EL MIEDO AL GOBERNANTE Y EL MIEDO A
DIOS
El miedo al poder represor y
punitivo del gobernante desempeña un papel central en los escritos que nos han
llegado de época pre-moderna. Ignorar el papel político que tienen la violencia
y el miedo ejercidos desde el poder sólo sirve para distorsionar la comprensión
de las relaciones que se establecen entre ese poder y una sociedad determinada,
o con las elites de esa sociedad.
Maribel Fierro
Instituto de Lenguas y Culturas del Mediterráneo – CSIC
Pila de
Almanzor, reutilizada en su alcázar por el rey zirí Badis de Granada. Patronato
de la Alhambra.
El ulema de
origen oriental al-Yuryani participó en una conspiración contra el emir zirí de
Granada Badis liderada por un primo de éste llamado Yaddayr, viéndose ambos
obligados a huir de la ciudad y refugiarse en Sevilla. Allí se enteró
al-Yuryani de que Badis había encarcelado a su mujer y a sus hijos en
Almuñécar, bajo la vigilancia del verdugo Qaddah. Como los amaba profundamente,
decidió volver a Granada. Sin haber negociado antes su situación, se presentó
ante Badis y este le echó en cara su traición. Al-Yuryani intentó aplacarlo,
diciendo:
“Por el temor
de Dios, mi señor, concédeme tu protección; ten piedad de mí que estoy lejos de
mi patria y del mal lugar en el que me hallo y no me responsabilices del pecado
de tu primo, pues no tengo culpa en ello. No me ha llevado a huir con él, sino
el miedo por mi vida, debido a mi antigua relación con él. El camino me ha
traído hacia ti, en la confianza de que como no había cometido ningún delito
conseguiría tu perdón. Haz lo que hacen los reyes que se apartan del odio hacia
mendigos como yo” (Ávila 2004).
A pesar de su
elocuencia, al-Yuryani no consiguió el perdón del rey, muriendo a manos de
Badis en 431/1039 y revelándose así justificado ese “miedo por su vida” que le
había llevado a huir.
El sucesor de
Badis, el emir zirí ‘Abd Allah, cuenta en sus memorias que cuando, tras la
rendición de Granada, el ejército almorávide al mando del emir Yusuf b.
Tashufin se dirigió hacia Almería, su rey Ibn Sumadih – sabiendo lo que les
había pasado a los otros reyes de taifas – se sintió tan atemorizado de lo que
le pudiera suceder a él que murió de miedo justo cuando las tropas almorávides
entraban por las puertas de la ciudad. No fue el suyo el único caso en la
historia de al-Andalus. Entre los arrestados durante la rebelión de al-Yaziri
en época almohade – rebelión iniciada en Marrakech en el año 586/1190- se
contaba un ulema que clamaba por su inocencia y que fue preso de tal terror por
la terrible represión desencadenada contra los seguidores del rebelde que murió
de miedo durante su encarcelamiento. Los almohades – cuya ferocidad contra sus
enemigos ha dado lugar a numerosos relatos de violencia y terror en las fuentes
–se opusieron a los ulemas malikíes tradicionales por lo que consideraban era
su visión equivocada a la hora de acercarse al estudio e interpretación de las
fuentes de la ley divina y algunos malikíes sufrieron persecución por ello. El
miedo a ser llevado a presencia del califa o a ser encarcelado fue suficiente
para que un jurista malikí sufriese una crisis mental, probablemente por tener
noticia de las terribles torturas sufridas por uno de sus colegas, quien, sin
embargo, sobrevivió a su durísima cárcel (Benouis 2000).

Muralla zirí
de Granada. Ayuntamiento de Granada.
