lunes, 17 de noviembre de 2025

EL MIEDO AL GOERNANTE Y EL MIEDO A DIOS


EL MIEDO AL GOBERNANTE Y EL MIEDO A DIOS


El miedo al poder represor y punitivo del gobernante desempeña un papel central en los escritos que nos han llegado de época pre-moderna. Ignorar el papel político que tienen la violencia y el miedo ejercidos desde el poder sólo sirve para distorsionar la comprensión de las relaciones que se establecen entre ese poder y una sociedad determinada, o con las elites de esa sociedad.

Maribel Fierro
Instituto de Lenguas y Culturas del Mediterráneo – CSIC

Pila de Almanzor, reutilizada en su alcázar por el rey zirí Badis de Granada. Patronato de la Alhambra.


El ulema de origen oriental al-Yuryani participó en una conspiración contra el emir zirí de Granada Badis liderada por un primo de éste llamado Yaddayr, viéndose ambos obligados a huir de la ciudad y refugiarse en Sevilla. Allí se enteró al-Yuryani de que Badis había encarcelado a su mujer y a sus hijos en Almuñécar, bajo la vigilancia del verdugo Qaddah. Como los amaba profundamente, decidió volver a Granada. Sin haber negociado antes su situación, se presentó ante Badis y este le echó en cara su traición. Al-Yuryani intentó aplacarlo, diciendo:

“Por el temor de Dios, mi señor, concédeme tu protección; ten piedad de mí que estoy lejos de mi patria y del mal lugar en el que me hallo y no me responsabilices del pecado de tu primo, pues no tengo culpa en ello. No me ha llevado a huir con él, sino el miedo por mi vida, debido a mi antigua relación con él. El camino me ha traído hacia ti, en la confianza de que como no había cometido ningún delito conseguiría tu perdón. Haz lo que hacen los reyes que se apartan del odio hacia mendigos como yo” (Ávila 2004).

A pesar de su elocuencia, al-Yuryani no consiguió el perdón del rey, muriendo a manos de Badis en 431/1039 y revelándose así justificado ese “miedo por su vida” que le había llevado a huir.

El sucesor de Badis, el emir zirí ‘Abd Allah, cuenta en sus memorias que cuando, tras la rendición de Granada, el ejército almorávide al mando del emir Yusuf b. Tashufin se dirigió hacia Almería, su rey Ibn Sumadih – sabiendo lo que les había pasado a los otros reyes de taifas – se sintió tan atemorizado de lo que le pudiera suceder a él que murió de miedo justo cuando las tropas almorávides entraban por las puertas de la ciudad. No fue el suyo el único caso en la historia de al-Andalus. Entre los arrestados durante la rebelión de al-Yaziri en época almohade – rebelión iniciada en Marrakech en el año 586/1190- se contaba un ulema que clamaba por su inocencia y que fue preso de tal terror por la terrible represión desencadenada contra los seguidores del rebelde que murió de miedo durante su encarcelamiento. Los almohades – cuya ferocidad contra sus enemigos ha dado lugar a numerosos relatos de violencia y terror en las fuentes –se opusieron a los ulemas malikíes tradicionales por lo que consideraban era su visión equivocada a la hora de acercarse al estudio e interpretación de las fuentes de la ley divina y algunos malikíes sufrieron persecución por ello. El miedo a ser llevado a presencia del califa o a ser encarcelado fue suficiente para que un jurista malikí sufriese una crisis mental, probablemente por tener noticia de las terribles torturas sufridas por uno de sus colegas, quien, sin embargo, sobrevivió a su durísima cárcel (Benouis 2000).




Muralla zirí de Granada. Ayuntamiento de Granada.


En estos tres casos tenemos un miedo humano a sufrir las consecuencias físicas que suele traer consigo la derrota en el campo de batalla, el fracaso de un intento por destronar al gobernante o la persecución por parte de éste. Ese miedo humano puede adoptar muy variadas formas y deberse a muy variadas causas además de las que acabamos de ver: miedo a la enfermedad, miedo a perder a los seres queridos, miedo a viajar por mar, miedo del soldado a ser cobarde y a morir. El miedo mismo puede provocar la muerte, como hemos visto, o, sin llegar a tales extremos, a hacer perder el control del propio cuerpo. Una deliciosa anécdota referente a ‘Abd al-Rahman I ilustra este último punto. Durante su huida de los abbasíes por el norte de África encontró refugio junto a un beréber llamado Abu Qurra Wansus b. Yarbu, cuya esposa, llamada Tkfat,

“le ocultó bajo sus ropas cuando los enviados [de los abbasíes] registraron su casa buscándole. ‘Abd al-Rahman I le dijo bromeando cuando ella buscó su protección en al-Andalus: «Encima del miedo que tenía, tuve que soportar que me atormentases con el olor de tus axilas, ¡oh Tkfat!, y me hiciste aspirar un hedor más nauseabundo que el de un cadáver putrefacto». La respuesta de ella fue rápida: «Por el contrario, ¡oh, señor!, eras tú el causante del hedor, aunque no te dieras cuenta, resultado del miedo tan terrible que estabas pasando». Encontró donosa la respuesta de ella y dejó pasar la cosa sin hacer lo que se hubiera merecido una contestación” (Fierro 2001).

