IBN DUD HALEVI
Ibn Daud Halevi, Abraham. Abraham Ben David de Toledo. Córdoba, c. 1110 –
Toledo, c. 1180. Historiador, filósofo y teólogo judío, y,
quizá, traductor.
Abraham
ibn Daud nació en al-Andalus, probablemente en Córdoba, no más tarde de 1110,
en plena época almorávide. Fue nieto de un conocido intelectual judío, Yishaq
ben Baruk ibn Al-Baliah, y sobrino de Baruk ben Yishaq Al-Baliah, que sería al
mismo tiempo su maestro. Su formación incluyó, no sólo las disciplinas propias
de la cultura judía, Biblia y Talmud, Poesía y Filosofía, sino también las de
la árabe y la ciencia griega en versión árabe, sin olvidar algunos aspectos de
la cultura cristiana. Al llegar los almohades a la Península, Abraham huyó a
Castilla y se estableció en Toledo (tal vez hacia 1148), donde ejerció la mayor
parte de su actividad, hasta su muerte, alrededor de 1180, como consecuencia,
se dice, de su fidelidad a la fe de sus mayores. Lamentablemente, no se
conserva ninguna otra noticia segura sobre su vida.
De su
actividad literaria destaca sin duda su papel como historiador apologético en
favor del verdadero judaísmo. Hacia 1160-1161 comenzó a escribir sus obras
fundamentales, entre ellas el Sefer ha-qabbalah (Libro de la tradición), primera
parte de una trilogía histórica de carácter apologético y teológico al mismo
tiempo. En él defendió el judaísmo contra las enseñanzas sectarias de los
caraítas, que no aceptaban las enseñanzas de los rabinos, queriendo demostrar
que sólo la transmisión de las tradiciones rabínicas significaba el
cumplimiento de la Escritura. Desde Moisés hasta sus días se habían ido
transmitiendo esas tradiciones, eslabón tras eslabón, a través de cada una de
las etapas de la historia del pueblo judío, formando una verdadera cadena. El
autor se detuvo de modo particular en la historia del judaísmo de Sefarad,
comenzando por la conocida historia de los cuatro cautivos, que explica la
llegada de Mošeh ben Hanok a Córdoba, conectando así la Península con el saber
rabínico y poniendo de relieve su independencia y pleno derecho como
continuación de las tradiciones más fieles. Los judíos de al-Andalus, y en
concreto, de Toledo, están legitimados frente a los caraítas para servir de
guía espiritual a las comunidades de su tiempo, como depositarios de esa
tradición fielmente transmitida. Terminaba aludiendo a la llegada de los
almohades y la creación del nuevo centro de estudios rabínicos en Toledo.
Teniendo en cuenta que su interés primario no era escribir historia, sino
demostrar que su forma concreta de judaísmo estaba justificada por una
tradición ininterrumpida, es preciso leer la obra con ojos particularmente
críticos. Como es lógico, utilizó listas anteriores de los transmisores de la
tradición rabínica, como el Seder Tannaim we-amoraim o
la Carta de Šerirah Gaon, y empleó los mismos procedimientos
utilizados por los historiadores árabes de su tiempo. Esta perspectiva
histórica se completa con una Zikron diğre Romi (Historia de
Roma), desde Rómulo hasta Recaredo, en la que quitaba autoridad al
cristianismo, describiendo el Nuevo Testamento como una invención de
Constantino, y una Diğre malke Yiśrael be-bayit šeni (Crónica de los
Reyes de Israel durante el Segundo Templo); este último escrito,
dirigido contra los saduceos, precursores de los caraítas, estaba basado en
crónicas, como el Sefer Yosippon, y no tiene excesivo valor
histórico, pero deja entrever la esperanza del autor en la llegada de los
tiempos mesiánicos.