En estos tres
casos tenemos un miedo humano a sufrir las consecuencias físicas que suele
traer consigo la derrota en el campo de batalla, el fracaso de un intento por
destronar al gobernante o la persecución por parte de éste. Ese miedo humano
puede adoptar muy variadas formas y deberse a muy variadas causas además de las
que acabamos de ver: miedo a la enfermedad, miedo a perder a los seres
queridos, miedo a viajar por mar, miedo del soldado a ser cobarde y a morir. El
miedo mismo puede provocar la muerte, como hemos visto, o, sin llegar a tales
extremos, a hacer perder el control del propio cuerpo. Una deliciosa anécdota
referente a ‘Abd al-Rahman I ilustra este último punto. Durante su huida de los
abbasíes por el norte de África encontró refugio junto a un beréber llamado Abu
Qurra Wansus b. Yarbu, cuya esposa, llamada Tkfat,
“le ocultó
bajo sus ropas cuando los enviados [de los abbasíes] registraron su casa
buscándole. ‘Abd al-Rahman I le dijo bromeando cuando ella buscó su protección
en al-Andalus: «Encima del miedo que tenía, tuve que soportar que me
atormentases con el olor de tus axilas, ¡oh Tkfat!, y me hiciste aspirar un
hedor más nauseabundo que el de un cadáver putrefacto». La respuesta de ella
fue rápida: «Por el contrario, ¡oh, señor!, eras tú el causante del hedor,
aunque no te dieras cuenta, resultado del miedo tan terrible que estabas
pasando». Encontró donosa la respuesta de ella y dejó pasar la cosa sin hacer
lo que se hubiera merecido una contestación” (Fierro 2001).
Pero es el
miedo al poder represor y punitivo del gobernante el que posiblemente se lleve
la parte del león en los escritos que nos han llegado de época pre-moderna,
habiendo quedado registrado no sólo en obras históricas, sino también en los
espejos de príncipes y las compilaciones de adab que reúnen
los conocimientos que todo hombre ilustrado debía poseer. Precisamente porque
esos hombres ilustrados – por el hecho de serlo – establecían contactos muy
directos con los hombres de poder, sus obras recogen mucha información sobre el
miedo que despierta la posibilidad de perder su favor o de incurrir en su ira.
Hemos visto el caso de al-Yuryani, veamos ahora otro.
A la muerte
del sultán sa’dí de Marruecos al-Mansur en el año 1603, sus tres hijos lucharon
por hacerse con el poder y uno de ellos, Muhammad al-Shayj II al-Ma’mun (m.
1613), ayudó al rey de España Felipe III a ocupar Larache en 1610 a cambio de
asistencia militar. El rechazo que esa medida despertó en la población le llevó
a exigir a los juristas de Fez que emitiesen un dictamen declarando lícito el
hecho de haber cedido la plaza, argumentando que lo había hecho con objeto de
obtener el rescate de sus hijos a los que se había visto forzado a dejar en
España. Muchos de los juristas de Fez obedecieron y emitieron una fetua
justificando tal acto – según el cronista, no porque estuviesen convencidos de
tal justificación, sino por miedo al sultán, mientras que otros juristas
huyeron para no verse forzados a firmar ese documento, es decir, también por
miedo a lo que pudiera sucederles por no obedecer la orden del sultán
(Abun-Nasr 1987).
Tumbas
sa’díes, Marrakech. Wikimedia Commons.
Esa huida de
algunos juristas de Fez no es sino una de las formas que puede adoptar la
tendencia a mantenerse apartados del poder político (inqibad ‘an al-sultan)
que practicaron algunos hombres de religión por miedo a las consecuencias que
el trato con los gobernantes – en general o con el gobernante injusto y tirano
en particular – puede traer consigo tanto en lo que se refiere a la vida en
este mundo con al destino en la Otra. Frente a este modelo del ulema o sabio
religioso que se podría denominar ‘quietista’, hay otro modelo más activista
que puede llegar a propugnar actuar mediante la espada contra el gobernante al
que se considera injusto o tiránico, pero que en general se limita a proponer
la censura mediante la palabra a ese gobernante injusto o que se ha desviado de
las normas islámicas, de acuerdo con la exhortación coránica:
¡Hablad con él
[Faraón] amablemente! Quizás, así, se deje amonestar o tenga miedo de Dios
(Corán 20:44, traducción de Julio Cortés).