Pero es el miedo al poder represor y punitivo del gobernante el que posiblemente se lleve la parte del león en los escritos que nos han llegado de época pre-moderna, habiendo quedado registrado no sólo en obras históricas, sino también en los espejos de príncipes y las compilaciones de adab que reúnen los conocimientos que todo hombre ilustrado debía poseer. Precisamente porque esos hombres ilustrados – por el hecho de serlo – establecían contactos muy directos con los hombres de poder, sus obras recogen mucha información sobre el miedo que despierta la posibilidad de perder su favor o de incurrir en su ira. Hemos visto el caso de al-Yuryani, veamos ahora otro.

A la muerte del sultán sa’dí de Marruecos al-Mansur en el año 1603, sus tres hijos lucharon por hacerse con el poder y uno de ellos, Muhammad al-Shayj II al-Ma’mun (m. 1613), ayudó al rey de España Felipe III a ocupar Larache en 1610 a cambio de asistencia militar. El rechazo que esa medida despertó en la población le llevó a exigir a los juristas de Fez que emitiesen un dictamen declarando lícito el hecho de haber cedido la plaza, argumentando que lo había hecho con objeto de obtener el rescate de sus hijos a los que se había visto forzado a dejar en España. Muchos de los juristas de Fez obedecieron y emitieron una fetua justificando tal acto – según el cronista, no porque estuviesen convencidos de tal justificación, sino por miedo al sultán, mientras que otros juristas huyeron para no verse forzados a firmar ese documento, es decir, también por miedo a lo que pudiera sucederles por no obedecer la orden del sultán (Abun-Nasr 1987).



Tumbas sa’díes, Marrakech. Wikimedia Commons.


Esa huida de algunos juristas de Fez no es sino una de las formas que puede adoptar la tendencia a mantenerse apartados del poder político (inqibad ‘an al-sultan) que practicaron algunos hombres de religión por miedo a las consecuencias que el trato con los gobernantes – en general o con el gobernante injusto y tirano en particular – puede traer consigo tanto en lo que se refiere a la vida en este mundo con al destino en la Otra. Frente a este modelo del ulema o sabio religioso que se podría denominar ‘quietista’, hay otro modelo más activista que puede llegar a propugnar actuar mediante la espada contra el gobernante al que se considera injusto o tiránico, pero que en general se limita a proponer la censura mediante la palabra a ese gobernante injusto o que se ha desviado de las normas islámicas, de acuerdo con la exhortación coránica:

¡Hablad con él [Faraón] amablemente! Quizás, así, se deje amonestar o tenga miedo de Dios (Corán 20:44, traducción de Julio Cortés).

Como bien ha señalado Henry Munson Jr. al analizar la relación entre gobernantes y hombres religiosos en el Magreb, ignorar el papel político que tienen la violencia y el miedo ejercidos desde el poder sólo sirve para distorsionar la comprensión de las relaciones que se establecen entre ese poder y una sociedad determinada o con las elites de esa sociedad. Naturalmente, los ulemas que desafían al poder tienen casi todo que perder. Pueden perder la vida (caso de ‘Abd as-Slam Guessous estrangulado en 1709 por orden de Mulay Isma’il) o pueden ser sometidos a tal persecución que el miedo les hace callar (caso de Muhammad bin al-Madani Gannun, m. 1885, cuyas críticas del gobierno le llevaron a prisión y al salir de ella moderó sus protestas). En general, los sultanes marroquíes de la época pre-colonial se sintieron obligados a justificar sus actos frente a los ulemas en tanto que guardianes de la ley divina que gozaban por ello de gran importancia simbólica en un orden político basado en esa ley. Pero los gobernantes generalmente podían obligar a los ulemas a legitimar lo que querían que fuese legitimado: tan sólo unos pocos ulemas actuaron conforme al ideal del hombre de Dios que no se doblega ante el poder injusto, de la misma manera que tan sólo unos pocos sultanes se conformaron al ideal del gobernantejusto.


Bab Mansour (Meknes), ordenada construir por Mulay Isma’il. Wikimedia Commons.


