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jueves, 4 de abril de 2013

Historia de los musulmanes en al-Ándalus. ةA-XARQIYYA. بسم آلله آلرحمان آلرحيم

ةA-XARQIYYA. بسم آلله آلرحمان آلرحيم
 
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Con este nombre se designa desde hace más de mil años a una comarca. La que mira a la salida del sol, el xarq, la que queda hacia el oriente en la provincia de Málaga, “LA AXARQUÍA”. En ella, escondidas como “mudéjar” o “morisco”, se guardan aún muchas de las esencias que hicieron de Al-Andalus la luz de occidente. Recuperarlas bajo la dignidad de su identidad andalusí, es la intención de estas páginas, así como resaltar los valores derivados de aquella época, cuando el sentido de la existencia humana rolaba en torno a la fe, teniendo en todo momento presente el nombre de Allah, el Clemente, el Misericordioso.

Cuando Ignacio Olagüe demostró en 1969 que “Los árabes jamás habían invadido España”, le tomaron por un loco. A día de hoy, cuando dichas tesis han sido comprobadas en base a estudios genéticos, hay lugar para reconsiderar la historia oficial, la impuesta por aquellos que conquistaron Al-Andalus y que ha sido mantenida durante más de cuatro siglos. Esta Historia se basa en dos estafas fundamentales:

La primera consiste en la invasión armada por parte de ejércitos árabes que sometieron a los habitantes de la Península Ibérica hasta imponerles la cultura árabe y la religión islámica. Esta es la justificación que los dirigentes de los reinos del norte, en gran medida descendientes de estirpes centroeuropeas, utilizaron para justificar la conquista de los territorios del sur, presentada como una necesaria reconquista, política y confesional, dirigida por la espiritualidad del apóstol Santiago “matamoros”.

La segunda es la expulsión de los andalusíes, de sus legítimos territorios, haciéndoles emigrar a la otra orilla del Mediterráneo, lo que en aquel tiempo se conocía como tierras de berbería o “tierras de moros”, de tal modo que se presenta a la actual población de la Península Ibérica como descendiente de cristianos viejos o de ascendencia castellano-aragonesa, cuando esta prácticamente se limita a la nobleza, señorío y cúpula militar de entonces.

Una y otra se han mostrado falsas e intencionadamente manipuladas. Para un mejor conocimiento de la primera, recomendamos las obras de Ignacio Olagüe “La Revolución Islámica en Occidente” y la de Roger Collins “La Conquista Árabe (711-797). Respecto a la segunda, recomendamos las obras sobre los moriscos de Domínguez Ortiz, Bernard Vincent, Mikel de Epalza y sobre todo de Govert Westerveld, relativa al caso concreto de los moriscos de Murcia, pero que es extensible al resto de los territorios de Castilla o Aragón.

“Sabido que para someter a un pueblo, es preciso borrar la memoria de su verdadera historia, porque conocerla implica acumular experiencia o suma de puntos de referencia que permiten comparar, y en consecuencia elegir, la de todos los pueblos fue adulterada, a conveniencia del poder. Y destruida la de aquellos que fueron sometidos al imperio de depredadores, en lo material y por extensión en lo intelectual, fuesen extraños o propios.” (África Versus América. La fuerza del paradigma. Luisa Isabel Álvarez de Toledo, duquesa de Medina Sidonia.)

Es solamente un afán por facilitar el conocimiento, liberar la Historia y dar carácter de normalidad a un pasado que siempre se quiso oscurecer y desarraigar. Esto no llevará sino al entendimiento con la pluralidad que desde siempre habitó estas tierras.

Quiere ser éste un homenaje a AQUELLOS ANDALUCES, los que dieron nombre al “andalusiyya”, “a-xarqiyya”, “al-hama”, “al-mihyara”, “mayurqa”, “balansiyya”, “isbiliyya”, “garnata”,……., hombres que hicieron de la Península Ibérica el foco de civilización más avanzado de Occidente, siendo el asiento del posteriormente llamado Renacimiento Europeo, y que hubieron de abandonar su tierra ante la negación de su cultura por aquellos que les sometieron. A los que les fue negada su lengua como medio de expresión, sus propiedades para mayor acúmulo en manos de poderosos y su religión, como medio de desarraigo y sometimiento social y cultural, daremos desde aquí, voz tardía y reconocimiento para que sus hijos, tengan elementos de conocimiento y capacidad con la que recuperar su identidad perdida.

En estas páginas iremos depositando nociones de historia, la pasada y la presente, relativas a la cultura andalusí, para que estén disponibles a todo aquel interesado en su consideración, por si contribuyen a la toma de conciencia de lo que fue el fracaso de una convivencia y la posibilidad de un progreso en común, a fin de que las luces y sombras del pasado nos sirvan como referente para el presente. Un pueblo que olvida su Historia, está condenado a repetirla, un pueblo que la ignora, está condenado a desaparecer.

Que el Único, el Altísimo, el Dador de Vida e infinitamente Misericordioso guíe nuestra mano y conciencia para mantenerlas en el recto camino de la humildad y objetividad.

“No me parece disparatado decir que Al-Andalus sigue existiendo. No como tal, claro está; sino como una espléndida y singular muestra de continuidad en la añoranza y en el mundo de los imaginarios, como una huella que pervive señalando caminos, como una realidad histórica, mezclada con otras, que infunde inspiración, recrea formas e informa pensamientos y actitudes. Se adapta a los tiempos y a las modas, y a los imperativos políticos, sobre una base que, para la Península Ibérica, para España en particular, y para el Magrib, para Marruecos en especial, orbita en el eje rocoso y acuático de la frontera del Estrecho de Gibraltar; esa, que es nuestra frontera Sur para unos y nuestra frontera Norte para otros.” Gil Grimau, R. “La frontera Sur de Al-Andalus”

Historia de los musulmanes en al-Ándalus- Sevilla, 23 de noviembre de 1248


SEVILLA: 23 DE NOVIEMBRE DE 1248

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Alejandro Irie

El 23 de noviembre de 1248 (según el calendario gregoriano), 626 después de la Hégira, la medina de Sevilla cae en poder del reyezuelo Fernando III de Castilla y León. Se inicia así para nuestra ciudad y sus habitantes un proceso de oscurantismo del que aun no nos hemos recuperado.

La medina de Ishbiliya y las poblaciones de su alrededor más inmediato son las últimas plazas que conservaba el estado sevillano, constituido en república desde el declive del poder almohade a partir de 1212. El joven Abdul Hassan ibn Abu Ali fue designado por el consejo republicano para dirigir la defensa de Sevilla y sus últimas posesiones extra muros al inicio de la invasión castellanoleonesa. Hijo de Abu Ali, notable del consejo, Abdul Hassan no fue coronado rey en ningún momento como citan algunos cronistas cristianos -cuyo desconocimiento de la democracia o cualquier régimen parecido a ésta era absoluto-. Será el general sevillano y voz del consejo, Abdul Hassan, el encargado de rendir condicionalmente la ciudad y entregar las llaves al déspota Fernando III. Los sevillanos, tras más de dos años de guerra ininterrumpida y asedio, privados de víveres desde hacía meses y afectados de enfermedades, rinden así la ciudad a las hordas bárbaras.

Tras la rendición, el estado sevillano deja de existir. La efímera experiencia republicana ha durado sólo 36 años, en una taifa de más de dos siglos. El reyezuelo Fernando, con sus caudillos militares y líderes religiosos toman posesión de la medina -cuyos muros no pudieron traspasar hasta que la ciudad se rindió por hambre- el día 22 de diciembre, pocas semanas después de la capitulación. La Sevilla andalusí deja atrás su destacado pasado y su libertad.

Profanadas las principales mezquitas de la medina, y sustituidos los símbolos sevillanos por los de los invasores, el reyezuelo, sus súbditos y la Iglesia se reparten el botín. Las fuentes cristianas, en un miserable acto de falsificación, hablan del éxodo de la población sevillana -unos autores aseguran que fue voluntario, otros que fue obligatorio o que formaba parte de las condiciones de rendición- y de que la ciudad se quedó vacía. No es algo casual, veremos que las historias de destierro y repoblación se repiten en casi toda la crónica de la conquista cafre de Andalucía, como forma de romper el vínculo entre antepasados y descendientes, y fomentar así un origen fantástico de la población nativa. En el caso de Ishbiliya, pensar que una población de al menos varios miles de personas dejaran atrás sus hogares y se desplazaran sin un destino seguro repugna al intelecto. Aunque bárbaro, el reyezuelo Fernando III no estaba mal aconsejado, y de haber permitido el abandono de Sevilla por sus habitantes habría provocado un colapso logístico que contradice todo el esfuerzo bélico llevado a cabo y el sentido común. Simplemente, no había en los reinos cristianos de la península tantos hombres válidos para la administración y dirección de una ciudad tan importante como Sevilla.

El déspota Fernando III de Castilla y León muere en 1252 y su cuerpo es enterrado en el templo mayor de Sevilla, que hoy es catedral católica, según el bárbaro ritual de sus antepasados.

Cabe destacar que los habitantes de las comarcas adyacentes a la medina de Sevilla acudieron de forma leal a la defensa de la ciudad cuando Abdul Hassan les convocó en virtud de la asabiyya – a sabiendas de que tenían que enfrentarse a un enemigo superior en número y dejaban sus propiedades a merced del invasor-. La suerte de estas gentes no será mejor que la de los sevillanos de la urbe. Acabada la contienda, vuelven a sus tierras para convertirse en siervos de los caudillos militares y líderes religiosos, como así lo dispuso el reyezuelo Fernando III en el reparto del botín de guerra.

Este mercadeo de seres humanos, propio de los bárbaros y su régimen feudalista, que negaba a los hombres su libertad y el producto de su trabajo, chocaba de frente con los principios del din del islam -y hasta de la misma shahada-, por los que un hombre no tiene otro señor que Allah.

A esta situación de privación de libertad individual se une la persecución que los conquistadores hacen del idioma (árabe andalusí y romance aljamiado), de las costumbres y del islam. Todo esto desembocará en -las llamadas por los cronistas cristianos- “revueltas mudéjares”, importantes rebeliones que tendrán lugar tanto en el campo como en las medinas, y se sucederán a lo largo de 1264 y 1266, con réplicas en el reino de Aragón que se prolongarán hasta 1300 aproximadamente. Hechos como estos niegan por sí mismos las teorías de repoblación y demuestran que los cronistas de la época no estaban coordinados bajo ningún control a la hora de escribir, pudiendo darse paradojas como ésta.

Sofocadas las rebeliones y reprimida la población, la ciudad de Sevilla inicia un declive en el que perderá paulatinamente su identidad. Usada como puerto al océano Atlántico, los bárbaros se lanzarán a piratear, sirviendo la ciudad de base para sus incursiones de saqueo y conquista en el norte de Africa y las islas Canarias.

Con el supuesto descubrimiento de un “nuevo mundo” en 1492, será Sevilla desde donde se monopolice el expolio que los españoles harán en Abya Yala (las Américas), para nuestra vergüenza.

Las décadas se sucederán, y se convertirán en siglos. Los conflictos sociales no cesarán, irán incluso a más conforme nos acercamos a la actualidad, en una ciudad que sufre el régimen colonial español como toda población andaluza.

