viernes, 13 de noviembre de 2020

LA TOMA DE SEVILLA

 LA TOMA DE SEVILLA

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Jaén constituía una base importante para conquistar Sevilla, la capital emblemática de los almohades. Era el siguiente paso obligado para el rey castellano y sus ejércitos. Pero Sevilla, último bastión importante de los almohades, constituía una presa muy difícil a causa de las poderosas defensas de la ciudad, sus riquezas y la numerosa población (se le atribuyen hasta trescientos mil habitantes). Esto, aparte del cinturón de plazas fuertes que la rodeaban, como Cantillana, Carmona y Alcalá de Guadaira, y del río Guadalquivir que la unía con la poblada comarca de Jerez y con el Norte de África, desde donde le podían llegar víveres para aguantar el asedio, único sistema que para tomarla tenía Fernando III. Los preparativos cristianos fueron largos. Se organizó una flota en los puertos cántabros mandada por Ramón Bonifaz, designado primer almirante de Castilla, para controlar el acceso fluvial a la ciudad e impedir la llegada de bastimentos y refuerzos; se convocaron los concejos para que proveyeran de dinero, hombres y víveres para la campaña para la primavera de 1247, estableciéndose Córdoba como punto de concentración; finalmente, se llevó a cabo una serie de operaciones contra las poblaciones que rodeaban la capital: Carmona, Lora del Río, Setefilla, Cantillana..., que concluyó con la toma de Alcalá del Río, enclave defensivo estratégico a las mismas puertas de Sevilla, que costó un asedio de varias semanas. La resistencia de los sevillanos fue digna de ser narrada con todo lujo de detalles por la "Primera Crónica General". Cercados por tierra y por vía fluvial, intentaron infligir algunas pérdidas a las filas castellanas hostigando el campamento del rey, cortando las líneas de aprovisionamiento o robando ganado. Sin embargo, los castellanos tenían todas las de ganar. Desde su postura de fuerza y convencidos de que los asediados no se rendirían rápidamente, evitaron las sorpresas y efectuaron razias contra las poblaciones de Sevilla, necesarias, por otro lado, para avituallarse en la misma zona. Con el buen tiempo y los nuevos refuerzos -encabezados por el heredero del trono, el infante Alfonso-, se intensificó el cerco cristiano con el objetivo de aislar absolutamente la ciudad, privándola de las pocas conexiones que le quedaban con la orilla derecha del Guadalquivir. La flota de Ramón Bonifaz, procedente del Cantábrico (Santander, Castro Urdiales, Laredo, Santoña, San Vicente de la Barquera y Avilés), impidió la llegada de refuerzos norteafricanos, a la vez que, roto el puente de barcas que unía el castillo de Triana con la ciudad, Sevilla quedaba absolutamente aislada. Ya estaban las tropas cristianas cerca de alcanzar la meta. Al final del verano cayó el castillo y Sevilla se vio obligada a rendirse a las tropas de Fernando III, tras más de catorce meses de asedio -desde agosto del año 1247 hasta el 23 de noviembre de 1248- y sus habitantes se enfrentaron con un largo proceso de capitulaciones. Este se cerró con la firme decisión de Fernando III de expulsar de Sevilla a todos los musulmanes, como lo había hecho antes en Córdoba y Jaén. La continuación de la campaña por la Andalucía Bética fue tarea más fácil. Fernando III, a pesar de su precaria salud, continuó la acción militar hacia el Bajo Guadalquivir, la zona de las Marismas y la comarca próxima al estrecho de Gibraltar e, incluso, preparaba una expedición contra el Norte de África, que no pudo realizar porque le sorprendió la muerte el 30 de mayo de 1252. La ausencia de su empuje guerrero, unida a las dificultades surgidas en Castilla durante los reinados de Alfonso X y de sus herederos, y la insuficiencia demográfica de Castilla, aminoraron la velocidad de las conquistas castellanas y fueron las causas esenciales de que el reino nazarí de