Si a los gobernantes se les teme, los gobernantes no quedan libres de sentir miedo y sobre el miedo de los gobernantes también nos han llegado muchas páginas en obras históricas, en espejos de príncipes y en obras literarias. Los gobernantes tenían miedo de sus familiares cuando sospechaban que éstos conspiraban para arrebatarles el poder, tenían miedo también de sus ejércitos por si estos les traicionaban, tenían miedo de los ulemas cuando éstos les eran desafectos y podían tener miedo del vulgo, miedos todos estos que han quedado reflejados de manera directa y a menudo conmovedora en esa extraordinaria obra que son las memorias del emir zirí ‘Abd Allah. Veamos sólo algunos ejemplo, el primero referente al momento en que ‘Abd Allah se da cuenta de que corre peligro tanto por parte de los almorávides como de su propio pueblo:

Todos aquellos días los pasé entre el miedo y la esperanza; pero, como estaba confiado en que ninguno de mis hombres ni de los servidores que se hallaban conmigo me había de hacer traición, esta seguridad, junto con los preparativos que había hecho, no dejaba de darme ciertos arrestos (al-Tibyān, trad. 224).

Esa seguridad sobre la fidelidad de sus hombres no le dura mucho tiempo, extendiéndose tanto a sus dignatarios como a sus esclavos (‘abid):

… los dignatarios de mi gobierno tomaban siempre el partido más estúpido, porque lo que cada uno quería era proceder a su antojo y que las cosas ocurrieran conforme a su capricho. Si no sucedía así, se pasaban al campo enemigo, y, en cambio, si todo iba de acuerdo con sus deseos, el soberano no podía hacer nada ni llevar a cabo ninguna cosa. Con anterioridad a mi época, estos dignatarios estaban tan poseídos por el miedo al despotismo de sus soberanos, que el mero hecho de conservar la vida les parecía ya no poca ganancia; pero cuando, bajo mi gobierno, se sintieron completamente a seguro y se olvidaron del régimen antiguo, se llenaron de arrogancia e insolencia, hasta el punto de aspirar a mayores cosas. Pensaba yo que, con asegurar la tranquilidad, me ponía al abrigo de censuras y enemistades … (al-Tibyān, trad. 251).

[Respecto a los jeques de los ‘abid, empieza a temerlos] porque me constaba que eran ellos los que habían sacado a los Zanata de sus casillas y los que me tenían mayor enemistad que cualquiera otra persona (al-Tibyān, trad. 245).

Se ha mencionado antes el temor del soldado a ser cobarde, sobre todo cuando se está cumpliendo con el deber del yihad. Numerosas aleyas coránicas insisten en la necesidad de vencer el miedo cuando se combate a los enemigos: “¡Creyentes! Cuando encontréis a una tropa ¡manteneos firmes y recordad mucho a Dios! ¡Quizás, así, consigáis la victoria!” (Corán 8:45) y esas aleyas son recordadas en numerosas ocasiones para exhortar a los fieles a cumplir con su deber de lucha por Dios.

La huida del campo de batalla se incluye entre los pecados graves que conducen al infierno. El temor a los hombres debe ser abandonado por el temor a Dios: “Cuando se les prescribe el combate, algunos de ellos tienen tanto miedo de los hombres como deberían tener de Dios, o aún más, y dicen: «¡Señor! ¿Por qué nos has ordenado combatir? Si nos dejaras para un poco más tarde…» Di: «El disfrute de la vida de acá es poco. La otra vida es mejor para quien teme a Dios. No se os tratará injustamente en lo más mínimo»” (Corán 4:77; otras aleyas de parecido tenor son Corán 2:216; 9:20, 41-45, 86-90). En realidad, los creyentes no tienen motivo para sentir miedo ni para huir, porque en su lucha no están solos. Dios está con ellos, les auxilia, les apoya, incluso interviene directamente en la refriega, enviando para ello a sus ángeles si resulta preciso, como ocurrió durante la batalla de Hunayn que libró el Profeta contra tribus enemigas (Corán 9:25-26). Después de todo, los enemigos del Profeta y de los musulmanes no eran solo enemigos suyos, sino que también eran los enemigos de Dios, “los amigos del Demonio” (Corán 4:76)


Representación del profeta Muhammad y su ejército en la batalla de Uhud (625), donde los musulmanes huyeron y fueron derrotados. Manuscrito iluminado del Siyer-i Nebi (1595), épica otomana sobre la vida del Profeta completada en torno a 1388. Wikimedia Commons.


El miedo a Dios es uno de los temas más recurrentes en la literatura religiosa islámica como lo es, por otro lado, en la de las demás religiones monoteístas.

«Dios ha revelado el más bello relato en una Escritura cuyas aleyas armonizan y se reiteran. Al oírla, se estremecen quienes tienen miedo de su Señor; luego, se calman en cuerpo y en espíritu al recuerdo de Dios. Ésa es la dirección de Dios, por la que dirige a quien Él quiere. En cambio, aquél a quien Dios extravía no podrá encontrar quien le dirija … En este Corán hemos dado a los hombres toda clase de ejemplos. Quizás, así, se dejen amonestar. Es un Corán árabe, exento de recovecos. Quizás, así, teman a Dios» (Corán 39:23-28)

«Los creyentes son aquellos que cuando se cita el nombre de Dios, sus corazones temen y cuando se les recita sus aleyas, aumenta su fe» (Corán, XXXVIII, 28/29; IV, 84/82; VIII, 2).

