lunes, 10 de septiembre de 2018

MELÓN AL OPORTO


MELÓN AL OPORTO



Ingredientes
2 Melones cantalupo o 1 melón piel de sapo
1 Copa de oporto (o lo que demande)

Elaboración
Pelar el melón y quitar las semillas.

Hacer pequeñas bolas de melón con la cucharilla especial o si no se tiene con una cucharita pequeña.

Poner las bolas en un bol y añadir una copa de oporto o lo que demande la cantidad de bolas de melón. Dejar macerar en la nevera 1 hora.

Servir en copas.

¡Buen provecho!

ATÚN A LA PLANCHA CON PESTO


ATUN A LA PLANCHA CON PESTO


Ingredientes
600 gr de atún en una loncha
4 Dientes de ajos
1 Limón
4 Cucharadas de aceite de oliva virgen extra
50 gr de piñones
Sal
Pimienta negra recién molida
Sal gruesa
El jugo der un limón
15 cl de aceite de oliva virgen extra
1 Manojo de albahaca

Elaboración
Marinamos el atún en aceite de oliva, el jugo de 1 limón, sal y pimienta negra recién molida.
Meter en el frigorífico y dejar marinar durante 3 horas, dándole vueltas al mismo de vez en cuando para que coja la marina por ambos lados.

En un mortero grande, majamos los dientes de ajos pelados, con las hojas de albahaca, sal y los piñones.

Añadimos el aceite de oliva virgen extra poco a poco y lo seguimos majando, mezclándolo a la vez hasta obtener una preparación homogénea de pesto.

Encendemos la parrilla o plancha, y una vez caliente ponemos sobre ella el atún bien escurrido durante 10 minutos por cada lado.

Emplatar el atún una vez hecho y servir con pesto, bien por encima o al lado, según guste.

¡Buen provecho!

MILHOJAS "TATIANA"


MILHOJAS “TATIANA”



Ingredientes
3 Hojas de hojaldre
500 gr de azúcar glas
Extracto de café o chocolate (según gusto)
Una pizca de agua
4 Huevos
1 L de Leche
200 gr de azúcar
140 gr de harina
Unas gotas de vainilla
50 gr de mantequilla

Elaboración
Extendemos los tres hojaldres. Cortamos en forma rectangular del mismo tamaño.

Pinchar todas las hojas con un tenedor para que no se hinchen cuando estén cocidos.

Colocamos en una fuente o plato y a la vez lo cubrimos con una bandeja.

Metemos en horno precalentado a 180º, durante 15 minutos.

Para la crema pastelera:
En un bol batimos los huevos con el azúcar y una pizca de sal, cuando estén bien batidos añadimos la harina y seguimos batiendo hasta integrar todos los ingredientes.

En un cazo hervimos el litro de leche, tan pronto como hierva la incorporamos a la mezcla anterior, mezclamos y volvemos a poner al fuego medio sin dejar de batir hasta obtener una crema muy cremosa.

Vertimos esta crema en un bol y le agregamos la mantequilla, batimos para que la crema pastelera coja un color brillante y suave.

Dejamos reposar la crema pastelera, tapada con papel film para que no se forme una costra.

Cubrimos  un rectángulo de hojaldre con la crema pastelera, le colocamos encima otro rectángulo de hojaldre presionando un poco, sobre este último le ponemos más crema pastelera, y así sucesivamente hasta terminar con una capa de hojaldre.

Para el glaseado:
En un bol ponemos una cucharada de agua, y añadimos el azúcar glas, y vamos batiendo hasta formar una pasta espesa no muy liquida, si hiciese falta se le añade un poco más de agua, hasta obtener el espesor deseado.

Impregamos los rectangulos de hojaldre con extracto de café.

En un tazón ponemos un poco de glaseado y un cuadrado o extracto de chocolate, batimos para integrarlo bien.

Cubra la milhojas con glaseado blanco.

Usando una plantilla, dibuje líneas paralelas usando el glaseado de chocolate.

¡Buen provecho!


martes, 4 de septiembre de 2018

ENDIBIAS GRATINADAS CON SALSA DE QUESO


ENDIBIAS GRATINADAS CON SALSA DE QUESO



Ingredientes
4 .Endibias grandes
60 gr de mantequilla
60 gr de harina
60 cl de Leche
100 gr de Queso gruyere rallado
12 Lonchas de bacón ahumado sin piel
Nuez moscada
Sal
Pimienta negra recién molida

Elaboración
Quitamos las primeras hojas de las endibias. Enjuagamos y ahuecamos en su base, cortamos en cuatro a lo largo y cocinamos al vapor durante 15 minutos.
En una olla derretimos la mantequilla, y añadimos la harina y mezclamos durante 2 minutos a fuego lento. Poco a poco vamos vertiendo la leche hasta formar la bechamel. Sazonamos con sal y pimienta negra recién molida y añadimos un toque de nuez moscada, removemos. Apagamos el fuego y  agregamos el queso rallado y mezclar bien hasta integrarlo.
Precalentamos el horno a 180º.
Enrolle cada endibia con lonchas de bacón.
Vierta la bechamel en una fuente de hornear, sobre ella colocamos las endivias ya preparadas, horneamos durante 20 minutos hasta que estén doradas.
Servir caliente en el plato al sacar del horno.
¡Buen provecho!