Granada sobreviviera dos siglos y medio más. Nada más acceder al trono, Alfonso X el Sabio se enfrentó con la necesidad de consolidar las conquistas realizadas por su padre en tierras andaluzas y de incorporar lo que quedaba de al-Andalus -Cádiz y Niebla- excepto el reino nazarí de Granada, con el que estableció una relación de vasallaje, similar a la que había mantenido Fernando III. En 1253, recuperó Morón, incorporó Tejada y ocupó la importante plaza de Jerez. A causa de la sublevación de los nobles castellanos, Alfonso X tuvo que esperar hasta 1262 para ocupar definitivamente Cádiz y terminar con la taifa de Ibn Mahfuz, de Niebla, que comprendía, aparte de la capital, importantes localidades como Gibraleón y Huelva. No fue ésta una conquista fácil, por ser Niebla una ciudad muy fortificada y, según parece, a causa de una epidemia que diezmó a los sitiadores. Fue necesario el uso, según dice la "Crónica real", de ingenios o máquinas de guerra por el ejército castellano para que cayera Niebla el 12 de febrero de 1262. Se dio así por terminado el período expansivo del reino castellano-leonés que, en unos treinta años, redujo a los musulmanes al reino granadino y limitó la expansión de aragoneses y portugueses hacia el Sur, convirtiéndose así en el reino de mayor importancia de la Península. La acción militar castellana en todos los frentes estuvo acompañada por otra de índole social tan importante como la primera. Por un lado, amortiguar el impacto de la densidad de la población musulmana en las ciudades andaluzas, vaciándolas de sus habitantes, en el caso de haber resistido militarmente ante las tropas cristianas y, en los casos en los que no hubo tal resistencia, permitirles trasladarse a las zonas rurales dejando libres las ciudades. Por otro lado, y simultáneamente, se procedió a la repoblación paulatina de estos territorios a través del sistema de repartimientos en donadíos y heredades. Los donadíos eran grandes extensiones de terreno concedidas a altos mandos militares, a caballeros o a miembros de la nobleza, en recompensa por la ayuda prestada durante las acciones militares contra los musulmanes. Las zonas de la frontera meridional que limitaban con Granada fueron concedidas en donadío a las órdenes militares para que se encargaran de su defensa y, a la vez, para que fomentaran su repoblación. Las heredades, pequeñas parcelas, se concedían a los que se comprometían a quedarse en ellas, obedecer el fuero de la ciudad y no enajenarlas durante cierto número de años. De esta forma, se impulsó la formación de los concejos, organizados sobre la base de las antiguas ciudades islámicas. Las conquistas cristianas del siglo XIII permitieron la incorporación de feraces tierras a la Corona castellano-leonesa: las vegas del Tajo y del Guadiana y la huerta murciana; se ampliaron también las especies cultivadas, como el olivo y la higuera, hechos todos que facilitaron el despegue agrícola del reino. El contacto con las ciudades hispano-musulmanas contribuyó a la transmisión de un rico legado urbano que jugó un papel importante en el desarrollo de los centros de fabricación de los diversos productos manufacturados y en el fomento de las rutas del comercio. Reflejo de ello es el progreso que se experimentó en Castilla y León en la industria textil debido, por un lado, a la expansión de la ganadería lanar y, por otro, al legado recibido de la tradición artesanal musulmana. El florecimiento del comercio castellano-leonés a escala interna, que se basaba en la institución del mercado, se debió, en gran parte, a la estructuración de este sistema en la tradición de las ciudades islámicas y sirvió de patrón para los mercados castellanos. Hay que destacar, también, el modelo musulmán en las primeras acuñaciones monetarias de los reinos occidentales de la Península, con fuerte significación en el desarrollo comercial y económico de Castilla y León.



