miércoles, 19 de noviembre de 2025

EL PROBLEMA DE LAS DOS ESPOSAS O LA POLIGAMIA EN AL-ÁNDALUS

 

EL PROBLEMA DE LAS DOS ESPOSAS O LA POLIGAMIA EN AL-ANDALUS


La poligamia en al-Andalus estaba permitida; los andalusíes varones podían casarse hasta con cuatro mujeres. Sin embargo, la poligamia en al-Andalus no debió ser muy frecuente. Las fuentes legales que tenemos, muy prolijas en entrar en los problemas cotidianos que los musulmanes andalusíes afrontaban en sus matrimonios, casi no mencionan casos en los que estos inconvenientes deriven de la convivencia de dos o más esposas en un vínculo polígamo


Amalia Zomeño
ILC-CSIC



Frans Francken el Joven (m. 1642), Salomón y sus mujeres, Musee Massey, Tarbes, Francia.


La poligamia en al-Andalus estaba permitida; los andalusíes varones podían casarse hasta con cuatro mujeres. Sin embargo, es muy difícil calibrar la frecuencia de esta práctica y, sobre todo, si era aceptada por la sociedad andalusí. 

En sus escritos, los juristas no criticaban abiertamente a los hombres que tenían más de una esposa, pero podríamos decir, en general, que los aceptaban únicamente en determinadas situaciones familiares. Ya el propio texto coránico es muy claro en este sentido: “… casaos con las mujeres que os gusten, dos, tres o cuatro. Si teméis no ser equitativos, casaos con una o con lo que poseen vuestras diestras, las esclavas. Eso es lo más indicado para que no os apartéis de la justicia” (Corán, 4:3). De hecho, muchas interpretaciones de este texto coránico entienden que es una prohibición explícita de la poligamia porque a un hombre siempre le será imposible ser completamente equitativo con todas sus esposas. 

Pero, en el día a día ¿qué significaba eso de ser justo y equitativo en el tratamiento de todas las esposas? A través de los textos que nos han quedado de la historia de al-Andalus nos es fácil comprender esa equidad en términos estrictamente materiales. En lo que se refiere a la manutención que los maridos deben pagar a sus esposas, por ejemplo, sabemos que todas ellas deben tener los mismos vestidos de invierno y de verano, las mismas comodidades en su alojamiento, así como un acceso al mismo tipo de alimentación diaria. Esto es fácil de comprender, pero muy difícil de llevar a la práctica, pues debía ser una fuente de problemas cotidianos y podrían surgir innumerables litigios por las infinitas comparaciones que las mujerespodrían hacer.  


Frederick Arthur Bridgman (m. 1928), «En la terraza», Colección Privada.


Respecto a la poligamia en al-Andalus, siempre se ha dicho que no es muy frecuente por varios motivos. El primero de ellos tenía que ver con lo económico, por lo que era una situación matrimonial que ocurría sobre todo entre las familias más ricas, quienes no tenían problemas a la hora de atender a las necesidades de las diversas esposas de una forma equitativa. Sin embargo, esto no debería extenderse a las familias gobernantes, quienes tenían una sola esposa y, en todo caso, varias concubinas o esclavas. Los sultanes se casaban por motivos políticos y como parte de una estrategia matrimonial familiar que no debía romperse con un segundo enlace, pues podría entenderse como una afrenta hacia la familia, el estatus y el poder adquirido por la primera esposa. 

Por otro lado, se ha dicho que la poligamia en al-Andalus quedaba restringida porque las mujeres o sus tutores podían incluir en sus contratos matrimoniales una cláusula mediante la cual los novios se comprometían a no casarse con una segunda esposa, incluso a no tomar una concubina, sin el permiso y consentimiento de la mujer. De hecho, si así lo hacían, la segunda esposa quedaba automáticamente repudiada (Zomeño, 2008, pp. 144-5). 

La cláusula decía así: 

“… que no se casará contra la voluntad de esta su esposa, ni tomará concubina teniéndola a ella, ni tomará esclava que haya tenido un hijo con el señor, quedando, en caso de incumplimiento, al arbitrio de la esposa obrar como le plazca” (Formulario notarial de Ibn Mugith, trad. S. Vila en Abenmoguit. Formulario Notarial, p. 54). 

La segunda parte de la cláusula concluía que la segunda esposa que entraba en el matrimonio quedaría divorciada meramente por el hecho de contraer un vínculo polígamo. 

Sabemos que esta cláusula podía incluirse o no, como le ocurrió a Maryam bt. Muḥammad b. Aṣbag, quien se casó en 457/1065 con ‘Alī b. Ṭahir. Un año después de su boda, se separaron de mutuo acuerdo, aunque en seguida renovaron su matrimonio, pero ahora incorporando en el nuevo contrato la condición, que puso Maryam, de que él no tomaría como segunda esposa a una tal ‘Azīza bt. Ni‘m al-Jalaf. Es decir, no es que Maryam se negara a un matrimonio polígamo, sino que se negaba a compartir su marido con una mujer en concreto. ‘Alī tomó a otra esposa, que también se llamaba ‘Azīza, pero no era la misma mujer que Maryam prohibía, por lo que el matrimonio polígamo se mantuvo (Marín, 2000, p. 448). 