El temor de Dios (taqwa, jawf) permea no sólo el Libro sagrado, sino toda la literatura islámica, tanto religiosa como profana. El miedo al castigo divino y la esperanza en Su misericordia son descritos como dos “riendas que evitan la carencia de una conducta apropiada”. Cuando Ibn ‘Abdun describe a los estimadores de cosechas, los descalifica precisamente porque no tienen temor de Dios:

“Estos individuos deberían en realidad ser llamados malhechores, prevaricadores, traficantes ilegales, malos sujetos y hez de la sociedad, pues no tienen miedo ni vergüenza, ni otra religión o piedad que buscar las ventajas de la vida terrestre y vivir de beneficios ilícitos y de la usura” (43-44).

Sólo los sufíes – cuando alcanzan el estado adecuado de elevación espiritual -quedan libres de ese miedo o son capaces de amar a Dios sin temor a Su poder punitivo que puede ser terrible (Peña y Vega 2004).

El gobernante naturalmente tiende a presentar su política represiva en términos que la aproximan a la forma en la que la Divinidad castiga las transgresiones mediante las cuales las criaturas se apartan del sendero por el que ha decretado que debe discurrir su conducta y ello tanto en lo que se refiere a las relaciones de esas criaturas con su Creador como en lo que se refiere a las relaciones entre ellas. El estudio llevado a cabo por Christian Lange para la época selyuquí ha mostrado las múltiples y variadas concomitancias entre los castigos del sultán y los del infierno, y al hacerlo, ha revelado un continuum entre el miedo a poner en peligro la salvación en la otra vida por desobediencia a Dios y a Su ley, y el miedo a poner en peligro la integridad física por desobediencia al gobernante. Sólo unos pocos – generalmente hombres de religión que no se dejan seducir por la vida terrena – son capaces de poner su miedo a Dios por encima de su miedo al gobernante y al hacerlo preservan la fibra moral de la comunidad musulmana. Es lo que se pone de relieve de los musulmanes que criticaron la conducta del general omeya Hashim b. ‘Abd al-‘Aziz durante una campaña contra rebeldes: tras tomar una fortaleza, preguntaba a los cautivos si eran musulmanes o cristianos. A estos los ejecutaba y hacía prisioneros a sus hijos. Pero a los que decían que eran musulmanes, buscaba tretas para negarles tal condición y poder así ejecutarles y hacer prisioneros a sus hijos. Luego puso en venta a esos niños esclavizados que fueron comprados por algunos musulmanes del campamento que eran gentes temerosas de Dios y que los liberaron porque eran hijos de musulmanes (Molina 2008).

Son los musulmanes temerosos de Dios los que mantienen el recuerdo y la práctica de los preceptos divinos y de esa manera aseguran la salvación de sus almas y de aquellos que les imitan en su conducta.

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Para ampliar:

·         ʿAbd Allāh, al-Tibyān ʿan al-ḥādiṯa al-kāʾina bi-dawlat Banī Zīrī fī Garnāṭa, traducción de E. Lévi-Provençal y E. García Gómez, El siglo XI en primera persona. Las ‘Memorias’ de ʿAbd Allāh, último rey zīrī de Granada, destronado por los almorávides (1090), Madrid, 1980

·         Abun-Nasr, Jamil M., A history of the Maghrib in the Islamic period, Cambridge, 1987.

·         Arcas Campoy, María, “Miedo, muerte y vida en la escatología de la guerra santa”, en F. Díez de Velasco (ed.), Miedo y Religión, Madrid, 2002, 63-69.

·         Ávila, María Luisa, “Al-Ŷurŷānī e Ibn ʿAbbās, víctimas de Bādīs”, en M. Fierro (ed.), Estudios onomástico-biográficos de al-Andalus (De muerte violenta), XIV, Madrid, 2004, 137-66.

·         Benouis, Mustafa, “Les savants mis à l’épreuve à l’époque almohade”, en M.L. Ávila y M. Fierro (eds.), Estudios Onomástico-Biográficos de al-Andalus, X, Madrid-Granada, 2000, 314-57.

·         Fierro, Maribel, «Tkfat al-Barbariyya y el destino de los omeyas en al-Andalus«, Al-Qantara XXII (2001), 345-8.

·         Ibn ʿAbdūn, Sevilla a comienzos del siglo XII, el tratado de Ibn ʿAbdūn, trad. E. Levi-Provençal y Emilio García Gómez, Sevilla, 1998.

·         Lange, Christian, Justice, punishment and the Medieval Muslim imagination, Cambridge, 2008.