Maridaje
Un buen vino blanco joven o un rosado


CONEJO CON CIRUELAS PASAS Y PASAS


CONEJO CON CIRUELAS PASAS Y PASAS



Ingredientes
1 Conejo cortado a trozos (1 k. aproximadamente)
1 Cebolla
50 gr de Harina de trigo
50 gr de mantequilla
3 Cucharadas de brandy
30 gr de ciruelas pasas sin hueso
100 gr de pasas
Sal
Pimienta negra recién molida

Elaboración
Poner en un bol las ciruelas pasas y las pasas con un poco de agua tibia, dejándolas en remojo unos 20 minutos aproximadamente.

Pelar la cebolla y picarla finamente.

Enharinar los trozos de conejo en harina, previamente salpimentados.

En una cacerola con la mantequilla a fuego medio, ponemos la mantequilla y una vez derretida añadimos la cebolla, y cuando veamos que empieza a pochar, agregamos los trozos de conejo enharinados, procurando dorarlos por todos lados.

Cuando los trozos de conejo estén dorados, añadimos el brandy y flambeamos, cuando este se haya evaporado, añadimos las ciruelas y las pasas bien escurridas. Removemos, tapamos y dejamos cocer 1 hora aproximadamente; añadimos agua durante la cocción si fuese necesario.

Servir caliente

¡Buen provecho!

Maridaje
Un buen vino tinto de los muchos que tenemos en España.

jueves, 30 de agosto de 2018

ENSALADA DE BOQUERONES EN VINAGRE, QUESO FETA MARINADO, HUEVOS Y ACEITUNAS NEGRAS


ENSALADA DE BOQUERONES EN VINAGRE, QUESO FETA MARINADO, HUEVOS Y ACEITUNAS NEGRAS



Ingredientes
Filetes de boquerones en vinagre
Dados de queso feta marinado en vinagre
Huevos duros
Tomates de ensalada
Aceitunas negras sin hueso
Albahaca
Aceite de oliva virgen extra
Vinagre balsámico
Sal

Elaboración
Cortar los tomates en cuartos y colocar en el plato. Salar.

Cortar los huevos duros (pelados previamente) en ocho trozos cada uno, e intercalar con los tomates.

Colocar los boquerones en vinagre sobre el tomate o al gusto de cada uno en su presentación o decoración.

Rociar con los dados de queso feta marinado la ensalada, así como con las aceitunas negras sin hueso.

Decorar con algún tomate sherry para darle aun mas colorido..

Espolvorear por encima la albahaca.

Rociar con una vinagreta de aceite de oliva virgen extra y  vinagre balsámico la ensalada, y lista para comer.

¡Buen provecho!


Maridaje
Con un buen vino blanco, vino blanco joven o un verdejo, cualquiera de ellos pero bien frio.