Conocemos también el caso del granadino ‘Alī b. Aḥmad b. Abī l-Ḥasan, quien al morir en 1452 dejó como herederos (además de sus padres) a sus dos esposas Maryam bt. Nabīl b. Nabīl y Umm al-Fatḥ bt. Faraŷ b. Abī l-Faraŷ, con la que había tenido un solo hijo, Aḥmad. En el reparto de la herencia, a las esposas les corresponde una misma cantidad de 57 dinares, ocho dirhams y tres octavos de dirham, si bien ambas son acreedoras de la segunda parte del acidaque que él dejó diferido (kāli’), si bien, a Umm al-Fatḥ, madre de su único hijo, también le debía una cantidad que no se menciona (Seco de Lucena, Documentos arábigo-granadinos, doc. nº 8). Cabría preguntarse en este caso, si ‘Alī tomó una segunda esposa a causa de no haber tenido hijos con la primera. 


«Hadith o Qissat Bayad wa Riyad”. Bibliotheca Apostólica de la Ciudad del Vaticano, Manuscrito Vat. ar.368 (s. XIII)


Cuando los musulmanes tenían algún problema legal solían acudir a los muftíes para resolverlo y llegar a una solución de acuerdo con el derecho islámico. A veces se trataba de litigios complicados, otras veces simplemente desacuerdos de interpretación. Algunos de esos casos nos informan respecto a las dificultades del matrimonio polígamo. 

Uno de ellos, lamentablemente, no podemos situarlo en al-Andalus con seguridad, pero trata de un hombre que tenía cuatro esposas y vio que una de ellas sacaba la cabeza por la ventana de su casa. Desde la calle, él la reprendió diciendo: “Si no te repudio, serán tus compañeras las que quedarán repudiadas”. Él entonces entró en su casa, pero ella hizo lo posible porque él no supiera a cuál había repudiado (Mi‘yār, IV, 277). Sin duda, aquí, los muftíes no creen que esta sea una situación deseable y contestan sin dudar: 

“Deben quedar todas las esposas repudiadas, como en el caso en que un hombre repudia a una de sus esposas y olvida a cuál de ellas” (Mi‘yār, IV, 277). 

Lo llamativo del caso, aquí, no es sólo el hecho de que los maridos pronuncien un repudio de manera muy poco reflexiva, sino que, además, parece haber más casos igual de peregrinos que el de la consulta que tienen entre manos. 

El muftí granadino Abū ‘Abd Allāh al-Ḥaffār (m. 811/1408) fue uno de los jurisconsultos más importantes de su época y se caracterizaba por ser directo y claro en sus respuestas. A él se le hizo la siguiente pregunta: 

“un hombre que tiene dos mujeres ¿puede lícitamente inclinarse hacia una de ellas sin la otra (dūn al-ujrà)?” (Mi‘yār, III, 184). 

Habría que explicar aquí que esta preferencia que parece tener el marido hacia una de sus dos esposas se expresa con la raíz árabe mayala que significa “inclinarse hacia un lado o tener preferencia o simpatía hacia una de dos posibilidades”, aludiéndose a los sentimientos amorosos del marido hacia una de sus esposas. En su respuesta, el muftí al-Ḥaffār aborda, en primer lugar, las nociones más básicas de la ley islámica sobre esta cuestión: 

“En lo que respecta al hombre que tiene dos mujeres, la ley islámica dice que debe ser equitativo con ambas en todas las cosas. Debe dividir entre ellas dos el día y la noche y estará con una un día y una noche y con la otra lo mismo. No debe ir con una en el día de la otra, ni tampoco en la noche que le corresponda a la segunda. Tampoco debe abstenerse de mantener relaciones sexuales con la primera para estar más activo a la hora de reunirse con la otra, pues debe ser equitativo en su esfuerzo con ambas” (Mi‘yār, III, 184). 

El muftí es muy directo en su respuesta, si bien no se detiene en cuestiones materiales u objetivables, puesto que no estaba ahí la pregunta. El muftí se refiere a la equidad que tiene que reflejarse en el tiempo y en el esfuerzo que el marido debe consagrar a cada una de sus esposas. A cada una de ellas debe dedicar el marido un día y una noche y debe mantener relaciones sexuales con ellas con un igual esfuerzo, por lo que el jurista se atreve aquí a dirigir el comportamiento sexual del hombre polígamo en nombre de la ley islámica. Incluso, podría parecer que al-Ḥaffār se burla del hombre que tiene que esforzarse en satisfacer en el lecho a todas sus esposas de igual manera. 

En realidad, no hace sino seguir los textos que debió estudiar y que conocía bien. Su respuesta sigue muy al pie de la letra el manual de derecho de Abū l-Qāsim b. Ŷuzayy (m. 741/1340) quien, en el capítulo del matrimonio, cuando explica la equidad que debe haber entre las esposas: 

“El hombre que tiene más de una esposa está obligado a tratarlas de forma justa, de manera que acordará con cada una de ellas un día y una noche. Y deberá tratar de la misma manera a la enferma, a la que está menstruando, a la que acaba de dar a luz, o a aquellas que estén en estado de sacralidad por peregrinación u oración. [También debe tratar de forma justa y equitativa a las esposas] cristianas o judías y a las que sean libres o esclavas … El marido no entrará con una esposa en el día que le correspondía a la otra, excepto si está de visita o en caso de necesidad. [No debe entrar con su esposa] ni por inclinación a favor de una de ellas prefiriéndola sobre la otra (mayl), ni para dañar a la otra. No hay pecado si él está más activo a la hora de mantener relaciones sexuales con una de ellas, en vez de la otra, excepto que lo haga con ánimo de enfadar o dañar a la otra (Qawānīn al-fiqhiyya, p. 351). 

