MUHAMMAD IV
Muḥammad IV: Abū cAbd Allāh Muḥammad b. Ismācīl b. Faraŷ b. Ismācīl
b. Yūsuf b. Muḥammad
b. Aḥmad b. Muḥammad b. Jamīs b. Naṣr b. Qays al-Jazraŷī al-Anṣārī. Granada, 8.I.715 H./14.IV.1315 C. – Río Guadiaro
(Cádiz), 13.XII.733/25.VIII.1333 C. Emir de al-Andalus (1325-1333), sexto
sultán de la dinastía de los Nazaríes de Granada (precedido por Ismācīl
I y sucedido por Yūsuf I).
Sultán nazarí
Biografía
Nació
el 8 de muḥarram de 715/14 de abril de 1315,
un año después de que su padre, el sultán Ismācīl I (1314-1325),
alcanzara el poder y se estableciera en Granada, la capital del estado andalusí
en época nazarí.
Siendo
todavía un niño de diez años, fue proclamado emir repentinamente el lunes 26 de
raŷab de 725/8 de julio de 1325 a causa del asesinato de su padre, ocurrido ese
mismo día en la Alhambra.
De
entre las habituales cualidades y elogios que para enaltecer su figura le
dedican sus biógrafos, sobresalen como atributos particulares su dominio de la
equitación, su pasión por la caza y su conocimiento de espadas y caballos,
aunque también era amante de la literatura y gustaba relajarse y descansar con
la poesía (por ejemplo, unos versos sobre Sierra Nevada cubierta de nieve del
poeta malagueño Ibn al-Murābic al-Azdī (m. 750/1350) fueron
compuestos a petición de este sultán). En cuanto a otros aspectos de su vida,
parece ser que padeció una grave enfermedad a comienzos de enero de 1332, hasta
el punto de que se corrió la voz de que había muerto, pero antes del 23 del
mismo mes ya se había recuperado. Su madre fue una cristiana llamada cAlwa,
favorita de su padre Ismācīl I hasta que al final de su vida se
apartó de ella por un asunto de insolencia no especificado; cAlwa
sobrevivió a su esposo y a su hijo Muḥammad IV.
Por
su minoría de edad cuando accedió al Trono, quedó bajo tutela, en principio de
Abū l-Ḥasan b. Mascūd, el visir
o primer ministro de su padre que, tras la muerte de este, se apresuró a
proclamar a su hijo y organizó el juramento de fidelidad al nuevo sultán. Pero
las heridas que el visir recibió defendiendo a Ismācīl I se
infectaron y murió un mes después, por lo que fue nombrado nuevo visir un alto
funcionario de su padre, el delegado (wakīl) Muḥammad Ibn al-Maḥrūq, propuesto por cUṯmān b. Abī l-cUlà, šayj
l-guzāt (jeque de los combatientes de la fe norteafricanos,
la milicia de cenetes benimerines), el 1 de ramaḍān de 725/11 de agosto de 1325.
De
esta manera, cUṯmān, implicado secretamente en el complot que
había asesinado a Ismācīl I, además de su poder militar (ahora ya
completo, pues controlaba todo el ejército, no solo la milicia cenete, y
actuaba libremente como jefe supremo del mismo, en lugar del sultán), consiguió
las riendas del gobierno, que el visir le cedió. Pero cUṯmān
actuó despóticamente sometiendo a los ministros y arrebatándoles gran parte de
su autoridad, además de consagrar casi todas las rentas del estado a los
sueldos y mantenimiento de sus tropas cenetes, los combatientes de la fe.
Ante
ello, el visir, viendo que la situación había llegado demasiado lejos y
temiendo incluso un golpe de estado, reaccionó contra cUṯmān y
se produjo un enfrentamiento abierto entre ambos en el mes de muḥarram de 727/27 de noviembre a 26 de diciembre de
1326. Encolerizado, cUṯmān se fue a acampar con todas las
tropas a las afueras de la ciudad obligando al visir Ibn al-Maḥrūq y los demás ministros a encerrarse en la Alhambra.