Hoy en día heredamos una ciudad que sufre una decadencia endémica; en la que las instituciones civiles (ya sea por desconocimiento o por mala fe) honran a los conquistadores de Sevilla; donde la Iglesia Católica, destacada benefactora de la toma, venera cada 23 de noviembre el cuerpo del déspota Fernando III, en un acto ridículo y grotesco a partes iguales.

Hoy, 23 de noviembre de 2010/16 de Dhu l-Hidjdja de 1431, los sevillanos deben conocer su historia tanto o más que cualquier otro día. La que hemos contado, y que tiene por sevillanos a los que defendieron las muros de la medina y sus descendientes, y no los extranjeros que osaron asaltarla y cuyas mentiras han corrompido la identidad de generaciones enteras.

Imagen: Fernando III “el Santo”, o como le llamaba Blas Infante “El Vizco”

Historia de los musulmanes en al-Ándalus. Mudéjares y moriscos


MUDÉJARES Y MORISCOS

R.H. Shamsuddín Elía

Los mudéjares (del ar.: mudayyan = domesticado, domeñado), eran los musulmanes de los reinos hispanos medievales a quienes se les permitía quedarse en su lugar de residencia, bajo determinadas condiciones. Esta categoría comenzó a ser común a partir de la toma de Toledo en 1085. A partir de ese momento existió la condición de mudéjar, pero no la denominación. En los documentos oficiales o privados, escritos en latín y en romance que hacen referencia a los mudéjares, se ignora absolutamente dicho término, se habla de forma imprecisa de moros o sarracenos. Las morerías y aljamas en ese tiempo van a ser algo así como ghettos de las ciudades cristianas, acentuándose con ello el aislamiento de los mudéjares. En el siglo XV, la política de los reyes de Castilla y Aragón se tornó violentamente represiva, especialmente con la llegada a Granada del cardenal inquisidor Francisco Jiménez de Cisneros (1436-1517).

Cisneros impuso la cristianización de los musulmanes por la fuerza, inició persecuciones, ordenó la quema de ocho mil manuscritos islámicos en la puerta de Bibarrambla, en el acceso a la Alhambra, en 1499, y expulsar a quienes no se convirtieran al cristianismo. Por esa época había dos clases de musulmanes: los unos eran mudéjares viejos, y los otros, los granadinos, nuevos o moriscos. El sociólogo norteamericano Noam Chomsky, nos dice al respecto: “En 1492, la comunidad judía de España fue expulsada por la fuerza. Millones de moriscos tuvieron el mismo destino. En 1492, la caída de Granada, que puso fin a ocho siglos de soberanía musulmana, permitió a la Inquisición española ampliar su bárbaro dominio. Los conquistadores destruyeron libros y manuscritos estimables, riquísimos testimonios del saber clásico, y destruyeron la civilización que había florecido bajo el dominio musulmán, mucho más tolerante y más culta. El camino quedó allanado para el declive de España, y también para el racismo y la brutalidad de la conquista del mundo” (N. Chomsky, Año 501. La conquista continúa, Libertarias, Madrid, 1993, pág.12).

Los conquistadores españoles repetirían esos crímenes en América contra las espléndidas y sapientísimas culturas indígenas mesoamericanas, como en el caso de la destrucción de los códices mayas por Fray Diego de Landa ( 1524-1579).

El mudejarismo será el movimiento artístico hispanomusulmán bajo dominio cristiano, que florecerá en España desde el siglo XIII al XVI, y en sus colonias hasta principios del XIX con la denominación de “Colonial”. Hoy día, podemos apreciar las iglesias mudéjares a lo largo y a lo ancho de toda América Latina, desde Cuba hasta el norte argentino, como la bellísima catedral de la Virgen de la Candelaria, en la población de Copacabana a orillas del Lago Titicaca, a más de 3.800 metros sobre el nivel del mar, construida entre 1610 y 1620.

Historia de los musulmanes en al-Ándalus. Los moros y los judíos en la cultura española

LOS MOROS Y LOS JUDIOS EN LA CULTURA ESPAÑOLA

 
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Andrés Sopeña Monsalve

La mentalidad etnicida cristiano-católica se ha plasmado en diferentes ámbitos culturales. La asociación intrínseca establecida entre los conceptos de catolicismo y de españolidad se expresa en el hecho de que «hablar en cristiano» significa lo mismo que hablar en castellano o con un vocabulario inteligible para el interlocutor receptor. En este contexto, los musulmanes y los judíos han pasado a ser vistos dentro de España desde dos ópticas aparentemente contradictorias: por un lado, se ha creado una imagen folclórica de ellos que los percibe como gente portadora de fabulosos tesoros y creadora de antiguas civilizaciones; por otro, se ha gestado un cliché de ellos que los concibe como traidores, herejes e invasores foráneos. En la literatura se aprecia la imagen exótica y tópica de ambas colectividades así como una reexaltación del orgullo de estirpe cristiano.

La posesión de “limpieza de sangre” o de un título nobiliario tenía más valor a ojos del pueblo llano que la tenencia de riquezas. Este hecho queda reflejado por numerosos autores de la Edad Moderna. Así, Miguel de Cervantes lo expresa en el capítulo XXVIII (“QUE TRATA DE LA NUEVA Y AGRADABLE AVENTURA QUE AL CURA Y AL BARBERO SUCEDIÓ EN LA MESMA SIERRA”) de la primera parte del Quijote, cuando el cura y el barbero –quienes buscan al hidalgo para llevarlo a su pueblo– encuentran a una muchacha harapienta en la sierra andaluza, la cual les describe su condición social:

«–En esta Andalucía hay un lugar de quien toma título un duque, que le hace uno de los que llaman grandes en España; éste tiene dos hijos: el mayor, heredero de su estado y, al parecer, de sus buenas costumbres, y el menor no sé yo de que sea heredero, sino de las traiciones de Vellido y de los embustes de Galalón. Deste señor son vasallos mis padres, humildes en linaje, pero tan ricos que si los bienes de su naturaleza igualaran a los de su fortuna, ni ellos tuvieran más que desear ni yo temiera verme en la desdicha en que me veo; porque quizá nace mi poca ventura de la que no tuvieron ellos en no haber nacido ilustres; bien es verdad que no son tan bajos, que puedan afrentarse de su estado, ni tan altos, que a mí me quiten la imaginación que tengo de que de su humildad viene mi desgracia. Ellos, en fin, son labradores, gente llana, sin mezcla de alguna raza mal sonante y, como suele decirse, cristianos viejos ranciosos: pero tan ricos, que su riqueza y magnífico trato les va poco a poco adquiriendo nombre de hidalgos, y aun de caballeros». (MIGUEL DE CERVANTES. El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha. Ed. Espasa-Calpe, Madrid, 1986, Pág. 169).

Desde finales del Medioevo hasta el período actual se ha repetido una imagen configurada de moros y de judíos. En España, especialmente en el Sur, ha existido una relación ambivalente hacia lo musulmán. Por una parte, el islamismo se convirtió en una religión proscrita y perseguida, pasando sus antiguos profesantes, los moriscos, a ocupar la categoría de gente de condición inferior. Por otra, desde la óptica cristiana –y musulmana– se percibía el pasado islámico como algo respetable e incluso esplendoroso. El «moro» de épocas remotas era concebido según los escritores de los siglos XVI y XVII como: 1º un historiador excelente; 2º un astrólogo o «estrellero» experimentado; 3º un arquitecto sabio; 4º un guerrero esforzado; 5º un caballero galante. De este modo, Cervantes atribuyó la creación del Quijote a Cidi Hamete Ben-Engeli con la intención de caricaturizar a ciertos autores de libros de caballerías que también atribuyeron sus obras a autores musulmanes. A posteriori se repetirá esta dicotomía basada en admirar o reivindicar la etapa hispano-musulmana a la par que se denigra a los «moros» coetáneos.

Los judíos también han sido percibidos de manera dicotómica en el ámbito cultural hispano-católico. Así, mientras que por un lado se aceptan como validos por norma de fe el Antiguo y el Nuevo Testamento (obras histórico-religiosas escritas por judíos) y la creencia en la divinidad de Jesús (un hebreo de religión mosaica), por otro, se acusa a los israelitas –vanagloriados cuando se trata del Viejo Testamento– posteriores al nazareno de deicidio y otros males de tipo conspirativo. Los hebreos coetáneos y sus descendientes neo-cristianos eran denigrados pero, igualmente, tanto los monarcas como la nobleza recurrían a ellos cuando necesitaban de comercio, asistencia médica o administración financiera. Los principales tópicos antihebraicos ya estaban prefigurados a finales de la Edad Media. Los judíos eran odiados a causa de cuatro clases de argumentos:

I.-Argumentos de carácter religioso: Deicidio.

II.-Argumentos de carácter económico: Usura y avaricia.

III.-Argumentos de carácter fisonómico: Diferencia anatómica y aspecto ingrato.

IV.-Argumentos de carácter psicológico: Inteligencia particular (normalmente concebida como superior) y soberbia.

A la acusación de deicidio los “padres” de la Iglesia no tardaron en añadir argumentos antisemitas de tipo económico. Durante la Antigüedad existía una relación intrínseca entre la religión y el dinero. El desarrollo de la protobanca aparece unido al de los grandes templos en Oriente Medio: 3400 años antes de la era cristiana los sacerdotes de Uruk, como administradores de los bienes que ofrecían a los dioses el rey y el pueblo, ya prestaban con interés a todos aquellos que querían iniciar un negocio, comprar un artículo o solventar una deuda. La banca y los templos siguieron relacionados a lo largo de toda la historia mesopotámica, extendiéndose esta práctica posteriormente a Grecia y a Roma. Lo romanos idearon nuevos perfeccionamientos: letras de cambio, acciones, operaciones de interés general, etc. En la época imperial surgió la clase de los negociadores, medio traficantes y medio prestamistas, quienes ejercieron su acción comercial hasta China e India. Muchos de estos negociantes eran judíos y sirios. Dicha práctica fue criticada por los moralistas greco-latinos y por los profetas hebreos.

La implantación del cristianismo como religión oficial dio pie a una nueva concepción del dinero. Ello estableció una dicotomía económica entre cristianos y judíos. Durante el Medioevo europeo la usura fue considerada como un pecado que producía la condenación irremisible del que la practicaba. La Iglesia prohibía a los cristianos realizar operaciones de puro interés, o sea, fijando de antemano un pago por un préstamo en el que el prestamista no corre ningún riesgo. Para los judíos la usura tenía otro significado, sobretodo a partir de la diáspora. A partir de entonces se dio cierta libertad en asuntos económicos al creyente mosaico con respecto al gentil. Lo importante era obtener capital para fines piadosos. La usura no estaba reñida con la devoción religiosa. El dinero es valorado por el destino que se le dé, no por su origen, como en el caso cristiano. Los hebreos mantuvieron la concepción antigua del dinero mientras que los hispanos católicos asumieron la idea eclesiástica del mismo.