La teoría legal que propone el manual de derecho igualmente se basa en la distribución equitativa del tiempo del marido en su atención a todas sus esposas y, como se ve, el muftí recuerda ese texto en la primera parte de su respuesta. Ahora bien, si seguimos su razonamiento, es en la segunda parte de su respuesta cuando parece acercarse mucho más al problema real, porque el hombre que le hace una consulta podría estar atribulado al darse cuenta de sus sentimientos hacia una sola de sus esposas, y tener escrúpulos respecto a su amor y preferencias hacia una de ellas. El muftí se refiere a los asuntos del corazón: 

“[El hombre que tiene dos esposas] no debe dejarse llevar por sus inclinaciones, pero tampoco puede ser censurado por el amor que sienta por una de ellas y que no siente por la otra. Si su corazón se inclina hacia una de sus esposas, no se le puede obligar a amar a la otra, pues esto está fuera de sus posibilidades. Ahora bien, se le debe ordenar que no favorezca a la más querida en nada” (Mi‘yār, III, 184). 

Esta parte de la respuesta del jurista es muy excepcional. En primer lugar, porque hace alusión a los sentimientos del creyente, del que acude a la autoridad legal para exponer una situación íntima que cree que podría llevarle a transgredir la ley. Al-Ḥaffār, como discípulo de Ibn Lubb, sabe que hay que darle importancia al hecho de que los creyentes acudan a los muftíes en busca de respuestas y soluciones para sus problemas cotidianos. En segundo lugar, en esta misma línea, vemos cómo el muftí se pone en la piel del atribulado granadino, entendiendo que no puede hacer nada en contra de los dictados de su corazón, pero recordándole lo que dice la ley, que sus sentimientos no deben serle evidentes a la esposa menos querida. En tercer lugar, es extraño que el muftí, aunque suele ocurrir en algunas ocasiones, no mencione la solución, quizá más obvia, para este caso, como sería simplemente repudiar a la esposa menos querida. Quizá deberíamos tener en cuenta que una de las razones siempre esgrimidas para justificar la poligamia es el hecho de que, en periodo de guerras cuando los hombres escaseaban, las mujeres pudieran ser “acogidas” dentro del vínculo conyugal de los hombres que podían hacerlo, en general, personas cercanas a la familia. 


«Hadith o Qissat Bayad wa Riyad”. Bibliotheca Apostólica de la Ciudad del Vaticano, Manuscrito Vat. ar.368 (s. XIII)


Me atrevo a afirmar que la poligamia en al-Andalus no debió ser muy frecuente. Las fuentes legales que tenemos son muy prolijas, en general, en entrar en los casos concretos y problemas cotidianos que los musulmanes andalusíes afrontaban en sus matrimonios, pero existen muy pocos casos en los que esos problemas deriven de la convivencia de dos o más esposas en un vínculo polígamo. De hecho, tal y como concluye Manuela Marín, tanto para las mujeres como para los hombres, la poligamia suponía en al-Andalus más inconvenientes que ventajas (Marín, 2000, p. 446). Puesto que los matrimonios significaban, como en otras sociedades, desarrollar estrategias económicas y sociales entre dos familias, mucho de lo invertido en un primer matrimonio podría peligrar a la hora de aventurarse con un segundo vínculo. Ante la posibilidad, o simple apetencia del marido de unas segundas nupcias, siempre estaba el recurso al divorcio o disolución del primer matrimonio sin dar muchas explicaciones, aunque esto requiriera, obviamente, deshacer los compromisos previamente contraídos.


Fuentes citadas:

·         Ibn Ŷuzayy, Ibn al-Qāsim, al-Qawānīn al-Fiqhiyya, Trípoli, al-Dār al-‘arabiyya li-l-kitāb, 1982.

·         Seco de Lucena, Luis, Documentos arábigo-granadinos. Edición crítica del texto árabe y trad. al español con Introducción, Notas, Glosarios e Índices, Madrid, Instituto de Estudios Islámicos, 1961. 

·         Vila, Salvador, Abenmoguit. Formulario notarial, Madrid, Tipografía de Archivos, 1931. 

·         al-Wanšarīsī, Aḥmad b. Yaḥyà, al-Mi‘yār al-Mugrib wa-l-ŷāmi‘ al-mugrib ‘an fatāwà ahl Ifrīqiyā wa-l-Andalus wa-l-Magrib, ed. Muḥammad Ḥāŷŷī, Rabat: Wizārat al-awqāf wa-l-šu‘ūn al-islāmiyya, 1983.

Para ampliar:

·         Marín, Manuela, Las mujeres de al-Ándalus, Madrid, CSIC, 2000.  

·         Zomeño, Amalia, “The Islamic Marriage Contract in al-Andalus (10th-16th Centuries)”, en A. Quraishi y F. Vogel (ed.), The Islamic Marriage Contract. Case Studies in Islamic Family Law, Cambridge, Harvard University Press, 2008, pp. 136-155. 

 

lunes, 17 de noviembre de 2025

EL MIEDO AL GOERNANTE Y EL MIEDO A DIOS


EL MIEDO AL GOBERNANTE Y EL MIEDO A DIOS


El miedo al poder represor y punitivo del gobernante desempeña un papel central en los escritos que nos han llegado de época pre-moderna. Ignorar el papel político que tienen la violencia y el miedo ejercidos desde el poder sólo sirve para distorsionar la comprensión de las relaciones que se establecen entre ese poder y una sociedad determinada, o con las elites de esa sociedad.

Maribel Fierro
Instituto de Lenguas y Culturas del Mediterráneo – CSIC

Pila de Almanzor, reutilizada en su alcázar por el rey zirí Badis de Granada. Patronato de la Alhambra.