Sin embargo, frente a la fuerza del militar, el visir impuso la estrategia del
político: buscó un rival que pudiera disputarle el poder al jefe del ejército.
Para ello, llamó a la Alhambra a Yaḥyà b. cUmar b. Raḥḥū, yerno de cUṯmān y al mismo tiempo
miembro de otra rama rival de los combatientes de la fe meriníes, y lo
nombró šayj al-guzāt.
Enseguida,
casi todos los combatientes de la fe se le unieron y cUṯmān se
quedó solo con un millar de caballeros, todos ellos familiares y allegados, por
lo que anunció su intención de abandonar al-Andalus y trasladarse al Magrib. Se
dirigió entonces a Almería, a cuyo puerto llegó el 18 de ṣafar de 727/13 de enero de 1327. Sin embargo, una vez
allí, llamó al tío del emir, Abū cAbd Allāh Muḥammad b. Faraŷ, que se hallaba recluido en Salobreña
—aunque otras fuentes lo ubican en Tremecén— desde la entronización de su
sobrino, y lo proclamó sultán a finales [29] de ṣafar de 727/finales [24] de enero de 1327; para
completar la ficción y en un acceso delirante de pretensión soberana, el
proclamado llegó a adoptar un laqab (sobrenombre honorífico de
los grandes emires): al-Qā’im bi-amr Allāh (el Ejecutor de las órdenes de
Dios). Además, negoció con la población del castillo de Andarax, que reconoció
su autoridad el 11 de ŷumādà I/4 de abril; tras ello, se le unieron los lugares
vecinos.
El
enconamiento de la discordia desembocó así en enfrentamiento militar y guerra
civil que, además de los destructivos efectos interiores que llevaba
aparejados, tuvo una gravísima consecuencia exterior: Alfonso XI el Justiciero,
declarado mayor de edad en 1325, se aprovechó de la división de los andalusíes
para atacar la frontera occidental. Según algunas fuentes árabes, fue el hijo
de cUṯmān el que se dirigió al rey castellano y le animó a
dirigirse hacia la región de Ronda, donde se apoderó de la fortaleza de Olvera,
lo que tuvo lugar a primeros [1] de šacbān de 727/finales [22] de
junio de 1327 mediante asedio con artillería. Tras ello, Alfonso XI también
conquistó Pruna, mediante un golpe de mano. La toma de ambas plazas facilitó la
entrega sin resistencia de los cercanos castillos de Ayamonte y Torre Alháquime.
Algo
similar sucedía al mismo tiempo en el mar: mientras el rey castellano atacaba
por tierra, había enviado previamente a su almirante mayor, Alfonso Jufre de
Tenorio, a que vigilase el paso del Estrecho. La flota nazarí, con ayuda de
algunas galeras norteafricanas, se enfrentó a la castellana, pero venció esta
última y capturó tres galeras de los musulmanes que llevó a Sevilla junto con
trescientos cautivos.
Para
agravar aún más la situación, a finales de ese mismo año [30 de ḍū l-ḥiŷŷa]
de 727/[16 de noviembre] de 1327 se entregaron otra vez a la jurisdicción del
sultán de Fez, Abū Sacīd II (1310-1331), las ciudades andalusíes de
Ronda y Marbella con sus circunscripciones respectivas, además de Algeciras en
729/1328-1329, probablemente a cambio de las tropas para apoyar a Muḥammad IV que el sultán meriní envió, parece ser, en
1327 y 1328.
La
gravedad de la situación que provocaba el enfrentamiento entre el visir y cUṯmān
eran de tal magnitud que Muḥammad
IV vio la necesidad de reconciliarse con cUṯmān (lo que hizo en
ramaḍān de 728/10 de julio a 8 de agosto de 1328,
estableciéndolo en Guadix) y resolver urgente y definitivamente el problema.