IBN HAFSUN



Rebelde muladí. Umar b. Hafsun. Turriyilla (Málaga), c. 846-Bobastro, Ardales, (Málaga), 1-II-918. Rebelde muladí contra el emirato de Córdoba. Se trata del más importante de los rebeldes andalusíes contra el emirato de Córdoba, que llegó a enfrentarse con cuatro de ellos desde el inicio de su revuelta en el año 878 hasta su rendición en 916 a Abderramán III.
Esa importancia se refleja en la relativamente abundante información que suministran las fuentes árabes sobre este personaje, si bien algunas noticias han sido puestas en duda por determinados historiadores, al igual que han permitido contradictorias interpretaciones en la historiografía desde el s. XIX.
Entre estas, se encuentran las que lo consideran un héroe nacional, caudillo de la raza española en lucha contra los árabes invasores, hasta las que lo entienden como un bandido con éxito depredador de las clases menesterosas, mientras que últimamente se considera como un ejemplo de la crisis que sufrieron los herederos del protofeudalismo visigodo ante la consolidación del estado islámico.
Según esas fuentes, el origen de su familia se remonta a un comes de época visigoda, un tal Alfonsus, asentado en la zona de la serranía de Ronda, del que se transmite su descendencia directa hasta el biografiado. Se informa también que un miembro de esa genealogía, Ya´far, se islamizó, al añadirle el apodo al Islam, y se trasladó a la zona de los montes de Málaga en tiempos del emir al Hakam I, apareciendo ya el resto de sus descendientes con onomástica árabe.
Otro cambio en la onomástica tuvo lugar con el padre de Umar, Hafs, del que se dice que, ya en el nuevo asentamiento de la familia, se engrandeció, por lo que pasó a denominarse Hafsun, si bien no se tiene constancia clara de en qué consistió ese engrandecimiento, pues las fuentes tan solo aluden a que construyó una iglesia en una almunia que poseía, aunque la familia si debía ostentar un cierto control sobre los hombres, pues en el inicio de la rebeldía de Ibn Hafsun, su tío Mutahir le cedió cuarenta jóvenes, operación que volvió a repetir tras el abandono del ejército cordobés y la instalación definitiva de Umar en Bobastro.
En esta zona tuvo lugar el nacimiento de Ibn Hafsun en la aldea de Turriyilla (Torrecilla), topónimo que alude a una posible residencia aristocrática, cerca de la fortaleza de Awta, que se ha querido identificar con el actual cortijo de Auta (término municipal de Ríogordo, Málaga).
Los primeros datos de su biografía se asemejan a un relato novelesco, pues huido de la justicia por haber asesinado a un convecino, se refugió en lo que será luego el centro de su rebelión, Bobastro, si bien, en busca de mayor seguridad, se trasladó a Tahart, capital de Estado Rustami, en la actual Argelia, donde permaneció un tiempo oculto, hasta que decidió volver al territorio originario debido a la doble coyuntura del temor a ser reconocido y entregado a la justicia y a un relato premonitorio del éxito como rebelde en al Andalus.
La vuelta se produjo en 878, iniciando la rebelión con los jóvenes cedidos por su tío en Bobastro, donde se rodeó de sospechosos y malvados a los que ataría con la promesa del botín, según las fuentes, con los cuales consiguió los primeros objetivos, la ocupación de las fortalezas de AwtaComares y Mijas, en las proximidades.
El inicio de la rebelión coincidió con la revuelta generalizada que se estaba dando en todo el territorio de al Andalus, en la que participaron grupos sociales de los más diverso, como tribus beréberes, importantes linajes árabes y poblaciones autóctonas, tanto cristianas como mozárabes, musulmanas o muladíes, entre los que se encuentra Ibn Hafsun.
El punto en común de esos diversos grupos era su oposición al reforzamiento del estado emiral cordobés, en especial tras las reformas introducidas por Abderramán II, entre las cuales se encontraba una fiscalidad novedosa y homogénea, basada en el Derecho islámico, y que puso fin a los privilegios de diverso tipo que venían gozando desde el momento de la conquista y la instalación de los musulmanes en la Península. 
La diversidad de grupos en liza se manifestó en una multitud de revueltas que, en su momento más álgido, finales del s. IX, tuvieron como consecuencia que el estado emiral solo controlase la ciudad de Córdoba y sus inmediaciones, lo que se tradujo a su vez en la casi desaparición de las acuñaciones monetarias y con ello los ingresos fiscales.
Pero pese a la generalización de las revueltas por todo el territorio, no se observaron uniones o actuaciones conjuntas que obedecieran a motivos étnicos, o religiosos, aunque si se dieron alianzas entre los elementos más diversos, bien duraderas o coyunturales, al igual que enfrentamientos entre unos grupos y otros. En lo que se puede constatar, para el caso de los muladíes, en la evolución de la revuelta de Umar b. Hafsun.
Su primera etapa como rebelde saqueador de caminos y consecución de botín de las poblaciones de los alrededores tuvo su final cuando fue derrotado en 883 por el general del ejército emiral Hashim b. Abd al Aziz, quien le ofreció el perdón a cambio de trasladarse a Córdoba con su gente y alistarse como mercenario en el ejército emiral.
Era esta una práctica que tenía antecedentes en la política del emirato, con el fin de integrar a través del ejército a importantes linajes muladíes, como había sucedido con el rebelde de Mérida Ibn Marwan al-Yilliqi, aunque sin éxito, al igual que sucederá con Ibn Hafsun, pese a haberse distinguido militarmente frente a Pancorbo y contar con el patrocinio del general aludido, pero las diferencias con un oficial del palacio tuvieron como consecuencia el abandono del ejército y su vuelta a Bobastro, para seguir con la rebelión en 885.
En esta nueva etapa, amplió algo más su radio de acción, consiguiendo apoderarse de la vecina ciudad de Archidona y de las fortalezas-refugio que se encontraban entre él y la costa, lo que consiguió, según las fuentes, atrayéndose a la gente por el lado de la concordia.
Dichas fortalezas-refugio respondían a un fenómeno generalizado en todo el Mediterráneo occidental de minúsculos establecimientos campesinos en lo alto de los montes, cuya principal defensa consistía en su ubicación, que comenzaron a implantarse en la Península en la época visigoda y se incrementaron a raíz de la conquista islámica.
Pese a la ausencia de violencia en la ocupación, la situación de rebeldía aumentaba prestando ayuda a los rebeldes árabes Banu Rifa de Alhama de Granada, por lo que se van a repetir los ataques del ejército contra el territorio de Ibn Hafsun, llegando el emir al Mundir a retomar Archidona y a poner cerco a su centro de Bobastro, si bien la muerte del emir en el asedio el año 888 impidió si propósito.