El ulema de origen oriental al-Yuryani participó en una conspiración contra el emir zirí de Granada Badis liderada por un primo de éste llamado Yaddayr, viéndose ambos obligados a huir de la ciudad y refugiarse en Sevilla. Allí se enteró al-Yuryani de que Badis había encarcelado a su mujer y a sus hijos en Almuñécar, bajo la vigilancia del verdugo Qaddah. Como los amaba profundamente, decidió volver a Granada. Sin haber negociado antes su situación, se presentó ante Badis y este le echó en cara su traición. Al-Yuryani intentó aplacarlo, diciendo:

“Por el temor de Dios, mi señor, concédeme tu protección; ten piedad de mí que estoy lejos de mi patria y del mal lugar en el que me hallo y no me responsabilices del pecado de tu primo, pues no tengo culpa en ello. No me ha llevado a huir con él, sino el miedo por mi vida, debido a mi antigua relación con él. El camino me ha traído hacia ti, en la confianza de que como no había cometido ningún delito conseguiría tu perdón. Haz lo que hacen los reyes que se apartan del odio hacia mendigos como yo” (Ávila 2004).

A pesar de su elocuencia, al-Yuryani no consiguió el perdón del rey, muriendo a manos de Badis en 431/1039 y revelándose así justificado ese “miedo por su vida” que le había llevado a huir.

El sucesor de Badis, el emir zirí ‘Abd Allah, cuenta en sus memorias que cuando, tras la rendición de Granada, el ejército almorávide al mando del emir Yusuf b. Tashufin se dirigió hacia Almería, su rey Ibn Sumadih – sabiendo lo que les había pasado a los otros reyes de taifas – se sintió tan atemorizado de lo que le pudiera suceder a él que murió de miedo justo cuando las tropas almorávides entraban por las puertas de la ciudad. No fue el suyo el único caso en la historia de al-Andalus. Entre los arrestados durante la rebelión de al-Yaziri en época almohade – rebelión iniciada en Marrakech en el año 586/1190- se contaba un ulema que clamaba por su inocencia y que fue preso de tal terror por la terrible represión desencadenada contra los seguidores del rebelde que murió de miedo durante su encarcelamiento. Los almohades – cuya ferocidad contra sus enemigos ha dado lugar a numerosos relatos de violencia y terror en las fuentes –se opusieron a los ulemas malikíes tradicionales por lo que consideraban era su visión equivocada a la hora de acercarse al estudio e interpretación de las fuentes de la ley divina y algunos malikíes sufrieron persecución por ello. El miedo a ser llevado a presencia del califa o a ser encarcelado fue suficiente para que un jurista malikí sufriese una crisis mental, probablemente por tener noticia de las terribles torturas sufridas por uno de sus colegas, quien, sin embargo, sobrevivió a su durísima cárcel (Benouis 2000).




Muralla zirí de Granada. Ayuntamiento de Granada.


En estos tres casos tenemos un miedo humano a sufrir las consecuencias físicas que suele traer consigo la derrota en el campo de batalla, el fracaso de un intento por destronar al gobernante o la persecución por parte de éste. Ese miedo humano puede adoptar muy variadas formas y deberse a muy variadas causas además de las que acabamos de ver: miedo a la enfermedad, miedo a perder a los seres queridos, miedo a viajar por mar, miedo del soldado a ser cobarde y a morir. El miedo mismo puede provocar la muerte, como hemos visto, o, sin llegar a tales extremos, a hacer perder el control del propio cuerpo. Una deliciosa anécdota referente a ‘Abd al-Rahman I ilustra este último punto. Durante su huida de los abbasíes por el norte de África encontró refugio junto a un beréber llamado Abu Qurra Wansus b. Yarbu, cuya esposa, llamada Tkfat,

“le ocultó bajo sus ropas cuando los enviados [de los abbasíes] registraron su casa buscándole. ‘Abd al-Rahman I le dijo bromeando cuando ella buscó su protección en al-Andalus: «Encima del miedo que tenía, tuve que soportar que me atormentases con el olor de tus axilas, ¡oh Tkfat!, y me hiciste aspirar un hedor más nauseabundo que el de un cadáver putrefacto». La respuesta de ella fue rápida: «Por el contrario, ¡oh, señor!, eras tú el causante del hedor, aunque no te dieras cuenta, resultado del miedo tan terrible que estabas pasando». Encontró donosa la respuesta de ella y dejó pasar la cosa sin hacer lo que se hubiera merecido una contestación” (Fierro 2001).

Pero es el miedo al poder represor y punitivo del gobernante el que posiblemente se lleve la parte del león en los escritos que nos han llegado de época pre-moderna, habiendo quedado registrado no sólo en obras históricas, sino también en los espejos de príncipes y las compilaciones de adab que reúnen los conocimientos que todo hombre ilustrado debía poseer. Precisamente porque esos hombres ilustrados – por el hecho de serlo – establecían contactos muy directos con los hombres de poder, sus obras recogen mucha información sobre el miedo que despierta la posibilidad de perder su favor o de incurrir en su ira. Hemos visto el caso de al-Yuryani, veamos ahora otro.

A la muerte del sultán sa’dí de Marruecos al-Mansur en el año 1603, sus tres hijos lucharon por hacerse con el poder y uno de ellos, Muhammad al-Shayj II al-Ma’mun (m. 1613), ayudó al rey de España Felipe III a ocupar Larache en 1610 a cambio de asistencia militar. El rechazo que esa medida despertó en la población le llevó a exigir a los juristas de Fez que emitiesen un dictamen declarando lícito el hecho de haber cedido la plaza, argumentando que lo había hecho con objeto de obtener el rescate de sus hijos a los que se había visto forzado a dejar en España. Muchos de los juristas de Fez obedecieron y emitieron una fetua justificando tal acto – según el cronista, no porque estuviesen convencidos de tal justificación, sino por miedo al sultán, mientras que otros juristas huyeron para no verse forzados a firmar ese documento, es decir, también por miedo a lo que pudiera sucederles por no obedecer la orden del sultán (Abun-Nasr 1987).