Como bien ha
señalado Henry Munson Jr. al analizar la relación entre gobernantes y hombres
religiosos en el Magreb, ignorar el papel político que tienen la violencia y el
miedo ejercidos desde el poder sólo sirve para distorsionar la comprensión de
las relaciones que se establecen entre ese poder y una sociedad determinada o
con las elites de esa sociedad. Naturalmente, los ulemas que desafían al poder
tienen casi todo que perder. Pueden perder la vida (caso de ‘Abd as-Slam
Guessous estrangulado en 1709 por orden de Mulay Isma’il) o pueden ser
sometidos a tal persecución que el miedo les hace callar (caso de Muhammad bin
al-Madani Gannun, m. 1885, cuyas críticas del gobierno le llevaron a prisión y
al salir de ella moderó sus protestas). En general, los sultanes marroquíes de
la época pre-colonial se sintieron obligados a justificar sus actos frente a
los ulemas en tanto que guardianes de la ley divina que gozaban por ello de
gran importancia simbólica en un orden político basado en esa ley. Pero los
gobernantes generalmente podían obligar a los ulemas a legitimar lo que querían
que fuese legitimado: tan sólo unos pocos ulemas actuaron conforme al ideal del
hombre de Dios que no se doblega ante el poder injusto, de la misma manera que
tan sólo unos pocos sultanes se conformaron al ideal del gobernantejusto.

Bab Mansour
(Meknes), ordenada construir por Mulay Isma’il. Wikimedia Commons.
Si a los
gobernantes se les teme, los gobernantes no quedan libres de sentir miedo y
sobre el miedo de los gobernantes también nos han llegado muchas páginas en
obras históricas, en espejos de príncipes y en obras literarias. Los
gobernantes tenían miedo de sus familiares cuando sospechaban que éstos
conspiraban para arrebatarles el poder, tenían miedo también de sus ejércitos
por si estos les traicionaban, tenían miedo de los ulemas cuando éstos les eran
desafectos y podían tener miedo del vulgo, miedos todos estos que han quedado
reflejados de manera directa y a menudo conmovedora en esa extraordinaria obra
que son las memorias del emir zirí ‘Abd Allah. Veamos sólo algunos ejemplo, el
primero referente al momento en que ‘Abd Allah se da cuenta de que corre
peligro tanto por parte de los almorávides como de su propio pueblo:
Todos aquellos
días los pasé entre el miedo y la esperanza; pero, como estaba confiado en que
ninguno de mis hombres ni de los servidores que se hallaban conmigo me había de
hacer traición, esta seguridad, junto con los preparativos que había hecho, no
dejaba de darme ciertos arrestos (al-Tibyān, trad. 224).
Esa seguridad
sobre la fidelidad de sus hombres no le dura mucho tiempo, extendiéndose tanto
a sus dignatarios como a sus esclavos (‘abid):
… los
dignatarios de mi gobierno tomaban siempre el partido más estúpido, porque lo
que cada uno quería era proceder a su antojo y que las cosas ocurrieran
conforme a su capricho. Si no sucedía así, se pasaban al campo enemigo, y, en
cambio, si todo iba de acuerdo con sus deseos, el soberano no podía hacer nada
ni llevar a cabo ninguna cosa. Con anterioridad a mi época, estos dignatarios
estaban tan poseídos por el miedo al despotismo de sus soberanos, que el mero
hecho de conservar la vida les parecía ya no poca ganancia; pero cuando, bajo
mi gobierno, se sintieron completamente a seguro y se olvidaron del régimen
antiguo, se llenaron de arrogancia e insolencia, hasta el punto de aspirar a
mayores cosas. Pensaba yo que, con asegurar la tranquilidad, me ponía al abrigo
de censuras y enemistades … (al-Tibyān, trad. 251).
[Respecto a
los jeques de los ‘abid, empieza a temerlos] porque me constaba que eran ellos
los que habían sacado a los Zanata de sus casillas y los que me tenían mayor
enemistad que cualquiera otra persona (al-Tibyān, trad. 245).