Con el nuevo emir Abdállah, se dio un nuevo intento de atracción, nombrado a Ibn Hafsun cogobernador de la kura (provincia) de Málaga, al igual que hará con el jefe de los árabes rebelados de Elvira (Granada), en clara muestra de debilidad del emirato. Fue la ocasión que aprovechó Ibn Hafsun, tras deshacerse del cogobernador árabe, para conquistar toda la kura, ahora mediante operaciones militares, e iniciar la expansión de su sistema, por muy diversos medios.
Así, atacó a otros rebeldes menores de la zona de Algeciras y Sidonia, aceptando algunos de ellos su autoridad, se alió con los beréberes Banu Jali del occidente malagueño, y consiguió también la alianza de los más importantes linajes muladíes, como Ibn Mastana de la sub-bética cordobesa, e Ibn al Saliya y los Banu Habil en el territorio jienense.
Con ellos consiguió expandirse por el valle del Guadalquivir, es especial desde la plaza fuerte de Poley (Aguilar de la Frontera), conquistando lugares como Écija, Baena, Lucena y llegando con sus algaras hasta la campiña cordobesa y las inmediaciones de la ciudad, donde se atrevió a atacar la tienda de campaña del emir Abdállah, saliendo derrotado en esta ocasión.
También con sus aliados jienenses consiguió conquistar la capital, Jaén, mientras que en Elvira (Granada), donde los habitantes muladíes de la ciudad se enfrentaban a los árabes rebeldes del territorio, obtuvo por un tiempo la ciudad, gracias al apoyo de un sector de sus habitantes, contrarios al perecer de la mayoría.
Dicha expansión se llevó a cabo indiscriminadamente sobre todo tipo de poblaciones de diverso origen y confesionalidad, mediante el uso de la fuerza, de la que existen relatos de especial crueldad, como el sufrido por los pobladores de Baena tras su artera conquista.
Pero la expansión se acompañó de transformaciones en el sistema, pues de una primera fase de bandolerismo y saqueo que implicaba la rebeldía, se pasó a la usurpación de los impuestos ordinarios y, en ocasiones, a imponer multas y requisiciones excesivas, según los cronistas, como en los casos de Jaén y Elvira.
Ello se hizo necesario ante la concentración de población militarizada y jerarquizada en Bobastro, que se transformó en una enorme fortaleza, con alcázares, arrabales, mezquitas e iglesias, modelo de plaza fuerte que se reprodujo en el territorio donde se ubicaban los dependientes de b. Hafsun en fastuosos palacios y admirables mansiones.
Las fuentes expresan claramente la jerarquización de los dependientes de Ibn Hafsun, situándose a su cabeza los propios hijos del rebelde, pero destacándose de entre los dependientes los importantes y notables, un número limitado de personajes, entre los que se encontraban un obispo, mercenarios, rebeldes menores englobados, y algunos que lo consiguieron por méritos militares en una especie de promoción interna.
Para mantener este complejo sistema, se buscaron legitimidades y alianzas externas, como el intento de ser reconocido por el califa abbasí a través de los príncipes aglabíes de al Qayrawan, contactos con un príncipe Idrisí de Marruecos, o, dentro de la Península, la búsqueda de apoyos, sin éxito, del gran linaje muladí de los Banu Qasi del valle del Ebro, o del propio Alfonso III de Asturias, aunque si conseguiría la alianza y el apoyo con hombres y dinero de los Banu Hayyay, árabes rebeldes de Sevilla, al igual que reconoció al recién proclamado califato fatimí en Túnez en el año 910, por lo que en la mezquitas de Bobastro se dictaron prédicas si´íes, y ello pese a que desde el año 899 Umar b. Hafsun había renegado del Islam y adoptado el cristianismo de sus ancestros.
Sin embargo, las alianzas y legitimidades no iban a permitir la expansión de b. Hafsun, quien sufrió una estrepitosa derrota en Poley ante el ejército emiral en el año 891, advirtiéndose con el cambio de siglo un giro en la situación, ahora favorable para el estado cordobés, e iniciándose con la llegada al poder del emir Abderramán III en 912, una lucha sistemática contra todo tipo de rebeldes.
En efecto, recién llegado al poder organizó las campañas sucesivas de Algeciras, con las que obtuvo todo el territorio gaditano, y la llamada de Monteleón, en la que consiguió la rendición de los rebeldes muladíes de la zona de Jaén y de los árabes de Elvira, con lo que el territorio de Ibn Hafsun quedó aislado de sus más importantes aliados.
En los años siguientes se inició el cerco de Bobastro con la construcción de varias fortalezas a su alrededor, lo que trajo consigo la división de sus ocupantes, apareciendo una sección partidaria de pedir la paz encabezada por el obispo Ibn Masqim, quienes consiguieron convencer a Ibn Hafsun, el cual envió cartas en tal sentido al emir, asentándose las paces en el año 916, situación que se mantuvo hasta que murió en total lealtad y rectitud, al decir de las fuentes, dos años después, lealtad que se manifestó al combatir con el ejército emiral a su propio hijo Sulayman, rebelde en la fortaleza de Úbeda.
El pacto fue bastante generoso, pues, además de los intercambios de regalos en los que se mostró la munificencia del emir, este le permitió la conservación con carácter hereditario, de un total de ciento sesenta y dos fortalezas de su territorio.
Sin embargo, los hijos de Ibn Hafsun mantuvieron la rebeldía en Bobastro durante diez años más, donde se sucedieron en un ambiente de rivalidades cada vez más enrarecido, hasta la rendición final del último de ellos, Hafs, ante el Ejército sitiador en 928, poniendo fin a la más importante revuelta contra el emirato de treinta años de duración.
Ese mismo año Abderramán III se presentó en Bobastro y, tras mandar destruir las fortificaciones y la mezquita mayor, porque en ella se habían lanzado proclamas si´íes, ordenó abrir las sepulturas de Umar y de su hijo Yafar, decidiendo exhumar los cadáveres al observar que estaban enterrados según el rito cristiano, y trasladarlos a Córdoba, donde fueron colocados en sendas cruces, hasta que una riada los hizo desaparecer.
Al año siguiente de la conquista de Bobastro, Abderramán III decidió autoproclamarse califa, adoptando el título que habían llevado sus antecesores en Oriente, y, si bien no se puede establecer una relación directa entre ambos hechos, puesto que la causa fundamental fue la rivalidad con el recién creado califato fatimí en el Magreb, la victoria sobre los hafsuníes significaba el inicio de la pacificación definitiva de al Andalus.
Esta se llevó a cabo mediante la combinación de dos procedimientos, pues, por una parte, los cabecillas de los rebeldes fueron ejecutados o llevados a Córdoba, como sucedió con el último de los hijos de Umar, mientras que al común de la población se le obligó a bajar al llano y vivir en las alquerías, tras la destrucción de la mayoría de las fortalezas en que se habían instalado durante la revuelta, iniciándose así el siglo más pacífico en la historia de al Andalus.
ACIÉN ALMANSA, Manuel, Diccionario Biográfico Español, Real Academia de la Historia, 2010, Vol XXVI, págs. 790-793.