LA RECONQUISTA DE SEVILLA


LA RECONQUISTA DE SEVILLA

La reconquista de Sevilla, la Isbiliya almohade, por los ejércitos cristianos no debió de ser un trance demasiado agradable para sus habitantes. Fue más de un año de sitio en el que a las evidentes hostilidades bélicas de los sitiadores, hubo que sumar el corte de suministros al que se sometió a la ciudad y, sobre todo, el hecho de que el colofón fuera la pérdida de la ciudad. Ante el terror, o como mínimo incertidumbre, que esto debió provocar en la población, se entiende que una gran parte de los habitantes de Sevilla abandonaran la ciudad. Fernando III y su hijo y heredero, Alfonso, fueron respetuosos con la ciudad y sus habitantes, tanto los que se fueron como los pocos que se quisieron quedar, pero esto no evitó que tomaran posesión de una ciudad casi despoblada.

La reconquista de Sevilla

Sin embargo, para la historiografía clásica sevillana, y en gran parte para el imaginario local, el asedio y capitulación de Isbiliya fue poco menos que homérico, digno de toda una Iliada a la sevillana. Fernando III, el Agamenón hispánico, fue capaz de reunir un poderoso ejército plural, auténtica OTAN medieval en versión ibérica, en la que había señores vizcaínos, navarros, gallegos, leoneses, cántabros, aragoneses o catalanes. Todos ellos unidos por el entusiasmo de recuperar la bella Helena-Sevilla de las garras de los infieles. Y también en el ejército castellano, como en el aqueo, hubo destacados héroes que permitieron la victoria, como el astuto almirante Ramón Bonifaz, el Ulises cántabro, que con una épica incursión río arriba cortó el cordón umbilical a los almohades, rompiendo el puente de barcas y cercenando el suministro a la ciudad sitiada; o el Aquiles castellano, Garci Pérez de Vargas, capaz de enfrentarse él sólo a todo un ejército musulmán.

 

Con tales héroes y tantas hazañas por parte del ejército cristiano, ¿cómo no iban a derrotar a los aburridos almohades que ni siquiera tenían un cobarde Paris con el que hacer frente a los castellanos? Así que después de más de 14 meses de asedio, totalmente agotada, Isbiliya capituló el 23 de noviembre de 1248 ante las tropas castellanas de Fernando III. Y esto fue el punto culminante del mayor proyecto de expansión de los castellanos en la Baja Edad Media. Se había producido décadas después de la derrota almohade en la batalla de las Navas de Tolosa (1212), la cual había implicado el debilitamiento del imperio musulmán  que había ido perdiendo numerosos territorios en Al-Andalus, y que como consecuencia había vuelto una vez más a la vieja práctica de las taifas.

 

Aunque Sevilla fue el punto álgido, el avance ni había comenzado ni se detendría en la ciudad del Guadalquivir. Antes habían sido tomadas Murcia, Jaén y Córdoba. Después se continuó hacia el Estrecho y hacia el Algarbe. Pero con Sevilla obtuvieron no sólo una ciudad emblemática, la capital de los almohades en Al-Ándalus, sino también el acceso a las costas del sur de la Península a través de su puerto.

Los monarcas castellanos, primero Fernando III, y posteriormente Alfonso X, lo tuvieron claro, era mucho mejor asumir la ciudad como una estructura lograda para poder aprovechar sus recursos, sus infraestructuras y riquezas, e incorporarlos lo más rápido posible a su propio reino. Los almohades se habían pasado las últimas décadas invirtiendo para dotar a la ciudad  de equipamientos y monumentos, no iban a ser ellos los que desaprovechasen todo este esfuerzo. Es más, sucedió que los sevillanos, ya al borde del desahucio, se plantearon fastidiar lo más posible y destruir su gran emblema de ciudad, la Giralda y la Mezquita, para por lo menos afear lo más posible la ciudad antes de entregarla. El infante Alfonso, que lo supo, envió una advertencia: como viera que alguien había movido un ladrillo de sitio, se iba a poner a repartir penas de muerte a puñados. Se salió con la suya, la ciudad llegó intacta a sus manos.

 

Esta anécdota es de lo más interesante. Lo que cuenta directamente la historia es más o menos curioso, pero lo que se lee entre líneas es bien sustancioso. La Giralda, cuando aún faltan siglos para que adquiera su apariencia y su nombre actuales, ya se ha convertido en un elemento intocable. En el momento en el que Alfonso X la salva, está confiriéndole un carácter sagrado  por encima de las demás circunstancias de la ciudad, incluso por encima de las religiones. La torre que fue erigida como símbolo del poder almohade y de su extenso imperio ha dejado de ser eso para transformarse en un emblema del triunfo cristiano que supone conquistar la ciudad que albergaba tan poderoso símbolo.

Pero lo verdaderamente importante es que la transformación de este icono no ha hecho más que empezar, su poder simbólico es tan fuerte que se irá  sobreponiendo a cualquier cosa que represente, acabando por representarse únicamente a sí misma, y por extensión a la ciudad que la alberga. El viejo alminar se convertirá en un tótem sevillano que poco a poco irá extendiendo su manto sacralizador al resto de la ciudad. Y es que cuando en entradas anteriores he dicho  que la relevancia de la herencia almohade era enorme, me refería también a esto. Ellos pusieron allí una torre que haría las veces del monolito de 2001: Una odisea en el espacio y cambiaría la historia de la ciudad.

No es sencillo para una ciudad tener un referente tan claro desde hace tantos siglos, porque en cierta medida todo se contamina con su carácter sagrado, inefable, intocable. Pero mientras Sevilla fue una ciudad dinámica y en desarrollo todo estuvo bien, porque la Giralda era sólo un emblema del éxito de la ciudad. Pero llegará un momento, que aún falta mucho para que alcancemos, en que el éxito dejó de ser real y pasó a ser el eco del pasado. Desde ese momento muchos se refugiaron bajo la sombra de la torre, como si fuera la misma sombra de antaño. 