La caracterización religioso-moral de los mosaicos fue completada con una definición psicosomática a lo largo del Medioevo. El concepto de consanguinidad y heredabilidad del pecado de deicidio atribuido por los primeros teóricos cristianos derivó en la creación de unos perfiles anatómicos y comportamentales intrínsecamente judíos. La representación plástica de los hebreos frecuentemente hace referencia a la nariz convexa. La caricaturización de los hebreos se aprecia ya en algunas pinturas medievales y modernas. En Las Cantigas de Alfonso X el Sabio aparecen prestamistas judíos, distinguidos de sus clientes cristianos por la forma de la nariz. Algunos pintores exageraron la imagen de los hebreos atribuyéndoles unos rasgos físicos canónicos. Este hecho se aprecia en ciertas obras de Juan de Juanes, como las del retablo de la vida de San Esteban, que representan a “San Esteban en la sinagoga” (núm. 838), “San Esteban acusado de blasfemo” (núm. 839), “San Esteban conducido al martirio (núm. 840) y lapidado” (núm. 841). En la misma línea se hallan el mural del trascoro de la catedral de Tarragona, pintado en el siglo XIV, y “La Flagelación” de Alejo Fernández, (núm. 1925 del Museo del Prado). Las representaciones sacras suelen distinguir a los hebreos Jesús, María, José, Juan el Bautista y los apóstoles del resto de sus correligionarios étnicos, quienes al contrario de los primeros, portan unas narices corvas o unos dientes largos. Otros autores pictóricos se atuvieron más a la realidad, tal como los representantes de la escuela flamenca o Arnau Bassa son su “Bautizo de judeo-conversos” (retablo de San Marcos de la catedral de Manresa) y “Predicación a un grupo de judeo–conversos” (retablo de San Marcos del Museo Episcopal de Vic). En estas últimas obras se percibe la existencia de tipos raciales comunes en la península, incluido el dinámico-armenoide.

Las descripciones fisonómicas(79) conservadas en los archivos inquisitoriales o en las obras autobiográficas no muestran unos caracteres anatómicos diferentes de los hebreos con respecto a los cristianos. Los retratados suelen denotar unos rasgos comunes en la Península Ibérica, caracterizándose en su mayoría por tener un aspecto mediterránido, como se ve actualmente entre los sefarditas. En el proceso llevado a cabo en la década de 1670 contra el asentista judaizante Diego Gómez de Salazar se describe a varios miembros de su familia implicados en el delito de desviación religiosa. Doña Leonor de Espinosa, su esposa, aparece dibujada como una mujer pequeña, delgada, arrugada, morena y con algunas canas en el pelo. Su sobrino y yerno Gabriel de Salazar, arrendador del “Mariscal de Agramonte” (Gramont), es presentado como un hombre lúcido, blanco y colorado de cara y tan afrancesado que se había cortado su larga cabellera negra para llevar una peluca postiza de color castaño oscuro, como los nobles y los burgueses franceses del siglo XVII. De una hija se dice que: «Flora Raphaela de Salaçár natural y vez de Madrid de catorçe años de hedad hija de Diego Gómez de Salaçar, pequeña de cuerpo, corcovada, blanca de cara, roma, ojos grandes, cabello castaño, doncella…» (Libro de autos de fe grâles y particulares, fols. 91, r.–94 vto). En Portugal era creencia común que los judíos portaban una pigmentación blanca y rubia, elemento este que no ha sido comprobado pese a que en dicho país, al igual que en España, aparecen con frecuencia procesados pelirrubios entre una mayoría morena y castaña. A veces hacen acto de presencia individuos con el pelo de la barba de distinto color que el de la cabeza. Así, en la biografía de Fray Antonio de San Pedro, que de judío penitenciado pasó a ser fraile místico, se lee la siguiente descripción de su fisonomía y su heterocromía: «el qual fue de mediana estatura, el pelo de la cabeza negro, el de la barba rubio i espeso; el nacimiento de él en la frente baxo, que en ella le hacía una punta, y luego unas entradas hacia la cabeza, como de calva, pero no la tenía, era la frente ancha, i espaciosa, indicio de su gran talento, sus ojos eran azules, i pequeños; pero mui vivos».

La concepción hispano-cristiana de los hebreos coincide con la que existe en otros países europeos. Los tópicos antisemitas se repiten igualmente a la hora de atribuir a los judíos una serie de rasgos psicológicos y morales. El refranero castellano contiene toda una cosmovisión sobre este aspecto. El punto más importante insiste en la desconfianza hacia los individuos mosaicos o con ascendencia hebraica: «no hay que fiar de judío romo (nariz romana) ni de hidalgo narigudo», «no te fíes del judío converso, ni de su hijo, ni de su nieto», dicen dos refranes. Las sentencias más repetidas, sin embargo, aluden a la avaricia de la «raza»: «El gato y el judío a cuanto ven dicen mío», «echaba el judío pan al pato y tentábale el culo de rato en rato». El carácter avaricioso va unido a una mención de los hábitos usurarios («Duerme don Sem Tob, pero su dinero no»), del espíritu engañador («Fiéme del judío y échome al río») y de su frialdad en el trato humano («En judío no hay amigo»). Otros refranes hacen referencia a su falta de valor y a su talante vengativo, equiparado al de mujeres y clérigos: «Que para mujer, judío nin abad non debe hombre mostrar rostro, nin esfuerzo, nin cometer, nin ferir, nin sacar armas, que son cosas vençidas e de poco esfuerço» (Arcipreste de Talavera, “Reprobación del amor mundano”) y «el judío y la mujer, vengativos suelen ser». Asimismo, se les tiene por vagos y listos, especialmente para los negocios: «Judíos y gitanos no son para el trabajo», «ni judío necio ni liebre perezosa» y «judío para la mercadería y fraile para la hipocresía». Por último, el prejuicio popular castellano critica su desviación de la ortodoxia cristiano–católica: «Ni músico en sermón ni judío en procesión» y «con misa ni tocino convides al judío».

A lo largo de las edades Moderna y Contemporánea diferentes teóricos (teólogos y juristas) y literatos han tratado el problema de la convivencia etnorreligiosa. Durante el período inquisitorial la mayoría de los autores cristianos mostraban una evidente tendencia antisemita. El antisemitismo hispano hacía hincapié en la ridiculización de los usos y costumbres de las minorías. Pedro Aznar Cardona (Expulsión justificada de los moriscos españoles, Huesca, 1612) da la siguiente visión de los musulmanes peninsulares:

«Dicha su naturaleza, su ley, y tiempo della, y su secta, réstanos dezir aora, quienes fuessen por condicion y trato. En este particular eran una gente vilissima, descuydada, enemiga de las letras y ciencias ilustres, compañeras de la virtud, y por consiguiente agena a todo trato urbano, cortés y político. Criavan sus hijos cerriles como bestias, sin enseñança racional y doctrina de salud, excepto la forçosa, que por razón de ser baptizados eran compellidos por los superiores a que acudiessen a ella.

Eran torpes en sus razones, bestiales en su discurso, bárbaros en su lenguaje, ridículos en su traje, yendo vestidos por la mayor parte, con gregüesquillos ligeros de lienço, o de otra cosa valadí, al modo de marineros, y con ropillas de poco valor, y mal compuestos adrede, y las mugeres de la misma suerte, con un corpezito de color, y una saya sola, de forraje amarillo, verde, o azul, andando en todos tiempos ligeras y desembaraçadas, con poca ropa, casi en camissa, pero muy peynadas las jóvenes, lavadas y limpias. Eran brutos en sus comidas, comiendo siempre en tierra (como quienes eran) sin mesa, sin otro aparejo que oliesse a personas, durmiendo de la misma manera, en el suelo, en transpontines, almadravas que ellos dezían, en los escaños de sus cozinas, o aposentillos cerca de ellas, para estar más promptos a sus torpezas, y a levantar a çahorar y refocilarse todas las oras que se despertavan. Comían cosas viles (que hasta en esto han padecido en esta vida por juizio del cielo) como son fresas de diversas harinas de legumbres, lentejas, panizo, habas, mijo, y pan de lo mismo. Con este pan los que podían, juntavan, pasas, higos, miel, arrope, leche y frutas a su tiempo, como son melones, aunque fuesen verdes y no mayores que el puño, pepinos, duraznos y otras qualesquiera, por mal sazonadas que estuviesen, solo fuesse fruta, tras la cual bebian los ayres y no dexavan barda de huerto a vida: y como se mantenian todo el año de diversidad de frutas, verdes y secas, guardadas hasta casi podridas, y de pan y de agua sola, porque ni bebian vino ni compraban carne ni cosa de caças muertas de perros, o en lazos, o con escopetas o redes, ni las comian, sino que ellos las matassen segun el rito de su Mahoma, por eso gastavan poco, assi en el comer como en el vestir, aunque tenían harto que pagar, de tributos a los Señores. A las dichas caças y carnes, muertas no segun su rito, las llamavan en arábigo halgharaham, esto es, malditas o prohibidas. Si se les arguyen, que porque no bebian vino ni comían tocino? Respondían, que no todas las condiciones gustavan de un mismo comer, ni todos los estómagos llevaban bien una misma comida, y con esto disimulavan la observancia de su secta por la qual lo hazían, como se lo dixe a Iuan de Iuana Morisco, tenido por alfaquí de Epila, el qual como dando pelillo, y señalando que los echavan sin causa, me dixo, no nos echen de España, que ya comeremos tocino y beberemos vino: A quien correspondí: el no beber vino, ni comer tocino, no os echa de España, sino el no comello por observancia de vuestra maldita secta. Esto es heregia y os condena y soys un gran perro, pero si lo hizierades por amor de la virtud de la abstinencia fuera loable; como se alaba en algunos Santos, pero hazeyslo por vuestro Mahoma, como lo sabemos, y os vemos maltratar por extremo a vuestros propios hijos, de menor edad, quando os consta que en alguna casa de christianos viejos, les dieron algun bocadillo de tocino y lo comieron por no ser aun capaces de vuestra malicia. Pregunto, lo que el niño comió, daos pena a vos en el estómago? No. Pues por que hazeys tan extraños sentimientos publicos, si un niño de cuatro hasta cinco años de los vuestros, come un bocado de tocino?

Creedme, que se cubre mal la mona con la cola. Eran muy amigos de burlerías, cuentos, berlandinas y sobre todo amicissimos (y assi tenian comunmente gaytas, sanajas, adufes) de baylas, danças, solazes, cantarzillos, alvadas, passeos de huertas y fuentes.

Eran entregadíssimos sobremanera al vicio de la carne, de modo que sus platicas assi dellos como dellas y sus conversaciones y pensamientos y todas sus intelligencias, y dilligencias, eran tratar desso, no guardándose lealtad unos a otros, ni respetando parientes a parientes, sino llevándolo todo tan a rienda suelta y tan sin miramiento a la ley natural y divina, que no avia remedio con ellos como dicho queda en el capítulo de la pluralidad de las mugeres. De aquí nacieron muchos males y perseverancias largas de pecados en christianos viejos, y muchos dolores de cabeça y pesadumbres para sus mugeres, por ver a sus maridos o hermanos, o deudos ciegamente amigados con moriscas desalmadas que lo tenían por lícito, y assi no las inquietava el gusano de la conciencia gruñidora.

Casavan a sus hijos de muy tierna edad, pareciéndoles que era sobrado tener la hembra onze años y el varón doze, para casarse. Entre ellos no se fatigavan mucho de la dote, porque comunmente (excepto los ricos) con una cama de ropa, y diez libras de dinero se tenían por muy contentos y prósperos. Su intento era crecer y multiplicarse en número como las malas hierbas, y verdaderamente, que se avian dado tan buena maña en España que ya no cabian en sus barrios ni lugares, antes ocupavan lo restante y lo contaminavan todo, deseosos de ver cumplido un romance suyo que les oy cantar con que pedían su multiplicación a Mahoma».