Se ha
mencionado antes el temor del soldado a ser cobarde, sobre todo cuando se está
cumpliendo con el deber del yihad. Numerosas aleyas coránicas
insisten en la necesidad de vencer el miedo cuando se combate a los enemigos:
“¡Creyentes! Cuando encontréis a una tropa ¡manteneos firmes y recordad mucho a
Dios! ¡Quizás, así, consigáis la victoria!” (Corán 8:45) y esas aleyas son
recordadas en numerosas ocasiones para exhortar a los fieles a cumplir con su
deber de lucha por Dios.
La huida del
campo de batalla se incluye entre los pecados graves que conducen al infierno.
El temor a los hombres debe ser abandonado por el temor a Dios: “Cuando se les
prescribe el combate, algunos de ellos tienen tanto miedo de los hombres como
deberían tener de Dios, o aún más, y dicen: «¡Señor! ¿Por qué nos has ordenado
combatir? Si nos dejaras para un poco más tarde…» Di: «El disfrute de la vida
de acá es poco. La otra vida es mejor para quien teme a Dios. No se os tratará
injustamente en lo más mínimo»” (Corán 4:77; otras aleyas de parecido tenor son
Corán 2:216; 9:20, 41-45, 86-90). En realidad, los creyentes no tienen motivo
para sentir miedo ni para huir, porque en su lucha no están solos. Dios está
con ellos, les auxilia, les apoya, incluso interviene directamente en la
refriega, enviando para ello a sus ángeles si resulta preciso, como ocurrió
durante la batalla de Hunayn que libró el Profeta contra tribus enemigas (Corán
9:25-26). Después de todo, los enemigos del Profeta y de los musulmanes no eran
solo enemigos suyos, sino que también eran los enemigos de Dios, “los amigos
del Demonio” (Corán 4:76)

Representación
del profeta Muhammad y su ejército en la batalla de Uhud (625), donde los
musulmanes huyeron y fueron derrotados. Manuscrito iluminado del Siyer-i
Nebi (1595), épica otomana sobre la vida del Profeta completada en
torno a 1388. Wikimedia Commons.
El miedo a
Dios es uno de los temas más recurrentes en la literatura religiosa islámica
como lo es, por otro lado, en la de las demás religiones monoteístas.
«Dios ha
revelado el más bello relato en una Escritura cuyas aleyas armonizan y se
reiteran. Al oírla, se estremecen quienes tienen miedo de su Señor; luego, se
calman en cuerpo y en espíritu al recuerdo de Dios. Ésa es la dirección de
Dios, por la que dirige a quien Él quiere. En cambio, aquél a quien Dios
extravía no podrá encontrar quien le dirija … En este Corán hemos dado a los
hombres toda clase de ejemplos. Quizás, así, se dejen amonestar. Es un Corán
árabe, exento de recovecos. Quizás, así, teman a Dios» (Corán 39:23-28)
«Los creyentes
son aquellos que cuando se cita el nombre de Dios, sus corazones temen y cuando
se les recita sus aleyas, aumenta su fe» (Corán, XXXVIII, 28/29; IV, 84/82;
VIII, 2).
El temor de
Dios (taqwa, jawf) permea no sólo el Libro sagrado, sino toda la
literatura islámica, tanto religiosa como profana. El miedo al castigo divino y
la esperanza en Su misericordia son descritos como dos “riendas que evitan la
carencia de una conducta apropiada”. Cuando Ibn ‘Abdun describe a los
estimadores de cosechas, los descalifica precisamente porque no tienen temor de
Dios:
“Estos
individuos deberían en realidad ser llamados malhechores, prevaricadores,
traficantes ilegales, malos sujetos y hez de la sociedad, pues no tienen miedo
ni vergüenza, ni otra religión o piedad que buscar las ventajas de la vida
terrestre y vivir de beneficios ilícitos y de la usura” (43-44).
Sólo los
sufíes – cuando alcanzan el estado adecuado de elevación espiritual -quedan
libres de ese miedo o son capaces de amar a Dios sin temor a Su poder punitivo
que puede ser terrible (Peña y Vega 2004).