 

Entonces es cuando se puso de manifiesto que la influencia que la Giralda ha venido ejerciendo sobre la ciudad no ha sido precisamente un manto protector, sino más bien una parálisis que ha anquilosado a los sectores más influenciables y más atraídos por su sombra. La Giralda y con ella todo lo que recuerda los triunfos pasados se convierten en justificación del fracaso del presente, en un refugio, muy bonito, pero bastante poco fructífero. Bajo la sombra  de la Giralda pululan y medran muchos sevillanos que a fuerza de no ser capaces de ver más allá de la zona en penumbras, se han convertido en absurdas caricaturas de lo que ellos mismos piensan que un día fueron. Muy distinta hubiera sido esta ciudad si los almohades hubieran cumplido sus amenazas de cargarse el monumento.

 

Autor: José María Maesa

jueves, 12 de noviembre de 2020

ASEDIO Y CONQUISTA DE LA PLAZA DE ANTEQUERA

 

ASEDIO Y CONQUISTA DE LA PLAZA DE ANTEQUERA

«Con la toma de Antequera, quedaba abierta la puerta para dar el gran salto a la conquista de Granada, en el Reino Nazarí, y acabar de ese modo con la dominación árabe en nuestra Patria»

FRANCISCO A. CAÑETE PÁEZ


Con la toma de Antequera, quedaba abierta la puerta para dar el gran salto a la conquista de Granada, en el Reino Nazarí, y acabar de ese modo con la dominación árabe en nuestra Patria. Sin embargo, ni Don Juan II de Castilla, y mucho menos su hijo y sucesor Don Enrique IV «El Impotente» fueron capaces de llevar a efecto una empresa tan fabulosa, que se vería demorada nada menos que en ocho décadas, pues no sería hasta 1492, cuando la hermana de Don Enrique, Doña Isabel y su esposo Don Fernando, culminaran esa larguísima guerra de «Reconquista», con la toma de Granada, y la expulsión total de los árabes de la Península.

En los primeros días de abril de 1.410, estableció el Infante Don Fernando su Real en el alcázar de Córdoba, donde convocó a Consejo a sus nobles y capitanes, para definir el objetivo de la campaña. Reunido éste, opinaron unos que la plaza a conquistar debía ser Baza, por ser tierra llana y mas fácil su ataque, otros, que fuese Gibraltar, ya que podría atacarse también por mar con el apoyo de la flota castellana, otros, en fin, que Ronda por su indudable importancia estratégica. Sin embargo, el Infante se decidió por Antequera.

Zanjada pues la cuestión sobre la plaza a conquistar, el 21 de abril de 1.410, salió de Córdoba Don Fernando con su ejército, plantó su Real en Alhonoz, en término de Estepa. Allí se detuvo el Infante, al ser sorprendido por un gran temporal de agua y viento.

Aún no había amanecido en la larga madrugada del 25 de abril, cuando el Infante Don Fernando ya se encontraba al frente de su ejército en las inmediaciones del Río Yeguas, cuando, al parecer, surgió una fuerte controversia entre sus capitanes sobre la conveniencia o no de retrasar el cruce del río. El Infante los cortó en seco diciendo: «Partimos, señores, crucemos el río» sálganos el sol por Antequera y sea lo que Dios quiera». El ejército cristiano cruzó el rio sin novedad, y desde entonces, la célebre frase de Don Fernando quedará para la historia. A comienzos del Siglo XV, la Villa de Antequera estaba situada sobre una antigua plaza roman, cuyos vestigios hacen suponer que era de mayor extensión que la musulmana.

Llegado el ejército cristiano ante las murallas de Antequera, el Infante Don Fernando, mandó plantar sus tiendas en la falda del cerro de la Cruz, junto al convento de Padres Franciscanos. Al día siguiente de su llegada, ordenó reconocer con detalle el terreno que circunda la plaza así como la ocupación, por parte de su ejército, de dos alturas dominantes de gran importancia estratégica. Ahora, setenta y un años más tarde se repetía dicha operación, pues en cuanto el Rey de Granada tuvo noticia de la salida del ejército cristiano y de que su objetivo era Antequera, ordenó las necesarias levas para reunir con urgencia un numeroso ejército para socorrerla. Al día siguiente, 5 de mayo, presentó batalla Don Fernando, siendo vencidos los moros en el paraje conocido como «La Boca del Asno», destacando por su ardor en la pelea los caballeros mandados por Don Lope Ortiz de Estúñiga, Alcaide Mayor de Sevilla. Vencido el ejército granadino, el Infante Don Fernando, reanudó sin demora los preparativos para el asedio y posterior asalto a las murallas de Antequera. Conocedor del arte de la guerra, de sus lecturas, recordaba el Infante que las legiones romanas utilizaban en el asalto a plazas fuertemente fortificadas unas impresionantes máquinas de guerra, denominadas «bastidas».