Los prejuicios más comunes sobre los moriscos aludían a su desviación de la doctrina cristiano-católica y a su negativa a comer tocino y beber vino, al igual que los judíos, así como al hecho de negar su condición criptorreligiosa (taqiyya). Frecuentemente moros y mosaicos eran equiparados, como en este refrán: «Jarro sin vino, olla sin tocino, mesa de judío o morisco». Otros argumentos antimoriscos hacían mención al uso de la algarabía («Enigma y algaravía es cuanto hablays, señor, para nosotros», Miguel de Cervantes), a la suciedad («Una inmensidad de heces y abominaciones de herejías… Pestilencial y herética doctrina», Jaime Bleda), a la promiscuidad, al afán por el dinero y a la fealdad, identificada ésta con la negritud. Lope de Vega ofrece en El nido inocente una crítica metafórica a la hibridación de linajes:

-Iñigo: “Mezclándose uno con otro ¿Qué importa la hidalga madre?

- Isabel la Católica: “Sea por esto o por esotro. Yegua blanca y negro el padre sacan remendado el potro”.

El antisemitismo religioso fue cultivado por distintos teóricos a lo largo de los siglos XVI y XVII. Aún a comienzos de la décimo-séptima centuria se publican libros(80) que advierten del peligro judío, como el del canónigo Domingo García, Propugnacula validissima religionis christianae, contra obstinatam perfidiam Iuadaeorum, adhuc expectantium Primum Adventum Messiae (Zaragoza, 1606) o el de Baltasar Porteño, Defensa del estatuto de Limpieza que fundó en la Sancta Iglesia de Toledo el Cardenal y Arzobispo Don Juan Martínez Siliceo (1608). Un exponente de intransigencia cristiana lo muestra Francisco de Quevedo en La Vida del Buscón llamado Pablos (Ed. Akal, Madrid, 1996, Págs. 15-90). El antisemitismo se extiende por toda la novela y afecta casi con exclusividad a los hebreos, aunque también se alude a los moriscos. Quevedo hace gala de su orgullo aristocrático y cristiano viejo a lo largo de toda la novela, rechazando el dinero como elemento trastocador de las divisiones estamentales. El autor se burla constantemente de los conversos y denuncia la existencia de juderías en algunas ciudades españolas. El protagonista, Pablos, está marcado por su condición de converso, calidad denunciada por los apellidos de la madre, lo que le obliga a emprender un largo camino para hacer olvidar este origen y acceder así a un título nobiliario; así, cambia varias veces de nombre y abandona a su familia (de su tío dice que «me importa negar la sangre que tenemos». Con todo, no oculta su carácter judaico: «nuestras cartas eran como el Mesías que nunca venían y aguardábamos siempre». Pablos representa el arquetipo del converso cobarde. El pícaro desea ser caballero, pero fracasa a causa de no tener las condiciones necesarias para ingresar en una orden militar, como no descender de condenados, ser “limpio de sangre” y no pertenecer a la villanía. Sus orígenes e ineptitud picaresca frustrarán sus deseos. En el capítulo V (“De la entrada en Alcalá, patente y burlas que me hicieron por nuevo”) Quevedo caracteriza físicamente a los conversos:

«Era el dueño y el huésped de los que creen en Dios por cortesía o sobre falso; moriscos(81) los llaman en el pueblo, que hay muy grande cosecha desta gente, y de la que tiene sobradas narices y sólo les faltan para oler tocino; digo esto confesando la mucha nobleza que hay entre la gente principal, que cierto es mucha. Recibióme, pues, el huésped con peor cara que si yo fuera el Santísimo Sacramento. Ni sé si lo hizo porque le comenzásemos a tener respeto, o por ser natural suyo dellos, que no es mucho que tenga mala condición quien no tiene buena ley. Pusimos nuestro hatillo, acomodamos las camas y lo demás, y dormimos aquella noche».

Con el paso del tiempo el antisemitismo religioso se fue cargando de una mayor caracterización fisonómica, precediendo al racismo biologicista contemporáneo. El concepto de raza aparece cada vez más unido a connotaciones de tipo anatómico, aunque sin perder su significado cultural originario. Ya en el siglo XVI se ven precedentes genetistas en la literatura antisemita hispana. Un ejemplo de racismo cristiano-biológico se encuentra en la obra de fray Prudencio de Sandoval, Historia de la vida y hechos del emperador Carlos V (Lib. XXIX, cap. XXXVIII, B. A. E., LXXXII, pág. 329), en donde se identifica a los judíos con el color negro durante una alusión justificadora del estatuto de limpieza de sangre de la catedral de Toledo:

«Hízose en este año de 1547 en la santa Iglesia de Toledo, por orden de su arzobispo, don Joan Martínez Siliceo, el santo y prudente estatuto de que ninguno que tuviese raza de confeso pudiese ser prebendado en ella. Que si bien escogió a algunos parece muy acertado que la Iglesia primaria de España lo sea en sus ministros, como después acá lo han sido, y vivido con más quietud en su cabildo; porque donde hay muchos de tan mala raza pocas veces la hay, que es tan maligna esta gente, que basta uno para inquietar a muchos. No condeno la piedad cristiana que abraza a todos; que erraría mortalmente, y sé que en el acatamiento divino no hay distinción del gentil al judío; porque uno solo es el Señor de todos. ¿Mas quién podrá negar que en los descendientes de judíos permanece y dura la mala inclinación de su antigua ingratitud y mal conocimiento, como en los negros el accidente inseparable de su negrura? Que si bien mil veces se juntan con mujeres blancas, los hijos nacen con el color moreno de su padre. Así, el judío no le basta ser por tres partes hidalgo, o cristiano viejo, que sola una raza lo inficiona y daña, para ser en sus hechos, de todas maneras, judíos dañosos por extremo en las comunidades».

El determinismo cristiano-genético(82) evolucionaría hacia un racismo laico y pseudocientífico. En España el concepto de linaje y los estatutos de limpieza suponen un punto de transición en el que cada vez se identifica más lo moro y lo judío con la piel oscura y la condición vil. Un tratadista guipuzcoano, el jesuita Manuel de Larramendi, hibrida conceptos anatómicos, religiosos y sociales a la hora de utilizar la palabra raza. Los musulmanes y los judíos aparecen equiparados a los negros, a los mulatos y a los miembros del tercer estado. En su Corografía de Guipúzcoa, publicada en 1754, da una visión sanguínea –ya existente en la tradición aristocrática europea– de la idea de noble:

«¿Cómo han de ser todos los nobles? –Yo se lo diré: viniendo todos de un origen noble, y de sangre limpia de toda raza de judíos, de moros y moriscos, de negros y mulatos, de villanos y de pecheros».

El racismo religioso pervive como un fenómeno más de la cultura española tras la abolición de la Inquisición y los estatutos de limpieza de sangre. A lo largo del siglo XIX se producirán tres cambios fundamentales que condicionarán su desarrollo en el futuro:

1º.- Implantación de un régimen político liberal que “anula todo” privilegio o discriminación legal en función del credo o el origen estamental.

2º.- Desarrollo de una serie de corrientes intelectuales (liberalismo, masonería, krausopositivismo, etc.) que propugnan la tolerancia ideológica y religiosa como principios de convivencia.

3º.- Delimitación del antisemitismo religioso a los sectores más integristas del catolicismo, aunque pervivirá el mismo dentro de la Iglesia y en el ámbito de la mentalidad popular. Paralelamente, en el país comienzan a surtir efecto las líneas de pensamiento racistas europeas, las cuales encubren científicamente una serie de prejuicios fisonómico-culturales.

La literatura española de finales del siglo XIX y comienzos del XX se hace eco del antisemitismo biologicista europeo. Numerosos autores españoles participan de la reelaboración de los estereotipos tradicionales en el marco de una cultura laica y pseudocientífica. Los ensayistas y novelistas hispanos reproducen lo que leen en sus coetáneos de allende los Pirineos, o lo que aprenden durante sus estancias en París o Berlín. De este modo, los hebreos(83) aparecen descritos con una fisonomía y una psicología concretas. Emilia Pardo Bazán los percibe así: «los rasgos del tipo hebreo, nariz aguileña, de presa, la boca voraz, los ojos cautelosos y ávidos». A veces se utiliza la palabra judío en su acepción figurada, como manera de ser. Un personaje de La Horda, novela de Blasco Ibáñez, describe que sus primos comerciantes «eran unos judíos, sin alegría, sin afectos, cual sí tuvieran cegada el alma por el polvo del establecimiento». El antijudaísmo económico también queda reflejado en estas obras. Pérez de Ayala caracteriza al “clásico” banquero judío: «el multimillonario de semítica traza, bandolero de asalto en guarida, que no era otra cosa que su banca». El periodista Anton de Olmet hace un retrato tópico de un personaje real: «el financiero Salama, judío, uno de aquellos Salamas, dueños de toda Europa…, y que usufructuaban los monopolios enteros de Iberia. Salama adoptó moralmente a Bujalance –el jefe del Partido Conservador (Maura)– para iniciarle en el camino del oro». La herencia semítica es denostada y se exculpan las medidas inquisitoriales. Pío Baroja da una visión negativa de la influencia semita en España: «Lo que queda de moro y de judío en el español: la tendencia al engaño, a la mentira. Es la impostura semítica. De este fermento malsano, complicado con nuestra pobreza, nuestra ignorancia y nuestra vanidad, vienen todos los males». Menéndez Pelayo justifica la expulsión de los musulmanes en su Historia de los heterodoxos españoles (cap. IV, pág. 334), obra que influiría de sobremanera en la historiografía franquista: «La raza inferior sucumbe (…) al cortar aquel miembro podrido del cuerpo de la nacionalidad española». Las transformaciones políticas e ideológicas que tienen lugar a lo largo del siglo XIX no consiguen acabar con el antisemitismo religioso heredado. Numerosos sectores de la sociedad española se aferran a la intransigencia católica tradicional. El fervor nacionalista todavía aparece identificado con la profesión de fe cristiano-romana. Las guerras de África (1909-1927) producen una reacción contramusulmana en el marco de la derecha reaccionaria española, adquiriendo éste su máxima intensidad en los años que transcurren desde el final de la Primera Guerra Mundial (1918) hasta el advenimiento de la dictadura del general Primo de Ribera, en 1923. Durante una de las batallas las tropas españolas fueron cercadas y conquistadas por el ejército de Abd-el-krim, muriendo más de 8000 soldados. Como consecuencia de ello se ensalza el acervo hispanista mediante la composición de himnos patrióticos. Eran músicas marciales en cuyas letras se apela al honor ultrajado, al coraje de los bravos soldados, a la venganza frente al “cruel agareno” y al espíritu de cruzada de los héroes medievales. Sus títulos son bastante expresivos de por sí:

“El grito de la patria”, “El asedio de Tetuán”, “Himno de la guerra”, “Melilla” etc.

En un estudio sobre la «psicología moruna» realizado por Andrés Coll, arcipreste de Málaga, se pormenorizan de forma despectiva las peculiaridades mentales y morales de los habitantes del antiguo Sahara español. El clérigo los caracteriza así en su Villa Cisneros (Madrid, 1933, Págs. 149-156):

- El moro es escamón y taimado; de todo recela, a nadie cree y es muy parco en hablar con los europeos.

