendió la marina y renovó la flota.
El 1 de ramaḍān de 768/1 de
mayo de 1367, asedió y tomó Utrera y su alcazaba. En muḥarram de 769/septiembre
de 1367 asedió y tomó Jaén, de la que sólo se retiró tras imponer a unos pocos
refugiados en la segunda fortaleza de la alcazaba su demolición y la entrega de
un rescate y rehenes. Un mes después, arrasó y saqueó Úbeda y su comarca a
primeros [1] de rabīc I de 769/[26] de octubre de 1367. En la
primavera de 1368, en colaboración con Pedro I, cercó Córdoba y taló la campiña
de Jaén. En ramaḍān de 770/9 de abril a 8 de mayo de 1369 reconquistó Cambil y
Alhabar, Rute, que costó un gran esfuerzo, Torre Alháquime y El Gastor. También
se recuperaron otras fortalezas como Turón, Ardales, El Burgo, Cañete y Cuevas
del Becerro.
Sin embargo, la plaza más
importante que Muḥammad V tomó en todo este proceso de reconquista fue
Algeciras, para lo que contó con la ayuda del sultán de Fez, cAbd
al-cAzīz, que le envió dinero y la flota de Ceuta para bloquear el
puerto. Tras breve asedio, la guarnición capituló y entregó la plaza el lunes
25 de ḏū l-ḥiŷŷa de 770/30 de julio de 1369; sus defensas fueron destruidas por
Muḥammad V entonces o posteriormente, en 780/1378-1379, en prevención de una
eventual conquista por cristianos (o meriníes).
A pesar de la muerte de
Pedro I, todavía Muḥammad V emprendió una algazúa a mediados [15] de rabīc I
de 771/[17] de octubre de 1369 para aliviar el asedio de Carmona, reducto
petrista, por los partidarios de Enrique II, algareó los alfoces de Sevilla y
saqueó Osuna y Marchena, donde se apoderó de una gran cantidad de bestias y
enseres.
Al mismo tiempo, el emir
asentó una alianza frente a Castilla con Fernando I de Portugal y firmó un
tratado tripartito con Aragón y Fez el 17 de noviembre de 1369 por cinco años.
La reacción de Enrique II,
que se dirigió con su ejército a la frontera, y la desaparición de la causa de
Pedro I con su muerte, llevaron a Muḥammad V a concluir una tregua de ocho años
con el nuevo Rey castellano. Acordada el 31 de mayo de 1370, incluía también a
Fez y abrió un largo periodo de paz de más de dos decenios mantenido por
sucesivos pactos (1375, 1378), a pesar de diversos incidentes y escaramuzas de
una y otra parte de la frontera. Muḥammad V llegó a dejar de pagar tributo en
772/1370-1371.
Por lo que respecta a
Aragón, tras prorrogar el tratado de 1369 con dos treguas de 1375 a 1376
mientras se desarrollaban negociaciones para renovar las paces, se concluyó un
nuevo tratado de carácter comercial y ayuda militar el 18 de muḥarram de 779/27
de mayo de 1377 por un periodo de cinco años. Fue renovado el 29 de julio de
1382 y en 1386, a pesar de las fricciones en la frontera murciano-granadina y
valenciana e, incluso, el quebrantamiento de las paces.
Tras la muerte de Enrique II
en 1379 y el consiguiente fin de la vigencia de la tregua, tropas nazaríes
atacaron Quesada y capturaron numerosos cautivos y botín, pero el hijo del rey
castellano, Juan I, absorbido por otros conflictos, tuvo que mantener la paz
con Muḥammad V. En 1390 se renovó el tratado y durante todos estos años el emir
nazarí consideró que su situación de fortaleza no debía ser, como de costumbre,
una ocasión para la guerra, sino una oportunidad para la paz y el desarrollo
interior.
Hasta finales del siglo XIV,
la dinastía islámica más importante para los nazaríes fueron los benimerines
del Magrib Occidental. Muḥammad V comenzó manteniendo las relaciones en un tono
de amistad y cordialidad. Además de la ayuda naval y financiera de Fez en la
toma de Algeciras por el sultán nazarí en 1369, el interés personal del gran
visir Ibn al-Jaṭīb en las relaciones con la dinastía zanāta de Fez y el cese de
la intervención meriní en al-Andalus por sus propios conflictos internos
propiciaron un punto de equilibrio entre ambos estados.
Pero Muḥammad V fue más allá
y con el objetivo de mantener y garantizar la paz interior y la estabilidad,
adoptó varias medidas de gran alcance que reafirmaban su independencia y
superioridad frente a los Banū Marīn.
En primer lugar, decidió
acabar con el cargo de Šayj al-guzāt, jeque o jefe de los
combatientes de la fe norteafricanos que solía desempeñar un príncipe meriní,
de enorme poder e influencia. Para ello, asumió el cargo directamente o a
través de sus hijos, a los que nombró a pesar de su corta edad tras encarcelar
al Šayj Yaḥyà b. cUmar el 13 de ramaḍān de 764/26 de junio de
1363 en un calabozo de la alcazaba de Almuñécar; no obstante, la supresión
definitiva del cargo se produjo hacia 775/1374. En segundo lugar, conquistó
Gibraltar en 775/1374, que era la última plaza que conservaban lo benimerines
ya que Muḥammad V había recuperado Ronda por un acuerdo secreto en muḥarram de
763/noviembre de 1361. En tercer lugar, aumentó la injerencia en el Gobierno de
Fez, apoyando a diferentes candidatos al trono (que mantenía en Granada hasta
el momento oportuno) y contribuyendo a las conspiraciones palaciegas para
debilitar el Estado y entronizar sultanes afines. De esta manera, el emir
granadino no solo consiguió con creces el objetivo nazarí de independizarse de
los benimerines, sino que, como observa Ibn Jaldūn, parecía que el Magrib se
había convertido en una provincia del Imperio Nazarí.