miércoles, 29 de agosto de 2018

ABDERRAMAN III, CALIFA DE AL-ÁNDALUS (891-961)


Abd al-Rahman o Abderramán III, Califa de al-Andalus (891-961).
Octavo emir de la dinastía Omeya independiente de Córdoba (912-929) y primer califa de Córdoba (929-961), nacido el 7 de enero del año 891 en Córdoba y muerto el 15 de octubre del año 961 en el palacio de Medina Azahara (Córdoba), en pleno apogeo de su fama y poderío, a la edad de setenta años y cuarenta y nueve de reinado. Se le conoció también como al-Nasir li-Din Allah ('el vencedor por la religión de Alá').
Sucedió a su abuelo Abd Allah (888-912) en uno de los momentos más críticos para el emirato. Afrontó con éxito las pretensiones independentistas de la levantisca nobleza andalusí, desarmó la amenaza externa proveniente del califato fatimí y frenó el avance territorial de los diferentes reinos cristianos del norte. Autoproclamado califa (929), favoreció la cohesión y la prosperidad de sus territorios con una prudente política administrativa. En materia religiosa, fue el gobernante cordobés más tolerante con la comunidad judía y cristiana y protegió el cultivo de todas las artes.
Ascenso al trono del emirato
Abd al-Rahman III era hijo del príncipe heredero Muhammad y de la princesa Íñiga, hija de Fortún el Tuerto, y nieto, por tanto, del rey navarro Iñigo Arista (820-852).
El emir Abd Allah nombró a su hijo Muhammad heredero al trono, pero éste fue brutalmente asesinado por su hermano al-Mutarrif, el cual a su vez fue muerto por el propio Abd Allah como represalia por tan execrable acto. El trágico fin del heredero obligó al emir a designar como sucesor a su nieto Abd al-Rahman, lo que postergaba a sus otros hijos a un papel secundario. El príncipe creció desde muy joven rodeado de los mejores maestros, además de ser instruido en los secretos de la política de Estado. Su abuelo le fue confiriendo paulatinamente cargos y asuntos de gran responsabilidad, hasta que, a la muerte de éste, Abd al-Rahman III heredó el trono del emirato sin oposición alguna, cuando ya contaba con una valiosa experiencia. El 16 de octubre del año 912, Abd al-Rahman III recibió la acostumbrada obediencia jurada por parte de sus tíos y otros miembros de la familia Omeya.
Guerras civiles: la obra unificadora de Abd al-Rahman III
Nada más subir al trono, Abd al-Rahman III se encontró con la ingente tarea de unificar un Estado con tremendas divisiones internas, amenazado desde el exterior por poderosos adversarios, situación que se agravaba por el continuo estado de conmoción en el que se hallaban todas las provincias del reino. Aunque Abd al-Rahman III heredó un puesto que nadie parecía querer, su primer objetivo fue emprender, lenta pero firmemente, la tarea de pacificar y unificar nuevamente todo al-Andalus bajo el poder de la dinastía Omeya.
Lo primero que hizo el joven emir fue determinar con qué alianzas y fidelidades contaba, para lo cual envió emisarios a todos los gobernadores pidiéndoles sus respectivos juramentos de lealtad, obteniendo pocas adhesiones y sí muchas negaciones. En vista de que la diplomacia no surtió efecto, Abd al-Rahman III utilizó la fuerza contra todos sus súbditos rebeldes; así, marchó en primer lugar hacia el sur, concretamente contra Sevilla, ciudad que se había independizado bajo la familia de los Banu Hachchach, y que fue rápidamente reconquistada, sin gran derramamiento de sangre a finales del año 915, así como un buen número de fortalezas de los alrededores.
El segundo objetivo Abd al-Rahman III, y el que más le costó sin duda alguna, fue detener las continuas correrías del muladí Omar Ibn Hafsun, el cual se había aprovechado de los caóticos años de gobierno de Abd Allah para sublevarse y gobernar como soberano efectivo gran parte de la Andalucía oriental desde su inexpugnable cuartel general de Bobastro. Abd al-Rahman III dirigió todos sus efectivos contra Ibn Hafsun, gracias a lo cual conquistó, en el año 913, primero Écija y después más de setenta plazas gracias a la campaña de Monteleón, todas ellas comprendidas en las provincias de Jaén, Granada y Málaga y la serranía de Ronda, con lo que limitó considerablemente el margen de acción del rebelde, el cual se vio obligado a permanecer en Bobastro sin posibilidad de moverse y privado de acceso al mar. Ibn Hafsun continuó su obstinada oposición contra Córdoba hasta su muerte en el año 917, circunstancia que favoreció los designios de Abd al-Rahman III. Sus cuatro hijos siguieron las tácticas de su padre, es decir, firmar un día la paz para romperla al día siguiente, pero todos ellos se mostraron incapaces de mantener la sublevación con la misma fortuna que su padre, lo que no evitó que lograsen sobrevivir doce años largos a los asedios constantes por parte de las tropas de Abd al-Rahman III. Por fin, en el año 928, el último hijo de Ibn Hafsun, Hafs, fue obligado a rendir Bobastro, último refugio seguro de la familia. Abd al-Rahman III visitó la fortaleza de Bobastro y destruyó todos los edificios emblemáticos del lugar, además de lo cual ordenó desenterrar los restos de Ibn Hafsun para exponerlos públicamente en Córdoba clavados en cruces.