Para ello, a pesar de su juventud (trece años) y estar bajo la tutela del
ministro, adoptó una difícil y drástica decisión ante la imposibilidad de, dado
el omnímodo poder del visir, solventarlo de otro modo: ordenó a sus esclavos
cristianos (culūŷ) asesinar al ministro en su propio palacio,
tendiéndole una trampa la tarde del 2 de muḥarram de 729/6 de noviembre de 1328. Por su
parte, cUṯmān envió al Magrib al citado tío de Muḥammad IV mientras que el sultán granadino restauró
a cUṯmān en su cargo de šayj al-guzāt.
La estabilidad política volvía al interior del estado andalusí, lo que permitió
al sultán correr la Sierra de Segura y conquistar seis lugares, de los cuales
tres arrasó y tres mantuvo en su poder, además de capturar tres mil cautivos.
En
cambio, la situación exterior era complicada y amenazante. Al inicio de su
reinado, Muḥammad IV había renovado el tratado
de paz vigente con Aragón que su padre Ismācīl había acordado con
Jaime II en 721/1321. La renovación para otros cinco años se hizo en los mismos
términos que el tratado anterior, incluyendo la cláusula de libertad de
emigración hacia al-Andalus para los mudéjares de Aragón. Fue firmada por Jaime
II el 23 de febrero de 1326 y por Muḥammad IV a mediados [15] de ŷumādà II de 726/[19] de
mayo de 1326. Sin embargo, Jaime II murió en 1327 y su hijo y sucesor Alfonso
IV el Benigno adoptó una política más agresiva. Por lo que respecta al Rey de
Castilla, no había firmado ningún tratado de paz con el emirato nazarí.
Así,
el 6 de febrero de 1329 Alfonso XI de Castilla y Alfonso IV de Aragón firmaron
el pacto de Tarazona por el que establecieron una alianza para atacar al Reino
Nazarí de Granada. Además, intentaron crear una amplia cruzada contra
al-Andalus en la que, junto a las dos potencias mencionadas, iban a participar
Navarra y los reyes de Francia, Inglaterra, Polonia y Bohemia, aparte de otros
caballeros ultrapirenaicos voluntarios. Quedaba así la alianza
castellano-aragonesa revestida con el tradicional velo ideológico de la
cruzada, de empresa común exaltadora de la guerra con el Islam, en palabras de
M. Martínez y M. Sánchez.
Sin
embargo, por diversos motivos, el proyecto de cruzada fracasó y, en cuanto a
Aragón, no obtuvo los beneficios que había solicitado al Papa para la guerra,
por lo que, junto a otras razones, tampoco participó. Finalmente, solo Castilla
atacó a al-Andalus, aunque contando con la pintoresca presencia de unos
caballeros escoceses que portaban el corazón embalsamado de su rey en un
relicario para que pudiera cumplir su promesa, aunque fuera muerto, de realizar
penitencia luchando contra los infieles.
El
ataque castellano arrebató diversas fortalezas a los Nazaríes, entre ellas la
de Teba en agosto de 1330, aunque no sin una dura resistencia y numerosos
ataques de los andalusíes dirigidos por cUṯmān, que llegaron
incluso a recuperar el castillo de Pruna. La caída final de Teba provocó la
entrega de los castillos de Cañete y Priego (Castillejos de Cañete), además de
ocupar las torres abandonadas de Las Cuevas y Ortegícar.