·         Marín, Manuela, «Inqibāḍ ʿan al-sulṭān: ʿulamā’ and political power in al-Andalus», Saber religioso y poder político en el Islam, Madrid, 1994, 127-139

·         Molina, Luis, “Vencedor y vencido: Hāšim b. ʿAbd al-ʿAzīz frente a Ibn Marwān al-Ŷilliqī”, en M. Fierro y F. García-Fitz (eds.), El cuerpo derrotado: cómo trataban musulmanes y cristianos a los enemigos vencidos (Península Ibérica, ss. VIII-XIII), Madrid, 2008, 507-528.

·         Munson Jr., Henry, Religion and power in Morocco, New Haven-Londres, 1993.

·         Peña, Salvador y Vega, Miguel, “La muerte dada en el Corán (Glosario y estudio de una inscripción numismática de los Banu Ganiya)”, en M. Fierro (ed.), Estudios onomástico-biográficos de al-Andalus (De muerte violenta), XIV, Madrid, 2004, 249-300.

 

sábado, 15 de noviembre de 2025

MAGDALENAS DE LIMÓN

 

MAGDALENAS CON LIMÓN

Ingredientes

2 huevos

130 gr de azúcar

120 ml de aceite de girasol

75 gr de nata 35% de grasa (para montar)

175 gr de harina

½ paquete de levadura en polvo

Ralladura de 1 limón

 

Elaboración

Precalentamos el horno a 180º

Primero colocamos sobre una bandeja de horno las capsulas para magdalenas.

En un bol, colocamos los huevos el azúcar y batimos con un batidor electrizo o una varilla manual, hasta que doblen su volumen y tengan la superficie un color blanquecino.

Agregamos la ralladura de limón, y batimos unos 5 a 6 minutos para el huevo coja su sabor.

Agregamos el aceite de girasol y la nata, mezclamos durante 4 minutos para que todos los ingredientes estén bien integrados.

Agregamos la harina con la levadura en polvo tamizados.

Batimos suavemente con movimientos envolventes para que los dos ingredientes se integren en la masa de la magdalena, procurando que no haya grumos. Dejamos reposar la masa.

Vertemos la masa en las capsulas , un poco más de la mitad de las capsulas y espolvoreamos sobre cada una un poco de azúcar.

Colocamos la bandeja en la mitad del horno, y horneamos durante 20 minutos aproximadamente.

¡Buen provecho!

 

 

CONEJO EN SALSA DE LA ABUELA

 

CONEJO EN ALSA DE LA ABUELA

Esta receta rinde homenaje a las tradiciones familiares, sino también ofrece beneficios para la salud. La carne de conejo es baja en grasas saturadas y rica en proteínas, lo que la convierte en una opción ideal para los que buscamos una alternativa mas saludable a nuestra dieta. Además, ¡es rica en nutrientes como la vitamina B12, el zinc y el fosforo, fundamentales para el funcionamiento optimo del organismo.

 

Ingredientes

1 conejo entero, limpio y troceado

2 cucharadas de aceite de oliva

1 cebolla grande finamente picada

3 dientes de ajos picados

2 zanahorias, peladas y cortadas en rodajas

1 pimiento rojo cortado en tiras

1 pimiento verde cortado en tiras

1 tomate maduro, picado

1 taza de caldo de pollo

½ vaso de vino tinto

2 hojas de laurel

1 ramita de tomillo

1 ramita de romero

Sal

Pimienta negra recién molida

 

Elaboración

Lavamos bien los trozos de conejo y los secamos con papel absorbente de cocina. después salpimentamos los trozos por todos lados.

En una cacerola grande, calentamos un poco de aceite de oliva a fuego medio-alto, añadimos los trozos de conejo a la sartén y los doramos por todos lados para que conserven sus jugos y realzar el sabor.

Una vez dorados, los sacamos de la cacerola y los reservamos en un plato. En la misma cacerola, añadimos un poco más de aceite si es necesario y bajamos el fuego medio. Agramaos la cebolla picada y sofreímos hasta que este transparente y ligeramente dorada. Luego añadimos los dientes de ajos picados, removemos bien y sofreímos unos minutos hasta que desprendan su aroma.

Luego añadimos las zanahorias y los pimientos rojos y verdes, removemos bien y cocinamos todo hasta que las verduras empiecen a ablandarse, removiendo ocasionalmente. Añadimos el tomate picado, removemos bien y cocinamos hasta que se deshaga y la mezcla Adquiera una textura uniforme.

Devolvemos los trozos de conejo dorados a la cacerola junto con los jugos que hayan quedado en el plato, vertemos el vino tinto sobre el conejo y las verduras, removemos suavemente, y dejamos cocer unos minutos para que el alcohol se evapore.