La rendición de Bobastro proporcionó a Abd al-Rahman III un gran prestigio ante los ojos de sus enemigos, contra los que inmediatamente se lanzó con todas las fuerzas de que pudo disponer. Asegurada Sevilla y terminada la amenaza de los Hafsun, el emir cordobés se dirigió al primero de los focos independentistas que aún quedaban, Badajoz, ciudad que había gozado de una total independencia bajo el reinado de su abuelo por medio de la familia de los Banu Marwan, los cuales al ver el poderoso ejército con el que se presentó Abd al-Rahman III a las puertas de la ciudad no tuvieron más remedio que someterse a su autoridad y jurándole fidelidad en el año 930.
Un año antes, Abd al-Rahman III tomó la decisión política más significativa de su carrera: ordenar a todos los gobernadores que el título de amir al-muminin('príncipe de los creyentes') fuese empleado en todos los escritos oficiales dirigidos a él y que se le invocase en todas las oraciones como califa rasul-Allah ('sucesor del enviado de Alá'). También tomó el sobrenombre o apodo (laqah) de al-Nasir li-Din Allah. Las intenciones de semejante medida estaban bien claras: la institución califal abassí de Bagdad había entrado en franco declive, mientras que los fatimíes del norte de África empezaban a dar muestras de respetabilidad y poderío, debido a la institución califal. Abd al-Rahman III, con el propósito de contrarrestar la ambición fatimí y de reivindicar su papel de ortodoxo en el mundo islámico, decidió adoptar el título de califa.
El califato cordobés
Antes de poder dirigir su atención a los problemas fronterizos surgidos en la Marca Superior y el norte de África, Abd al-Rahman III sofocó los dos últimos focos independentistas de importancia en el interior: Toledo y Zaragoza. En la primera plaza, los métodos diplomáticos desplegados por el califa fracasaron, por lo que tuvo que organizar un largo asedio de más de dos años hasta que, faltos de alimentos, los toledanos acabaron por rendirse el 2 de agosto del año 932. En cuanto a Zaragoza, Abd al-Rahman III se tuvo que contentar con mantener una especie de semiprotectorado con el gobernador Muhammad el Tuerto, de la poderosa dinastía de los Tuyibí, acuerdo del todo punto necesario para ambas partes: mientras que el gobernador seguía manteniendo una posición de privilegio a la hora de gobernar la ciudad, con libertad absoluta, éste, a su vez, se comprometía ante el califa a parar todos los ataques cristianos al califato que provenieran desde sus fronteras y, sobre todo, a vigilar constantemente los movimientos de la familia muladí de los Banu Qasi, cada vez más debilitada pero todavía muy peligrosa por los intrincados lazos de consanguineidad que tenía con la alta nobleza navarra y catalana.
De regreso a Córdoba, Abd al-Rahman III logró hacerse con el control de las últimas ciudades y poblaciones reacias a su poder, tales como Beja y Ocosnoba, a la par que otro contingente de sus tropas hacía lo mismo con Sagunto y Játiva en el Levante peninsular.
A partir de ese momento, Abd al-Rahman III reintegró al dominio de Córdoba todos los territorios de la antigua al-Andalus, a excepción de algunos núcleos rebeldes de poca importancia en la Marca Superior, todos los cuales pagaban sus tributos con toda normalidad al Estado califal, el cual se convirtió en el más rico y poderoso de toda Europa occidental.
Enfrentamiento con los reinos cristianos peninsulares
Ocupado en la reconstrucción interna, los primeros años de su reinado se saldaron con resultados negativos en la guerra que sostuvo con los cristianos. El rey astur Ordoño II (914-924) conquistó en el año 913 la plaza de Évora, a la que literalmente arrasó, repitiendo un año después la misma operación contra el castillo de Alanje en Mérida. El monarca astur sembró el terror en toda la región del Algarve, ante lo cual bien poco pudo hacer Abd al-Rahman III. En el año 917, el emir cordobés mandó a su general Ibn Abi Abba a tierras leonesas para apoderarse de San Esteban de Gormaz, en el valle del Duero, con un pésimo resultado, pues la inmensa mayoría de sus soldados perecieron en el curso de una sangrienta batalla contra las huestes de Ordoño II el 4 de septiembre.
A partir del año 920, Abd al-Rahman III estuvo en mejor disposición para afrontar los ataques cristianos. Así pues, ese mismo año preparó a conciencia la famosa "campaña de Muez", que dirigió en persona para enfrentarse a una peligrosa alianza astur-navarra. La aceifa duró tres meses largos, y en ella conquistó Osma, San Esteban de Gormaz, las fortalezas de Carcar y Calahorra, aparte de vencer con contundencia a la alianza en la batalla de Valdejunquera el 26 de julio, gracias a la cual las tropas del emir penetraron en el corazón de las tierras navarras para saquear Pamplona. Años más tarde, como represalia a la ferocidad de los ataques navarros contra los últimos reductos de los Banu Qasi, Abd al-Rahman III volvió a saquear la misma ciudad, después de vencer en una batalla de ubicación incierta al rey navarro Sancho Garcés I (905-926), quien no tuvo más remedio que huir precipitadamente.