Como
filósofo, Ibn Daud siguió la línea aristotélica, al igual que la mayor parte de
los pensadores musulmanes de la época, apartándose de la tradición neoplatónica
de la mayoría de los pensadores judíos que le precedieron, y adelantándose a
Maimónides, que, con su gran personalidad, le eclipsaría por completo. El
tratado filosófico Al-‘aqīda al-rafī‘a, escrito también en
torno a 1160, no se ha conservado en su lengua original, el judeo-árabe, sino
solamente en dos traducciones hebreas; la más conocida le da el nombre de Ha-emunah
ha-ramah (La fe sublime). Según el propio autor, lo compuso cuando
alguien le preguntó cómo se puede compaginar la omnipotencia divina con el
libre albedrío del hombre. Defendiendo la fe judía frente al cristianismo y el
islam, Ibn Daud sostenía que se daba un total acuerdo entre la Torah y la razón
humana, subrayando que en la Torah se encontraba implícito lo que otros pueblos
han adquirido tras muchos siglos de esfuerzos por el camino de la razón. Dios
es el Primer Motor, necesariamente existente, y sólo conocemos sus atributos
negativos; no hay contradicción entre la omnipotencia divina y la libertad y
responsabilidad del hombre; el alma racional es inmortal, y llega al
conocimiento gracias al Intelecto Agente; la profecía es el más alto grado de
unión del entendimiento humano y el Intelecto Agente; su ética combina
elementos neoplatónicos y aristotélicos. G. D. Cohen, uno de los mejores
estudiosos de Ibn Daud, resume esta obra filosófica y la histórico-apologética,
tomadas en conjunto, como una “defensa del judaísmo a través de la razón y la
historia”.
Al
parecer, compuso asimismo otras dos obras que no se han conservado: un tratado
de astronomía, y un escrito polémico anticaraíta sobre la interpretación de la
Escritura. La investigación más reciente sobre Abraham ibn Daud ha quedado
marcada por la hipótesis avanzada por la investigadora francesa M. T.
D’Alverny, quien en 1954 sugería que este escritor judío era, además, el
traductor llamado “Avendaut Israelita”, que intervino en algunas de las
traducciones toledanas del siglo xii. La personalidad de “Avendaut” había sido
objeto de largas discusiones, desde el siglo xix, que trataban de identificarle
con diferentes personajes. En contra de lo tradicionalmente sostenido,
D’Alverny sugería que Avendaut Israelita no podía ser un converso, sino un fiel
judío, y que el contenido de su trabajo de traducción, en el que exaltaban la
nobleza de la razón que es la que da su dignidad al alma humana, y afirmaban el
deber de buscar las verdades, objeto de la creencia, coincidía en buena medida
con la filosofía de Abraham ibn Daud, que por ese mismo tiempo se encontraba en
Toledo.
El
nombre de “Avendaut Israelita” (con variantes ortográficas: Avendeuth,
Avendehut, Avendar, Avendevech, Habendana, o incluso Anohavet) únicamente se
conoce por su conexión con algunas traducciones del árabe al latín impulsadas
por el arzobispo de Toledo Raimundo de la Sauvetat (1124-1152), y continuadas
por sus inmediatos sucesores, Juan (1152-1166) y Cerebruno (1167-1180). Como
los cristianos que querían acceder a la ciencia oriental no dominaban
suficientemente el árabe, para llevar a cabo las traducciones de obras
filosóficas y científicas tenían que contar casi siempre con judíos, conversos
o mozárabes, generalmente bilingües, entendidos en esas materias; éstos, por su
parte, no solían dominar la lengua latina, y tenían necesidad también de un
experto en esa lengua. Así se fueron formando parejas de traductores: un
arabista y un latinista trabajando juntos podían obtener resultados muy
satisfactorios. Era un procedimiento bastante frecuente, aunque a veces los
manuscritos no mencionen más que a uno de los dos. Precisamente uno de los
pares de traductores más conocidos es el que forman “Avendaut” y el arcediano
de Cuéllar (Segovia) y canónigo de Toledo “Dominicus Gundisalvi” (en otras
fuentes, Gundissalinus, que firma la actas capitulares de 1162 a 1178).
Avendaut habría sido en consecuencia uno de los judíos o conversos que
participaron en las traducciones promovidas por los arzobispos de Toledo entre
1135 y 1180.