– El moro y la mora y los moritos son embusteros como nadie. Y no solo el vulgo, sino hasta los distinguidos, tienen singular placer en engañar.

– El moro sólo es generoso en invitar a té. Después de tomado el té, es signo de agradecimiento eructar. Los que aborrecemos el eructo y además no conseguimos eructar pasamos grandes apuros.

– El moro es caritativo con los suyos y guardan, sobre todo las moras, un secreto impenetrable de todas sus tradiciones de raza. – El moro no tiene ninguna vergüenza para pedir. Su boca no se cierra pidiendo. Acosan, insisten, acuden a hacerse simpáticos… – El moro tiene un gran espíritu justiciero.

– El moro es alborotador cuando habla y no digamos cuando discute.

– El moro es holgazán, muy holgazán.

El racismo cristiano viejo aún pervive en el ámbito de la población hispana a comienzos del siglo XX. Durante este período hay “católicos castizos” que declaran reconocer a quienes no lo son por el olor. La teoría del «olor racial» fue expuesta por Constancio Bernaldo de Quirós en su opúsculo antisemita Yebala y bajo Lucus (Madrid, 1914, Pág, 20):

«(…) más de una vez percibimos su repugnante olor. Es un olor casi cadavérico, hijo de una miseria que los moros explican con una leyenda que revela todo un desprecio insondable. Dios, cansado de los pecados de los hebreos, decidió suprimirlos, haciendo morir a todas sus mujeres. Yacentes ellas sobre lechos sepulcrales aún, Dios misericordioso se dejó conmover por los lamentos de los hombres reclamando sus hembras siempre muertas y los nuevos nacidos trajeron del macabro ayuntamiento el olor cadavérico que aún no han agotado sus sucesores».

En esta misma línea, heredera de la doctrina de algunos “padres” de la Iglesia, se halla el opúsculo del agustino Barreiro, El olor como carácter de las razas humanas (Madrid, 1924). El religioso pretendía demostrar las relaciones existentes entre el olor y el carácter de las personas en las distintas razas humanas.

La intransigencia cristiana se reinstitucionalizó durante la dictadura franquista. El régimen de Franco devuelve el poder social y político a los sectores más reaccionarios de la sociedad, rompiendo con ello todo el marco de reformas y libertades conseguidas durante la Segunda República. La conjunción falangista–tradicionalista implanta un Estado confesional católico, dándose marcha atrás en el proceso de secularización llevado a cabo durante el período anterior. Se anulan los matrimonios y los divorcios civiles llevados a efecto en la etapa republicana; se impone la unión religiosa; se penaliza el adulterio y se reincorpora la obligatoriedad del aprendizaje del dogma católico –incluida la Universidad (decreto de 1942)– tanto en centros públicos como privados. El Estado devuelve a la Iglesia sus antiguos privilegios y la indemniza las confiscaciones –las cuales sólo afectaron a la Compañía de Jesús– practicadas por la República. El régimen financia a dicha institución a costa de las arcas públicas y la concede amplias prerrogativas en materia de educación y moral pública. La legislación se adecua a la doctrina integrista del catolicismo, sobretodo durante las dos primeras décadas, cuando los gobiernos caen en manos de elementos tradicionalistas, monárquicos y falangistas. El acercamiento diplomático acaecido entre el Estado español y El Vaticano (que por entonces está bajo el pontificado de Pío XII) se concreta en el Concordato del 25 de agosto de 1953, según el cual se confirma el carácter confeso del aparato político franquista, que ya había prohibido los actos exteriores de culto de otras confesiones religiosas. En el artículo primero de la Ley de Sucesión en la Jefatura del Estado (1947) se dispone que: «España, como unidad política es un Estado católico, social y representativo, que, de acuerdo con su tradición, se declara constituido en Reino».

El talante nacionalista y católico del régimen queda plasmado en la propaganda oficial, en las actividades culturales y en los contenidos del sistema educativo. En este último se hace evidente el deseo del poder de crear una mentalidad homogénea y afín al estado caudillista. Para ello se busca un fin misionero al franquismo. En los libros de texto de la etapa nacional-católica (años 40 y 50) se presenta una visión providencialista de la historia, concebida como una confrontación entre fuerzas benévolas y malévolas en la que siempre triunfan las primeras, elegidas por Dios para hacer su voluntad. La educación histórica y religiosa busca justificar un estado de cosas mediante fábulas o hazañas reales del pasado. Se establece una identificación entre Estado y los períodos tenidos por más gloriosos dentro de la historia española (por ejemplo período visigodo o reinado de los Reyes Católicos), a la vez que se hace borrón o escaso eco de la etapa decimonónica y del siglo XX hasta 1936.

El sistema educativo franquista resucita los viejos tópicos patrióticos y religiosos, especialmente los de “Reconquista” e “Imperio”. La idea de Reconquista cristiana estaba presente en todos los tratados y manuales de historia de España. La historiografía liberal, iniciada por Modesto Lafuente durante la primera mitad del siglo XIX, mantiene la imagen tradicional de la confrontación cristiano-semítica. En este punto no existen grandes diferencias entre los autores constitucionalistas y antiliberales. El régimen de Franco no hace más que recoger la herencia anterior. El antisemitismo se implanta como contenido corriente en las asignaturas de historia y religión. Los libros de texto infantiles –como El Florido Pensil– de esta época muestran la siguiente imagen de los judíos:

«Los judíos se dedicaban especialmente al comercio y a la usura, y en secreto trataban de propagar su falsa religión. En varias ocasiones habían martirizado a niños cristianos con horrendos suplicios. Por todo esto, el pueblo cristiano los odiaba».

«…los judíos eran en España verdaderos espías y conspiradores políticos(84) que vivían en la secreta amistad con los moros y en la callada esperanza de los turcos… Los judíos estaban organizados en verdaderas sociedades secretas de intrigas y conspiración. En esas sociedades se habían preparado crímenes horribles, como el asesinato de un Santo Obispo de Zaragoza, y el martirio, en La Guardia, de un niño en el que se había reproducido la pasión de Cristo…».

«La prudencia de esta determinación real (edicto de expulsión de 1492) no la comprenderá quien desconozca el carácter judío, su actuación hipócrita y sus tendencias sociales que tantas veces han llevado a España a la ruina. El mundo nos da ahora por fin la razón, y, después de cuatro siglos, los mayores políticos adoptan el consejo de nuestros Católicos Soberanos, expulsando de sus territorios a esta raza peligrosísima».

En la escuela franquista los judíos son presentados como asesinos, traidores y usureros para después justificar su expulsión. El antisemitismo del régimen tiene un carácter religioso, no biológico, aunque muchos miembros de la derecha reaccionaria se hacen acopio de la doctrina nazi (por ejemplo Ramón Serrano Suñer). Con todo, el prejuicio cristiano muestra en sus imágenes la clásica caracterización del hebreo con nariz aguileña. Los moros, por su parte, son descritos de manera similar a los judíos:

«Los moros, como los niños o los salvajes, no veían más que lo que tenían delante de los ojos y no sabían ponerlo en relación con otras cosas lejanas para formar la idea de unidad».

«Los moros no querían a Nuestro Señor Jesucristo ni a la Virgen. Los moros creían en un hombre que se llamó Mahoma. Mahoma decía:

«Matad a nuestros enemigos donde los encontréis» y un rey moro les mandó que devoraran a los cristianos hasta que no quedara uno».

La idea de nación traicionada y de civilización católica se vuelve a repetir. Los judíos y los moros son responsabilizados del final del “esplendor” gótico:

«.. se puede decir con plena razón, que a principios del siglo VII era España la nación más católica, más culta y más civilizada de Europa».

Había entonces en España muchos judíos. Y los judíos, que tampoco querían a los españoles, dijeron a los moros por donde tenían que entrar para apoderarse de España».

La visión que se tiene de los moros varía en función del autor y del libro de texto. Lo mismo se les representa como unos “salvajes” que como un grupo étnico tolerante y civilizado. Tal hecho es apreciable incluso en la terminología utilizada: el concepto de «moro» se aplica a la hora de resaltar alguna cualidad negativa de los islámicos o de los pueblos del Norte de África; en cambio, cuando se busca una relación de afinidad se utilizan los vocablos «árabe» o «musulmán». No obstante, a pesar de dicha ambigüedad, se trasluce un ultranacionalismo españolista ya que las obras de la etapa islámica son siempre atribuidas a los españoles –en la línea de historiadores como Claudio Sánchez Albornoz– y a su supuesta influencia civilizadora sobre los árabes. La propaganda historiográfica franquista mantiene una posición antitética en la que, por un lado, se denosta a los moros como gentes salvajes y foráneas mientras que por otro, se reclama el patrimonio hispano-árabe para ensalzar el orgullo patrio:

«El comportamiento con los cristianos: En general, los árabes fueron tolerantes con los cristianos, pues colaboraron en muchas ocasiones con ellos en obras culturales y se respetaron mutuamente».

«Aunque los árabes, al venir a España eran simples y feroces guerreros del desierto, el contacto con los españoles, con las flores de nuestro suelo y las claras luces de nuestro sol, despertó en ellos ilusiones de arte y saber».

«–¿Y eso es obra de los árabes? –No, es obra de los españoles, porque aquellos musulmanes eran españoles casi todos, y empezando por los mismos califas, no tenían apenas unas gotas de sangre oriental. Toda aquella civilización maravillosa es española; españoles sus libros, sus sabios, sus guerreros, sus artistas, sus poetas».

El ideario cultural franquista cultiva la idea de “Imperio”. España tiene una “misión civilizadora y evangelizadora” que cumplir allende los mares. El espíritu anacrónico del cristiano viejo, hidalgo, inquisidor y conquistador queda plasmado en los textos al ensalzarse las epopeyas de cruzada:

«Este es el Imperio que queremos restaurar, llevando otra vez a lejanas tierras el nombre de la Patria y llevando de nuevo el nombre de Cristo a quienes aún no le conocen. El mar nos brinda caminos. Y África nos ofrece el tesoro de sus hombres salvajes y de sus selvas vírgenes».

«No convenía la proximidad de moros incultos, y nos comprometimos ante las demás naciones a llevar a este territorio carreteras, ferrocarriles, escuelas, etc., para levantar la cultura de sus habitantes ».

(Andrés Sopeña Monsalve. El Florido Pensil: Memoria de la escuela nacional católica, Ed. Crítica, Barcelona, 1994, págs. 152-218.).

(79) Según el grabado que ilustra la Ortografía Castellana publicado por Mateo Alemán en México, este autor de descendencia hebraica tenía los rasgos armenoides de nariz convexa, ojos almendrados y cara ancha.

80 Algunos autores, como el Padre Mariana o Pedro Ponce de León estaban en contra de la expulsión de judíos y de moriscos.

Ignacio de Loyola, fundador de la Compañía de Jesús, siempre se mostró hostil a los estatutos de limpieza de sangre y renegó de éstos al admitir a decenas de conversos en su orden.

81 El término moriscos y a alusión a la nariz grande y a no comer tocino refiere tanto a los descendientes de musulmanes como a los de judíos.

82 Las nodrizas judías estaban excluidas de los palacios reales, ya que se creía que con su leche podrían contaminar a los vástagos

cristianos. Esto se ve en autores como Acosta, Discurso contra los iudios o Ignacio del Villar.