Tras un período de relativa calma en las fronteras, coincidente con los años de crisis sucesoria y política en el reino astur-leonés, la subida al trono del rey Ramiro II(930-950) trajo consigo la reanudación de las hostilidades entre ambos reinos. En el año 932, Ramiro II se apoderó de la ciudad fronteriza de Magerit (Madrid), apresamiento al que siguió una campaña triunfal en la que derrotó a las tropas cordobesas ante los muros de Osma. En el año 937, Ramiro II concertó una importante alianza con el rey navarro y con el gobernador musulmán de Zaragoza, Muhammad Ibn Hashim, nieto de el Tuerto. Al enterarse de la traición de su gobernador, Abd al-Rahman III se dirigió a toda prisa a Zaragoza. Tras pasarla por las armas, la ciudad acabó rindiéndose a Córdoba. Dos años después, el 1 de agosto del año 939, el califa sufrió el mayor descalabro militar en la desastrosa batalla de Simancas, donde los contingentes astur-leoneses de Ramiro II, los castellanos del conde Fernán González (930-970) y los navarros García Sánchez I (926-970) se cubrieron de gloria. Abd al-Rahman III salvó la vida de milagro al huir a uña de caballo, experiencia que hizo que ya nunca más dirigiera personalmente una aceifa. La estruendosa victoria fue aprovechada por leoneses y castellanos para repoblar la ribera del Tormes (Salamanca, Alba, Ledesma) y Sepúlveda.
La muerte de Ramiro II en el año 950 posibilitó a Abd al-Rahman III recuperar el papel hegemónico en la Península. Su sucesor, Ordoño III (950-956), fue vencido por una coalición de oficiales musulmanes en el año 956 y perdió más de diez mil hombres. El califa cordobés firmó con el monarca astur-leonés una paz ventajosa para Córdoba y bastante onerosa para León que su sucesor, Sancho el Craso (956-966) no reconoció, lo que obligó al califa a reanudar las luchas en el norte.
En el año 957, Sancho el Craso sufrió una severa derrota que le supuso la pérdida del trono en favor de Ordoño IV (957-960), yerno y hechura del poderoso conde castellano Fernán González. El destronamiento provocó una profunda escisión entre los partidarios de uno y otro bando que Abd al-Rahman III se apresuró a aprovechar en su favor para convertirse en el árbitro de las disputas. Sancho el Craso se refugió en Pamplona bajo la protección directa de su abuela, la reina Toda, y, ésta a su vez, pidió ayuda a Córdoba para reponer en el trono a su nieto. Ambas partes llegaron pronto a un acuerdo por el que el califa se comprometía a ayudar al destronado rey a recuperar su trono a cambio de varias plazas fronterizas de importante valor estratégico. En el año 960, el monarca astur-leonés recuperó el trono tras conquistar Zamora con la ayuda de las tropas cordobesas, mientras que los navarros apresaron al molesto conde castellano. El reino leonés pasó a convertirse en tributario del califato cordobés.
Política norteafricana
Abd al-Rahman III no tuvo más remedio que desarrollar una gran actividad política por todo el norte de África para asegurar la estabilidad y seguridad de al-Andalus, amenazada seriamente por la presencia en Marruecos del califato fatimí. Abd al-Rahman III utilizó una táctica tan atinada como audaz para atraerse hacia la órbita omeya a un buen número de partidarios con bastante antelación al único intento serio de los fatimíes contra al-Andalus, el saqueo de Almería, en el año 955, por las tropas del califa fatimí al-Muizz. Abd al-Rahman III ejerció sobre los príncipes idrisíes y tribus beréberes un protectorado conseguido y basado más en el empleo de dinero que en la intervención militar, lo que hizo posible que se apoderase de Cuta (927) y Tánger (951), las plazas marítimas más importante del litoral africano en el Estrecho. Finalmente, el califa fatimí inició, en el año 958, una gran ofensiva terrestre que arrebató todo el norte de África, excepto las dos plazas antes citadas, a la soberanía omeya, todo lo cual vino a amargar los últimos años del califa.
La sucesión al trono
Abd al-Rahman III designó como sucesor al trono a su hijo mayor, el príncipe al-Hakam II (961-976) cuando éste contaba sólo con ocho años de edad; éste recibió desde su más tierna infancia la mejor educación que entonces era posible dar a un príncipe de su categoría, y desde muy joven acompañó a su padre en varias expediciones de castigo contra los cristianos y a ocuparse de importantes asuntos del Estado, lo que le proporcionó una enorme experiencia y madurez cuando alcanzó el trono.
El segundo hijo de Abd al-Rahman III, el príncipe Abd Allah, nunca aceptó de buen grado el nombramiento de su hermano como sucesor, habida cuenta de las manifiestas inclinaciones de al-Hakam al mundo de la cultura y su poca inclinación a la política, mientras que él sí se encontraba a gusto guerreando en las continuas aceifas. Inducido por su preceptor, el ambicioso Ahmed Ibn Muhammad, Abd Allah montó una conjura palaciega para derribar a su padre y proclamarse califa, pero la conjura fue descubierta por los servicios de espionaje de Abd al-Rahman III, antes de que ésta se llevara a la práctica. Abd al-Rahman III, ante la evidencia de la trama, tomó la trágica decisión de mandar decapitar a su propio hijo, en junio del año 949, para proteger al Estado y la candidatura de al-Hakam.