El gobernante
naturalmente tiende a presentar su política represiva en términos que la
aproximan a la forma en la que la Divinidad castiga las transgresiones mediante
las cuales las criaturas se apartan del sendero por el que ha decretado que
debe discurrir su conducta y ello tanto en lo que se refiere a las relaciones
de esas criaturas con su Creador como en lo que se refiere a las relaciones
entre ellas. El estudio llevado a cabo por Christian Lange para la época
selyuquí ha mostrado las múltiples y variadas concomitancias entre los castigos
del sultán y los del infierno, y al hacerlo, ha revelado un continuum entre
el miedo a poner en peligro la salvación en la otra vida por desobediencia a
Dios y a Su ley, y el miedo a poner en peligro la integridad física por
desobediencia al gobernante. Sólo unos pocos – generalmente hombres de religión
que no se dejan seducir por la vida terrena – son capaces de poner su miedo a
Dios por encima de su miedo al gobernante y al hacerlo preservan la fibra moral
de la comunidad musulmana. Es lo que se pone de relieve de los musulmanes que
criticaron la conducta del general omeya Hashim b. ‘Abd al-‘Aziz durante una
campaña contra rebeldes: tras tomar una fortaleza, preguntaba a los cautivos si
eran musulmanes o cristianos. A estos los ejecutaba y hacía prisioneros a sus
hijos. Pero a los que decían que eran musulmanes, buscaba tretas para negarles
tal condición y poder así ejecutarles y hacer prisioneros a sus hijos. Luego
puso en venta a esos niños esclavizados que fueron comprados por algunos
musulmanes del campamento que eran gentes temerosas de Dios y que los liberaron
porque eran hijos de musulmanes (Molina 2008).
Son los
musulmanes temerosos de Dios los que mantienen el recuerdo y la práctica de los
preceptos divinos y de esa manera aseguran la salvación de sus almas y de
aquellos que les imitan en su conducta.
.
Para ampliar:
·
ʿAbd Allāh, al-Tibyān ʿan al-ḥādiṯa al-kāʾina bi-dawlat Banī Zīrī
fī Garnāṭa, traducción de E. Lévi-Provençal y E. García Gómez, El
siglo XI en primera persona. Las ‘Memorias’ de ʿAbd Allāh, último rey zīrī de
Granada, destronado por los almorávides (1090), Madrid, 1980
·
Abun-Nasr, Jamil M., A history of the Maghrib in the Islamic period,
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·
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2002, 63-69.
·
Ávila, María Luisa, “Al-Ŷurŷānī e Ibn ʿAbbās,
víctimas de Bādīs”, en M. Fierro (ed.), Estudios
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Benouis, Mustafa, “Les savants mis à l’épreuve à l’époque almohade”, en
M.L. Ávila y M. Fierro (eds.), Estudios Onomástico-Biográficos de
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·
Fierro, Maribel, «Tkfat al-Barbariyya y el destino
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·
Lange, Christian, Justice, punishment and the Medieval Muslim
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·
Marín, Manuela, «Inqibāḍ ʿan al-sulṭān: ʿulamā’ and political power in
al-Andalus», Saber religioso y poder político en el Islam, Madrid,
1994, 127-139
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Molina, Luis, “Vencedor y vencido: Hāšim b. ʿAbd al-ʿAzīz frente a Ibn
Marwān al-Ŷilliqī”, en M. Fierro y F. García-Fitz (eds.), El cuerpo
derrotado: cómo trataban musulmanes y cristianos a los enemigos vencidos
(Península Ibérica, ss. VIII-XIII), Madrid, 2008, 507-528.
·
Munson Jr., Henry, Religion and power in Morocco, New
Haven-Londres, 1993.
·
Peña, Salvador y Vega, Miguel, “La muerte dada en el Corán (Glosario y
estudio de una inscripción numismática de los Banu Ganiya)”, en M. Fierro
(ed.), Estudios onomástico-biográficos de al-Andalus (De muerte
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