83 Otros autores, como Benito Pérez Galdós, adoptaron una actitud filohebrea. Algunos, como el doctor Pulido, realizaron campañas

para promover el regreso de los sefarditas a España.

84 El vocablo judío se utilizaba en la España decimonónica para denostar a los políticos de corte liberal. Hoy en día se repite este hecho en Rusia y otros países del Este europeo.

Texto extraído del libro “HISTORIA ANTROPOLÓGICA DEL RACISMO EN ESPAÑA”

Historia de los musulmanes en al-Ándalus. La batalla de la Axarquía (Málaga)

LA BATALLA DE LA AXARQUÍA  (MÁLAGA)
 
batalla_axarquia
Yussuf al-Hussein Peláez.

Tras la toma por parte de las tropas castellanas de Antequera y habiéndose formado una marca fronteriza con Málaga, por el año 1483, se reunieron en esta ciudad, Antequera, el adelantado de Andalucía D. Pedro Enríquez, con D. Juan de Silva, conde de cifuentes y el maestre de Santiago D. Alonso de Cárdenas, frontero de Écija. Decidieron hacer una incursión de pillaje y algarabía la comarca de la Axarquia Malagueña, la cual era famosa por sus riquezas en seda, pues la producción de este producto era bien conocida en los reinos castellanos, al igual que la de otros ricos frutos, lo que supondría un rico botín para las tropas castellanas.

El plan era de gran ambición pero, no fiándose de las tropas andalusíes que podrían encontrase, pensaron llamar a más aliados este llamamiento fue bien acogido por la flor y nata de las tropas castellanas asentadas en las comarcas fronterizas de al-Andalus. Estas tropas fueron atraídas más que por el compromiso a la corona, fueron atraídos por su avaricia y el tan gran botín que fácilmente conseguirían.

Con el afán de conseguir tan cuantioso botín, se reunieron en Antequera, los mejores hidalgos, escuderos y gentes con ganas de matar y saquear, junto a la más alta nobleza. Junto a los nobles anteriormente señalados se unieron el Márquez de Cádiz, D. Bernardino Manrique justicia mayor de Córdoba, Juan de Robles corregidor de Jerez, los alcaldes de Morón, Utrera y Archidona, D. Juan de Almaráz y Bernal Francés, capitanes de varias compañías de las Hermandades, comendadores freires santiaguistas, nobles infantes é hidalgos de Sevilla, Córdoba, Écija y Carmona, milicianos concejiles, aventureros y toda clase de buitres guerreros de los reinos castellanos. Como podemos observar una autentica cruzada se estaba preparando.

Reunidos todos en Antequera, era la hora de decidir donde y por donde atacar. Entre todas las propuestas, fueron tres las más escuchadas. Propusieron sorprender Málaga, pues según sus espías, su fortaleza tenía poca guarnición y la empresa podría ser muy factible para las tropas castellanas, pero siempre podían tener muchas bajas y para una empresa como Málaga, pensaron que necesitarían más tropas, por lo que quedó descartada esta idea por impracticable. La otra que se propuso fue la del Márquez de Cádiz, el cual propuso atacar por Almogía, jurisdicción próxima y con abundante riqueza pecuaria y agrícola, donde la caballería y la infantería podría maniobrar bien, y con poco coste podrían tener un buen botín. El plan del Márquez fue desechado por mezquino y poco atrevido ante la codicia que segaba a los presentes. El tercero fue, el del Maestre de Santiago el cual proponía entrar por el territorio que los andalusíes malagueños llamaban Axarquia, en el que las tropas cristianas, hacia siglos que no habían guerreado y en la cual esperaban obtener un tremendo botín.

Esta última propuesta tuvo muchos detractores, pues los riesgos no eran pocos, la distancia de Antequera a la Axarquia, los caminos por los cuales debían de pasar, e incluso la supuesta de algunos de que estas tierras no existían, que era un sueño. Pero los partidarios del maestre de Santiago, convencieron que ellos conocían bien los caminos y pasos, a demás de que sus pobladores eran poco guerreros y muy anárquicos en esta materia. Pero lo que verdaderamente los cegó fue su codicia por las riquezas que se oían de esta comarca.

Por fin el miércoles 19 de marzo, pusieron la expedición en marcha, la componían unos dos mil setecientos jinetes y mil infantes. Formaron dos divisiones, una capitaneado por el Márquez de Cádiz y otra por D. Alonso de Aguilar, la retaguardia la cubría el maestre de Santiago. Iban todos poco precavidos y soñando con el botín que obtendrían. Al día siguiente jueves, llegan a la Axarquia, lo primero que observan son los montes de la comarca poco poblados, con muchas cañadas y estrechos caminos por los que pasar los cuales debían de ir en fila de uno, cuanto más se iban a adentrando en la comarca iban pasando por frondosos bosques de castañares, encinales, jarales, etc., silencio roto por algún salto de agua. Las aldeas con las que se encontraron estaban desiertas, pues los habitantes se habían percatado de la llegada de cristianos a sus tierras, por lo cual habían huido a esconderse a cerros, castillos, fortalezas, atalayas, cuevas y cerros. Por este motivo pocos prisioneros consiguieron hacer y menos botines recoger. Las tropas cristianas, al no obtener recompensa, empezaron a ponerse nerviosas, a quemar las aldeas y villarejos que encontraban, pasaban a espada a sus pocos habitantes en su mayoría ancianos que no habían podido huir. Las tropas castellanas ciegas por llegar a la costa no se daban cuenta de que cada aldea, casa o corral quemado era un aviso a los axárquicos de esa invasión de saqueadores, y asesinos que intentaban arrasar la comarca.

Una vez habiendo llegado la retaguardia a la villa de Moclinejo, que al igual que como las anteriores villas, estaba desierta. La soldadesca prendió fuego a la villa. Pero la población morisca de Moclinejo estaba cerca, escondida en los bosques y montes, llorando la impotencia de ver como destrozaban todas sus pertenencias y viviendas, pero observaron que las tropas cristianas al abandonar su pueblo, trataban de cruzar por unas ramblas y cañadas de difícil maniobrabilidad para dichas tropas. En un alarde de desesperación y rabia los moriscos de Moclinejo aprovechando los desniveles del terreno, con piedras, palos, espadas y flechas. Atacaron a las tropas invasoras, con tal valor y rabia que las tropas cristianas se vieron, emboscadas por un ejército anárquico de moriscos agricultores, que luchaban como el mejor soldado cristiano, causando tal numero de bajas a las tropas que el desconcierto reinaba entre las tropas castellanas, tal es así que El maestre tuvo que pedir ayuda a el marqués de Cádiz, el cual acudió con caballeros e infantes, por lo que la retaguardia pudo salir de esa situación.

Mientras tanto, cientos de fuegos hacían señales para que los moradores de estas tierras, se preparasen para su defensa, las gentes de las aldeas, caseríos, villas , gentes acomodadas, todo el que podía defender su tierra corría hacia los vecinos montes para la lucha, contra el invasor, lucha encabezada por las mujeres que con gran valor iban a la lucha.

Los moradores de la Axarqía, no conocían enfrenamiento con las tropas cristianas, desde la expedición de Alonso el Batallador, de lo cual habían pasado ya muchos siglos. Los axarquicos decidieron que aquella invasión debía tener un duro castigo. Las gentes acudían con ganas de defender y luchar, tomaban los cerros, colinas, hacían ataques en zonas estratégicas, donde sabían que sin ser un ejercito preparado como el castellano, podrían hacerles frente, y tanto que le hacían, causando muchísimas bajas en pasos y cañadas, los moriscos de la zona eran grandes guerreros.

Tras las noticias que llegaban de la retaguardia obligaron a Don Alonso de Aguilar y al adelantado, a reunirse con sus tropas con las del marqués de Cádiz y el maestre de Santiago. Una vez reunidas las tropas castellanas reconocieron el error cometido en esta empresa, y acordaron retirarse. Pero la retirada tampoco sería fácil, pues sólo tenían dos caminos por donde salir, el primero era seguir por la costa, más fácil y llano, pero más largo, el segundo más difícil, y más corto, era volverse por donde habían venido.

El maestre, convenció a las tropas y señores de que el camino que debían de salida del territorio debía de ser el mismo por el que habían entrado en el. Las tropas intentaron encontrar los pasos y barrancos por los que habían entrado desde Antequera, pero, por nervios o cansancio en su huida no consiguieron dar con ellos y extraviaron al ejército entre los montes. Los axarquicos, sabiendo los pasos que estaban buscando las tropas castellanas, se dirigieron hacia ellos para esperarlos, mientras otros perseguían a las cansadas tropas, causándoles el mayor número de bajas posibles con sus hondas y ballestas. Tras largas jornadas de marcha, entran las tropas castellanas en un valle, lo que es hoy el Arroyo Jaboneros, los moriscos axarquicos estaban esperando la entrada de estas tropas, y cuando entraron, les hicieron una emboscada. Desesperadas las tropas de castilla, tras ver como caían sus soldados muertos o heridos, muchos de ellos decidieron salir como fuese de allí, intentando alcanzar las alturas y abandonar el valle.

Como podían unos a pie otros acaballo, tropezando subían desesperadamente, junto a el maestre era muerto el alférez Diego Becerra, más adelante Juan de Bazan y el primo del maestre Juan de Osorio.

Las tropas castellanas pagaban con sus vidas, su orgullosa obstinación, por querer invadir y expoliar estos territorios.

Por la otra orilla del valle subía el marques de Cádiz, ya sin su caballo. Intentando reunirse con el maestre, pero la noche y el desconocimiento del terreno lo impedía. En un arrebato de desesperación del marques de Cádiz, bajo de nuevo al valle donde reunió e intentó reunir a sus soldados, pero estos se habían rendido la mayoría, otros habían huido acobardados y hambrientos dejando tirados por los campos sus pendones, buscando donde poder esconderse y poder esquivar la vigilancia de los moriscos axarquicos.

El marques sólo con unos cincuenta hombres y loco de ira quería seguir combatiendo, pero Luis Amar y la soldadesca, le convencieron para abandonar esta idea y salvar la vida mientras pudieran, tras la llegada de la noche salieron del valle y tras cuatro leguas de huida, consiguieron llegar a tierras cristianas. El resto de tropa fue cautiva o muerta en combate, nobles e hidalgos como D. Diego, D. Lope, D. Beltrán, D. Lorenzo y D. Manuel, sus cuerpos quedaron en estos campos junto a los soldados.

Amaneció el día 21 de Marzo, de triste recordación durante años para castilla. La soldadesca intentaba salir de la comarca, en su huida se desamaban y dejaban sus armaduras para poder correr más o poder esconderse, para pasar desapercibidos días más tarde.

Era tan intenso el miedo de los soldados que se cuenta que dos campesinos desarmados prendieron a seis fugitivos, y que hubo mujeres que cautivaron a algunos cristianos que se encontraban esparcidos por el campo. Poco tiempo después decía el rey Católico, que sólo setenta moriscos, habían vencido a dos mil caballeros, los mejores de Castilla.