Pronto llegó a su conocimiento que en la ciudad de Sevilla residía un hábil maestro carpintero, llamado Juan Gutiérrez, natural de Carmona, que ya había acreditado sus buenas dotes en la construcción de bastidas. Encargó Don Fernando al tal Gutiérrez la construcción de dos bastidas, así como de una gran torre o escala de asalto. Trabajó de firme Juan Gutiérrez y sobre finales de mayo de 1410 tuvo por finalizado su trabajo,

Llegado el convoy a Antequera, el Infante ordenó armar las bastidas y la torre de asalto para acercarlas a la zona amurallada. Se pusieron a ello los peones, pero al ir poco protegidos sufrieron gran mortandad por los tiros de ballesta de los sitiados, por lo que el Infante desmontó su caballo y tomando en sus manos una de las espuertas llenas de tierra, caminó a pecho descubierto bajo una verdadera lluvia de flechas y viratones y la vació en el foso diciendo: «Habed vergüenza y haced lo que yo hago». El 27 de junio ordenó Don Fernando un primer asalto, resultando éste fallido, por lo que el Infante hubo de desistir. En esta situación, iba transcurriendo lento y tedioso el verano de 1410. Reparada la torre, y para conseguir una mejor maniobra en las bastidas, le habían aconsejado al Infante traer marineros de Sevilla. Hasta el Real de Antequera llegaron estos marineros al mando del contramaestre de las Atarazanas Rodrigo Alonso, y su actuación en la toma de Antequera fue muy eficiente. Dispuesto al asalto definitivo, el 15 de septiembre, reunió Don Fernando a sus nobles y capitanes, a los que hizo saber que al alba del siguiente día habían de asaltar la torre principal de la villa. Don Fernando tenía concertadas unas señas con Juan Gutiérrez de la Torre, mientras tuviese el puño de la mano derecha cerrado, debería tenerse ésta «erguida y quieta» y cuando lo abriese e hiciese señas para sí, debería echarla sobre la torre. Cuando el Infante le hizo a Gutiérrez la señal, los hombres de armas subieron conducidos por el capitán García Fernández Manrique. Se echó la compuerta sobre la torre de la muralla y los soldados del Infante se lanzaron al asalto, pronto no quedó un defensor vivo en la plataforma de la torre. Conquistado el torreón principal y tomado el postigo, penetraron por él las tropas de Don Fernando, retirándose los moros a través de callejuelas situadas bajo los adarves de la muralla. Aceptadas las condiciones por parte del Infante Don Fernando, en la mañana del 24 de septiembre de 1410, hizo éste su entrada solemne en la plaza, recibiendo las llaves de manos de su Alcaide y ordenando, que de inmediato, se izase el pendón de Castilla en lo más alto de la torre del homenaje. La Villa de Antequera y su castillo, quedaban desde ese día, incorporadas a la Corona de Castilla, en nombre del Rey Don Juan II.

En Antequera, con gran solemnidad se bendijo el templo con el nombre de San Salvador, que se instaló en la misma mezquita musulmana. El día 3 de Octubre, levantó el Infante el campo, tomando el camino de Sevilla. El recibimiento en Sevilla fue apoteósico. De Sevilla partió para Guadalupe y de allí siguió a Toledo, Dos años mas tarde (1412) el Infante Don Fernando sería elegido por el «Compromiso de Caspe» para ceñir la corona de Aragón, donde reinaría como Don Fernando I «El de Antequera».

 

MAYONESA DE AVES

 

MAYONESA DE AVES


Esta receta de aprovechamiento, es una variación de la ensaladilla rusa, a la que agregamos pollo, sobrante del cocido o asado. El resultado es  muy rico, no lleva atún, ni marisco.

 

Ingredientes

500 gr de pechuga de pollo hervida (pollo sobrante) cortado en daditos

4 patatas grandes peladas, cocidas, cortadas en daditos

3 Zanahorias cocidas, cortadas en daditos

1 Lata pequeña de guisantes escurridos

200 gr de Mayonesa

1 Chorrito de aceite de oliva

2 Cucharaditas de jugo de limón

Perejil picado

Sal

Pimienta negra recién molida (opcional)

 

Elaboración

En un bol, mezclamos suavemente todos los ingredientes.