Consecuencia
de estas pérdidas fue la petición de paz por Muḥammad IV, que concedió Alfonso XI el 19 de febrero de
1331 por un periodo de cuatro años a cambio del vasallaje del emir nazarí y
doce mil doblas (dinares) de parias. Aunque el tratado contemplaba la
posibilidad de que se sumara el rey de Aragón, que tuvo que aceptar los hechos
consumados, cuando Muḥammad
IV le escribió pidiéndole una manifestación expresa y formal de que Aragón
aceptaba también la paz, Alfonso IV no se pronunció claramente. Ante ello, el
ejército andalusí, dirigido por el visir y lugarteniente del sultán Riḍwān, atacó y, tras un par de días de asedio, saqueó
Guardamar (al-Mudawwar) el 15 de muḥarram de 732/18 de octubre de 1331, corrió los campos
de las zonas alicantinas próximas (Elche, Orihuela) y regresó victorioso con
mil quinientos cautivos y más de cuatrocientos mudéjares de la zona que se
unieron al ejército andalusí para trasladarse a Granada. El mismo caudillo,
seis meses después, volvió a atacar y asediar Elche, del 9 al 14 de abril de
1332.
Pero
el sultán andalusí sabía que la tregua solo duraría mientras Castilla
solucionaba sus conflictos internos. Por otro lado, el poder e influencia en el
gobierno de los jefes de los combatientes de la fe era cada vez mayor y más
asfixiante, por lo que para contrarrestarlo y hacer frente a la presión
cristiana, Muḥammad
IV cruzó el mar con su visir el 24 de ḏū l-ḥiŷŷa de 732/17 de septiembre de 1332 con el objetivo
de solicitar personalmente al sultán meriní que emprendiera una acción de ŷihād en
defensa de al-Andalus. Abū l-Ḥasan
(1331-1351: su antecesor Abū Sacīd había muerto en ḏū l-qacda
de 731/agosto de 1331) aceptó y envió a su hijo, el príncipe Abū Mālik, al
frente de cinco mil soldados (o siete mil, según las fuentes cristianas).
Tras
cruzar a Algeciras, bajo control meriní, Abū Mālik se dirigió a Gibraltar y
organizó el asedio tanto por tierra como por mar. El Ejército nazarí se sumó a
la empresa dirigido por el nuevo visir de Muḥammad IV, Riḍwān. Las fuerzas nazaríes utilizaron durante el sitio
almajaneques para derribar las murallas y, además, realizaron otras acciones de
apoyo mediante ataques y hostigamiento de la frontera y tierras castellanas. El
asedio se inició en febrero de 1333 y se prolongó durante cinco meses hasta que
los musulmanes consiguieron recuperar esta estratégica plaza el domingo 5 de
šawwāl de 733/20 de junio de 1333.
Los
intentos del Monarca castellano para retomarla llegaron tarde (por el conflicto
con don Juan, hijo del infante don Juan Manuel) y resultaron infructuosos, de
manera que, tras dos meses de sitio y ante la imposibilidad de lograr su
objetivo, Alfonso XI aceptó una tregua de cuatro años con Abū Mālik y el emir
nazarí el martes 12 de ḏū l-ḥiŷŷa de 733/24 de agosto de 1333, en las mismas
condiciones y parias que las establecidas en la tregua de Teba. Tras el
acuerdo, Muḥammad IV acudió al real cristiano y
comió con Alfonso XI en la misma mesa; ambos reyes permanecieron hablando largo
tiempo y el andalusí le regaló joyas de valor excepcional y otros ricos
presentes, a lo que el castellano correspondió con otros obsequios, como un
mulo y ricas vestimentas.
Durante
estos meses, desde octubre de 1332, Muḥammad IV había dirigido, a pesar de su juventud,
varias algazúas contra la frontera en la región de Córdoba como apoyo a las
fuerzas meriníes y estrategia distractora de las fuerzas cristianas
concentradas en Gibraltar. Así, atacó diversas plazas, como Castro del Río,
cuyas murallas destruyó pero que no consiguió conquistar porque le llegaron
socorros, y Baena, a pesar de hallarse protegida por una cuantiosa guarnición.