En este contexto
internacional, la fuerte posición de Muḥammad V le permitía recuperar una vieja
empresa y sueño de la dinastía: el dominio de Ceuta, que consiguió a comienzos
[1] de ṣafar de 786/[25] marzo de 1384 mediante actuaciones políticas. Aunque ejerció
la soberanía plena sobre ella y llegó a visitarla y acuñar moneda con ceca
ceutí, no pudo mantenerla mucho tiempo en su poder y la perdió el 2 de ṣafar de
789/22 de febrero de 1387.
Con respecto al Magrib
Central, los cAbd al-Wādíes de Tremecén habían sido
tradicionales aliados de los nazaríes, por lo que se intercambiaron regalos,
embajadas y ayuda de forma habitual. También mantuvo relaciones diplomáticas
con Túnez (se conserva abundante correspondencia epistolar de 1362 a 1368) y,
sobre todo, el Egipto mameluco, poderoso y floreciente centro del mundo
islámico por entonces.
Aunque en su primer reinado
y con la dirección de su ḥāŷib o chambelán Riḍwān ya realizó
algunas mejoras, fue durante su segundo reinado cuando Muḥammad V realizó la
mayoría y más importantes actuaciones en el interior del Estado.
Ya se ha hablado de la
importante labor desarrollada en las estructuras defensivas mediante la
reparación de las fortificaciones rurales y urbanas, la construcción de otras
nuevas y el impulso de la marina.
Sin embargo, es en la
arquitectura civil donde realizó las más bellas y espectaculares edificaciones,
especialmente en las construcciones palatinas. El palacio más singular,
considerado como una de las maravillas del mundo, el Palacio o Cuarto de los
Leones de la Alhambra con su universalmente conocido patio, fue obra suya.
Junto a este, otras de las cuatro más hermosas e importantes obras de la ciudad
palatina se deben a él, como muestran las inscripciones conservadas en ellas:
la fachada del Palacio de Comares, la sala y patio del Cuarto Dorado,
remodelación y ampliación del Mexuar, fachada este de la Puerta del Vino,
además de otras en diversos lugares de la Alhambra. En varias de estas
estancias, donde Muḥammad V organizó refinadísimas fiestas áulicas, la
esplendorosa decoración integra además los versos de la poesía epigráfica
compuesta por los poetas-secretarios de alto nivel, como Ibn Zamrak, en honor
del sultán.
Fuera del ámbito cortesano y
la alta sociedad, se debe destacar que fundó un establecimiento de carácter
social, el Māristān, un hospital benéfico construido de 767/1365 a 768/1367 y
que exigió una cuantiosa inversión, en parte financiada con el elevado botín
obtenido en sus victoriosas campañas militares. También hay que mencionar, en
la capital, la nueva Alhóndiga (que en época cristiana se llamó Corral del
Carbón), diversos aljibes y algún ḥammām (baño árabe), y en
Málaga, sus atarazanas para las construcciones navales.
Con el objetivo de acercarse
a sus súbditos y reforzar el funcionamiento de la justicia, concedía audiencia
dieciséis días al mes para desempeñar el maẓālim (jurisdicción
de apelación y resolución de injusticias), lo que duplicaba las dos audiencias
semanales que solían realizar sus antecesores, como su padre Yūsuf I o el mismo
Muḥammad I (1232-1273).
Se han conservado
testimonios materiales de la activa labor del emir en la administración y la
economía, como variados tipos de dahír o edicto (nombramientos, sentencias,
confirmación de derechos) y diversos tipos de monedas de oro (dinares) acuñadas
a su nombre.
Tuvo cinco hijos, cuatro
varones y una mujer llamada Umm al-Fatḥ. Los cuatro varones fueron: Yūsuf (II),
el primogénito y príncipe heredero, al que nombró jefe del cuerpo principal de
combatientes de la fe norteafricanos y que nació durante su primer reinado; el
segundo fue Abū l-Naṣr Sacd, al que también nombró jefe pero del
segundo cuerpo a pesar de su corta edad, y nació ya durante su segundo reinado,
en los primeros años; el tercero, Naṣr (padre del futuro Muḥammad IX del s.
XV), y el cuarto, Abū cAbd Allāh Muḥammad. Con motivo del icdār o
circuncisión de sus cuatro hijos y algunos nietos, Muḥammad V celebró fastuosas
fiestas y los poetas oficiales compusieron solemnes casidas para la ocasión que
luego quedaron epigrafiadas en los palacios alhambreños.
Muḥammad V falleció a la
hora de la oración de la tarde, el domingo 10 de ṣafar de 793/15 de enero de
1391 a temprana edad, pues murió a los pocos días de cumplir cincuenta y dos
años, sin que se sepan las causas. Con más de treinta y cuatro años de reinado
a sus espaldas y en la cumbre de su poder, dejaba a al-Andalus en una situación
de seguridad y estabilidad gracias a las cuales el emirato nazarí alcanzó el
mayor esplendor y florecimiento de sus doscientos sesenta años de historia.
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Autor/es
- Francisco
Vidal Castro
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