Los Emplatamos en molde rectangular

Lo decoramos, al menos yo, con aceitunas troceadas, pimiento morrón troceado, algunas alcaparras picadas, huevo duro troceado menudito, etc. La decoración al gusto de cada uno.

Es una forma diferente de presentar la ensalada rusa. En casa gusto mucho.

¡Buen provecho!

CAZUELA DE CAZÓN Y MARISCOS

 

CAZUELA DE CAZÓN Y MARISCOS


Ingredientes

800 gr de Cazón en dados gruesos

100 gr de almejas

200 gr de Langostinos

2 Cebollas medianas

1 Hoja de laurel

1 Pimiento grande

2 o 3 Ramitas de apio

2 Tazas de caldo de pescado

½ Taza de vino blanco

Sal

Pimienta negra recién molida

Pimentón dulce

 

Elaboración

Pelamos y cortamos la cebolla en gajos y el pimiento en cuadrados medianos. Salteamos en una sartén con aceite de oliva a fuego medio-bajo, removemos bien y cuando estén casi pochadas, añadimos el laurel y el vino, dejamos cocinar, hasta que estén bien pochadas.

En una cacerola, colocamos el salteado de verduras anterior, disponemos por encima los trozos de cazón, salpimentados levemente. Rociamos por encima las tazas de caldo de pescado. Tapamos y dejamos cocinar unos 20 minutos a fuego bajo.

Cinco minutos antes de pasados los 20 minutos, destapamos, y agregamos el marisco, quitadas las conchas y la piel a los langostinos, y las ramitas de apio cortadas en rodajas, dejamos cocinar tapado otros 5 minutos.

Servimos sobre patatas hervidas y espolvoreado con pimentón dulce.

¡Buen provecho!

LA BATALLA DE JEREZ

 

LA BATALLA DE JEREZ


Francisco Gilet 10/02/20

Los siglos durante los cuales trascurrió la Reconquista contemplaron grandes gestas o renombradas batallas como la de las Navas de Tolosa o de Covadonga, sin embargo, otras victorias cristianas, de menor resonancia, tuvieron importantes consecuencias. La de Cutanda es un ejemplo al provocar el éxito de Alfonso I de Aragón la consolidación de la conquista de Zaragoza. Igual sucedió después de la batalla de Jerez, librada en las cercanías de la ciudad andaluza en el año 1231; el poder del rey Ibn Nasr fue debilitado, al tiempo que se acrecentaba la influencia de su rival, Muhammad ibn Nasr, rey de Arjona, facilitando la penetración de las tropas del rey Fernando III en el valle del Guadalquivir, para llegar a conquistar las ciudades de Jaén, Córdoba, Sevilla y Murcia.

Mientras Fernando III recorría las principales ciudades de su reino de León, envió a su hijo Alfonso a tierras andaluzas, con la imprescindible compañía de Alvaro Pérez de Castro, el Castellano, señor de la Casa de Castro, junto con el magnate Gil Manrique,  mandando aquel las fuerzas de la corona cristiana. Hay que señalar  que existen dudas sobre la persona de este Alfonso, dado que el hijo del rey en aquellas fechas tendría nueve años, por lo cual, algunos historiadores  tienden a señalar a este personaje como el hermano del rey, el infante Alfonso de Molina, hijo del difundo Alfonso IX de León. Sin embargo, la versión que afirma tratarse del hijo del rey Fernando lo hace en estos términos: “Mandó a don Alvar de Castro, el Castellano, que fuese con él, para guardar el infante y por cabdillo de la hueste, ca el infante era muy moço e avn non era tan esfforçado, e don Alvar Pérez era omne deferido e muy esforçado”.

Las tropas castellanoleonesas, descendieron desde Toledo para dirigirse hacia Andújar y avanzar devastando la tierra cordobesa, especialmente el municipio de Palma del Rio, población que exterminaron para llegar a las cercanías del rio Guadalete, en las proximidades de la ciudad de Jerez, en donde instalaron el campamento.