Doce años después de los trágicos sucesos, imbuido por una profunda melancolía, falleció Abd al-Rahman III en su espléndida residencia palaciega de Medina Zahara, tras un dilatado reinado en el que, según sus propias palabras, tan sólo gozó de catorce días de descanso y felicidad.
Gobierno y administración
Una de las características principales de la administración del reinado de Abd al-Rahman III fue su gran movilidad. Los numerosos visires, supervisados en un principio por el hayib o chambelán (cargo introducido por Abd al-Rahman II) y sometidos en última instancia al control directo del califa, llevaban a cabo misiones muy parecidas a la de una especie de jefes de oficina, es decir, de secretarios superiores encargados de una función gubernativa muy concreta. Todos ellos eran renovados constantemente para evitar la concentración del poder y el establecimiento de molestas y peligrosas clientelas. En cuanto a la administración provincial, también mostraba el mismo dinamismo, con constantes nombramientos, traslados y revocaciones de los cargos.
Aún así, el funcionariado califal no dejó de estar en manos del casi monopolio constituido por el núcleo duro de poder omeya-qaisí, que acabó constituyendo la única baza de poder desde los primeros años de la constitución del emirato cordobés sobre los distintos gobernadores. Por otro lado, también es interesante observar la creciente importancia de la posición de los beréberes y el papel paulatinamente restringido de los muladíes.
El papel del ejército y del fisco
La política africana, las continuas expediciones contra los cristianos y las operaciones militares encaminadas al mantenimiento del orden interno que Abd al-Rahman III desplegó para mantener su autoridad necesitaban de un ejército eficaz cuyo coste, por fuerza, debía ser bastante elevado.
El soldado andalusí, financiado a partir de las pensiones recabadas del propio Tesoro Real o de los impuestos procedentes de las provincias, vio su papel progresivamente disminuido a causa del reclutamiento masivo de mercenarios y soldados provenientes del centro y norte de Europa. Éstos, dóciles al principio, llegaron a tener un importante papel en la corte y en los asuntos políticos posteriores de al-Andalus.
La garantía dada en varias ocasiones a los rebeldes que aceptaban la sumisión, por la que se les permitía sólo el pago de los impuestos coránicos, induce a pensar que la fiscalidad califal buscaba, como es lógico en todo Estado musulmán, paliar la insuficiencia crónica de ingresos imponiendo unos impuestos suplementarios mal aceptados por la población para hacer frente a la ingente maquinaria del Estado y al mantenimiento de los efectivos militares. Teniendo en cuenta que bajo el reinado de Abd al-Rahman III el fisco llegó a recaudar en concepto de impuestos la cantidad de 5 millones y medio de dinares (moneda musulmana de oro), es lógico pensar que el número de impuestos que pesaba sobre la población debía de ser bastante considerable. Por otro lado, las acuñaciones de moneda mantuvieron un ritmo constante durante gran parte de su reinado, sólo ralentizadas en los últimos años.
Valoración de su reinado
Hombre de grandes dotes intelectuales, Abd al-Rahman III se comportó en materia religiosa como el más tolerante de todos los príncipes omeyas cordobeses. Tanto los cristianos como los judíos gozaron de una vida tranquila y próspera. Poseyó a imprimió mejor que nadie el sentido exacto de la majestad califal, e impuso una rígida etiqueta protocolaria que le impedía presentarse muy a menudo ante el pueblo, lo cual hacía solamente en ocasiones muy especiales y siempre rodeado de un gran fasto y ostentación de poder, según un protocolo que se hacía más pomposo y teatral a medida que crecían las posibilidades económicas del Estado, lo que también trajo consigo un aumento en el gasto de construcciones públicas, civiles y religiosas, como lo atestiguan las creaciones y reconstrucciones de edificios: Dar al-Sikka (la ceca de Córdoba), el Dar al-Rawda (la casa del jardín florido dentro del Alcázar), la construcción de su soberbia residencia palaciega de Medina al-Zahara, la ampliación de la Mezquita Aljama de Córdoba, la construcción del arsenal de Tortosa y, por último, la puesta en marcha de una magnífica red de canales de riego que mejoró considerablemente la agricultura del califato. La corte de Abd al-Rahman III, servida por cerca de diez mil esclavos, sólo comparable a la del emperador bizantino, superó en magnificencia a todas las europeas.
Abd al-Rahman III puede ser perfectamente comparado con Abd al-Rahman I en tanto que, como él, partió de una situación caótica, estableció un reino sólido y firme que se ganó el respeto de cristianos, rebeldes, norteafricanos y bizantinos; forzó a los fatimíes a retirarse hacia el este hasta Egipto al fracasar éstos en su intento por dominar al-Magrib y, aún más, al-Andalus. Alabado por los poetas, la tradición musulmana le considera como uno de los más insignes gobernantes de la historia del Islam.
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Autor
  • Carlos Herraiz García
FUENTE. Texto extraido de www.mcnbiografias.com