Otros que consiguieron escapar eran D. Alonso de Aguilar y Pedro de Valdivieso que después de días andando por los montes y consiguiendo llegar a fronteras cristianas. Otros caballeros como los antes mencionados, quedaron muertos Pedro Vázquez, Gómez Méndez de Sotomayor alcalde de Utrera, Alfonso de las Casas. Se calculan en unos ochocientos. Ochocientos cincuenta los cautivos y unos treinta los comendadores de Santiago, como Pedro Ponce de León, hermano del marques de Cádiz, Juan de Pineda, Lorenzo Ponce de León, Juan de Zapata, Juan Robles, D. Juan hermano del duque de Medina Sidonia, Juan Monsalve, Juan Gutiérrez Tello, Pedro Esquivel, Gómez de Figueroa, Bernardino Manrique, Gonzalo Saavedra, sobre doscientos hombres de la nobleza.

Cuándo los vencidos volvieron a sus ciudades, pueblos y aldeas, recibieron como cobardes y les reprochaban de no haber muerto o haber quedado cautivos con sus compañeros. El maestre de Santiago aconsejador de dicha empresa, devoraba en silencio su vergüenza.

En los pueblos, villas y alquerías de la Axarquía, todo era regocijo, zambra y jubileo, Allah volvía su rostro hacia sus mu´min, que habían derribado la soberbia cristiana.

Historia de los musulmanes en al-Ándalus. Raices moriscas de la cocina andaluza

RAÍCES MORISCAS DE LA COCINA ANDALUZA
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Antonio Gallego Morel*

Siempre que se dibuja un mapa gastronómico de España, Andalucía mantiene la unidad de sus límites coloreándose con el verde del aceite y de las olivas, ofreciéndose como la” zona de los fritos”, epígrafe que sustituye los de las ocho provincias andaluzas en contraposición a las otras geografías de los asados, los arroces, los chilindrones, las salsas y los pescados, si bien en los últimos años, pescados a la plancha y a la sal se prodigan en las zonas turísticas de Andalucía completando la tradicional hegemonía del pescado frito que sigue manteniendo característica muy peculiares: en todas son distintos en cada región de se aderezan de distinta manera; en ningún lugar se fríen los chanquetes como en la zona de Málaga o se hacen la moraga de sardina como en Motril.

Pescaditos fritos no sólo de la zona costera andaluza ¡: eran los albures, bogas, lisas abadejos y sollos que se alineaban tras la reina pescadilla que se mordía la cola en la tradición Sevillana del barrio de Triana. Es que Sevilla recogía y recoge en su mejor cocina lo que le llega desde los mares de la Andalucía de los puertos Zambucar y la vía que sale al otro mar por Hayámoste: langostinos, camarones, coquillas del Morcillón, almejas, lapas, mariscos, ostigones, cañailla, burgados, caracolillos, conchas, buzanos… Siempre se dice de Madrid que es el mejor puerto del Cantábrico en cuanto a presencia de pescados en su buena mesa, pero lo que quiere decir dicha expresión es la bondad de la tierra adentro también para tener acceso a las delicias del mar. Y, además, Sevilla no es propiamente ni costa ni tierra adentro: es lo que rige el Guadalquivir. Lo que garcía Gómez designó como un eclipse en su poesía es un “cliché” también válido para su cocina. Pero los andaluces no son gastronómicamente chauvisnistas, incluso exageran en su beatería ante la cocina del norte español y la francesa, lo que explica el éxito d e los restaurantes franceses y vascos en la región.

Dentro de la diversidad de la cocina del sur español destaca la tradición arábigo-andaluza viva en la España cristiana y mantenida por los moriscos que representan unas costumbres en cuanto a comer y beber muy distintas de las de los musulmanes españoles en su época de hegemonía política… Estos antiguos musulmanes bebían vino y Emilio García Gómez ha podido recoger textos poéticos de aquella época que atestiguan estas afirmaciones. Un secretario de Mutanid de Sevilla escribía en el siglo XI:

El reflejo del vino atravesado por la luz colorea de rojo los dedos del copero como el enebro deja teñido el hocico del antílope”.

Otros poetas como Ben Sirach, Ben Jafacha o al-Rusafi nos ofrecen escenas báquicas dentro de los Poemas arabigoandaluces. En cambio, los moriscos no bebían vino aunque los andaluces también fuesen en esto los menos rígidos. Fray Pedro de Alcalá da nombres de los lagares y otros vocablos relacionados con la fabricación del vino porque se refiere a la zona andaluza mientras Joaquín Belda al referirse la zona valenciana, pese a la riqueza allí de viñas, resalta que no se encuentra ni una sola prensa de vino. Prueba de esta falta de rigidez en cuanto a la prohibición entre los moriscos andaluces estarían diversos textos del 1500 por lo que el Ayuntamiento de Granada tomaba el cuerdo de no vender “cueros de vinos ni botas para se juntar en los cármenes y heredades a se emborrachar” y medidas más severas tuvieron que adoptarse en la zona de Guadix y Baza donde en los días de fiesta y sobre todo de fiestas cristianas tomaban “desorden de beber vino… e había muchos de ellos borrachos e se mataban a cuchilladas”. La reina Doña Juana tuvo que dictar una provisión ordenando, en 1505, al corregidor de Guadix la represión de excesos de esta clase y en 1514 en las ordenanzas dictadas por el duque de Alba para el adoctrinamiento de los moriscos de Huéscar se establece la prohibición de la venta de vino en las tabernas por ser muchos los que “pierden el sentido e se emborrachan” y porque hay mucho desorden en el beber. Una Real Célula de 1515 condena a la pena de cárcel si se encontraba borrachos a los moriscos y, en 1521, el ayuntamiento de Baza prohíbe también la venta de vino en los bodegones. Esta situación es similar en toda la zona de Andalucía oriental durante esta época. Pese a ello, era frecuente entre los moriscos beber una especie de narcótico producido del polvo de las hojas del cáñamo y que producía cierta excitación nerviosa, que denominaban “alharxix”, mucho más barato que el vino y con el que también se emborrachaban.

En cuanto al comer no comían cerdo y con esta coincidieron musulmanes de la época de esplendor y moriscos, extendiendo esta rigurosa prohibición al tocino y a cunato consideraban relacionado con los cerdos: rábanos, nabos, zanahorias…Tampoco comían carnes sin sangrar, nada que contuviese sangre coagulada y animales ahogados o mordidos por otros: eran para ellos “carnes malditas”.

Estas prohibiciones repercutían en el mundo social de los moriscos ya que llevaba a la imposición de tener carnicerías especiales para los moriscos y matarifes especiales para los mismos. Todo esto, pues, condicionaba una especial gastronomía morisca.

No existen muchos libros que nos permitan conocer cómo era realmente la cocina arábigo andaluza y por los pocos datos que tenemos proceden de escritos magribíes. Y, naturalmente la más importante fuente de información nos la suministran los platos y ejemplos culinarios que han llegado hasta nosotros. Ambrosio Huici Miranda publicó la Traducción española de un manuscrito anónimo del siglo XII sobre la cocina hispano-magribí, único texto amplio para el estudio de la cocina musulmana de occidente, que completa el de al-Bagdadi para oriente. Son piezas capitales los diez manuscritos de la Wusla ila I-Habib, algunos de ellos ya estudiados por M. Rodinson en sus Recherches sur les documento árabes relatifs a la cusine, así como la tesis de profesor Fernando de la Granja sobre la cocina arábigo-andaluza: texto árabe, traducción y comentario de dos documentos manuscritos de la Colección Gringos de la Academia de la Historia y otro de la Universidad de Tubingen, la Fadalat al-jiwan. Muchas de las recetas contenidas en tos tratados vienen a ilustrar aquellas palabras de La Lozana Andaluza cuando hilvana en su discurso el alcurcuz y las alhondiguillas, pestiños, ojuelas, rosquillas de alfajor, textones de cañamones y ajonjolí, négados, jopaipas y hojaldres junto a su “cazuela con ajico y comino, y saborcito de vinagre

En el citado libro Faddalar al-jiwan, estudiado por Fernando de la Granja, se ofrece la receta de un guiso de habas que es pieza capital de la gastronomía granadina. Y las múltiples aportaciones culinarias de la alcachofa hacen pervivir el recuerdo de platos moriscos: esas alcachofas que en la provincia de Cádiz son denominadas alcanciles y que se mantienen en menús actuales bajo el epígrafe de “alcanciles rellenos” por ejemplo. Esta tradición condiciona el nacimiento de la “Peña el alcancil” que aglutina a los aficionados sevillanos a la buena mesa.

De tradición morisca son el potaje de trigo, usual hasta la primera mitad de nuestro siglo, el ajo blanco con uvas o manzanas y la sopa de almendras. El potaje de trigo incorpora los hinojos muy frecuentes en la cocina mediterránea del siglo XVI y tiene un majado de pan frito y pimiento. Ruperto de Nola fue un cocinero del rey de Nápoles que ordenó sus recetas con el título de “muchos potajes y salsas y guisados para el tiempo de carnaval y de la cuaresma; y manjares y salsas y caldos para dolientes de muy gran sustancia, y frutas de sartén y mazapanes h otras muy provechosas y del servicio y oficios de las casas de los Reyes y grandes señores y caballeros”… El libro puede ser datado en 1477 si bien nos llega como primera edición de 1525 alcanzando cinco ediciones en el siglo XVI. Nola, en su Libro de guisados (editado por Dionisio Pérez, “Post-ThebussemE en 1929) consigna una berenjenas a la morisca. Ya en poeta Ben Sara. Seleccionado por García Gómez en sus Poemas arábigoandaluces acertó a cantar la berenjena:

“Es un fruto de forma esférica, de agradable gusto, alimentado por agua abundante en todos los jardines.

Ceñido por el caparazón de su pecíolo, parece un corazón de cordero entre las garras de un buitre”.

También el poeta Ben al-Talla del siglo XI, canta la alcachofa en esta tradición poética de al-Andaluz:

“Hija del agua y de la tierra, su abundancias se ofrece a quien la espera encerrada en su castillo de avaricia.

Parece por su blancura y por lo inaccesible de su refugio, una virgen griega entre un velo de lanzas”.

También la cebolla tiene esa misma tradición a través preferentemente de sus dos modalidades de cebolla albarrana y cebolla albarranilla.

Muchos platos de distintas maneras de guisar alcachofas y berenjenas en las zonas de Almería Málaga, Granada y Jaén, propagadas luego hacia Levante y Provenza, tienen su origen en platos moriscos. Es curiosa la receta de Ruperto de Nola en sus “Berenjenas a la morisca” cuando distingue ente el tocino que en el Mediterráneo del siglo XV se incorpora a la sartén y la prohibición: “después de picarlas con un cuchillo y vayan a la olla y sean muy bien sofreídas con buen tocino o con aceite que sea dulce, porque los moros no comen tocino”.

Y como plato regio de berenjenas hemos de mencionar la alboronía, guisado de berenjenas, tomate, calabaza y pimiento, guiso que lleva el nombre de la esposa del Califa al-Ma´mun, Buran, cuyas bodas fueron muy celebradas y quedaron recordadas en una de los platos que en aquel festín fueron servidos.

De tradición morisca es el salmorejo y muchos platos en cuya confección domina el majado tal como es entendido en la cocina andaluza que excede del simple machacar, ya que se completa batiendo hasta que todo se convierta en una especie de papilla. El salmorejo es un majado de ajos, sal, migas de pan y aceite, vinagre y agua. Es por lo tanto una de las múltiples variedades del gazpacho. También es de origen morisco el remojón que se mantiene en La Alpujarra que es una especie de ensalada con bacalao, naranja, aceitunas, cebolla, tomate frito, aceite y vinagre. La presencia en muchos de estos platos de la naranja es frecuentemente de origen morisco como aquellas toronjas de Játiva que son almojaranas cuya receta nos ofrece también Ruperto de Nola y junto con las almojaranas propias, las tortas de queso. Y morisco es el almodrote o salsa de queso, aceite y ajos fundamentalmente conocida bien machacados o majados en ese elemento fundamental en toda cocina morisca o musulmana que era el almirez, hoy pieza de museo, ejemplar de anticuario y oferta viva, en cualquier bazar de un norte de Marruecos con cercana tradición ibérica.