El emir Ibn Hud, que había logrado reunir un numeroso ejército, muy superior al cristiano, vino a interponerse entre las tropas de Pérez de Castro y la ciudad de Jerez. La desventaja cristiana no solamente era numérica sino también de posición, ya que tenía imposible la retirada. Alfonso Pérez de Castro arengó a sus tropas proclamando que el repliegue era imposible, por lo cual solamente cabía la esperanza de morir combatiendo. Ordenó, pues, el ataque del ejército cristiano, el cual avanzó y logró abrir una brecha en las filas musulmanas, las cuales se vieron rodeadas por sus flancos, lo cual provocó su pánico al verse deshechas sus filas, imperando el desorden.

Emprendieron los musulmanes de Ibn Mad la huida, convirtiéndose la batalla, desde ese momento, en una masacre de musulmanes huyendo hacia Jerez. Los hermanos Garci y Diego Pérez de Vargas tuvieron una gran presencia en la batalla, apelado este último “Machuca” como consecuencia de la acción que ejecutó durante la contienda; al haber roto en la lucha, su lanza y espada, desgajó un verdugón de olivo con su cepejón y blandiéndolo, con suma destreza, a cada golpe caía un musulmán, escena que provocó que Alvar Pérez de Castro al ver tales prodigios de valor, exclamase; “Machuca!, Diego, ¡Machuca!” Y desde entonces se llamó Diego Vargas Machuca.

El ejército cristiano atribuyó su victoria en la batalla de Jerez, así como su ausencia de bajas, a la presencia durante la misma del apóstol Santiago, patrón de España, quien, según las crónicas de la época, fue visto durante la batalla, portando un estandarte blanco y una espada, combatiendo junto al lugar donde luchaba Álvaro Pérez de Castro el Castellano.

Es decir, que Santiago parece ser que no solamente ayudó a la reconquista cristiana en Clavijo, sino que también hizo acto de presencia en Jerez, si bien Alfonso X, quién seguramente estuvo presente en la batalla, no lo menciona. Aunque sí alabó y grandemente la batalla de Jerez, con estas palabras;

    “Conviene que sepades los que esta estoria oyredes que la cosa del mundo que más quebrantó a los moros, por que el Andaluzía ovieron a perder e la ganaron los christianos dellos, fue esta cabalgada de Xerez, ca de guisa fincaron quebrantados los moros, que non pudieron después auer el atreuimiento nin el esfuerço que ante avíen contra los christianos, tamaño fue el espanto e el miedo que tomaron desa vez”.

Después de su victoria en la batalla de Jerez de la Frontera, Pérez de Castro se dirigió a Castilla y entregó al infante Alfonso a su padre el rey, que se hallaba en la ciudad de Palencia.

Francisco Gilet

Bibliografía

Ansón Oliart, Francisco (1998). Fernando III, rey de Castilla y León.

Martínez Díaz, Gonzalo (2000). «La conquista de Andújar: su integración en la Corona de Castilla

miércoles, 11 de noviembre de 2020

CACHOPO ASTURIANO DE TERNERA

 

CACHOPO ASTURIANO DE TERNERA




Ingredientes

4 Faltes finos de tapa de ternera

16 Lonchas finas de jamón serrano

80 gr de queso de cabrales

80 gr de queso de semi curado

1 Bote de pimientos del piquillo

Pan rallado

2 Huevos

Harina

Aceite de oliva  virgen extra para freír

2 Patatas grandes para freír (guarnición)

 

Elaboración

Lo primero que debemos hacer es poner los filetes en la mesa de trabajo y golpearlos con una espalmadura, para que estén finos y pierdan los posibles nervios, deben de quedar finos para para que se frían correctamente y no queden crudos. También podemos coger los filetes ponerlos  en papel sulfurizado, envolverlo y con un rodillo o martillo de madera de cocina golpearlos, la cuestión es que el filete quede bien fino.

Ponemos sobre la mitad de los filetes dos lonchas de jamón serrano, una loncha de queso semi curado, y una capa de cabrales desmigado. No debemos abusar del queso de cabrales porque si no dará demasiado sabor y no quedara equilibrado el sabor de la carne de ternera, que es el que debe sobresalir, ya que en Asturias la carne de ternera es tierna, es sabrosa y exquisita.

Ponemos otras dos lonchas de jamón serrano y tapamos con otro filete.

A continuación pasamos el cachopo por harina por ambos lados, después por huevo batido, también por ambos lados y por ultimo por pan rallado también por ambos lados, procurando que queden bien sellados, y que al freírlos no se abran o se separe el cachopo.

En una sartén con abundante aceite de oliva virgen extra, al fuego fuerte, y luego bajamos fuego medio, vamos friendo los cachopos.

Cuando veamos que la parte de abajo, sus bordes se están dorando, damos la vuelta al cachopo y doramos por la otra parte, normalmente unos 2 minutos por cada lado.