Añadimos las hojas de laurel, el tomillo, el romero a la cacerola. Vertemos suficiente caldo de pollo para cubrir parcialmente los ingredientes, removemos suavemente y llevamos la mezcla a ebullición y luego reducimos el fuego a bajo

Tapamos la cacerola y cocinamos a fuego lento durante aproximadamente 40-50 minutos, o hasta que el conejo este tierno y se separe fácilmente de los huesos. Removemos de vez en cuando y añadimos más caldo si es necesario para mantener la consistencia de la salsa.

Listo para servir caliente.

¡Buen provecho!

 

 

viernes, 14 de noviembre de 2025

PATATAS CON COSTILLAS

 

PATATAS CON COSTILLAS

Hay muchos guisos tradicionales que nos ayudan a sobrevivir el invierno para disfrutar de la vida y del placer de sentarnos a disfrutar de un plato que huele a gloria. Preparar unas buenas patatas con costillas o costillas con patatas, según tus preferencias, es algo al alcance de casi todos.

Una deliciosa receta en que las costillas o las patatas son las protagonistas, junto con algunas verduras para crear una salsa muy sabrosa en la que ambos ingredientes pueden ofrecer todo su potencial. Esta receta la hacia mi madre , que aún recuerdo la hacía con mucho amor y paciencia en la cocina de hierro (llamadas cocinas económicas) y con carbón de coke.

 

Ingredientes

½ costillar de cerdo, divididas una por una

1 cebolla

2 dientes de ajos

1 pimiento verde

3 zanahorias

12 champiñones

1 k de patatas

3 tomates pera, o tomate triturado

1 cucharadita de pimentón dulce

1 guindilla

1vaso de vino blanco

Sal

Pimienta negra recién molida

azúcar para el tomate

Agua

 

Elaboración

Pelamos la cebolla y el ajo, luego cortamos en daditos junto con el pimiento verde, la zanahoria y los champiñones. Reservamos.

Pelamos y cortamos las patatas en trozos pequeños para que liberen más almidón durante la cocción, lo que da como resultado una salsa cremosa que alivia cualquier malestar. Reservamos.

Cuando las verduras están listas, sazonamos las costillas generosamente con sal y pimienta negra recién molida y las agregamos a una sartén con un buen chorro de aceite de oliva caliente a fuego medio-alto. Doramos bien todas las costillas por todos lados para que le den jun sabor espectacular al guiso. Las retiramos las costillas cuando estén listas y reservamos.

Añadimos las verduras al fondo de la sartén, excepto las patatas, con jun poco de sal. Desglasamos bien el fondo de la sartén para retirar los jugos de las costillas. Salteamos durante unos 20 minutos a fuego medio para que se cocinen bien.

Ahora añadimos los tomates triturados con un poco de azúcar si queremos equilibrar la acidez. Dejamos reducir durante 10 minutos más removiendo ocasionalmente.

Añadimos el vino una vez que el tomate este bien concentrado en el fondo de la sartén. Dejamos que se reduzca el vino hasta que desaparezca, Finalmente añadimos el pimentón y la guindilla   a ser posible usar cayena en polvo, removemos bien y cocinamos unos segundos con la salsa. Pasamos todo a una careola,y añadimos las costillas y cubrimos con suficiente agua para cubrirlas bien, teniendo en cuenta el agua que tomaran las patatas.

Dejamos cocinar las costillas durante 40 minutos. Transcurrido este tiempo, probamos la sazón y ajustamos el punto si fuese necesario.

Añadimos las patatas y cocinamos durante 20-25 minutos más. Con una hora de cocción, las costillas deberían estar perfectas.

Consejo: Si el caldo del guiso nos parece demasiado líquido, sacamos algunas patatas de la cacerola, y las trituramos con un tenedor y regresamos a la cacerola, removemos bien,  esto . espesara la salsa.

Servir caliente.

¡Buen provecho!

TARTA DE AZUCAR

 

TARTA DE AZUCAR

Ingredientes

250 gr de harina

1 sobre de levadura de panadería

1 huevo

50 gr de azúcar

50 gr de mantequilla

10 cl. de leche tibia

Para la guarnición:

125 gr de azúcar moreno

2 huevos

30 gr de mantequilla

10 cl. de nata liquida

Elaboración

Precalentamos el horno a 170º.

En un cazo grande, calentamos la leche, añadimos una cucharada de azúcar y la levadura de panadería, removemos bien. Reservamos.

En un bolo grande, ponemos la harina, añadimos el azúcar restante, una pizca de sal, la mantequilla ablandada y el huevo, y amasamos muy bien hasta que todos los ingredientes estén bien integrados y tengamos una masa homogénea.

A continuación ,añadimos la mezcla de leche y levadura y amasamos, y luego formamos una bola con la masa.

Dejamos reposar la masa en un lugar cálido durante 1 hora y 30 minutos.