Tumbas sa’díes, Marrakech. Wikimedia Commons.


Esa huida de algunos juristas de Fez no es sino una de las formas que puede adoptar la tendencia a mantenerse apartados del poder político (inqibad ‘an al-sultan) que practicaron algunos hombres de religión por miedo a las consecuencias que el trato con los gobernantes – en general o con el gobernante injusto y tirano en particular – puede traer consigo tanto en lo que se refiere a la vida en este mundo con al destino en la Otra. Frente a este modelo del ulema o sabio religioso que se podría denominar ‘quietista’, hay otro modelo más activista que puede llegar a propugnar actuar mediante la espada contra el gobernante al que se considera injusto o tiránico, pero que en general se limita a proponer la censura mediante la palabra a ese gobernante injusto o que se ha desviado de las normas islámicas, de acuerdo con la exhortación coránica:

¡Hablad con él [Faraón] amablemente! Quizás, así, se deje amonestar o tenga miedo de Dios (Corán 20:44, traducción de Julio Cortés).

Como bien ha señalado Henry Munson Jr. al analizar la relación entre gobernantes y hombres religiosos en el Magreb, ignorar el papel político que tienen la violencia y el miedo ejercidos desde el poder sólo sirve para distorsionar la comprensión de las relaciones que se establecen entre ese poder y una sociedad determinada o con las elites de esa sociedad. Naturalmente, los ulemas que desafían al poder tienen casi todo que perder. Pueden perder la vida (caso de ‘Abd as-Slam Guessous estrangulado en 1709 por orden de Mulay Isma’il) o pueden ser sometidos a tal persecución que el miedo les hace callar (caso de Muhammad bin al-Madani Gannun, m. 1885, cuyas críticas del gobierno le llevaron a prisión y al salir de ella moderó sus protestas). En general, los sultanes marroquíes de la época pre-colonial se sintieron obligados a justificar sus actos frente a los ulemas en tanto que guardianes de la ley divina que gozaban por ello de gran importancia simbólica en un orden político basado en esa ley. Pero los gobernantes generalmente podían obligar a los ulemas a legitimar lo que querían que fuese legitimado: tan sólo unos pocos ulemas actuaron conforme al ideal del hombre de Dios que no se doblega ante el poder injusto, de la misma manera que tan sólo unos pocos sultanes se conformaron al ideal del gobernantejusto.


Bab Mansour (Meknes), ordenada construir por Mulay Isma’il. Wikimedia Commons.


Si a los gobernantes se les teme, los gobernantes no quedan libres de sentir miedo y sobre el miedo de los gobernantes también nos han llegado muchas páginas en obras históricas, en espejos de príncipes y en obras literarias. Los gobernantes tenían miedo de sus familiares cuando sospechaban que éstos conspiraban para arrebatarles el poder, tenían miedo también de sus ejércitos por si estos les traicionaban, tenían miedo de los ulemas cuando éstos les eran desafectos y podían tener miedo del vulgo, miedos todos estos que han quedado reflejados de manera directa y a menudo conmovedora en esa extraordinaria obra que son las memorias del emir zirí ‘Abd Allah. Veamos sólo algunos ejemplo, el primero referente al momento en que ‘Abd Allah se da cuenta de que corre peligro tanto por parte de los almorávides como de su propio pueblo:

Todos aquellos días los pasé entre el miedo y la esperanza; pero, como estaba confiado en que ninguno de mis hombres ni de los servidores que se hallaban conmigo me había de hacer traición, esta seguridad, junto con los preparativos que había hecho, no dejaba de darme ciertos arrestos (al-Tibyān, trad. 224).

Esa seguridad sobre la fidelidad de sus hombres no le dura mucho tiempo, extendiéndose tanto a sus dignatarios como a sus esclavos (‘abid):

… los dignatarios de mi gobierno tomaban siempre el partido más estúpido, porque lo que cada uno quería era proceder a su antojo y que las cosas ocurrieran conforme a su capricho. Si no sucedía así, se pasaban al campo enemigo, y, en cambio, si todo iba de acuerdo con sus deseos, el soberano no podía hacer nada ni llevar a cabo ninguna cosa. Con anterioridad a mi época, estos dignatarios estaban tan poseídos por el miedo al despotismo de sus soberanos, que el mero hecho de conservar la vida les parecía ya no poca ganancia; pero cuando, bajo mi gobierno, se sintieron completamente a seguro y se olvidaron del régimen antiguo, se llenaron de arrogancia e insolencia, hasta el punto de aspirar a mayores cosas. Pensaba yo que, con asegurar la tranquilidad, me ponía al abrigo de censuras y enemistades … (al-Tibyān, trad. 251).

[Respecto a los jeques de los ‘abid, empieza a temerlos] porque me constaba que eran ellos los que habían sacado a los Zanata de sus casillas y los que me tenían mayor enemistad que cualquiera otra persona (al-Tibyān, trad. 245).

Se ha mencionado antes el temor del soldado a ser cobarde, sobre todo cuando se está cumpliendo con el deber del yihad. Numerosas aleyas coránicas insisten en la necesidad de vencer el miedo cuando se combate a los enemigos: “¡Creyentes! Cuando encontréis a una tropa ¡manteneos firmes y recordad mucho a Dios! ¡Quizás, así, consigáis la victoria!” (Corán 8:45) y esas aleyas son recordadas en numerosas ocasiones para exhortar a los fieles a cumplir con su deber de lucha por Dios.