Sacamos y ponemos sobre papel absorbente de cocina, patas quitarle el exceso de grasa.

Normalmente se acompaña de un pimiento del piquillo a la plancha (opcional) y unas patatas fritas.

¡Buen provecho!

 

 

 

ROSQUILLAS DE LA ABUELA DE AGUARDIENTE

 

ROSQUILLOS DE LA ABUELA  DE AGUARDIENTE


Estos rosquillos están elaborados tal cual los hacia mi madre, de eso  hace ya muchos años. En este caso los he elaborado con “AGUARDIENTE DE ORUJO PANIZO”. www.destileriaspanizo.com, dándoles a las rosquillas un sabor acentuado de aguardiente, lo que les hace más apetecible, tanto por sabor como por aroma.

 

Ingredientes

3 Huevos

14 Cucharadas de aceite de girasol

2 Cucharaditas de bicarbonato

2 Limones

14 Cucharadas de azúcar

14 Cucharadas de leche

2 Naranjas

1 Chorreón de AGUARDIENTE DE ORUJO PANIZO  www.destileriaspanizo.com

Matalahúva

1 K de harina de repostería (la que admita)

 

Elaboración

Recortamos de los limones unas cascaras, solo la piel, procurando que no obtenga nada blanco, ya que este amargaría el aceite.

Del resto de limones rallamos la piel y reservamos.

En una sartén, freímos las cascaras de limón con las 14 cucharadas de aceite de girasol. Pero con el cuidado de hacerlo a fuego medio y que no se quemen, ya que darían amargor al aceite.

Una vez las cascaras fritas, apartamos del fuego, dejamos atemperar un poco, desechamos las cascaras y añadimos la matalahúva, moviéndola con una cuchara de palo para que se tuesten un poco y el aceite coja el sabor de la matalahúva.

En un bol grande, batimos los huevos con el azúcar, hasta que estos doblen su volumen y cojan un color blanquecino, añadimos la rapadura de limón y seguimos batiendo hasta integrarlas.

Exprimimos los 2 limones y las 2 naranjas.

Agregamos el zumo de ambos, limones y naranjas, al batido de huevo, siguiendo batiendo para incorporarlo.

Seguidamente añadimos  la leche y el chorreón de AGUARDIENTE DE ORUJO PANIZO, y seguimos batiendo fuertemente hasta amalgamar todos los ingredientes.

Agregamos a este batido el aceite frito con la matalahúva y seguimos batiendo, hasta integrarlo bien en el mismo.

Añadimos la harina, tamizada poco a poco con las cucharaditas de bicarbonato (el bicarbonato con la acidez del limón hacen de levadura), removiendo constantemente con una espátula de madera o una cuchara de madera, hasta su incorporación, y que observemos una masa compacta pero fluida y manejable...

En una sartén grande, calentamos abundante aceite para freír las rosquillas, poniendo a fuego medio, para que las rosquillas no se quemen por fuera y queden crudas por dentro.

Untamos la rosquillera por dentro de la misma con aceite, para facilitar la salida de la masa.

Llenamos la rosquillera con la masa, y vamos soltando rosquillas  sobre el aceite, dándoles la vuelta cuando estén doradas por abajo, una vez doradas por arriba, sacamos y dejamos sobre papel absorbente de cocina, para quitarles el exceso de aceite. Luego pasamos por azúcar blanquilla, dejamos enfriar y ya tenemos unas deliciosas y riquísimas rosquillas.

¡Buen provecho!

 

 

martes, 10 de noviembre de 2020

SOPA "BODA ITALIANA"

 

SOPA “BODA ITALIANA”

 


 

El “orzo” es una pasta italiana elaborada en forma pequeña, como si fuesen granos de arroz.

 

Ingredientes

1 L de caldo de pollo

4 Salchichas frescas

¾ de taza de orzo (pasta)

2 Tazas de .vegetales (espinacas, col rizada, acelgas….)

 

Elaboración

En una cacerola mediana, hervimos el caldo tapado, luego destapamos y bajamos el fuego un poco.

Deshacemos las salchichas, quitándoles la piel y con la carne formamos pequeñas albóndigas.

Añadimos al caldo las albóndigas y el orzo y cocinamos durante 8 minutos aproximadamente.

A continuación agregamos los vegetales, salpimentamos al gusto, dejamos cocer unos minutos.

Servimos con en paltos soperos o tazas al uso rociados con queso parmesano rallado.

¡Buen provecho!