Pasado este tiempo, extendemos la masa sobre la superficie de trabajo, y la colocamos en el fondo de un molde desmoldable, debidamente engrasado, y la dejamos reposar durante una hora.

Pinchamos la masa con un tenedor, espolvoreamos el azúcar por encima de la superficie y vertemos la mezcla de nata y huevo , previamente batidos juntos.

Colocamos pequeños trozos de mantequilla por encima de la superficie y horneamos durante 20-30 minutos a 170º.

Pasado este tiempo, sacamos del horno, dejamos enfriar a temperatura ambiente y desmoldamos.

¡Buen provecho!

 

JAYRAN AL-'AMIRI

 

JAYRAN AL-'AMIRI

Jayrān al-‘Āmirī. ?, u. t. s. X – Almería, ŷumādà II de 419 H./27.VI-25.VII.1028 C. Primer soberano taifa de Murcia y Almería.

Rey de Taifa

Biografía

Jayrān fue un personaje de relevancia notable en el contexto político del período conocido como la fitna, es decir, la descomposición del califato cordobés durante el primer tercio del siglo XI. Aunque ignoramos todo respecto a sus orígenes, sabemos que Jayrān pertenecía a la elite burocrática de origen eslavo que desempeñaba altos cargos en la administración Omeya. Desde el comienzo aparece vinculado al servicio de la dinastía amirí, siendo habitualmente designado en las fuentes como fatà, término que se utilizaba para nombrar a los oficiales de condición esclava que ocupaban los más altos puestos en la jerarquía palatina. No obstante, es improbable que el fundador de la dinastía amirí le otorgase alguna vez poder ninguno sobre Almería, como insinúa alguna fuente árabe, dado que este hecho no habría pasado desapercibido al célebre historiador y geógrafo almeriense al-‘Uḏrī, al que debemos el relato más detallado de su acceso al poder en dicha ciudad.

Más que en su función como servidor del califato de Córdoba, la importancia de Jayrān radica en su condición de soberano de las taifas de Murcia, durante un breve período, y, sobre todo, de Almería. Al igual que en otras ciudades del levante mediterráneo, como Tortosa, Valencia o Denia, antiguos servidores de la administración califal, de origen eslavo, se hicieron con el dominio de la capital almeriense durante los inicios de la crisis del Estado Omeya, a partir del año 1009. De esta forma, dos emires eslavos se sucedieron en el gobierno de la ciudad durante veintiséis años. El primero de ellos fue el Jayrān, que ejerció el poder a lo largo de catorce años, entre 1014 y 1028.

Las más antiguas referencias de que disponemos se refieren ya a la época de la fitna y, en ellas, Jayrān aparece como un personaje muy implicado en las continuas luchas por el poder que caracterizan la etapa final del califato cordobés. Su aparición en las fuentes se produce en el contexto de los primeros conflictos, que en el año 1009 enfrentaban a los partidarios de dos califas, el omeya Muḥammad al-Mahdī, bisnieto de Abderramán III (proclamado en febrero), y Sulaymān al-Musta‛īn (elevado a la dignidad califal en noviembre). En este contexto, Jayrān es mencionado como uno de los esclavos amiríes que vinieron a Córdoba para ayudar a al-Mahdī a resistir el ataque de los beréberes tras su derrota frente a ellos en el Guadiaro a finales de šawwāl de 400/15 de junio de 1010. Ibn ‘Iḏārī señala que su fidelidad hacia el califa al-Mahdī era escasa, siendo la facción de los eslavos, encabezada por el general Wāḏiḥ, la que acabó ejecutando a al-Mahdī y volviendo a proclamar al legítimo califa Omeya, Hišām II al-Mu’ayyad.

Jayrān abandonó Córdoba una vez que los beréberes se hicieron con el control de la ciudad, el 19 de abril de 1013, dirigiéndose hacia la zona del Levante, donde radicaban las bases de su poder, pues de allí procedía cuando acudió a Córdoba para ayudar a al-Mahdī. En cualquier caso, a partir de eso momento Jayrān se convierte en el principal caudillo de procedencia esclavona. Las noticias de que disponemos indican que en 403/24 de julio de 1012-12 de julio de 1013 logró hacerse con el control de Orihuela y de Murcia, de donde desplazó a sus primeros ocupantes beréberes. Un año más tarde, en muḥarram de 405/julio 1014, se apoderó de Almería tras imponerse a un rival eslavo llamado Aflaḥ, que finalmente fue ejecutado junto a sus hijos. Tal es el relato del cronista almeriense al-‘Uḏrī, que se pronuncia en términos favorables respecto a la figura de Jayrān y su actuación:

“En el mes de muḥarram del año 405/julio del 1014, entró en la ciudad de Almería el fatà Jayrān, enfrentándose a Aflaḥ y a sus dos hijos, a quienes asedió duramente hasta que consiguió demoler la Torre del Pozo y ocupar la alcazaba. Aflaḥ y sus hijos fueron asesinados y sus cadáveres arrojados al mar durante la noche. Almería y sus distritos fueron consolidados por el fatà Jayrān, quien estableció en ellos un régimen de gobierno digno de elogio”.