La huida del campo de batalla se incluye entre los pecados graves que conducen al infierno. El temor a los hombres debe ser abandonado por el temor a Dios: “Cuando se les prescribe el combate, algunos de ellos tienen tanto miedo de los hombres como deberían tener de Dios, o aún más, y dicen: «¡Señor! ¿Por qué nos has ordenado combatir? Si nos dejaras para un poco más tarde…» Di: «El disfrute de la vida de acá es poco. La otra vida es mejor para quien teme a Dios. No se os tratará injustamente en lo más mínimo»” (Corán 4:77; otras aleyas de parecido tenor son Corán 2:216; 9:20, 41-45, 86-90). En realidad, los creyentes no tienen motivo para sentir miedo ni para huir, porque en su lucha no están solos. Dios está con ellos, les auxilia, les apoya, incluso interviene directamente en la refriega, enviando para ello a sus ángeles si resulta preciso, como ocurrió durante la batalla de Hunayn que libró el Profeta contra tribus enemigas (Corán 9:25-26). Después de todo, los enemigos del Profeta y de los musulmanes no eran solo enemigos suyos, sino que también eran los enemigos de Dios, “los amigos del Demonio” (Corán 4:76)


Representación del profeta Muhammad y su ejército en la batalla de Uhud (625), donde los musulmanes huyeron y fueron derrotados. Manuscrito iluminado del Siyer-i Nebi (1595), épica otomana sobre la vida del Profeta completada en torno a 1388. Wikimedia Commons.


El miedo a Dios es uno de los temas más recurrentes en la literatura religiosa islámica como lo es, por otro lado, en la de las demás religiones monoteístas.

«Dios ha revelado el más bello relato en una Escritura cuyas aleyas armonizan y se reiteran. Al oírla, se estremecen quienes tienen miedo de su Señor; luego, se calman en cuerpo y en espíritu al recuerdo de Dios. Ésa es la dirección de Dios, por la que dirige a quien Él quiere. En cambio, aquél a quien Dios extravía no podrá encontrar quien le dirija … En este Corán hemos dado a los hombres toda clase de ejemplos. Quizás, así, se dejen amonestar. Es un Corán árabe, exento de recovecos. Quizás, así, teman a Dios» (Corán 39:23-28)

«Los creyentes son aquellos que cuando se cita el nombre de Dios, sus corazones temen y cuando se les recita sus aleyas, aumenta su fe» (Corán, XXXVIII, 28/29; IV, 84/82; VIII, 2).

El temor de Dios (taqwa, jawf) permea no sólo el Libro sagrado, sino toda la literatura islámica, tanto religiosa como profana. El miedo al castigo divino y la esperanza en Su misericordia son descritos como dos “riendas que evitan la carencia de una conducta apropiada”. Cuando Ibn ‘Abdun describe a los estimadores de cosechas, los descalifica precisamente porque no tienen temor de Dios:

“Estos individuos deberían en realidad ser llamados malhechores, prevaricadores, traficantes ilegales, malos sujetos y hez de la sociedad, pues no tienen miedo ni vergüenza, ni otra religión o piedad que buscar las ventajas de la vida terrestre y vivir de beneficios ilícitos y de la usura” (43-44).

Sólo los sufíes – cuando alcanzan el estado adecuado de elevación espiritual -quedan libres de ese miedo o son capaces de amar a Dios sin temor a Su poder punitivo que puede ser terrible (Peña y Vega 2004).

El gobernante naturalmente tiende a presentar su política represiva en términos que la aproximan a la forma en la que la Divinidad castiga las transgresiones mediante las cuales las criaturas se apartan del sendero por el que ha decretado que debe discurrir su conducta y ello tanto en lo que se refiere a las relaciones de esas criaturas con su Creador como en lo que se refiere a las relaciones entre ellas. El estudio llevado a cabo por Christian Lange para la época selyuquí ha mostrado las múltiples y variadas concomitancias entre los castigos del sultán y los del infierno, y al hacerlo, ha revelado un continuum entre el miedo a poner en peligro la salvación en la otra vida por desobediencia a Dios y a Su ley, y el miedo a poner en peligro la integridad física por desobediencia al gobernante. Sólo unos pocos – generalmente hombres de religión que no se dejan seducir por la vida terrena – son capaces de poner su miedo a Dios por encima de su miedo al gobernante y al hacerlo preservan la fibra moral de la comunidad musulmana. Es lo que se pone de relieve de los musulmanes que criticaron la conducta del general omeya Hashim b. ‘Abd al-‘Aziz durante una campaña contra rebeldes: tras tomar una fortaleza, preguntaba a los cautivos si eran musulmanes o cristianos. A estos los ejecutaba y hacía prisioneros a sus hijos. Pero a los que decían que eran musulmanes, buscaba tretas para negarles tal condición y poder así ejecutarles y hacer prisioneros a sus hijos. Luego puso en venta a esos niños esclavizados que fueron comprados por algunos musulmanes del campamento que eran gentes temerosas de Dios y que los liberaron porque eran hijos de musulmanes (Molina 2008).

Son los musulmanes temerosos de Dios los que mantienen el recuerdo y la práctica de los preceptos divinos y de esa manera aseguran la salvación de sus almas y de aquellos que les imitan en su conducta.

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Para ampliar:

·         ʿAbd Allāh, al-Tibyān ʿan al-ḥādiṯa al-kāʾina bi-dawlat Banī Zīrī fī Garnāṭa, traducción de E. Lévi-Provençal y E. García Gómez, El siglo XI en primera persona. Las ‘Memorias’ de ʿAbd Allāh, último rey zīrī de Granada, destronado por los almorávides (1090), Madrid, 1980

·         Abun-Nasr, Jamil M., A history of the Maghrib in the Islamic period, Cambridge, 1987.