Además, llegó incluso a conquistar otras, como la poderosa fortaleza de Cabra,
en cuya expugnación utilizó la nafta (mezcla incendiaria arrojadiza), aunque no
pudo retenerla en su poder, Benamejí, Priego (el 26 de muḥarram de 733/17 de octubre de 1332, con la dirección
de Riḍwān) y Qaštāla (¿El Castellar?). Incluso, el sultán
granadino llegó hasta la misma ciudad de Córdoba y asentó su real en las
cercanías de la torre de la Calahorra, al otro lado del puente romano. Pero
debió detener la serie de algazúas por esta región porque Abū Mālik solicitó la
ayuda de todas las fuerzas nazaríes ante el citado asedio de Alfonso XI sobre
Gibraltar.
Por
tanto, el final de la guerra había sido positivo para Muḥammad IV y ante él se abría una etapa de paz y
estabilidad que, sin embargo y trágicamente, no pudo disfrutar ni siquiera un
día porque a la mañana siguiente fue asesinado. Tras el acuerdo de tregua el
citado martes 24 de agosto, al día siguiente el emir nazarí emprendió el
regreso de Gibraltar a Granada, pero fue advertido de que le iban a tender una
emboscada en el camino. Entonces ordenó traer un navío de la flota para
embarcarse hacia Málaga, aligeró el equipaje y se apresuró a salir. Sin
embargo, los conjurados conocieron el cambio de planes del sultán y se
adelantaron en su camino alcanzándolo al bajar hacia la playa a la altura de la
desembocadura del río Guadiaro. Allí, en las primeras horas de la mañana del
miércoles 13 de ḏū l-ḥiŷŷa
de 733/25 de agosto de 1333, tras recriminar e increpar al emir, mataron con
una lanza a su encargado (wakīl) y luego alancearon al emir, que fue
rematado por un esclavo cristiano de su padre llamado Zayyān, al que
persuadieron para que ejecutase su muerte y así quedar libres de
responsabilidad por el crimen los autores del complot.
En
principio, las causas del magnicidio fueron los celos y la cólera de los
arráeces pertenecientes a las tribus norteafricanas del ejército por los
excesos verbales y amenazas públicas que el emir solía proferir contra algunos
de ellos, pero los motivos de fondo eran de carácter político.
Los
instigadores y responsables del crimen fueron los hijos del anterior šayj
al-guzāt, cUṯmān, Abū Tābit, que había sucedido a su padre en el cargo tras
la muerte de este en 730/1330, e Ibrāhīm. Ambos consideraron como una trama en
contra de ellos el giro político de Muḥammad IV y su reunión y amistad con el sultán meriní
Abū l-Ḥasan, enemistado con los guzāt,
pues estos eran disidentes del gobierno meriní de Fez. La alianza del emir
nazarí con dicho sultán y el consiguiente envío de tropas de Fez a al-Andalus
implicaban la pérdida de la supremacía y poder militares casi absolutos de
los guzāt en el ejército andalusí, por lo que
decidieron asesinar al emir.
Tras
cometer el magnicidio, los asesinos abandonaron el cadáver de Muḥammad IV, que murió en el acto, en la ribera del río,
al pie de la colina que se levanta a la izquierda situándose en dirección a
Gibraltar. Su cuerpo, tirado y despojado de ropas, no fue recogido hasta
finalizar la proclamación del nuevo sultán, su hermano Yūsuf I, que tuvo lugar
al día siguiente. Entonces el cadáver fue conducido a Málaga y enterrado tal
como estaba, según la norma islámica para los que mueren mártires, en un jardín
(riyāḍ)
colindante de la almunia real de al-Sayyid. Sobre su tumba se levantó, poco
después, un mausoleo (qubba) con su lápida sepulcral cuyo epitafio se ha
conservado en las fuentes árabes.
Su
violenta y prematura muerte, con tan solo dieciocho años de edad, fue causa de
la brevedad de su reinado (ocho años) y de que no dejara descendencia. A pesar
de ello, tuvo tiempo para, además de acuñar moneda (se conservan dinares de oro
a su nombre), llevar la estabilidad al emirato nazarí y legar a su sucesor una
situación político-militar relativamente fuerte y segura.
.
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Autor/es
- Francisco
Vidal Castro