En el
prólogo a la versión del De anima de Avicena explica
“Avendaut” en qué consistía esa colaboración y cuál era la parte de cada uno de
ellos en el trabajo: “Habes ergo librum, uobis praecipiente, et me singula
uerba uulgariter proferente et Dominico archidiacono singula in latinum
conuertente, ex arabico translatum (Aquí tenéis este libro traducido del árabe
por mandato vuestro; yo iba diciendo cada una de las palabras en lengua
vernácula, y el arcediano Dominicus las ponía en lengua latina)”. Además del citado Liber
Avicennae de anima, se menciona a “Avendaut (Avendehuth) Israelita” en
la dedicación incluida en el prólogo al Kitab al-Šifa, “sanatio”
o enciclopedia filosófica, del mismo autor (“Verba Auendaueth Israelitae”), y
en su Metafísica.
El
nombre “Avendaut”, o cualquiera de sus variantes, derivado del hebreo Ibn Daud
o Ibn David, indica la familia o el nombre del padre, pero ninguna de las
fuentes informa sobre su nombre propio. Siguen en pie no pocas incógnitas en
torno al nombre y la personalidad de este traductor. La duda fundamental,
discutida ampliamente por los investigadores, es si el nombre de Avendaut
Israelita y los nombres de Johannes Hispanus, Johannes Hispalensis (de Luna), o
simplemente Johannes (Toletanus), que aparecen en distintos manuscritos de
traducciones toledanas del siglo xii, corresponden o no a una misma persona.
Uno de
los pioneros del estudio de los manuscritos de las traducciones latinas
medievales, A. Jourdain, fue el primero en plantear, a comienzos del siglo xix,
que Johannes Hispalensis, Hispanensis o Hispanus eran una misma persona,
leyendo además el prefacio al De Anima “Joannes Avendehut
Israelita philosophus,” lo que le permitía relacionar también a Avendaut con
los mencionados Johannes. Como años más tarde demostraría M. D’Alberny, nunca
existió un “Joannes Avendaut”: la lectura correcta de los manuscritos permite
ver que la traducción de la obra está dedicada a “Joanni”, esto es, al
arzobispo de Toledo, Juan, por “Avendehut Israelita”.
En 1893
un investigador de tanto prestigio y ciencia como M. Steinschneider afirmaba
igualmente que todos esos nombres corresponden a una sola persona. Dando un
paso más, incluso un Johannes David, amigo toledano de Platón de Tívoli, al que
éste dedicó una traducción latina de un tratado sobre el astrolabio de Abu-l
Kasim Ibn al-Saffar, sería en su opinión el propio “Jo. Avendehut, oder Jo.
Hispalensis”. Además, atribuye al mismo, bajo el nombre de “Johannes
Hispalensis”, la traducción de otro tratado sobre el astrolabio de Maslama b. Ahmed
al-Maųriti, maestro de al-Saffar, citada por Alberto Magno. Recoge asimismo una
información de la época que afirma que Johannes de Toledo, converso, hijo de un
rabino, llegó a ser canónigo de la catedral toledana. Toda esta información la
aplica Steinschneider a Avendaut. El nombre preferido por él es “Johannes
Hispalensis” (“oder Hispanus, genannt Avendeuth... d. i. ibn
Daud, auch Joh. Toletanus”). Le describe como judío bautizado en Luna (Limia),
uno de los primeros traductores o intérpretes que trabajaron en Toledo para el
arzobispo don Raimundo. Su colaboración con Gundisalvi no habría sido más que
una parte de su actividad como traductor, ya que hizo también al parecer su
propio trabajo independiente, vertiendo sobre todo obras astrológicas y astronómicas,
además de algunas filosóficas. Reuniendo bajo un único epígrafe las
traducciones atribuidas específicamente a todos esos nombres (más algunas
anónimas), son, en total, más de una treintena las obras recogidas por
Steinschneider como traducciones del árabe que se pueden atribuir —con mayor o
menor seguridad— a Avendaut.
Sin
embargo, no pocos medievalistas piensan que no hay argumentos de peso para
sostener la identificación de esos cinco nombres. Ni siquiera hay pruebas
convincentes de que los cuatro “Johannes” sean una misma persona. Ch. Haskins
ponía ya en duda las identificaciones de Steinschneider, y destacaba el
carácter de “personaje misterioso” que tiene Avendaut, cuya actividad e
identidad se deben seguir investigando. L. Thorndike discutía asimismo las
citadas identificaciones, indicando que a Johannes Hispanus no se le llama en
ningún manuscrito Avendaut, ni viceversa. En las últimas décadas, la
investigación histórica ha ido separando cada vez con más claridad las
distintas personalidades de los diversos Johannes, con pruebas documentales
concluyentes, y coincidiendo en no identificar a Avendaut con ninguno de ellos.