·         Arcas Campoy, María, “Miedo, muerte y vida en la escatología de la guerra santa”, en F. Díez de Velasco (ed.), Miedo y Religión, Madrid, 2002, 63-69.

·         Ávila, María Luisa, “Al-Ŷurŷānī e Ibn ʿAbbās, víctimas de Bādīs”, en M. Fierro (ed.), Estudios onomástico-biográficos de al-Andalus (De muerte violenta), XIV, Madrid, 2004, 137-66.

·         Benouis, Mustafa, “Les savants mis à l’épreuve à l’époque almohade”, en M.L. Ávila y M. Fierro (eds.), Estudios Onomástico-Biográficos de al-Andalus, X, Madrid-Granada, 2000, 314-57.

·         Fierro, Maribel, «Tkfat al-Barbariyya y el destino de los omeyas en al-Andalus«, Al-Qantara XXII (2001), 345-8.

·         Ibn ʿAbdūn, Sevilla a comienzos del siglo XII, el tratado de Ibn ʿAbdūn, trad. E. Levi-Provençal y Emilio García Gómez, Sevilla, 1998.

·         Lange, Christian, Justice, punishment and the Medieval Muslim imagination, Cambridge, 2008.

·         Marín, Manuela, «Inqibāḍ ʿan al-sulṭān: ʿulamā’ and political power in al-Andalus», Saber religioso y poder político en el Islam, Madrid, 1994, 127-139

·         Molina, Luis, “Vencedor y vencido: Hāšim b. ʿAbd al-ʿAzīz frente a Ibn Marwān al-Ŷilliqī”, en M. Fierro y F. García-Fitz (eds.), El cuerpo derrotado: cómo trataban musulmanes y cristianos a los enemigos vencidos (Península Ibérica, ss. VIII-XIII), Madrid, 2008, 507-528.

·         Munson Jr., Henry, Religion and power in Morocco, New Haven-Londres, 1993.

·         Peña, Salvador y Vega, Miguel, “La muerte dada en el Corán (Glosario y estudio de una inscripción numismática de los Banu Ganiya)”, en M. Fierro (ed.), Estudios onomástico-biográficos de al-Andalus (De muerte violenta), XIV, Madrid, 2004, 249-300.

 

sábado, 15 de noviembre de 2025

MAGDALENAS DE LIMÓN

 

MAGDALENAS CON LIMÓN

Ingredientes

2 huevos

130 gr de azúcar

120 ml de aceite de girasol

75 gr de nata 35% de grasa (para montar)

175 gr de harina

½ paquete de levadura en polvo

Ralladura de 1 limón

 

Elaboración

Precalentamos el horno a 180º

Primero colocamos sobre una bandeja de horno las capsulas para magdalenas.

En un bol, colocamos los huevos el azúcar y batimos con un batidor electrizo o una varilla manual, hasta que doblen su volumen y tengan la superficie un color blanquecino.

Agregamos la ralladura de limón, y batimos unos 5 a 6 minutos para el huevo coja su sabor.

Agregamos el aceite de girasol y la nata, mezclamos durante 4 minutos para que todos los ingredientes estén bien integrados.

Agregamos la harina con la levadura en polvo tamizados.

Batimos suavemente con movimientos envolventes para que los dos ingredientes se integren en la masa de la magdalena, procurando que no haya grumos. Dejamos reposar la masa.

Vertemos la masa en las capsulas , un poco más de la mitad de las capsulas y espolvoreamos sobre cada una un poco de azúcar.

Colocamos la bandeja en la mitad del horno, y horneamos durante 20 minutos aproximadamente.

¡Buen provecho!

 

 

CONEJO EN SALSA DE LA ABUELA

 

CONEJO EN ALSA DE LA ABUELA

Esta receta rinde homenaje a las tradiciones familiares, sino también ofrece beneficios para la salud. La carne de conejo es baja en grasas saturadas y rica en proteínas, lo que la convierte en una opción ideal para los que buscamos una alternativa mas saludable a nuestra dieta. Además, ¡es rica en nutrientes como la vitamina B12, el zinc y el fosforo, fundamentales para el funcionamiento optimo del organismo.

 

Ingredientes

1 conejo entero, limpio y troceado

2 cucharadas de aceite de oliva

1 cebolla grande finamente picada

3 dientes de ajos picados

2 zanahorias, peladas y cortadas en rodajas

1 pimiento rojo cortado en tiras

1 pimiento verde cortado en tiras

1 tomate maduro, picado

1 taza de caldo de pollo

½ vaso de vino tinto

2 hojas de laurel

1 ramita de tomillo

1 ramita de romero

Sal

Pimienta negra recién molida

 

Elaboración

Lavamos bien los trozos de conejo y los secamos con papel absorbente de cocina. después salpimentamos los trozos por todos lados.

En una cacerola grande, calentamos un poco de aceite de oliva a fuego medio-alto, añadimos los trozos de conejo a la sartén y los doramos por todos lados para que conserven sus jugos y realzar el sabor.

Una vez dorados, los sacamos de la cacerola y los reservamos en un plato. En la misma cacerola, añadimos un poco más de aceite si es necesario y bajamos el fuego medio. Agramaos la cebolla picada y sofreímos hasta que este transparente y ligeramente dorada. Luego añadimos los dientes de ajos picados, removemos bien y sofreímos unos minutos hasta que desprendan su aroma.

Luego añadimos las zanahorias y los pimientos rojos y verdes, removemos bien y cocinamos todo hasta que las verduras empiecen a ablandarse, removiendo ocasionalmente. Añadimos el tomate picado, removemos bien y cocinamos hasta que se deshaga y la mezcla Adquiera una textura uniforme.