Y de tradición morisca son la albóndiga en sus múltiples modalidades cuya etimología es la de bolitas del tamaño de la avellana, esas avellanas que también cuentas tanto en la poesía popular de la Edad Media. Pero acaso sea al alcuscuz la más original reminiscencia morisca que permanece en muchísimas variedades que ofrece esa pasta de harina y miel convertida en pequeños granos redondos y guisada de las más diversas maneras, una de ellas es el alajú con almendra, nueces, piñones, pan rallado y miel. Sebastián de Corvarrubias en su Tesoro de la Lengua, de 1611, define al alcuscuz como “un cierto género de hormiguillo, de más deshecha en granos redondos”. La presencia de la miel, del ajonjolí, de la naranja en muchos platos que no son propiamente de la tabla de los dulces denotan influencias moriscas y crean toda esa gama de unas tortas que exhiben los títulos de “las auténticas”, las legítimas, conocidas en nuestros supermercados actuales como de Inés Rosales y en las que campean los nombres de Castilleja de la Cuesta, Lachar, Loja y otros lugares andaluces.

En la zona de la Alpujarra permanecen muchas huellas de gastronomía morisca que desconciertan con el predominio del jamón –el de Trevélez- otros productos relacionados con la institución social de la matanza de tan honda tradición en muchos pueblos de la comarca y que no es posible relacionar con pervivencias moriscas. Muchos platos que mantienen su denominación “a la andaluza”, son realmente “a la morisca”, y en esas denominaciones están siempre al fondo el tomate y el pimiento, y es curioso y natural históricamente que coincidan tradiciones gastronómicas en la región más arabizada de Andalucía y en la zona de Toledo lo cual prueba la fuerza en ambas geografías de una misma herencia: es el concepto científico de la “andalusí” puesto con vigor en su justo lugar por Manuel Alvar, empachado ya de tanto analfabetismo culturizante.

Por otro parte la pura etimología y la historia nos llevaría a sacar conclusiones correctas. La existencia entre los musulmanes de prósperas almadrabas nos podrían llevar a establecer antecedentes moriscos a muchos platos en los que entra como elemento principal el atún.

Pero probablemente el plato de honor con tradición morisca sea el ajo blanco con uvas, considerado como plato típico de Málaga, que procede de la tradición culinaria del machacado de la almendra en almireces de cobre que tienen su punto de irradiación desde la cordobesa Lucena. Es la tradición morisca de machacar y majar hasta lograr la formación de una pasta que ofrece toda una gama desde la masa compacta y sólida, hasta la creación de una auténtica leche como acontece con el ajo blanco, establecemos esta posibilidad pese al abolengo romano del ajo como valor culinario y como valor medicinal vivo en la Roma de Virgilio, en la Provenza y a lo largo del Levante español.

Tradición morisca tienen muchas modalidades de gachas que en algunos pueblos de la provincia de Córdoba se aderezan con ajonjolí y se prodigan durante el mes de noviembre, junto con el “picadillo” que es una ensalada semejante al remojón –listo para remojar, para mojar- a base de rodajas de naranja, bacalao, pimientos morrones a tiras y cebollas.

Ahora bien, es en la dulcería donde mejor y más interesante se puede sorprender la pervivencia hasta nuestros días de marcadas influencias moriscas. Y es curioso que esta pervivencia se perpetúe a través de caseras industrias montadas en los conventos de clausura. Y más aún que esta tradición cruce el Atlántico y también surja en concretos lugares de Hispanoamérica: el contagio de la tradición pulcra de los conventos de Granada. Y es en este campo de la dulcería donde una vez más coinciden las costumbres gastronómicas de Andalucía y Toledo. Esta tradición está vinculada a fiestas populares, con motivo de las ocasiones de bodas y bautizos y preferentemente, en relación con las festividades de la Navidad y de Semana Santa.

Muy característica de Córdoba, zona de Toledo y de la Mancha son las flores, dulces de sartén, fritos emborrizados en miel o los hojaldres con ajonjolí, y masas de harina perfumadas con limón como las perrunas. También es de origen morisco la batata emborrizada en almíbar de las vegas de Málaga y muy clásicas las torteras de Sevilla con relleno de c9idra y naranja en su centro que se colocaban sobre rueda con varillas denominada azafates –nombre morisco- que son canastillos hoy sustituidos por cestillas de cartón. Y en la geografía sevillana están las tortas de aceite, frutas bañadas y garrapiñadas, almendrados y melindros, los mantecados y polvorones, cortadillos rellenos y piñonatas en que destaca el nombre de Estepa en dicha provincia y el de Antequera en la divisoria andaluza de otras provincias; las alegrías, roscos y polvorones de Morón. Uno de estos dulces es el de más tradición morisca, el alfajor, al que dedicó el erudito Adolfo de Castro un trabajo; es muy clásico de la zona de Jerez pero es en Antequera donde se industrializa. También los pestiños de estas zonas así como los pestiños manchegos y las flores de sartén de esta misma zona tiene tradición morisca, así como la clásica torta de almendras de Chiclana. Bolados, azúcar rosada, grajeas de colorines de una Andalucía modernista que sale de Sevilla a comer los domingos en busca del mar y que subían monte arriba desde Málaga con las pasas que exhibían también litografías modernistas en sus cajas a tono con las botellas de vinos de Málaga o de los anises. Es la Málaga de casonas, lagares y verdiales evocada en estampas de color y prosa aún más estallante por Manolo Blanco: “Se envasan las calas de pasas en racimos y en la prensa se aprietan los higos como la miel, en redondos ceretes. Es la dulzura y el aroma de los montes de Málaga anteriores a la “filorexa “ o en el heroico empeño de la repoblación de sus montes con las cepas de “siparia”. Blasco evoca las meriendas andaluzas de su juventud: “con zoque, mojete, gazpacho picado o el ajo blanco con uvas moscateles” algunas de cuyas recetas nos transmite Enrique Mapelli en sus Papeles de gastronomía malagueña.

También el arrope, cuya geografía se exiende por Málaga, Sevilla, Cádiz, Granada y la Mancha tiene ascendencia árabe. En el tratado editado por Huici Miranda que recoge un largo centón de recetas anteriores a las tomas de Córdoba y Sevilla por Fernando III se recogen tres tipos de arropes: de membrillo, de granadas y de higos, así como una serie de bebidas no alcohólicas o jarabes: de miel madera de áloe, cidra, julepe, sándalo, mástico, menta, violetas, rosas. En algunas de estas recetas se entrecruza lo gastronómico y recomendable para la digestión con lo erótico: como la “yudaba” provechosa para el frío y que fortalece el coito o aquel alabado, en primavera, para los de sangre ardiente. Surgen, a veces, junto a recetas orientales –Burgia, Ifriquiya, Siria- otras de Niebla, Ceuta o alguna receta siciliana, prueba de la unidad gastronómica del Mediterráneo. Y es en Granada donde culmina esta tradición dulcera en la que se cruzan recuerdos moriscos con el auge en la región de la riqueza del mar. Toda una reiteración de yemas y tocinillos de cielo se enriquecen en Andalucía con el colorido de su toponimia y culminan en las yemas encerradas en cajas de madera por las monjas de San Leandro de Sevilla, en la plaza de San Ildefonso, que hacen pareja con el “bien me sabe” de las monjas Clarisas de Antequera.

Y esta geografía andaluza de mantecados, polvorones y alfajores tiene su contrapunto en el Toledo de los mazapanes y bizcochos de claro origen árabe como son el alajú y la alcorza, variedades de las clásicas tortas de origen morisco. En cambio se ha perdido en Andalucía la tradición del té moro con yerbabuena y riqueza de azúcar de pilón. Se prodigan los restaurantes cosmopolitas con pizzerías a la cabeza u restaurante orientales, pero no así los restaurantes árabes pese al auge de los pinchitos como tapa preferida en bares y tabernas. Es curiosa esta historia de la pervivencia de una cocina morisca entre los andaluces, como es curiosa la penetración del aceite como elemento principal de una cocina y con el aceite la del ajo. Y entonces nos encontramos con unas similitudes entre Andalucía y Provenza en correspondencia histórica con geografías de asentamiento de los árabes. Dionisio Pérez (“Post-Thebussem”) uno de los clásicos de la gastronomía con más talento, que redactó una guía del buen comer español, trazó las fronteras y el crecer del “alioli” como hecho capital de una forma culinaria y sorprendió muchas pervivencias moriscas en nuestra cocina nacional. Recuerdos moriscos que todavía asoman a la carretera cuando en las travesías de pueblos que conduce a la Alpujarra nos colocan, como en los días en que viajó Pedro Antonio de Alarcón, no acertó, naranjas y limones, tanto para postrear como para aderezar muchos platos. La Alpujarra la rica variedad de la cocina de esta comarca. No era sólo Alarcón. Nuestros costumbristas del siglo XIX pasan en general de largo por lo que se guisa en las cocinas que se traducen a describir plásticamente, seducidos por lo estrictamente folklórico de cante, el baile y la indumentaria.

Richard Ford fue agudo observador de la cocina española pero acaso exagerase cuando afirmaba que “la cocina nacional española –son sus palabras- ges en su mayor parte oriental”. Se basaba en el dominio de los guisados frente a los asados y era implacable con muchos usos culinarios. Señalaba cómo los españoles no tenían más una sola salsa –frente a la variedad de las salsas inglesas- “de color tostado, muy parecido al color siena que imitaba Murillo”. Ford, al acercarse a la cocina española, traza un cuadro de la España negra centrada por el plato de la olla podrida descubriéndose ante las ensaladas españolas que para cocinarlas –dice- se necesitan cuatro personas: “un derrochador para el aceite, un tacaño para el vinagre, un consejero para la sal y un loco para revolverlo todo”. Para Ford, España es el país de lo imprevisto. No consigna en su libro tradiciones culinarias árabes o moriscas pero resalta el modismo de la pregunta española “¿usted gusta?” y acentúa este rasgo español de la hospitalidad como típicamente oriental e incluso señala como oriental la manera de los españoles de su tiempo de inclinarse sobre el plato a la hora de comer: Ford tenía intuiciones de fotógrafo a la hora de captar la realidad. Destacó la presencia del ajo, de los dientes de ajo en las cocinas españolas, destacó los jamones de Trevélez, en la Alpujarra de Granada, y consignó que cuando los españoles mojaban pan en su salsa se comían la paleta de Murillo: no en balde Ford alienta con sus textos la españolada como la alimentan los polvorones, los mantecados, los mazapanes y los alfajores, dulcería de una vieja tradición, la misma que en los escritores como Américo Castro y Camilo José Cela funden en su interpretación del pensamiento nacional como conjunción de los elementos: judíos, moros y cristianos. Algo que también se refleja a la hora de sentarse a comer los españoles.

*Presidente de la Academia Granadina de Gastronomía