El
nombre de “Juan de Sevilla” (Johannes Hispalensis, “astrologo celeberrimo”)
podría haber sido un converso, que al parecer llegó a ocupar cargos
eclesiásticos, y que escribió obras originales y tradujo escritos de carácter
astronómico y sobre todo astrológico. Una de las primeras traducciones (de
Qusta b. Luca), dedicada al arzobispo don Raimundo, lleva su nombre. Pero no
hay razones suficientes para identificarle con el “Johannes Hispanus” que,
junto con Gundisalvi, tradujo, por ejemplo, el Fons vitae de
Ibn Gabirol. Así opinaba M. Alonso, quien sostenía que no se les debía
identificar, ya que se trataba de un astrólogo andaluz converso y de un
filósofo toledano con muy pocas cosas en común. Atribuía a “Juan Sevillano” no
menos de diez obras propias y veintisiete traducciones, de carácter astronómico
o astrológico en su mayor parte, afirmando que no tiene relación directa con Toledo,
ni con don Raimundo, ni con Gundisalvi. Es verdad que en las abreviaturas de
los manuscritos se encuentra a veces un Joh. Hisp. que en teoría podría
corresponder a cualquiera de los dos nombres.
En
cambio, M. Alonso identifica a “Juan Hispano” con “Avendaut”, llegando a hablar
de “el convertido filósofo Ibn Dāwūd”, que llegaría a ser más tarde obispo de
Toledo: don Juan; todo ello resulta más que improbable, y, en todo caso, es
imposible de demostrar.
Rivera
Recio, que ha estudiado de modo muy competente la figura de “Juan Hispano”,
sostiene que, de acuerdo con documentos concretos, en 1194 era arcediano de
Cuéllar, algo posterior a Gundisalvi, y que fue también deán del Cabildo de
Toledo; se le confirmaría en la posesión de su cargo en 1199. Si se analiza su
entronque eclesiástico y las fechas, poco pudo tener en común este personaje
con Avendaut. Tampoco se encuentran argumentos suficientes para identificar a
Avendaut con “Johannes Toletanus”, ni con el Johannes David mencionado por
Steinschneider.
El
proceso de clarificación de la personalidad de los diversos traductores sufrió
un giro decisivo con la ya mencionada hipótesis de D’Alverny, que identifica a
Avendaut con Abraham ibn Daud. No obstante, esa hipótesis presenta algunas
dificultades serias. Para algunos investigadores, no es muy verosímil que una
persona, nacida en al-Andalus arabófono como Abraham ibn Daud, tuviera un alto
dominio del romance, como para traducir con soltura a esa lengua, de modo que
pudiera trabajar de modo eficaz con un latinista poco habituado al árabe.
Mientras que el traductor de Avicena contribuye a difundir una obra con no
pocos elementos neoplatónicos, Abraham ibn Daud fue, en sus obras originales,
uno de los primeros defensores claros del aristotelismo. El autor que se
manifiesta en las obras hebreas de Abraham ibn Daud estaba preocupado
únicamente por la problemática del judaísmo de su tiempo, sus disputas con el
caraísmo y la interpretación de su propia fe en categorías filosóficas,
mientras que el cristianismo quedaba en muy mal lugar en sus obras. No es fácil
imaginarlo trabajando en estrecha colaboración con un eclesiástico cristiano
pocos años después de su salida traumática de al‑Andalus, y de haber elaborado sus duras
críticas al cristianismo, dedicando su obra al arzobispo, y menos todavía
escribiendo en latín los prólogos mencionados. Aunque no sea algo totalmente
descartable, la imagen de este pensador judío no parece coincidir plenamente
con la figura del traductor de Avicena que trabajó en colaboración con Gundisalvi.
“Avendaut
Israelita” pudo ser otro estudioso judío afincado en Toledo, nacido en la
ciudad, o en un entorno similar, en el que se utilizara tanto la lengua árabe
como la romance, experto en filosofía, aunque con insuficiente dominio del
latín, que (por encargo de los arzobispos) ayudó a verter del árabe al latín
algunas obras filosóficas.
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Ángel
Sáenz-Badillos Pérez