Devolvemos los trozos de conejo dorados a la cacerola junto con los jugos que hayan quedado en el plato, vertemos el vino tinto sobre el conejo y las verduras, removemos suavemente, y dejamos cocer unos minutos para que el alcohol se evapore.

Añadimos las hojas de laurel, el tomillo, el romero a la cacerola. Vertemos suficiente caldo de pollo para cubrir parcialmente los ingredientes, removemos suavemente y llevamos la mezcla a ebullición y luego reducimos el fuego a bajo

Tapamos la cacerola y cocinamos a fuego lento durante aproximadamente 40-50 minutos, o hasta que el conejo este tierno y se separe fácilmente de los huesos. Removemos de vez en cuando y añadimos más caldo si es necesario para mantener la consistencia de la salsa.

Listo para servir caliente.

¡Buen provecho!

 

 

viernes, 14 de noviembre de 2025

PATATAS CON COSTILLAS

 

PATATAS CON COSTILLAS

Hay muchos guisos tradicionales que nos ayudan a sobrevivir el invierno para disfrutar de la vida y del placer de sentarnos a disfrutar de un plato que huele a gloria. Preparar unas buenas patatas con costillas o costillas con patatas, según tus preferencias, es algo al alcance de casi todos.

Una deliciosa receta en que las costillas o las patatas son las protagonistas, junto con algunas verduras para crear una salsa muy sabrosa en la que ambos ingredientes pueden ofrecer todo su potencial. Esta receta la hacia mi madre , que aún recuerdo la hacía con mucho amor y paciencia en la cocina de hierro (llamadas cocinas económicas) y con carbón de coke.

 

Ingredientes

½ costillar de cerdo, divididas una por una

1 cebolla

2 dientes de ajos

1 pimiento verde

3 zanahorias

12 champiñones

1 k de patatas

3 tomates pera, o tomate triturado

1 cucharadita de pimentón dulce

1 guindilla

1vaso de vino blanco

Sal

Pimienta negra recién molida

azúcar para el tomate

Agua

 

Elaboración

Pelamos la cebolla y el ajo, luego cortamos en daditos junto con el pimiento verde, la zanahoria y los champiñones. Reservamos.

Pelamos y cortamos las patatas en trozos pequeños para que liberen más almidón durante la cocción, lo que da como resultado una salsa cremosa que alivia cualquier malestar. Reservamos.

Cuando las verduras están listas, sazonamos las costillas generosamente con sal y pimienta negra recién molida y las agregamos a una sartén con un buen chorro de aceite de oliva caliente a fuego medio-alto. Doramos bien todas las costillas por todos lados para que le den jun sabor espectacular al guiso. Las retiramos las costillas cuando estén listas y reservamos.

Añadimos las verduras al fondo de la sartén, excepto las patatas, con jun poco de sal. Desglasamos bien el fondo de la sartén para retirar los jugos de las costillas. Salteamos durante unos 20 minutos a fuego medio para que se cocinen bien.

Ahora añadimos los tomates triturados con un poco de azúcar si queremos equilibrar la acidez. Dejamos reducir durante 10 minutos más removiendo ocasionalmente.

Añadimos el vino una vez que el tomate este bien concentrado en el fondo de la sartén. Dejamos que se reduzca el vino hasta que desaparezca, Finalmente añadimos el pimentón y la guindilla   a ser posible usar cayena en polvo, removemos bien y cocinamos unos segundos con la salsa. Pasamos todo a una careola,y añadimos las costillas y cubrimos con suficiente agua para cubrirlas bien, teniendo en cuenta el agua que tomaran las patatas.

Dejamos cocinar las costillas durante 40 minutos. Transcurrido este tiempo, probamos la sazón y ajustamos el punto si fuese necesario.

Añadimos las patatas y cocinamos durante 20-25 minutos más. Con una hora de cocción, las costillas deberían estar perfectas.

Consejo: Si el caldo del guiso nos parece demasiado líquido, sacamos algunas patatas de la cacerola, y las trituramos con un tenedor y regresamos a la cacerola, removemos bien,  esto . espesara la salsa.

Servir caliente.

¡Buen provecho!

TARTA DE AZUCAR

 

TARTA DE AZUCAR

Ingredientes

250 gr de harina

1 sobre de levadura de panadería

1 huevo

50 gr de azúcar

50 gr de mantequilla

10 cl. de leche tibia

Para la guarnición:

125 gr de azúcar moreno

2 huevos

30 gr de mantequilla

10 cl. de nata liquida

Elaboración

Precalentamos el horno a 170º.

En un cazo grande, calentamos la leche, añadimos una cucharada de azúcar y la levadura de panadería, removemos bien. Reservamos.

En un bolo grande, ponemos la harina, añadimos el azúcar restante, una pizca de sal, la mantequilla ablandada y el huevo, y amasamos muy bien hasta que todos los ingredientes estén bien integrados y tengamos una masa homogénea.

A continuación ,añadimos la mezcla de leche y levadura y amasamos, y luego formamos una bola con la masa.

Dejamos reposar la masa en un lugar cálido durante 1 hora y 30 minutos.

Pasado este tiempo, extendemos la masa sobre la superficie de trabajo, y la colocamos en el fondo de un molde desmoldable, debidamente engrasado, y la dejamos reposar durante una hora.

Pinchamos la masa con un tenedor, espolvoreamos el azúcar por encima de la superficie y vertemos la mezcla de nata y huevo , previamente batidos juntos.

Colocamos pequeños trozos de mantequilla por encima de la superficie y horneamos durante 20-30 minutos a 170º.

Pasado este tiempo, sacamos del horno, dejamos enfriar a temperatura ambiente y desmoldamos.

¡Buen provecho!