De esta forma, inicialmente el poder de Jayrān se ejerció de forma simultánea sobre Murcia y Almería, hasta que su sucesor, Zuhayr, a quien el propio Jayrān había confiado el gobierno de Murcia, cayó en manos de los Banū Ṭāhir en 1038. Desde Almería, Jayrān desempeñó un papel protagonista en los sucesos de la época. Su actuación, como la de la mayor parte de los dirigentes de esta época, estuvo marcada por una notoria oscilación de sus fidelidades políticas, que fueron fluctuando en función de las circunstancias, a veces a favor de los omeyas y otras en apoyo de los ḥammūdíes.

Desde Almería, Jayrān siguió manteniendo sus ambiciones políticas y oponiéndose a la facción beréber. Para ello, no dudó en dar su apoyo a ‘Alī b. Ḥammūd frente al califa Sulaymān al-Musta‘īn, acompañándolo en su entrada a Córdoba el primero de julio de 1016. En este contexto se sitúa la detención del célebre polígrafo cordobés Ibn Ḥazm, que se había exiliado en Almería y fue encarcelado por Jayrān durante unos meses, acusado de conspirar a favor de la dinastía omeya, si bien finalmente fue liberado y desterrado. La alianza de Jayrān con Ibn Ḥammūd no fue duradera, pues se rompió al año siguiente ante la evidencia de la ausencia del califa Hišām II, que se suponía estaba en Córdoba. Ibn Ḥammūd quiso entonces matar a Jayrān, quien logró huir hacia el Levante. Allí se fraguó su alianza con el soberano de Zaragoza Munḏir b. Yaḥyà y el conde de Barcelona Ramón Borrel, quienes se unieron para proclamar frente al ḥammūdí a un bisnieto de Abderramán III. Cuando se disponían a partir desde Játiva hacia Córdoba les llegó la noticia de la muerte de ‘Alī b. Ḥammūd, proclamando entonces a su candidato con el sobrenombre de al-Murtaḍà. Sin embargo, al advertir que el omeya no estaba dispuesto a someterse a sus dictados, Jayrān abandonó la idea de llevarlo a Córdoba, siendo asesinado por unos emisarios del eslavo en el año 409/20 de mayo de 1018-8 de mayo de 1019 cerca de Guadix. Su cabeza fue enviada a Jayrān y Munḏir b. Yaḥyà al-Tuŷībī, que estaban en Almería, donde celebraron su muerte.

La participación de Jayrān en los sucesos de la fitna no cesó prácticamente hasta el final de su vida. Tras la salida de Córdoba de Yaḥyà b. ‘Alī b. Ḥammūd, Jayrān entró en la ciudad en rabī‘ I de 417/mayo de 1026 en compañía de Muŷāhid de Denia, habiendo sido enviados ambos por el soberano zīrí granadino Ḥabbūs b. Māksan. Allí permanecieron cerca de un mes, hasta que surgieron desavenencias entre ambos y Jayrān decidió salir de la capital, concretamente el día 19 de junio, al igual que hizo poco después el soberano de Denia, quedando la ciudad en un estado de agitación y tumultos.

A su continua intervención en los asuntos políticos de la época hay que sumar su actividad dentro de la capital almeriense, donde llevó a cabo importantes obras constructivas, tales como la ampliación de la mezquita aljama en 410/1019-1020 y el amurallamiento del arrabal de la Muṣallà, situado en la zona oriental de la ciudad, en torno al camino de Pechina. Asimismo, las fuentes afirman que la fortaleza de Almería era conocida como fortaleza de Jayrān, si bien fue construida por ‘Abd al-Raḥmān III y luego reformada por Almanzor, quien, supuestamente, habría nombrado a su cliente gobernador de la ciudad, por lo que tomó su nombre. Sea de ello lo que fuere, lo cierto es que, a partir de Jayrān, Almería comenzó un desarrollo urbanístico que culminaría en época almorávide, cuando se convirtió en una de las principales ciudades de al-Andalus.

Tras su última intervención en la intrincada lucha entre los diversos soberanos por la supremacía y el control de la legitimidad califal, Jayrān no volvió a salir de Almería, pasando sus dos últimos años dentro de sus territorios. Su muerte se produjo dos años después, en ŷumādà II de 419/27 de junio-25 de julio de 1028, de forma natural, habiendo dispuesto que su sucesión al frente de la taifa almeriense recayera en otro eslavo amirí, llamado Zuhayr, como así ocurrió.

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Autor/es

  • Alejandro García Sanjuán